lunes, 30 de octubre de 2023

Irresistible: Capitulo 20

 -Al menos Teresa lo ha dejado por hoy —Pedro apagó el ordenador con más fuerza de la necesaria.


La pantalla se apagó, él se levantó y se puso la chaqueta y el abrigo. Esos cinco días habían sido todo un reto, y muy estimulantes, añadió una voz en su cerebro, para su desgracia. Teresa no había sido la culpable; Pedro esperaba haberla convencido para que dejase de llamar a la oficina y de enviarle patéticos correos electrónicos en un intento de retomar algo entre ellos que nunca existió. Sus apenas encubiertos esfuerzos por enterarse de la situación financiera de la empresa fueron despachados sin contemplación por él. Sus abogados le habían dejado claro que no lograría nada si intentaba declarar incapacitado a Henry o hacerse con el control de algo más allá de su paga. Simplemente, tenía que aprender a asimilar la derrota.


—Gracias, señor Dimitri. El señor Alfonso no tiene tiempo para atenderlo en este momento, pero yo le daré el mensaje.


El sonido de la voz de Paula en la sala de al lado mientras atendía una llamada, despertó los sentidos de Pedro. La oyó moverse por el despacho, seguramente colocando la carga de cosas que llevaba siempre consigo de un lado al otro de la oficina.


—¿Has acabado ya? —le dijo mientras agarraba el maletín—. No puedo cerrar el despacho principal hasta que no hayas acabado.


En aquel momento, cerrar esa sala era lo que más le apetecía hacer, porque llevaba todo el día intentando hacer cuadrar unas cifras de contabilidad que había descubierto poco antes. Pedro no tenía tiempo para hablar de eso con ella, y tal vez no lo hiciera hasta que no hubiera solucionado el problema. El marcharse a casa, a la casita de Eduardo, no lo ayudaba. Aun allí seguía pensando en ella. Pero al menos, en la casita Teresa no lo encontraría. Por alguna razón, Eduardo nunca le había hablado a su mujer de esa casa, aunque Paula sí sabía de su existencia.


—Perdona por tomarme mi trabajo en serio —le respondió ella con tono glaciar.


—De acuerdo. Como quieras —no quería pensar en la casita y hablar con ella al mismo tiempo... Le hacía desear llevársela allí y disponer de su cuerpo todo el tiempo que quisiera.


Por primera vez en su vida deseaba a una mujer que era completamente inapropiada para él, y parecía incapaz de detener esa atracción. A Pedro no le gustaba que las cosas escapasen de su control, y se dirigió directamente a su oficina:


—¿Quién es ese Dimitri y qué quería? —se detuvo tan bruscamente tras ella que la parte trasera del abrigo le chocó contra las piernas.


Paula estaba guardando un montón de papeles en su bolsa de arpillera y su rostro se tiñó de culpabilidad. Tal vez sacara y metiera muchas cosas en la oficina, pero todas eran objetos personales. Él dejó ir su imaginación un paso más allá y le dió una respuesta a la pregunta que aún no había formulado. Una desagradable sensación le corrió por el estómago. «Dime que hay alguna explicación simple para esto, Paula, porque no quiero pensar lo peor de tí».

Irresistible: Capítulo 19

 —No pasa nada —lo tranquilizó ella, con cierto tono retador—. Yo también te encuentro repulsivo.


—Supongo que lo tenía merecido. Me temo que cuando estoy contigo, te deseo tanto que afecta a mi capacidad de comunicación —se interrumpió, le observó el rostro, y pareció llegar a una conclusión—. ¿Hay algo en mí o en sentirte atraída por mí que te asusta? ¿El qué? —aunque él utilizó un tono de voz tan suave como la seda, a ella le resultó tan hiriente como el papel de lija, por lo cercanas que estaban sus palabras de la realidad.


—No me das miedo. ¿Por qué ibas a hacerlo? Sólo estás aquí para ocupar el puesto de Eduardo hasta que él mejore —Paula intentó dar fuerza a su tono—. Puedo asegurarte...


—Hay algo que te tiene decidida a mantenerme alejado —se pasó una mano por el pelo, revolviéndoselo—. Si no es miedo, ¿Qué es entonces? Sentimos atracción el uno por el otro. Tú no quieres una relación seria conmigo, ni yo tampoco, pero podríamos disfrutar del momento. ¿Qué tendría eso de malo?


—No soy de las que tiene relaciones esporádicas con extraños —sus palabras le habían dolido, pero tenía que habérselo imaginado. Era justo lo que se podía esperar de un hombre que había abandonado a su abuelo sin dudarlo un segundo.


Él volvió a mirarla de arriba abajo, valorando lo que veía, y habló sin dar crédito a las palabras de ella.


—¿O es que quieres mantener alejados a todos los hombres?


—Sólo porque no he tenido ninguna relación seria... —sería capaz de comprometerse si las circunstancias eran propicias—. Para tu información, aún no he conocido al hombre apropiado. Cuando lo haga, lo sabré, y entonces no dudaré en ponerme a sus pies.


—Bien, bien —él levantó las cejas.


Ella deseó borrarle ese gesto de «Sé lo que está pasando por tu cabecita» de un plumazo. Aquel hombre estaba sacando a la luz sus secretos más ocultos y examinándolos con lupa. No tenía derecho a hacerlo, ni a esperar que cayera en sus brazos durante los días o semanas que fuera a pasar allí


—No me das miedo, Pedro. Simplemente, no me gustas —le dijo, roja de rabia—. Abandonaste a tu abuelo durante seis años y no volviste a su lado hasta que no se puso enfermo. ¿Qué esperas que diga? No me interesa el tipo de relación que acabas de proponerme, que me parece insultante.


Cuanto más hablaba, más dolor y rabia sentía Paula.


—No quiero ninguna relación contigo más allá de la necesaria para el correcto funcionamiento de las cosas en la oficina. Para ser justa, estoy segura de que no soy el tipo de mujer que buscas. Lo mejor será que olvidemos todo esto. Ahora, si me disculpas... Tengo que ir a organizar la reunión.

Irresistible: Capítulo 18

 —Sí, ¿Y tú? —lo miró por encima del hombro y dijo con un punto de agresividad que no pudo controlar—. ¿Treinta y cuatro? ¿Treinta y cinco? ¿Cuarenta?


—Cumpliré los treinta en diciembre.


—Mis condolencias —respondió ella, pero la chispa que él tenía en sus ojos le hacían imposible seguir decidida a no hacer caso del interés que sentía por él.


Ella se detuvo frente al fregadero, dándole la espalda, sin saber qué hacer. La atracción que él sentía por ella era palpable, y ella respondía a esa atracción de un modo instintivo. Su plan de vida no incluía hombres con los que comprometerse, por mucho que esos hombres, incomprensiblemente, la atrajeran. Paula permaneció quieta y en silencio, y esperó a que él se apartara y le diera el espacio que necesitaba para respirar. No quería que él se acercara más para responder a la duda que se había planteado anteriormente de cómo sería el tenerlo muy cerca. En lugar de apartarse, él emitió un sonido de frustración y se acercó.


—¿Qué es lo que tienes? No puedo estar en el mismo cuarto contigo sin...


—No es nada. Nada en absoluto —ella se giró, ofendida, curiosa y atraída por él al mismo tiempo. Tenía que alejarse de él antes de hacer alguna tontería, como alegrarse por tenerlo tan cerca.


Él sacudió la cabeza.


—Tú no piensas eso realmente.


—Tengo que hacerlo —en lugar de alejarse de él, chocó directamente contra su cuerpo.


Ambos contuvieron una exclamación. Él le puso las manos sobre los hombros y sus ojos azules se clavaron en los grisáceos de ella. Su mirada ardía de deseo. De acuerdo, tenía que admitirlo: Paula deseaba besarlo hasta que los dos quedaran sin aliento, pero eso no quería decir que debieran hacerlo. Como si sintiera su confusión, él dió un paso al frente. Separando los pies, la atrajo hacia su cuerpo. Paula tenía que haberse resistido, pero no pudo. Lo único que pudo hacer fue intentar negar la traición de su cuerpo.


—No quiero nacerlo. Ni siquiera nos conocemos.


—Pero yo siento que te conozco desde hace mucho tiempo —él también parecía confuso—. Me resultas tan familiar que es como si te conociera.


Sus palabras intensificaron el sentimiento que ella notaba en su interior. Él tomó aire contra su pelo y suspiró.


—Tu pelo me vuelve loco. Quiero soltártelo y ver lo largo que es. Estoy deseando quitarte esos palillos.


Por fin ella consiguió encontrar las palabras. Resistencia.


—No deberíamos estar haciendo esto —dijo, y se apartó de él—. Sólo nos une un objetivo común: Que Eduardo se recupere.


—Estoy de acuerdo, pero también pienso que ambos sabemos que hay algo más que eso. En realidad no lo comprendo, normalmente no me atraen las mujeres que... —él sacudió una mano en el aire, como si fuera incapaz de expresar lo incomprensible que le resultaba su atracción hacia ella. ¡Gracias por nada, señor Alfonso!

Irresistible: Capítulo 17

Aquél era su territorio, con sus campanillas en el techo, sus plantas y arte experimental en las paredes. Se sentía como en casa, y tenía el control. Sustituyó las plantas ya muertas por las nuevas. Desde aquel momento, ya no tenía elección. Tenía que pensar en el trabajo y sólo en el trabajo mientras Pedro Alfonso siguiera allí. Dadas las confusas emociones que él le provocaba, era la única esperanza de mantener la cordura que le quedaba.


—Supongo que las importaciones al Reino Unido primero, ¿Verdad?


—Desde luego —respondió él.


Ella ignoró su tono condescendiente y le lanzó una lista de asuntos problemáticos. Él captaba las nuevas ideas con rapidez. Tenía una mente clara y actitud decidida, y conocía el negocio.


—También está todo esto —Paula le señaló una pila de archivos.


Trabajaron sin descanso hasta que llegó la hora de la comida. Aparte de la pequeña distracción que le supuso a ella el descubrir que Pedro tenía una pequeña marca de nacimiento en la frente, y el deseo de acariciársela con el dedo, logró mantenerse bastante calmada. A media tarde habían conseguido librarse del grueso del trabajo más urgente. Él se recostó en la silla y movió la cabeza de un lado a otro para relajar los músculos.


—Ahora que hemos pasado lo peor, me gustaría tener una reunión con los responsables de todos los departamentos. Tengo que comunicarles lo del ataque de Eduardo y saber el estado de cada una de sus áreas de trabajo.


—Esperemos que alguno de ellos... —él giró la cabeza para observar por la ventana el paisaje neblinoso de la ciudad—. ¿Mencionaste algún problema con la empresa de estibadores?


—Normalmente funcionan muy bien, así que no sé cuál puede ser el problema, pero sí, hace un rato me llegó un mensaje —ella recogió sus tazas sucias y fue a llevarlas a la cocinita que había un poco más allá de sus despachos.


En lugar de permanecer en su mesa, Pedro se levantó y la siguió. Inmediatamente, su atracción por él volvió a dispararse. «Así que pudiste vivir engañada un rato...»


—Llamaré a la empresa en cuanto haya organizado la reunión que me has pedido.


—No es necesario —dijo él, tras ella—. Hablaré con los estibadores yo mismo mientras tú te ocupas de la reunión.


Ella pensó en protestar, pero se dio cuenta de que no serviría de nada. Si quería ocuparse él mismo del asunto, le dejaría hacerlo.


—Como quieras.


—Perfecto entonces —Y de pronto le preguntó—. ¿Cuántos años tienes? ¿Veinticuatro?

Irresistible: Capítulo 16

 —Supongo —la mirada de Pedro examinó el reflejo de Paula: Su pelo recogido, su boca y por fin sus ojos.


Ella sentía como si la estuviera acariciando.


—¿Qué tienes hoy en la agenda? —dijo él de repente—. ¿Algún problema serio?


¿Problema serio? ¿La atracción indeseada le parecía lo suficientemente serio? Paula había creído que él se había olvidado de ello, pero se dio cuenta de que no era así.


—Hay algunas cosas de las que tenemos que ocuparnos hoy. Te haré un repaso en cuanto subamos —su rostro se tiñó de rojo—. Quiero decir, que haré un repaso de la situación para tí. Es decir...


—Me hago una idea.


Al oír su tono de voz, ella casi se alegró. Le parecía que no había ningún motivo para que tuviese que sufrir la atracción ella sola. Cuando el ascensor se paró, ella salió aliviada. Tal vez la distracción del trabajo se impusiera por encima de las reacciones que él provocaba en su cuerpo.


—Ya hemos llegado. Montbank S.A. Como trabajaste aquí antes de irte al extranjero, supongo que esto te resultará familiar.


«A pesar de todos los años que has estado fuera». Tenía que recordarle constantemente que había abandonado a su abuelo, y al recordárselo a él, se lo recordó también a sí misma no podría perdonarle sus actos nunca. Por mucho que lo deseara, o por mucho que él la deseara a ella. Con un abandono en su vida, Paula ya tenía bastante. Pedro saludó con la cabeza a algunos trabajadores que lo conocían. Todos se mostraron sorprendidos al verlo allí, y también él parecía inquieto.


—¿Qué tal sienta volver después de tanto tiempo? ¿Te entra melancolía?


—Hay todo un mundo más allá de estas puertas, por si no lo sabías —dijo él, calificándola sin decirlo de acomodada e insular.


Paula apretó los dientes. Cuando volvieron a estar solos, él le preguntó, sin estar convencido del todo:


—¿Eres tú la única trabajadora nueva que ha entrado desde que yo me marché? La empresa siempre fue propicia a conservar a sus empleados, pero...


—En esta planta, soy la más nueva, sí —¿Qué tenía de malo el querer construir una atmósfera familiar entre los empleados?


A ella le dieron la bienvenida cuando empezó a trabajar allí, y él no sabía lo importante que había sido eso para ella.


—Conseguí el puesto de asistente de Eduardo nada más acabar mis estudios, cuando su anterior asistente se retiró. Todos los trabajadores lamentaron su marcha.


A diferencia de aquella asistente personal, Pedro había vuelto, aunque sólo fuera hasta que Eduardo se recuperase. Paula esperaba que la gente comprendiera que su visita era sólo temporal. La idea le resultó, sorprendentemente, deprimente, pero caminó hasta el área de trabajo de Eduardo y entró.


—Un momento, por favor.

viernes, 27 de octubre de 2023

Irresistible: Capítulo 15

 —Bueno, a veces la llamo Gertie. Le queda bien, ¿No te parece?


—¿Cómo si no iban a llamar tres hermanas a un viejo escarabajo al que adoraban?


Cuando logró estacionar, después de tres intentos, casi perfectamente, junto al edificio de las oficinas Montbank, ella suspiró de alivio. Pedro le sonrió.


—Lo has hecho muy bien. Es mejor ir con cuidado hasta que adquieras experiencia.


Poco después, cuando se hubo recuperado del impacto de sus palabras de ánimo y de su sonrisa, Paula se dió cuenta de que ella también sonreía.


—Gracias.


Tal vez tenerlo allí no fuera tan terrible después de todo. Tal vez su presencia le ayudara a compartir la carga hasta que Eduardo se pusiera mejor. Si pudiera superar la atracción que sentía por él..



Mientras Paula sacaba del coche su cuaderno, su bolso, una taza y una enorme bolsa llena de plantas rescatadas de la estantería de saldos del supermercado, Pedro salió del coche. Su mirada se fijó en la bolsa de plantas. ¿Era delito que ella tuviera una debilidad por las plantas en apuros? Inmediatamente se puso a la defensiva.


—¿Pasa algo?


—En absoluto —él miró todas sus cosas, esbozó media sonrisa y sacudió la cabeza—. ¿Te ayudo?


—Puedo apañármelas —cerró el coche—. Siempre voy muy cargada.


—Dame unas cuantas cosas, entonces —él alargó los brazos, esperando que ella le cediera algo.


Ella volvió a sentir esos sentimientos en conflicto al ver sus manos... Las mismas manos que la habían acariciado antes, suaves y reconfortantes. Pero no se había obsesionado con sus manos, nada de eso.


—¿Paula? ¿Me pasas algo? —insistió él.


—Oh, sí insistes... —ella lo dejó cargar con una bolsa. Al fin y al cabo, no tenía nada que demostrar.


—Gracias —le respondió él con una sonrisa.


Cuando sus manos se tocaron, la chispa volvió a surgir. Ella empezó a pensar en todo tipo de imágenes indebidas relacionadas con las manos y sus mejillas se acaloraron porque acababa de darse cuenta de que no había logrado poner ni un centímetro de distancia entre ella y aquel hombre tan sensual.


—Algo me dice que va a ser un día muy largo —declaró ella mientras subían en el ascensor. Paula habría preferido las escaleras, pero no se podía acceder a ellas desde la parte exterior del edificio—. Me refiero a que tendremos mucho trabajo.


Las paredes de acero del ascensor les devolvían su reflejo,  Pedro Alfonso  y ella, y lo idílico de la imagen la hizo ponerse aún más nerviosa.

Irresistible: Capítulo 14

Eduardo se lo demostraría. Paula no conocía a nadie con tanta fuerza de voluntad como su jefe. Excepto, tal vez... Su nieto. Él se pondría bien...


—Fue culpa mía —soltó ella de repente—. No se habría puesto malo si yo no lo hubiera arrastrado por todo Melbourne ese día.


—¿No creerás eso, verdad? —el tono de Pedro era de sorpresa— . Si iba a tener un ataque al corazón, tenía que ocurrir, eso era inevitable. De hecho, en el hospital me dijeron que tu rápida reacción previno que el ataque fuera peor.


—Oh —el peso de la culpa se aligeró un poco—, hice lo poco que pude cuando empezó el ataque.


Agarró con fuerza el volante mientras intentaba borrar de su mente las terribles imágenes de aquel día.


—Siento haber presionado para que no te ocuparas del trabajo de Eduardo. No procedía —dijo Paula, recordando el incidente del hospital.


—Tal vez los dos deberíamos olvidarnos de lo que ha pasado esta mañana y empezar de cero —la sugerencia era casi fría, sin interés aparente.


Sin más problema, él había conseguido olvidarse de toda su atracción por ella. Con eso quedaba zanjado el tema de que los dos se pudieran haber visto arrastrados por una misma sensación hacía poco rato. Pedro Alfonso había decidido olvidar lo que había pasado. Desde luego, ella no era nada especial. No lo había sido ni siquiera para mantener el interés de sus padres por ella. «Eso se acabó y ahora tienes que ocuparte del presente». Su orgullo salió al rescate.


—No podría estar más de acuerdo. Ahora, lo más importante es la recuperación de mi jefe.


—Me alegra de que hayamos alcanzado el feng shui en este asunto.


¿Estaba siendo sarcástico? No podía imaginarse a aquel hombre tratando de vivir en armonía con las fuerzas de la tierra y los elementos naturales. Le parecía más propio de él el que tratara de dominarlos bajo su propia fuerza.


—De acuerdo —ella pisó demasiado fuerte el freno cuando el coche que iba delante de ella frenó de golpe, pero él no se inmutó y siguió igual de calmado.


Bella siempre rechinaba los dientes. Pensaba que Paula no lo oía, pero la verdad era que sí.


—Veo que tienes una matrícula provisional —dijo Pedor al cabo de un rato—. ¿Cuánto tiempo llevas conduciendo?


—He tardado... Años en sacarme el carnet. Conseguí el permiso provisional para conducir hace un mes —no era el conducir lo que le daba miedo, eso sólo le parecía incómodo—. Aún no conduzco con mucha suavidad, pero Gertrude no se queja demasiado.


—¿Gertrude?

Irresistible: Capítulo 13

 —Al menos llegaremos pronto a la oficina. Es importante que mantengamos las cosas de Eduardo en perfecto estado.


—Tu dedicación a mi abuelo —Pedro hizo una pausa—, y a correcto funcionamiento de Montbank S.A. es... Digno de alabanza.


Mientras ella valoraba el tono de duda en lo que tenía que haber sido un simple cumplido, Pedro marcó un número en su móvil. Poco después había acordado el traslado de su abuelo al hospital privado de Acebrook. Estaba claro que él era un hombre de acción. «No tengo que fijarme en lo atractiva que puede resultar esa cualidad. Hace un momento, me parecía controlador y molesto.  Además, no siempre usa su capacidad para hacer el bien a los demás». De repente, sus pensamientos se dieron cuenta de lo que acababa de preguntarle él.


—¿Estás sugiriendo que mi relación con tu abuelo es algo más que honesta y respetuosa por las dos partes? —las mejillas se le encendieron de indignación.


—¿Lo es? —él se encogió de hombros—. Pareces ser demasiado protectora con él, y no puedo sino preguntarme de dónde procede un grado tan alto de compromiso.


—Tal vez debas pensar que procede de los conceptos de amabilidad y respeto mutuo —le soltó ella, y peleó con la vieja caja de cambios de Gertrude para meter la primera marcha, pero sin éxito.


Aquel hombre le hacía desear besarlo y un momento después, hacía que le hirviera la sangre. «No debes conducir si estás enfadada». Las palabras de Isabella le vinieron de repente a la mente. Paula dejó el coche en punto muerto, irritada por haber estado tan cerca de hacer una irresponsabilidad sólo por lo mucho que la había molestado aquel hombre. Una mano firme se cerró sobre la suya, que descansaba en la palanca de cambios.


—Veo que me he equivocado por completo —su voz grave pareció llenar el espacio—. Lo siento.


El calor de su mano era muy reconfortante, y su rabia se aplacó, pero no del todo.


—Aprecio mucho a mi jefe; si eso es un delito, soy culpable.


—Me alegro... De que estés a su lado —él le dió un apretón en los nudillos y después la soltó.


¿Por qué no había estado Pedro con Eduardo? «Pero está ahora». «Eso no es, ni de lejos, bastante».


—No me gustaría que le hicieras creer que la empresa ha escapado de su control...


Lo que quería era que él se lo prometiera, pero en su lugar, pareció una súplica. Lo cierto era que Eduardo le importaba mucho. Lo había pasado mal últimamente, y con el ataque... Ella lo único que quería era que se pusiera bien. El aroma del aftershave de Pedro le llegó sutilmente en ese momento.


—Respetaré su dignidad todo lo que pueda.


—Otro olor cítrico —murmuró para sí misma. Al menos ése no tentaría sus sentidos—. Tenemos que irnos. El coche está caliente.


« ¡Y yo estoy más caliente todavía!» Apretó la boca mientras conducía a Gertrude entre el tráfico y se dirigía al carril lento, donde no sufriría tanta presión de los otros conductores.


—Es sólo que a Eduardo no le gusta pensar que se está haciendo viejo —ni a ella le gustaba el tono defensivo de su voz—. Y no hay motivos para pensar que no vaya a poder volver al trabajo. Fue un ataque leve.


—No tan leve, si tenemos en cuenta su edad y sus otros achaques: El corazón, la tensión arterial.

Irresistible: Capítulo 12

 —Son grises y preciosos. No puedo dejar de preguntarme por qué los escondes.


«Qué ojos tan grandes tienes, dijo el lobo». ¿No se supone que era Caperucita la que decía eso?


—Um —estaban a pocos centímetros el uno del otro.


El cuerpo de Pedro la protegía del viento, y a ella le gustó la sensación. Le gustó tenerlo cerca, su estatura y su fuerza. «Cielos, no quiero que el lobo me bese. ¿O sí?» «Por supuesto que no». «¡Claro que sí!» Pedro se inclinó un poco más. Ella trató de apartar la cara, pero no pudo. Sólo podía seguir mirándolo a través de la neblina de sus gafas.


—¿Ésa era tu pregunta? ¿Que si me podía quitar las gafas para que pudieras ver mis...?


—Tus preciosos ojos grises —él se inclinó un poco más. Ella empezaba a dudar si el título de aquella historia sería Cobijo o Promesa peligrosa. Ése era el problema de los hombres lobunos, que podían confundir a las mujeres aun sin querer—. Eso depende.


—¿Depende de qué?


A pesar de todas sus reservas, a pesar del resentimiento y el no querer confiar en sus buenas intenciones para estar allí por Eduardo, ella se inclinó. Deseaba sentir su piel, la rasposa barba de un día, bajo sus dedos. Quería pasarle las manos por el pelo y palpar los músculos escondidos bajo ese peligroso traje que llevaba. ¿Por qué quería esas cosas? Era Pedro Alfonso, y no debería desear esas cosas de él. Lo único que había hecho él había sido besarle la frente y la mejilla, y no tenía que haberle dejado ir tan lejos. ¿Cómo podía estar tan deseosa de más?


—Siempre me ha gustado el negro —murmuró ella. Deseaba pasarle las manos por la camisa oscura, acariciarle el cuello, atraer su cabeza hacia la de ella y...


No ayudaba en absoluto el hecho de que él la mirara con interés depredador.


—¿Te gusta el negro? —levantó una ceja. Una ceja negra—. Por cierto, ésa no era mi última pregunta.


—Me refería a la ropa negra —¿Tenía algo de ropa negra?—. He pensado comprarme un sombrero negro —¿Pero qué estaba diciendo?


Él torció los labios y a ella le encantó el gesto, para su propio pesar. Paula se estiró y dio un paso atrás. Puso toda la distancia que pudo físicamente y esperó que sus reacciones la siguieran.


—Estamos perdiendo el tiempo. Tenemos que ir a la oficina.


—No hemos acabado, pero iré a buscar un taxi.


—He venido en coche —por educación, insistió en llevarlo.


Eduardo lo habría esperado de ella. Ella lo condujo hasta su viejo escarabajo amarillo, rezando para que hubiera olvidado la pregunta que tenía en mente.


—Ponte cómodo —ella estaba bien erguida en el asiento, consciente de que no sería capaz de relajarse con aquel hombre tan cerca—. El motor tardará unos minutos en calentarse antes de que podamos marcharnos.


Ella dejó sonar el motor mientras miraba por la ventanilla. El tenerlo tan cerca aumentaba la atracción y su nerviosismo.

Irresistible: Capítulo 11

 —¿Tienes alguna pregunta más o se ha acabado el interrogatorio?


Su silencio duró tanto que ella miró por encima del hombro, pensando que estaba reservándose para el cara a cara. Lo que ella no esperaba era ver que él estaba mirándola de arriba abajo sin disimular su interés, fijándose especialmente en su trasero. Antes de que ella pudiera decirle que dejara de mirar la parte de su cuerpo que más odiaba, demasiado grande en su opinión, levantó la vista y sus ojos ardían de atracción. Cualquier distancia que ella hubiera logrado poner entre ellos había desaparecido ya por completo. «Olvida sus acusaciones», se dijo ella, nerviosa, «pues éstas pueden esperar para después».


—Creo que deberíamos hablar de cómo llevar la oficina en ausencia de Eduardo.


Ese sería un tema más seguro. Hablando de eso no se distraería pensando en él. Volvió la vista al frente con tanta rapidez que casi se provoca una contractura en el cuello, y después, rezando para que hubiera dejado de mirar su inmenso trasero, bajó las escaleras a toda prisa hacia la puerta. Aire fresco. Por fin. Agradeció el aire frío del viento contra sus mejillas mientras intentaba buscar una justificación para sus reacciones hacia él.


—¿Y? ¿No tienes nada que decir de cómo abordar las cosas en ausencia de Eduardo?


—La verdad es que tengo mucho que decir sobre «Abordar las cosas» —sus palabras, pronunciadas en voz baja, no la tranquilizaron en absoluto. Su mirada le indicaba que no estaba pensando precisamente en una relación meramente laboral.


Ella se echó a un lado para dejar pasar a una mujer mayor.


—Bien, entonces hablemos de trabajo —¿Y si no era eso lo que él quería decir?—. Siempre se producen crisis en las empresas; lo importante es que mantengamos a Eduardo informado, pero asegurándonos de que comprende que nosotros estamos encargándonos de todo.


Después de una pausa, Pedro asintió.


—Hay cosas que aún no entiendes, pero querría hacerte una última pregunta.


—¿Qué es?


Él se inclinó para acariciar un rizo que se le había escapado de las trenzas. Ella se quedó helada; deseaba averiguar lo que pasaría si él se acercaba aún más a ella y... Había olvidado todos sus reparos hacia él, y contuvo el aliento cuando él enrolló el rizo en su dedo y después lo soltó de repente.


—Se te están empañando las gafas —observó él—. Tal vez debieras quitártelas.


Las gafas eran su escudo.


—Oh, pero mis ojos...

miércoles, 25 de octubre de 2023

Irresistible: Capítulo 10

Él parpadeó y lo que ella había visto en sus ojos desapareció tras un muro de determinación.


—Me gustaría ocuparme de un par de asuntos antes de que lleguemos al trabajo.


Ya. Él ya la había apartado de sus pensamientos. ¿Por qué no podía ella hacer lo mismo? Entonces ella se dió cuenta del tono agresivo de su voz y su instinto le hizo ponerse alerta.


—¿Qué asuntos?


—Si eres una persona ambiciosa —masculló entre dientes—, si pretendes crearme dificultades mientras yo me encargo de todos...


—Desde luego que no soy así —¿Cómo se había imaginado eso? Si alguien pedía el control de las cosas, ése era Pedro.


Ella, aparte del pequeño problemilla de no poder ignorarlo, estaba en paz consigo misma. No tenía que probarse nada a sí misma ni a nadie más. Sus dragones estaban bajo control, gracias. Pero, aun así, tampoco quería que Pedro se quedara por allí semanas enteras, alterando su tranquilidad.


—En realidad no veo la necesidad de que tengas que encargarte de la empresa si yo puedo hacerlo hasta que Eduardo mejore.


—¿Qué experiencia tienes? ¿Tienes formación en gestión empresarial de alto nivel? ¿Cuál es tu curriculum? —él disparó las preguntas una tras otra con precisión y sin piedad, minando su temblorosa resolución—. ¿Y si Eduardo tarda meses en recuperarse? ¿Y si eso nunca llega a pasar?


—¡Se pondrá mejor! Se pondrá bien del todo —Eduardo ya estaba hablando, así que eso era una buena señal—. En cuanto al resto, he trabajado junto a él durante suficiente tiempo como para saber...


—Ver no es lo mismo que saber —su expresión se endureció, pidiendo que aceptara sus palabras—. No es suficiente, no a largo plazo.


—Pero para una semana o dos, sí.


—Durará más que eso. Ya has visto su aspecto.


Ella quiso discutírselo, pero tenía razón a pesar de todo, por más que le costara aceptarlo.


—De acuerdo, entonces supongamos que tienes razón y su recuperación total lleva más tiempo. ¿Qué ocurrirá?


—Yo me ocuparé de todo. Es lo que le dije a él y pretendo hacerlo —contestó con decisión—. ¿Colaborarás conmigo mientras me ocupo de las cosas por aquí?


—Me sorprende que vayas a quedarte indefinidamente, pero, dado que actúas por el bien de la empresa, haré lo que pueda para ayudarte.


Quién sabe, pensó ella, tal vez Pedro pudiera darle un nuevo aire a la empresa. Últimamente había empezado a pensar si todo estaría yendo bien. Era sólo una impresión, pero...


—No dije que lo haría... —no terminó la frase—. Dijiste en el mensaje que estabas con Eduardo cuando sufrió el ataque. ¿Normalmente trabajas los fines de semana?


—No, no estaba con él por motivos de trabajo —aún se sentía culpable porque su jefe hubiera estado con ella por las calles comerciales de Melbourne cuando tuvo la crisis.


Una pausa y de repente, otra pregunta.


—¿Y qué estabais haciendo?


—Examinando una pieza de seda antigua —podía haberle hablado de la pasión de su hermana Isabella por la ropa de diseño, pero dudaba que él estuviera interesado en eso—. Eduardo sabe de esas cosas. Le pedí que me acompañara a ver una pieza de tela que encontré en una tiendecita.


Al ver que él no decía nada, ella se detuvo en las escaleras sin mirar atrás.

Irresistible: Capítulo 9

 -Llevaré a Eduardo al Acebrook Hospital. Es un pequeño hospital a las afueras de la ciudad —respondió Pedro con decisión.


Al llegar al final del pasillo, ella se decidió por las escaleras en lugar de tomar el ascensor.


—¿Ya lo tenías todo pensado? ¿Por qué crees que ese lugar es mejor para Eduardo?


«¿Qué derecho tienes a tomar esas decisiones por él? Llevas seis años fuera sin aparecer por aquí para nada». Su reacción no era completamente racional. Pedro parecía preocupado por dar a Eduardo lo mejor, pero aquel hombre le provocaba sentimientos opuestos: Por un lado lo deseaba y por otro lo rechazaba. Era normal también que sintiera esa misma contradicción para dejar que se ocupara del cuidado de Eduardo.


—Si tenías ya pensado lo de Acebrook, ¿Por qué no se lo dijiste a él? Merece poder opinar sobre ello.


—Mi abuelo está agotado. No veo motivo para cansarlo más con decisiones de las que me puedo ocupar yo.


—He oído hablar de Acebrook —comentó ella sin gana.


—Entonces sabrás que muchos famosos acuden allí. Por eso las medidas de seguridad son mucho más estrictas de lo normal. Por más que sea su esposa, Teresa no podrá molestarlo allí.


Eduardo podría mejorar con más rapidez en un sitio así, y eso era lo que importaba al fin y al cabo.


—Pero Teresa querrá verlo de todos modos.


—Yo me ocuparé de eso —de nuevo, hablaba como si todo estuviese decidido—. Un grupo de especialistas examinará a Eduardo para determinar su capacidad. Después, mi equipo de abogados informará a Teresa de que mi abuelo me ha designado a mí para ocuparme de la empresa en su ausencia. Ella pronto se dará cuenta de que no tiene más que hacer aparte de desearle a su esposo una pronta recuperación.


—Pero Eduardo sólo dijo de palabra que tú...


—En realidad, ese asunto está ya arreglado, por si había alguna emergencia —sus palabras acariciaron, casi de forma física, la nuca de Paula.


—Oh.


—Y en cuanto a Teresa —se interrumpió un momento—. Dado que sus visitas tendrán lugar en una sala vigilada, puede seguir actuando como una esposa amorosa.


—Eso sí me gustaría verlo —Paula aún sentía cosquillas en la nuca y, por una vez, desearía haberse dejado el pelo suelto. Puesto que no lo había hecho, aceleró el paso para poner más distancia entre los dos.


Pedro carraspeó y siguió hablando.


—Imagino que debes estar agotada. Puedes irte a casa a descansar, pero me vendrá bien tu ayuda mañana en la oficina. ¿Podrás hacerlo?


Su consideración la pilló desprevenida. Se suponía que él no era una persona agradable, ni siquiera a ratos. Estaba convencida de que no lo sería.


—Mis hermanas se quedaron cuidando a Eduardo un rato mientras yo iba a casa a ducharme y cambiarme de ropa. Puedo ir a trabajar hoy.


—Gracias —él le observó el rostro.


Los secretos en las profundidades de sus ojos hacían que Paula se acalorase y el corazón le palpitase con fuerza. ¿Es que acababa de imaginársela en la ducha? ¿Por qué un hombre de mundo como Pedro Alfonso iba a albergar más que un interés pasajero por ella?

Irresistible: Capítulo 8

 —Has sufrido un ataque —la voz de Paula también temblaba ligeramente—. Si no te cuidas, podría repetirse, y ser peor —tomó una larga bocanada de aire y se inclinó para susurrarle al oído—. ¿Quién me lanzará esas pistas para que las adivine entonces? ¿Quién me llevará a tomar café los jueves o con quién discutiré yo de fútbol?


—Me... Gusta... El...Fútbol.


La voz de Paula se suavizó, emocionada.


—Pronto podremos volver a ver los partidos de fútbol en la televisión de tu despacho.


¿Cómo de unidos estaban su abuelo y su asistente? Antes de que Pedro pudiera considerar la pregunta, Eduardo se volvió hacia él. Sus ojos cansados lo observaron un rato, y después se ablandaron. El enfado fue sustituido por una leve aceptación.


—Puedes... Ocuparte... De todo... Mientras... Me pongo... Mejor.


Eso era todo lo que Pedro tenía que oír. Ignoró el brillo de expectación en los ojos de su abuelo y contestó:


—Me aseguraré de que todo va bien. Mientras, tú descansa.


Y con esas palabras, se puso en pie. Paula siguió sus movimientos con la mirada, examinó su traje gris y camisa a juego. Ni por un segundo desde que estaban en la habitación de su abuelo había conseguido quitársela de la cabeza completamente. Ahora su cuerpo estaba tenso de atracción por ella. Una enfermera asomó la cabeza por la puerta.


—¿Qué tal va todo?


—Eduardo está lúcido —sonrió Paula—. Se ha despertado y hemos hablado. Hablaba despacio, pero sabía lo que decía.


—Estupendo —la enfermera sonrió complacida, sin mirar siquiera a Pedro—. Se lo diré al médico.


—Ponte bien, Eduardo —Paula le dió un beso y después se retiró.


Pedor le apretó la mano.


—Hablaré con el médico para que te saquen de aquí. La seguridad no es lo suficientemente estricta para mi gusto.


Paula abrió la boca como si fuera a preguntarle algo, pero él sacudió un poco la cabeza, le puso la mano en la espalda y la condujo hacia la puerta.


—Aquí no —le susurró al oído.


Ella se estremeció, y la reacción, cálida y placentera, se extendió por el cuerpo de Pedor. Cuando se hubieron alejado lo suficiente de la habitación por el pasillo y Eduardo no podía oírlos, ella se volvió hacia él con los ojos brillantes.


—No hay ninguna necesidad de que te quedes más de un día o dos. Yo puedo encargarme de todo, como dije. ¿Y dónde crees que te vas a llevar a mi jefe?

Irresistible: Capítulo 7

 —Claro que es temporal —respondió ella con tal pasión que él sintió las vibraciones.


Manteniendo la calma, levantó una ceja fingiendo una indiferencia que no sentía.


—Nadie puede asegurar eso en este momento.


—No comprendo cómo puedes decir esas cosas. Eduardo «Tiene» que ponerse mejor. Igual que antes. Me niego a contemplar cualquier otra opción —y con esas palabras, ella abrió la puerta de la habitación y entró.


Pedro la siguió. Su abuelo tenía un aspecto horrible, lleno de tubos y rodeado de monitores. Su cuerpo parecía indefenso bajo las sábanas del hospital, y Eduardo parecía haber envejecido diez años desde la última vez que lo vio, hacía seis. Aquel hombre enfermo y vulnerable no podría volver a dirigir la empresa. Pedro se dió cuenta de que tenía que haber supuesto algo cuando Eduardo le pidió que volviera. Nunca habría aceptado volver, pero tendría que haberlo convencido de que se jubilara.


—Abuelo —la palabra se atascó en su garganta. Pedro no la había usado desde que era niño y, cuando Eduardo lo recogió cuando su madre decidió marcharse.


Pedro alargó una mano para agarrar la de Eduardo y, sin levantar la vista, le dijo a Paula.


—Siéntate. Estás más abatida de lo crees.


—¿Cómo lo sabías? —dijo ella, dejándose caer en una silla.


¿Que cómo se había dado cuenta Pedro? Había intuido sus sentimientos; sentía una conexión con ella muy fuerte, aunque estuvieran uno a cada lado de la cama de Eduardo.


—Sorpresa... Has... venido. No... tenías... —la voz de su abuelo era ahogada, le costaba respirar y las palabras estaban llenas del dolor de años de separación.


Pedro cerró los ojos y trató de bloquear el dolor.


—Tenía que venir.


«Tenía que venir, pero no quiero empeorar las cosas, así que no pienses que me quedaré después de comprobar que estás bien, por favor».


Paula tomó la otra mano de Eduardo en la suya.


—Estás hablando. He estado tan preocupada. Me encargaré de todo en la oficina, no tienes de qué preocuparte.


—Yo lo haré —dijo Pedro, consciente de que ella no sería capaz de ocuparse de todo. Buscó la mirada de su abuelo—. Me aseguraré de que todo vaya bien.


—No... Es... Necesario —Eduardo se detuvo para tomar aliento.


—Puedes confiar en mí —Pedro apretó la mandíbula—. Yo me encargaré de todo.


¿Comprendería su abuelo que no quiso hacerle daño en el pasado? «Esto es lo único que puedo darte, abuelo, ayuda cuando la necesites. Es todo lo que tengo».


—Estoy segura de que Pedro puede quedarse unos días —el tono de Paula decía lo contrario, aunque su expresión era dulce— . Pero yo puedo ocuparme de todo. Lo importante es que no te estreses ni te preocupes. Tienes que concentrarte en relajarte y ponerte bueno.


—Estoy de acuerdo —Pedro mantuvo un tono de voz calmado—. Pero estoy más cualificado que tu asistente personal para tomar el control.


—Puedo... Controlar... Mi... Empresa—gruñó Eduardo—. Saldría... Hoy... Si... Quisiera.


A Paula le temblaron los labios y, al verlo, la frustración de Pedro desapareció.

Irresistible: Capítulo 6

 —Ya has decidido que no te voy a caer bien, ¿Verdad?


—Es cierto. No me gustas —dejando a un lado la atracción, lo decía completamente en serio—. Sé también que no puedo confiar en tí con lo de Eduardo más que en Teresa, pero eres la única esperanza que tengo.


—No tienes más opción que confiar en mí —«Tú también me atraes, Paula Chaves, y me pregunto qué vas a hacer al respecto».


La respuesta de ella no le había llevado a ningún lado, sino todo lo contrario, pero estaba deseoso de seguir explorando, de poner a prueba esas reacciones que habían compartido. La curiosidad no hacía daño a nadie, así que probaría cómo estaba la situación, si le apetecía. Después de todo, era una elección personal, no una necesidad.


—Tu llamada fue lo que me trajo aquí. ¿Esperabas que no contestase a tu mensaje?


Su rostro le dijo que eso era justamente lo que pensaba, y lo cierto era que él era el único culpable por los años de ausencia. Lo que lo sorprendía, era que quería defenderse a sí mismo. ¿Qué podía decir? «Cuando la nueva esposa de mi abuelo apareció desnuda en mi cama, decidí que Australia no era lo suficientemente grande para los tres y me marché». Había tomado aquella decisión para que Eduardo no se enterara del comportamiento de Teresa, y desde luego no iba a contarle todo aquello a Paula.


—Tengo que ver a mi abuelo.


—Iré contigo —ella se mordió el labio antes de murmurar—. Gracias por detenerme antes... Pero eso no significa que no haré que lo lamentes si enfadas a Eduardo.


—¿Está consciente? ¿Lúcido? —su corazón latió con fuerza. 


En unos minutos estaría hablando con Eduardo. ¿Lo miraría su abuelo con los mismos ojos dolidos que le habían suplicado una explicación que él no había podido dar? Hacía seis años, Pedro había dejado claro que tenía que marcharse, pero no había dicho el porqué. Eduardo le había vendido la división de la empresa en el extranjero por nada, y Pedro había tratado de ser generoso, pero su abuelo se negó a aceptar dinero de la empresa que él había convertido en un negocio multimillonario. Después, hacía tres años, Eduardo le había pedido a Pedro que volviera, para compartir de nuevo la dirección de la empresa en Australia. Eduardo parecía casi desesperado. Pedro le había dicho a su abuelo que no quería dar pasos atrás.


—Dijiste que hablaba...


—Lo siento. No es cierto. Me lo inventé para mantener a Teresa alejada. Está desorientado —Paula apretó los labios—. Pero es temporal. Dentro de nada estará igual que antes, lanzando pistas de los más crípticas por la oficina.


—¿Pistas sobre qué? —entonces sacudió la cabeza. Aquello no era importante en ese momento. Lo único por lo que tenía que preocuparse era por la salud de Eduardo y por mantener la buena salud de la empresa. Pedro podía ocuparse de eso, si Eduardo confiaba en él—. Olvídalo. Mira, si el estado de mi abuelo no es temporal...

lunes, 23 de octubre de 2023

Irresistible: Capítulo 5

 —Cielos —Paula deseó tener una silla a mano para poder sentarse—. No puedo creer...


—Bueno —su expresión ya no era divertida—. Has estado sometida a mucho estrés, y en realidad dudo que le hubieras hecho daño alguno.


El estrés podía explicar lo de la amenaza con los palillos, pero no el que ella se hubiera quedado quieta sin hacer nada mientras Pedro Alfonso la besaba. Para él había sido sólo una actuación, desde luego, y un modo de evitar que ella se metiera en un lío con el abogado de Teresa. La sorpresa había sido tan grande para ella que no había sido capaz de reaccionar, por eso no se había resistido. Rabia y resentimiento empezaban a aflorar en ella, y Paula recibió esos sentimientos con alivio. ¿Cómo se atrevía aquel hombre a entrar allí, después de tantos años de ausencia, y besar a la asistente de su abuelo?


—¿No podías haberla detenido de ningún otro modo?


—Tenía que actuar rápido y no sabía quién eras —Paula le había hecho una pregunta muy simple, pero Pedro no tenía una respuesta igualmente sencilla. 


Nada había sido simple desde que recibiera el mensaje comunicándole que su abuelo había sufrido un ataque. El desear a Paula suponía otra complicación más. No quería admitir que el tocarla no había sido sólo por dar más validez a su actuación.


—Me pareció la mejor manera de apartarte el brazo del armamento sin que el abogado se diese cuenta.


Fue un contacto leve, dos besos que no tenían que haber significado nada, pero a él le empezaba a quemar la garganta. En realidad, había empezado a sentirlo cuando la miró a los ojos y ella lo correspondió. No había parado desde entonces.


—Supongo que entonces tengo que darte las gracias, aunque le hayas dado a Teresa la impresión de que tenemos una relación y de que llevo artículos de valor incalculable en el pelo —Paula apretó los labios—. No se me ocurrió otra cosa nada más que lo de los palillos.


Él asintió con la cabeza y se preguntó si aquellos pensamientos colaterales suyos se extenderían al resto de aspectos de su vida, como su vida amorosa. Ardía de interés por ella, pero no sería muy sensato demostrarlo. A él no le iban bien las relaciones personales, al menos las que realmente le importaban. Le había pasado la primera vez con su madre y después con Eduardo. En la actualidad prefería estar solo y tener únicamente relaciones sin compromiso. Era lo más recomendable en su caso.


—Muy creativo por tu parte el asaltar el cajón de la cocina buscando adornos para el pelo.


—En ocasiones, la innovación es la única solución —ella jugueteó con la montura de sus gafas.


Él la recorrió con la mirada. Su pelo castaño y trenzado se recogía en lo alto de la cabeza, con los dos palillos sobresaliendo. Llevaba un traje gris bien ajustado a su delgada figura y resaltaba el brillo de sus ojos, que parecían enormes tras las gafas de pasta, y cambiaban de tonalidad mientras él la miraba. De repente se enfriaron. Ella debía haber respondido hacía ya unos minutos, pero estaba claro que no quería aceptar la atracción.

Irresistible: Capítulo 4

 —Ni siquiera estabas aquí. ¿Qué es ella para tí?


Él miró a Paula y después a Teresa.


—Eso no es asunto tuyo.


—No lo veías así en el pasado.


—Qué imaginación tienes —él le examinó el rostro sin ninguna pasión.


A Paula le dió la impresión de que Teresa iba a decir algo más, pero cerró la boca y apretó los labios.


—Esto no es el final. Veré a mi marido con mil abogados si lo deseo —ella se giró y se alejó con su acompañante.


Paula buscó un tono profesional para contrarrestar lo que aquel hombre le había hecho sentir, pues aún se negaba a admitir las reacciones que él le había provocado.


—Eres Pedro Alfonso, el nieto de Eduardo —era lo único que tenían sentido, pues Teresa no se hubiera amilanado ante nadie más.


Él inclinó la cabeza.


—Supongo que tenías ventaja sobre mí.


A pesar de lo que Paula había pensado de Pedro Alfonso en los últimos años, a pesar de lo que le había hecho sentir hacía pocos minutos, tenía que estar informado de la situación.


—Teresa intentaba conseguir un poder notarial, o hacer que declaren a Eduardo incapacitado, no sé cuál de las dos exactamente, pero dudo que desista de sus intentos si es eso lo que quiere. 


La codicia de aquella mujer era legendaria.


—Descubrí por accidente que Eduardo le había asignado una paga mensual hace un año, pero su comportamiento no ha cambiado mucho. Excepto para aumentar su amargura. No quiero ni pensar lo que puede pasar si ella se hace con el control de la empresa, o con el de los fondos de inversión de Eduardo.


—No le será permitido acceder a Eduardo o a su dinero de nuevo —dijo él con absoluta convicción.


Paula pudo ver entonces el parecido de aquel hombre con Eduardo. Pedro tenía su misma estatura, sus hombros anchos y el sello de los Montbank aparecía en sus perfectos rasgos que le daban un atractivo tremendo. «Pero para mí no tiene atractivo ninguno, porque yo sé quién es en realidad». ¿Pero a quién intentaba convencer aparte de a sí misma? Ese hombre había abandonado a su abuelo, y eso le había provocado a Eduardo una gran tristeza. ¿Por qué había vuelto? La causa tenía que ser un momentáneo sentimiento de culpa, y la deducción reafirmó a Paula en su decisión de que le desagradaba.


—¿Por qué has actuado como si tuviéramos una relación?


—¿No te has dado cuenta de que estabas a punto de ganarte una denuncia por agresión? —torció los labios—. Aunque fuera una agresión con palillos asesinos... ¿Qué es lo que ibas a hacer? ¿Sacarle un ojo?

Irresistible: Capítulo 3

Le dedicó una sonrisa indulgente que no alcanzó sus ojos.


—No deberías jugar con esos palillos. Ya sabes que son antigüedades valiosas, amor. ¿Y si se te cayera uno y se te rompiera?


¿Cielo? ¿Amor? ¿Antigüedades? ¿Quién era aquel tipo? Aquello no tenía ningún sentido, pero el tono de su voz, su altura y su evidente fortaleza física habían empañado completamente sus sentidos. Todo lo que la rodeaba, sonidos e imágenes, pasó a un segundo plano en ese momento. Paula sólo tenía ojos para el hombre que tenía delante. Lo único que oía eran los latidos de su corazón, palpitando de confusión y atracción. Cuando el calor de su mirada dio paso a un ardor sensual, ella supo que él también había sentido la conexión que se había creado entre ellos. Aún tuvo que pasar un largo momento de silencio entre ellos. Ella no lo conocía, pero una voz en su interior le gritaba lo contrario, que siempre lo había conocido y siempre lo conocería.


—¿Me has echado de menos? —él le agarró el brazo levantado y lo llevó hasta su propia nuca, cubriéndole la mano con la suya, mientras su ira se apagaba y crecían la confusión y la atracción.


—Hum... Bueno...


—Bien —un beso en la frente y otro junto a los labios. Su aliento llevaba un toque de limón y jengibre.


Ella lo saboreó con la lengua. Él siguió el gesto con la mirada y sus pupilas se oscurecieron, pero después la miraron con alarma, y acercó los labios a su oído.


—¿Te llamas?


—Paula. Paula Chaves—apenas podía pensar en medio de aquella situación.


Era un caballero andante. Un rescatador que le había quemado la piel con su mirada y con la más leve de sus caricias. Sólo podía ser una persona, pero aquello no tenía sentido. No podía haberse molestado en volver. Cuando la gente cambiaba de vida como él lo había hecho, nunca volvían atrás. Y ella nunca podría sentir algo así por...


—Ah, la ayudante de Eduardo. Tenía que haberme dado cuenta — sus finos dedos le acariciaron la mejilla con exploratoria insistencia, algo que contrastaba con la distancia de su tono de voz.


Paula bajó las pestañas tras las gafas. Justo cuando creía que perdería la cabeza por completo e inclinaría la cara para apoyarla en su mano, él se detuvo y se apartó. Aclarándose la garganta, cambió su expresión por una calmada y decidida para enfrentarse al cuadro del abogado y la mujer codiciosa.


—Dile al abogado que se vaya, Teresa, como Paula te ha dicho. Entonces podrás ver a Eduardo. De otro modo, no tienes nada que hacer aquí.


Teresa gruñó de rabia.


—Es mi marido...


—En efecto, y tendrá una cuidadosa vigilancia a lo largo de toda su recuperación. ¿Lo comprendes?


Teresa y él se intercambiaron una mirada. La de él ardía de furia, la de ella... Recordaba otro tipo de calor. Paula se estremeció al ver impactar esas terribles miradas. Teresa se giró hacia el abogado y cambió sutilmente de tema.

Irresistible: Capítulo 2

 —Es perfectamente capaz de ocuparse de sus propios asuntos.


—Eso es mentira —Teresa se inclinó con los labios apretados—. Ha estado como un vegetal desde que lo trajeron ayer.


Paula se estremeció de ira ante la actitud de Teresa.


—Si hubiera empezado a trabajar para él unos meses antes, habría impedido que te acercaras a él —le espetó ella—. Pareces saber mucho de su estado, y eso que acabas de llegar.


—Una enfermera... —empezó a decir Teresa, pero enseguida calló. Estaba claro que no había tardado en buscarse espías en la zona.


—La señora Montbank tiene sus derechos —le anunció el abogado—. Lo que está haciendo es impedir el ejercicio en esos derechos.


—El señor Montbank también tiene derechos —«Olvídate del tiburón» pensó Paula, y se volvió de nuevo hacia Teresa—. Te repito que no te dejaré entrar. Estás deseando llevar a Eduardo a una residencia y después dedicarte a la buena vida gastándote su dinero.


—¿Cómo te atreves? —siseó ella entre dientes. La verdad de la acusación de Paula estaba reflejada en su mirada—. ¿Tú qué sabes? ¿Quién te ha dicho...?


—Señora Montbank, deje que me ocupe de esto —dijo el abogado, dando un paso al frente.


—No se moleste —Paula extendió los brazos y las piernas ante la puerta. Inclinando la cabeza, mostró los únicos elementos de defensa que tenía—. Observe esos palillos. Son de porcelana, y no dudaré en usarlos si tengo que hacerlo.


Teresa estuvo a punto de echarse a reír, pero enseguida entrecerró los ojos.


—¿Estás amenazándome?


—Sólo sé que Eduardo nunca te hubiera dado para controlar nada más que tu paga, Teresa. Ni los fondos de inversión ni, desde luego, sus negocios. Daré testimonio de ello si tengo que hacerlo.


—Rastrera —Teresa irradiaba furia por todos los poros de su piel—. Probablemente te estés acostando con él pensando que puedes quitármelo —levantó una garra.


Aquello era demasiado. ¿Cómo se atrevía Teresa a insultar de ese modo a Eduardo? ¿A insultar la relación de Paula con su jefe? Consciente de sus movimientos, se llevó una mano a los palillos que le sujetaban el pelo en su sitio.


—Gracias por defender la plaza mientras yo salía a dar un paseo, cielo —un hombre caminaba hacia ellos. Alto, seguro de sí mismo...


Su turbulenta mirada azul se fijó sobre la de ella.


—Mostrando tus habilidades de peluquera de nuevo, ¿Eh?

Irresistible: Capítulo 1

 —Teresa, no puedes entrar a la habitación de Eduardo. No de ese modo —no con un abogado al lado y la cara verde de codicia.


Paula Chaves tomó una bocanada de aire cargado de olor a antiséptico, olor de hospital, y miró a la segunda esposa de su jefe directamente a los ojos.


—Su salud es demasiado precaria; no podemos arriesgarnos a darle un disgusto. Lo comprendes, ¿Verdad?


Paula llevaba el pelo muy largo, por la cintura, y se lo recogía siempre en un moño sujeto con dos palillos chinos; aquel día, al enfrentarse a aquella mujer, hasta ese peso habitual le resultaba una carga insoportable. Si a Teresa le hubiera importado aunque fuera sólo un poco la salud de su anciano marido... Ni siquiera había querido interrumpir sus vacaciones en el Monte Selwin para acudir antes a su lado. ¿Por qué dejar que el deber se antepusiera al placer? Eduardo no merecía una esposa como Teresa. Tampoco merecía que su nieto lo abandonara como lo había hecho hacía seis años. Pedro Alfonso se había desplazado a la filial de la empresa en el extranjero unas pocas semanas antes de que Paula comenzara a trabajar para Eduardo. Se había quitado a su abuelo de encima como si de un exceso de equipaje se tratara, aunque Eduardo lo había criado como a un hijo. Paula en aquellos momentos se planteó si su jefe sería capaz en algún momento de superar el dolor. Eduardo se había casado recientemente, pero el abandono de Pedro había destrozado el corazón del anciano. Paula se había impuesto como deber el ayudar a su jefe en su desgracia, y ella y Eduardo habían desarrollado un vínculo muy profundo. Ella se encargaría de él también durante su enfermedad.


—Apártate de mi camino —masculló Teresa.


«Ni hablar de eso». Teresa tal vez hubiera logrado engañar a Eduardo hasta el punto de conseguir que él le pusiera una alianza en el dedo, y tal vez entonces fuera demasiado orgulloso, demasiado caballero o inexplicablemente inocente como para apartar a la mujer, de unos cincuenta, de su lado. Para Paula, Teresa no tenía nada bueno.


—Mientras el abogado se quede fuera, no tendré ningún inconveniente en apartarme de la puerta.


—Soy la mujer de Eduardo —Teresa apretó los puños—. Tengo todo el derecho...


—¿Todo el derecho a qué? ¿A hacer que empeore? ¿A causarle un segundo ataque que puede ser fatal? —¿Es que la codicia de Teresa no tenía fin? —. Está demasiado enfermo como para vérselas con abogados ahora, así que te sugiero que te deshagas de ese poder notarial...


—¿Cómo sabes...? —interrumpió Teresa, y dió un paso adelante—. Hazte a un lado. No eres más que una secretaria.


El hombre que estaba a su lado la siguió.


—Soy la asistente personal de Eduardo, y no me voy a apartar — Paula siguió en el sitio, pero con los nervios a flor de piel.


 No podía dejar que Teresa convenciera a Eduardo de que firmara nada, ni que hiciera que lo declararan mentalmente incapaz. Tenía que detener aquello, pero... ¿Cómo? Entonces le vino una idea a la cabeza.


—Eduardo recuperó el conocimiento. Estaba completamente lúcido. Hace un rato, mientras yo estaba con él.


Su rostro enrojeció, consciente de la mentira... Ojalá fuese cierta.

Irresistible: Sinopsis

Estaba comprobando personalmente que no era tan fácil resistirse a los encantos de aquel hombre...


Paula Chaves había decidido no dejarse deslumbrar por su guapísimo nuevo jefe, Pedro Alfonso, un hombre con reputación de playboy. Pero no tardó en descubrir por qué Pedro resultaba tan irresistible para las mujeres ¡Su único atractivo no era la cuenta del banco! De pronto, a Paula no le importaba quedarse a hacer horas extras con Pedro, aunque supiera que estaba poniendo en peligro su corazón.

viernes, 20 de octubre de 2023

Aventura: Capítulo 76

 –Yo no quería enamorarme –estaba diciendo–. Seguía enamorada de Tomás, o al menos creía estarlo. Ahora comprendo que me engañé con él. Nunca lo amé. Quería casarme, quería un hogar y quería hijos. Y tuve que tropezar con una piedra para comprender la verdad.


Paula se detuvo un momento y siguió hablando.


–Si no hubiera ido a buscar a Lucía, no habría conocido a Pedro. Yo no tendría los recuerdos tan hermosos que tengo y Alberto no sabría que Lucía sigue con vida y que él tiene una hija y una nieta a las que no conoce. Por duro que haya sido para mí, jamás me arrepentiré de lo que hice… ¿Me están escuchando, abejas?


–No sé si las abejas te están escuchando, pero te has ganado toda mi atención.


Ella se giró, atónita.


–¿Cómo me has encontrado?


–Hablé con Pilar. Tu dirección estaba en los archivos del colegio.


–¿Y te la dió sin más? Podrían echarla por una cosa así.


–¿Crees que le habría importado? ¿Después de saber lo que había hecho? Además, he hablado con tu director. Te espera de vuelta en Roma el lunes que viene –explicó–. Por cierto, ¿Crees que tus abejas me escucharían a mí?


–No veo por qué no. Pero tendrás que hablar en inglés–respondió con una sonrisa.


Él se sentó junto a Paula y empezó a hablar.


–Yo tampoco quería enamorarme. Pero conocí a esta mujer y, aunque la noche parecía un día luminoso cuando la besaba, me convencí de que podría controlar la situación. Había sufrido un desengaño amoroso y creía que ya no podía sentir nada.


Justo entonces, una abeja se le posó en la manga.


–Te están escuchando –dijo Paula.


–¿Seguirán escuchando cuando les diga lo arrepentido que estoy?


–Me escucharán a mí. Y lo siento mucho, Pedro. Te traicioné y traicioné a Lucía.


–No, tú sólo pediste ayuda a tu amiga Pilar. No podías saber que Adrián, su novio, había sido periodista. Ni la propia Pilar lo sabía. Además, tienes razón… Si no hubieras ido a Isola del Alfonso, Alberto no sabría nada de su familia italiana y Alessia y Bella no sabrían nada de él.


Pedro dejó de hablar, la tomó de la mano y añadió:


–Nonna me ha pedido que venga para que los lleve a Alberto y a tí a Roma. Y a tus padres también, por supuesto, si nos quieren acompañar. Pero la única persona que a mí me importa eres tú, carissima. ¿Me perdonarás? ¿Vendrás conmigo? ¿Me confiarás tu vida si yo te confío la mía? Haz este viaje conmigo, por favor. Te prometo que pararemos en mil estaciones y mil puertos.


–¿Y en una isla desierta?


–También. Porque te amo.


La abeja que estaba en su manga, salió volando en cuanto abrazó a Paula.


–Te amo –continuó–. Quiero que tu cara sea lo primero que vea por las mañanas y lo último que vea por la noche. Quiero que tú y yo sigamos creando recuerdos, juntos, durante los próximos sesenta años.



Italiano para principiantes.


"Una boda italiana es algo asombroso. El pueblo entero se decora con flores; la plaza se llena de mesas y una orquesta toca en lo alto de una tarima. A diferencia de las bodas de Gran Bretaña, los invitados no llegan y se sientan tranquilamente. Van de un lado a otro, charlando y riendo. Y luego, cuando la novia llega a la iglesia, se acercan y la aplauden. Más tarde, se baila y se come una comida tan buena que no tengo palabras para describirla. Y la fuente de la plaza no da agua, sino vino de Alfonso. Pedro y yo nos casamos el mismo día que Nonna y Alberto. Nos casamos en una ceremonia doble. Pero como dicen que una imagen vale más que mil palabras, aquí tienen unas cuantas fotografías que los tendrán entretenidos durante el resto del curso escolar. En cuanto a mí, ésta es la despedida de mi blog. Ahora soy una condesa italiana, así que será mejor que aprendan las normas del protocolo antes de que vuelva a pasar por Maybridge. Hasta entonces, ¡Un milione di baci!"





FIN

Aventura: Capítulo 75

Cuando terminó de escribir, Paula publicó el texto en el blog y se levantó de la silla. La megafonía del aeropuerto de Roma acababa de anunciar que los pasajeros de su vuelo debían dirigirse a la puerta de embarque.  Tenía el convencimiento de que Pedro no llegaría a leer aquellas palabras. Pero se alegró al pensar que estarían allí de todos modos, en algún lugar del ciberespacio.




–¿Roma no te ha gustado? –preguntó Alberto.


–Al contrario. Me he enamorado de ella.


–Pero no te has quedado…


–No, Alberto. He sido terriblemente estúpida. Casi no me atrevo a decirte lo que he hecho.


Paula le hizo un resumen de lo sucedido, empezando por su llegada a Isola del Alfonso y terminando por la última visita de Pedro a su piso. Incluso le dió un ejemplar de la revista, con las fotografías de su antigua amante, de la hija a la que no había llegado a conocer y de su hermosa nieta, Bella. Al final, los dos estaban llorando.


–¿Lucía se encuentra bien? –preguntó Alberto cuando se recuperó.


–Rosario Lucía, querrías decir.


–Para mí siempre será Lucía.


–Sí, es una viuda con muchos años, pero está lúcida y goza de buena salud. Y como ves, Isabella es igual que ella… Todo el mundo la adora –acertó a decir–. Oh, Alberto, lo siento tanto… Yo no iba a decir nada. Ni a tí ni a Bella ni a Pedro.


–No es culpa tuya.


–Pero me dijiste que dejara el pasado en paz y no escuché.


–Y me alegro de que no escucharas. Anda, ve a contárselo todo a las abejas.


Paula se levantó y salió al jardín. Hacía frío en comparación con Italia, pero era una tarde bastante agradable para un noviembre en Inglaterra. 


–Bueno, chicas, seguro que no esperabais que volviera tan pronto –dijo a las abejas–. Sospecho que Alberto no tardará mucho en hablar con ustedes, así que dejaré que sea él quien les cuente la historia de nuestra familia italiana. En cuanto a mí… Conocí a alguien. Justo lo que el doctor me había recetado. Alguien que me dió bellos recuerdos. Alguien con quien habría pasado toda una vida de recuerdos.


Pedro oyó la voz de Paula antes de verla. 

Aventura: Capítulo 74

Cuando terminó la narración, se giró hacia Pedro y preguntó:


–¿Dónde está Paula? Es hora de que hable con ella.


–Se ha marchado.


–¿La has echado?


–Le traicionó, Nonna –intervino Bella–. Nos traicionó a todos.


–¿Ah, sí? ¿Y por qué nos iba a traicionar? –preguntó Nonna con incredulidad–. ¿Por conseguir un papel en una película, como Giuliana? Lo dudo mucho. ¿Por dinero entonces? No encaja con lo que me has contado de ella, Pedro.


–¿Qué importa por qué lo hizo? –bramó él.


–¿Qué te dijo cuando hablaste con ella? –se interesó Bella.


–Nada… Sólo dijo que lo sentía.


Alessia, la madre de Bella, habló a continuación.


–Entonces, Ángelo Randall es mi verdadero padre… El abuelo de Bella. ¿Podríamos ir a verlo?


–No será necesario. Pedro irá a Inglaterra y le invitará a venir a Isola del Alfonso y a conocer al resto de su familia –ordenó Nonna.


–¡No!


Nonna no se molestó en replicar a Pedro. Simplemente, se levantó.


–¿Adónde vas?


–A informar a las abejas de que Alberto sigue vivo. Tienen derecho a saberlo, porque son suyas. Él fue quien instaló las primeras colmenas en nuestra propiedad.



Italiano para principiantes.


"Hay una canción que empieza con algo así como «Gracias por los recuerdos». Eso es todo lo que te pedí, Pedro. Recuerdos. Y me los has dado. Recuerdos que estarán siempre conmigo. Recuerdos de nuestro primer beso, de la moneda que lancé a la Fontana di Trevi, de la cena en el patio de tu palacio, de los días y las noches que compartimos. Yo quería darte lo mismo a tí. Recuerdos que, en un futuro lejano, te emocionaran y te arrancaran una sonrisa. Pero en lugar de eso, creerás que sólo fui otra mujer de las que te traicionó. Alberto me advirtió que dejara el pasado en paz. Si le hubiera escuchado, si me hubiera mantenido lejos de Isola del Alfonso, si jamás hubiera pedido ayuda a Pilar, tu familia no se habría visto expuesta a ese escándalo. Naturalmente, supe que Nonna era Lucía en cuanto ví a Bella en el palco de la Ópera. No te dije nada porque Nonna lo había mantenido en secreto por algún motivo y yo no tenía derecho a intervenir. Especialmente, y yo no tenía derecho a intervenir. Especialmente, porque fui a tu pueblo sin más intención que descubrir si estaba viva y, en tal caso, si se encontraba bien o necesitaba ayuda de algún tipo. Sin ella, mi bisabuelo habría muerto y ni mi abuela ni mi madre ni yo misma habríamos nacido. Seguramente te parecerá que no habría sido una gran pérdida; pero a pesar de ello, quiero que sepas que no me arrepiento de un solo instante de los que tú y yo compartimos. Grazie mille, Pedro, por los recuerdos".


Aventura: Capítulo 73

Pedro no dijo nada. Siguió adelante y lanzó el ejemplar de la revista a la mesita del salón antes de girarse hacia ella.


–Buen trabajo, Paula. Lo has hecho muy bien –dijo con frialdad– . Supongo que no tendrías intención de quedarte en Roma; pero si la tenías, te sugiero que lo reconsideres.


Paula lo miró como si no supiera de qué estaba hablando.


–Si sigues en Roma el lunes que viene –continuó él–, me encargaré de que no vuelvas a encontrar un empleo de profesora en toda tu vida, en ninguna parte del mundo. Te lo prometo.


Asombrada, Paula bajó la mirada y vió la portada de la revista con la fotografía de Nonna. No necesitó leer el artículo para comprender lo que pasaba.


–Dios mío, Pedro. Lo siento tanto…


Pedro se marchó en silencio y ella se quedó sola. En cuanto vió los datos que se mencionaban en el texto, supo que Adrián había sido el culpable de la filtración. Lo supo por la copia que Pilar le había dado. Era la información que había encontrado en Internet. De haber querido, habría podido demostrar su inocencia con facilidad. Pero no quiso. Aunque no hubiera disparado la bala, había cargado la pistola. Y se sentía culpable. Alcanzó el teléfono, llamó al director de su colegio y le dijo que debía volar a Gran Bretaña por un problema familiar y que no creía que pudiera volver a Roma. Después, llamó a Pilar. Su amiga no estaba en casa, pero le dejó un mensaje para explicarle que Adrián no estaba saliendo con ninguna mujer y que, como seguramente habría hecho un gran negocio con la venta de la información a la revista, no se enfadaría cuando supiera que había tirado su ordenador portátil por la ventana. Dedicó el resto del día a limpiar el piso y hacer el equipaje. Y cuando llegó el lunes, le dió sus llaves a la señora Priverno, llamó a un taxi y se marchó con sus maletas y su mata de tomillo.




A pesar de las órdenes de Pedro, Nonna encontró un ejemplar de la revista y se enteró de lo ocurrido. Inmediatamente, convocó a la familia en la casa de Isola del Alfonso y les explicó toda la historia. Les dijo que había salvado al aviador, que se había enamorado de él y que se había quedado embarazada. Pero el resto de la historia no se parecía nada a lo que habían contado los periodistas. Nonna afirmó que su esposo sabía la verdad cuando le pidió que se casara con ella, y que se lo pidió porque la amaba y porque había sufrido heridas tan graves durante la guerra que ya no podría tener más hijos. 

Aventura: Capítulo 72

Cuando Paula despertó a la mañana siguiente, descubrió que Pedro le había dejado una nota en la almohada. Decía así: "Me voy a casa para cambiarme de ropa. Pasaré a recogerte a las dos. Quiero que conozcas a Nonna".


Pedro no podía imaginar lo que le esperaba en el palazzo. Ya se había duchado y cambiado de ropa cuando Leandro apareció de repente y dijo que tenía algo muy importante que decir. Lo siguió a uno de los salones. Bella estaba sentada en el sofá, muy pálida.


–¿Qué ocurre? ¿Han vuelto a discutir? Pensaba que…


–No se trata de nosotros.


Nico se inclinó sobre la mesa y alcanzó una revista del corazón, que le dió. Una fotografía de Nonna ocupaba toda  la portada.


–¿Qué es esto? –preguntó Pedro, indignado.


–Lee el artículo si quieres –respondió Bella–. Dice que mi madre no es realmente la hija de mi abuelo. Dice que Nonna tuvo un amante durante la guerra, que se quedó embarazada de él y que sedujo a mi abuelo para que creyera que el niño era suyo y se casara con ella. Hasta llamó Alessia a mi madre… En honor a su amante.


Pedro se quedó boquiabierto.


–También dice que tu amiga inglesa, Paula, es prima mía –sentenció Bella.


Matteo leyó el artículo con avidez. Todos los detalles que Paula le había contado sobre su abuelo y sobre su relación con Lucía estaban allí, impresos. Pero nadie había caído en la cuenta hasta entonces porque nadie llamaba Lucía a Nonna.


–¿La abuela sabe algo de esto? –preguntó cuando terminó de leer.


Bella sacudió la cabeza.


–Llama a Graziella y asegúrate de que no lo vea y de que no hable con nadie hasta que hable con ella.


–¿Lo que dice esa revista es verdad, Pedro? –preguntó Bella con angustia.


–Sí.


–Oh, Dios mío… Pobre mamá –declaró, desesperada–. Pero, ¿Cómo lo han sabido? ¿Se lo habrá contado Paula?


Pedro no respondió. Se acordaba de su encuentro con Paula, de su primer beso y de la sensación de que le ocultaba algo. Su instinto le había dicho que no confiara en ella. Pero no le hizo caso. 


Paula abrió la puerta del piso sin más ropa que el albornoz.


–Pedro…

Aventura: Capítulo 71

 –Tengo entendido que eres profesora.


–Sí.


–Pedro me ha comentado que se conocieron en Isola del Alfonso. No sabía que nuestro pequeño pueblo se estuviera volviendo famoso entre los turistas.


–Paula no fue al pueblo para hacer turismo –explicó Pedro–. Resulta que su bisabuelo estuvo allí durante la guerra. Una mujer de la zona le salvó la vida y le ocultó de los fascistas.


–¡Qué romántico! ¿Has averiguado algo de ella?


Paula ya iba a responder a la pregunta cuando se quedó sin habla. En la oscuridad anterior del palco, no se había dado cuenta de que Isabella del Alfonso era la viva imagen de Lucía. Tenía el mismo cabello oscuro, los mismos ojos y la misma sonrisa de la fotografía de Alberto.


–Debería hablar con Nonna, Pedro –continuó Bella–. Lleva toda la vida en el pueblo y estoy segura de que sabrá algo.


Bella se giró hacia su esposo y le tradujo al italiano lo que estaban diciendo, porque Leandro no sabía inglés. Mientras hablaban, Pedro notó la palidez de Paula y preguntó:


–¿Te encuentras bien?


–Sí, sí… Es que aquí hace un poco de calor –mintió–. Tal vez debería tomar un poco de agua.


Pedro tomó la botella de agua que estaba en la mesita del palco, junto con otras bebidas, y le sirvió un vaso.


–¿Quieres que nos marchemos?


–¿Antes de que Tosca convenza al terrible jefe de policía para que perdone a su amante? De ninguna manera.


Pedro no dijo nada; se limitó a sacar un pañuelo del bolsillo, un pañuelo con sus siglas bordadas, y se lo dió. Pero Paula no derramó una sola lágrima durante el resto de la representación. El drama era tan terrible que estaba más allá de las lágrimas. Además, todavía estaba asombrada por el descubrimiento que había hecho. El parecido de Bella con la Lucía de la foto sólo podía significar una cosa: Que Lucía era Nonna, Rosario Lucía Leone. Y aunque ardía en deseos de decírselo a Pedro, se lo calló. Tenía que hablar antes con ella. Tenía que hablar y prometerle que su secreto estaba a salvo, que nunca se lo contaría a nadie. 


Aquella noche durmieron en el piso de Paula; Pedro supuso que Bella y Leandro dormirían en el palazzo y no quería tener compañía. Y fue una noche de las que no se olvidan. Una noche interminable, de amor, que sólo interrumpieron para prepararse una cena rápida, consistente en unos huevos revueltos y unas tostadas, antes de volver a la cama. 

miércoles, 18 de octubre de 2023

Aventura: Capítulo 70

Paula no se había gastado tanto dinero en un vestido en toda su vida; pero esa noche era la velada de la ópera y ya no lo podía retrasar. Al final, terminó entrando en una de las boutiques de la Via dei Condotti y explicando a la dependienta que buscaba algo clásico para asistir a la representación de Tosca.


–Entonces, un vestido negro es lo más adecuado –comentó la mujer.


Cuando Paula salió de la tienda, llevaba un vestido de color negro, de tafetán, que le quedaba como un guante y le llegaba hasta poco más arriba de los muslos. Era más atrevido de lo que tenía en mente en principio, pero pensó que quedaría muy bien con unos zapatos de tacón alto y los pendientes que Pedro le había regalado. A las siete en punto de la tarde, él llamó a la puerta. Y cuando le abrió, la miró de los pies a la cabeza y sonrió.


–Me has dejado sin habla… Estás preciosa.


–Tu mirada me ha dicho todo lo que me tenías que decir – declaró ella, encantada–. Y tú tampoco estás nada mal. El esmoquin te queda perfecto. Aunque afirmes que tu hermano es más guapo que tú, yo soy de la opinión de que le faltan muchos años para poder competir contigo.


Paula se puso una chaquetilla por encima. No hacía frío, pero Pedro se empeñó en que se la pusiera porque dijo que, de lo contrario, los hombres que pasaban por la calle se volverían locos en cuanto la vieran. Luego, la tomó de la mano y la llevó al coche. Al llegar al Palacio de la Ópera, que estaba lleno de gente, varias personas saludaron a Pedro en la distancia o le hicieron gestos para que se acercara, pero él se limitó a asentir y a seguir adelante. No se detuvieron hasta llegar al palco, donde se sentaron. Segundos después de que la obra diera comienzo, la puerta del palco se abrió y apareció una pareja que se sentó a cierta distancia de Pedro.


–Son mi prima y su marido –susurró él–. Lo siento. No sabía que tuvieran intención de asistir. Te los presentaré en el intermedio.


Cuando terminó el primer acto, Pedro declaró:


–Paula, permíteme que te presente a Isabella Alfonso y a su marido, Leandro Bazzacco. Bella, Leandro… Les presento a Paula Chaves.


–Ah, tú debes de ser la Paula de la postal que estaba en su despacho –dijo Bella con una sonrisa–. Siento que nos hayamos presentado de improviso, pero Leandro ha llegado a casa esta mañana y…


–Y has querido aprovechar un acto público para que todos sepan que han hecho las paces –intervino Pedro.


–Por eso y porque es su ópera preferida.


–La mía, no; la tuya –protestó Leandro–. Yo prefiero las óperas de Verdi.


–Se portan bien o los tendré que echar de mi palco – bromeó Pedro–. Y se organizaría un buen escándalo… Se imaginan lo que diría la prensa del corazón. 


Bella hizo caso omiso del comentario de su primo y miró a Paula. 

Aventura: Capítulo 69

 –¿Quieres ver las abejas de Nonna?


–No estoy segura… Es algo muy personal.


–Oh, vamos, ya eres de la familia. Y por otra parte, supongo que sus abejas habrán tenido ocasión de echarte más de un vistazo a estas alturas. Deberías devolverles la visita –declaró con ironía–. Después, si quieres iremos a la iglesia y encenderemos una vela ante la placa de Lucía.


Paula aceptó la oferta. Y fiel a su palabra, Pedro terminó por llevarla a la iglesia de Isola del Alfonso. Sin embargo, cuando él le tradujo la inscripción de la placa, se llevó una sorpresa.


–No puede ser. La placa dice que nació en 1898 y murió en 1944. Pero según Alberto, ahora debería tener alrededor de ochenta años. Tiene que ser una Lucía diferente…


–Oh, lo siento mucho, Paula. Dí por sentado que sería la misma, y ahora no se me ocurre quién podría ser. A las chicas del pueblo les ponen sus nombres en honor a otras mujeres de sus familias, como abuelas o tías. Podría haber media docena de Lucías en cada generación familiar. Por ejemplo, el verdadero nombre de Nonna es Rosario Lucía. Se lo pusieron en honor a su abuela y a una prima.


–Es un nombre precioso. –Le preguntaré cuando vuelva. Quizás nos pueda ayudar.


–No, olvídalo, Pedro. Dejemos que el pasado descanse en paz.




El viernes de la semana siguiente, Paula estaba sacando unos documentos del despacho cuando Pilar se presentó.


–¿Esta noche tienes clase de italiano?


Paula se sintió culpable. Debería haberle dicho que estaba saliendo con Pedro, pero conocía a Pilar y sabía que no era mujer capaz de guardar un secreto.


–Ya sabes cómo soy. Por si no tuviera bastante con mis propias clases, me castigo con otras al final del día. ¿Y tú? ¿Qué vas a hacer?


–Nada; creo que me voy a ir a casa de mi familia. Pero tengo algo para tí… te he traído una copia de lo que Adrián encontró en esa web de genealogía. He descargado la información de su ordenador. Está en italiano, pero te servirá de práctica.


En ese momento, Paula se dió cuenta de que su amiga tenía un aspecto extraño. Parecía deprimida.


–¿Te encuentras bien, Pilar?


–Eso depende –respondió, encogiéndose de hombros–. Adrián ha estado casi todas las tardes de esta semana con otra mujer.


–Pero eso no es posible… Adrián te adora, Pilar. ¿Has hablado con él?


–No he podido. Está demasiado ocupado. No tiene tiempo para mí.


–Oh, Pilar…


–Le dejé un mensaje en el contestador para que pase por casa a recoger sus cosas. Bueno, o las cosas que quedan, porque estaba tan enfadada que tiré su portátil por la ventana… Por eso me voy a casa de mi familia. Pero antes, quería darte esa copia.



Aventura: Capítulo 68

 –Eran tiempos de guerra, cara. Buscaban solaz donde podían y vivían cada día como si fuera el último –observó él–. ¿Sabes una cosa? Nonna te vio aquel día en la iglesia del pueblo. ¿Qué hacías allí?


–Quería hablar con el sacerdote. Supuse que sabría algo de Lucía. Pero estaba ocupado.


–Y decidiste subir a lo alto del cerro.


–Me pareció lo más lógico.


–Me alegra que lo hicieras. De hecho, he pensado que Nonna podría decirte más cosas de Lucía. Ella era muy joven por entonces, pero puede que recuerde algo o que oyera rumores al respecto. No puedo creer que nadie supiera que Lucía estaba escondiendo a tu bisabuelo. Desgraciadamente, Nonna no le pudo decir nada.


Cuando llegaron a la casa, Graziella les informó de que se había marchado a Nápoles, a visitar a un primo suyo que estaba enfermo.


–Si tienes que irte con tu abuela, lo comprenderé –dijo Paula–. Sé que los vínculos familiares son muy importantes en Italia.


–No, ni siquiera es mi abuela de verdad. Es abuela de Bella. Pero la adoro de todas formas, y ella me adora a mí.


Tras desayunar, salieron a la casa y se dirigieron a los  viñedos, donde Paula echó una mano a los trabajadores que ya habían empezado con la vendimia. Luego, Pedro la llevó a las bodegas y le enseñó las cavas donde se guardaban los enormes toneles de vino. Mientras estaban allí, ella se apoyó en un tonel y él la besó.


–Tal vez deberíamos volver a los viñedos –dijo Paula–. Me siento culpable de no hacer nada con toda esa gente trabajando.


–Están acostumbrados a ello. Además, llevo toda la mañana deseando hacer esto…


Él le metió las manos por debajo de la camiseta, le desabrochó el sostén y tomó posesión de sus pechos.


–Supongo que ahora estoy a tu merced –dijo Paula con debilidad.


–Al contrario, cara. Soy yo el que está a la tuya.


El día y la subsiguiente noche de amor pasaron muy deprisa. Cuando por fin despertaron, nadaron en la piscina antes de desayunar y Pedro la llevó a los laboratorios de las bodegas, donde preparaba sus nuevos caldos. Entonces, se le ocurrió una idea. 

Aventura: Capítulo 67

Italiano para principiantes.


"Me han invitado a la ópera. Lo cuento porque no quiero que piensen que dedico todo mi tiempo libre a ir de compras, devorar helados y hacer el amor con mi apasionado amante italiano. Además, la ópera es divertida. Aunque me han advertido de que en Tosca muere todo el mundo. Lo malo del asunto es que tendré que comprarme un vestido nuevo y unos zapatos de tacón muy alto. Ya me he comprado unas medias tan finas que parecen una segunda piel y, por supuesto, ropa interior a la altura de las circunstancias. Ni siquiera sabía que todavía fabricaran corpiños. Me he comprado uno de color negro, que se cierra a la espalda con un montón de ganchitos. Parece salido de una novela histórica, pero muy sexy".


Pedro la llamaba todas las noches o le enviaba mensajes escritos en italiano. Cuando Paula no entendía algo, lo buscaba en el diccionario; pero cada vez lo entendía mejor. Entre otras cosas, porque había empezado a estudiarlo en una academia. Él le sugirió que leyera el periódico todos los días para acostumbrarse al idioma; y todos los días, cuando iba a trabajar, ella se detenía en un quiosco y compraba la prensa. Siempre se fijaba en las revistas del corazón que se acumulaban en los estantes. Y siempre lo lamentaba porque Bella estaba en todas las portadas. Los paparazzi se estaban cebando con ella y con su esposo.


El viernes por la mañana, cuando volvió de correr, descubrió que Pedro la estaba esperando. No lo esperaba hasta el sábado, pero le preguntó qué hacía allí. No quería perder el tiempo con conversaciones. Lo tomó de la mano y lo llevó al piso, donde se desnudaron y se metieron en la ducha, juntos. Sólo entonces, lo saludó.


–Hola. 


Aquella tarde, después del trabajo, vió que Pedro le había dejado un regalo en la mesita que se encontraba junto al sofá. Era una caja azul atada con un lazo blanco. La caja contenía dos pendientes largos, con forma de espiral, que a primera vista le parecieron de plata y que luego, al mirarlos con más detenimiento, resultaron ser de oro blanco. Se dirigió al dormitorio con intención de probarse los pendientes y sacó el teléfono para llamarlo y darle las gracias. Pero no fue necesario. Él seguía allí, en la cama, desnudo bajo los rayos del sol, profundamente dormido. Con cuidado para no despertarlo, dejó el teléfono y los pendientes en el tocador, se quitó la ropa y se metió en la cama con él. Salieron de Roma a primera hora del sábado, cuando el sol acababa de salir, y se dirigieron a Isola del Alfonso.


–¿A tu abuela no le importará? –preguntó ella, nerviosa.


–¿Por qué le iba a importar? –dijo, sin apartar la vista de la carretera–. Aunque me temo que tendrás que dormir en la habitación de invitados.


–Oh, no…


–No te preocupes por eso. Podemos huir y hacer el amor en el jardín, donde nadie nos pueda ver.


–Como Lucía y Alberto. Mi bisabuelo la besó en aquella tapia y luego hicieron el amor en la hierba. Por última vez. Antes de volver con su esposa y con un hijo al que no había visto nunca. 

Aventura: Capítulo 66

 –¿Quieres ir? –preguntó él.


–¿A la vendimia? Pensaba que ahora se hacía con máquinas…


–No, la vendimia se hace a mano, como en los tiempos de los césares. Aunque ya no pisamos la uva, por supuesto.


–Será un honor, Pedro.


Pedro pensó que había elegido la expresión perfecta para la ocasión. Participar en un acontecimiento tan bello y antiguo como la vendimia era, sin duda alguna, un honor. Un honor parecido al que él sentía cuando pensaba en Paula, cuando hablaba con ella y cuando estaba a su lado. Era consciente de que, cuando ella regresara a Inglaterra, se llevaría parte de su corazón.


–Es tarde, pero no soporto la idea de que te marches –dijo unos segundos después–. ¿Quieres quedarte conmigo esta noche? ¿Estar aquí cuando despierte y ser lo último que vea cuando me marche a Nueva York?



Italiano para principiantes.


"Este fin de semana he estado en un palacio romano, en calidad de invitada. Y digo bien, un palacio; no un edificio de pisos o departamentos, sino un palacio que se construyó sobre una villa de la Roma clásica. Tiene cuatro plantas, dos docenas de habitaciones, un patio con una fuente y un conde. Y por si eso fuera poco, he mejorado bastante mi italiano. Ya no soy una principiante".




Pedro se estiró mientras la luz del sol se filtraba entre los travesaños de la contraventa. Abrió los ojos y vió a Paula, que estaba acurrucada contra él, con una mano encima de su estómago, como si la hubiera puesto allí para que no pudiera escapar. Pero no tenía ninguna intención de escapar. Estaba loco por ella desde que la besó por primera vez. Y aunque había intentado convencerse de que sólo era un juego, un divertimento pasajero, no lo consiguió. Paula no era Giuliana. Paula era especial. Le acarició la mejilla y susurró:


–Me estoy enamorando de tí, Paula. Voglio estare con te per sempre.


Paula abrió los ojos en ese instante y sonrió.


–¿Voglio estare con te per sempre? –preguntó–. ¿Qué significa?


–No deberías escuchar lo que dice un hombre cuando está hablando solo –protestó Pedro.


–¿Tan terrible es lo que has dicho? –declaró sin dejar de reír.


–No, en absoluto. Significa que quiero estar contigo para siempre.


–Hum… Ya me lo había imaginado. Pero tengo una idea. Podría acompañarte al aeropuerto. Así estaríamos juntos más tiempo.


Pedro la abrazó con fuerza y dijo:


–No, quiero recordarte como estás. Desnuda. En mi cama. 

lunes, 16 de octubre de 2023

Aventura: Capítulo 65

 –¿No?


–Siempre estoy lejos o de viaje.


–Pedro, tú eres mucho más de lo que yo buscaba. Esta mañana, cuando te ví en la puerta de mi casa…


Paula se detuvo un momento. No encontraba las palabras adecuadas para describir lo que había sentido.


–Nuestro viaje puede ser lento, pero es maravilloso – continuó al fin–. Y las vistas son espectaculares. Además, como tú mismo dijiste, si yo sólo estuviera buscando un amante, iría a cualquier club nocturno de Testaccio.


Pedro sonrió.


–Pero en lugar de ir a un club nocturno…


–Estoy haciendo un viaje en el Orient Express. En primera clase. Disfrutando de cada estación.


–¿Y qué pasará cuando el tren llegue a Venecia?


–Pasará lo que queramos. Nos daremos un beso de despedida y nos separaremos con recuerdos hermosos que nos harán sonreír en la vejez.


–¿Y si no queremos que termine?


–Volveremos a empezar el viaje.


–Preferiría que siguiéramos viajando –dijo él–. Podríamos embarcarnos en un velero y explorar el Mediterráneo juntos. Dejar que el viento nos lleve.


–¿Lo ves? Es muy fácil. Belleza y placer. Sin estrés alguno. Poco a poco.


–Eso es lo que escribiste en tu blog. 


-¿Lo estás leyendo?


–¿No quieres que lo lea? 


Ella tragó saliva.


–Bueno, supongo que si estamos viajando juntos… –dijo con incomodidad–. Pero, ¿No me estabas enseñando la casa?


–Hay dos plantas y una docena de habitaciones más, aunque creo que pueden esperar a otro momento. Ven, te enseñaré mi sitio favorito.


Pedro la llevó nuevamente a la planta baja. Cruzaron la sala del mosaico y caminaron hacia un balcón que daba a un patio con columnas y una fuente de mármol. Desde el exterior del palacio, nadie podía imaginar que en mitad de Roma hubiera un lugar tan recogido y tranquilo. Paula se acercó a la fuente y jugueteó con el agua.


–Este lugar es precioso… Si llevaras una túnica, parecería que estamos en la antigua Roma.


–¿Tumbados en un banco de piedra y comiendo uvas? No, no. Estaremos más cómodos en unas sillas.


En una de las esquinas del patio habían instalado una mesa para cenar, iluminada con velas. Se sentaron y comieron tranquilamente mientras hablaban de sus trabajos y de lo que habían hecho a lo largo de la semana. Al final, Pedro comentó que faltaba poco para la vendimia y para la recolección de la aceituna en Isola del Alfonso. 

Aventura: Capítulo 64

 –Es un mosaico original.


Al oír la voz de Pedro, se dió la vuelta. Tenía el pelo mojado y llevaba unos chinos y un polo de color negro.


–El palacio se construyó sobre los restos de una villa romana – explicó–. El mosaico se encontró en el sótano hace unos años, cuando intentábamos arreglar las cañerías.


–Y sospecho que interrumpió las reparaciones, ¿Verdad?


–Desde luego –respondió, sonriendo–. ¿Quieres dar un paseo por la casa?


–Por supuesto.


Pedro la llevó por el palacio. Además de la sala del mosaico, la planta baja tenía un comedor enorme, con retratos de todos los condes y condesas de la familia Alfonso, y una biblioteca con volúmenes tan antiguos que debían de valer una fortuna. Al subir al primer piso se detuvieron en un salón grande, decorado con muebles modernos, donde había un televisor y varias estanterías con libros, pero esta vez, contemporáneos.


–Supongo que ésta es la sala que mi madre llamaría «La de los pies». Ya sabes, por poner los pies encima de la mesa –ironizó Paula.


–Buena definición. Mi hermano lo hace todo el tiempo.


–¿Vive contigo?


–No, tiene su propio piso; pero viene aquí cuando quiere comer o necesita que alguien le lave la ropa –respondió.


–Ah, los estudiantes…


Pero la llevó a continuación a una estancia más pequeña, con una mesa, un ordenador y varios archivadores.


–Éste es mi despacho. ¿Te acuerdas de la nota que me enviaste el primer día? Estuvo una semana aquí, perdida entre el correo.


–Se la dí a tu chófer… Todavía no puedo creer que me atreviera a escribirla.


Él le acarició la mejilla.


–Bueno, si se hubiera perdido para siempre y no la hubiera encontrado, habría ido a buscarte a tu colegio.


–¿En serio?


–En serio. No dejaba de pensar en tí.


–Ni yo en tí. Pero tengo un favor que pedirte… ¿Podrías enseñarme unas cuantas frases en italiano mientras cenamos? Pilar, la secretaria del colegio, quería pasar por casa esta noche. Y para quitármela de encima, me inventé que tenía clase de italiano.


–¿Por qué no le has dicho que habías quedado conmigo? ¿Tienes miedo de que empiecen a cotillear sobre tí?


–No, tengo miedo de que cotilleen sobre tí. 


Él asintió y la tomó de la mano.


–Está bien. Así que quieres que te enseñe unas cuantas frases… Veamos. Voglio fare l’amore con te.


–Voglio fare l’amore con te –repitió ella–. ¿Qué significa?


–Quiero hacer el amor contigo.


Paula contuvo la respiración.


–¿Y quieres hacerlo? ¿El amor? –se atrevió a preguntar.


–¿Es que lo dudas? Quizá no sea el amante apasionado que buscabas. 

Aventura: Capítulo 63

 –¿Más reuniones? Pensaba que sólo trabajabas en los viñedos.


–Y trabajo en los viñedos, pero no es lo único que hago.


–¿Qué más cosas haces? ¿Por qué tienes que viajar a lugares como París, Madrid y Nueva York?


–Participo en conferencias internacionales de todo tipo. Por ejemplo, hoy tengo una reunión sobre un programa de la FAO en el que he estado trabajando. La FAO es la Organización para la Agricultura y la Alimentación de la ONU. Me temo que el mundo necesita más comida que vino –respondió.


–Bueno, también necesita tus vinos…


–Sí, supongo que sí. Belleza y vinos. Es lo que Italia da al mundo –comentó él–. Pero dime, ¿Te apetece salir a cenar conmigo esta noche?


–Por supuesto que sí. Pero cenemos aquí, en mi casa.  Podría cocinar algo.


–No, no quiero que te molestes. Además, no sé a qué hora terminaré de trabajar. Te enviaré el coche a las siete de la tarde.


–No es necesario que me lleves a restaurantes todo el tiempo – protestó.


–No te voy a llevar a ningún restaurante. Te llevaré a mi casa.


Pedro se inclinó sobre ella, le dió un beso de despedida y se marchó.




El conductor que llamó a la puerta a las siete en punto de la tarde era el mismo hombre que la había llevado a Roma cuando estuvo en Isola del Alfonso. Sin embargo, el coche era distinto. En lugar de la limusina de Bella, se encontró en un sedán gris de ventanillas sin ahumar que, tras sortear un rato el tráfico de Roma, giró por una calle estrecha y se detuvo ante unas puertas impresionantes. El chófer le abrió la portezuela, llamó al timbre y esperó allí hasta que una mujer de mediana edad abrió la puerta.


–¿Signora Chaves? –preguntó la mujer–. Benvenuta.


–Grazie.


Cuando Paula entró en el magnífico vestíbulo, se quedó perpleja. El palazzo de Pedro era verdaderamente un palacio.


–Soy Francesca, el ama de llaves del conde. El señor está… Fare il bagno.


–¿Quiere decir que se está duchando?


–Sí, exactamente, se está duchando –dijo con una sonrisa–. Un momento. ¿Vuole qualcosa de bere?


–No, gracias.


Francesca asintió y la llevó a una sala, donde la invitó a sentarse. Sin embargo, ella se quedó de pie porque estaba más interesada en el mosaico de apariencia romana que vió en una de las paredes, protegido tras un cristal.