No era la única mujer que admiraba su físico espectacular. Un montón de chicas se habían reunido para disfrutar del espectáculo, pero Paula tuvo un presagio cuando Pedro la miró. Había algo indescifrable en su rostro. Cuando llegó a su lado parecía diferente, como si se hubiera encerrado en sí mismo. Aunque hicieron el amor durante toda la noche, seguía notando algo raro en él, aunque no sabría decir qué era. Cuando despertó, Pedro se había ido y no volvió a verlo hasta esa tarde… Y entonces él la besó tan apasionadamente que la preocupación desapareció, remplazada por el deseo. Sabía que no estaba interesado en nada más y cada momento que pasaba con él la rompía por dentro. Especialmente cuando la miraba como si fuese una bomba de relojería. Sin embargo, la besaba como si le fuese la vida en ello. Estaba claro que era un conflicto para él. Había admitido que le resultaba difícil acostumbrarse a la idea de que no era quien él había creído, casi como si hubiera preferido que fuese la degenerada princesa acostumbrada a montar escándalos. Tenía que enfrentarse con la realidad, se dijo. Su confesión, aunque liberadora para ella, no había provocado ningún cambio en Pedro. Por supuesto que no. Para él, aquello solo era una aventura, una forma de saciar un deseo contenido durante años. Que eso hubiera llevado a una revelación para ella era lo único que tendría como consuelo cuando todo terminase. Y tendría que ser suficiente.
Cuando Pedro entró en el departamento era medianoche y se sentía más culpable que nunca. Sabía que Paula habría hecho la cena porque se lo había dicho por la mañana, cuando bajó un momento a su oficina. Una visita que, por cierto, había sorprendido a los empleados ya que no era habitual que pasara por allí. El departamento estaba silencioso, pero algo olía de maravilla en la cocina. Cuando abrió la nevera y vió el estofado se le encogió el corazón. Pensar que tal vez Paula no habría cenado porque él no estaba allí hizo que se sintiera como un canalla. Ni siquiera era consciente de que supiese cocinar hasta que le contó que había tomado unas clases en Atenas. Y tampoco sabía lo profundamente cautivado que estaba por ella hasta que la miró en la favela y entendió la enormidad de lo que estaba pasando. Había tenido que verla en contraste con aquel polvoriento telón de fondo… Paula Chaves, la princesa salvaje, tan cómoda en aquel sitio como si hubiera nacido allí. A pesar de su cabello rubio y su aspecto aristocrático. Al ver cómo la miraban los hombres había experimentado la misma emoción que lo había embargado en la playa.