jueves, 18 de junio de 2015

Tentaciones Irresistibles: Capítulo 7

—Que sea razonable.
—Haré lo que sea necesario.
—Podríamos volver a vernos el lunes, para ver cómo va todo. ¿Te viene bien al mediodía?
—Estaré aquí, haciendo entrevistas de trabajo. Ven cuando te vaya bien —Paula volvió a guardarse la libreta, y añadió—: me quedo para echarle un vistazo a la cocina.
—Tienes las llaves, acuérdate de cerrar cuando te vayas.
—Claro —dijo ella con una sonrisa, antes de volverse.
Al verla de perfil, la mirada de Pedro volvió a bajar hasta sus pechos. ¿Qué diablos le estaba pasando?
Después de hablar con Paula, Pedro volvió a su despacho en la oficina central de su empresa, la cadena de cafeterías Daily Grind. Lo tenía casi todo listo para su ausencia de cuatro meses, pero aún tenía que solucionar algunos pequeños detalles.
Lo primero que hizo al llegar fue comprobar sus mensajes. Su asistente le llamaría al restaurante si surgía cualquier asunto urgente, y además iba a reunirse dos veces por semana con sus socios durante todo aquel tiempo.
La oficina central estaba en la planta alta de un viejo edificio industrial, y desde allí se veía la mayor parte del centro, hacia el lago Unión y la célebre torre Space Needle. En un día despejado podía ver incluso más allá, pero tratándose de Seattle, tales días eran escasos. En ese momento, una fina llovizna caía contra los ventanales que abarcaban toda la pared, y contra los tragaluces del techo.
Pedro  se puso a trabajar, pero menos de veinte minutos más tarde, su asistente lo llamó por el interfono.
—Tu abuela está aquí —le dijo en voz baja.
Pedro  deseó poder ponerle una excusa para no tener que verla, pero por desgracia, una de las desventajas de haber accedido a salvar el restaurante era tener que tratar con ella.
—Hazla pasar —dijo, antes de levantarse y rodear su mesa para saludarla.
Gloria Alfonso entró en el despacho de inmediato, con la elegancia y el estilo de alguien que había nacido en una época mucho más glamurosa. Era una mujer esbelta de estatura media, y a pesar de que tenía más de setenta años, caminaba muy erguida con su vestido hecho a medida y sus zapatos de vertiginoso tacón. Su pelo blanco siempre estaba impecable, y su rostro tenía muy pocas arrugas. Dani, la hermana de Pedro, decía que su abuela se había sometido a alguna operación de cirugía estética; o eso, o era una bruja de verdad y había hecho algún conjuro para mantener su buen aspecto.
—Hola, Gloria —la saludó, mientras le ofrecía una silla.
Ella se limitó a asentir antes de sentarse, y mientras Pedro volvía a su propio asiento, reflexionó sobre el hecho de que nunca la hubiera llamado abuela, ni siquiera de pequeño. Ella lo había evitado desde siempre.
Gloria se quitó la pelliza blanca que llevaba y fijó sus ojos azules en la alfombra, junto a sus pies.
—Supongo que estarás listo para llevar a cabo la transición —dijo.
—Sí. A partir de mañana, estaré en mi despacho del restaurante.
Gloria recorrió con una mirada despectiva la espaciosa habitación, y comentó:
—No creo que eches de menos este sitio.
—Claro que voy a echarlo de menos. Empecé desde cero, y construí un imperio que vale millones —indignado, se dijo que aquello era algo que cualquier persona normal respetaría.
—Sí, claro. Bebidas y galletas, vaya un imperio.
Pedro había aprendido que era inútil discutir con ella. Gloria veía el mundo como le daba la gana, y al parecer, su opinión en general era fría y deprimente.
—Supongo que no has venido a hablar de mi negocio, así que ¿por qué no vas al grano?
—Quiero hablar del restaurante.
—No.
—¿Perdona? —Gloria fue incapaz de ocultar su asombro.
—Ve con cuidado, porque estamos jugando con unas normas muy claras. Si intentas entrometerte en cualquier asunto relacionado con el restaurante, me largo. Te prometí que en cuatro meses habría conseguido sacarlo a flote, pero con la condición de que tú te mantuvieras al margen, y lo dije muy en serio. Un solo comentario, una sugerencia, y se acabó.
—¿De verdad serías capaz de darle la espalda a tu legado? —le preguntó ella, con una expresión tanto indignada como autoritaria.
—Ya lo he hecho, es más fácil de lo que crees.
—Me he dejado la piel por esta familia y por la empresa —dijo Gloria, con voz gélida—. He renunciado a tener una vida propia.
Pedro ya había oído aquel sermón.
—Siempre has hecho lo que te ha dado la gana —le dijo—. Todo el que se ha interpuesto en tu camino ha acabado apartado a un lado, y tirado en la cuneta.
Desde que Pedro  tenía uso de razón, Gloria siempre había vivido y respirado el negocio familiar, y sospechaba que la obsesión había empezado mucho antes de que él llegara al mundo. Estaba dispuesta a hacer cualquier cosa por el apellido familiar, y la ironía radicaba en que ella no era una Alfonso de nacimiento, sino por su matrimonio.
—Vamos a dejar las cosas claras: esto no lo hago por ti. Sólo accedí a ayudarte por mis hermanos y por Dani… de hecho, ella debería ser la que estuviera al frente del Waterfront, se preocupa más por ese restaurante que el resto de nosotros juntos.
—Dani no es…
Pedro la cortó con un gesto.
—Ahórrame el sermón, es muy aburrido. Como ya te he dicho, no estoy haciendo esto por tí, sino por si alguno de nosotros llega a tener hijos a los que les importe el negocio. Cuando pasen los cuatro meses que me he impuesto, me largaré sin mirar atrás.
—Haces que parezca una condena.
—En cierto modo, lo es.
—Pedro lister…
Pedro  la miró, y por primera vez, le pareció vieja e incluso frágil; sin embargo, no pensaba dejarse engañar por sus artimañas. Era una pájara astuta, y él ya había recibido más de un picotazo.
—De acuerdo, cuatro meses —cedió ella—. Me he enterado de a quién has contratado como chef.
Por su tono, parecía como si Pedro hubiera hecho un pacto con el mismísimo diablo.
—Su trabajo es fantástico, y su nombre atraerá a los clientes —dijo él—. La negociación ha sido dura, pero lo que importa es que he conseguido contratarla.
—Ya veo.
Por su tono de voz, estaba claro que no veía nada, porque Gloria parecía bastante molesta. Pedro se preguntó qué era lo que tenía en contra de Paula, aparte del hecho de que no la había elegido ella.
Sabía que Paula no le había creído cuando le había explicado que había querido mantenerla alejada de su abuela cuando estaban casados, pero era cierto; por aquel entonces, a él le había dado miedo lo que pudiera hacer la vieja matriarca.
Sin embargo, las cosas habían cambiado mucho. Paula tenía fama de ser una mujer dura, así que sin duda sería capaz de plantarle cara a Gloria. Tarde o temprano acabarían enfrentándose, y lo único que él esperaba era estar bien lejos para no tener que presenciar el espectáculo.
—Si Paula es quien cocina, la gente vendrá al restaurante —dijo.
—Espero que no haya ningún desafortunado incidente en nuestro establecimiento —comentó Gloria.
Pedro sabía que aquello no era más que un anzuelo, pero su curiosidad le pudo y decidió picar. Lo único que había sabido de Paula desde el divorcio había sido por algún comentario esporádico de Federico.
—¿Qué tipo de incidente?
—Una vez apuñaló a un miembro de su personal. Al parecer, el hombre se negó a obedecerla, y ella lo apuñaló con un cuchillo de cocina.
Pedro empezó a reírse, y Gloria lo fulminó con la mirada.
—No tiene ninguna gracia, prácticamente es una asesina.
Incapaz de contener la risa, él le preguntó:
—¿Se presentaron cargos contra ella?
—No lo sé.
Lo que significaba que no.
—Espero que esa historia sea cierta —dijo, muy divertido—. Estoy deseando preguntarle sobre el tema para que me cuente los detalles.

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