domingo, 26 de febrero de 2017

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 54

—Está bien...

—Hasta mañana, mamá —se despidió Sofía besando a su madre —. Te quiero mucho.

 —Yo, también, hija —contestó Paula besándola.

—Hasta mañana, Pepe —añadió la niña abrazándolo.

Paula se preguntó cuánto tiempo iba a tardar su hija en decirle también a Pedro que lo quería. No mucho. Tenía que contarle la verdad cuanto antes.

—¿Bailamos? —sonrió Pedro.

Paula asintió encantada.

—Gracias por portarte tan bien con mi hija —le dijo sinceramente mientras bailaba entre sus brazos.

 —Te aseguro que es todo un placer —contestó él—. Es una niña muy especial, como su madre.

Paula sintió que el corazón le daba un vuelco.

—¿Hace cuánto que no te digo lo guapa que estás? —dijo, acariciándole la espalda.

—Me lo has dicho hace un rato, pero no me importa nada que me lo repitas —contestó ella con la piel de gallina.

—¿Me puedo quedar a dormir en tu casa? —le preguntó Pedro de repente.

Paula lo miró sorprendida.

—Bueno, si prefieres, podemos dormir en la mía.

Ella abrió la boca para protestar, pero Pedro se lo impidió.

—No me vengas con normas porque ya no las acato. Ya te he dicho antes que no eres mi enfermera, así que no hay ninguna razón para que no podamos estar juntos.

A Paula le temblaban tanto las manos que no podía meter la llave en la cerradura. No era miedo ni nervios ni frío sino deseo, puro deseo. Pedro le agarró la mano y tomó las llaves.

—Déjame a mí.

 Y, en un abrir y cerrar de ojos, se encontró a salvo dentro de su casa y entre los brazos de Pedro. Apenas fue consciente de que se le resbalaba el bolso y caía al suelo. Cuando se dió cuenta, pensó que se habría esparcido todo por el suelo, pero le dio igual. Aquella noche todo le daba igual menos Pedro. Si sólo le quedara una noche en este mundo, habría elegido pasarla entre los brazos de aquel hombre.


Cambiaste Mi Vida: Capítulo 53

Pedro le apartó la silla y la agarró de la mano para conducirla a la pista de baile. Una vez allí, le pasó un brazo por la cintura, se acercó a ella, le tomó la otra mano y se la llevó al corazón. Estar tan cerca de él era maravilloso. Aquel  hombre era el único, el mejor, el hombre que la hacía sentir. ¿Por qué tenía que ser el padre de Marcos? Había tenido varias ocasiones para contarle lo del transplante, pero no había sido capaz de hacerlo porque estaba segura de que, en cuanto se lo dijera, él se iría. Estaba convencida de que lo que Simón le había dicho era cierto, no estaba intentando sustituir a su familia con Sofía y con ella. No, lo que estaba haciendo era todavía más peligroso, estaba consiguiendo que ambas se enamoraran de él. ¿Cómo se resistía una a un hombre que amaba tan profundamente como él?

—¿Tú eres la siguiente? —dijo alguien que pasó bailando a su lado.

Paula miró a su alrededor, pero no pudo identificar quién había sido.

—No les hagas caso. Ya sabes cómo se pone la gente en las bodas. Les encanta emparejar a los solteros —le dijo a Pedro.

—A mí no me importa que me emparejen contigo —contestó él  con voz sensual—. Ya sé que te he dicho que estás muy guapa con ese vestido, pero lo cierto es que me gustarías todavía más sin él.

Paula lo miró a los ojos y sintió un escalofrío por todo el cuerpo.

—Te recuerdo que soy...

—No me vengas con que eres mi enfermera porque ya no lo eres —le recordó.

—Pedro, te tengo que decir una cosa...

En aquel momento, se apagó la música y Gonzalo comenzó a hablar por el micrófono.

—A ver. chicas, ha llegado el momento que todas las solteras estabais esperando. Mi hermana va a tirar su ramo de novia. Si no les importa, juntense en la pista de baile para que antes les pueda pedir el número de teléfono a todas.

—Venga, Pau —le dijo su hermana pasando a su lado.

Paula miró a Pedro.

—No me queda más remedio.

—Es sólo un ramo de flores, no una bomba —sonrió él.

Paula tomó aire y se dirigió hacia el corro de solteras. Su hermana le había dicho una y mil veces que le iba a tirar el ramo directamente a ella porque estaba empeñada en que se casara. Y así fue. Delfina lanzó el ramo por encima del hombro en dirección a su hermana, que lo atrapó con facilidad. A continuación, se dirigió a su hija, que estaba observando el numerito junto a Pedro, y se lo entregó.

—Gracias, mami.

 —De nada, cariño.

—Bueno, chicos, ahora llega lo bueno. Ahora, mi cuñado Mauro le va a quitar a su mujercita la liga con los dientes —bromeó Gonzalo.

—¡Gonza! —lo regañó Delfina.

—Mamá, estoy cansada —dijo Sofía—. Los abuelos también se quieren ir. ¿Me puedo quedar a dormir en su casa?

—Ya te llevo yo, mi vida.

—No, hija, ustedes quedense, que son jóvenes y la fiesta todavía no ha terminado —le dijo su padre.

 —¿Estás seguro, papá?

 — Sí, de verdad, tu madre y yo ya no estamos para estos trotes.

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 52

—¿Por qué lo dices entonces?

—Te tengo que contar una cosa —dijo Paula  muy seria mirándolo a los ojos.

—Dispara.

—Es sobre los ojos de mi hija —dijo apartándose y comenzando a recoger la mesa—. No sé cómo decírtelo...

— Simplemente, dilo.

—No hay garantías —suspiró ella—. De momento, está bien, pero podría...

Pedro se puso en pie y la abrazó por detrás, acariciándole los brazos.

—Nadie mejor que yo sabe que en esta vida no hay garantías de nada. Si estás intentando asustarme, no te va a salir bien porque no me pienso ir.

 —Eso nunca se sabe. No quiero que le hagas promesas que, a lo mejor, no vas a poder cumplir.

—¿Y tú? —preguntó él dándole la vuelta y mirándola a los ojos.

—Yo he aprendido a no contar con nadie.

—¿Es eso lo que me quenas decir?

—Sí —mintió Paula girándose de nuevo y siguiendo recogiendo la mesa.

Pedro se moría por volverla a tomar entre sus brazos y besarla, pero se dió cuenta de que había algo que la preocupaba y que no sería buena idea hacerlo hasta que se lo hubiera contado. Estaba recuperado y quería volver a entregarse, volver a amar, pero se daba cuenta de que no era lo que él solo quisiera sino lo que también ella quisiera. Tenía que esperar.

Paula observó desde la mesa en la que estaba sentada a su hermana recién casada bailando con su recién estrenado marido. La ceremonia había sido íntima, sencilla y agradable y ahora estaba terminando la celebración en un maravilloso restaurante desde el que se veía todo el valle de San Femando. A su lado, Pedro  estaba más guapo que nunca, ataviado con un chaqué gris perla.

—¿Te he dicho lo guapa que estás? —sonrió.

 —Pues la verdad es que no —sonrió —. Es el vestido.

Lo cierto era que el vestido color crema con rosas rojas bordadas la hacía sentirse guapa. Su hija llevaba el mismo en miniatura.

—¿Estoy tan guapa como tu pareja?

—Mi pareja me ha abandonado —contestó Pedro.

Sofía estaba jugando con otros niños que habían acudido a la boda, especialmente con un rubio de diez años.

—¿Sabes que Delfi lleva enamorada de Mauro desde esa edad? Y da la casualidad de que Sofi va a jugar a casa de ese niño, que se llama Tomás, porque es muy amiga de su hermana pequeña.

—Pues como se atreva a tocarle un pelo...

—No te pongas así, hombre, que pareces... Había estado a punto de decir «su padre». —... un novio celoso —dijo sin embargo.

Paula  se sentía torturada por no haberle contado la verdad desde el principio, le tendría que haber dicho el vínculo que existía entre sus hijos. Habría sido mucho más fácil hacerlo antes. ¿Antes de que? ¿Antes de sentir algo tan fuerte como lo que sentía hacia él? ¿Antes de que su hija se estuviera encariñado tanto con él? Pedro había ido a su casa prácticamente todos los días desde Acción de Gracias y se daba cuenta de que entre su hija y él cada día había más cariño, pero, siguiendo el consejo de Juana, se había limitado a esperar.

—¿Te apetece bailar? —propuso Pedro.

Ella  sintió que el corazón le daba un vuelco. Ya le parecía sentir los brazos de Pedro alrededor.

—Sí, me apetece mucho.

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 51

—Cariño, estás muerta de sueño —observó Paula al ver que su hija no paraba de bostezar—. Anda, da las buenas noches y  vete a la cama.

—Cinco minutos más —imploró la pequeña.

-No.

—¿Cuatro? ¿Tres?

Paula negó con la cabeza.

—¿Dos? ¿Uno?

—Cero —contestó su madre—. Buenas noches.

—Está bien —accedió la niña poniéndose en pie—. Buenas noches, Pepe —dijo acercándose a él y abrazándolo.


 Por segunda vez en poco tiempo. Pedro se sintió felíz. Por fin, tenía alguien a quien abrazar y con quien reírse. Paula llevó a Sofía a la cama y, cuando volvió, se quedó mirando la mesa y sonrió.

—Seguro que tus empleados se alegraron de que vendieras la empresa — bromeó cruzándose de brazos.

—¿Por qué dices eso? —contestó Pedro sorprendido.

—Porque eres un negrero. Mi pobre hija está destrozada —sonrió Paula.

—Bueno, ahora que estamos los dos solos, dime la verdad —dijo  observando las alas—. ¿Le pongo más lentejuelas?

—Como le pongas más lentejuelas, no la van a dejar entrar en el cielo — contestó ella—. Perdón, lo he dicho sin pensar...

—No pasa nada. No quiero que tengas que pensar lo que dices delante mí. Lo cierto es que he pensado mucho en mi hijo esta noche. La verdad es que acordarme de él me ha dolido menos de lo que yo creía. Es un gran alivio, ¿Sabes? ¿Te había dicho que tenía más o menos la edad de tu hija cuando murió? A lo mejor, él también habría hecho de angelito en alguna función de Navidad...

 —Pedro—dijo Paula acercándose a él.

—Dime.

—Mi hija no puede reemplazar a tu hijo.

 —Ya lo sé —suspiró él—. Te aseguro que no pretendo que Sofi reemplace a mi hijo, pero la verdad, aunque suene egoísta, es que lo echo un poquito menos de menos cuando hago alas de angelito con tu hija o cuando pienso que la voy a acompañar a una boda —contestó tomándola de la cintura—. ¿Son imaginaciones mías o tú también te sientes menos sola desde que nos hemos conocido?

—Yo no me siento sola en absoluto —contestó —. Tengo mi trabajo, mi hija, mi familia...

 —¿Es suficiente?

—Sí.

—¿De verdad? ¿Y por qué mantienes las distancias?

—Ya te lo dije cuando nos conocimos en urgencias.

— Sí, pero estoy decidido a demostrarte que yo no tengo nada que ver con el padre de Sofi.

—Pedro, por favor, no...

—¿No qué?

—Aunque quisiera, tú y yo no tenemos futuro.

 —Si quieres darle a tu hija una familia, tarde o temprano. vas a tener que bajar ¡a guardia.

—Puede que tengas razón, pero no es por eso por lo que digo que tú y yo no tenemos futuro.

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 50

-Yo les pondría más lentejuelas —comentó Sofía inspeccionando las alas que Pedro acababa de terminar.

La mesa de la cocina de Paula estaba llena de papel pinocho blanco, tijeras, lazos y pegamento. Acababa de terminar de bañar a su hija, que olía a jabón, a champú y a sueño. Al percibir la mezcla, Pedro esperó sentir una punzada de dolor en el corazón, pero no fue así. Lo entristecía pensar en su hijo, pero ya no lo destrozaba. Siempre lo echaría de menos, pero ahora estaba preparado para seguir adelante, para recordarlo con una sonrisa en lugar de con una lágrima. Y todo había sido gracias a Paula y a su hija. Si no hubiera sido por Sofía, se habría tenido que buscar alguna excusa para ver a su madre.

—¿Más lentejuelas? Lo que tú quieras, pero a mí me parece que, como les pongamos más lentejuelas,  la gente se va tener que poner gafas de sol cuando salgas al escenario —contestó Pedro.

—Eres un exagerado, Pepe. ¿A tí qué te parece, mamá?

—No me gusta nada tener que elegir —contestó Paula.

—Elegir te hace fuerte —le dijo Pedro—, pero te advierto que el nepotismo nunca ha estado muy bien visto.

—Si querías hacerlo a tu manera desde el principio, ¿Por qué no lo has dicho? Podrías haber hecho las alas en tu casa. Buena pregunta. Por una parte, se mona por estar con ella a todas horas, pero, por la otra, quería controlarse y no sentir ningún interés por Paula Chaves ya que la vida le había enseñado lo difícil que era perder a la gente que se quería. Sin embargo, se había prometido a sí mismo que debía demostrarle a ella que no todos los hombres eran iguales, así que allí estaba, en su casa, haciendo unas preciosas alas de angelito tal y como había prometido. El día de Acción de Gracias, se había dado cuenta de que Paula quería mantener las distancias. Podía intentarlo, pero no tenía nada que hacer porque, tarde o temprano, lo suyo iba a saltar por los aires.


—Pepe, ¿Estás bien? —le preguntó Sofía.

—Sí, estoy bien —contestó, sinceramente—. ¿Qué me has preguntado?

—Me apuesto el cuello a que no sabías jugar en equipo de pequeño — lo acusó Paula en tono de broma.

—¿Por qué dices eso?

—Porque está claro que te gusta hacer las cosas a tu manera, sin tener en  cuenta la opinión de los demás. Lo que me pregunto es por qué nos has incluido en tu proyecto.

—Para empezar, porque es Sofi  la que se va disfrazar de angelito y, para seguir, porque lo cierto es que echo de menos... estar con niños. Había estado a punto de decir «tener una familia», pero había visto pánico en los ojos de Paula y se había mordido la lengua en el último minuto.

—Bueno, entonces, ¿Ponemos más lentejuelas o no?

Paula observó las alas.

—No sé qué decir —contestó ella  mordiéndose el labio inferior—. ¿Y si te las pruebas para que veamos el efecto, cariño? —le preguntó a Sofía.

—No —contestó la niña.

—¿Y eso?

—Da mala suerte.

—¿De dónde te has sacado eso?

—El otro día, Mauro dijo a Delfi que le enseñaba el vestido de novia y la abuela le dijo que daba mala suerte, así que esto es lo mismo.

Aquello los  hizo reír.

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 49

—A lo mejor algún amigo tuyo de la guardería tiene carné de conducir y te puede llevar —bromeó Gonzalo.

—No seas tonto, tío Gonza —contestó Sofía muy seria—. Pepe tiene carnet de conducir —añadió.

Paula cruzó los dedos para que Pedro se inventara una excusa. De lo contrario, temía salir de la boda de su hermana con pedritis, es decir, inflamación del corazón causada por pasar demasiado tiempo con Pedro Alfonso.

—Pepe, ¿Quieres ser mi pareja en la boda de la tía Delfi y el tío Mauro?

—Por supuesto que sí —contestó Pedro.

Paula cerró los ojos y se dijo que todavía quedaban dos semanas para el evento, tiempo más que suficiente para que Pedro se echara atrás y ella pudiera controlar la cada vez más intensa atracción que sentía por él.

—¿ Por qué han decidido casarse en diciembre? —quiso saber Pedro.

—Cuéntaselo, anda, ya verás que romántico le parece —le dijo Delfina a su prometido.

—Queríamos casamos antes de fin de año para así poder hacer la declaración de la renta conjunta el año que viene — sonrió Mauro.

—Venga ya.

—Lo dice en serio —le aseguró Delfina—. Todo fue idea suya. Aunque diga que hemos sido los dos, no es cierto.

—¿Prefieres que diga que es porque quiero comenzar el nuevo año contigo a mi lado? —sonrió Mauro.

—Por supuesto que lo prefiero —sonrió Delfina.

—Justo después de la boda de los tíos tengo una obra de teatro en el colegio y me tengo que disfrazar —anunció Sofía.

—¿Y de qué te tienes que disfrazar? —le preguntó su abuela.

—De ángel —contestó Sofía.

—El personaje te va al pelo —intervino Pedro.

—Tengo que llevar un traje blanco, alas y aureola.

—¿Por qué no me lo has dicho antes? —le preguntó su madre—. ¿De dónde vamos a sacar todo eso?

— Yo le puedo hacer un vestido blanco sin ningún problema —se ofreció la abuela de la niña.

—¿Y lo demás? La verdad es que nunca he sido muy manitas — se lamentó Paula.

—¿Y qué voy a hacer sin disfraz? —se lamentó la pequeña.

—A lo mejor, yo las puedo ayudar —se ofreció Pedro.

—¿De verdad? —exclamó Paula encantada.

 La verdad era que hubiera aceptado la ayuda de quien fuera con tal de que Sofía no hiciera el ridículo delante de todo el colegio.

—Sí, al fin y al cabo, soy ingeniero, así que supongo que estudiar tanto me habrá servido de algo.

—¿Sabes hacer alas? —le preguntó Sofía.

—Por supuesto, he diseñado muchas alas para aviones, así que seguro que podré hacer las tuyas.

—¿Me harás unas muy bonitas?

Pedro miró a Paula, que asintió.

—Las más bonitas del colegio —le prometió a la niña.

—¿Y vendrás a ver la obra de teatro?

—No me la perdería por nada del mundo —contestó Pedro.

Y así fue cómo Paula vió cómo las dos semanas que quedaban hasta la boda de su hermana se convertían en dos semanas de estar a todas horas con Pedro. Y, por si fuera poco, se había dado cuenta de que lo que sentía por él era mucho más de lo que una enfermera sentía por su paciente, mucho más de lo que una amiga sentía por un amigo, mucho más de lo que ella quería sentir por ningún hombre.

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 48

—Ahora entiendo que necesitaras tiempo —comentó por fin Gonzalo.

—Pepe—dijo Sofía.

—Dime.

—¿Tú crees que a Marcos le habrá importado que haya utilizado su caña?

—Claro que no —le aseguró —. Seguro que hubiera estado encantado de compartirla contigo.

—Qué bien —sonrió la niña como si se hubiera quitado un gran peso de encima.

En aquel momento, Alejandra levantó su copa para brindar.

—Damos gracias por tenerte este año comiendo con nosotros, Pedro.

—Gracias, es un gran placer —contestó él brindando, al igual que los demás.

—Ahora, voy a decir por lo que doy yo gracias personalmente —comentó Alejandra—. Doy gracias por que Delfi y Mauro se vayan a casar.

—Yo también —dijo su hija mayor mirando a su prometido y sonriendo—. La verdad es que una de las ventajas de casarme es que ya no tendré que andar preguntándome si tendré con quién salir el sábado por la noche.

—Quiero que sepáis que aunque no tengo novia, sí  tengo pareja para el día de su boda—anunció Gonzalo.

—¿Ah, sí? —preguntó Sofía—. ¿Con quién vas a ir?

—Con tu madre, que es la madrina, porque yo soy el padrino.

—Yo no tengo con quién ir —protestó la niña.

—Tú puedes venir conmigo —le ofreció su abuelo.

—No, tú tienes que ir con la abuela.

—¿Y no puedo ir con las dos?

—No, yo quiero una pareja sólo para mí —insistió Sofía.

—Tú eres la niña que va a llevar las flores, así que irás con el niño que lleve los anillos —le dijo su madre. —Al final, no va a haber ningún niño llevando los anillos porque ninguno de nuestros amigos tiene un hijo de esa edad, así que Gonzalo se va a encargar también de eso —le explicó su hermana.

—¿Lo ves? —se quejó Sofía—. Yo no tengo a nadie con quién ir hasta el altar.

—Invita a quien quieras —le dijo Mauro, que siempre se mostraba con ganas de agradar a Sofía.

viernes, 24 de febrero de 2017

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 47

Cuando todos se hubieron servido pavo, puré de patatas, ensalada y judías verdes, se quedaron en silencio mientras su padre daba las gracias por los alimentos que iban a degustar.

—Abuela, ¿Cuándo damos gracias los demás? —preguntó Sofía.

—Ahora —contestó la madre de Paula—. ¿Quién  quiere empezar?

Delfina levantó la mano.

—Quiero dar las gracias por haber conocido a la madre de Mauro —propuso mirando a su prometido.

—Vaya —contestó Mauro sorprendido—. Debo decir que esto me sorprende sobremanera y me molesta—bromeó—. Deberías dar las gracias por haberme conocido a mí.

—Te recuerdo que fue idea de tu madre mandarte a la playa. Si no lo hubiera hecho, jamás nos habríamos conocido.

 Mauro asintió.

—Tienes razón. Yo también le doy las gracias —sonrió.

—Ya que han empezado ustedes, seguimos por aquí —intervino Gonzalo siguiendo el orden de la mesa—. Yo doy las gracias por seguir soltero —dijo el hermano de Paula—. ¡Ay! —se quejó cuando su hermana mayor le dió un codazo en las costillas.

—Que haya paz, hijos —intervino el doctor Miguel Chaves levantando su copa y mirando a su mujer—. Yo doy gracias por que Gonzalo no tenga novia porque, si la hubiera invitado hoy a venir, no habríamos cabida en la mesa, así que, hijo mío, sigue soltero.

—No te va a servir de nada intentar engañarme haciéndome ver que estás de mi parte —sonrió Gonzalo.

 —Bueno, tenía que intentarlo —contestó su padre encogiéndose de hombros—. Entonces, doy gracias por que Alejandra me dijera que sí hace treinta y cinco años.

 Paula miró a sus padres emocionada.

—¿Y tú, hijo? —dijo el doctor Chaves mirando a Pedro—. ¿Por qué quieres dar tú las gracias?

—Yo doy las gracias porque he hecho amigas nuevas —contestó Pedro.

Paula  sintió que el corazón le daba un vuelco.

—Me toca, ¿No? Yo doy las gracias por tenerlos a todos.

—Mamá, todos los años dices lo mismo —se quejó Sofía.

Paula se encogió de hombros.

—Lo digo porque es verdad. Los quiero mucho a todos. Ahora te toca a tí —le dijo a su hija cruzando los dedos para que no dijera nada inoportuno.

Sofía se quedó pensativa.

—Yo doy gracias porque Pedro tiene trabajo.

Paula suspiró aliviada.

 —¿Antes no trabajabas? —quiso saber su hermano.

—No —contestó Pedro—. El pavo está delicioso, señora Chaves—añadió.

—Gracias —contestó Alejandra—. Bueno, ahora me toca a mí...

—¿Eso quiere decir que tienes...? —insistió Gonzalo.

—¿Dinero? —concluyó Pedro—. Sí, se podría decir que no me falta.

—Pepe metió todo el dinero que ganaba en el banco y ahora se dedica a pescar —les explicó Sofía.

—¿Tu trabajo consiste en pescar? —se burló Gonzalo.

«No le defiendas, ya es mayorcito, así que no abras la boca», se dijo Paula a sí misma.

—Es consultor —anunció sin poderse morder la lengua.

—Vaya, qué interesante —contestó Gonzalo.

—Bueno, estábamos con los agradecimientos y sólo faltaba yo —intervino Alejandra.

—Adelante —la animó su hija.

—No me has dicho para qué empresa trabajas — insistió Gonzalo.

—Soy ingeniero, invento chismes para aeronaves y transbordadores espaciales. Tenía una empresa, pero la vendí y ahora han conseguido un contrato con la NASA y quieren que les eche una mano —contestó —. La verdad es que llevan detrás de mí desde que les vendí la empresa.

—¿Cuánto hace de eso? —quiso saber Mauro, que era el típico abogado cotilla.

 —Hace dos años.

—¿Y por qué no aceptaste su oferta entonces? — preguntó Delfina, la típica hermana cotilla. Desde luego, aquellos dos hacían buena pareja.

 —Necesitaba...

—Tiempo —concluyó Paula—. Se acabo el tercer grado, chicos.

 —¿Y qué es eso de que te ha llevado a pescar otro hombre? — le dijo Gonzalo a su sobrina.

—Como tú siempre estás tan ocupado trabajando —contestó la niña encogiéndose de hombros—. Además, Pepe tiene una caña de pescar de mi tamaño y me dejó utilizarla porque su hijo no pudo hacerlo.

Horror. Sofía acababa de meter la pata. Pedro sonrió a la niña y miró al resto de los presentes, que se habían quedado helados.

—Mi hijo Marcos murió en un accidente de tráfico hace dos años junto a su madre, mi ex mujer.

Delfina ahogó una exclamación y Paula aguantó la respiración, pero nadie dijo que lo sentía. Menos mal.

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 46

Aquello le dolió y se dijo que tenía que demostrarle que no tenía nada que ver con el canalla que las había abandonado, que jamás haría nada que pudiera hacerles daño.

—¿Cuáles son las buenas noticias? —preguntó Sofía.

—He encontrado un trabajo —anunció Pedro.

—Menos mal —suspiró la pequeña—. Ya no tendrás que vivir en una caja de cartón debajo de la autopista.

Aquello lo  hizo sonreír. Obviamente, una niña de cinco años no entendía lo que eran las acciones, las inversiones y los ahorros. Para ella, una persona que no tenía un sueldo mensual, era un mendigo. Entonces, comprendió que ese era el mensaje que ¡e había trasmitido su madre y entendió que, económicamente, lo tenían que haber pasado mal. Eso se había terminado.

 —¿Qué trabajo? —preguntó Paula.

—La empresa que compró Alfonso Electronics lleva insistiéndome mucho tiempo en que trabaje con ellos. Acaban de conseguir un gran contrató con la empresa aeroespacial y quieren que yo participe en el proyecto.

— Enhorabuena. —Gracias.

—Ya iba siendo hora de que dejaras de sentir lástima por tí mismo e hicieras algo productivo aparte de saturar las salas de urgencias de los hospitales.

—Vaya, ¿tan mal lo he hecho?

—Sí —sonrió Paula.

Ella tenía razón, había estado mucho tiempo en un túnel oscuro, pero ahora veía la luz, la luz era la sonrisa de Paula.

—¿No me vas invitar a quedarme?

—Qué directo, ¿No?

—Cuando quiero algo, lo digo claramente.

—Siempre y cuando sea comida...

—¿Y si no es sólo comida?

—Entonces, te has equivocado de lugar.

—Mamá, Pepe, miren lo que he hecho.

 «Salvada por la campana», pensó Paula.

—Quítate la cazadora —le indicó la pequeña—.Dentro de casa hay que quitarse el abrigo.

Pedro miró a Paula, que suspiró y asintió. «Uno a cero», pensó. Más bien, dos a cero porque el día de Acción de Gracias también lo iba a pasar con ellas.

Paula miró a su familia, congregada alrededor de la mesa del comedor, y se preguntó cómo era posible sentirse inmensamente felíz y horriblemente nerviosa al mismo tiempo. La respuesta era muy sencilla: Pedro. Su madre estaba sentada en una cabecera y su padre en la otra, dispuesto a trinchar el pavo, Delfina estaba entre Gonzalo y Mauro, su prometido. Enfrente, estaban Pedro, Sofía y Paula. Ésta había hablado muy seriamente con toda su familia y les había dejado muy claro que no hablaran de la operación de ojos de Sofía, pero cabía la posibilidad de que alguien, sin querer, hiciera alguna alusión.  No era así como quería que Pedro se enterara de la verdad, pero no se le había ocurrido ninguna manera diplomática de decirle que la invitación para comer con ellos quedaba anulada y, ahora que lo veía con su familia, se alegraba de no haberlo hecho porque, de alguna extraña manera, parecía estar en su lugar.

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 45

—¡Pepe! —lo saludó Sofía corriendo hacia él.

Pedro abrió los brazos y se preparó para el impacto. Cuando Sofía llegó junto a él y lo abrazó, la tomó en brazos y la subió por los aires.

—¿Qué tal estás, preciosa?

—Muy bien. Estoy haciendo bizcochos con mamá para llevarlos a casa de la abuela mañana —contestó la niña—. ¿Nos ayudas?

—Sofi, a lo mejor Pedro tiene otras cosas que hacer —intervino Paula.

—No. no tengo nada mejor que hacer —contestó Pedro  saboreando el tener a la pequeña entre sus brazos—. ¿Qué bizcochos estás haciendo?

—Estamos haciendo bizcochos de calabaza, de manzana y de... ¿De qué es el otro, mamá?

—De picadillo de fruta.

—Eso, nunca me acuerdo —se rió la pequeña—.Te podrías venir mañana a casa de la abuela a pasar el día de Acción de Gracias con nosotros.

—Sofi, seguramente  tendrá otros planes.

—No, no tengo otros planes, pero no me gustaría pegarme.

—¿Qué es eso? —preguntó Sofía.

 —Es cuando alguien se cuela en una fiesta sin invitación —le explicó su madre.

—Pero tú estás invitado, yo te invito —insistió la pequeña—. A mi abuela seguro que no le importa. De hecho, siempre me dice que invite a mis amigos y tú eres mi amigo. La voy a llamar ahora mismo —añadió corriendo hacia el salón.

—Pedro, no quiero que creas que no quiero que vengas, pero...

—¿A lo mejor lo que te pasa es que tienes demasiadas ganas de que vaya?

Paula lo miró sorprendida y él comprendió que había dado en el blanco, pero, antes de que le diera tiempo de contestar, Sofía volvió a entrar corriendo en la cocina.

—La abuela dice que no hay ningún problema —anunció tomando a Pedro de la mano—. ¿Quieres venir?

 Pedro no sabía qué hacer. Por una parte, no quería poner a Paula en una situación difícil, pero, por otra, lo cierto era que pasar el día de Acción de Gracias con ellas era lo que más le apetecía en el mundo, así que se dejó llevar.

—Sí, claro que quiero ir —contestó sinceramente,aceptando la invitación.

—¡Yupi! —exclamó la pequeña dando saltos de felicidad.

Paula los miró complacida y asustada a la vez. Pedro comprendía su actitud, pero quería que entendiera que no tenía por qué asustarse con él ya que quería ser realmente su amigo para que comprendiera que, cuando realmente lo necesitara, estaría a su lado.

—Muy bien, entonces, ya está decidido, mañana pasas el día de Acción de Gracias con nosotros —le dijo Paula cruzándose de brazos—. ¿Y esas buenas noticias que habías venido a contarnos?

Pedro se dió cuenta de que ella lo estaba invitando a contarles lo que fuera y a irse cuanto antes. Quería mantener las distancias. No le iba a servir de nada porque Pedro estaba decidido a no alejarse mucho de ellas. Aunque hubiera querido, no habría podido porque a su lado se sentía vivo de nuevo. En cualquier caso, tenía la sensación de que Paula quería mantener las distancias con él para proteger de alguna manera a su hija.

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 44

—No pasa nada —le aseguró.

A continuación, cerró los ojos, tragó saliva, volvió a abrir los ojos y sonrió.

—Sofi, mi hijo nunca utilizó esa caña de pescar. No tuvo oportunidad de estrenarla porque murió en un accidente de tráfico.

Sofía se acercó  y lo tomó de la mano.

—Lo siento —le dijo—. ¡Ay, no tendría que haber dicho eso! —exclamó al instante—. No te vas a lanzar en monopatín a la autopista, ¿Verdad?

Paula observó aliviada cómo Pedro estallaba en carcajadas.

—No, claro que no —le dijo a la niña colocándose en cuclillas a su lado.

—Menos mal —suspiró Sofía.

Impulsivamente, la niña le pasó los brazos por el cuello y lo abrazó. Paula aguantó la respiración. Tal vez, la espontánea muestra de afecto de su hija fuera demasiado para Pedro.

—Gracias, Sofi —dijo,  abrazando a la niña también.

—¿Tú crees que a tu hijo le importaría que utilizara su caña de pescar? — preguntó la pequeña—. Prometo no romperla.

—Por supuesto que no —contestó él—.¿Quieres que nos llevemos jamón y queso para los peces?

—¿Pescas con jamón y queso? —se extrañó Sofía.

—Sí, en realidad, más que pescar, les doy de comer y juego con ellos.

—¡Yupi! ¿Dónde están el queso y el jamón?

—En el frigorífico de arriba —contestó—.Ve tú delante.

—No sé qué decir —comentó Paula una vez a solas.

—Ante todo, no me digas que lo sientes —le dijo Pedro tomándola entre sus brazos.

Paula sabía que la iba a besar y se dió cuenta de que corría el tremendo peligro de enamorarse de Pedro Alfonso.

—No encuentro el queso —dijo la niña  desde la parte de arriba.

—Voy a ayudarla —dijo Paula intentando zafarse. Pero él se lo impidió.

—Puedes correr, pero no puedes esconderte para siempre. Te aseguro que lo sé por experiencia.

Ella tragó saliva. No se podía ni imaginar Pedro cuánta razón tenía.

Abrió la puerta y Pedro se dió cuenta de que estaba cocinado, pues tenía harían en la cara, en el jersey negro y en los vaqueros. El hecho de que el día de Acción de Gracias fuera al día siguiente también era una buena pista. Teniéndola ante sí. Pedro no pudo evitar pensar que tenía muchas cosas por las que dar gracias aquel año.

—Hola —lo saludó Paula sorprendida—. ¿Qué haces aquí?

—Buena pregunta —contestó Pedro metiéndose las manos en los bolsillos—. ¿Me creerías si te dijera que mi casa se me hacía demasiado grande?

—Por supuesto que no —bromeó Paula.

—¿Y si te dijera que echo de menos tu comida?

—No me lo creería —contestó Paula apartándose un mechón de pelo de la cara. Sólo hacía un par de días que no la veía, pero la había echado enormemente de menos y, ahora que la tenía delante, no podía dejar de mirarla.

—¿Y si te dijera que tengo buenas noticias y nadie a quien contárselas?

—Entonces, empezaríamos a hablar en serio — contestó Paula haciéndose a un lado—. Me pica la curiosidad, así que pasa.

 Aquella mujer lo fascinaba. Por eso, en realidad, estaba allí, pero no osó decírselo porque realmente quería entrar y estar con ella. En cualquier caso, todo lo que le había dicho era cierto. Si Sofía y Paula no hubieran estado en su casa, jamás se habría dado cuenta de lo grande y vacía que le parecía.

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 43

Paula sabía que su hija tenía tantas ganas como ella de tener una familia, pero no le parecía buena idea que se encariñara con Pedro porque temía que, en cuanto le contara que su hija llevaba las corneas de su hijo, y lo tendría que hacer tarde o temprano. No querría volver a saber nada de ellas. Paula los siguió escaleras abajo hacia el garaje.

—¿Que necesitamos? —preguntó su hija.

—Lo primero, una nevera para llevamos algo de comer y beber —contestó Pedro.

—A mí me gustan mucho los zumos —sonrió la niña.

—Me lo imaginaba —sonrió él.

 Sin embargo, Paula se dió cuenta de que había dolor en sus ojos y se preguntó si todo aquello sería de verdad una buena idea. No quería ni imaginarse lo que Pedro estaba sufriendo en aquellos momentos, relacionándose de nuevo con un niño pequeño. Al instante, sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas y que se le formaba un nudo en la garganta.

—Muy bien —dijo Pedro soltando aire—. Tenemos muchas cosas que hacer, así que manos a la obra.

—Vamos allá —lo secundó Sofía.

Paula se quedó mirándolo mientras Pedro bajaba la nevera portátil de una estantería. Los vaqueros desgastados que llevaba y la sencilla camiseta de algodón se ajustaban a su cuerpo y marcaban sus maravillosos músculos.

—Estás muy callada —comentó él dejando la nevera en el suelo—. ¿Te pasa algo?

—No —mintió —. Simplemente, estaba censando que te apañas muy bien. No creo que te vaya a quedar ninguna secuela de las heridas.

—Es una pena porque a las chicas les encantan las cicatrices.

Paula sonrió.

—Sí, eso ya me lo dijiste en urgencias. ¿Lo sabes por experiencia?

¿Estaba celosa?

—¿Acaso a tí no te gusta Harrison Ford? —preguntó Pedro.

—¿A quién en su sano juicio no le gusta Harrison Ford? —sonrió Paula.

—¿Y no tiene él una cicatriz en la barbilla?

—La tiene.

—¿Lo ves?

—La verdad es que no me refería a las cicatrices de la cara cuando te he dicho qué tal te encontraba sino, más bien, a la pierna.

—Cada día la tengo mejor, aunque todavía  me duele un poco. Por eso he ido a ver al médico.

—¿De verdad? —exclamó ella sorprendida. mirando su hija.

Sofía estaba completamente concentrada, explorando, sacando juguetes de plástico de una gran bolsa y no parecía muy interesada en la conversación de los adultos.

—Sí —contestó Pedro—. He ido al traumatólogo para la recuperación y ya estoy yendo al físioterapeuta.

Aquello era maravilloso, un gran paso. No hacía ni dos semanas que Pedro había pedido el alta voluntaria en el hospital y ahora había ido de motus propio a ver a un especialista para curarse. Aquello le pareció a ella la señal inequívoca de que él  estaba cada vez mejor. Tal vez, había llegado el momento de contárselo todo. Pronto.

—Mamá, mira lo que he encontrado —dijo Sofía  muy sonriente—. Es una caña de pescar y es de mi tamaño.

Paula sintió que el corazón le daba un vuelco. Obviamente, era del hijo de Pedro.

—Sofi, deja eso en su sitio —le dijo a la niña corriendo hacia ella—. No se tocan las cosas que no son nuestras.

—Perdón —se disculpó la niña—. Pepe, ¿Por qué tienes una caña de pescar tan pequeña?

Paula tragó saliva. Definitivamente, todo aquello no había sido una buena idea.

—Era de mi hijo Marcos —le explicó Pedro a la niña.

—¿Tienes un hijo?

—Sofi, no preguntes...

Pedro miró a Paula a los ojos y negó con la cabeza.

miércoles, 22 de febrero de 2017

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 42

Pedro asintió y se encontró pensando en Sofía.

—¿Sabes quién recibió las corneas de Marcos?

—Sí —contestó Juana.

—¿Es un niño o una niña?

—Una niña.

—¿Cuántos años tiene? —preguntó—. No, no. No lo quiero saber.

—Como quieras.

—¿Y sigues manteniendo el contacto? Quiero decir, ¿Ves a la gente que lleva los órganos de Marcos?

 Aquella pregunta le había abierto la terrible herida y le había dolido, pero no tanto como había creído.

—Sí.

—¿Ves a la niña que lleva sus corneas?

 —Sí. Su familia siempre ha querido darte las gracias. Si quieres, podría concertar una cita con ellos y...

—Todavía no —la interrumpió Pedro.

—Muy bien. Si cambias de opinión, dímelo —sonrió Juana—. Te veo muy bien, ¿Sabes? Muy contento .

—Sí, bueno, es que dentro de un rato van a llegar Paula y su hija, hemos quedado para pasar el día juntos en la playa —confesó Pedro.

—¿Ah, sí? —exclamó Juana poniéndose en pie de un salto.

—Sí. ¿Por qué no te quedas y las conoces?

—Me encantaría, pero me acabo de acordar de que había quedado y me tengo que ir inmediatamente.

—Pero si acabas de llegar —se extrañó Pedro.

 — De verdad, me tengo que ir — insistió su suegra corriendo hacia la puerta.

—Bueno, ya hablaremos la...

Pero Juana ya se había ido.

—Hola, perdona que hayamos llegado tarde —dijo Paula  cuando Pedro abrió la puerta un rato después.

—No pasa nada. Hola, Sofi.

—Hola.

— Pasen.

Paula entró, pero Sofía se quedó parada junto a la puerta, miró a Pedro y sonrió.

—Pedro dice que entres —le dijo él.

Sofía  sonrió y entró.

—¿Cuándo vamos a montar en bici? —preguntó.

—Sofi, no es de buena educación hacer tantas preguntas —dijo su madre—. Perdón.

— Va la segunda vez que me pides perdón y no habéis hecho más que llegar, así que, como lo vuelvas a hacer, me lanzo en monopatín por la ladera que va directa a la autopista —bromeó Pedro—. Hace un día maravilloso y están aquí para pasarlo bien, así que nada de pedir perdón.

 —Lo que Pepe diga —bromeó Sofía.

—Vamos abajo a por las cosas —le indicó Pedro  guiándolas hacia el sótano.

Sofía  lo siguió corriendo. La niña estaba encantada con la excursión y no había dejado de hablar y de preguntar por Pedro en todo el día.

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 41

Paula  lo miró medio enfadada. Pedro la había colocado entre la espada y la pared. No podía decir que no si no quería darle un disgusto a su hija. Así que se dijo que por una vez no iba a pasar nada, pero que no debía olvidar que lo primero en su vida, por encima de su propia felicidad, era Sofía y que no debía dejar que la niña, que obviamente se moría por tener un padre, se hiciera ilusiones con Pedro.

—Digo que muchas gracias —accedió.


El domingo por la mañana. Pedro fue a hacer la compra y volvió a casa silbando muy contento. Hacía mucho tiempo que no silbaba. Lo cierto era que hacía mucho tiempo que no se sentía tan feliz. Le apetecía mucho pasar el día con Paula y Sofía y , por si acaso a la pequeña le apetecía algo, se había acercado al supermercado. Desde la muerte de Marcos, ni siquiera se había atrevido a volver a mirar los productos que a su hijo le gustaban, pero aquella mañana, aunque le había dolido sobremanera, había echado en el carrito sus galletas, sus zumos y sus sandwiches preferidos por si Sofía tenía los mismos gustos que él. La verdad era que le apetecía mucho ver a la pequeña. Y a su madre. Aunque era obvio que Paula no confiaba en los hombres después de lo que le había hecho el padre de su hija. Estaba decidido a demostrarle que no todos los hombres eran iguales. Tenía que demostrarle que podía confiar en él, pero no iba a ser fácil porque se moría por estrecharla entre sus brazos y besarla hasta dejarla inconsciente. Estaba terminando de colocar la compra en la cocina cuando oyó que llamaban al timbre. Al abrir la puerta, se sorprendió al ver que era Juana.

—Hola —la saludó.

—Hola —contestó su suegra—. He venido a ver qué tal estabas. La última vez que me pasé por aquí, si mal no recuerdo, no estabas de muy buen humor.

Pedro recordaba perfectamente aquel día, pero le costaba creer que hubiera sido hacía sólo un par de semanas.

—Pasa.

—Gracias —contestó Juana  pasando al salón y sentándose en el sofá—. Veo que estás mejor.

 —El otro día me comporté como un idiota —admitió Pedro sentándose a su lado—. Estuve muy desagradable.

—Ni que lo digas.

—¿Quieres beber algo?

—No, lo que quiero es que me digas a qué se debe este cambio.

Pedro no pudo evitar sonreír.

—A una mujer.

 Juana enarcó una ceja.

—Se llama Paula Chaves—le explicó Pedro —. Es enfermera y la conocí en urgencias la noche que me ingresaron.

Pedro tuvo la extraña impresión de que su suegra reaccionaba al oír aquel nombre, pero se dijo que debían de haber sido imaginaciones suyas.

—Pues no sé qué te habrá dado, hijo, pero te ha sentado de maravilla.

¿Qué le había dado Paula? No le había dejado parar, le había hablado con franqueza y le había mostrado altas dosis de comprensión. La combinación había resultado irresistible y lo cierto era que se encontraba mucho mejor, pero todavía había ciertas cosas, cosas de las que nunca había hablado con Juana, que lo seguían preocupando. Por ejemplo, qué había ocurrido después del accidente.

—Juani, he estado pensando en... Marcos.

Juana lo miró sorprendida.

—Cuando murió... bueno, me dijiste que querías ponerte en contacto con todas las personas que recibieron sus órganos,¿No?

 Juana asintió.

—¿Lo hiciste?

—Sí, me puse en contacto con las personas que recibieron los órganos de Marcos y de Diana, de los dos.

 —¿Tú no tienes a veces la sensación de que tu hija está por ahí en trozos?

—No, yo recuerdo a mi hija como una mujer maravillosa y llena de vida. Gracias a ella, el hombre que recibió su corazón disfruta de su vida junto a su mujer y sus cinco hijos, el hombre que recibió sus ojos va a ver a su primer nieto, la joven que lleva sus ríñones está criando sana y fuerte a su primer hijo. Cuando pienso en mi hija, pienso en ellos.

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 40

Paula se quedó de piedra.  Pedro parecía encantado con su incomodidad .

—¿Cómo? —le dijo a Sofía para intentar ganar tiempo.

—¿Por qué has dicho que los amigos no se acuestan?

 —No. no he dicho eso —mintió Paula—. He dicho que... hay muchas cuestas...

Sofía  la miró confusa.

—Hay muchas cuestas en... —intentó improvisar su madre.

—En mi casa —intervino Pedro—. Verás, le estaba diciendo a tu madre que sería muy divertido que se vinieran un día las dos a pasar el día a la casa que tengo en la playa. Podrían llevar las bicicletas.

Sofía lo miró con los ojos muy abiertos y Paula suspiró aliviada.

—Mi tío Gonzalo siempre me dice que me va a llevar a la playa y nunca me lleva —se lamentó la niña—.¿Cuándo podríamos ir, mamá?

—¿Eh? No sé, no va a ser fácil porque nos tienen que coincidir los horarios y...

—Te recuerdo que yo no trabajo —dijo Pedro.

 —¿No trabajas? —se extrañó Sofía—. Entonces, ¿Vives en una caja de cartón debajo de la autopista?

—No —rió Pedro—. ¿Por qué dices eso?

—Porque, cuando le digo a mamá que no vaya a trabajar un día y que se quede conmigo en casa me dice que, si no va a trabajar, no gana dinero y acabaríamos viviendo en una caja de cartón debajo de la autopista.

—Sofi... —la reprendió su madre.

—No lo entiendo, mamá. Si Pedro no trabaja, ¿Cómo es que tiene una casa? ¿Y cómo paga la comida y la ropa? Nunca había conocido a nadie que no trabajara.

—No es de buena educación hacer ese tipo de preguntas, Sofi.

—Pero siempre me dices que pregunte cuando no entienda algo y esto no lo entiendo —insistió la niña—. Yo voy al colegio, tú vas al hospital, el abuelo va a la consulta, el tío Gonzalo va a la oficina, la tía Delfina también al hospital. ¿Y Pedro qué hace si no trabaja?

 —A veces, los mayores trabajamos mucho durante una época de nuestra vida, metemos mucho dinero en el banco y luego no volvemos a trabajar —le explicó Pedro.

—Entonces, ¿Tienes dinero para vivir?

—Sí.

Sofía lo miró mucho más tranquila.

—Bien, entonces, ¿Cuándo vamos a tu casa a montar en bici?

—Sofi, ¿Por qué no vas a tu habitación a terminar de recoger mientras yo hablo de esto a solas con Pedro? —intervino su madre.

—Porque ya he terminado de recoger mi habitación. mamá. Estás intentando deshacerte de mí para quedarte a solas con Pedro.

—¿Es eso cierto? —dijo el aludido enarcando una ceja—. ¿Te quieres quedar sola conmigo?

Paula  no pudo evitar sonrojarse.

 —A ver, Sofi ¿Tan difícil de entender es que no podemos dejarlo todo e irnos a la playa?

—¿Por qué no? —contestó la niña.

—Sí, eso, ¿Por qué no? —la secundó Pedro.

Dos contra una.

—Porque tenemos que hacer la compra y otros recados. Sólo tengo dos días libres y...

—¿No trabajas este fin de semana? —dilucidó Pedro.

—No —contestó Paula a regañadientes.

Había accedido a ser su amiga, pero no quería que su hija se involucrara en su relación. Había conseguido colarse en su casa y había encandilado a la pequeña y ahora no sabía cómo salir de aquel atolladero sin parecer una mala persona.

—¿Qué te parece si las ayudo a hacer todo lo que tengan que hacer y mañana nos vamos a la playa? —propuso Pedro.

—¡Yupi! —gritó Sofía—. Pedro dice que nos vamos a la playa.

—¿Qué dices, Paula?

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 39

—¿Ah, sí? —sonrió Paula—. ¿Y se puede saber por qué dices eso aparte de porque te has metido en un buen lío, señorita?

—Lo digo porque Pedro está mucho mejor —contestó la pequeña.

—¿Y tú cómo lo sabes?

—Porque puede andar.

—Eres una chica muy observadora, pero con el señor Alfonso nunca se sabe, porque podría ser que se hubiera saltado los consejos del médico a la torera y por eso estuviera andando.

—Ah.

—En cualquier caso, ¿No me habías dicho que ibas a recoger tu habitación?

—¿Ahora? —Me parece un momento como otro cualquiera, así que venga, manos a la obra.

—No lo has dicho bien —contestó Sofía.

Pedro no pudo evitar sonreír.

—Pedro dice que vayas a recoger tu habitación — le dijo.

—Así sí —sonrió la pequeña saliendo del salón—.No te vayas hasta que haya vuelto —le dijo.

—Haré lo que pueda —contestó Pedro—. Es una niña muy especial —le dijo a su madre una vez a solas.

—Sí —contestó Paula.

—¿No es un poco pequeña para llevar gafas?

—¿Por? —exclamó Paula.

—No sé, se me hace un poco pequeña para tener que llevarlas.

—Hay un montón de niños que llevan gafas — contestó ella a la defensiva.

Por lo que le había dicho Sofía y cómo estaba reaccionando su madre, Pedro tuvo la certeza de que sus sospechas eran ciertas.

 —¿Tiene todo esto algo que ver con que su padre se fuera?

—Pedro...

—Contesta. ¿Se fue porque Sofía tenía problemas en los ojos?

—Sí, Sofi nació con una lesión ocular y tenía muchas posibilidades de quedarse ciega —le explicó.

—Me ha dicho que el médico le arregló los ojos.

Paula  asintió.

—La operaron.

—¿Por qué no me lo habías dicho?

—¿Y por qué te lo iba a tener que decir? Nuestra relación era meramente profesional —mintió Paula desviando la mirada.

—Mira, ya estoy un poco harto de que siempre que intento acercarme a tí, me salgas con lo de la profesionalidad. Lo haces porque huyes de la verdad.

—Me importa un bledo si estás harto o no —contestó Paula sin negar que estaba huyendo de la verdad.

 ¿Para qué negarlo cuando era cierto? No quería enfrentarse a la verdad porque la verdad era que se estaba empezando a enamorar seriamente de Pedro. Y no quería.

—Me parece que dejamos atrás el plano profesional hace una semana.

—Eso nunca debería haber sucedido.

—Pero sucedió —insistió Pedro—. Y te fuiste. Creía que éramos amigos.

—Era tu enfermera.

—Te fuiste —insistió él.

—Deberías estar contento porque tu seguro médico se está ahorrando unas cuantas jornadas de mi sueldo. Además, veo que estás muy bien.

—Estoy mejor, sí.

—Entonces, estarás de acuerdo conmigo en que no necesitas una enfermera para nada. ¿Se puede saber qué haces aquí? Había ido a buscarla porque, a lo mejor, no necesitaba una enfermera, pero sí necesitaba una amiga.

—Me había acostumbrado a que me dieras órdenes.

—Me has echado de menos.

—Tanto como a un dolor de muelas.

Paula se rió.

—Desde luego, eres de lo que no hay.

Pedro estaba seguro de que ella había salido corriendo de su casa porque estaba tan asustada como él de volver a sentir algo por alguien, pero eso no quería decir que no quisiera devolverle el favor que le había hecho devolviéndole las ganas de vivir. Quería estar a su lado y ayudarla en todo lo que pudiera, demostrarle que no todos los hombres eran unos canallas que se iban cuando más se los necesitaba. Aquello podía ser peligroso, pero ya no había marcha atrás. Paula le había dado ganas de vivir y allá iba.

—¿Por qué has venido a buscarme?

—Porque necesito una amiga.

Paula lo miró sorprendida.

—No sé...

—Me dijiste que querías que volviera a vivir y lo estoy intentando. Por favor, ayúdame.

Paula se quedó mirándolo y a Pedro le pareció que veía miedo en sus ojos.

—Está bien, somos amigos, pero...

—¿Las normas? —sonrió Pedro.

—Efectivamente, las normas. Bueno, sólo una —sonrió Paula.

—Dispara.

—Los amigos no se acuestan.

—¿Qué es acostarse, mamá?

Pedro sonrió divertido. ¿Cómo no le iba a caer bien una niña que elegía ese preciso instante para interrumpir una conversación de dos adultos?

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 38

—Hola, Sofía —la saludó fijándose en que llevaba gafitas.

—¿Cómo sabes cómo me llamo?

—Me lo ha dicho tu madre. Por cierto, ¿Está en casa?

 La niña asintió.

—Está limpiando su habitación y tiene la música a todo volumen porque, como no le gusta nada limpiar, dice que así lo hace más rápido. Efectivamente, se oía la música y el aspirador, lo que explicaba por qué Paula no había ido a abrir la puerta.

—¿Y te deja tu madre abrirle la puerta a un desconocido?

—No, pero a tí te conozco porque hemos hablado por teléfono.

Pedro sonrió ante la lógica aplastante de la pequeña.

—¿Puedo pasar?

—¿Cómo se pide? —contestó Sofía

—Por favor —sonrió Pedro.

—No. Se dice «Pedro pregunta si...»

—¡Ah! —exclamó,  recordando el juego—Pedro pregunta si puede entrar.

—Muy bien. Adelante.

Pedro entró y miró a su alrededor. Aquella casa era exactamente igual que su propietaria. Había fotografías por todas partes, muñecos de peluche y películas.

 —Tienen una casa preciosa —le dijo a Sofía.

—Mamá dice que es perfecta para nosotras dos. También dice que estamos las dos solas frente al mundo. Simón se quedó mirando a aquella niña que hablaba como una adulta.

—Me gustan tus gafas.

—Gracias, mamá me ha explicado que tenía los ojos mal y que el médico me los arregló, pero tengo que llevar gafas para poder ver —le explicó Sofía.

Aquello lo sorprendió pues la niña no debía de tener más de cinco años, dos años menos que su hijo, pero hablaba de aquello como si no lo recordara.

—¿No te acuerdas de cuando el médico te los arregló?

—No, era muy pequeña —contestó Sofía encogiéndose de hombros—. Mamá dice que con gafas tengo pinta de ser más lista que los ratones coloraos.

—Yo creo que te quedan muy bien, estás muy guapa.

—Muchas gracias, no sabía que los ratones fueran guapos —rió Sofía.

Pedro también se rió y sintió como si algo se hubiera roto en su interior. ¿La capa de hielo que le envolvía el corazón? No, demasiado poético para él. En aquel momento, le pareció detectar un movimiento en la puerta del salón.

—Sofi, te tienes que bañar... ¡Oh!

Era Paula.

—Mira, mamá, es Pedro —le dijo su hija.

—Ya lo veo —contestó Paula acercándose a ella y abrazándola como si la quisiera proteger de algo—.No deberías haber abierto la puerta. Te tengo dicho que no se le abre la puerta a los desconocidos.

—Pero a Pedro lo conozco, hablé el otro día por teléfono con él y además, le he preguntado «¿Cómo dice Pedro?» y ha contestado bien.

—Ya hablaremos de esto tú y yo a solas.

Sofía  se quedó mirando a su madre y Pedro se preguntó si el motivo por el que su padre las había abandonado no habría sido sus problemas en los ojos.

—Mamá, eres la mejor enfermera del mundo.

lunes, 20 de febrero de 2017

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 37

—¿Preservativos?

—Sí —contestó Paula—. ¿Estarán bien después de tanto tiempo? ¿Los preservativos tienen fecha de caducidad?

Aquello hizo reír a Juana.

—¡Cualquiera diría que eres enfermera! ¿Se rompió?

—No lo sé —contestó Paula sonrojándose de nuevo—. Salí de allí como alma que lleva al diablo.

—Y no quieres volver —suspiró Juana—. Obviamente, porque te sientes atraída por él. Tú no eres delas que se acuestan con cualquiera.

—Según Pedro, soy de las que les gustan los arcoiris y las cenas a la luz de las velas —sonrió Paula.

—Efectivamente. Eres una romántica en busca de amor. Esto es genial.

Paula no lo creía así en absoluto.

—Pau, por fin se ha abierto. Sin tí, no sé si va a encontrar la fuerza suficiente para terminar el proceso que tú le has hecho empezar.

—¿No comprendes que yo no quiero ser esa fuerza? Yo tengo que pensar en mi hija.

—¿Y no crees que podrías...?

—No y tú lo sabes mejor que nadie. Yo quiero que mi hija tenga una familia. Aunque Pedro pudiera asumir que mi hija ve gracias a que su hijo ha muerto, no está dispuesto a volver a amar de nuevo.

—¿Eso te lo ha dicho él?

—No, pero no...

—Estás dando por hecho cosas que no sabes y sólo se me ocurre una razón por la que lo estás haciendo.

 —¿Cuál?

—Que a tí también te da miedo volver a amar.

— ¿Ya has estado yendo a esas clases otra vez?

—Eso mismo me dice Pepe siempre que le digo algo que no quiere oír.

—No es lo mismo.

—Me encantaría seguir hablando contigo, pero tengo que volver a la UCI — anunció Juana mirando la hora que era.

—Perdona por entretenerte —se disculpó Paula.

—Pau, no lo abandones. Todavía le tienes que decir que tu hija recuperó la vista.

Paula se quedó mirando a su amiga mientras Juana salía de la cafetería y se dijo que no tenía nada más que decirle a Pedro porque él no había aprobado las donaciones. Menos mal que no le había contado nada. Lo echaba terriblemente de menos y eso demostraba que había empezado a enamorarse de él. Menos mal que había salido de su casa y de su vida a tiempo.


Pedro llamó a la puerta de casa de Paula. Había sido muy fácil encontrarla pues sabía que estaba en el listín telefónico y no había muchas personas apellidadas Chaves. Mientras esperaba, oyó unos piececitos que corrían hacia la puerta.

—¿Quién es? —le preguntó una niña pequeña.

—Soy Pedro.

—¿El paciente de mi madre de la pierna mala?

Pedro se había quitado la férula protectora y había dejado las muletas en casa, así que nadie hubiera dicho que tenía mal la pierna, lo que suponía que le iba a costar una buena reprimenda por parte de su enfermera.

—Sí, exactamente —contestó—. Nos conocemos de haber hablado por teléfono, ¿Te acuerdas? Me contaste lo del día del pijama.

 —Sí —dijo la niña abriendo la puerta.

Pedro se quedó mirándola atónito. Era una copia en miniatura de Paula, un angelito. Sin embargo, no pudo evitar sentir un gran dolor en el pecho. Ver a un niño pequeño le producía aquel dolor.

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 36

—No y eso me preocupa. Tú y yo hemos hablado mucho de este tema, Juana. Las dos sabemos que es bueno para las familias hablar de la donación de órganos, pero han pasado dos años y Pedro parece no haberse recuperado. No lo entiendo. Si accedió a donar los órganos...

—No fue él —la interrumpió Juana—. Fui yo.

—No me lo habías dicho —se sorprendió Paula.

—No lo estimé necesario. Cuando ocurrió el accidente, Pepe estaba volviendo en avión y no pude ponerme en contacto con él hasta transcurridas unas horas. Tras divorciarse, Diana me había dado un poder notarial por si ocurría algo. Jamás creí que tuviera que utilizarlo. Nadie mejor que tú sabe que los órganos donados para trasplante duran un breve lapso de tiempo. Eso,unido a que, de alguna manera, donar los órganos de mi hija y de mi nieto me hacía dar sentido a algo que no lo tenía, como perderlos, me decidió a firmar.

Paula asintió.

—Desgraciadamente, Pepe no pudo ir paso a paso, como yo sino que cuando llegó, se lo encontró todo hecho y no entendía nada.

—¿No le pareció bien lo que habías hecho? —preguntó Paula con el alma en vilo.

—Se enfadó muchísimo —contestó Juana—. Ahora entenderás que lo último que le apetecía era conocer a las personas que querían darle las gracias por algo que él no hubiera hecho. Una parte de él murió cuando perdió a Marcos y me culpó por...

—No lo hagas, Juana. Te digo de todo corazón que estoy convencida de que algún día entenderá lo que hiciste.

—Espero que ese día llegue pronto, que no falte mucho para que pueda olvidar el pasado y seguir adelante. Por lo que me has contado, parece que ha progresado bastante. Lo que no entiendo es por qué lo has dejado. ¿Qué ha hecho?

—Nada, no es importante. Lo que importa ahora es que tu yerno ha comenzado a recuperar las ganas de vivir.

—Entonces, tienes que volver a su lado.

Paula  se quedó mirando el refresco.

 —¿Porqué yo?

—No lo sé —contestó Juana—. Lo único que sé es que lleva dos años muerto y lo único que hace es tener aficiones cada vez más peligrosas. Estoy preocupada por él. Por alguna razón, tú has conseguido pararlo y creo que eres la única persona que puede conseguir que deje de vivir tan peligrosamente.

—Es imposible que sea yo. De verdad, sé por qué lo digo. Hay un buen motivo por el que no puedo volver a su casa.

—¿Te has acostado con él?

Paula miró sorprendida a su amiga.

—Dicen que el que calla otorga —sonrió Juana.

—¿Cómo lo sabes?

—Será la intuición femenina. En cualquier caso, me parece un buen síntoma ya que sé a ciencia cierta que no ha estado con ninguna mujer desde el accidente.

—Yo creo que si porque tenía... —dijo Paula sonrojándose.

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 35

Paula entró en la cafetería del hospital y se sirvió un refresco bajo en calorías y una pieza de fruta. Había dado por terminado su trabajo en casa de Pedro el día anterior y había vuelto a su tumo normal en urgencias. Mientras esperaba para pagar, miró a su alrededor. El comedor estaba prácticamente vacío. De repente, vió una cara conocida junto a la ventana y se acercó.

—¿Te importa que me siente contigo?

Juana levantó la mirada sorprendida y, al ver que era ella, sonrió encantada.

—Hola, siéntate.

—Gracias —contestó Paula sentándose y diseccionando la manzana con precisión quirúrgica—. ¿Qué haces por aquí?

—Me han llamado —contestó Juana.

Paula recordó que su amiga trabajaba ahora para una organización de voluntarios que se encargaba de hacer de enlace entre los hospitales y los familiares de pacientes muertos que pudieran donar órganos. Durante una semana al mes. Juana tenía que estar disponible las veinticuatro horas del día para atender a cualquier familia que hubiera perdido a un ser querido, para apoyarla en aquellos momentos tan duros y contestar a cualquier pregunta.

—¿Te han llamado por lo de la chica del accidente de coche?

 Juana la miró con tristeza.

—Sí, tiene lesiones irreversibles en el cerebro y la están manteniendo viva con respiración asistida mientras la familia toma una decisión.

Paula  alargó el brazo y le apretó la mano.

—Tiene suerte de tenerte. Eres la mejor.

—Lo sé —suspiró Juana.

—Y la más humilde.

—Qué bien me conoces —sonrió Juana intentando animarse—. ¿Y tú qué haces por aquí?

—Había poca gente en este turno.

—¿Y Pedro? ¿Ya has terminado con él?

 ¿Se ha recuperado por completo? Lo cierto era que Paula sospechaba que su capacidad de recuperación era increíble, pero se había sido tan rápidamente el día anterior que no le había dado tiempo a comprobar si estaba completamente restablecido. Y aquello no era algo que le apeteciera compartir con su amiga, así que se revolvió incómoda en la silla.

—Está mucho mejor.

—Lo has dejado, ¿No?

—Sí —admitió Paula.

—¿Por qué? Creía que las cosas iban mejor.

—Depende de lo que entiendas por mejor. Es verdad que se ha abierto un poco. —Eso es bueno —dijo Juana—. ¿Qué te ha contado?

—Me habló del divorcio, me dijo que estaba muy entregado a su trabajo y que viajaba mucho.

Juana asintió.

—Diana siempre se quejaba de eso. En cualquier caso, mi hija no sabía estar sola. ¿Qué más te ha contado?

—Ayer me contó que ambos murieron en un accidente de coche y que se culpa por ello.

—¿Todavía? —dijo Juana sacudiendo la cabeza.

Paula asintió.

—Pobrecito... bueno, en cualquier caso, has conseguido que se abra. ¿Te ha dicho algo de la donación de órganos? ¿Te ha dicho cómo se siente por ello?

Paula negó con la cabeza y se acordó del dolor que había visto en los ojos de Pedro.

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 34

—¿Te ha gustado?

—Mucho —contestó,  abriendo los ojos y  sintiendo la erección de Pedro en la pierna—. Ahorate toca a tí.

—¡Bien! —bromeó Pedro abriendo el cajón de la mesilla y sacando un paquete de preservativos.

—Menos mal que uno de los dos se ha acordado—comentó Paula.

—Están aquí desde hace un millón de años —contestó,  colocándose un preservativo con manos temblorosas. A continuación, se tumbó entre sus piernas.

—Hace mucho tiempo que no lo hago y no sé si...

Paula le puso un dedo sobre los labios.

—Paula dice que no pienses, que sólo sientas. Cállate y bésame.

Pedro sonrió y la besó. Sentirlo tan cerca era maravilloso y, cuando se adentró en su cuerpo, maravilloso se convirtió en increíble. Moviéndose al unísono ambos alcanzaron el orgasmo. Cuando pudieron recobrar la respiración de nuevo, se quedaron abrazados en silencio. Al cabo de un rato. Él la besó en la boca y se levantó. Al instante, Paula recuperó la cordura y se preguntó qué demonios había hecho. Estaba muy claro, se había acostado con su paciente, el peor error que podía cometer una enfermera. Sólo había una manera de arreglarlo, así que se apresuró a ponerse en pie, a vestirse y a bajar al baño que había en la planta de entrada. Cuando salió. Pedro  la estaba esperando junto a la chimenea.

—Hola.

—Hola.

—Veo que te has vestido. ¿Significa eso que no te vas a quedar a dormir?

 —No, me tengo que ir —contestó Paula.

—¿Por qué? —quiso saber Pedro cruzándose de brazos—. Sofía está durmiendo en casa de tus padres.

—Me parece que ha quedado muy claro que ya no me necesitas.

—¿Por qué dices eso?

—Porque me acabas de demostrar que físicamente estas perfectamente, así que no voy a volver.

—¿Porqué?

—Me parece que es bastante obvio.

—¿Por qué hemos hecho el amor?

—Bingo.

—¿Y si te dijera que no volverá a ocurrir?

—No te creería.

—Chica lista.

—Mira, Pedro, me ha costado mucho ser enfermera y no puedo tirarlo todo por la borda. Lo cierto es que no confío en tí.

—Me gustaría que quedara claro que no he sido yo quien te ha besado.

—No, he sido yo —admitió Paula sintiéndose como una idiota.

—No te vayas —le pidió Pedro.

Paula lo miró a los ojos. No podía ser.

—Lo siento, Pedro, pero me tengo que ir. Gracias por todo.

—¿De qué tienes miedo, Paula? —dijo, agarrándola del brazo.

—Adiós, Pedro —contestó ella apartándose de él y corriendo hacia la puerta—. No te lo tomes a mal, pero espero no volver a verte por urgencias.

—Paula...

—Adiós —se despidió Paula  corriendo hacia su coche.

Su misión estaba más o menos terminada. Pedro se había abierto, pero ahora era ella la que se cerraba. Se iba no porque tuviera miedo de perder el trabajo sino porque tenía miedo de perder el corazón. Menos mal que se había dado cuenta a tiempo.

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 33

—Quítate la camiseta —le pidió.

Paula le dedicó una sonrisa llena de erotismo, pero no se movió.

— Pedro te dice que te quites la camiseta.

Ella  se sacó la camiseta, quedando ante él prácticamente desnuda, pues sólo llevaba un minúsculo sujetador de encaje blanco. A Pedro le pareció que no había visto nunca nada más bonito. Se acercó a ella y le desabrochó el sujetador. A continuación, dió un paso atrás y admiró su cuerpo. Paula tenía un cuerpo perfecto, femenino y maravilloso, que él se moría por explorar.

—A Pedro le parece que llevas todavía demasiada ropa.

Paula  sonrió.

—Paula dice que tú primero.

 — Así no se juega — sonrió Pedro.

—Nuevas normas.

—Está bien, soy un hombre fácil.

Y dicho aquello, se quitó los pantalones y los calzoncillos. Paula se quitó los zapatos y comenzó a desnudarse también, pero Pedro se lo impidió. Quería desnudarla él.

—Eres preciosa —le dijo sinceramente cuando hubo terminado.

—Gracias.

Pedro  se sentó en el borde de la cama y le abrió los brazos y Paula no se lo pensó dos veces. Cuando su espalda entró en contacto con las sábanas, que estaban frías, se estremeció.

—Parece que las guardas en el congelador, hombre —dijo imitándolo.

—Para eso estoy yo aquí, para calentarte —le aseguró él  con voz sensual—. Cierra los ojos.

Paula enarcó una ceja.

—Pedro dice que cierres los ojos —sonrió él.

Paula volvió a estremecerse, pero de anticipación aquella vez. La atracción que sentía por aquel hombre era demasiado intensa como para intentar controlarla, así que hizo lo que le pedía y cerró los ojos. A continuación, sintió sus labios en los párpados, en la naríz, en las mejillas y en la boca al mismo tiempo que sentía sus manos en la tripa, en los pechos... Cuando Pedro le acarició los pezones, sintió tal descarga eléctrica que abrió los ojos.

—Pedro dice que cierres los ojos.

—Pero...

— Pedro dice que no discutas.

Paula volvió a cerrar los ojos y se dijo que para qué discutir cuando aquello era maravilloso. Como si le hubiera leído el pensamiento, Pedro siguió acariciándola. El escote, el cuello, el lóbulo de la oreja. Sintió que la respiración se le aceleraba. Quería que la tocara por todas partes. De nuevo como si le leyera el pensamiento, Pedro  deslizó la mano por su abdomen, le separó las piernas y llegó al centro de su feminidad. Ella no pude evitar gemir de placer. Pedro siguió acariciándola hasta que sintió que se le tensaba el cuerpo entero y, entonces, vió fuegos artificiales y se apretó contra su mano con todas sus fuerzas.

domingo, 19 de febrero de 2017

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 32

—Hay que seguir adelante, Pedro—lo animó—. Tú querías a tu hijo y su madre lo quería. No había razón para creer que no estaba seguro con ella.

Pedro se llevó las manos a los ojos.

—Lo echo tanto de menos...

 —No voy a decir que sé cómo te sientes por qué no lo sé, porque no quiero ni imaginarme cómo me sentiría yo si perdiera a mi hija, pero...

—Como me digas que lo sientes, te aseguro que me pongo a patinar con muletas —intentó bromear Pedro.

—No, no te voy a decir que lo siento, aunque realmente lo siento, lo que quiero decirte es que tienes que aprender a vivir de nuevo —contestó Paula con lágrimas en los ojos.

Pedro había abierto sus heridas para sanarlas, para que salieran las toxinas, pero ella sabía que quedaba un último escalón, tenía que contarle que la muerte de su hijo no había sido en vano, que gracias a Marcos, Sofía veía. Su instinto le decía que no era aquel el momento, pero sería en breve y, ¿Qué pasaría entonces? ¿Cómo se lo tomaría? ¿Volvería a cerrarse y no dejaría que nadie se acercara a él jamás? Pedro la miró y  cometió el error de mirarlo a los ojos. Al hacerlo, la visión se le nubló y sintió que las lágrimas comenzaban a resbalarle por las mejillas.

—Paula...

—No te preocupes por mí —le dijo poniéndose en pie.

Pero Pedro la agarró del brazo.

—Mírame.

Paula negó con la cabeza, pero él  le tomó el rostro entre las manos y la miró a los ojos.

—Por favor, no llores por mí.

Paula sentía su cercanía y se moría por sentir sus labios, así que cerró los ojos y esperó, pero Pedro no la besó. Abrió los ojos extrañada y se dió cuenta de que, aunque le había llevado su tiempo. Pedro había aprendido por fin a respetar las normas. Le estaba diciendo que todo dependía de ella, que, si ella quería, ocurriría lo que él deseaba que ocurriera.  Se dijo que podía denegar la invitación, pero entonces jamás sabría lo que era hacer el amor con un hombre como aquel. En realidad, no tenía opción.


Pedro esperó temiendo que Paula se echará atrás. Jamás había deseado tanto a una mujer, deseaba con todo su ser que lo besara. De repente, sintió que Paula y sólo Paula podía curarlo. Por primera vez en dos años, quería acariciar y ser acariciado. Él, que había creído que jamás podría volver a sentir nada más que angustia, tenía la sensación de que, por fin, respiraba de nuevo. Se sentía como un hombre que se está ahogando y al que, de repente, alguien agarra desde la superficie del agua. Paula lo besó y  sintió que el mundo se paraba. Al instante, le devolvió el beso, un beso apasionado y febril.

—Vamos a mi habitación —propuso.

—Sí —contestó Paula mojándose los labios.

Aquel gesto inocente hizo que el deseo de Pedro se desbordara y que la erección amenazara con atravesarle los pantalones. Ella  le ayudó a subir las escaleras y, una vez en su habitación. Pedro la tomó de la mano y la condujo a la cama.

—¿Estás segura?

—Sí, pero creo que...

—No pienses, limítate a sentir —la interrumpió, poniéndole un dedo sobre los labios. A continuación, se inclinó sobre ella y la besó.

Paula se estremeció. Pedro le soltó el pelo que llevaba recogido con una horquilla y los cabellos dorados le cayeron sobre los hombros.

 —Maravillosa —murmuró.

Paula le puso las manos en el pecho, las deslizó hasta la cinturilla del pantalón, le sacó la camiseta, pasó las manos por debajo y le acarició la piel desnuda. La sensación de conexión que Pedro experimentó fue indescriptible. Aquello era lo mejor que le había sucedido en mucho tiempo. Necesitaba a sentirla más cerca.

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 31

—Por supuesto que no. Me gustaría saber, por ejemplo, por qué has ingresado en urgencias tres veces en dos años. Te confieso que lo que me contaste la noche que te ingresaron me hizo pensar que casi te arrepentías de haber sobrevivido al accidente. Me da la impresión de que ha ocurrido algo en tu vida que te hace no querer seguir viviendo.

—¿Y tú qué sabes? —exclamó Simón poniéndose en pie a toda velocidad.

 —Yo sólo sé lo que veo —contestó Paula poniéndose en pie también.

—Pues lo que ves, lo que tienes ante tí, es un hombre que perdió a su ex mujer y a su hijo en un accidente de tráfico —explotó Pedro poniendo las manos sobre la mesa.

—¿Cómo has dicho?

Pedro se dirigió al salón sin ayuda de la muleta y se dejó caer en el sofá. Como si se estuviera ahogando, se llevó una mano al cuello. Paula lo siguió, se sentó a su lado y le puso la mano en el brazo.

—Cuéntamelo.

Pedro la miró a los ojos.

—Murieron los dos, Paula.

—¿Conducías tú? —preguntó ella,  rezando para que no fuera así.

Pedro negó con la cabeza.

 —Marcos debería de haber estado aquel fin de semana conmigo. Diana y yo teníamos la custodia compartida y ya sabes cómo funcionan esas cosas. Yo intentaba pasar todo el tiempo que podía con mi hijo, pero...

—¿Pero? —lo urgió Paula. No quería que dejara de hablar ahora que había comenzado.

—Pero aquel fin de semana tenía un viaje de negocios —contestó —. Marcos estaba enfadado porque le había dicho que lo iba a llevar a un partido de hockey aquel fin de semana. Le dije que habría otros partidos... —añadió con la voz rota—. Jamás volví a verlo con vida —concluyó llorando.

Paula le apretó el brazo.

— Y tú no has parado de preguntarte desde entonces qué habría ocurrido si no hubieras ido a aquel viaje, ¿Verdad? No lo hagas.

 —¿Cómo no lo voy a hacer cuando es obvio que, si me hubiera llevado a mi hijo aquel fin de semana, Marcos seguiría con vida?  Si no hubiera dejado que los negocios fueran lo primero, si no hubiera pasado aquel fin de semana con Diana, si lo hubiera llevado al partido tal y como le había prometido, estaría aquí.

Si Marcos no hubiera muerto, Sofía no vería, no habría podido aprender a escribir su nombre en la guardería ni a elegir su vestido morado favorito. Oh, Dios, aquello era demasiado.

 —Escúchame, Pedro, por favor —dijo Paula tomándole la mano entre las suyas—. Tienes que dejar de hacerte esto, te vas a volver loco. Nadie sabe por qué ocurren estas cosas. El destino, el karma, la casualidad... ¿acaso sabías tú que tu ex mujer iba a tener un accidente mortal?

—No.

 —Si lo hubieras sabido, habrías aplazado aquel viaje, ¿Verdad?

—Sin dudarlo.

—La vida sería muy sencilla si pudiéramos predecir el futuro, pero no es así. Yo jamás habría comenzado a salir con el padre de mi hija si hubiera sabido que me iba a abandonar.

—Pero tú, al menos, sacaste algo positivo de todo aquello. Tienes a tu hija, pero yo no tengo a mi hijo. Marcos está muerto y eso no tiene nada de positivo.

Paula se moría por decirle que, desgraciadamente, si había algo de positivo en la muerte de su hijo, pero no creía que Pedro estuviera preparado todavía para escucharlo.

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 30

—Muchas gracias por todo, Pedro.

—De nada —contestó Pedro mirándola con intensidad—. Me pregunto si tu hija se da cuenta de la suerte que tiene.

—Por supuesto que lo sabe. Ahora mismo, debe de estar ya durmiendo con la tripa llena de pollo con patatas.

—No me refería a eso —sonrió —. Lo decía porque puede cenar todas las noches contigo.

Aquellas palabras llegaron al corazón de ella y le hicieron un profundo bien, ya que no era Pedro el único que se sentía solo. ¿Cuánto tiempo hacía que no cenaba con un hombre guapo y sensual que la excitaba con una sola mirada? Ya ni siquiera se acordaba. Intentó convencerse de que no le importaba, de que lo único que necesitaba en su vida era su hija, pero, ¿De qué servía engañarse a sí misma? La verdad era que se sentía sola.

—Hablame de su padre —le pidió Pedro.

Paula estuvo a punto de atragantarse con la pasta.

—Preferiría no hablar de él.

—¿Porqué?

— Porque puede que se me quitara el hambre o se me cortara la digestión — contestó, haciéndolo sonreír.

—¿Cómo lo conociste?

Paula pensó en no contestar, pero para entonces ya se había dado cuenta de que, cuando él  quería algo, no paraba hasta que se salía con la suya.

—Era comercial de una empresa farmacéutica y entre los hospitales que tenía estaba el hospital en el que yo estaba haciendo prácticas. Nos conocimos en la cafetería.

—¿Y cuánto tiempo saliste con él?

—Hasta que desapareció.

 —¿Qué opinaban tus padres de él?

—¿Te refieres a si se dieron cuenta de que era un canalla?

 —Sí —contestó Pedro, metiéndose el tenedor lleno de espaguetis en la boca.

—No les caía mal hasta que cuando me quede embarazada, ni se le pasó por la cabeza casarse conmigo.

—¿Por qué crees que fue?

Paula se encogió de hombros.

— Me parece que es obvio, ¿No?

—No.

—Tú también eres hombre, Pedro. ¿Por qué crees que fue?

—Dímelo tú.

—Muy bien. Fue porque no me quería ni a mí ni a nuestra hija. Ya está. Ya lo he dicho. ¿Contento?

—No, no me siento contento en absoluto de que haya hombres así por el mundo.

—Yo tampoco. Y ahora, si no te importa, preferiría que cambiáramos de tema. ¿Qué tal van los Lakers este año? Está haciendo buen tiempo, ¿Verdad? ¿Tú crees que los demócratas volverán a la Casa Blanca?

—¿Pregunta por él?

—¿Quién? —dijo Paula haciéndose la tonta.

¿Por qué demonios insistía  en preguntar cosas de su vida que no le podía contar? Se suponía que era él quien tenía que abrirse y hablar de su vida personal y no ella. Estaba empezando a perder el control de la situación.

—Sabes perfectamente a quién me refiero. ¿Pregunta Sofía  por su padre? ¿Por qué no lo ve?

— No quiero hablar del tema.

 —Pero somos amigos...

 —¿Ah, sí?

—A mí me gustaría pensar que sí. Te respeto y te aprecio aunque no paras de darme órdenes. Nos llevamos bien, pero hay una falta de cooperación por tu parte a la hora de compartir información.

—El hecho de que nos pasemos casi todo el día juntos no significa que te tenga que contar detalladamente mi vida personal.

— Sólo te he preguntado por tu hija.

—Mi hija está muy bien, gracias por preguntar.

—¿No me vas a decir nada más?

—No, no tengo por qué hacerlo.

 —Te recuerdo que tú has intentado sonsacarme varias veces —sonrió Pedro.

Aquello la  hizo reír.

—Y yo te recuerdo que no me has contado casi nada, sólo que tu mujer se divorció de tí porque trabajabas mucho y que actualmente no trabajas porque vendiste la empresa que tenías.

—¿No te parece suficiente?

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 29

—Yo soy mucho mejor —le aseguró Pedro con voz ronca.

Paula sintió que sus palabras resbalaban por su cuerpo y se adentraban en su organismo, acariciándola y haciéndola sentir muy bien.

—De verdad, me tengo que ir a casa.

—¿De qué tienes miedo?

 —De nada.

—Me encantaría que me hicieras compañía.

Paula lo miró a los ojos y comprendió que Pedro le estaba abriendo la puerta.

—¿Por qué?

Pedro desvió la mirada.

—Porque no quiero cenar solo otra vez —confesó—. Además, ya ni me acuerdo de la última vez que cené con una mujer guapa.

¿Le parecía guapa?

—No me tomes el pelo.

—No te estoy tomando el pelo. Creo que te vendría muy bien tomarte la noche libre y no cocinar.

—¿No me digas que vas a cocinar tú?

—¿Porqué no?

Paula  colocó las manos en jarras y lo miró seriamente.

—Porque todavía llevas muletas —le recordó.

— Aunque podría cocinar si quisiera, lo que había pensado era llamar a un restaurante italiano que hay aquí cerca y que prepara comida para llevar. Me encantaría invitarte a cenar como muestra de agradecimiento. Es lo mínimo que puedo hacer.

 Así que le parecía guapa, ¿Eh? Paula no podía dejar de pensar en ello.

—No tienes nada que agradecerme —consiguió contestar—. Es mi trabajo.

—Sí, pero tu tumo termina dentro de unos minutos. Además, seguro que no te miman muy a menudo. Venga, acepta mi invitación —sonrió Pedro.

Por fin se estaba abriendo. Por primera vez le estaba diciendo cómo se sentía y lo que necesitaba. A lo mejor, había llegado el momento de que ella comenzara a ayudarlo a superar la tragedia de haber perdido a su hijo para que pudiera seguir adelante con su vida. ¿Cómo iba a desaprovechar la oportunidad si era, precisamente, lo que había estado esperando?

 —La verdad es que me estás tentando.

—¿Eso quiere decir que sí?

—Con una condición —contestó,  tragando saliva—. No me vuelvas a besar. Si lo vuelves a intentar, abandono el trabajo.

—Ya hemos hablado de eso y te he dicho que no hay problema —aceptó Pedro encogiéndose de hombros.

A Paula le pareció que se rendía demasiado fácilmente y se dijo que debía de haber trampa en algún sitio, pero en aquellos momentos era realmente importante quedarse con él e intentar acercarse a su corazón.

—Está bien —accedió por fin—. Encantada de cenar contigo.

Dos horas después, se alegraba mucho de haberse quedado a cenar con Pedro, que había llamado por teléfono a Marchetti's y había encargado unos riquísimos espaguetis con finas hierbas y tomates secos con ensalada César. El menú para llevar especial para dos incluía una botella de delicioso vino que a Paula se le antojó tan suave como la voz de Pedro cuando le había dicho que la encontraba guapa. El repartidor del restaurante no se contentó con llevarles la cena si no que apagó las luces, encendió la chimenea, colocó la cena sobre la mesa del comedor y encendió dos velas rojas. Pedro le dió una buena propina y el chico se fue encantado. Ahora, estaba sentado frente a Paula  y tenía la copa de vino en alto.

—Brindemos por...

—Una cena maravillosa —propuso Paula.

—Muy bien —aceptó,  probando el vino.

 Paula hizo lo propio y, al cabo de un rato, comprobó que tenía la copa vacía y que él se apresuraba a rellenarla. Lo cierto era que  se encontraba de maravilla. Hacía muy poco tiempo que lo conocía, pero lo que sentía por él era tan fuerte que la asustaba. Se dijo que no habría ningún problema siempre y cuando mantuviera el control.

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 28

-Te suena el bolsillo—dijo Pedro.

Paula lo miró, que estaba sentado en el sofá con la pierna en alto y un libro en el regazo. Seguía enfadada con él por haberla besado hacía dos días.

—Gracias, si no me lo hubieras dicho jamás habría oído este ruido ensordecedor.

Lo cierto era que no le era fácil estar enfadada con él cuando era tan guapo y encantador. En aquellos momentos, la estaba mirando con una sonrisa de lo más sensual en los labios y un brillo picaruelo en los ojos. Aunque intentaba con todas sus fuerzas sobreponerse a la atracción que sentía por aquel hombre, le era imposible.

—¿Sí? —contestó.

—¿Mamá? ¿Por qué has tardado tanto en contestar?

¿Había perdido la noción del tiempo mirando a Pedro?

—¿Qué tal estás, cariño? Pasaré dentro de un rato a recogerte a casa de la abuela.

—Por eso precisamente te llamaba. Me quiero quedar a dormir aquí — contestó Sofía.

—¿Y eso?

Era viernes y su madre había ido a recoger a Sofía al colegio y se suponía que Paula pasaría por su casa a llevársela cuando hubiera terminado de trabajar.

—Me gustaría quedarme a dormir en casa de los abuelos. Es que... hay pollo con patatas para cenar.

Paula sonrió. Aquella era la comida preferida de su hija.


—Me parece muy bien que te quedes a cenar con los abuelos, pero lo de quedarte a dormir...

—Venga, mamá, por favor, la abuela me ha dicho que me va a dejar su ordenador y el abuelo me ha prometido ir a comprar donus para desayunar — insistió Sofía.

—Anda, dile a tu abuela que se ponga —suspiró Paula.

—¿Pau?

—Hola, mamá. ¿Estás segura de que quieres que Sofi se quede a dormir en tu casa? Ya sabes que no para.

—Estoy segura —contestó su madre encantada.

—No me la mimes mucho, eh? —bromeó.

-Mira, hija, ya me controlé con tus hermanos y contigo, así que ahora me he liado la manta a la cabeza y voy a mimar a mi nieta todo lo que quiera.

—Ya lo sé —rió Paula—. Está bien.

—Tu madre dice que sí —le dijo su madre a Sofía.

—¡Bien! —gritó la niña arrebatándole el teléfono a su abuela—. ¡Gracias, mamá! ¡Te quiero mucho!

—Yo también te quiero mucho, cariño. Pórtate bien.

—Yo siempre me porto bien —contestó Sofía—. Hasta luego.

—Hasta luego, mi amor —se despidió,  esperando a que su madre volviera a hacerse cargo del teléfono.

—Me alegro de que la dejes quedarse. Así tienes una noche para descansar. Estás trabajando mucho y lo necesitas, hija. El paciente que tienes ahora debe de ser muy exigente, ¿No?

 Paula miró a Pedro. Sí, definitivamente, era exigente. Exigía besos y caricias y ella no podía dejar de pensar en ello.

— Bueno, dale a papá un beso de mi parte y pasenla bien —contestó,  despidiéndose de su madre.

—Mañana hablamos, hija, descansa —contestó su madre colgando el teléfono.

Paula se guardó el móvil en el bolsillo y volvió a mirar Simón.

—Voy a preparar la cena —anunció.

—No he podido evitar oír que esta noche estás libre.

Paula  asintió.

 —Sofía se va quedar a dormir en casa de mis padres, así que, en cuanto te prepare la cena, estaré libre.

 —Entonces, no te vayas.

—¿Cómo?

—¿Por qué no te quedas a cenar conmigo?

No era una buena idea. Paula  lo supo por cómo le apetecía aceptar la invitación, por cómo se le había acelerado el corazón.

—Gracias, pero me tengo que ir a casa.

—¿Por qué? Tu hija está con tus padres, así que, ¿Qué te espera en casa?

 —Mis zapatillas, mi mecedora y un buen libro.

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 27

—¿Me lo dices porque no tengo pareja? Si es por eso, te diré que yo no quiero volver a montar.

—A lo mejor, yo tampoco quiero volver a montar.

—Eso no es coherente por tu parte. Me acabas de decir que quieres que tu hija tenga un padre.

Paula lo miró a los ojos y vio tanto dolor en ellos que sintió que le costaba respirar. Aquel hombre necesitaba hablar de su hijo, y cuando lo hiciera, iba a sufrir mucho. Aquella situación era terrible. Si no le debiera toda la gratitud del mundo, se alejaría de él inmediatamente, pero tenía que ocultar su reacción porque se suponía que no sabía nada.

—¿Volvemos a casa? —le propuso.

Pedro asintió y se puso en pie. Mientras cruzaban la calle, ella se dijo que, por desgracia, aunque no quería estar en aquella situación, lo estaba. Conocía el secreto de Pedro y, por eso, no quería ser su enfermera. Además, no quería sentirse atraída por él, pero no lo podía evitar.


Pedro  no podía dejar de pensar en Paula. Habían pasado dos días desde su conversación en la playa y una semana desde el accidente y una agradable rutina se había instalado en sus vidas. Ella llegaba a las siete de la mañana, le tomaba las constantes vitales, le preparaba el desayuno y hacía con él los ejercicios de recuperación de la pierna. A continuación, llegaba lo que más le gustaba: el baño. Lo cierto era que  se encontraba cada vez mejor, pero no daba síntomas de ello para seguir teniéndola cerca. Estaba seguro de que si Paula se diera cuenta, se iría y no volvería. Por las noches, tras prepararle la cena, volvía a su casa. Le hubiera encantado pedirle que se quedara para no cenar solo, pero no lo había hecho ni un solo día porque sabía que Paula se quería marchar con su hija. Una vez a solas, contaba las horas y los minutos que le quedaban para volver a verla, para disfrutar de nuevo de la luminosidad de su sonrisa. Le quedaba otra semana con ella. Siete días. Una vez transcurridos, se iría.  No quería ni pensar en ello. De momento, estaba en la cocina preparándole el desayuno.

—¿Quieres zumo de naranja?

—No, sólo café.

—La vitamina c te viene bien, así que te voy a preparar un zumo de naranja.

—Si me lo ibas a preparar de todas maneras, ¿Para qué me preguntas?

—Por educación —contestó Paula sonriendo y volviendo a la cocina.

 Su presencia en aquella casa era una bendición y Pedro se dió cuenta de que llevaba mucho tiempo pensando única y exclusivamente en él. Patético, pero cierto. Ahora, sin embargo, pensaba en ella a todas horas. Cuando recordaba cómo le había contado que el padre de su hija las había abandonado. No podía evitar recordar el dolor que había visto en sus ojos. Si lo que decían era cierto y los ojos eran el espejo del alma, el alma de Paula necesitaba que la sanaran tanto como su pierna. En cualquier caso tenía la sensación de que ella  le escondía algo, tenía la extraña sensación de que sus respectivas desgracias los conectaban de alguna manera. Se debía de estar volviendo loco.

—Aquí tienes —anunció Paula dejando sobre la mesa la bandeja con el desayuno.

 A continuación, se sirvió una taza de café y se sentó en una mecedora. Todos los días le hacía compañía mientras desayunaba, aunque ella ya hubiera desayunado en casa con su hija.

—Deberías ir al médico para hacerte una revisión. Probablemente te tengan que quitar las grapas —le comentó.

—Para eso te tengo a tí —contestó,  tomándose los huevos revueltos.

—Yo no soy médico.

—No, tú eres mejor que un médico —sonrió Pedro —. En cualquier caso, no hace falta estudiar doce años de carrera para saber si uno se encuentra bien o no. Eso lo sé yo sólito. Pero, si te quedas más tranquila, te prometo que iré a ver al médico uno de estos días.

 —Mentiroso —sonrió Paula limitándose a recoger la bandeja.

—¿No me vas a regañar? —se extrañó.

—¿Para qué?

—¿Acaso no te preocupa como tenga el hombro?

—Claro que me preocupa.

—¿Entonces?

—Ay, Pedro, eres como un niño pequeño que no sabe lo que quiere y yo no estoy dispuesta a malgastar mis energías discutiendo contigo —contestó, girándose y volviendo a la cocina.

Pedro  sonrió de manera espontánea y se encontró feliz de hacerlo.

 —Muy bien, vamos a ver cómo tienes el hombro —dijo Paula  al volver al salón—. Quítate la camisa—le indicó sentándose a su lado en el sofá.

Pedro obedeció. Ella  se inclinó hacia la mesa para sacar vendas y otros objetos de su bolsa de trabajo. Al hacerlo, el jersey se le subió por la parte de atrás, dejando al descubierto su zona lumbar. Sintió un irreprimible deseo de acariciarla. Paula se irguió y se encontró mirándose en sus ojos. Aunque no era médico, le pareció que se había puesto nerviosa y se le había acelerado el corazón. ¿Por él? Aquella posibilidad le encantó.

—Bueno, lo tienes muy bien, así que te voy a quitar las grapas —anunció Paula, carraspeando—. A lo mejor, te duele un poco.

Pedro ni siquiera se enteró de que se las estaba quitando, pues estaba muy ocupado disfrutando de su cercanía y planteándose que, tal vez, debería demostrarle que era un hombre a pesar de las heridas y de que ella se empeñara en decirle que parecía un niño mimado.

— Ya está.

Pedro  decidió que era un buen momento y la agarró de la cintura.

—¿Qué haces? —exclamó ella.

Pedro le tomó el rostro entre las manos y observó la sorpresa que se dibujaba en sus intensos ojos azules. La iba a besar y ella lo sabía. Ni siquiera se movió, así que él  se inclinó hacia delante y le rozó los labios. Paula abrió la boca y Pedro no sé lo pensó dos veces. Hacía mucho tiempo que no había deseado besar a una mujer y  le hacía sentirse vivo de nuevo. Tan vivo que se moría por tocarla, así que deslizó la mano dentro de su camisa y le acarició un pecho. Al instante, Paula sintió que se le endurecían los pezones y no pudo evitar ahogar una exclamación. Ella también se moría por tocarlo y así lo hizo, dejando una estela de fuego en su hombro y en su torso. Pero, de repente, se apartó.

—Esto no puede ser, no está bien.

—¿Cómo que no? A mí me está pareciendo perfecto —contestó.

—Soy tu enfermera y no puedo saltarme las normas y tener una relación personal contigo. No me parece ético y podría perder mi trabajo.

—Te aseguro que yo no voy a decir nada —sonrió Pedro.

—No es eso, pero esto no se puede volver a repetir. Jamás.

—Pero...

—Te lo digo en serio. Me lo tienes que prometer o no volveré y mandarán a otra enfermera.

Pedro  sabía que hablaba en serio, así que accedió.

—De acuerdo.

—Muy bien —dijo ella poniéndose en pie—.Voy a recoger la cocina.

Pedro no contestó, se limitó a observarla mientras se alejaba. Paula tenía razón en una cosa: no era hombre que respetara las normas. Para muestra un botón. No le había prometido no volver a besarla, sólo había dicho «de acuerdo». Después de dos años en el infierno, volvía a sentirse vivo y era gracias a ella.

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 26

—Debe de ser que los hombres con los que sales son unos idiotas —comentó.

—Eso ya te lo dije yo cuando nos conocimos — admitió Paula.

Sí, era cierto que le había dicho que le recordaba al hombre que la había abandonado.

-¿Por qué lo necesitabas? —preguntó Pedro.

—¿Cómo?

—La noche que me ingresaron, me contaste que tu pareja te había abandonado en el momento en el que tú más lo necesitabas. ¿Por qué lo necesitabas tanto?

Paula sintió que el corazón  le daba un vuelco. No podía contarle que había necesitado el apoyo emocional del padre de Sofía cuando la niña se estaba quedando ciega. La única persona que podía ayudarla en aquellos momentos, el hombre que había elegido para compartir la vida y ser el padre de sus hijos, le había dado la espalda. Obviamente, ni la quería a ella ni estaba dispuesto  a ser el padre de una niña con problemas. Si le contaba aquello,  Pedro iba a seguir haciendo preguntas y ella no creía que estuviera preparado para escuchar las respuestas. Algún día, cuando viera que él se había recuperado por completo de su tristeza, algo que ya estaba empezando a percibir en sus ojos, le contaría la verdad y le daría las gracias, pero ese día todavía no había llegado. Todavía no podía decirle que su hija veía porque su hijo había muerto.

—Pues sí que te lo tienes que pensar.

—Contestar a preguntas personales no forma parte de mi trabajo.

—¿Ah, no? —dijo Pedro cruzándose de brazos.

—No, mi trabajo consiste en cuidarte para que te pongas bien, pero no en contarte mi vida privada.

 —¿Y ese doble rasero? ¿Tú quieres que yo te cuente cosas de mi vida privada y tú no estás dispuesta a contarme nada?

—Exactamente.

—No me parece justo.

—Me da igual lo que te parezca —contestó Paula encogiéndose de hombros.

— Y a mí me da igual que no quieras hablar de tu vida privada. Insisto. ¿Por qué dices que te abandonó cuando más lo necesitabas?

Paula se dió cuenta de que, si quería que Pedro siguiera abriéndose, no tenía más remedio que contestar.

—Obviamente, lo digo porque tenía una hija con él —suspiró.

— Ya, pero tu respuesta me hace pensar que se había producido una situación concreta y especial. ¿Qué fue, Paula?

Paula se sentía incómoda, hubiera preferido que él no recordara lo que le había contado en urgencias aquella noche, pero ya no había marcha atrás.

—Sofía era nuestra primera hija y los dos estábamos un poco perdidos. Lo cierto es que para los padres primerizos es difícil acostumbrarse a que un niño se despierte catorce veces durante la noche porque tiene hambre o que se pase todo el día llorando sin saber por qué. El padre de Sofí no pudo soportar que le trastocaran su vida.

—¿Me estás diciendo que no supo cómo adecuarse a su condición de padre?

 —Más o menos.

 —Menudo idiota.

—Sí, eso ya lo sabemos todos.

—No todos los hombres somos así.

—Pues debe de ser que yo tengo muy mala suerte porque todos los hombres con los que he salido son completamente idiotas. A lo mejor, los atraigo.

—O, a lo mejor, inconscientemente, te sientes atraída por hombres que no te convienen en absoluto.

—¿Cómo es eso?

—A lo mejor, eliges deliberadamente hombres que no quieren formar una familia, que no quieren tener una relación seria con una mujer que tiene una hija.

Paula enarcó una ceja, indicándole que siguiera.

—No hay un hombre en tu vida porque tú no quieres que lo haya, porque te da miedo confiar.

—¿Y qué me aconseja usted, doctor Alfonso, que haga?

—Pedro te aconseja que lo superes.

—¿Así de fácil?

—¿Por qué no? Si el caballo te tira, tienes que levantarte rápidamente y volver a montarlo.

—Si te parece tan fácil en teoría, ¿Cómo es que no lo has puesto en práctica? —le preguntó.

En cuanto aquellas palabras hubieran abandonado su boca, deseó no haberlas pronunciado. Se suponía que no sabía nada de su hijo. Lo único que Pedro le había contado era que su esposa se había divorciado de él porque trabajaba demasiado. Sin embargo, mantuvo la compostura y se dijo que eso sería lo que le diría cualquiera al verlo solo.