lunes, 30 de agosto de 2021

El Candidato Ideal: Capítulo 35

 —Hace años que no voy a Boston. Tal vez mi cara sea una de esas caras vulgares.


—¿Y qué hay de tí, Pedro? ¿A qué dedicas tus días?


Pedro imitó la forma de encogerse de hombros de Antonio.


—Veo mucho la televisión.


Lanzó una mirada furtiva a Paula y vió que había inclinado la cabeza y en su cara se dibujaba una sonrisa. Aquel gesto le pareció suficiente como para alentar las esperanzas del nombre más descorazonado. Antonio se quedó con la boca abierta justo antes de entrecerrar los ojos, y esa vez Pedro supo que el gesto era natural. Antonio asintió y sonrió.


—Desearía tener tiempo para hacer lo mismo.


—¡Antonio! —llamó Gerardo, antes de entrar en la sala y darle un caluroso abrazo—. ¿El conductor te encontró sin problemas?


—Sí. Gracias por enviarlo, Gerardo. Estoy encantado de estar aquí.


«Así que Antonio avisó al jefe de su llegada, pero no a Paula...» pensó Pedro. «Qué tío más raro»


—Los socios y directivos van pasar un par de días en Sanctuary Cove, en Queensland jugando al golf y te he reservado una plaza —continuó Gerardo.


Antonio sacudió la cabeza.


—Ojalá pudiera, pero no he venido de vacaciones, sino por negocios.


Pedro vió cómo la sonrisa de Paula se desvanecía, pero fuerte como era ella, enseguida se recompuso.


—Además, no me va mucho el aire libre. Si me propones una partida de ajedrez aceptaré con gusto —Antonio se giró hacia Pedro y chasqueó los dedos—. Alfonso, ¿Verdad? ¿El golfista?


Pedro asintió.


—Sabía que lo conocía. Le ví ganar el Abierto de Boston hace unos años. Es un verdadero campeón.


Pedro apenas pudo contener una sonrisa. Aquel tío era de lo más diplomático, muy escurridizo y estaba demasiado cerca de Paula, que no había vuelto a mirarlo a los ojos desde que él había llegado.


—Es perfecto —dijo Antonio a Pedro—. ¿Por qué no ocupa mi plaza en el viaje a Sanctuary Cove? Así le dará un descanso a su televisión.


Gerardo pareció entusiasmado con la idea.


—Sería usted más que bienvenido, Pedro. Sería un honor para nosotros que nos acompañara.


Pedro estaba a punto de rechazar cortésmente la proposición cuando Antonio casi empujó a Paula a sus brazos diciendo:


—Y puedes llevarte a Paula. Ella es una estupenda golfista.


—Pero si acabas de llegar —susurró Paula.


—Mañana estaré ocupado todo el día. Vete y pásalo bien. No te separes de él ni un momento y tal vez te enseñe algún truco.


Pedro se balanceó ante la palmada que acababa de darle Antonio en la espalda y consiguió contenerse para no devolverle el gesto con fervor.


—Si Paula se apunta, yo no tengo inconveniente.


—Desde luego que vienen los dos. El avión sale mañana a las siete de la mañana —dijo Gerardo—. Mi secretaria les dará más detalles. ¿Hasta cuándo te quedas, Antonio?


—Unos pocos días como mucho.


—¿Quedamos una noche para tomar unas copas?


—Por supuesto.


Gerardo se marchó y Paula, Pedro y Antonio se quedaron solos de nuevo. No quiso analizar los motivos de su animadversión por el otro hombre. La llegada de Antonio probablemente había evitado que hubiera estropeado del todo lo suyo con Paula. Si se hubieran dejado llevar por la fascinación mutua que sentían el uno por el otro, probablemente aquello hubiera sido el fin de su historia. Aunque había descubierto que Antonio era real, aquello no era motivo de alegría para él.


El Candidato Ideal: Capítulo 34

 —¡Antonio!


Paula se soltó del abrazo de Pedro. Él sintió la necesidad de retenerla y acabar lo que ella había empezado, pero logró contenerse y guardarse las manos, desobedientes, en los bolsillos. Su mirada de halcón no se separó de ella mientras la veía correr hacia la puerta y el hombre la elevaba en el aire como si no pesara más que un gatito. Cuando la dejó en el suelo se inclinó y la besó con familiaridad muy cerca de los suaves labios, tan tentadores, que habían estado a punto de ser de Pedro hacía tan sólo un instante. Le pareció que todo aquello estaba fuera de lugar y sintió como si una garra femenina le arrancara el corazón del pecho. Darse la vuelta, como deseaba, no serviría para nada: no podría evitar escuchar toda la conversación a no ser que se tapase los oídos.


—¿Cuándo has llegado? —preguntó Paula.


—Ahora mismo —respondió el hombre con fuerte acento de Boston—. Intenté llamarte, pero saltó el contestador automático y ya sabes cómo odio esos chismes. Pero cuéntame... ¿Qué has estado haciendo?


Pedro tuvo que contenerse para no decirle que había estado cenando con él, envuelta en su abrigo.


—Trabajar, sobre todo —dijo Paula, sin darle la oportunidad.


—¿Y ahora?


Pedro apretó los dientes.


Paula dudó:


—Estoy con un cliente.


—Eso está muy bien —dijo Antonio.


—Ah, Pedro —llamó ella.


Era el momento de luchar por el Oscar a la mejor interpretación. Con una enorme sonrisa se dirigió a la pareja, tomándose su tiempo para analizar a aquel hombre de pie al lado de Paula. Era alto, delgado, vestido con un atuendo informal que olía a dinero. Un reloj caro y gafas de sol de diseño colocadas en la cabeza, las manos bien cuidadas reposando, posesivamente, sobre la cadera de ella.


—Antonio —empezó Paula con voz firme—, éste es Pedro Alfonso.


Antonio alargó la mano que no tenía ocupada.


—Antonio Lucas. Encantado de conocerlo.


—Amigo de Paula, supongo —tentó Pedro, sacudiéndole la mano con frialdad.


Antonio rió y Pedro dudó sobre la sinceridad de su reacción.


—Me gustaría pensar que soy mucho más que eso.


«¿Cuánto más?» deseó preguntar Pedro. «Dime ya que eres el famoso prometido y acabemos con esto» Pero la declaración no se produjo. Antonio entrecerró los ojos y Pedro volvió a pensar en que era un gesto estudiado.


—¿Nos conocemos?


—No lo creo —respondió Pedro, cruzándose de brazos—. ¿A qué se dedica?


—Soy abogado —dijo encogiéndose de hombros, como si fuera obvio—. Trabajo para la firma de la que depende Archer. Normalmente estoy en la oficina de Boston y soy profesor invitado en la Facultad de Derecho de Harvard.


«Muy bien, campeón», pensó Pedro.

El Candidato Ideal: Capítulo 33

Aquello iba contra las normas que se había impuesto a sí misma y que había seguido durante demasiado tiempo. Cuando supo que él sentía lo mismo que ella, cuando vio el mismo deseo reflejado en sus ojos, supo que no había escapatoria posible. No sería ella la que dijera que no. Se apoyó en la puerta, que estaba justo tras ella, y la cerró con un significativo clic. Paula tomó la escoba de la mesa, alineó la bolita de papel con el vaso de plástico que hacía las veces de hoyo y se preparó para golpear, separando los pies calzados con tacones de aguja y haciendo que su corta falda escalase aún más centímetros por sus muslos. Golpeó y falló por un montón. Pedro recogió la bolita de papel y fue a ponerse ante ella.


—¿Puedo? —dijo, alargando la mano hacia el supuesto palo de golf.


—Como quieras —respondió ella con voz grave.


Pedro se colocó tras la espalda de Paula y dejó caer la pelota de papel ante ella. A Paula se le puso la piel de gallina al sentir la caricia casi inocente de sus pantalones contra sus piernas desnudas. Él recorrió sus brazos con las manos hasta sujetar las de ella con las suyas. Estaba en sus brazos de nuevo. Estaba tan cerca de él que podía sentir los latidos de su corazón, casi tan rápidos como los suyos.


—Tienes que poner las manos más abajo —dijo él su— surrándole al oído—. Relaja los brazos.


¿Acaso bromeaba? Hubiera necesitado un tranquilizante para elefantes para relajarse en aquel momento.


—¿Así? —dijo ella bajando un poco más las manos e inclinándose para estar más cómoda.


—Perfecto —su voz era más grave y el delicioso sonido no dejaba de reverberar en su cabeza—. Ahora toma aire.


Así lo hizo.


—Mira el hoyo.


Sus cabezas se giraron al tiempo hacia el vaso de plástico.


—Ahora mira a la pelota, swing hacia atrás, ahora hacia delante. No pierdas de vista la bola hasta que oigas el plop, el sonido perfecto que indica que la pelota ha entrado en el hoyo. Se atraen profundamente y quieren estar juntos. Están muy lejos, pero sólo necesitan un empujón, una ayuda para unirlos.


Paula golpeó y la bola se deslizó por la moqueta hacia el vaso hasta que se encontró con una imperfección de la moqueta que la desvió en el último momento. Pedro echó a reír.


—La teoría parecía buena.


—Yo te he creído —dijo Paula, volviéndose para mirarlo.


Sus rostros estaban a unos pocos centímetros uno del otro y ella aún seguía envuelta en los brazos de Pedro. Toda su atención se centró en el pulso acelerado de su propio corazón y en la tentación que le suponían aquellos labios suaves y dispuestos ante ella. Paula sintió su cuerpo rotar. Pedro la estaba girando en sus brazos muy lentamente, para que estuviera totalmente frente a él. Una aguda voz en su cabeza le dijo que se apartase, pero fue aplastada por otra voz que le decía que no lo dejara escapar. La fría y calculadora Paula lo había controlado todo hasta hacía un minuto, y tal vez poco después volviera aparecer, pero aquella era la Paula impulsiva que quería echar a volar. La puerta de la oficina se abrió y ellos volvieron la cabeza en la dirección de la que venía el ruido. La silueta de un hombre se recortó contra el umbral.


—¡Cariño! —dijo el hombre—. ¡He vuelto!

El Candidato Ideal: Capítulo 32

Pedro se levantó frotándose las manos.


—Vamos allá.


—Muy bien.


Paula le indicó el camino en el piso inferior y lo dejó solo. Tal vez Pedro aprovechara más la sesión si ella no estaba presente. Así, volvió a la oficina y trabajó en el caso de Carmen Gold, pero una hora después, nerviosa, pidió una bandeja de café y galletas y bajó a la sala de conferencias. Abrió la puerta con cuidado y se detuvo, boquiabierta ante el insólito cuadro que tenía delante. El sacerdote sujetaba una escoba como si fuera un palo de golf y Pedro estaba de pie tras él, ayudándolo a perfeccionar su swing. El psicólogo buscaba a gatas sobre la alfombra la bolita de papel que estaban usando como pelota y la consejera matrimonial parecía ser una bandera agitándose con la brisa sobre el hoyo.


—¡La encontré! —gritó el psicólogo, lanzándole la pelotita a Pedro, que la atrapó en el aire con facilidad antes de dejarla caer al suelo delante de su alumno.


—Supongo que ya han acabado el trabajo —dijo Paula apretando los dientes. Los cuatro la miraron como si fueran niños a los que han descubierto en medio de una travesura.


—No del todo —intentó Pedro—. Aún me queda ayudar a Flavia.


Paula miró a la consejera matrimonial, que tuvo la decencia de ponerse colorada y susurrar un «Lo siento»


—Muy bien, se acabaron los juegos. Estoy muy disgustada con todos ustedes y me estoy cuestionando su lealtad hacia mí. Largo.


Los tres expertos se marcharon y el pastor, tomando una galleta, le preguntó a Paula si la vería el domingo.


—Ya veremos —dijo ella antes de darle un beso al anciano en la mejilla.


Cuando se hubieron ido, Paula dejó la bandeja en una mesita auxiliar y puso los brazos en jarras.


—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Pedro con voz divertida.


—Cenar —dijo, imaginando un brillante plan en su cabeza.


Si quería reformarlo, le mostraría lo que era un matrimonio de éxito y sabía exactamente dónde llevarlo.


—¿A cenar? —repitió Pedro con sonrisa triunfante y ojos brillantes.


Ella asintió y notó sorprendida cómo sus ojos se oscurecían ante su gesto.


—Una cena de trabajo, por supuesto, donde yo quiera.


—¿Más expertos?


Paula asintió.


—Como diga la señora.


Al levantarse de la mesa, él la miró directamente a los ojos. Fue como si un resorte se accionara en la mente de Romy: era la misma atracción que sentía por él. Desde el primer día, aunque prefiriese no verlo desde debajo de su máscara de autoprotección.


—¿Por qué me has arruinado el plan?


—No ha sido culpa mía. En cuanto entré empezaron a pedirme consejos y cuando intenté negarme me dijeron que me pondrían mala nota. Lo siento.


No lo sentía en absoluto y ella lo sabía. Estaba furiosa, pero sabía que sólo había un paso entre la ira acalorada y la pasión ardiente. Paula podía sentir que ambos eran conscientes de lo que estaba pasando. No podían negarlo. Él seguía apoyado sobre la mesa, mirándola fijamente, sin parpadear. Él sonrió y ella le miró la boca, aquella boca tan sexy y sensual.

El Candidato Ideal: Capítulo 31

Paula miró su reloj. Había pasado un cuarto de hora, así que echó a correr hacia la oficina. Si todo había salido según su plan, Bruno estaría flirteando con alguno de los chicos de la recepción y Pedro se habría marchado hacía rato. Fue entonces cuando se preguntó si que Pedro se hubiera marchado sería bueno para él... Y para ella. Al doblar la esquina se encontró una escena sorprendente: A Bruno sentado en la silla de Karen con los pies sobre el escritorio, riendo a carcajadas, igual que Karen, ante la historia que estaba  contando Pedro. Bruno fue el primero en ver a Paula.


—¡Paula, cariño!


Karen corrió a ponerse detrás de su mesa, algo colorada, y Pedro se apoyó sobre el escritorio, con las manos hundidas en los bolsillos y sin dejar de mirar a Paula con una sonrisa que hizo que sus rodillas temblaran. Paula volvió la mirada hacia la relativa seguridad de Bruno.


—Han aprovechado el tiempo, supongo. Imagino que habrás diseñado un plan para mejorar su imagen.


—Olvídalo, cariño. Es perfecto. Déjalo como está —se volvió hacia Pedro con los ojos llenos de inspiración—. Aunque yo pondría más cuero en su vestuario...


Pedro le guiñó un ojo y le enseñó los pulgares hacia arriba que le provocó una risa histérica de nuevo.


—¿Cuero? —dijo Paula, que no salía de su asombro—. ¿Así mejorará su reputación? ¿Eso le llevará a encontrar a su pareja ideal?


—Ponle una chaqueta de cuero y la reputación quedará en un segundo plano. Tengo que irme, queridos. Karen, el brillo rosa te queda genial. Paula, más rojo, por favor. Pedro, no cambies. ¡Espero verlos pronto!


—¡Cuenta con ello, amigo!


Bruno agitó una mano en signo de despedida y se llevó su halo de singularidad con él, dejando allí a tres personas normales impresionadas por su visita. Paula giró sobre sus tacones y entró en su oficina.


—Ha ido muy bien —dijo Pedro, siguiéndola y sentándose en el sofá.


—Muy bien —aunque no le parecía bien en absoluto. 


Bruno tenía que haberlo asustado para que nunca hubiera vuelto a su despacho ni a robar su tiempo libre.


—¿Qué viene después? ¿Un agente? ¿Un manager?


—No. Para eso me has contratado a mí —dijo Paula, pasándose una mano por el pelo, frustrada.


—Perfecto, pero prométeme que no habrá más cuero azul claro.


—Te lo prometo. Lo siguiente es... —miró su reloj. 


Puesto que Bruno no había logrado hacer huir a Pedro, tendría que pasar al plan B.


—Quiero que veas a unos expertos que te podrán ayudar.


—¿Expertos?


—Un psicólogo, un consejero matrimonial y un sacerdote.


—¿Es un chiste?


Paula lo miro y casi deseó que alguno de ellos fuera vestido de arriba abajo de cuero azul claro.


—Te esperan en la sala de reuniones. Para que les cuentes tus secretos.


Cuando pronunció la palabra «Secretos», una chispa brilló en los ojos de Pedro. Ella permaneció en silencio, retándolo a negarse.

viernes, 27 de agosto de 2021

El Candidato Ideal: Capítulo 30

Su corazón la arrastraba de nuevo hacia él. Deseaba decirle lo que pensaba de él: Cuánto la había atrapado su bondad innata, mucho más que sus encantos y su belleza.


—No se trata de lo que quiero yo, sino de lo que necesitas tú.


El intercomunicador volvió a sonar:


—Paula, Carmen Gold ha venido a verte.


—¿No la lleva otro abogado?


—Parece que sólo quiere hablar contigo.


Aquello le hizo sonreír. Los socios no podían hacer nada para evitar eso.


—Dile que ahora salgo.


Paula sonrió a los dos hombres.


—Chicos, los tengo que dejar un momentito. Hablen, empiecen a conocerse. Volveré en cuanto pueda.


Bruno le lanzó un beso y sacó una enorme cinta métrica de su bolsillo.


—Vamos a tomarte medidas. ¿De qué lado cargas?


Paula le guiñó un ojo a Pedro desde la puerta. Karen parecía muy ocupada. Cuando finalmente paró de teclear se volvió hacia ella.


—¿Por qué le haces pasar por esto?


—Bruno es el mejor.


—¡Es un tío rarísimo!


—Karen...


—Lo siento. Tienes razón, si hay alguien que pueda transformarlo en Mister Chico Majo ése es Justin. Pero, ¿Qué va a cambiarle a un hombre tan fantástico?


—Karen, ¿Dónde está Carmen?


—En la biblioteca.


—Gracias. Volveré enseguida, y no los molestes a no ser que oigas gritos. ¿Prometido?


—Prometido.


Paula corrió al encuentro de Carmen, que había pasado por la peluquería, se había maquillado y llevaba ropa nueva.


—¡Carmen! ¡Estás fantástica!


—¿De verdad?


—¡Claro que sí!


—Esperaba que Jorge pensara lo mismo, pero quería hacer la prueba contigo primero.


Paula tragó saliva mientras las dos tomaban asiento.


—¿Has hecho esto por Jorge?


—Por supuesto. Quiere volver a casa y no quiero que se arrepienta de ello.


El corazón de Paula se rompió en mil pedazos. Había presenciado aquello en mil ocasiones distintas y nunca funcionaba. Tenía que convencer a Carmen de que siguiera adelante.


—Es cosa de la prensa —siguió Carmen—. Había estado viendo a esa señora, pero no había ido más allá de un par de cenas. No ocurrió nada y ahora quiere volver conmigo.


Paula conocía a otra persona que también había tenido que soportar el acoso de la prensa amarilla.


—Paula, no sé qué hacer... Ayúdame.


—Carmen, llévalo a cenar —Paula, la abogada que nunca había perdido un cliente por que volviera a los brazos de su esposo, no podía creer lo que estaba a punto de decir—. Escucha lo que te tenga que decir, con la cabeza y con el corazón. Y yo estaré de tu lado sea cual sea la decisión que tomes.


Carmen rompió a llorar en los brazos de Paula.


—¡Muchas gracias! ¡Estaba segura de que me dirías que no debía hacerlo, pero me alegro tanto de lo que me has dicho! Deséame suerte.


Y Paula le deseó toda la suerte del mundo antes de verla salir bailoteando de la biblioteca.

El Candidato Ideal: Capítulo 29

 —¿Este es mi chico? —preguntó, susurrando exageradamente—. Si las chicas lo quieren, yo también.


—Pedro Alfonso—dijo él, estrechando la mano del otro hombre tras un momento de duda. Su sonrisa parecía sincera, y en su cara no había rastro de la impresión que Justin solía provocar en la gente la primera vez que lo veían.


—Bruno. Encantado de conocerte.


—¿Bruno...? —Pedro se volvió hacia Paula, buscando un apellido.


—Sólo Bruno —respondió ella, admirando la escena de los dos hombres: Uno tremendamente correcto y el otro tan llamativo.


—Llega un momento en que eres tan famoso que ya no necesitas apellido. Nuestra Paula podría llegar a serlo también, si me dejase ocuparme más de su vestuario. ¡Rojo, cariño! ¡Ponte cosas rojas!


—Hoy no has venido para aconsejarme a mí.


Bruno se volvió hacia Pedro, se acercó un poco más a él y lo miró de la cabeza a los pies detalladamente. Por primera vez, su cliente pareció asustado. Ella apenas podía contener su alegría.


—Muy bien —dijo Bruno, entusiasmado—. Aquí me tienes, bello montón de carne masculina.


Después, se acercó a Pedro, le dió una palmada en el trasero antes de saltar hacia atrás y llevarse una mano a la boca.


—No he podido resistirme.


Paula se mordió los labios para no echarse a reír.


—Bueno, volvamos al trabajo. Pedro, como habrás imaginado, Bruno es asesor de imagen.


—¿Acaso crees que necesito un asesor de imagen? — Pedro no se lo imaginaba, pero por fin había conseguido articular una frase.


—Cariño —dijo Bruno—. El mundo entero te ve como un deportista que una vez fue alguien, con demasiado dinero para saber qué hacer con él y que sólo piensa en mujeres. Si alguno de los presentes necesita un asesor de imagen, ése eres tú.


—¿Es eso cierto? —Pedro miraba a Bruno  alucinado.


Bruno se encogió de hombros, pero Paula vió la impresión que sus palabras le habían causado a Pedro. Realmente parecíadesconcertado. ¿Ignoraba acaso cuál era su imagen pública? Entonces lo entendió todo: La tristeza, la amargura que había visto en sus ojos en el restaurante le decían que él conocía su mala reputación. Ya no se extrañaba de que hubiera acudido a ella.


—Bruno está exagerando —dijo Paula, lanzándole una mirada asesina—, para decir que puesto que has tenido mucho éxito, ahora la prensa se ensaña con... Aquello que no ha sido un éxito en tu vida.


—Mis relaciones.


—Justo eso. Y puesto que la mayoría de las mujeres con las que te vas a encontrar conocen tu reputación, tenemos que hacer algo con ella. Tenemos que mostrar al mundo que eres una buena persona.


—¿Crees que lo soy?


Paula sintió que aquella pregunta iba en serio y la respuesta era afirmativa. Deseaba quitarle aquella expresión de la cara diciéndole cuánto lo creía, pero si lo admitía, aquello podía llevarlos por otro camino.


—Eso es lo que vamos a determinar aquí —dijo encogiéndose de hombros y mirando a Bruno—. No te preocupes, Pedro. Bruno no se dedica a crear clones de su extraña imagen. Es un profesional. El mejor. Él te ayudará.


—De acuerdo, si eso es lo que quieres.

El Candidato Ideal: Capítulo 28

 —Karen...


—Voy... ¿No puede una divertirse un poquito?


¡Divertirse! Paula se sentó en su silla pensando que eso era lo que necesitaba todo el mundo. Tomó el teléfono y empezó a hacer llamadas pidiendo favores a diestro y siniestro. Poco después apareció Pedro en la puerta de su oficina, acompañado por Karen. Le dió las gracias a su ayudante, que se había pintado los labios con un brillo rosa y se había arreglado el pelo de un modo más femenino que de costumbre. Se quedó sin habla. Karen acompañó a Pedro hasta su asiento y le ofreció, té, café... Paula esperaba que se ofreciese ella también, pero por suerte no lo hizo.


—No quiero nada. Gracias, Karen.


—También tenemos infusiones: Jengibre, manzanilla, poleo...


—Menos aún —dijo Pedro con la mano levantada para detenerla.


Ella soltó una risita nerviosa y Paula por fin recuperó el habla.


—Sí, muchas gracias, Karen. Avísanos cuando lleguen los demás.


—¿Quién va a venir? —preguntó Karen después de asentir.


—Lo sabrás cuando lleguen.


Karen salió, sacándole la lengua a su jefa a espaldas de Pedro. Estaban solos y su sonrisa cortés se transformó en algo totalmente diferente.


—Karen me dijo que era urgente y que me querías aquí enseguida.


Paula cruzó las manos bajo su escritorio, imaginando el cuello de Karen entre ellas.


—Imaginaba que no tendrías mucho que hacer.


—Aquí me tienes, todo tuyo —se recostó en el asiento colocando las manos detrás de la nuca, seguro de sí mismo.


Ella sacó un expediente del armario escondiendo una sonrisa maligna. «Borra esa sonrisa, Pedro... No tienes ni idea de lo que te espera»


—Pensé que, puesto que estabas aquí —«Y que me has echado encima a los socios», pensó—, podríamos empezar con nuestros planes de inmediato.


—¿Has hecho planes? —preguntó él—. ¿Para nosotros? — añadió con voz grave que Paula decidió ignorar.


—No eres el único que tiene ideas —dijo ella, acordándose de su lista—. Según los socios, tú eres ahora mi cliente número uno y tengo que dejar el resto de mis casos para centrarme en tí.


—¿De verdad?


Ella notó la sonrisa en su voz, y no le extrañó, pero siguió relajada.


—De verdad. Por eso he buscado ayuda —estaba ansiosa por mostrársela—. Para demostrarte lo en serio que me tomo este proyecto, he buscado un asistente para que nos ayude a transformarte en un hombre nuevo.


—Bruno está aquí —dijo Karen con voz desolada desde el otro lado de la puerta.


—Dile que entre —tenía los nervios a flor de piel.


—¿Quién es Bruno? —preguntó Pedro, pero antes de que Paula tuviera tiempo de responderle, Bruno entró de puntillas, vestido con una chaqueta de cuero ajustada azul claro, sandalias de plástico rojo y un peinado africano en la melena rubia. No se necesitaba más explicación que ésa.


—¡Paula, cariño! ¡Cuánto tiempo!


Paula se levantó y se dirigió a su invitado, mirando a Pedro, que se levantó también. A pesar de la impresión, era muy educado. Ella dió a su amigo dos sonoros besos.


—Bruno, qué ganas tenía de verte —Paula sintió que Bruno se apartaba de ella; debía haber visto al motivo de su visita.

El Candidato Ideal: Capítulo 27

Paula llegó a la sala, se sentó en la segunda fila y, tras el saludo inicial a todos los presentes, el primer nombre que se pronunció fue el suyo.


—Señorita Chaves, tenemos que agradecerle el nuevo cliente que ha traído al bufete —fue Gerardo Archer el que habló, el socio de más edad.


—Sí, señor —dijo ella.


Antes de que pudiera decir nada más, la voz de Gerardo volvió a romper el silencio.


—¡Hablando del rey de Roma!


Todos los presentes se dieron la vuelta y Paula sintió como si una mano la agarrara fuertemente la garganta. Al volverse como los demás, encontró al hombre que ocupaba sus pensamientos apoyado en el dintel de la puerta, con un aspecto magnífico con un traje de tres piezas y corbata de rayas. Ella contuvo un quejido mientras Gerardo presentaba al nuevo cliente del bufete a todos los presentes. Pedro sonrió y ella vió que muchos de aquellos duros abogados lo miraban como si fuese un héroe.


—Para aquellos de ustedes que no lo sabían —continuó Gerardo—, el señor Alfonso ha puesto todos sus asuntos legales en nuestras manos, incluyendo la gestión de su importante cartera de acciones y sus intereses inmobiliarios.


Ella sabía que Pedro estaría sonriendo y asintiendo con su gracia natural.


—Bien, estamos muy complacidos de que se haya unido a nosotros, Pedro —dijo Gerardo—. Un hombre tiene que estar seguro de sí mismo para dar el giro necesario para cambiar una situación negativa. Le gustará la filosofía de nuestro bufete.


—Encantado de estar aquí, Gerardo.


Los presentes empezaron a aplaudir, la puerta se cerró y Paula adivinó que Pedro se había marchado. Ella se lo agradeció; no hubiera soportado pasar la siguiente media hora con él detrás. Gerardo se volvió de nuevo hacia Paula.


—Excelente trabajo, señorita Chaves. Este es justo el tipo de trabajo enfocado al cliente que necesitamos. Será tarea suya el atarlo en corto, así que queda liberada de sus casos para que dedique toda su atención al misterioso proyecto de Pedro.


Paula hervía de rabia en su asiento.


—Son los clientes lo que hace crecer a un bufete, no los casos. Aquellos que los traigan obtendrán su recompensa. Bien hecho — dijo Gerardo para todos los presentes.


Paula asintió ocultando su enfado. No había tenido siquiera la oportunidad de rechazarlo y ya tenía instrucciones de ayudarlo a toda costa. Pero... Aquello podía ser mucho más divertido de lo que había pensado al principio: Después de todo, ella se tomaba muy en serio su trabajo.




—¿Cómo ha ido la reunión? —preguntó Karen cuando Paula llegó al despacho—. Parece que bien, ¿No?


—Quiero a Pedro en mi oficina lo antes posible.


—¿Y quién no?


—Karen...


—Sólo digo que admiro a la mujer que sabe lo que quiere y no tiene miedo de admitirlo.


—Karen, no me refiero a eso y lo sabes.


—Claro, jefa. Lo convenceré para que mueva su estupendo trasero hasta aquí.


—Está en el edificio.


Karen arqueó las cejas.


—Sé que les dedicas a tus clientes una atención extrema, pero mandar que le sigan me parece excesivo.


—Ha venido a la reunión de esta mañana.


—Ah, de acuerdo. ¿Quieres tener la puerta cerrada cuando llegue? No molestar y todo ese rollo...

El Candidato Ideal: Capítulo 26

 —No me gustan las sorpresas —dijo ella, encogiéndose de hombros.


Esperó que Pedro dijese algo más, pero no fue así. Le colocó el abrigo mejor sobre los hombros y hasta lo abotonó por ella.


—Vamos, te buscaré un taxi.


La condujo hasta la puerta con una mano protectora sobre su espalda. ¿Qué tenía aquel hombre en los dedos? Aun a través de la lana del abrigo, Paula podía sentir el calor natural de su piel. Una vez fuera, los dedos mágicos de Pedro no bastaron para mantenerla en calor: El aire era gélido. Un taxi se detuvo ante la llamada de Pedro. Estaba claro: Si todo el mundo se rendía ante los encantos del señor Alfonso, ¿Por qué no iban a hacerlo los taxis nocturnos? Ella se desabotonó el abrigo de Pedro y se lo devolvió.


—Quédatelo. Ya me lo devolverás otro día.


—No —dijo ella, sacudiendo la cabeza. Aquel aroma a jabón ya la había embriagado bastante y no quería que le invadiera la casa— . Recogeré el mío en Fables antes de regresar a casa.


Él la miró con el ceño fruncido, pero asintió y tomó el abrigo. Le abrió la puerta del taxi y le dio la dirección de Fables al conductor. Paula se acomodó en el asiento y se ajustó el cinturón de seguridad, ansiosa por marcharse.


—Adiós, Pedro.


—Hasta pronto.


Paula le dedicó una breve sonrisa antes de cerrar la puerta. El conductor arrancó enseguida y ella se lo agradeció.



Lo primero que hizo Paula el jueves fue acudir a la reunión del bufete con un café de Roberto en la mano y las ideas claras. Pedro Alfonso tenía que marcharse. Apenas había dormido la noche anterior y en todos sus sueños había aparecido él: Aquello había sido la gota que colmaba el vaso. Cuando estaba con él, la idea de lograr el objetivo de su proyecto era muy tentadora, pero cuando estaba sola, sin verlo al otro lado de la mesa confundiendo su razonamiento, podía pensar con más claridad. Lo que la había mantenido despierta toda la noche no había sido el Pedro playboy enloquecido, sino la visión de un hombre atento, amable y tímido, y sabía que por más éxito que tuviera si lograba su propósito, no merecía todo el lío que aquel hombre estaba provocando en su paz interior. Por eso tenía intención de dejarlo. Era el único modo de que sus planes continuaran su proceso como ella lo había diseñado, como a ella le gustaba. Para entonces todo el bufete sabría de la llegada de Pedro Alfonso y necesitaría darse prisa en explicarles que no le parecía un buen cliente.

miércoles, 25 de agosto de 2021

El Candidato Ideal: Capítulo 25

 —Oh, es bueno saberlo, chicos. Acordaos de darle las gracias a sus padres de mi parte.


—Claro —los chicos no se movieron de allí, sonriendo, como si esperaran a que les invitasen a sentarse.


—¿Puedo ayudarles en algo más? —preguntó de nuevo, y Paula se sorprendió de que se mantuviera tan educado y contenido ante tal invasión de su intimidad, especialmente porque ella acababa de darse cuenta de que habían tocado una fibra sensible.


—No. Encantados de conocerlo, eso es todo. Todos los jóvenes le dieron la mano por turnos mirándolo como si fuera un dios. Cuando se hubieron marchado, Pedro alargó la mano hacia las patatas y se llevó una a la boca en silencio.


—¿Eso ocurre muy a menudo? —preguntó Paula.


—Lo suficientemente a menudo —por su respuesta, ella entendió que aquello no le resultaba tan fácil como parecía y que lo superaba gracias a la paciencia y al buen humor, no por tener que alimentar su ego.


—¿Siempre son chicos jóvenes?


—No siempre son chicos —dijo, y después sonrió.


¡Maldito sea! Cada vez que ella se sentía arrastrada de su lado, él sacaba su pose de playboy. Tal vez en vez de maldecir tuviera que dar gracias por ello. Cuanto más le recordara su reputación anterior, mejor para ella. Paula deseó poder detestarlo, pero cuanto más tiempo pasaba con él, aquello le parecía más y más difícil. Antes de quedar atrapada por sus hipnóticos ojos verdes grisáceo, decidió llevar la conversación otra vez al punto que no deberían haber abandonado.


—Si no quieres que analicemos los errores que cometiste en el pasado, ¿Qué te parece recordar las cosas buenas? Concéntrate en eso.


—Me gustaba la decoración de la habitación.


Ella se quedó mirándolo fijamente.


—Me encanta tener a alguien que apague el despertador por mí.


—Pondré todo eso en la lista de tus requisitos previos.


Pedro volvió a ponerle el bolígrafo en la mano a Paula.


—Genial. Apunta todo eso. Y ya que estamos, soy alérgico a lavar los platos, así que tendrá que estar dispuesta a hacerse cargo de eso también.


—¿Eres alérgico al jabón lavavajillas?


—No, sólo a lavar los platos.


—¡Cómprate un lavavajillas!


Pedro señaló la servilleta en la que Paula iba a tomar notas.


—Apunta.


—Ya es suficiente —dijo Paula soltando el bolígrafo y levantándose—. Es tarde. Me voy a casa.


—De acuerdo. ¿Dónde tienes el coche? —dijo Pedro, levantándose también—. Te acompañaré.


Sus hombros estaban ocultos por en el enorme abrigo.


—Hoy es miércoles, y los miércoles quedamos para tomar unas copas en Fables. Siempre tomo un taxi.


—¿Por si bebes demasiado?


Ella le lanzó una mirada amenazadora.


—Eso es difícil. Nunca conduzco cuando bebo. Ni siquiera si sólo es un vaso de vino. No es sólo por seguridad o por las multas; es karma negativo.


—¿Karma negativo? —repitió Pedro al cabo de unos segundos—. ¿Como lo de la sal? Creo que ví una familia de elefantes con la trompa hacia arriba en una estantería en tu oficina. Hubiera pensado que, después del discurso de esta mañana sobre la santidad del matrimonio, serías de esas personas que creen en el destino.


Ella sacudió la cabeza.


—Conozco a mucha gente que se ha dejado guiar por el destino y le salió todo mal como para dejar que controle mi vida.


—Así que ¿no piensas cerrar los ojos y dejarte llevar donde el destino te lleve?


Paula se lo pensó un momento, pensó en renunciar al estricto control que había llevado de su vida hasta aquel momento y dejarse llevar por el corazón. En boca de Pedro parecía tan liberador, tan fácil... Pero no era posible. Ella había decidido hacía tiempo que aquella no era una opción. Sabía exactamente cómo acabaría todo en una situación así.


El Candidato Ideal: Capítulo 24

Pedro se mordió un labio. Lo último que deseaba era entrar en detalles de cada una de sus relaciones. Se había negado a seguir terapias y había evitado consejeros matrimoniales, incluso había conseguido evitar los análisis de su ex. No tenía ninguna intención de afrontar aquello en ese momento. Alargó una mano y le tomo la suya a Paula.


—Dejémoslo, ¿De acuerdo?


Ella se quedó mirando fijamente sus manos juntas como si hubiera entrado en trance. Un segundo después, lo miró a él y por primera vez desde que se vieron, bajó la guardia. Los ojos de Paula hablaban a gritos y Pedro empezó a sentir la electricidad entre los dos. Aquello iba contra las reglas que él había establecido, pero le quitó el bolígrafo de la mano, lo dejó con cuidado sobre la mesa y envolvió su mano en las suyas, con ternura y calidez. Las manos de Paula eran muy blancas y suaves, y se adivinaban las venas bajo la piel. Llevaba las uñas muy cortas y sin pintar. Le gustaban mucho más que las de Macarena, cuyas uñas eran largas, duras, rojas y con un mantenimiento costosísimo. Sus manos eran suaves; apenas conocían el sol y los trabajos manuales más allá de teclear en un ordenador. Sintió el deseo casi inmediato de levantar su mano hasta sus labios y besar la suave calidez de su palma. Recorrió sus dedos con los suyos y vió también que, diferencia de sus ex, no llevaba anillos. Y lo que era más importante: ¡No llevaba anillo de compromiso!


—Es usted Pedro Alfonso, ¿Verdad?


Paula salió del trance y consiguió recuperar su mano de las cálidas caricias de Pedro. Al levantar la vista en la dirección de donde venía la voz vio un grupo de jóvenes ejecutivos que miraban a él. Uno de ellos la miró de arriba abajo y ella supo que la estaba comparando con la ristra de bellezas con las que había sido fotografiado Pedro. Tuvo que luchar contra el deseo de gritar «¡Soy su abogado, no su ligue, imbécil!» Se giró hacia Pedro, enfadadísima, esperando verlo complacido de ser el centro de atención, pero sus ánimos se calmaron cuando lo vio sonriendo, pero sin que la sonrisa se reflejase en sus ojos.


—¿Ves? —dijo uno de los jóvenes a su amigo—. Te dije que era él.


—¿Qué puedo hacer por vosotros, chicos? —preguntó Pedro con voz fría.


—Le vimos en el Torneo de Coolum, hace seis o siete años.


Estábamos allí de vacaciones y nuestros padres nos llevaron para que lo viéramos jugar. Mi padre decía que habría sido el mejor jugador australiano si no hubiera sido por aquel accidente. Una chispa brilló en los ojos de Pedro. ¿Accidente? Le sonaba de algo, pero Paula no recordaba haber leído nada así en su expediente. Debían referirse a algún fallo de golf, o tal vez se hiciese daño en la espalda practicando alguna posición tántrica con una pareja de rubias perfectas. Si había sido así, le estaba bien empleado.

El Candidato Ideal: Capítulo 23

 —No me refiero a la ropa. Ella es brillante y divertida, y sabe exactamente lo que quiere. Y además, a las dos les gusta Barbie. Aquello fue revelador.


Ella lo miró, pero sabía que hablaba en serio. Aquellos niños significaban muchísimo para él, no podía ser mentira. Supo sin duda alguna que sería un gran padre y tal vez ella pudiera ayudarlo a conseguirlo.


—Lo siguiente de lo que quería hablarte era de tu lista —la abogada Paula volvía a la carga—. Macarena y todas tus novias se ajustaban a tu lista... ¿Qué era lo que fallaba?


—Veo a qué te refieres. No concretaba demasiado, ¿Verdad? Empecemos de nuevo.


Pedro sacó un bolígrafo de su chaqueta y empezó a escribir sobre una servilleta de papel.


—De arriba abajo... Aún no me has dicho cómo se llama el color de tu pelo.


—Pedro no tengo tiempo para perder contigo si no te lo vas a tomar en serio.


Él dejó el bolígrafo sobre la mesa y la miró directamente a los ojos. Paula contuvo la respiración.


—Paula, sí tienes tiempo porque yo te pago por ello. Además, sé que no puedes rechazar mi proyecto, puedo verlo en tus ojos. Estás deseando transformarme.


A decir verdad, Paula no cambiaría ni un pelo de sitio en su perfecta anatomía, pero también sabía que podía ayudarlo en algo. Bajo las bromas y su encanto se escondía algo más... ¿Un espíritu confuso? ¿Tristeza? ¿Soledad? Sabía que tenía que ayudarlo.


—Creo que tenemos que aclarar ciertas cosas, Pedro. Yo no voy a buscarte citas; supongo que eso lo puedes conseguir solo. Teniendo en cuenta la cantidad de mujeres en el bar que habían sido incapaces de despegar sus ojos de él... Encontrar a una mujer compatible con él entre todas ellas no podía ser tan difícil.


—Te ayudaré para que puedas saber cuándo estás delante de la mujer perfecta, la mujer con la que pasar el resto de tu vida. Yo seré muy seria y espero lo mismo de tí. ¿Esto va en serio o no, Pedro?


Ella había esperado que él se echase a reír y que dijese que lo olvidara. Pero por otro lado, se estaba acostumbrando a charlar con él; era como si sintiese ese cosquilleo típico que se tiene al empezar una relación nueva. Hacía mucho que no sentía esa sensación y sabía que podía ser la última vez. Esperó, cada vez más ansiosa, y supo que si se echaba a reír entonces la dejaría echa polvo.


—Seguimos adelante —dijo él, por fin.


Ella se sintió aliviada.


—De acuerdo. Pásame el bolígrafo.


Con él dibujó dos líneas sobre la servilleta.


—Como eres un hombre de listas, hagámoslas. Empezaremos con los parámetros de la tarea que nos ocupa. Me has dicho más o menos, las cosas buenas. Ahora quiero que me digas lo que fue mal, desde la novia número uno. Buscaremos el fallo de tus relaciones anteriores para que no te vuelva a pasar.


Pedro arqueó una ceja.


—¿Fallos?


—Has estado comprometido tres veces y casado una, y eso essólo lo que he averiguado en mis investigaciones. Tiene que haber un patrón fijo y estoy decidida a encontrarlo.

El Candidato Ideal: Capítulo 22

 —Creo que te puedo recomendar a una colega mía, en otro bufete, que está especializada en adopciones.


—Muy amable de tu parte, pero estoy decidido a tener mi propia familia —dijo él, después de haberse detenido un instante a considerar sus palabras.


—Eso está bien, excepto por el detalle de que todas esas mujeres estaban desprevenidas...


—Nada de eso.


—¿Cómo?


—Que no le oculté a ninguna de ellas cuáles eran mis planes.


—Muy bien. Tal vez fueras entonces en el orden incorrecto, que se supone que es el amor, matrimonio y luego los niños.


Él entrecerró los ojos y la miró. Aunque ella sentía que habían avanzado bastante, no le conocía lo suficiente como para entender aquella mirada, oculta, ensombrecida. Contuvo el aliento y su pulso se ralentizó.


—Perdona mis dudas —dijo él, por fin—. Me ha llevado un momento convencerme de que he oído la palabra «Amor» de los labios de una abogada de divorcios en lugar de «Beneficio económico mutuo»


No se esperaba aquello, pero le siguió la corriente.


—Por supuesto que el matrimonio debe estar basado en el amor. Debe ser sólido, firme y valioso —Paula volvió a acelerarse— . Pero supongo que creerás que eso del amor es un término creado para vender el día de San Valentín.


Pedro se inclinó hacia delante, apoyó los codos sobre la mesa y la cabeza sobre los nudillos. Sonreía divertido.


—Oh, eso no lo sé. Lo que me ha impresionado ha sido la parte de «Sólido, firme y valioso» Creo que el amor es un infierno acelerado e inesperado que te agarra del cuello y te mete en un remolino de sensaciones.


Con él, aquello parecía posible. Y demasiado apetecible. Paula tragó saliva.


—Siguiente pregunta —dijo él, y ella le agradeció la vía de escape.


Tenía un millón de ellas, pero había una que no podía esperar.


—Ayer te fuiste de la reunión porque tenías una cita... —tal vez no fuera muy profesional, pero tenía que saberlo.


Una sonrisa empezó a juguetear en los labios de Pedro.


—¿Eso ha sido una pregunta?


—Ya te dije que no quiero estar perdiendo el tiempo, y si ya tienes a alguna presa esperando.


Aquello cada vez sonaba menos profesional, pero ¿cómo podía ser profesional delante de un plato de patatas oyendo conversaciones de bar?


—Créeme, no hay ninguna presa.


—De acuerdo —dijo Paula, mordiéndose el labio inferior—. No hay presa, ni novia, ni proyecto... ¿Con quién habías quedado?


—No hay nada de eso. Sólo yo y la inmensidad del futuro. Y cada martes a las tres hay cita obligada con mi sobrino y su equipo de fútbol australiano de la liga infantil.


Paula se quedó callada. Casi.


—¿Habías quedado con tu sobrino?


—Se llama Lucas —dijo Pedro—. Es el hijo mayor de mi hermana Luciana.


Sacó su cartera del bolsillo trasero y Paula echó un vistazo a la fotografía de tres preciosos críos en los brazos de su orgulloso tío.


—Tiene diez años. El siguiente es Danielito; es terrible. Y la pequeña es Catalina, que tiene cuatro años, y me recuerda mucho a tí.


Pedro se recostó en su asiento, y la miró con una sonrisa tan llena de afecto que la echó contra el respaldo de su silla. «Profesionalidad, Paula, profesionalidad»


—Puedo asegurarte, Pedro, que ¡Hace mucho tiempo que no llevo petos rosas!

El Candidato Ideal: Capítulo 21

Ella pidió un vaso de vino blanco y él un whisky solo y un plato de patatas fritas. Paula agarró al camarero por un brazo y, con una gran sonrisa, le pidió también que trajera un poco de salsa. El camarero enrojeció.


—Lo siento, no era esto lo que había pensado.


Ella se encogió de hombros.


—Da igual. Tengo tanta hambre que podría comerme una patata cruda.


—Lo siento, pero creo que eso sólo lo sirven en el restaurante.


—Vaya, y lo he dejado escapar sólo por jugar limpio —dijo ella con una enorme sonrisa.


—¿Juego limpio? ¿Un abogado?


—Claro que sí.


—¿Siempre sigues las normas?


—Si es posible... Sin normas todo es un caos, y eso no lo llevo muy bien.


—Así que viniste a este mundo para poner orden.


Ella se enderezó en su asiento, dejó caer la cabeza a un lado y sus ojos se iluminaron.


—Desde luego.


Pedro volvió a quedar impresionado por la luz que desprendía su rostro. Con sólo sacar el tema adecuado, se animaba y se llenaba de vivacidad, a veces a su pesar. Si de verdad iba a cambiar su vida, a recuperar su antiguo deseo de devorar la vida, le gustaba la idea de que Paula participase en aquella transformación.


—¿Y tú? ¿Para qué crees que viniste al mundo? —dijo ella.


Pedro se repitió la pregunta a sí mismo. La respuesta debía haber sido fácil. Tenía muchas pasiones en su vida: El deporte, su familia, pero ninguna parecía tan noble como poner orden en el caos. Antes de que le diera tiempo a responder, el camarero llegó con sus bebidas y su comida, reservando la salsa de Paula para el final y ofreciéndosela como delicadeza. Así que Pedro no era el único hipnotizado por los encantos de ella.


—¿Entonces? —preguntó Paula antes de morder la punta de una patata cubierta de salsa. Sus ojos eran tan azules como el cielo en un día de verano y cuando sonreía, podía volver loco a cualquiera. Lo que le pasaba al camarero no era nada extraño.


—He venido al mundo... Para invitarte a una suntuosa cena que nunca olvidarás.


Con el rabillo del ojo vio que el camarero aún estaba allí. Pedro le pagó y le indicó inclinando levemente la cabeza que podía retirarse.


—Tengo algunas preguntas —dijo Paula,  sintiendo que era el momento de volver a temas profesionales.


—Tengo treinta años, mido un metro y noventa centímetros, mi color favorito es el... —Pedro alargó la mano y le tomó un mechón de pelo—. ¿Qué color es éste?


Ella le quitó el mechón de la mano.


—Me refiero a nuestro proyecto.


—¡Oh! —dijo él. como si lo entendiera de repente—. De acuerdo, dispara.


—¿Por qué pasar de una prometida a otra, y ahora de una esposa a otra del modo en que lo haces? ¿Por qué no te conformas con salir con ellas? ¿Por qué meterse en los problemas que suponen el compromiso y el matrimonio?


Su sonrisa desapareció un momento, y cuando volvió a aparecer, no era la misma. ¿Podía decirlo en serio?


—Porque quiero tener una mujer, niños y todo lo que eso supone.


Se suponía que con esa pregunta, él tenía que haberse sentido intimidado, y no ella con la respuesta. Le pareció estar delante de algo nuevo y sintió que había algo frágil en su conversación, que tendría que ir con cuidado o la burbuja se rompería. Aquello era diferente; era real.

lunes, 23 de agosto de 2021

El Candidato Ideal: Capítulo 20

 Aunque era miércoles, aquel restaurante estaba lleno de gente.


—¿Tienes hambre? —dijo, quitándose el abrigo y poniéndoselo a Paula.


El abrigo le quedaba enorme; aunque Paula era alta, Pedro no había notado lo estilizada que era hasta que había notado su cuerpo contra el de él. Deseó seguir abrazado a ella bajo el abrigo.


—Tengo un hambre feroz, pero da igual. No conseguiremos que nos den mesa —dijo Paula con voz fría, mirando a Pedro y luego a la puerta.


Aunque en el restaurante hacía calor, Paula seguía temblando, y Pedro se preguntó si los temblores anteriores habrían sido de frío. Parecía que su breve encuentro bajo el abrigo había sido mucho más íntimo de lo que él había pretendido. Prefirió no hablar de ello para evitar problemas.


—Oh, vamos a ver qué pasa —dijo él, intentando atraer la atención del maître.


Tras una charla nerviosa con otro empleado, el maitre se dirigió hacia ellos pasando por delante de otras tres parejas que esperaban en la cola para saludarlos.


—Señor Alfonso —dijo el hombre—. Bienvenido a nuestro restaurante. Estamos muy complacidos que haya usted elegido visitarnos esta noche. Síganme, los acompañaré a su mesa, que ya está lista.


Pedro le ofreció un brazo a Paula, pero ella no se movió.


—Creía que nunca habías estado aquí —dijo ella, con la nariz aún rosa y temblando.


—Y no he estado.


—¿Tenías una reserva?


—No.


—¿Te está dando una mesa sólo por ser quien eres? —dijo mirando al maître, que les esperaba pacientemente.


—Eso parece.


—¿Porque te ganabas la vida dándole golpecitos a una pelotita blanca para meterla en un agujero? ¿Por eso vamos a comer antes que toda esta gente que lleva más tiempo esperando que nosotros?


Pedro miró a la cola de gente que esperaba, charlando animosamente y esperando ansiosas el momento de sentarse.


—No —dijo Paula sacudiendo la cabeza de un lado a otro.


Pedro tomó una bocanada de aire y se dirigió al maître poniendo una suculenta propina en la mano.


—Gracias, amigo, pero estas personas estaban primero. Nosotros pasaremos al bar.


El maître asintió, impresionado, sonriendo, y llamó a la siguiente pareja que esperaba en la cola, que no tenía ni idea de qué había pasado. Normalmente sus acompañantes disfrutaban de las atenciones que le brindaban por ser quien era. Aquélla había sido la primera vez que le ponían en su sitio por ello. Y le gustó. Ya estaba aprendiendo de ella. Colocándole la mano sobre la espalda, la llevó hasta una pequeña mesa del bar. Se intentaba convencer a sí mismo de que o hacía por cortesía, pero en realidad deseaba volver a sentir aquellas placenteras cosquillas que le había provocado su contacto. Paula se sentó, sin quitarse el abrigo, y al hacerlo volcó el salero. Sin perder un instante, tomó un pellizco de sal y lo lanzó sobre su hombro. El camarero acudió a su mesa en un instante. 

El Candidato Ideal: Capítulo 19

 —Vaya, imposible. Ahí no hay nada que pueda hacer yo —él sonrió y ella deseó pegarle—. Pero al menos sabemos que estamos libres de caer en los brazos del otro.


Ella intentó convencerse de lo poco apetecible que sería caer en sus brazos.


—Perfecto entonces. Me siento mejor con un cliente una vez que sé que no va a sucumbir ante mis encantos.


—¿Por dónde empezamos? —preguntó él.


—¿Cómo?


—¡Nuestro proyecto! Convertirme en el marido perfecto para la siguiente y afortunada señora Alfonso, ¿Recuerdas?


Él se dió cuenta de que ella se estaba poniendo de mal humor: ella era una abogada sin piedad, exhaustiva que tendría que estar en todo momento por encima de su cliente. Habían llegado a la Plaza de la Federación. Pedro parecía entusiasmado.


—¡Perfecto! Nunca había estado aquí.


Tomó a Paula de la mano, lo que le provocó a ella unos deliciosos escalofríos y la obligó a subir los escalones a la carrera hasta la entrada del parque donde la gente acudía a hacer picnics y a acampar ante la pantalla que proyectaba cine al aire libre.


—¿Era esto le que me tenías preparado? La verdad es que no parece fácil conocer a la mujer de mis sueños aquí, a no ser que tú la distraigas mientras yo me meto en su saco de dormir.


Paula tembló. Con las prisas se había dejado el abrigo en el bar y el vestido negro sin mangas, las medias y los zapatos de tacón no resultaban de mucho abrigo. Sintió aún más frío al pensar en todas aquellas parejas abrazadas bajo el cielo estrellado.


—No me importaría meterme contigo en el saco —dijo, arrepintiéndose al instante de haber pronunciado esas palabras—. Quiero decir...


Una sonrisa se dibujó lentamente en la cara de Pedro.


—No te preocupes. Sé a qué te refieres —dijo, pasándole un dedo por la helada nariz—. Está rosita. Esta noche helará.


Paula cruzó los brazos para no dejar escapar el calor de su cuerpo mientras miraba los cautivadores ojos de Pedro que reflejaban toda la luz de las estrellas. No podía entender cómo en un solo hombre se podía contener tanto carisma y belleza. A alguien allí arriba, debía caerle bien. Aquí abajo estaba claro que le gustaba a todo el mundo. A todo el mundo excepto a ella, claro. Ella se sentía atraída por él, pero eso no quería decir que le gustara.


—Vamos —rió Pedro—. Vamos a entrar a algún sitio.


Abrió su cálido abrigo y arropó a Paula con él. Hacía demasiado frío como para protestar y ella agradeció su calor mientras caminaban en busca de un restaurante. Sentía su piel arder bajo el firme abrazo de Pedro. Un escalofrío la recorrió de arriba abajo.


—¿Aún tienes frío? —preguntó él con voz queda.


Ella asintió con la cabeza, aunque nada más lejos de la realidad. Tomándole la palabra, Pedro le pasó el brazo por debajo del abrigo para colocarlo sobre el brazo de ella. Ella se preguntó alarmada si él se quemaría al tocarla, pues sentía que su cuerpo estaba en llamas por el contacto con el de él. Le daba igual todo lo que habían hablado antes. Se sentía muy a gusto entre sus brazos, no se sentía atrapada en absoluto, sólo calentita, segura y casi demasiado bien. Por eso no se sintió del todo contenta cuando por fin llegaron al restaurante y tuvo que salir de su persuasivo abrazo.

El Candidato Ideal: Capítulo 18

Sobre las ocho, Paula y Karen llegaron a Fables. Paula pidió un vaso de vino blanco y Karen un cóctel y pronto vieron a Ariel rodeado de un grupo de colegas y se dirigieron hacia ellos.


—Siento lo de Alfonso, Ariel —dijo Paula—. No fui yo quien lo llamó.


—No te preocupes, Paula —dijo Ariel—. He tenido un día terrible y creo que podré llevar comida a la mesa este invierno. ¿Te está dando problemas?


Ella se encogió de hombros.


—¡Qué va!


Lo cierto era que cada vez que sonaba el teléfono y el intercomunicador, tenía un sobresalto. Había esperado que volviera, que llamara o que enviase otro fax, y como no lo había hecho, tenía los nervios a flor de piel.


—Es un gatito grande —dijo Karen.


—Ésos son a los que más hay que vigilar —dijo Ariel—. Son listos, rápidos y atacan cuando menos te lo esperas.


—Gracias, Ariel, no lo olvidaré.


A su lado, Karen dió un respingo. Paula siguió la dirección de su mirada hasta encontrarse a su gatito grande, con una sonrisa de oreja a oreja de gato de Cheshire.


—Buenas, Ariel —dijo Pedro—. Hola, chicos.


Todos los hombres le estrecharon la mano, demostrando que, aunque se había ido de su bufete, seguían apreciándolo. A Paula le dió un vuelco el estómago cuando la miró. Con el pelo peinado hacia atrás, recién afeitado y un traje gris oscuro con abrigo a juego, era imposible dejar de mirarlo. ¿A quién intentaba engañar? Con sólo mirarlo, su mente se llenaba de ideas de todo tipo.


—¿Estabas buscándome, Pedro? —preguntó ella, luchando para mantener su voz firme.


—Pues sí. Había pensado que esta noche sería un buen momento para empezar con nuestro proyecto.


Paula dió un respingo. Si supieran que ella, Paula Chaves, conocida abogada de divorcios, iba a ayudar a Pedro Alfonso, playboy de renombre, a buscar mujer para el resto de su vida, no habría forma de superar aquello. Pero si por el contrario mantenía a aquel cliente tan lucrativo y tenía éxito, sería admirada como la abogada de divorcios más innovadora y valiosa de la ciudad. Antes de que alguien empezara a hacer preguntas, ella se levantó de su asiento y dijo:


—Claro. Cuanto antes, mejor.


Karen se acabó su copa de un trago e hizo ademán de seguir a Paula, pero ésta le pidió que se quedara y que «Mantuviera la boca cerrada» Ella tomó a Pedro por el brazo y se lo llevó de allí. Sus amigos la despidieron e hicieron algunas bromas sobre ellos.


—¿De qué va todo eso?


—Resulta que estábamos hablando de ti antes de que llegaras. Me estaban advirtiendo que podías causarme problemas.


—¿Con qué? —entonces se le ocurrió—. ¿Contigo?


Las mejillas de Paula se encendieron.


—Dudo que se refirieran a eso.


—¿Sabes una cosa? Tal vez seas la primera mujer atractiva con la que no he pensado ni una vez que podía casarme —dijo él mientras se dirigían a la puerta.


—Qué suerte tengo —respondió ella, entre ofendida y aliviada.


Paula lo miró buscando algún signo de la reacción que estaba sufriendo ella en aquel momento. Él le sonrió y ella decidió que no era cosa de dos. Mejor así. La atracción física era algo inconstante, mientras fuera cosa de uno, no se hablara de ello y nadie quedara humillado.


—Como tú estas prometida, eso nos deja más tranquilos.


—¿Y eso?


—Pues que tú no me considerarás hombre perfecto para acabar con todos tus problemas.


—El único problema que se me ocurre ahora mismo es el de pasar mi tiempo libre con un cliente que creo que no tiene remedio alguno. Si pudieras hacer algo para solucionar eso...

El Candidato Ideal: Capítulo 17

Pedro se sentó en una silla de piel en el despacho que tenía en la casita del jardín de su casa de Hawthorn. Pasaría allí toda la tarde poniéndose al día con la correspondencia y enviando la documentación necesaria para aclarar su cambio de representante legal. La luz del atardecer se colaba por los amplios ventanales que daban a la bahía, iluminando las vitrinas cargadas de sus trofeos deportivos, idea de Luciana. Los hubiera guardado en algún sitio, pero su hermana insistió en que los colocase allí para que le recordasen sus maravillosos éxitos. Lo único que le recordaban era que ya no se dedicaba al deporte que amaba. Una lesión de espalda había detenido su prometedora carrera antes de haber llegado a su mejor momento. Aun así, aquella era su habitación favorita. Su casa era demasiado grande, demasiado silenciosa, demasiado solitaria. Había sido construida para albergar a una gran familia y nunca había llegado a hacerlo. Antes de dejarse vencer por la sensación habitual de la claustrofobia, decidió buscar contacto humano y marcó el número de su hermana.


—Hola, Luciana.


—Hola, Pedro. ¿Qué tal estás?


Pedro oyó el entrechocar de sartenes y se imaginó a Luciana en la cocina, con el teléfono colocado entre el hombro y la barbilla.


—Sólo llamaba para saludar.


—Hola —se detuvo—. ¿Qué te pasa? Vamos, es hora de cenar. Date prisa.


Pedro había llamado a su hermana para ponerla al corriente de sus proyectos, que la había hecho caso. Pero, ¿Cómo podría decirle que su proyecto implicaba que aquella mujer iba a prepararle para el matrimonio? ¿Cómo podía decirle que necesitaba a Paula, su pasión, su energía y su fe en el «Felices para siempre»? Luciana no lo entendería por haber ido derecha a los brazos de Daniel y haber vivido diez años con él y su maravillosa familia.


—Dile a Lucas que se ponga.


—Está haciendo los deberes.


—Venga, dile a mi sobrino que se ponga o te llamaré Luchi para siempre jamás.


—De acuerdo. ¡Lucas! —el grito debió oírse en todo el vecindario—. ¡Es el tío Pedro!


Pedro oyó el ruido que hacía su sobrino al bajar las escaleras.


—Ya está aquí.


—Gracias, Luchi.


—¡Tú...!


—¡Tío Pedro! Mamá nos ha dicho que ibas a llevarnos a algún sitio el domingo. ¿Dónde vamos a ir?


—Estaba pensando en el zoo.


—¿De verdad? ¡Genial!


Pedro sintió cómo sus preocupaciones desaparecían mientras escuchaba la alegre charla de su sobrino al otro lado del teléfono.

El Candidato Ideal: Capítulo 16

 Se levantó y le dió unas palmaditas en la espalda.


—Cuando salgas habla con Karen y ella te dará cita para nuestro próximo encuentro.


Cuando Carmen se hubo marchado, Paula llamó a Karen por el intercomunicador.


—¿Puedes llamar a Ariel, Karen?


—No creo que sea el mejor momento —dijo su voz a través del aparato—. Tenemos un montón de correspondencia atrasada que responder.


Paula oyó crujir la silla de Karen antes de verla entrar por la puerta de su oficina con una taza de manzanilla recién hecha en una mano, y un montón de faxes en la otra.


—¿Qué me traes, cariño? —preguntó Paula.



—Faxes.


Paula tomó una bocanada de aire para calmarse.


—¿Y qué dicen?


—El primero es de Ariel, diciendo que Mister Golfista Profesional ha rescindido la relación laboral con su firma. Y pide confirmación de la cita habitual para tomar unas copas en Fables esta noche —Karen la miró arqueando las cejas, inquisitiva.


Paula asintió con la cabeza sin dudarlo.


—Por supuesto. Continúa.


—El siguiente es de Mister Golfista Profesional diciendo que se viene con nosotros. Parece que le ha mandado el mismo fax a todos los socios.


—Normal —gruñó Paula, sintiendo que se hundía poco a poco en las arenas movedizas que rodeaban a Pedro Alfonso.


—Ah... ¡Ariel debe de haberse enterado de qué bufete representa ahora a Pedro!... En este otro hay unas cuantas palabras malsonantes —Karen miró a Paula con cara traviesa—. Pero este último de Mister Golfista Profesional, es sólo para tus ojos. Y parece... Una receta de la mujer perfecta.


—¡Dame eso! —gritó Paula.


Karen no soltó el papel.


—¿Qué dice? —preguntó Paula.


—Dice lo siguiente:


"Estimada señorita Chaves: Tras nuestra charla de esta mañana he pensado que podía darle unas cuantas ideas para que trabaje sobre ellas. Cuando empiece a hacer planes para mi renovación, por favor recuerde que tenemos que buscar a una persona con las siguientes características, no negociables: Buen aspecto físico. Capaz de articular dos frases seguidas. Al menos debe llegarme a la barbilla sin tacones; (a causa de una antigua lesión no puedo inclinar el cuello durante un espacio de tiempo prolongado). Con empleo. Espero que eso le dé alguna pista de por dónde empezar. Un saludo, Pedro."


Una de sus grandes ideas ¿Cómo se había metido Paula en aquel lío?


—¿Va en serio? —dijo Kaen dejándose caer en una silla llorando de risa.


—Siento no poder contestarte a eso.


 —Si tuvieras que enumerar en una lista las cualidades de tu hombre perfecto, ¿Qué pondrías?


—¿Vas en serio? —Paula supo que no la dejaría en paz—. Bueno, si tuviera que reducir a mi pareja perfecta a una simple lista, él sería serio, comprometido, optimista, comprensivo y amable. Se acordaría del cumpleaños de mis padres y cedería su asiento de ventanilla en el avión.


—Parecen más las cualidades de un buen párroco que de un buen marido, pero desafortunadamente puedo imaginarme quién es.


Paula también podía hacerlo, y daba gracias por ello.


—Al menos es más específico que toda esa basura. ¿Y tú?


—¿No me has oído hablar del maravilloso trasero del señor Alfonso hace un rato? Y ahora veo que además del trasero, también tiene una mente tortuosa. Tu señor Alfonso es la persona ideal con la que encontrase en un callejón oscuro.


—No te imagines cosas raras, Karen. Él no es «Mi» señor Alfonso —si aquella chica no fuera la ayudante más astuta con la que había trabajado nunca...


—Pero ahora es nuestro cliente.


—Eso parece.


—Fantástico.


Paula esperaba que Karen, que se negaba a ponerse faldas y tacones por considerarlos una imposición de los hombres a las mujeres, sería la mayor ofendida por la ridícula lista de Pedro. En su lugar, parecía haber sucumbido ante sus encantos más evidentes.


viernes, 20 de agosto de 2021

El Candidato Ideal: Capítulo 15

 —Tal vez haya en él algo más de lo que dice su expediente — dijo Karen encogiéndose de hombros.


—¿Te das cuenta de que estás hablando de un hombre?


—¡Y qué hombre!


Paula señaló la puerta de su despacho con el dedo.


—Largo.


Karen levantó su minúsculo cuerpecito de la enorme silla.


—Sí, señora.


Paula volvió a mirar el reloj.


—Dile a Carmen Gold que pase y, tan pronto como haya acabado con ella, ponme con Ariel Campbell.


Karen dió la vuelta y la miró divertida.


—¿El abogado de Alfonso?


—El mismo.


Karen le guiñó un ojo.


—Sin problemas, jefa.


Paula pasó los cincuenta minutos siguientes con Carmen Gold, que había pasado quince años al lado de un hombre que hizo fortuna en el negocio de la pasta dentífrica. Ella era dulce, maternal y no tenía ni idea de cómo había llegado a verse en el despacho de un abogado hablando de divorcio. Estaba contenta de que Carmen hubiera acudido a ella por que sabía que la trataría con mucho cuidado, que la acompañaría a lo largo del proceso de forma lenta y segura. Y que dejaría al donjuán de su marido para el arrastre.


—Pero eso. ¿En qué convierte mis últimos quince años de vida? —preguntó Carmen—. ¿En una pérdida de tiempo? No puedo soportar la idea.


—Sí que puedes soportarlo, Carmen, porque no ha sido una pérdida de tiempo. Ha sido una estupenda lección. Él va a pagar por su error y tú saldrás de todo esto con conocimiento y experiencia, y una fortuna para cubrirte las espaldas.


—¿Para qué sirve el dinero si no tengo a Jorge? No puedo hacerle su comida favorita a un montón de millones, no puedo apoyar la cabeza en el hombro de una cuenta corriente mientras veo una película. Las personas son lo que realmente cuenta, lo que te da la vida. El dinero no tiene memoria.


¿Qué podía decir Paula ante esto? Aquella pobre mujer tenía las ideas muy claras. Sólo podía decirle qué tenía que saber que el futuro también contaba, que el hombre ideal estaba ahí fuera, esperándola. Nunca había perdido un cliente y no estaba dispuesta a empezar entonces.


El candidato Ideal: Capítulo 14

 —Bien hecho entonces —¿Podía ser aquel gesto que asomaba por sus labios, una sonrisa?


—Si resulta que mi decisión tiene... Efectos colaterales, te compensaré por ello. ¿Qué quieres? ¿Una caja de botellas de vino?  ¿Entradas para el boxeo? ¿Mi cabeza pinchada en una lanza? ¿Qué necesito para que te pongas de mi parte?


Por fin se vió la sonrisa completa.


—¿Quiere que me ponga de su lado?


Pedro asintió con la cabeza. Tenía la sensación de que si no era así, Karen podía ponerle las cosas difíciles.


—Entonces póngase del lado de Paula —dijo Karen, relajándose lo suficiente como para darle una palmadita en el brazo antes de continuar su camino hacia el trabajo. 


Pedro la observó pensando que ella había tenido una idea mejor aún que la de él.




Cuando Karen llegó a la oficina, Paula ya se había duchado y cambiado. Se había puesto un vestidito negro mucho más apropiado con unos zapatos de tacón de aguja y estaba luchando para dominar su temperamento.


—¿A qué hora tengo la primera cita de hoy? —preguntó Paula.


—Ahora. La señora Carmen Gold está aquí ya. Es carne fresca, así que ve con cuidado. Parece nerviosísima —cerró la agenda y preguntó—. ¿No has tenido clase de Pilates esta mañana?


—Sí.


—¿No se supone que esas clases son útiles para combatir el estrés?


—Sí.


—¿Y crees que le estás sacando provecho al dinero que te cuesta?


Paula se detuvo y miró a su ayudante, que parecía muy ocupada observándose el flequillo con ojos bizcos. Se sentó con decisión sobre la esquina de su mesa y dejó caer las manos entrecruzadas sobre su regazo.


—He tenido una visita esta mañana después de clase que ha arruinado el buen trabajo de mi monitor.


—Eso no me parece justo. Tal vez debieras decirle al señor Alfonso que te devuelva lo que te cuestan las clases.


Paula se quedó mirándola asombrada.


—Tal vez. Lo que me ha sugerido es del todo ridículo.


—La idea de la transformación me sorprendió al principio, pero ahora no me parece tan mal.


—Nada se te escapa, ¿Verdad, Karen? —dijo Paula, perpleja.


—Nada en absoluto. Y tú deberías estar agradecida. Pero lo harás de todos modos, ¿Verdad?


—Por supuesto que lo haré. Él casi me retó, y ya sabes que yo no puedo resistirme a un duelo.


Si pudiera encontrar a Pedro Alfonso una mujer con la que asentarse, una mujer que lo centrara y que le demostrara que el matrimonio era algo que podía funcionar... Qué gran logro sería. Y que reafirmación.


—Lo que no entiendo es cómo te enteraste de que te estaba retando con ese estupendo trasero que tiene.


Eso lo decía la mujer que la semana anterior había pregonado a los cuatro vientos que los hombres sólo servían para acabar con la autoestima de las mujeres.


—Y yo no puedo entender que te fijaras en ese estupendo trasero que tiene.

El Candidato Ideal: Capítulo 13

 —Te aseguro Paula que esto no es un juego. Soy una persona seria y he sufrido —extendió los brazos hacia ella e incluso arrugó los labios. 


Ella lo miró incrédula, pero él creyó ver el primer signo de interés real. Haciendo un esfuerzo visible, consiguió relajar su expresión, se humedeció los labios con la lengua y esbozó una sonrisa.


—No sabría por dónde empezar.


—Bueno, eso es lo bonito de todo esto. No soy sólo un candidato muy motivado sino que tengo mis propias ideas, pero necesito su ayuda para ponerlas en marcha. Estoy seguro de que has investigado mi pasado y que ya me conoces mejor que yo mismo. Quiero que me moldees, que me des forma para hacer de mí el hombre con el que cualquier mujer deseara casarse.


Los ojos de Paula se encendieron y él lo notó. Se había encendido de nuevo con ese fuego interior, ese espíritu que lo había cautivado. Por fin había encontrado el resorte adecuado para hacer que se pusiera de su lado. Ella estaba intrigada por más que la fastidiara.


—No puedo hacerlo. Tengo otros clientes que cuentan conmigo.


—Por ahora pueden contar con otra persona.


—Puedo negarme a aceptarlo como cliente.


—Creo que daré tanto trabajo a este bufete que no tendrás elección.


Dicho esto se levantó y se estiró como un gato soñoliento, consciente que aquello la enfadaría aún más; sus puños fuertemente cerrados le mostraron que no se había equivocado.


—Bueno, te dejo para que empieces a preparar mi expediente.


—No cuente con ello.


Él miró su cuerpo, apenas vestido, y puesto que estaba a una distancia prudente de ella, se permitió decir:


—Nos veremos mucho.


Y se marchó.


Una vez fuera del edificio, Pedro tomó una bocanada de aire fresco. Hacía frío, la mañana estaba nubosa, pero nada podía empañar su buen humor. Ella era un huracán y estaba claro que si encontraba otra vez el camino adecuado, sería a su lado. No podía creer que el día anterior, tras años deseando una familia más que nada en el mundo, su experiencia con Macarena le había hecho llegar a la conclusión de que nunca lo conseguiría. Podía ver el futuro en el horizonte, como un espejismo, borroso, pero él sabía que era real y sólo tenía que esperar a que la imagen se enfocase. Subió la calle silbando y sonriendo a desconocidos. Uno de esos desconocidos resultó ser un duendecillo de pelo oscuro de punta.


—¡Karen! ¡Buenos días!


Ella lo miró, entrecerrando los ojos y pasando de mirarlo a él, a mirar el edificio que tenía a sus espaldas.


—Señor Alfonso, ¿Qué lo trae por aquí?


No había motivos para ocultarlo, pues pronto se enteraría.


—Tenía una proposición que hacer que no podía ser rechazada.


—¿Sobre qué?


—Tu jefa va a convertirme en un marido perfecto.


Karen arqueó las cejas.


—¿Qué quiere decir con eso?


—Quiero decir que, puesto que ella no sólo se dedica a perpetrar divorcios sino que es también una aficionada a los matrimonios, la he contratado para que me convierta en un buen marido y esté listo para cuando conozca a la mujer de mis sueños.


—Bien, bien... Eso sí ha sido una sorpresa.


—¿Verdad?


—Una sorpresa tan buena que si tengo un mal día en el trabajo hoy, ya sé a quién tengo que culpar.


Pedro estalló en carcajadas.


—No conseguirás que me arrepienta. Acabo de tomar una decisión fantástica esta mañana, una decisión que cambiará mi vida, y no pienso echarme atrás.

El Candidato Ideal: Capítulo 12

¡Qué hombre! Paula empezó a notar picores en las manos al mismo tiempo que la temperatura de su sangre aumentaba. Guardó el cristal en un cajón de la mesa para no dejarse llevar por las ganas de darle con él en la cabeza.


—No me encargaré de su divorcio, señor Alfonso —su voz temblaba por la indignación.


—Te recuerdo que me llamo Pedro.


Ella tomó aire lentamente y contó hasta tres.


—De acuerdo. No me encargaré de su divorcio, Pedro. Sólo trabajo para aquellas personas que se toman el matrimonio como algo serio y usted no me da la impresión de ser una persona seria. Y si ha investigado algo sobre mí, sabrá que yo no hago esto para promover el divorcio, sino para que mis clientes puedan estar con las personas adecuadas  para ellos.


—De acuerdo.


—¿De acuerdo?


—Como le he dicho, no hay víctima todavía. Puesto que eres una celestina de renombre, lo que necesito es que me ayudes a encontrar a mi siguiente esposa.


—Creo que lo que me conviene ahora mismo es ponerme manos a la obra —dijo Pedro. Romy se quedó boquiabierta.


—¿Manos... a... la... obra?


Se había puesto deliciosamente colorada. Él había oído decir que algunas mujeres se ponían aún más guapas cuando estaban enfadadas, pero siempre había pensado que era un mito. Hasta entonces.


—De acuerdo... La frase no ha sido muy apropiada. Aunque ahora mismo eso te parezca imposible, creo que puedo llegar a ser un buen marido —dijo él—. Y puesto que eres una experta en la materia...


—No puedo considerarme ni de lejos una experta, señor Alfonso.


—¿Pero estás comprometida, no? —preguntó él.


Su boca se cerró de golpe y por sus ojos pasó una sombra de sorpresa, pero no dijo nada al respecto. Pedro se planteó si Daniel podía tener razón y aquello sería una mentira creada por ella para mantener alejados a los hombres. Una preciosidad como ella, que pasaba todo el día con hombres que acababan de recuperar la soltería, tenía motivos para haber creado un rumor como aquél. Pero pensó que era más fácil que fuera verdad. Además, aquello le daba un motivo más para no caer en la trampa de verla como una solución temporal a su soledad y para centrarse en lo realmente importante. Sus magnéticos ojos azules mostraban desaprobación, pero ése era el espíritu que él deseaba: que toda su fuerza se dirigiese contra él y no con él. Ella había dejado claro que no le gustaba. Perfecto.


—He hecho unas cuantas llamadas y he oído un montón de cosas buenas de su grupo de divorciados —dijo él.


—Señor Alfonso, le aseguro que no le voy a poner delante de ese grupo de personas inocentes. Son gente seria y han sufrido mucho, mientras que usted actúa como si esto fuera... ¡Un juego!


¡Ah! Así que era eso lo que la molestaba; no iba a utilizarla como paño de lágrimas y no la necesitaría para arreglarlo todo. Bueno, si eso era lo que ella necesitaba...

El Candidato Ideal: Capítulo 11

Era el momento de sacarle ventaja al factor campo. Rodeó el escritorio y se sentó tras la mesa, feliz de poder interponer un obstáculo entre su cuerpo y la mirada de Pedro. Sin darle importancia, tomó el cristal azul y lo hizo rodar en su mano.


—Puesto que su ex mujer es cliente mío, no estoy segura de qué tipo de charla podemos tener sin crearnos un problema de ética. Aunque supongo que usted no había pensado en eso. 


«Contesta a eso» pensó Paula.


—Pues el caso es que sí había pensado en ello, así que llamé a Macarena esta mañana y ella me aseguró que el contrato entre ustedes dos finalizó en el momento en que yo firmé en la línea de puntos.


Genial. Se llevaba bien con su mujer hasta el punto de tener conversaciones telefónicas con ella. Bueno, ella no pensaba rendirse ante aquella fachada tan perfecta. Sabía mejor que nadie que una cara angelical no tenía escondía obligatoriamente a un angelito.


—De acuerdo. Si quiere hablar, hablemos, señor Alfonso.


—Creo que este lugar es bastante sorprendente.


No había nada que discutir en aquella afirmación.


—Continúe.


—Y de todas las cosas sorprendentes que ví ayer, tú eres la guinda del pastel. Eres un oponente al que no hay que infravalorar... El mejor con el que me he cruzado.


El modo en que Pedro dijo todo aquello hizo que Paula lo imaginara enfrentándose a ella de un modo totalmente distinto al que él estaba pensando, y la fotografía mental hizo que su corazón palpitase al doble de velocidad que con el Pilates. Podía seguir culpando al hambre y las endorfinas provocadas por el ejercicio, ¿No?


—Y me gustaría contratar sus servicios —terminó él.


—Le agradezco el cumplido, pero si desea que le represente, temo decirle que soy un abogado especializado y no le sería de ninguna utilidad más que en un caso de...


Pedro observó fascinado cómo el color desaparecía de la cara de Paula, haciendo aún más evidentes sus enormes ojos perfilados con lápiz de ojos corrido.


—¡Oh, no! —dijo ella—. No me diga que ya tiene a otra pobre víctima en la trampa y que ya se está preparando para el momento en que se libre de ella.


Aquella frase era tan ridicula que Pedro estuvo a punto de echarse a reír. Pero se dió cuenta de que ella hablaba muy en serio. Además, tenía una extraña piedra azul en la mano ¡Y parecía a punto de lanzarla contra él!


—No hay ninguna víctima, Paula —dijo Pedro, y añadió para provocarla—, pero soy un hombre pragmático y sé que la siguiente ex señora de Pedro Alfonso está ahí fuera mientras nosotros perdemos el tiempo hablando.

miércoles, 18 de agosto de 2021

El Candidato Ideal: Capítulo 10

Paula volvía a la oficina después de su clase de gimnasia Pilates vestida con una camiseta de tirantes, mallas de gimnasia ajustadas hasta los tobillos y zapatillas blancas. Iba silbando una canción que había escuchado en la radio del taxi aquella mañana mientras se dirigía al trabajo. Llevaba la toalla sobre el cuello y su pelo caía sobre ella. Una vez en la oficina, se quitó la toalla del cuello, puso en escena un movimiento de trasero bastante espectacular al ritmo de los últimos compases de la canción y tiró la toalla por encima de sus hombros hacia el sofá. Se detuvo en seco al no oír el suave golpe de la toalla al caer.


—Buenos días, Paula —dijo una voz profunda y sexy.


Ella se giró, intentando contener con la mano el grito que escapó de su garganta, y encontró a Pedro Alfonso sentado en su sofá, con su toalla en una mano. Tuvo que resistirse para no golpearlo por haberle dado aquel susto.


—Según tu agenda, tenías que haber llegado —miró su reloj—, hace tres minutos y veinte segundos. Me estaba empezando a preocupar.


—¿Ha leído mi agenda? —masculló ella.


—No he podido evitarlo. Está abierta sobre tu escritorio... ¡Nunca había conocido a nadie que apuntara en su diario lo que se iba a poner a lo largo de la semana!


—Llevar el asunto de la tintorería con eficiencia no es cosa fácil. ¿Qué tiene de malo ser organizado? ¿Qué tiene de malo?


Paula sacudió la cabeza intentando recordar cómo había empezado aquella conversación.


—Creo que lo importante en este momento es saber qué demonios está haciendo aquí, señor Alfonso. Puedo asegurarle que el contrato que usted firmó es legal y lo compromete, por lo que no da lugar a que insista para que realicemos cambio alguno.


Pedro se quedó inmóvil. Acababa de ver la insignia de Barbie bordada sobre la toalla de Paula. La sonrisa que le lanzó era inquisitiva e... ¿impresionada?


—Es la toalla limpia más pequeña que he podido encontrar en casa esta mañana —farfulló ella.


Pedro asintió, como si aquella explicación hiciera parecer la escena menos ridícula, después la obligó a esperar hasta que hubo doblado la toalla cuidadosamente y la dejó a su lado. Ella no pudo evitar darse cuenta de lo terriblemente delicioso que estaba con aquel jersey negro. Tenía el pelo revuelto por el viento y su tez morena estaba ligeramente ruborizada. Sus ojos brillaban bajo la débil luz de la mañana y parecía demasiado despierto para la hora que era. Él se dió cuenta de que ella lo estaba observando y volvió a sonreír, casi con languidez, y ella sintió un vuelco en el estómago. Claro, sería el hambre por no haber desayunado nada antes de la clase de gimnasia.


—Pensaba que tal vez pudiéramos tener una pequeña charla —su sonrisa se iluminó, traviesa—, pero a lo mejor te pillo en mal momento.


—¿Lo dice por cómo voy vestida? —dijo ella, pasándose una mano por el cuerpo tan insuficientemente cubierto—. No, por Dios. Hoy es miércoles. Los miércoles siempre llevamos ropa muy informal.


Pero no era su escueto vestuario lo que la molestaba, sino que el día anterior al menos había estado preparada para la terrible embestida que él le suponía. Entonces era la señorita Chaves, abogada, y su apariencia, su firmeza, habían sido los elementos de un número de magia en el que ella se sentía muy cómoda en su papel. Ahora estaba como sedada por la sorpresa y no estaba lista para aquel despliegue de encantos. Entonces era Paula la dormilona, Paula, la de la toalla de Barbie.

El Candidato Ideal: Capítulo 9

 «Desde luego», pensó Pedro, sintiendo que su respiración se ralentizaba al verla. Lo que estaba sintiendo le recordó lo que Paula le había dicho. Por una razón u otra, había pasado de mujer en mujer así que, según su teoría, su atracción debía deberse simplemente a que ella estaba ahora en primera línea de fuego.


—¿De quién hablan? —preguntó Luciana desde la puerta.


—¡De tí, cariño!


Daniel la miró sonriendo a la vez que se daba unas palmaditas sobre los muslos. Luciana puso cara de desesperación, pero siguió sus instrucciones y acudió a sentarse sobre su regazo. Pedro observó el juego con el rabillo del ojo mientras su mirada seguía fija en el programa de televisión.


—¿Es ésa la abogada de Macarena? —dijo Luciana, antes de echarse a reír también—. Yo hubiera pagado por estar en su equipo. Macarena lo ha hecho bien...  A pesar de todo, esa chica ha sido lista.


Pedro había pensado desde el principio que Macarena era una chica con suerte. La chica lista era la que se sentaba a su lado, la que manejaba las cuerdas. Y lo más importante era que la chica lista sabía lo que quería y no iba a dejar que nada se interpusiera en su camino. Echaba de menos aquella sensación. En el pasado él también había sido así, pero el transcurso de los años había acabado con aquello.


—Tenías razón, chico. No parece que le hayas caído demasiado bien —dijo Daniel—. Se le nota en los ojos. Está tan contenta de haberte machacado como de que su cliente ganara.


Luciana se inclinó hacia delante para mirarla más de cerca y después se giró hacia su hermano.


—Pobre Pedro. La única mujer que no se hubiera apuntado a tu club de fans resulta ser la abogada de tu ex mujer en tu divorcio.


Pedro asintió con la cabeza, pero su pensamiento ya estaba muy lejos de allí. La sala en la que se celebraba la conferencia de prensa le resultaba familiar... ¡La clase de cocina! Había entrado allí por error cuando buscaba la sala de reuniones.


—Tienen unas instalaciones fantásticas en ese sitio.


—¿Sí? —Pedro sintió la mirada que se cruzaron Luciana y Daniel.


—Tienen guardería, cafetería y clases de cocina para los nuevos solteros.


La sensación que había ido creciendo en su interior a lo largo de la mañana llegó a su punto álgido y entonces lo comprendió todo. De repente supo a qué se iba a dedicar aquel día.


—Había pensado volver por allí y echar un vistazo.


—¿Vas a apuntarte a clases de cocina?


Pedro se sintió como si se acabara de despertar de un largo sueño.


—Tal vez, ¿Por qué no?


—Sí —asintió Luciana—, tal vez debas pasarte y ver cómo es aquello.


—Tal vez lo haga.


Pero sabía que lo haría de todas maneras.

El Candidato Ideal: Capítulo 8

Pedro entró en la cocina a la mañana siguiente con el hijo mediano de su hermana, Danielito, colgado del cuello.


—¡Bájame, tío Pedro! Prometiste que lo harías cuando llegáramos a la mesa de la cocina.


—Prometí que lo haría en cuanto respondieras a la pregunta que te he hecho. Venga, Dani, cinco por cinco es igual a...


Danielito respiró profundamente antes de responder, dudoso:


—¿Veinticinco?


—Muy bien, campeón.


Pedro le hizo cosquillas hasta que su sobrino lloró de la risa.


—Bájalo, Pedro, o no llegaremos a tiempo al colegio.


Luciana cascó varios huevos sobre la sartén antes de añadir un poco de leche y queso.


—De acuerdo, hermanita —Pedro bajó al niño de sus hombros y lo sentó en el banco entre Catalina y Lucas.


—Tenías que estar cocinando tú por mí —dijo Luciana—. Tengo que arreglarme para ir a trabajar. ¿Qué vas a hacer hoy?


—Ni idea.


—¿Cuándo te vas a buscar un trabajo de verdad, tío Pedro? —preguntó Danielito.


Luciana sonrió.


—Los niños siempre dicen verdades...


Pedro revolvió el pelo de su sobrino hasta que éste se quejó.


—Estoy muy bien así, gracias.


—No es cuestión de estar bien o mal, sino de emplear tu talento en algo.


El apartó a Luciana de la cocina con un golpe de cadera y acabó de hacer los huevos revueltos por ella, dejando que se ocupara de preparar a los niños para el colegio.


—Con las campañas publicitarias y mis inversiones, estoy construyendo un emporio bastante suculento para tu tribu, hermanita, así que no estoy utilizando mi talento para nada malo.


Luciana no se conmovió lo más mínimo.


—Apenas lo usas en absoluto. Si no quieres buscarte un trabajo, busca entonces un hobby que no sea cuidar niños o casarte con la persona equivocada. Necesitas un proyecto. No soporto ver cómo te atrofias ante mis ojos.


Prefirió ignorar las palabras de Luciana, a pesar de que le habían estado rondando la cabeza toda la noche. ¿Un proyecto? ¿Era eso lo que necesitaba? Sentía que estaba a punto de empezar algo, como si estuviera muy cerca de encontrar la respuesta. No tenía ni idea de lo que era, pero se sentía con fuerzas renovadas, mucho más animado de lo que se había sentido en años. Pedro se levantó la camisa para mostrar su musculoso torso.


—¿Qué piensan, chicos? ¿Tendré reservas para un par de inviernos más? —hundió un dedo en su tripa hasta el máximo y sus sobrinos estallaron en carcajadas.


Luciana estaba a punto de golpearlo cuando Daniel, padre, gritó desde la sala de estar:


—¡Es ella!


—Le he dicho mil veces que no grite si me necesita, que venga a buscarme —dijo Melinda a Pedro, alzando la voz hasta llegar al tono empleado por su marido—. ¡Es un mal ejemplo para los niños!


—¡Es la abogada! —volvió a gritar Daniel—. ¡La que barrió a Pedro ayer!


Aquello consiguió despertar la atención de Pedro. Se bajó la camisa y corrió hacia la sala. Era la conferencia de prensa del día anterior. Paula llevaba la chaqueta azul abotonada hasta el cuello, pero nada podía nublar la visión de su preciosa melena.


Daniel lanzó un silbido.


—¡Chico! ¡Qué mujer!

El Candidato Ideal: Capítulo 7

Paula llegó al portal de su edificio hacia las diez de la noche. Había pasado la tarde con un grupo de recién divorciados, con mujeres maltratadas y maridos engañados, con una mujer a la que había consolado y con otros dos que la habían sorprendido con la noticia de que ¡se habían prometido! Eran personas serias que buscaban relaciones serias, y sabía de esas cosas. Entró en el viejo ascensor, cerró las puertas y soportó el viaje interminable hasta el último piso del edificio. Los chirridos rítmicos del ascensor le recordaron que en un atípico arranque de sentimentalismo, había elegido aquel piso por el precioso ascensor restaurado: Desde entonces había tenido que soportar su lentitud y las averías periódicas. ¡Aquello le serviría de lección! Al llegar a casa escuchó los mensajes grabados en el contestador. Sus padres habían dejado un «Hola» a dúo. No podía recordar la última vez que había hablado sólo con uno de ellos. Eran una pareja entregada el uno al otro, aún profundamente enamorados después de treinta perfectos años. Ella los llamó, sujetando el teléfono entre el hombro y la barbilla, mientras se preparaba algo de comer.


—Hola, mamá.


—Hola, cariño. Te hemos visto hoy en la tele, en la conferencia de prensa. Con Macarena Hockley. Parece adorable. ¿Sabes si sigue haciendo esos vídeos de aeróbic?


Paula mordió una rama de apio.


—Los hacía antes de casarse y los hizo mientras estaba casada, así que no veo por qué no habría de seguir haciéndolos.


—Qué bien. Había pensado comprarle el siguiente a tu padre por Navidad. Parece que no le importa hacer ejercicio si tiene una cara bonita delante que le diga cómo tiene que hacerlo. Y creo que ahora le permitiría cualquier cosa con tal que le haga bajar su nivel de colesterol.


Paula colocó su improvisado picnic sobre la mesita redonda de la cocina.


—¿Has llegado a conocer a su marido?


—Sí.


—¿Y es tan impresionante como dicen en las revistas?


Sus pensamientos se perdieron en el recuerdo de él saliendo de la oficina. La imagen se había difuminado a lo largo del día, pero ahora las palabras de su madre le hacían imaginar a Pedro cruzando un establo, con una herramienta en la mano y la piel brillante por el sudor... Tuvo que golpearse la mejilla para apartar aquella visión de su mente.


—Pues en mi opinión no es para tanto.


Su madre calló un momento y Paula esperó que no hubiera apreciado el tono forzadamente desinteresado de su voz. Su madre no necesitaba mucho más que eso para empezar a pensar cosas de lo más extrañas. Por suerte, no pareció notar nada.


—Bueno, me alegro de que todo te haya ido tan bien, cariño.


—Gracias. ¿Está papá por ahí?


—Está en el otro teléfono escuchándonos, cariño. Cómo no.


—¿Qué tal, papá?


—Bien, teniendo en cuenta que tu madre ya no deja que coma patatas. ¡Patatas, fíjate!


—Imagínate que te peleas con ella. Te pondrá a régimen de pan y agua.


—¡Pan! ¡Ja! Ya me había prohibido el pan mucho antes de que las patatas se convirtieran en el alimento maligno del mes.


—Bueno —interrumpió la madre de Paula—, sólo queríamos decirte que te hemos visto en la tele, cariño. Mis compañeras de cartas se quedarán de lo más impresionadas. Buenas noches, preciosa.


—Buenas noches, mamá. Buenas noches, papá.


Paula colgó, impresionada al ver que la imagen difusa a cámara lenta del hombre super atractivo se convertía en Pedro, el impresionante granjero sudoroso. ¡No! No era de esas mujeres que se vuelven locas por una sonrisa encantadora. Ella era mucho más fuerte que todo eso y tenía planes muy concretos para su futuro que no tenían nada que ver con perder la cabeza por un hombre como aquél. Estaba segura de que, como sus padres, no se casaría hasta que estuviera segura de que iba a ser para siempre. Y aquel hombre cambiaba de mujer como de sombrero... Por suerte era cliente de Ariel, no suyo, así que no parecía probable que volvieran a encontrarse. Sintió pena por la siguiente señora Alfonso.

El Candidato Ideal: Capítulo 6

 —Debe de ser alguien muy duro. ¿Cómo se llama?


—Paula Chaves.


—Pobre hombre. Un par de compañeros de trabajo han tenido que enfrentarse a ella, pero había pensado que si había alguien que tuviera una oportunidad ante sus encantos, ése serías tú. Debe ser terrible. ¿Odia tanto a los hombres como me han contado?


—Bueno, no creo que yo le gustase mucho.


—¿No? Yo creía que les gustabas a todas, siendo tan guapo y todo eso.


Daniel pellizcó a Pedro en las mejillas y éste, riendo, le apartó las manos. Pero realmente no tenía muchas ganas de bromas. Era cierto. No le había gustado ni lo más mínimo, y ella ni siquiera había tratado de ocultarlo por educación. A pesar de que había quedado claro que él se había sentido atraído hacia ella. La atracción física iba por descontado, pero también le había atraído su vitalidad, incluso después de haberle lanzado aquellas horribles acusaciones.


—Creo que está comprometida con un americano —dijo Daniel, trayendo de vuelta a Pedro a la realidad—. Parece irónico: Una abogada especializada en divorcios, contrayendo matrimonio. Lo lógico parece que mantenga una visión más cínica al respecto.


Pedro no recordaba haber visto diamante alguno en su mano, pero era cierto que había quedado deslumbrado ante aquellas adorables y cortas uñas, así que...


—¿Comprometida? ¿Con un americano?


—El caso es que, por lo que he oído, nadie le ha visto nunca, o si lo ha hecho, no se lo ha contado a nadie. Tal vez todo sea una táctica para librarse de los recién divorciados: «Ni lo pienses, estoy prometida»


Pedro se miró hacia atrás al oír un grito de triunfo desde el otro lado del campo. Alguien de su equipo había marcado. Miró a Daniel, brincando, deseoso de volver a jugar.


—Vete —dijo Daniel—. Pero quiero todos los detalles. ¿Por qué no vienes a cenar y te quedas a pasar la noche?


—De acuerdo —concedió Pedro mientras corría hacia atrás en dirección al campo—. Dile a Luciana que llegaré sobre las siete.