miércoles, 24 de abril de 2024

Pasión: Capítulo 70

No era la única mujer que admiraba su físico espectacular. Un montón de chicas se habían reunido para disfrutar del espectáculo, pero Paula tuvo un presagio cuando Pedro la miró. Había algo indescifrable en su rostro. Cuando llegó a su lado parecía diferente, como si se hubiera encerrado en sí mismo. Aunque hicieron el amor durante toda la noche, seguía notando algo raro en él, aunque no sabría decir qué era. Cuando despertó, Pedro se había ido y no volvió a verlo hasta esa tarde… Y entonces él la besó tan apasionadamente que la preocupación desapareció, remplazada por el deseo. Sabía que no estaba interesado en nada más y cada momento que pasaba con él la rompía por dentro. Especialmente cuando la miraba como si fuese una bomba de relojería. Sin embargo, la besaba como si le fuese la vida en ello. Estaba claro que era un conflicto para él. Había admitido que le resultaba difícil acostumbrarse a la idea de que no era quien él había creído, casi como si hubiera preferido que fuese la degenerada princesa acostumbrada a montar escándalos. Tenía que enfrentarse con la realidad, se dijo. Su confesión, aunque liberadora para ella, no había provocado ningún cambio en Pedro. Por supuesto que no. Para él, aquello solo era una aventura, una forma de saciar un deseo contenido durante años. Que eso hubiera llevado a una revelación para ella era lo único que tendría como consuelo cuando todo terminase. Y tendría que ser suficiente.


Cuando Pedro entró en el departamento era medianoche y se sentía más culpable que nunca. Sabía que Paula habría hecho la cena porque se lo había dicho por la mañana, cuando bajó un momento a su oficina. Una visita que, por cierto, había sorprendido a los empleados ya que no era habitual que pasara por allí. El departamento estaba silencioso, pero algo olía de maravilla en la cocina. Cuando abrió la nevera y vió el estofado se le encogió el corazón. Pensar que tal vez Paula no habría cenado porque él no estaba allí hizo que se sintiera como un canalla. Ni siquiera era consciente de que supiese cocinar hasta que le contó que había tomado unas clases en Atenas. Y tampoco sabía lo profundamente cautivado que estaba por ella hasta que la miró en la favela y entendió la enormidad de lo que estaba pasando. Había tenido que verla en contraste con aquel polvoriento telón de fondo… Paula Chaves, la princesa salvaje, tan cómoda en aquel sitio como si hubiera nacido allí. A pesar de su cabello rubio y su aspecto aristocrático. Al ver cómo la miraban los hombres había experimentado la misma emoción que lo había embargado en la playa. 

Pasión: Capítulo 69

Por fin se apartó para colocarse a su lado, jadeando, y cuando giró la cabeza lo encontró mirándola con una enigmática sonrisa en los labios.


—Me haces perder la cabeza… —admitió con voz ronca.


Paula hizo una mueca. La confesión no era muy consoladora porque daba la sensación de que a Pedro no le gustaba esa revelación. Pero luego volvió a besarla, haciendo que se olvidase de todo. Tenía demasiado miedo de enfrentarse con la sospecha de que se había enamorado de aquel hombre y ya no había forma de volver atrás.




Tres días después


—¿Señorita Chaves? El señor Alfonso me ha dicho que tiene un compromiso importante y que debería comer sin él.


—Ah, gracias —Paula colgó el teléfono y miró el estofado de pollo burbujeando en la olla.


Tenía un compromiso importante. ¿Qué significaba eso? Era absurdo sentirse decepcionada, pensó. Había comprado los ingredientes durante la hora del almuerzo y en cuanto salió de la oficina corrió a la casa para empezar a prepararlo. Pero en aquel momento se sentía ridícula porque… ¿No era un cliché? La mujer en casa haciendo la cena para su hombre y enfadándose porque él tenía un compromiso más importante.  Mortificada al preguntarse cuál habría sido la reacción de Pedro ante tan idílica escena doméstica perdió el apetito por completo. Suspirando, apartó la olla del fuego y dejó enfriar el estofado. Cuando estuvo lo bastante frío, lo guardó en la nevera, aunque le habría gustado tirarlo a la basura. Nerviosa, salió a la terraza. El maravilloso paisaje de Río la calmaba como Atenas nunca había podido hacerlo, aunque era su casa en ese momento.


—Maledizione —murmuró en italiano. 


Y luego maldijo a Pedro por hacer que se enamorase de él. El fin de semana había sido asombroso. Lo recordaba  besando el tatuaje en su hombro y diciendo en voz baja: «¿Sabes que las golondrinas representan la resurrección?» Ella había asentido con la cabeza, sintiéndose absurdamente emocionada al pensar que lo había entendido. Cuando despertaron el domingo, le había dicho que tenía que visitar una favela y ella insistió en ir con él. Había visto de primera mano su compromiso con la ciudad en el asombroso centro comunitario Alfonso, en el que se impartían clases de literatura, idiomas, negocios. Incluso había una guardería. Pedro intentaba ofrecer oportunidades a los más necesitados. Poco después lo encontró en medio de un grupo de hombres, haciendo capoeira, una forma brasileña de artes marciales. Se había quitado la camisa y su torso brillaba de sudor mientras ejecutaba ágiles y elegantes movimientos siguiendo el ritmo de un tambor. 

Pasión: Capítulo 68

Pedro detuvo el coche y la miró durante largo rato. Estaban como suspendidos en el tiempo, el silencio roto solo por el canto de algún pájaro. El hechizo se rompió cuando Pedro salió del coche, pero Paula dejó escapar un grito de sorpresa cuando la tomó en brazos para llevarla hacia la casa. Subió las escaleras de dos en dos hasta un enorme dormitorio y, por las ventanas abiertas, vió el Cristo Redentor iluminado sobre la ciudad. Todo era como un sueño y ella no quería analizar la importancia de lo que estaba pasando. Pedro la dejó en el suelo y desapareció en el baño para abrir el grifo de la ducha. Cuando salió empezó a quitarse la ropa hasta quedar desnudo, descaradamente masculino y orgulloso.


—Ven aquí.


Ella obedeció sin discutir y, después de quitarle el vestido, Pedro deshizo el lazo del bikini y dejó que cayera al suelo. Luego tiró hacia abajo de las bragas y Paula levantó los pies para librarse de la prenda. Así, desnuda, nunca se había sentido más femenina O más libre de las sombras que la habían perseguido durante tanto tiempo. No habían desaparecido del todo, pero por el momento era suficiente. Pedro tomó su mano para llevarla a la ducha, acorralándola en el pequeño cubículo. Cuando se apoderó de su boca Paula abrió los ojos para ver su ardiente mirada. Estaba lista, húmeda para él, ansiosa al verlo tan excitado. Pedro la levantó y le pidió que enredase las piernas en su cintura, pero se detuvo de repente. Ella lo miró, sin aliento.


—¿Qué ocurre?


—No tengo ningún preservativo, cariño. Tenemos que salir de aquí.


Paula se sentía mareada mientras la sacaba de la ducha. Podía ver un gesto de dolor en su rostro por la interrupción, pero se alegraba de que mantuviese la cabeza fría porque ella estaba demasiado perdida como para pensar en preservativos. La dejó sobre la cama y sacó un preservativo de la mesilla. Mirándola a los ojos, rasgó el sobrecito y se lo puso con manos grandes y capaces. Se sentía totalmente lujuriosa mientras observaba esa demostración de virilidad. Y luego se colocó sobre ella mientras le preguntaba con voz ronca:


—¿Todo bien?


Paula asintió con la cabeza porque no podía hablar. Enredó las piernas en su cintura y Pedro empezó a empujar con fuerza, casi con furia, mirándola a los ojos, sin dejar que ella apartase la mirada.  El placer estalló en unos minutos. Estaba tan dispuesta… Era como si fuese lo más fácil del mundo, como si no fuera su primera vez con él. Ella mordió su hombro y un poderoso espasmo sacudió su cuerpo cuando él se liberó en su interior, empujando rítmicamente hasta que se hubo vaciado del todo. Cayó sobre ella, temblando de arriba abajo. Y Paula adoraba el peso de su cuerpo, el íntimo temblor de su miembro. 

Pasión: Capítulo 67

 —Créeme, cuando veas lo que la mayoría de las mujeres llevan en la playa te sentirás vestida —había bromeado él.


Y cuando llegaron a la playa, la reacción de Paula no había tenido precio. Con la boca abierta, los ojos como platos, observaba el desfile de cuerpos medios desnudos como si no lo creyera. Pedro se dió cuenta del interés que despertaba la pálida rubia y había tenido que fulminar con la mirada a varios hombres. El sol empezaba a esconderse y el público aplaudió mientras la bola roja desaparecía en el horizonte, a la izquierda de una de las montañas de Río. Paula se sentó y envolvió sus rodillas con los brazos, sonriendo.


—Me encanta que hagan eso.


Esa alegría por algo tan sencillo parecía burlarse de su cinismo. Y entonces Pedro se dió cuenta de que también él estaba disfrutando. Hacía tanto tiempo desde la última vez que se detuvo para apreciar una puesta de sol… Desde muy joven había estado tan decidido a contrarrestar el legado corrupto de su padre que apenas tenía tiempo para disfrutar de la vida. Elegía mujeres disponibles solo para pasar un buen rato, sin ataduras. Simplemente, sexo para aliviar la frustración. Nunca se había relajado al típico estilo carioca con una hermosa mujer a su lado. El sol se escondió del todo y cuando ella lo miró, lo único que podía ver era el pelo rubio mojado cayendo sobre sus hombros y rozando el nacimiento de sus pechos. Sus labios, como pétalos de rosa aplastados, parecían suplicar que la besase. Y el recelo en sus preciosos ojos azules solo servía para encender más su libido.


—Vámonos —dijo con sequedad.


Paula no podía haber malinterpretado el brillo carnal en sus ojos. Había estado mirándola así durante todo el día, como si no la hubiera visto antes. Y aquel día… Aquel día había sido como un sueño. Sentía un cosquilleo en la piel. No sabía si era el efecto de estar con Pedro o el resultado de ver a las chicas de Río abrazar libremente su sensualidad durante toda la tarde, pero en aquel momento estaba temblando de deseo.


—Sí —murmuró.


Se levantó y Pedro hizo lo propio, ofreciéndole el vestido que se había puesto esa mañana. Caminaron hasta el coche y cuando la tomó de la mano Paula apretó sus dedos. Llevaba una camisa abierta sobre el bañador y su corazón se encogió porque parecía más joven y más relajado que el hombre aterrador al que había conocido cuando llegó a Río. Cuando subieron al coche le preguntó:


—¿Vamos a tu departamento?


—No, a mi casa en Alto Gávea. Está más cerca.


El corazón de Paula se aceleró. A su casa. Hicieron el resto del camino en silencio, como si la conversación fuera superflua y no pudiese penetrar la espesa tensión sexual que había entre ellos. Aquella parte de Río, envuelta en bosque, le recordaba la selva y cuando llegaron a su casa se quedó sin aliento. Era un edificio colonial de dos plantas, con tejas de terracota y situado literalmente en medio del frondoso bosque de Tijuca. Era un sitio maravilloso. 

Pasión: Capítulo 66

 —¿Podemos quedarnos un rato más?


Pedro intentaba darle a todo una semblanza de normalidad cuando el día que habían pasado juntos era tan anormal para él que casi le daba miedo.


—Sí, claro —respondió. 


Aunque la sonrisa de Paula no lograba hacer que recuperase el equilibrio.


Solo había hecho falta un día explorando Río y un par de horas en la playa para que su piel adquiriese un luminoso brillo dorado. Su pelo parecía más rubio, casi blanco, los ojos azules destacando en la piel bronceada. Esa mañana habían tomado un tren por la selva hasta el Cristo Redentor en el Corcovado y Paula se había sentido cautivada. Frente a la barandilla, admirando el fabuloso panorama de Río, lo había mirado con un brillo de emoción casi infantil en los ojos.


—¿Podemos ir a la playa después?


Pedro intentó disimular su sorpresa. No quería ir de compras, quería conocer Río de verdad. Pero antes de ir a la playa fueron a almorzar a su café favorito.


—Entonces tu familia no te pasa dinero, ¿Verdad? —le preguntó.


De inmediato vió un brillo de indignación en los ojos azules. Pedro no lo hubiese creído antes, pero lo creía en ese momento y sentía algo oscuro y pesado en su interior. 


—Pues claro que no —respondió Paula—. Mi hermana y su marido pagaron el alquiler de mi apartamento en Atenas cuando por fin pude empezar a vivir sin adicciones, pero pienso devolverles el dinero en cuanto pueda. Por eso el trabajo es tan importante para mí.


Era algo normal que la gente recibiese dinero de su familia y, sin embargo, a ella le costaba admitirlo. Paula Chaves lo había tenido todo, o la gente creía que lo había tenido todo, y en ese momento no tenía nada. Había visto que se ruborizaba cuando la vió dejar limpio su plato de feijoada, un famoso estofado brasileño hecho con judías negras y carne de cerdo.


—Mi hermana es igual —le contó—. Cuando éramos pequeñas, nuestro padre solo nos permitía comer pequeñas porciones. Siempre teníamos hambre.


Esa revelación le hizo un nudo en la garganta. El abuso al que las había sometido ese canalla… Pedro sintió el deseo de apretar su mano, de enredar los dedos con los suyos para decirle que no estaba sola.


—Me encanta ver a una mujer que disfruta de la comida.


—Seguro que las mujeres con las que sales saben contenerse — dijo ella, apartando la mirada.


¿Estaba celosa? La sospecha tocó su ego masculino. Y ese ego despertó de nuevo cuando insistió en comprarle un bikini para que pudiese bañarse en la playa. Aunque los tres pequeños triángulos negros no ayudaban a contener su libido. Por suerte, el bañador que había comprado para él era lo bastante ancho como para disimular su reacción. Como si hubiera leído sus pensamientos, Paula intentó cubrir sus pechos con el sujetador del bikini, algo que solo sirvió para que la voluptuosa carne escapase por los lados. Pedro tuvo que contener un gemido. En la tienda le había dicho:


—No pienso ponerme eso, es indecente. 

lunes, 22 de abril de 2024

Pasión: Capítulo 65

 —Delfina me salvó.


—Yo creo que te salvaste a tí misma en cuanto fuiste capaz de hacerlo.


Paula se encogió de hombros.


—Sí, supongo que sí —murmuró, probando el desayuno—. ¿Tu hermano se parece a tí? ¿También él está decidido a solucionar todos los males de este mundo?


Él suspiró pesadamente. 


—Federico es… Nuestra relación es complicada. Estuvo resentido contra mí durante mucho tiempo porque mi padre me lo dejó todo. Intenté darle la mitad cuando él murió, pero Max es demasiado orgulloso y se negó a aceptarlo.


Paula sacudió la cabeza, emocionada al saber que había sido tan generoso.


—¿Qué tal le ha ido en Italia?


—Él lo pasó mucho peor que yo. Mi madre era una persona muy inestable que iba de un hombre rico a otro cuando no estaba en una clínica de rehabilitación. Federico pasó de un internado suizo a vivir en las calles de Roma…


—¿En serio?


—Pero salió de la pobreza sin ayuda de nadie. No aceptaba nada de mí y, desde luego, no habría aceptado nada de mi padre. Solo años después, cuando ganó su primer millón, pudimos retomar nuestra relación.


Paula dejó el tenedor y el cuchillo sobre el plato. Pedro había demostrado ser intransigente e incapaz de perdonar cuando llegó a Río, pero en ese momento estaba viendo a un hombre diferente. Su pasado era casi tan complicado como el suyo y, sin embargo, no se había dejado contaminar por la corrupción de su padre o por las veleidades de su madre; veleidades que ella entendía muy bien. Considerando lo fácil que hubiera sido seguir viviendo en la niebla de las adicciones, sin tener que lidiar con la realidad, tal vez a ella no le había ido tan mal. Pedro estaba mirándola con una ceja enarcada, esperando respuesta a una pregunta que ella no había escuchado.


—Perdona, estaba perdida en mis pensamientos.


—Dijiste que querías conocer Río.


Paula asintió con la cabeza.


—Sí, claro.


Pedro no parecía tan arrogante como de costumbre y eso hizo que su corazón redoblase sus latidos. 


—Es sábado y me gustaría enseñarte mi ciudad.


A Paula se le encogió el estómago. Se sentía ridículamente tímida de nuevo. Algo burbujeaba dentro de ella… ¿Felicidad? Era una sensación tan extraña que la tomó por sorpresa.


—Eso me gustaría mucho. 





-¿Ya has tenido suficiente?


Paula murmuró algo ininteligible. Estaba tumbada en la playa de Ipanema, los últimos rayos del sol bañando su piel con su delicioso calor. Había muchas conversaciones a su alrededor, con la preciosa cadencia del portugués, gente riendo, charlando, las olas rozando la arena. Aquello era el paraíso. Cuando sintió el roce de los labios de Pedro, todo su cuerpo se orientó hacia él. Luego abrió los ojos, haciendo un esfuerzo, y su corazón dió un vuelco al ver cómo la miraba.

Pasión: Capítulo 64

Las dos habían sido manipuladas por su padre, la dos hacían el papel que les habían enseñado a interpretar. La buena chica y la mala. Todo tenía sentido a partir de ese momento y Pedro sabía que no había imaginado el brillo de vulnerabilidad en sus ojos la noche que la conoció… Un ruido a su espalda hizo que girase la cabeza. Paula estaba en la puerta de la cocina, despeinada y envuelta en un albornoz. Parecía vacilante, tímida y él tragó saliva. Todo lo que había creído sobre ella era mentira. Nervioso, apretó el cuenco que tenía en la mano y siguió batiendo los huevos.


—¿Tienes hambre?


—Me muero de hambre.


La voz ronca de Paula encendió su sangre una vez más, recordándole cómo había gritado su nombre en los momentos de pasión. Cómo había suplicado… Y lo que sentía con ella. Deus.


Paula entró en la cocina sintiéndose ridículamente tímida.


—¿Sabes cocinar?


Pedro esbozó una sonrisa.


—Tengo un repertorio muy limitado. Hacer unos huevos revueltos es alta cocina para mí.


Paula se sentó en un taburete, intentando no derretirse ante una escena tan doméstica. Pedro, con unos vaqueros gastados, una camiseta, el cabello despeinado y sombra de barba, haciéndole el desayuno.


—¿Dónde aprendiste?


Pedro echó el beicon en la sartén, sin mirarla.


—Cuando mi madre se marchó, mi padre despidió al ama de llaves. Siempre le había parecido un gasto innecesario.


—¿Desde entonces cocinaba él?


Pedro negó con la cabeza. 


—Yo estaba en un internado fuera de Río, así que solo tenía que arreglármelas durante las vacaciones —respondió, haciendo una mueca—. Una de las amantes de mi padre se apiadó de mí cuando me encontró tomando cereales a la hora de la cena. Ella me enseñó lo más básico. Me caía bien, era una de las más simpáticas, pero se marchó.


—¿Fue ella la que te sedujo?


Pedro no pudo disimular una sonrisa.


—No.


Avergonzada por ese tonto ataque de celos, Paula le preguntó:


—¿Tu padre no volvió a casarse?


—No, nunca.


Pedro sirvió el café en dos tazas y le ofreció una.


—Aprendió la lección cuando mi madre se marchó llevándose una pequeña fortuna. Ella provenía de una familia rica, pero para entonces el dinero había desaparecido.


Paula hizo una mueca de dolor.


—No sé cómo habría sobrevivido si me hubieran separado de Delfina.


Pedro puso un plato de huevos revueltos y beicon frente a ella y la miró mientras se sentaba en el taburete.


—Se llevan bien, ¿No?


Ella asintió con la cabeza, pensando en su hermana y su familia. 

Pasión: Capítulo 63

Pedro se inclinó sobre ella, aplastándola deliciosamente contra el colchón mientras capturaba un pezón con los dientes casi hasta hacerle daño. El placer era insoportable. Paula estaba a punto de sollozar cuando por fin introdujo su duro miembro y contuvo el aliento mientras empujaba hasta estar enterrado en ella.


—Eres tan estrecha… —murmuró—. Relájate, preciosa.


El término cariñoso hizo que se rindiera del todo y cuando se deslizó profundamente en su interior experimentó una sensación de femenino poder. El vello de su torso provocaba una deliciosa fricción sobre sus pechos mientras se movía adelante y atrás, cada embestida de su cuerpo llegando más profundamente, llevándola a un sitio que había clausurado muchos años atrás. No podía apartar los ojos de él. Era prisionera de su mirada mientras se hacía dueño de su cuerpo. Pedro colocó una de sus piernas sobre su cadera, abriéndola del todo, y sus embestidas se volvieron más feroces, más poderosas. Apretaba sus nalgas con una mano mientras la hacía suya, haciéndola gritar. La tensión había llegado a un punto insoportable, casi doloroso.  Pero cuando cerró los ojos, él le ordenó:


—Mírame, Paula.


Ella lo hizo y algo se rompió en su interior. Pedro buscó con los dedos el hinchado capullo de nervios y la tocó con tal precisión que ya no podía esconderse. Explotó, perdiendo el control al que se había agarrado desde que el mundo se hundió a sus pies cuando era niña, cuando perder el control había sido una forma de control. Exhausta, experimentó una oleada de felicidad. La definición de un orgasmo era «Pequeña muerte» y el término nunca le había parecido más apropiado. Sabía que una parte de ella había muerto y algo increíblemente frágil y nebuloso estaba ocupando su lugar. Mareada, notó que los espasmos de sus músculos internos habían desatado el orgasmo de Pedro, que temblaba de arriba abajo con la cabeza apoyada en su hombro. Paula se pegó a él, con las piernas enredadas en su cintura, mientras las convulsiones se alargaban hasta el infinito.



Pedro estaba en la cocina a la mañana siguiente, haciendo el desayuno y pensando que nunca en toda su vida le había hecho el desayuno a una amante. En general, le gustaba estar solo después para no tener que lidiar con ilusiones románticas. Pero allí estaba, haciendo el desayuno para Paula y sin el menor deseo de poner espacio entre ellos, con el cerebro aún embotado por una sobrecarga de placer y por las revelaciones de la noche anterior. No podía dejar de pensar en ella, de niña, traumatizada por la violenta muerte de su madre, con un padre sádico que intentaba desacreditarla a todas horas. No era tan fantástico creer a Miguel Chaves capaz de tal cosa. Pensó en esa noche, cuando vió a Delfina pagando la fianza para sacar a Paula de la comisaría. Había atendido a su hermana como si fuera su madre y se apoyaba en ella como si fuese algo normal. 

Pasión: Capítulo 62

 —¿Por qué no has hablado con la policía sobre la muerte de tu madre?


—¿Quién hubiera creído a la inestable Paula Chaves? Me sentía impotente. Había empezado a dudar de mí misma… No sabía si aquello había ocurrido de verdad o era cosa de mi imaginación. Tal vez solo era una niñata de la alta sociedad enganchada a las drogas, como decía todo el mundo.


Pedro estaba sacudiendo la cabeza y Paula se asustó. Había sido una tonta por contarle todo aquello.


—No me crees.


Él apretó los labios.


—Claro que te creo. Conocí a tu padre y sé que es un canalla. No fue culpa tuya, él te convirtió en una adicta.


Paula experimentó una traicionera emoción. La aceptaba. La aceptaba como era.


—Siento lo de antes —dijo con voz ronca—. Es que no quería contártelo.


—¿Y qué ha cambiado?


Paula sintió como si estuviese acorralándola otra vez, pero luchó contra el deseo de escapar. 


—Tú mereces saber la verdad y yo no estaba siendo sincera del todo.


—¿Sobre qué?


Iba a hacer que lo dijese. Se sentía cautivada por su mirada. El tiempo parecía haberse detenido y sentía como si no pesara. Le había contado a alguien su gran secreto y el mundo no se había hundido bajo sus pies.


—No quería pasar el resto de la noche sola. Solo era una excusa.


Los ojos de Pedro se habían oscurecido mientras tomaba su cara entre las manos.


—¿Vas a quedarte?


De repente, lo necesitaba desesperadamente. Necesitaba agarrarse a algo porque sentía que podría salir flotando y perder el contacto con la realidad.


—Sí.


Pedro la tomó en brazos y ella le echó los brazos al cuello, besando el pulso que latía en su garganta. Todo su cuerpo latía de deseo. La dejó suavemente sobre la cama y Paula tembló como si estuviese tocándola por primera vez. Estaba enfebrecida mientras rozaba sus pezones con las uñas, haciendo que él murmurase algo ininteligible. Luego bajó las manos hacia la cremallera de su pantalón para rozar el miembro de acero. Las manos de Pedro también estaban ocupadas desatando el cinturón del albornoz mientras la devoraba con la mirada. Un rubor oscuro cubría sus pómulos mientras se bajaba los pantalones y los apartaba de una patada. Paula no podía respirar, no podía dejar de tocarlo.


—Quiero ir despacio —dijo Pedro con voz gutural— no como antes. 


Pero Paula estaba desesperada por sentirlo de nuevo en su interior y sacudió la cabeza mientras susurraba:


—Yo no quiero ir despacio.


—¿Estás segura?


Asintió con la cabeza y vió que Pedro apretaba el mentón, como si tuviera que hacer un esfuerzo sobrehumano para mantener el control. Lo miró mientras se ponía el preservativo con una expresión casi salvaje. Su sexo latía de deseo y abrió las piernas en una muda llamada que él atendió cubriendo su monte de Venus con la mano y explorando sus secretos pliegues hasta provocar un río de lava.


—Estás tan mojada —dijo con voz ronca.


—Por favor… —susurró Paula—. Te deseo tanto. 

Pasión: Capítulo 61

 —Cuando tenía cinco años oí a mis padres discutiendo… No era nada nuevo porque discutían todo el tiempo. Bajé al estudio y cuando miré por la rendija de la puerta pude ver a mi madre llorando. No sabía sobre qué discutían, pero algo me decía que era sobre las aventuras de mi padre.


—¿Y qué pasó? —repitió Pedro.


—Mi padre golpeó a mi madre en la cara y cuando cayó al suelo… Se golpeó la cabeza contra la esquina del escritorio — Paula cerró los ojos—. Lo único que recuerdo es un charco de sangre bajo su cabeza y lo pálida que estaba. Debí hacer algún ruido porque lo siguiente que recuerdo es a mi padre llevándome a mi habitación. Yo estaba llorando, histérica, y me dió una bofetada que me arrancó un diente de leche… Luego llegó el médico y me puso una inyección. Aún recuerdo el dolor en el brazo. Y el funeral… Después de eso, todo es como un borrón.


—¿Y tu hermana?


—Delfina solo tenía tres años entonces y no sabía nada. Recuerdo que el médico iba a menudo a casa. Y una vez fue la policía, pero no pude decirles nada. Quería contarles lo que había visto, pero me daban algo que me dejaba adormecida… —su tono se volvió amargo—. Mi padre ocultó el crimen, por supuesto, y nadie lo acusó de la muerte de mi madre. Ahí fue cuando empezó todo. A los doce años, mi padre y su médico me habían convertido en una adicta a los fármacos. Decían que tenía un déficit de atención y que era difícil de controlar… Que era por mi propio bien. Entonces mi padre empezó a dejar caer términos como «Bipolar», dando a entender que tenía una enfermedad mental. Incluso hizo creer a mi hermana que había intentado suicidarme.


—¿Y es así? —preguntó Pedro.


Ella negó con la cabeza.


—No, pero aunque lo negaba, mi hermana estaba tan programada como todos los demás para creer que yo era una persona inestable. Mi padre incluso hacía ver que no quería darme pastillas mientras su médico me las daba a diario. 


—¿Pero por qué no te fuiste de casa cuando cumpliste la mayoría de edad?


Paula intentó apartar ese peso de su conciencia. Tenía que empezar a perdonarse a sí misma.


—No encontraba una salida. Cuando tenía dieciséis años interpretaba el guion que mi padre había escrito para mí desde niña. Era «Una chica salvaje», «Imposible de controlar». Y adicta a los fármacos. Delfina, en cambio, era la inocente, la buena. Incluso ahora tiene la inocencia que yo nunca tuve. Mi padre jugó a enfrentarnos. Si Delfina hacía algo, yo era castigada, no ella. Fue educada para ser la perfecta heredera. Yo, en cambio, era educada para acabar ingresada en una clínica o muerta en alguna cuneta.


Pedro apretó sus manos y solo entonces Paula se dió cuenta de lo frías que estaban.


viernes, 19 de abril de 2024

Pasión: Capítulo 60

Él suspiró pesadamente, odiando el temor que sentía. El temor que le susurraba que saliese corriendo y se alejase de aquella mujer. Se dió la vuelta y cruzó los brazos sobre el pecho, arqueando una ceja.


—¿Y bien?


Paula tragó saliva. Su pelo era como una cortina de oro sobre los hombros, rozando el nacimiento de sus pechos bajo el albornoz. Unos pechos cuyo sabor aún recordaba.


—¿Quieres decirlo de una vez? —le espetó mientras se servía un vaso de whisky y lo tomaba de un trago. Era indignante necesitar alcohol para hablar con ella. No sabía qué le pasaba—. Paula, si no me dices… 


—Me estabas empujando a hablar y yo no quería hacerlo, así que fingí que no… Fingí que quería estar sola, pero no es verdad.


Pedro se quedó inmóvil. «Sigue jugando contigo», le dijo una vocecita. Pero entonces recordó el brillo de temor que había visto en su mirada antes de convertirse en una princesa de hielo. Lentamente, dejó el vaso sobre la mesa y se dió la vuelta. Paula parecía pálida, temblorosa y, a la vez, decidida.


—Lo siento.


Su voz era ronca y tocó su piel como una caricia.


—¿Qué es lo que sientes?


Ella se mordió los labios.


—Quería que pensaras que estaba cansada para que te fueras, pero no es cierto.


—Dime algo que no sepa —replicó Pedro, irónico. Pero, al ver que palidecía aún más, la tomó del brazo para llevarla al sofá.


—En serio, si te estás riendo de mí…


—¡No! —gritó ella, apretando las manos en su regazo—. Estabas haciéndome tantas preguntas que me sentía amenazada. Nunca le he contado a nadie lo que pasó. Siempre me he sentido demasiado avergonzada y culpable por no haber hecho nada para detenerlo. Y durante mucho tiempo incluso dudaba de que hubiera ocurrido de verdad…


Pedro supo que no estaba interpretando un papel y, por instinto, envolvió su mano en la suya. Y cuando ella lo miró algo se encogió dentro de su pecho. Maldita fuera.


—¿Qué pasó?


Sus manos estaban heladas y sus ojos nunca le habían parecido más grandes o más azules.


—Ví a mi padre matar a mi madre cuando tenía cinco años.


Pedro abrió la boca y luego volvió a cerrarla.


—¿Qué has dicho? 


Paula no podía apartar los ojos de él, como si la anclase a algo, como si fuera una roca a la que agarrarse. 


Pasión: Capítulo 59

¿Para poder dejarlo fuera otra vez? ¿Para volver a sentirse humillada? No, estaba haciendo lo que debía. Pedro se acercó. Si la tocaba, sabría lo falsa que estaba siendo. Pero se detuvo a unos centímetros para decir:


—Los dos sabemos que podría tenerte en mi cama si quisiera, suplicándome, teniendo un orgasmo. Y lo harás la próxima vez, Paula.


Cuando dió un paso atrás, ella se sintió desorientada. ¿Pensaba que lo había hecho a propósito, que no había terminado a propósito solo para humillarlo o algo así?


—Pero ahora mismo mi deseo ha desaparecido —añadió Pedro, pasando a su lado.


Cuando entró en el salón Paula empezó a temblar. Todo en ella le pedía que lo llamase. ¿Pero no quería apartarlo?, se preguntó. Su pasado nunca le había pesado tanto. Sabía que estaba intentando protegerla, pero también aprisionándola. Podía imaginar a Pedro cambiándose para salir del departamento y se le encogió el estómago. Él era la única persona a la que casi le había contado todo. Recordaba su expresión preocupada… Hasta que lo convenció de que no tenía nada que decir salvo que quería estar sola. ¿Por qué no iba a marcharse si ella lo había empujado a hacerlo?  ¿Y qué importaba que solo la quisiera en su cama? De repente, tuvo que reconocer que, a pesar del miedo, deseaba apoyarse en la fuerza de Pedro para enfrentarse con los demonios que la perseguían. Estaba harta de dejar que el pasado la definiese, de alejarse de las relaciones por temor a que viesen los demonios que había en su interior. Después de todo, ¿Qué era lo peor que podía pasar? Él no podría mirarla con más frialdad. ¿Y si no la creía?, se preguntó. Entonces, al menos habría sido totalmente sincera con él. Unos segundos después vió a Pedro dirigiéndose hacia la puerta, con un pantalón negro y un jersey del mismo color. Reuniendo valor para entrar en el departamento, lo llamó:


—Espera, por favor. No te vayas. 


Pedro se detuvo en la puerta, con la mano en el picaporte. ¿Había oído bien o su imaginación estaba conjurando lo que quería escuchar de la sirena que había puesto su vida patas arriba? No se volvió.


—¿Qué ocurre, minha beleza? ¿Estás dispuesta a tener un orgasmo?


Se sentía desconcertado, perdido. De verdad había creído ver algo increíblemente vulnerable en Paula. Por fin había creído que era lo que parecía ser y entonces, de repente, cambiaba por completo. No se sentiría más ridículo si le hubiera profesado amor eterno. Por fin, se dió la vuelta, la rabia como lava ardiente explotando dentro de él. Cuando la vió, tan pálida, con los ojos empañados, intentó hacerse el cínico:


—Buen intento, pero no voy a tragarme ese papel. Francamente, prefiero que mis amantes sean un poco más constantes.


Iba a darse la vuelta para salir del departamento, pero Paula dió un paso adelante.


—Por favor, espera. Escúchame. 

Pasión: Capítulo 58

 —No lo entiendo —dijo por fin con expresión tensa—. No te entiendo.


—¿Qué es lo que no entiendes? —preguntó Paula en voz baja, su corazón palpitando ante la atenta mirada masculina.


—Has tenido todas las oportunidades de mostrarte difícil desde que llegaste aquí, pero no lo has sido.


—No te entiendo.


—Una niña que es medicada por ser difícil, salvaje. Una niña que se convierte en una adolescente alocada, decidida a provocar escándalos a todas horas… Tú no eres así.


El corazón de Paula se aceleró. Empezaba a marearse.


—Era yo —dijo en voz baja.


—Nadie cambia tan fácilmente.


Pedro se acercó para sentarse a su lado, pero Paula sentía como si estuviera al borde de un precipicio, a punto de caer.


—¿Por qué tomabas medicación desde niña?


—Ya te lo he contado. Cuando mi madre murió…


Él negó con la cabeza.


—Tiene que haber algo más.


Nadie se había mostrado tan interesado en conocer sus secretos. En rehabilitación, los profesionales cobraban por conocerla y ella lo había permitido porque quería ponerse bien. Pedro la empujaba a descubrir sus secretos… ¿Y para qué? El deseo de mostrarse vulnerable, de confiar en él era aterrador. Demasiado después de lo que acababa de reconocer. Estaba enamorándose de él cuando Pedro solo estaba interesado en acostarse con ella… Había tantas cosas en su pasado, pero no podía contarlas. Se sentía demasiado frágil. Por instinto de supervivencia, Paula se levantó abruptamente, haciendo que Pedro echase la cabeza hacia atrás.


—No hay nada más. Y pensé que a los hombres no les gustaban las conversaciones después del sexo. Si hemos terminado, me gustaría irme a la cama. Estoy cansada.


Iba a entrar en el salón, con el corazón acelerado, pero Pedro se levantó de un salto para sujetarla por la muñeca.


—¿Si hemos terminado por esta noche? ¿Qué significa eso?


Paula se encogió de hombros, intentando afectar un tono aburrido.


—Hemos ido a la cena benéfica, nos hemos acostado juntos — se obligó a sí misma a mirarlo—. ¿Qué más quieres, que te arrope y te lea un cuento?


Pedro sintió que le ardía la cara de rabia y soltó su muñeca como si lo quemase. 


—No, cariño, no quiero que me arropes y me leas un cuento. Te quiero en mi cama a mi conveniencia durante el tiempo que yo desee.


Estaba siendo cruel a propósito, y más remoto que nunca, pero el instinto de supervivencia le pedía que se alejase, que no le dejase acercarse demasiado.


—Bueno, si no te importa me gustaría dormir sola.


«Mentirosa», le decía su cuerpo. Incluso en ese momento, con Pedro enfadado, el deseo de tenerlo dentro otra vez hacía que sintiera una humedad entre las piernas. 

Pasión: Capítulo 57

 —Ya has tenido un orgasmo entre mis brazos, pero te has encerrado en tí misma de repente.


Paula sintió que le ardía la cara al recordar la fuerza del orgasmo cuando la tocó en la selva. Pero aquello había sido diferente porque entonces no estaba dentro de ella. Y no estaba enamorándose de Pedro. Esa verdad la golpeó como un rayo. Estaba enamorándose de él, de modo que era lógico que sintiera miedo. Su cuerpo lo había sabido antes que ella, por eso temía hacer el amor, sentirse poseída por Pedro. Lo miró entonces, temiendo que se hubiera dado cuenta, pero él esperaba su respuesta con una ceja enarcada.


—Te dije que había pasado algún tiempo.


—¿Cuánto tiempo?


Paula lo miró haciendo una mueca.


—Años. Muchos años.


—¿No has tenido amantes desde que te fuiste de Italia?


—No. Y antes de irme de Italia también había pasado mucho tiempo —admitió—. La verdad es que nunca he disfrutado del sexo. Mi reputación de promiscua estaba basada en las historias que contaban los hombres a los que había rechazado, no en la realidad. Me temo que no soy ni la mitad de degenerada de lo que tú piensas… Mucho hablar y luego nada.


Pedro se quedó en silencio durante largo rato.


—Me he dado cuenta de que no tienes mucha experiencia —dijo luego—. Pero te catalogaban como una chica degenerada y promiscua y tú no hacías nada para defenderte.


—Como si alguien me hubiese creído —Paula miró de nuevo hacia la ciudad, sintiéndose apartada, como suspendida en el espacio—. ¿Sabes cómo aprendí a besar?


—¿Cómo? 


—Uno de los amigos de mi padre entró en mi habitación durante una fiesta…


Paula dejó escapar un gemido cuando Pedro la agarró por los hombros.


—¿Te tocó?


Ella negó con la cabeza.


—No, no, mi hermana Delfina estaba allí. Vino a mi cama y el hombre se marchó. Después de eso siempre cerrábamos la puerta con llave.


Pedro apretó sus hombros con fuerza.


—Deus… Paula.


La soltó para pasarse una mano por el pelo, mirándola como si fuera una extraña. Y ella lo agradeció porque otra cosa sería demasiado aterradora. Pedro mirándola con algo parecido a la ternura… No, no podía ser. Se dejó caer sobre una butaca y levantó las rodillas hasta su pecho mientras él se quedaba de espaldas a la barandilla, con las manos en los bolsillos de los vaqueros. 

Pasión: Capítulo 56

Y sin embargo…  ¿De verdad le había hecho el amor a Paula o su deseo era tan abrumador que no se había dado cuenta de que ella no estaba disfrutando? Hizo una mueca al pensar en lo estrecha que era. Y en sus roncas palabras: «Ha pasado algún tiempo». Debía haber pasado mucho tiempo. ¿Y qué significaba eso? Que su reputación de promiscua podría no ser correcta, para empezar. Y se había mostrado algo torpe, como si no tuviera experiencia. Nada que ver con la seductora que él había esperado. Había visto sus gestos, su expresión inescrutable, pero estaba tan perdido en el intenso placer que no había podido contenerse y se liberó dentro de ella con una fuerza desconocida para él. Pero debía enfrentarse con una desagradable verdad: se había comportado con la fineza de un toro. El ruido de la ducha cesó y Pedro tragó saliva. Volver a ver a Paula en ese momento hacía que quisiera salir corriendo, pero ese deseo salía de un sitio profundo que no quería reconocer. Paula Chaves no había llegado hasta allí. Nadie lo había hecho. 


Cuando Paula salió del baño, envuelta en un voluminoso albornoz, seguía sintiéndose más desconcertada y vulnerable que nunca. El dormitorio estaba vacío y se le encogió el estómago al pensar que Pedro se había ido. Pero entonces se enfadó consigo misma. ¿No le había pedido que la dejase? ¿Por qué iba a quedarse con una mujer herida física y emocionalmente cuando tenía que haber montones de mujeres que le darían satisfacción sin tantos problemas? Inquieta, se ató el cinturón del albornoz antes de dirigirse al salón, con el pelo mojado cayendo por su espalda. Y entonces lo vió en la terraza. No se había ido. Su corazón se detuvo durante una décima de segundo y algo cálido y traidor embargó su pecho. Se había puesto unos vaqueros y ella admiró su espalda ancha y suave, el cabello despeinado. ¿Por sus manos o por la brisa? Y entonces Pedro dijo por encima de su hombro:


—Deberías venir a ver el paisaje, es espectacular.


Paula llegó a su lado y apoyó las manos en la barandilla. La vista era exquisita. Río iluminado por miles de luces, las playas, el Pan de Azúcar a lo lejos. Era mágico, maravilloso.


—Nunca había visto nada tan bonito —susurró, curiosamente calmada.


—No me lo creo.


—Es cierto. Antes… No me habría fijado. No la habría disfrutado.


Sintió, más que ver, que Pedro se daba la vuelta para mirarla y cuando giró la cabeza vió su rostro sombrío a la luz de la luna.


—¿Te he hecho daño? —le preguntó.


—No, no —se apresuró a decir ella—. No me has hecho daño, no es eso.


—¿Entonces?


¿Por qué no lo dejaba? Paula no estaba acostumbrada a que los hombres le preguntasen si disfrutaba del sexo porque normalmente se contentaban con contar a sus amigos que se habían acostado con ella. La heredera salvaje. 

miércoles, 17 de abril de 2024

Pasión: Capítulo 55

Durante un segundo pensó que iba a apartarse del todo, pero luego empezó a empujar de nuevo, manteniendo un ritmo que la dejaba sin respiración. Se detenía cada cierto tiempo para besarla o para chupar sus pezones, provocando un placer exquisito. Paula enredó los pies en su cintura, pero no podía librarse de eso que la mantenía atada y evitaba que levitase hacia las estrellas. El instinto le dijo entonces por qué no podía hacerlo en aquel momento de intensa intimidad: La razón por la que nunca se había permitido a sí misma sentir era que siempre había temido perder el control. Lo cual era una ironía. Pero perder la cabeza con el alcohol y los fármacos había sido, perversamente, una forma de mantener el control. Aquello no. Aquello amenazaba con hacer que saliera del caparazón bajo el que se protegía y eso le daba miedo. Un sollozo escapó de su garganta cuando el esquivo pináculo de placer se alejó. No podía dejarse ir del todo. Unos segundos después, Pedro dejó escapar un gruñido gutural mientras temblaba de arriba abajo, liberándose en su interior. Pero  Paula se sentía vacía, insatisfecha. Y en cuanto él la liberó de la prisión de sus brazos sintió la necesidad de escapar. Apenas lo oyó llamarla mientras cerraba la puerta del baño tras ella. Le temblaban las piernas y sus ojos se llenaron de lágrimas ante la magnitud de lo que había pasado. Algo se había roto dentro de ella tanto tiempo atrás que no podía funcionar con normalidad. Y tenía que ser Pedro quien lo demostrase. Paula abrió el grifo de la ducha y dejó que las lágrimas rodasen por su rostro. Unos segundos después oyó un golpecito en la puerta y a Pedro llamándola.


—¡Déjame un momento! —gritó, desesperada.


Por suerte, él no insistió. Se sentó en el suelo de la ducha, dejando que el agua cayera sobre su cuerpo. Se abrazó las rodillas y apoyó en ellas la cara, intentando decirse a sí misma que lo que acababa de pasar no era un cataclismo. Pedro miró la puerta cerrada. No estaba acostumbrado a sentirse impotente, pero en aquel momento así era. Maldijo en voz baja, sabiendo que ella no podría oírlo con el ruido de la ducha… Y por algo que sonaba sospechosamente como un sollozo. Algo se encogió en su pecho. ¿Por qué estaba llorando? ¿Le había hecho daño? Maldijo de nuevo mientras paseaba por la habitación, sin saber qué hacer. Por fin, sacó unos vaqueros gastados del armario y volvió a pasear sin rumbo. Maldita fuera. Ninguna mujer había reaccionado así después de hacer el amor con él. Salir corriendo al baño, llorando como una cría…


Pasión: Capítulo 54

Se sentía lujuriosa mientras la acariciaba por encima de las bragas y bajó la cabeza para apoyarla en su hombro cuando introdujo sus perversos dedos. Las piernas no podían sostenerla y sus ojos se llenaron de lágrimas. Quería apretar los muslos porque la sensación era demasiado fuerte, pero él se lo impidió. Por fin, sus piernas se rindieron y cayó sobre la cama, con el corazón latiendo violentamente. Pedro empezó a desabrochar su camisa, revelando ese exquisito y ancho torso cubierto de vello oscuro. Cuando tiró hacia abajo del pantalón, llevándose el calzoncillo a la vez, su erección era casi aterradora. Larga, gruesa y dura, con una gota de humedad en la punta.


—Siete años, Paula —dijo con voz ronca mientras abría el cajón de la mesilla—. Durante siete años te he deseado más que a ninguna otra mujer. No sabes cuántas veces he imaginado este momento.


Paula lo miró mientras se enfundaba el preservativo. Había algo tan increíblemente masculino en ese gesto…


—Relájate —dijo con voz ronca.


Paula intentó hacerlo. Se alegraba de que él llevase el control porque ella no era capaz de formular un pensamiento coherente. Pedro le quitó las bragas, dejándola completamente desnuda. Había estado desnuda frente a otros hombres, pero nunca había sido así. Como si estuviera renaciendo. Estaba sobre ella, besándola mientras apoyaba el peso de su cuerpo sobre las manos. Apenas se tocaban, pero esos anchos hombros bloqueaban todo lo demás. Paula alargó las manos, desesperada por acariciar los tensos y lustrosos músculos de su espalda. Pero Pedro se apartó.


—Me estás matando. Te necesito… Ahora. Abre las piernas.


Paula obedeció sin pensar y Pedro se colocó sobre ella. Podía sentir la punta de su miembro empujando, abriéndola, buscando la entrada. Todas las células de su cuerpo deseaban esa unión. La deseaba como no había deseado nada en toda su vida, pero se sentía al borde de un desconocido precipicio. Pedro empujó, duro y fuerte, y ella gritó ante la exquisita invasión. Le dolía. Era tan grande… Pero poco a poco el leve dolor se disipaba, dando paso a una excitante sensación de estar completa.


—¿Paula?


Cuando abrió los ojos Pedro tenía el ceño fruncido. No se había dado cuenta de que estaba mordiéndose los labios.


—Te he hecho daño.


Paula lo sujetó con las piernas cuando iba a apartarse.


—No —dijo con voz entrecortada—. No me has hecho daño. Es que… Ha pasado algún tiempo. 

Pasión: Capítulo 53

 —Pero eso es lo que esperan los hombres, ¿No? Que sus amantes sean inocentes.


Él hizo una mueca.


—Yo las prefiero expertas. No me interesan las vírgenes.


Paula no era virgen. Le habían robado la inocencia demasiado pronto. Pedro tiró de ella, apretándola contra su cuerpo, haciéndola sentir el calor de su erección, dura, gruesa, casi aterradora.


—Te deseo más de lo que nunca he deseado a otra mujer. Te deseo desde el día que te conocí.


Por un momento, Paula experimentó una mareante sensación de poder. Se dijo a sí misma que las emociones que experimentaba eran transitorias, que si el sexo nunca la había afectado emocionalmente tampoco le pasaría con él. Pero cuando apoyó la cabeza en su torso el mundo desapareció y solo estaban ellos, sus abrazos, sus corazones latiendo al unísono, su piel ardiendo de deseo. Pedro acarició su espalda, despertando una reacción casi dolorosa en sus pezones, que rozaban la tela del vestido. Y cuando inclinó la cabeza para buscar su boca fue como si colocase la última pieza de un puzle. Paula abrió los labios, suspirando, sus lenguas rozándose, saboreándose y bailando íntimamente. Enredó los dedos en su pelo para descubrir la forma de su cráneo… La boca de Pedro era perversa y cuando se echó hacia atrás, jadeando, ella tuvo que hacer un esfuerzo para abrir los ojos.


—Quiero verte con el pelo suelto —murmuró él con voz ronca.


Era como un sueño. ¿No había soñado aquello más de una vez en los últimos siete años? Y estaba pasando de verdad. Levantó una mano para quitarse las horquillas que sujetaban su moño, sintiéndose lánguida y relajada como nunca. Cuando la cascada de pelo cayó sobre sus hombros provocó un cosquilleo en sus terminaciones nerviosas. Pedro agarró un mechón con una mano mientras con la otra apretaba su cintura, besándola con implacable pasión, introduciendo su lengua hasta el fondo de su boca. Paula tembló mientras tiraba del vestido y, nerviosa, intentó cubrir sus pechos con los brazos, pero él los apartó. No llevaba sujetador y su mirada era tan ardiente que la quemaba. Cuando empezó a acariciar un erecto pezón tuvo que morderse los labios para contener un gemido. Y entonces reemplazó el dedo con la boca y chupó con fuerza del duro pezón hasta que Serena tuvo que arquear la espalda, perdida en las sensaciones. Su erección la rozaba insistentemente y las caderas de Paula se movían como por voluntad propia…


—Feiticeira.


—¿Qué significa eso?


—Bruja —respondió Pedro.


Volvió a besarla mientras tiraba del vestido hasta que cayó al suelo y Paula contuvo el aliento cuando abrió sus piernas para comprobar con un dedo si estaba preparada. 

Pasión: Capítulo 52

De repente, una incómoda verdad se clavó en su estómago como un cuchillo. Tal vez aquella mujer era ella de verdad. Ningún papel, ningún subterfugio. Y así, de repente, volvió a sentirse aturdido.


—Lo siento.


Paula se quedó sorprendida.


—¿Qué es lo que sientes?


La sinceridad lo obligó a admitir:


—Lo que ha pasado. Es que tú… —Pedro apartó la mirada. Aunque ya no le resultaba tan difícil decir lo que quería decir, como si se hubiera dado por vencido—. Me confundes,  Paula Chaves. Todo lo que había creído saber sobre tí es un error. La mujer que vino a Río, la mujer que ha sobrevivido en la selva, la mujer que se mostró tan atenta con la gente del poblado… Es alguien que yo no esperaba.


La emoción que sintió al escuchar esa admisión, sabiendo cuánto debía haberle costado, hizo que Paula no pudiera pensar con claridad.


—Pero esta soy yo, siempre he sido yo —dijo con voz ronca—. Es que… Estaba enterrada. Siento mucho haber salido corriendo, pero he venido aquí directamente. No me hubiera acercado a las playas después de lo que me contaste, no soy tan tonta.


Pedro dió un paso adelante.


—Me asusté. Pensé que no te importaba el peligro.


Paula notó lo pálido que estaba. Había estado preocupado por ella, de verdad. No había creído que había ido a buscar drogas. La rabia y el dolor desaparecieron y algo cambió dentro de ella. Empezó a sentir cierta ternura. Y eso era peligroso.


—Estoy aquí, a salvo —murmuró, conteniendo el deseo de tocarlo.


Pedro la tomó por las caderas. Era más bajita sin los zapatos de tacón, más delicada. Y se le puso la piel de gallina a pesar del calor. Animada por su proximidad, y por lo que había dicho, tiró de su chaqueta y él bajó los brazos para dejar que cayera al suelo. Sin decir nada, Pedro tomó su mano para llevarla al interior del departamento, pisando su chaqueta sin darse cuenta. Paula se dejó llevar. Nunca había sentido esa conexión con nadie más y experimentaba un deseo profundo de reclamar una parte de su sexualidad. Sin embargo, cuando llegaron a su dormitorio, con muebles oscuros y sobrios, empezó a ponerse nerviosa. Tal vez estaba siendo una tonta, equivocando sus sentimientos. ¿No decían los hombres cualquier cosa para llevarse a una mujer a la cama? Había tanto en su pasado de lo que se avergonzada que aún no había hecho las paces con él y Pedro parecía tener la habilidad de descubrir su lado más vulnerable solo con un beso. ¿Qué pasaría si la poseyese por completo? Cuando apretó su mano, ella dijo lo primero que se le ocurrió:


—Perdí mi virginidad cuando tenía dieciséis años. ¿Eso te sorprende?


Él se encogió de hombros.


—¿Debería sorprenderme? Yo también perdí la mía a los dieciséis, cuando una de las amantes de mi padre me sedujo. 

Pasión: Capítulo 51

Estaban en una colina desde la que se veía toda la ciudad y el miedo de Pedro se intensificó. Recordó a Paula diciendo que le gustaría ver una puesta de sol… ¿Habría ido a la playa a esas horas de la noche?  El miedo se convirtió en pánico. Sacó el móvil y llamó al de Paula, pero estaba apagado. Río era una ciudad majestuosa, pero algunas zonas eran las más peligrosas del mundo, sobre todo de noche. ¿Dónde demonios habría ido?


Paula entró en el apartamento y cerró de un portazo, temblando de rabia. Se quitó los zapatos y salió a la terraza para respirar un poco de aire fresco. Maldito fuera Pedro Alfonso. No debería importarle lo que pensara de ella, pero después de todo lo que habían pasado juntos en la selva creía tontamente que había empezado a verla de otro modo. Aquella era la auténtica Serena; una mujer que quería trabajar, hacer algo importante y no volver a aislarse de la realidad. La chica que había sido siete años antes había nacido de las retorcidas maquinaciones de su padre. Se apoyó en la barandilla, disgustada consigo misma. Pensar que había estado dispuesta a acostarse con un hombre que la despreciaba… ¿Dónde estaba su precioso amor propio, el que había conseguido que rehiciera su vida? Pero sabía dónde. Se había disuelto en cuanto Pedro se acercó a ella. Y, sin embargo, eso no era del todo justo. Debía reconocer que él la había tratado de igual a igual en la selva y esa mañana, en la fundación, se había sorprendido al saber que ya había empezado a hablar sobre la tienda con los productos de los poblados, dándole crédito a su idea. Oyó un ruido a su espalda y se puso tensa. No estaba preparada para volver a ver a Pedro y se dió la vuelta a regañadientes. Él se acercaba con el rostro ensombrecido mientras tiraba del lazo de su corbata. El mentón afeitado debería darle un aspecto más civilizado, pero no era así. Pedro tiró la pajarita antes de salir a la terraza.


—¿Dónde demonios has estado? Te he buscado por todas partes.


Su enfado aumentó al ver que Paula se ponía en jarras con gesto desafiante.


—¿Pensabas que estaba en alguna discoteca? ¿O que había ido a buscar una farmacia para comprar fármacos?


Pedro se detuvo. Debía reconocer que era un alivio verla allí, a salvo. Pero seguía furioso porque lo había dejado plantado. Claro que la había acusado de estar interpretando un papel… 

lunes, 15 de abril de 2024

Pasión: Capítulo 50

El silencio se alargó, tenso. Y luego, por suerte, el atento camarero volvió con un vaso de agua. Pedro estaba acercándose demasiado a ese sitio tan oscuro en su interior. Alguien se acercó entonces para saludarlo. Paula esperaba que se olvidase de ella, pero su corazón dió un vuelco cuando tomó su mano antes de presentarla. A Pedro le costaba trabajo concentrarse en las conversaciones cuando normalmente no tenía el menor problema. Aunque estuviese con una mujer. Estaba pendiente de cada movimiento de Paula y de la atención masculina que atraía. Y también notaba que parecía incómoda. Había esperado que se sintiera como pez en el agua, pero cuando llegaron a la reunión parecía realmente preocupada. Era lo mismo que había pasado en la selva, cuando Paula demostró que estaba equivocado sobre ella. ¿Conocía de verdad a aquella mujer? En ese momento charlaba alegremente con un ejecutivo que dirigía la fundación fuera de Brasil cuando él habría esperado verla con cara de aburrimiento. Y cuando la vió reír, Pedro se quedó sin respiración. Llamaba la atención de todos los hombres. Literalmente brillaba, su rostro transformado por esa sonrisa. Era innegablemente bella y se dio cuenta de que no había visto su auténtica belleza hasta ese momento. Algo se encogió en su pecho al recordar la tortura a la que la había sometido. Llevarla a la selva contra su voluntad, hacerla caminar durante horas… Había soportado horas de caminata, la picadura más dolorosa, había vivido en un rústico poblado en medio del Amazonas sin protestar. Se había granjeado el afecto de la gente de la tribu sin intentarlo siquiera cuando él había tardado años en ser aceptado y respetado. Y los mineros, algunos de los hombres más duros de Brasil, prácticamente se quitaban la gorra cuando Paula aparecía, como si fuese un miembro de la realeza. Pedro tomó su mano para ir al salón de baile y cuando ella lo miró con una sonrisa en los labios una abrumadora sensación de anhelo lo golpeó en el plexo solar. Anhelaba ser quien provocase esa sonrisa. Como si hubiera leído sus pensamientos, la sonrisa de ella desapareció.


—Vamos a bailar —dijo Pedro con voz ronca.


Ni siquiera le gustaba bailar, pero en aquel momento necesitaba sentir su cuerpo apretado contra el suyo o se volvería loco. Cuando llegaron a la pista de baile, suavemente iluminada, la tomó por la cintura, admirando su asombrosa estructura ósea, su belleza clásica.


—¿Quién eres? —le preguntó, sin pensar.


Ella tragó saliva.


—Tú sabes quién soy.


—¿De verdad? ¿O es todo una gran farsa para volver a hacer lo que más te gusta, ser una princesa de la alta sociedad?


Paula se apartó, furiosa. 


—Te he contado cosas de mi vida y sigues… ¿Qué sabes tú sobre lo que me gusta o no me gusta?


Se alejó en dirección al vestíbulo, dejando a Pedro paralizado porque ninguna mujer lo había dejado plantado en toda su vida. Fue tras ella, murmurando una palabrota, pero cuando llegó al vestíbulo no había ni rastro de Paula y eso lo asustó. Vió al hombre del estacionamiento y le preguntó bruscamente:


—La mujer que venía conmigo… ¿La ha visto?


El hombre parecía intimidado.


—Sí, acaba de subir a un taxi.


Pedro soltó otra palabrota.


Pasión: Capítulo 49

 —No mucho. Pero fue él quien me sacó de la cárcel y quien contrató a los mejores abogados para evitar un largo juicio. Claro que solo hizo falta una generosa donación para la «Preservación de Florencia», que sin duda fue a los bolsillos de funcionarios corruptos, uno de los cuales seguramente sería tu padre. No pensaba quedarme para responder por un delito que no había cometido, pero no me exoneraron del todo, así que cada vez que voy a Europa mi nombre aparece en el ordenador de la policía como un posible delincuente.


Paula se dió la vuelta para mirar por la ventanilla. No podía decir nada. Había proclamado su inocencia mil veces, pero Pedro tenía razón, su asociación con ella había sido desastrosa para él. Estaban en una calle flanqueada por árboles, frente a un edificio de estilo colonial. Cuando él detuvo el coche un estacionamiento se hizo cargo del vehículo y ella tuvo que respirar un par de veces para calmar sus nervios.


—No estoy interesado en el pasado sino en el presente —dijo él en voz baja.


Paula tragó saliva de nuevo. Algo frágil parecía haber nacido entre ellos… Algo tentador. Pero no quería hacerse ilusiones. Pedro le abrió la puerta del coche y la tomó del brazo mientras avanzaban para reunirse con otras parejas que entraban en el edifico iluminado por miles de lucecitas. Era una escena que ella había visto un millón de veces, pero nunca destacada de ese modo. Nunca tan romántica.  Mientras entraban en la mansión se preguntó si de verdad podían dejar atrás el pasado. ¿O estaba dispuesto a afirmar eso solo para acostarse con ella?


—¿Podrías sonreír un poco? Parece como si estuvieras a punto de ser torturada.


Agradeciendo que no pudiera leer sus pensamientos, Paula murmuró:


—Es que esto es una tortura para mí.


Algo brilló en sus ojos. ¿Sorpresa?


—Puede que lo sea, pero un par de horas de tortura social merecen la pena si así conseguimos un nuevo colegio para una favela, por ejemplo.


Ella apretó los labios, cortada.


—¿Es para eso esta cena?


—Entre otras causas. También recaudamos fondos para la fundación.


Paula pensó en la niña del poblado, a un millón de kilómetros de allí y, sin embargo, tan cerca de su corazón.


—Lo siento —dijo con voz ronca—. Tienes razón, merece la pena.


Se perdió la mirada especulativa de Pedro porque un camarero apareció en ese momento con una bandeja llena de copas de champán. Él tomó una, pero ella negó con la cabeza.


—¿Tiene agua mineral, por favor?


Cuando el camarero se alejó Pedro la miró con el ceño fruncido.


—¿De verdad ya no bebes?


—No, ya no bebo. La verdad es que nunca me gustó el sabor del alcohol. Era más el efecto que tenía.


—¿Y era?


—Hacerme olvidar. 

Pasión: Capítulo 48

El roce del cuerpo de Pedro seguía provocando un traidor cosquilleo en su piel. Recodó cómo la había apretado contra él, como para protegerla. Llevaba tanto tiempo sintiéndose desprotegida que le resultaba extraño. Tal vez no lo había planeado. En realidad, se había mostrado tan sorprendido como ella. Cuando dejaron atrás a los paparazzi pulsó el botón para bajar la ventanilla y disfrutar de la brisa de Río y el olor del mar.


—¿Estás bien?


—Sí, es que necesito un poco de aire.


El cielo se había teñido de un color rosado y desde algún sitio Paula podía oír gritos y aplausos.


—¿Qué es eso? 


—Gente aplaudiendo en la playa. Lo hacen todas las tardes porque las puestas de sol en Río son muy hermosas.


—Me encanta la idea —susurró Paula—. Me gustaría ver una puesta de sol.


Apartó la mirada enseguida porque el brillo de sus ojos la hacía sentir demasiado expuesta, pero le ardían las mejillas al recordar el roce de la tela del traje que, aun hecho a medida, no podía esconder el poderoso cuerpo masculino.


—¿Dónde vives cuando no te alojas en el ático? —le preguntó para pensar en otra cosa que no fuera su impresionante físico.


—Tengo una casa en Alto Gávea, un distrito en el bosque de Tijuca, al norte del lago…


—¿Es la casa de tu familia?


Él negó con la cabeza.


—Nuestra casa estaba a las afueras de Río. Mis padres jamás hubieran vivido tan cerca de las playas y las favelas.


—¿No te llevas bien con ellos?


—No —respondió él con tono seco—. Se separaron cuando yo tenía seis años y mi madre volvió a su país, Italia.


—¿Tienes hermanos?


—Sí, tengo un hermano mellizo.


—¿Mellizo? —repitió Paula, asombrada. No podía imaginar a dos hombres como Pedro.


—No somos mellizos idénticos. Él vive en Italia, se fue allí con mi madre después del divorcio.


—¿Se separaron?


Pensar que alguien la hubiera separado de Delfina hacía que se le helase la sangre. Había sido su única ancla en el enfermizo mundo que había creado su padre.


—Mis padres decidieron que cada uno se quedaría con uno de nosotros. Mi madre me eligió para ir a Italia con ella, pero cambió de opinión en el último momento. 


Paula dejó escapar un suspiro.


—Pero eso es horrible. ¿Y tu padre se lo permitió?


Pedro la miró con expresión seria.


—A él le daba igual con qué hijo se quedara mientras uno de nosotros fuera su heredero.


Ella sabía lo que era crecer con un padre tiránico y cruel, pero aquello la sorprendió.


—¿Te llevas bien con tu hermano?


Pedro se encogió de hombros. 

Pasión: Capítulo 47

Paula levantó la mirada y su pulso se aceleró. Estaba tan cerca que podía oler su perfume… Algo fresco. De repente, era como si llevase un mes sin verla cuando solo había pasado un día. Un día  en el que había tenido que contenerse para no bajar a las oficinas a verla. Era un peligro. Había esperado que su aroma fuese abrumador, sensual, pero era infinitamente sutil y eso, por alguna razón, lo enfadó.


—¿Qué ocurre? ¿No te gusta el vestido?


¿Había encargado un vestuario de diseño y no le gustaba?


—No, el vestido es precioso —respondió ella con voz ronca—. ¿Pero por qué has enviado tanta ropa? No soy tu amante y no quiero que me trates como tal.


—Pensé que te agradaría estar preparada para acudir a un evento público.


—Quieres decir una humillación pública.


Pedro tuvo que tragar saliva, más preocupado de lo que le gustaría admitir al ver su gesto de contrariedad.


—No es mi intención exponerte al escrutinio público. No quiero que te hagan daño.


—¿Pero no es parte del plan? ¿No es tu pequeña venganza?


Pedro se sintió avergonzado. Era cierto. Paula Chaves despertaba sus más bajos instintos y podía ser tan cruel como lo había sido su padre.


—Quiero que me vean contigo.


Al decirlo se dió cuenta de que era verdad. Quería llevarla de su brazo y no para castigarla. Al pensar en la reacción adversa del público un instinto protector lo sorprendió, pero antes de perder pie completamente la tomó de la mano y dijo con voz ronca:


—Deberíamos irnos o llegaremos tarde.


Mientras bajaban en el ascensor vió que se agarraba al bolso como si fuera un salvavidas y cuando se detuvo puso una mano en su espalda como para protegerla. 


—¿Estás nerviosa?


Mientras se apartaba, en sus ojos vió una emoción indefinible.


—No digas tonterías. Es que hace tiempo que no hago vida social. Nada más.


Pedro sabía que estaba mintiendo, pero le hizo un gesto para que lo precediese. Fuera los esperaba una legión de paparazzi y, sin darse cuenta, puso un brazo a su alrededor y la apretó contra él, cubriendo su cara con una mano mientras se dirigían al coche a toda prisa. En el interior del coche, el corazón de Paula latía con tal violencia que casi la mareaba. No había esperado aquello y no podía dejar de sentirse traicionada. Todo lo que Pedro había dicho era mentira y debería haberlo esperado. Era una tonta. Por supuesto que quería vengarse…


—Yo no he tenido nada que ver con eso. Deben haberles avisado, pero no sé quién —dijo Pedro, apretando su mano.


Parecía realmente preocupado y le gustaría creerlo.


—No volverá a pasar —añadió.


Paula intentó sonreír.


—No te preocupes. 

Pasión: Capítulo 46

Pensar en la noche que la esperaba la hacía sudar. En aquel momento preferiría una selva llena de escorpiones, serpientes y hormigas bala, e incluso a un furioso Pedro Alfonso antes que la jungla social en la que estaba a punto de adentrarse. Pero entonces levantó la barbilla en un gesto orgulloso. Ella era mejor que eso. Había sobrevivido durante los últimos años al intenso escrutinio personal, a la constante invasión de privacidad mientras se enfrentaba con sus demonios. Y no solo eso; había sobrevivido a la selva con Pedro, que esperaba que fallase a cada paso.  Aunque en aquel momento no le parecía un triunfo sino una prueba de resistencia que aún tenía que pasar. Habían cambiado la salvaje selva por la más civilizada selva social. Y ese era un reto mucho mayor. Sintió que se erizaba el vello de su nuca al oír un ruido tras ella y no tuvo tiempo de seguir pensando si había elegido o no el vestido adecuado. Irguiendo los hombros y haciéndose la fuerte, Paula se dió la vuelta. Durante un segundo solo pudo parpadear para asegurarse de que no estaba soñando. No parecía capaz de respirar. Era como aquella noche, siete años antes, cuando lo vió por primera vez. Pero aquel Pedro era infinitamente más maduro y más atractivo.


—Te has afeitado —comentó tontamente.


Pero esas palabras no hacían justicia al hombre vestido de esmoquin que tenía delante. Sin barba, su mentón cuadrado parecía aún más definido y el espeso pelo recién cortado la hacía sentir unos celos irracionales de la persona que hubiera puesto las manos en su cabeza. Estaba demasiado emocionada por la aparición de Pedro como para darse cuenta de que él tenía los ojos clavados en ella y un oscuro rubor cubría sus pómulos.


—Estás… Increíble.


Era una diosa. Al principio solo se había fijado en la piel desnuda de sus brazos y sus hombros, pero después tuvo que admirar el vestido de seda roja con un escote que llamaba la atención hacia sus pechos. Iba sujeto por un adorno de pedrería en el hombro y luego caía desde la cintura hasta el suelo como una cascada de seda roja. Podía ver un insinuante y pálido muslo asomando por la tela y tuvo que apretar los dientes para no tomarla entre sus brazos. Se había sujetado el pelo en un moño bajo que debería darle un aspecto más discreto que si llevara el pelo suelto, pero no era así. Al contrario, hacía que el vestido pareciese más provocativo. Pero parecía incómoda. Tocaba el escote del vestido con gesto nervioso, como intentando taparse. La mujer que había conocido en Florencia llevaba un vestido diminuto y mucho más revelador, pero parecía encantada. 

viernes, 12 de abril de 2024

Pasión: Capítulo 45

En cuanto pudo sentarse, la fatiga y el agotamiento la golpearon como un tren de mercancías. Además, tenía agua caliente a su disposición y podía darse una ducha por fin. Intentando no pensar en Pedro, y en lo que la esperaba en el futuro inmediato, se dió la más larga y deliciosa ducha de toda su vida. Luego cayó sobre una cama blandita y, un segundo después, estaba profundamente dormida.


Pedro estaba frente a la ventana de su despacho, un piso por debajo de su ático, hablando por el móvil. La ciudad de Río era una alfombra de luces titilantes hasta donde llegaba la vista.


—Digamos que tengo mis dudas sobre si lo hizo o no lo hizo y te agradecería que lo averiguases —estaba diciendo con voz tensa—. Mira, Federico, si es un problema para tí… Muy bien, te lo agradecería mucho.


Cortó la comunicación y tiró el móvil sobre la mesa, pero rebotó y acabó cayendo sobre la alfombra. Sin darse cuenta, Pedro siguió mirando la ciudad a sus pies. Cualquier conversación con su hermano hacía que le subiera la presión arterial. Sabía que Federico no lo culpaba a él por su separación, pero se sentía culpable. Él era el mellizo mayor y siempre se había sentido responsable… Odiaba admitirlo, pero estaba alterado. Como si algún tipo de magia hubiese tenido lugar en su cabeza y su cuerpo desde que miró por última vez desde esa ventana, antes de que Paula apareciese de nuevo en su vida. Hizo una mueca ante tan extravagantes pensamientos. No había magia de ninguna clase. Era atracción física, pura y simple. Había estado entre ellos desde la primera vez que se vieron y necesitaba ser saciada, nada más. Que estuviera dispuesto a ofrecerle un empleo en su compañía y a ser visto con ella en público eran cosas en las que no quería pensar por el momento. Se concentró en cambio en la creciente anticipación en su sangre y en la convicción de que pronto ese deseo sería saciado. 


Al día siguiente, Paula esperaba en la terraza que rodeaba todo el departamento, con una bola de nervios en el estómago. El cansancio de la noche anterior y el ajetreo del día la habían hecho olvidar que esa noche acudiría con Pedro a una cena benéfica. Había despertado temprano y estaba desayunando cuando su ayudante, Malena, apareció con un esbozo de sonrisa para variar. En la mano llevaba un montón de papeles; el contrato que le aseguraba un puesto de trabajo si completaba con éxito el periodo de prueba. El contrato que ella había exigido. Afortunadamente, no había mención del lado más personal del acuerdo, por supuesto. Después de firmar, Malena la había llevado a la primera planta, donde estaban las oficinas de la fundación, para presentarle a sus compañeros. Paula había pasado un día agradable con los amistosos brasileños, tan pacientes con su rudimentario portugués que casi había olvidado lo que la esperaba por la noche. Pero ya no podía seguir ignorándolo porque cuando volvió al departamento encontró a un grupo de peluqueros y maquilladores esperando para transformarla. Se sentía como un objeto a punto de ser exhibido. El vestuario de diseño que apareció poco después le devolvió recuerdos de su antigua vida… Cuando su padre insistía en que sus hijas llevasen los vestidos más caros para llamar la atención. 

Pasión: Capítulo 44

 —¿Y qué más?


—Tú sabes que te deseo. En la tienda de campaña… Hiciste que lo demostrase. Me humillaste —respondió ella con amargura.


Algo se encogió en el pecho de Pedro. Era como si alguien le estuviese quitando una capa de piel cuando admitió:


—¿Tú sabes cuánto me costó parar esa noche?


Los ojos azules se clavaron en los suyos.


—Solo querías demostrar que me tenías dominada —susurró Paula.


Pedro levantó su barbilla con un dedo. Sonreía, pero era una sonrisa tensa.


—Necesitaba oírte decir que me deseabas porque tú me haces perder el control.


—Tu deseo de llevar siempre el control… Casi da miedo —dijo ella entonces.


Pedro apretó los dientes. Nadie le había dicho eso antes, y menos una mujer. La mirada de Paula lo hacía sentir como cuando era niño y veía cómo sus padres se destrozaban el uno al otro. Sabía que su afán de control y respetabilidad provenía de esos caóticos y tumultuosos momentos. Allí estaba, a punto de perderlo todo otra vez. Y, sin embargo, no podía apartarse. 


—Si te besara ahora mismo sabrías que estoy a punto de perder ese control.


Algo ardiente brilló en los ojos azules, pero no la tomaría en ese momento, así, después de estar caminando por la selva durante días, cuando los dos estaban mareados de cansancio. Fue lo más difícil del mundo, pero dió un paso atrás.


—Tengo mucho trabajo que hacer y seguro que tú estás deseando dormir en una cama. Mi ayudante vendrá por la mañana para llevarte a la oficina y por la noche iremos juntos a un evento benéfico.


El corazón de Paula palpitó con una mezcla de alivio y decepción. ¿No iba a quedarse con ella? Se sentía avergonzada por no ser lo bastante fuerte como para marcharse. Una parte de ella quería explorar lo que aquel hombre le ofrecía, casi más de lo que quería demostrar su independencia. Había dedicado los últimos tres años y medio a encontrar y nutrir esa fuerza interna que no creía poseer, pero Pedro la hacía sentir débil y eso la asustaba. Aunque no lo suficiente como para alejarse de él. Maldito fuera.


—Muy bien.


Pedro se quedó callado un momento y luego dijo en voz baja:


—Boa noite, Paula. Até amanha.


«Hasta mañana».


Se dió la vuelta y el moderno departamento le pareció cavernoso sin él. Solo habían pasado cuatro días juntos, pero le parecía una eternidad y tuvo que contener el deseo de salir corriendo. Pero su decisión de quedarse no tenía nada que ver con un pensamiento racional. Eso se había ido por la ventana en cuanto Pedro la había sentado sobre sus rodillas en la avioneta y la había besado hasta dejarla sin aliento. Las dudas y los miedos se derretían. No iba a ir a ningún sitio. No podía hacerlo. 

Pasión: Capítulo 43

Él soltó un poco elegante bufido.


—¿Eso lo dice una mujer que fue fotografiada en ropa interior en un exclusivo hotel de París? ¿La que apareció medio desnuda en una bañera llena de champán?


Paula se puso colorada al recordar la malévola sonrisa de su padre e incluso su más malévolo tono de voz: «Buena chica. No queremos que la gente piense que te has vuelto aburrida, ¿Verdad?». Nerviosa, decidió ignorar la indirecta.


—¿Y el departamento en el que iba a alojarme, el que está reservado para los empleados? 


—Ya no está disponible, otra persona ha ocupado tu sitio.


—Pero eso no es culpa mía, ¿No?


Pedro apretó el mentón.


—Si insistes, la fundación tendrá que incurrir en nuevos gastos para buscarte un departamento.


—No, eso no, pero es que…


Él la interrumpió bruscamente:


—Te quedarás aquí. Estoy seguro de que puedes aguantarme dos semanas más.


Aquello era lo que Paula había temido. Pedro hacía que sus emociones y su presión arterial se pusieran por las nubes. Él la miraba con los ojos guiñados. Parecía nerviosa. Nada que ver con la mujer que se había derretido entre sus brazos poco antes.


—¿Qué te pasa?


Estaba enfadada, era evidente.


—He aceptado acostarme contigo para conseguir un puesto de trabajo. ¿Cómo crees que me siento?


—Aún no te has acostado conmigo —le recordó él. Pero al verla tragar saliva se sintió como un gusano—. Sé que me he portado como un canalla. Lo mínimo que mereces es un periodo de prueba después de soportar estos días en la selva… Y te lo habría dado de todas formas.


Ella lo miró, sorprendida.


—¿De verdad? ¿Y el trabajo?


—Eso depende de lo que pase durante el periodo de prueba, como para cualquier otro empleado —respondió él, poniendo las manos sobre sus brazos—. Y no vas a acostarte conmigo para conseguir un trabajo. Vas a acostarte conmigo porque es lo que quieres. Lo que los dos queremos.


—¿Cómo lo sabes? 


El periodo de prueba. Cuando ella no respondió Pedro recordó el primer día, cuando le dijo que la puerta estaba ahí para que se fuera. Pero en ese momento llamaría a un ejército si intentaba marcharse. Tenía que hacer un esfuerzo para no apretar sus brazos, como si así pudiese impedir que se fuera. Podía verla tragar saliva, con los ojos muy abiertos, las pupilas dilatadas, los labios entreabiertos. Haciendo un esfuerzo, apartó la mirada de esos labios tentadores. Necesitaba que se quedase, pero no sabía por qué.


—Paula…


—Solo quiero una oportunidad. 

Pasión: Capítulo 42

 —Paula…


Ella levantó una mano.


—No, déjame hablar.


A Pedro no le gustó la punzada de pánico que sintió al pensar que Paula podría irse y no volvería a verla nunca.


—Si acepto quedarme a prueba durante dos semanas… Si lo hago bien y demuestro estar capacitada… —Paula hizo una pausa, el rubor cubriendo sus mejillas—. Quiero saber que me darás el trabajo, sea aquí o en Atenas. Quiero un contrato firmado. ¿De acuerdo?


El alivio que inundó a Pedro era inquietante. Se sentía culpable, pero estaba demasiado distraído como para lidiar con su conciencia.


—Ven aquí y te lo diré —respondió, ofreciéndole su mano.


Vió que ella se mordía los labios, insegura. Pero después de unos segundos desabrochó el cinturón de seguridad y se levantó del asiento. En cuanto estuvo cerca, Pedro tiró de su muñeca y la sentó sobre sus rodillas.


—¿Qué haces?


Sin poder evitarlo, él buscó su boca. Sería suya. No iba a marcharse. Paula le echó los brazos al cuello después de resistirse durante todo un segundo. Y cuando deslizó la lengua entre sus labios y ella suspiró podría haber gritado de triunfo. Antes de perder la cabeza por completo se apartó, intentando llevar oxígeno a sus pulmones.


—Tendrás un puesto de trabajo —dijo acariciando su barbilla.


Paula respiró profundamente y el roce de sus pechos intensificó la presión en su entrepierna.


—Quiero un contrato firmado para saber que cumplirás tu palabra.


—¿No confías en mí? —respondió él, indignado. No confiaba en ella, pero no había pensado que pudiera ser al revés.


Paula apretó los labios.


—Una promesa firmada o me iré en cuanto lleguemos a Río.


La sensación de triunfo desapareció. Querría advertirle que ninguna mujer le decía lo que tenía que hacer… Pero no podía. El beso no era suficiente. Aún no.


—Muy bien, de acuerdo —asintió por fin.




Paula estaba admirando la fabulosa vista de Río de Janeiro desde las ventanas del ático, en la última planta del edificio al que había acudido el primer día para entrevistarse con él.


—¿Este es tu departamento? —le preguntó, volviéndose para mirarlo.


Pedro, que estaba observándola atentamente, asintió con la cabeza.


—Sí, pero solo lo uso si tengo que trabajar hasta muy tarde o para entretener a algún cliente importante.


¿O para entretener a una amante?


De repente, no se sentía tan segura como en la avioneta, cuando la sentó sobre sus rodillas para besarla. Sus dudas e inseguridades habían vuelto. Pedro la afectaba demasiado.


—No puedo quedarme aquí. No me parece apropiado. 

Pasión: Capítulo 41

 —Nos iremos en quince minutos —dijo Pedro.


Y luego se dió la vuelta sin decir una palabra más. 


Mientras guardaba sus cosas en la mochila unos minutos después, Paula alternaba entre el anhelo de darle la bofetada que tanto merecía y recordar lo que había sentido cuando la besó. Nunca había disfrutado del sexo; era algo que había hecho para olvidar y que, invariablemente, terminaba en decepción y en una terrible sensación de disgusto consigo misma. Pero Pedro… Era como si pudiera ver dentro de su alma, la parte de ella que seguía siendo inocente, la que no estaba manchada por lo que había visto y experimentado de niña.


—¿Señorita Chaves?


Ella se dió la vuelta y vió a un joven en la puerta de la cabaña.


—El señor Alfonso está esperando en el jeep. 


—Iré enseguida.


Podía volver a casa, olvidar el trabajo en la fundación y empezar de nuevo. Aceptar la derrota. O, si se atrevía a admitir que deseaba a Pedro, podría ser tan estratega como él. Pero si iba a someterse a sus arrogantes demandas sería en sus términos y también conseguiría algo.


Pedro miró a Paula, sentada al otro lado del pasillo. Estaba mirando por la ventanilla, de modo que no podía ver su expresión, pero sabía que sería tan glacial como cuando subió al jeep. Habían hecho el viaje hasta el aeródromo privado en completo silencio. En aquella ocasión él no pilotaba la avioneta. Su intención había sido trabajar en su ordenador, pero por primera vez en su vida no era capaz de concentrarse. Solo podía pensar en ella, preguntándose qué significaba su silencio. Sabía que lo merecía y le sorprendía que no le hubiese dado una bofetada en el poblado. Había visto en su expresión que quería hacerlo. Jamás se había portado como un canalla con una mujer. Si quería a una mujer la seducía para llevársela a la cama y nunca daba la impresión de querer algo más. Pero era Paula Chaves. Desde el momento que la vio había estado aturdido y los últimos días le habían demostrado que era una mujer diferente a la que conoció siete años antes. Y, sin embargo ¿No había visto algo de esa mujer en la discoteca? No quería admitir que había visto un brillo de vulnerabilidad en sus ojos aquella noche. Se sentía como un canalla. Prácticamente la había chantajeado. No era tan falso como para no reconocer que lo había hecho para tenerla donde quería, sin decirle cuánto necesitaba saciar su deseo, cuánto la necesitaba. Abrió la boca para decir algo, pero esos ardientes ojos azules lo dejaron sin habla. Parecía absolutamente decidida.


—He estado pensando en tu… proposición.


Pedro hizo una mueca. Nunca hubiera imaginado que sería tan diplomática cuando él había sido tan canalla. 

miércoles, 10 de abril de 2024

Pasión: Capítulo 40

El jeep se acercaba cada vez más y Paula contuvo el aliento. Pedro dió un paso hacia ella, sus anchos hombros bloqueando el jeep, el poblado y todo lo demás. Todo lo que no fuera él.


—No tengo intención de dejar que vuelvas a tu casa.


No le gustaba cómo reaccionaba su cuerpo ante tan implacable afirmación.


—¿Estoy en periodo de prueba?


—Algo así. He dicho que te deseo, Paula. Y es verdad, en mi cama.


La enfadó tal arrogancia, aunque su pulso se aceleró traidoramente.


—No estoy interesada en ser tu nueva amante, Alfonso. Estoy interesada en el trabajo.


Pedro hizo una mueca.


—Tendrás un periodo de prueba de dos semanas. Dos semanas trabajando de día en la fundación y dos semanas en mi cama por las noches.


Paula apretó los puños, odiando el traidor chisporroteo de su sangre. ¿No tenía amor propio?


—Eso es un chantaje.


Pedro se encogió de hombros, como si no le importase.


—Llámalo como quieras, pero solo así tendrás un periodo de prueba.


—¿Y tu preciosa reputación? Si nos vieran juntos…


Pedro se acercó un poco más. Las palabras de Paula habían tocado algo en su interior. ¿Qué estaba haciendo?, se preguntó. Lo único que sabía era que las cosas que habían sido de suprema importancia para él ya no le parecían tan importantes. Solo existían el «Allí» y el «Ahora» con aquella mujer. Y el deseo. Sin embargo, no perdía de vista lo que lo había empujado durante todos esos años y era lo bastante cínico como parareconocer una oportunidad. Aparecer en público con Paula Chaves sería noticia y eso significaba poder publicitar las cosas que más le importaban. Como su fundación.


—Tengo intención de que nos vean juntos. Me he dado cuenta de que siete años es como siete vidas en el mundo de los medios de comunicación. Tú ya no eres noticia y si alguien quiere inventar una historia… No me importa que te vean a mi lado.


—Ah, gracias —dijo ella, irónica.


—Podrías estar intentando compensar tu degenerado pasado trabajando para mi fundación. A todo el mundo le gustan las historias de redención y, además, yo consigo lo que quiero, a tí. Estás en deuda conmigo, Paula. No pensarías que iba a darte un periodo de prueba sin obtener una recompensa, ¿Verdad?


Ella lo miró, perpleja. Debería darle una bofetada y tomar el autobús de vuelta a Manaos. Tal vez eso era lo que Pedro quería, empujarla, provocarla para que se fuera. Porque seguro que tenía una larga lista de amantes en Río. Pero eso solo consiguió despertar algo oscuro en su corazón: Celos.


Pasión: Capítulo 39

Esa mañana había visto lo diplomático que podía ser, intentando refrenar el miedo de los mineros a perder su trabajo mientras llevaba la mina al siglo XXI, minimizando los daños al entorno. Era algo muy difícil de hacer. Cuando se mostraba diplomático era irresistible. Paula veía al seductor que podría ser… si le gustase. Pensar eso hizo que su estómago diese un vuelco alarmante.


—¿Lo has copiado? —le preguntó él.


—¿Las ideas para promover el crecimiento de la economía local?


—Sí.


—Por supuesto. ¿Pero puedo hacer una sugerencia?


Pedro enarcó las cejas en un gesto burlón y Paula tuvo que contener el deseo de darle una patada. 


—Los vestidos que hacen las mujeres del poblado son muy originales. Y los muñequitos de madera que hacen los niños me parecen preciosos. Sé que los poblados organizan ferias para intercambiar productos… ¿Pero y si abriésemos un espacio en Río, o en Manaos, tiendas solidarias para vender esas cosas al resto de la población brasileña? El dinero volvería directamente a la gente de los poblados.


—No es una idea muy novedosa —respondió Pedro con frialdad.


Pero Paula se negaba a dejarse intimidar.


—¿Si no es un concepto novedoso por qué nadie ha hecho nada al respecto? —lo desafió—. No estoy hablando de una tiendecita sino de un mercado que atraería a turistas y compradores. Algo que, además, recordaría a la gente lo importante que es la conservación de la Amazonía.


Pedro se quedó callado un momento y luego se volvió para hablar con el jefe. El rostro arrugado del hombre se iluminó con una sonrisa.


—Lo estudiaremos cuando estemos de vuelta en Río —dijo luego, con un brillo conciliador en los ojos.


Paula dejó escapar el aliento que había estado conteniendo y tuvo que hacer un esfuerzo para concentrarse cuando la conversación se reanudó. Por fin, cuando la reunión terminó el anciano se levantó con sorprendente agilidad para tomar la mano de ella y sacudirla vigorosamente. Cuando salieron de la cabaña un jeep se acercaba por el camino y Pedro miró su reloj.


—Ha venido para llevarnos al aeródromo. Tenemos que guardar nuestras cosas.


—¿Tan pronto?


Los ojos de Pedro brillaron de un modo indefinible.


—Pensé que estabas deseando volver a la civilización.


—Y así es —respondió ella, evitando su mirada. Pero no era cierto del todo. Esos días en la selva, en aquel sitio alejado del mundo, habían tocado algo dentro de ella y lo echaría de menos—. Vas a darme una oportunidad o no? Creo que la merezco y no quiero volver a casa todavía. 

Pasión: Capítulo 38

 —Quédate aquí —le ordenó él—. Estás débil y deshidratada, así que no vas a ir a ningún sitio. Tienes que comer y beber mucha agua.


Como por arte de magia, unas sonrientes mujeres aparecieron en ese momento con una bandeja hecha de caña.


—Tengo que ir a las minas, pero volveré más tarde. Las mujeres del poblado cuidarán de tí.


—Pero se supone que debo tomar notas…


—No te preocupes por eso. Ya habrá tiempo mañana, antes de irnos.


«Antes de irnos». Paula experimentó un traidor escalofrío de anticipación al pensar en lo que pasaría cuando se fueran de aquel sitio.


A la mañana siguiente, Pedro intentaba no mirar a Paula, sentada al final de una larga mesa en la cabaña donde comían todos, con el tradicional vestido del poblado que, seguramente, le habría prestado alguna de las mujeres. Era muy sencillo, pero lo llevaba con tal gracia que parecía un vestido de alta costura. Una niña estaba sentada sobre sus rodillas, mirándola con los ojos como platos. Había estado llorando unos minutos antes y Paula la había tomado en brazos como si fuera su madre. Estaba tomando el desayuno, un caldo hecho de mandioca, como si fuera el mejor caviar. Y mientras lo compartía con la niña no podría parecer más inocente y pura. Él recordó el pánico que había sentido el día anterior, cuando Paula se desmayó después de la picadura. Debía reconocer que había sido muy valiente. Pero, aunque sabía que estaba siendo totalmente irracional, no podía dejar de enfadarse con ella por no comportarse como había esperado que lo hiciera. Sus ojos se encontraron entonces y vió que se ruborizaba. ¿De deseo o de ira? ¿O era una mezcla de los dos, como le pasaba a él? De repente, la respuesta ya no era importante. Quién era, lo que había hecho. O no hecho. La deseaba, pero le haría pagar por haber puesto su vida patas arriba, no una sola vez sino dos veces. Decidido, se levantó y dijo con tono seco:


—Nos iremos a las minas en diez minutos.


No le gustó lo que sintió al ver cómo apretaba a la niña. No le gustó experimentar una emoción que no había imaginado sentir en su vida.


—Estaré lista.


Pedro se marchó antes de hacer alguna estupidez, como pedir un helicóptero para devolverla a Río y extinguir así el deseo que hacía arder su sangre cada vez que la miraba. 


Unas horas después, Paula había vuelto a ponerse su ropa, ahora limpia, y estaba sentada al lado de Pedro en la cabaña del jefe de la tribu. Él seguía enfadado y la miraba como si estuviera acusándola de algo. Sus sospechas se vieron reforzadas cuando dijo con tono acusador mientras iban a las minas:


—Antes te has portado muy bien con esa niña.


—Tengo un sobrino de su edad y le quiero mucho.


En realidad, era su punto débil. Desde el momento que tuvo al hijo de Delfina en brazos había formado un lazo con el niño y su reloj biológico había empezado a llamarle la atención. Pero no iba a contárselo a Pedro. Nunca hasta ese momento había pensado en la posibilidad de una idílica vida familiar y seguía sorprendiéndole cuánto lo deseaba. Apenas había pegado ojo en la cabaña porque echaba de menos la presencia de Pedro, pero intentó concentrarse en lo que tenía que hacer: Tomar notas. 

Pasión: Capítulo 37

Apenas notaba que Pedro estaba inspeccionando sus brazos, sus manos, y luego bajando el pantalón para inspeccionar sus piernas mientras murmuraba palabrotas. Paula bajó la mirada. Hormigas. Solo eran hormigas. No era una serpiente o una tarántula.


—Estoy bien… No ha sido nada.


Pero sentía náuseas y el dolor era tan insoportable que la hacía temblar. Pedro había vuelto a subirle el pantalón, pero cuando intentó dar un paso se le doblaron las piernas. De repente, sintió que la tomaba en brazos. Quería ordenarle que la dejase en el suelo, pero no era capaz de pronunciar una palabra. Y entonces todo se volvió negro.


—¿Paula?


Una voz penetró la gruesa manta de oscuridad en la que parecía estar envuelta. Y había algo en esa voz que la irritaba.


—¿Me oyes?


-¿Qué? —Paula intentó abrir los ojos y tuvo que volver a cerrarlos un momento, cegada por la luz. Luego comprobó que estaba en una rudimentaria cabaña, tumbada sobre algo muy suave. Y el terrible dolor había desaparecido.


—Bienvenida.


Esa voz. Profunda e infinitamente memorable. Y no en el buen sentido. Entonces lo recordó todo. Giró la cabeza para ver a Pedro sentado en la cama, mirándola con una sonrisa en los labios.


—¿Qué ha pasado? —le preguntó.


La sonrisa de Pedro desapareció. Debió ser un truco de la luz, pero Paula podría haber jurado que palidecía ligeramente.


—Has sufrido una picadura.


Paula recordó que el suelo se había movido bajo sus manos y sintió un escalofrío.


—Pero solo eran hormigas. ¿Cómo han podido hacerme esto?


—Eran hormigas bala.


—¿Y qué significa eso?


—Su picadura es más dolorosa que la de cualquier otro insecto, como el dolor de una bala. A mí me han picado un par de veces y sé lo que es.


Paula hizo una mueca. 


—Pero me desmayé como una tonta.


—Que quisieras caminar deja claro que eres capaz de soportar el dolor mejor que mucha gente.


Ella levantó un brazo. Tenía una manchita roja, nada más. ¿Tanto dolor y solo tenía una manchita roja? Casi le parecía un engaño.


—Espera un momento, ¿Tú me has traído hasta aquí?


—Sí, claro. ¿Quién si no? 


En ese momento oyó un ruido y cuando levantó la mirada vió un grupo de caritas curiosas asomadas a la puerta. Él les dijo algo en portugués y los niños desaparecieron, riendo y charloteando.


—Están fascinados por la gringa de pelo rubio que llegó inconsciente al poblado hace unas horas.


Sintiéndose un poco avergonzada, Paula intentó sentarse en la cama.