lunes, 15 de abril de 2024

Pasión: Capítulo 50

El silencio se alargó, tenso. Y luego, por suerte, el atento camarero volvió con un vaso de agua. Pedro estaba acercándose demasiado a ese sitio tan oscuro en su interior. Alguien se acercó entonces para saludarlo. Paula esperaba que se olvidase de ella, pero su corazón dió un vuelco cuando tomó su mano antes de presentarla. A Pedro le costaba trabajo concentrarse en las conversaciones cuando normalmente no tenía el menor problema. Aunque estuviese con una mujer. Estaba pendiente de cada movimiento de Paula y de la atención masculina que atraía. Y también notaba que parecía incómoda. Había esperado que se sintiera como pez en el agua, pero cuando llegaron a la reunión parecía realmente preocupada. Era lo mismo que había pasado en la selva, cuando Paula demostró que estaba equivocado sobre ella. ¿Conocía de verdad a aquella mujer? En ese momento charlaba alegremente con un ejecutivo que dirigía la fundación fuera de Brasil cuando él habría esperado verla con cara de aburrimiento. Y cuando la vió reír, Pedro se quedó sin respiración. Llamaba la atención de todos los hombres. Literalmente brillaba, su rostro transformado por esa sonrisa. Era innegablemente bella y se dio cuenta de que no había visto su auténtica belleza hasta ese momento. Algo se encogió en su pecho al recordar la tortura a la que la había sometido. Llevarla a la selva contra su voluntad, hacerla caminar durante horas… Había soportado horas de caminata, la picadura más dolorosa, había vivido en un rústico poblado en medio del Amazonas sin protestar. Se había granjeado el afecto de la gente de la tribu sin intentarlo siquiera cuando él había tardado años en ser aceptado y respetado. Y los mineros, algunos de los hombres más duros de Brasil, prácticamente se quitaban la gorra cuando Paula aparecía, como si fuese un miembro de la realeza. Pedro tomó su mano para ir al salón de baile y cuando ella lo miró con una sonrisa en los labios una abrumadora sensación de anhelo lo golpeó en el plexo solar. Anhelaba ser quien provocase esa sonrisa. Como si hubiera leído sus pensamientos, la sonrisa de ella desapareció.


—Vamos a bailar —dijo Pedro con voz ronca.


Ni siquiera le gustaba bailar, pero en aquel momento necesitaba sentir su cuerpo apretado contra el suyo o se volvería loco. Cuando llegaron a la pista de baile, suavemente iluminada, la tomó por la cintura, admirando su asombrosa estructura ósea, su belleza clásica.


—¿Quién eres? —le preguntó, sin pensar.


Ella tragó saliva.


—Tú sabes quién soy.


—¿De verdad? ¿O es todo una gran farsa para volver a hacer lo que más te gusta, ser una princesa de la alta sociedad?


Paula se apartó, furiosa. 


—Te he contado cosas de mi vida y sigues… ¿Qué sabes tú sobre lo que me gusta o no me gusta?


Se alejó en dirección al vestíbulo, dejando a Pedro paralizado porque ninguna mujer lo había dejado plantado en toda su vida. Fue tras ella, murmurando una palabrota, pero cuando llegó al vestíbulo no había ni rastro de Paula y eso lo asustó. Vió al hombre del estacionamiento y le preguntó bruscamente:


—La mujer que venía conmigo… ¿La ha visto?


El hombre parecía intimidado.


—Sí, acaba de subir a un taxi.


Pedro soltó otra palabrota.


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