miércoles, 28 de febrero de 2024

El Elegido: Capítulo 50

Desde que lo había visto rodeado de equipaje luchando contra el viento helado en la acera de la calle había perdido la cabeza por él. Su visión le había provocado un deseo incontenible que ella trataba de proyectar sobre otro, erróneamente. Sabía sin duda que su búsqueda de marido había terminado desde que comenzó. Pedro dejó las copas sobre la mesa de cristal, desenrolló las servilletas dentro de las cuales estaban los cubiertos y retiró el pequeño jarrón con flores silvestres para que no entorpecieran en el centro. «No puede ser amor. Apenas lo conozco, pero puedes conocer a alguien mucho y no amarlo, entonces ¿Por qué no puede ocurrir lo contrario? Pero él no es el tipo de hombre que se casa y así lo ha dicho desde el principio. ¿Recuerdas? Y tu teoría del marido perfecto no incluía perder la cabeza por un hombre así, preocupado sólo de sí mismo, superficial e interesado». Pero no sabía qué le hacía pensar así de él. El hombre que tenía delante era un hombre seguro de sí mismo pero sobre todo era protector y generoso, amable y considerado. Iba descalzo y estaba cocinando... Para ella. El contenido de la sartén chisporroteó y Pedro regresó corriendo a la cocina a apagar el fuego. Tomó dos platos y sirvió dos generosas porciones de la sabrosa cena.


-No más excusas, ¿De acuerdo? -dijo Pedro.


Paula hizo todo lo posible por componer su gesto como si la revelación no significara nada.


-He hecho suficiente comida para dos y tú no tienes otros planes. Ya estás aquí y puedes traer la botella de vino a la mesa. Deja en el suelo ese pesado maletín y dame la mano.


Paula había conseguido desconectar y había decidido pasar una velada perfecta. «Está bien. Como tú digas».


Paula terminó el último bocado. Hacía rato que se había quitado la chaqueta pero incluso sólo con su camisa sin mangas estaba cómoda en el salón con la chimenea encendida.


-Delicioso -dijo Paula limpiándose los labios con la servilleta y dejándola en la mesa.


-Hmmm. Sí, delicioso -añadió Pedro.


Pedro se echó hacia atrás en la silla y se puso las manos sobre el estómago, con una sonrisa satisfecha iluminando su hermoso rostro y a Paula le pareció muy sencillo creer que él estaba pensando lo mismo que ella, que era realmente delicioso estar allí sentados los dos juntos.


-¿Dónde aprendiste a cocinar así?


Pedro se llevó a los labios el vino y tragó el bocado.


-Me fui de casa a los dieciséis años así que tuve que aprender a cocinar para no comer sólo comida enlatada y pan de molde.


-¿Dieciséis años? ¿Y te sentías preparado para enfrentarte al mundo con esa edad?


-Estaba decidido a ser alguien, a ganar dinero y conservarlo, y nunca quedarme con las ganas de nada.


-Mi mayor ambición a esa edad era volver loco a mi padre fugándome para casarme con Tomás Cox, el chico más guapo de clase -apuntó Paula.


-Supongo que algunas cosas nunca cambian.


Pedro sonrió y Paula se sonrojó pero pensó que merecía la pena pasar un momento incómodo por ver aquellos hoyuelos.

El Elegido: Capítulo 49

Se acercó a la cocina y el aroma a soja y miel inundó de nuevo su nariz haciendo que el estómago gruñera.


-¿Tienes otros planes para la cena? -preguntó él y sólo le faltó decir que si se trataba de otro posible marido.


Paula abrió la boca para responder, pero en el último momento pensó en su departamento vacío y en el guiso de atún que pensaba recalentar. Aun así iba a declinar la invitación, pero vió la mirada de Pedro. A pesar de estar actuando como un hombre moderno, inalcanzable, indiferente, era evidente que estaba esperando impaciente su respuesta. No estaba sonriendo y daba vueltas a los ingredientes de la salsa con más vigor de lo que parecía necesario, sin dejar de dirigirle acusadoras miradas. Si no lo conociera diría que estaba un poco celoso. Tras unos momentos de silencio Pedro relajó los hombros y volvió a sonreír y Paula supo que había notado sus titubeos.


-Bien -dijo-. Te quedas -añadió las verduras con mano diestra.


-¿No te parece una situación un poco incómoda?


-¿A qué te refieres?


-Que sepas mis planes y deseos de futuro. Me resulta incómodo mirarte como a un amigo de unos amigos, y mucho más como a un cliente.


-Comprendo lo que crees querer decir pero no te creo -dijo él dirigiéndole una indescifrable mirada.


-¿Cómo dices?


-Lo cierto es que me gustas, Paula -dijo él dejando de dar vueltas al guiso y mirándola.


Paula sujetó con fuerza el maletín como si fuera a escaparse. Pedro probó la comida y asintió satisfactoriamente. A continuación siguió con lo que estaba diciendo.


-Mis mejores amigos son también tus mejores amigos; mi empresa y la tuya van a asociarse pronto para beneficio de ambos; entonces, ¿Qué hay de malo en que sepa que tu objetivo más inmediato es encontrar marido? Yo seguía queriendo invitarte a cenar a mi casa; tal vez una cosa no excluya a la otra. 


A paseo la agenda de trabajo y su reunión profesional. ¿A quién quería engañar? Ella siempre estropeaba cualquier plan de trabajo que quisiera seguir. Allí de pie, con esa mata de pelo cayéndole sobre los hombros y sus enormes ojos. Tenía que hacer grandes esfuerzos para no tomarla en sus brazos y llevarla hasta el dormitorio para mostrarle que ella también le estaba haciendo sentir incómodo. No sabía lo que eran pero desde luego no eran sólo «Amigos de unos amigos» ni tampoco socios. Debería cambiar de idea. Agradecerle la presentación y que se fuera a casa, pero en su lugar dijo:


-No es tan complicado. ¿Por qué no dejamos de evitarnos cuando podríamos disfrutar mucho más estando juntos, al menos hasta que eso que tanto deseas llegue?


Pedro se limpió las manos con un paño, llenó de vino las copas y tomó dos servilletas enrolladas de la encimera. La guió hasta la zona de comedor con una mirada decidida en el rostro retando a Paula a discutirle una propuesta tan sensata. Ella sólo podía pensar en la parte del discurso que decía «Disfrutar estando juntos». Había olvidado que quería un marido, alguien que la quisiera, alguien como Pedro. La idea la golpeó con fuerza. Hablando de cosas complicadas, estaba loca por aquel hombre.

El Elegido: Capítulo 48

Paula no podía moverse. Allí estaba el hombre en su ambiente, lo que ella había deseado ver. Un hombre de más de metro noventa de estatura, con el pelo oscuro y un poco largo, unos ojos color avellana y unas largas pestañas. Un hombre dueño de una encantadora media sonrisa y unos cautivadores hoyuelos, vestido con unos pantalones suaves de color chocolate, un jersey fino que resaltaban sus músculos, un reloj de acero, de línea deportiva, y ninguna otra joya. Un hombre contento de pasar el viernes por la noche en casa en su cómodo sofá bebiendo un buen vino y escuchando jazz. Pedro caminó hacia ella y vió que iba descalzo. Paula mantuvo el maletín frente a ella a modo de escudo a medida que él se acercaba y una vez a su lado se inclinó hacia ella.  Paula quedó sin aliento incapaz de moverse y entonces Pedro extendió la mano y tomó su copa de la encimera antes de volver hacia el salón.


-¿Vienes? -preguntó a Paula.


Paula dejó escapar la respiración contenida y lo siguió. Él ya se había sentado en el sofá y ella lo siguió aunque se mantuvo alejada de él para que no pudieran rozarse.


-¿Cuáles son esos detalles tan importantes que tienes que enseñarme? -preguntó Pedro, con un tono divertido.


-Puede que pienses que esta reunión es innecesaria pero si yo creo que contribuirá a que la fiesta de Luciana sea un éxito ¿Por qué negarte?


-Veámoslos entonces -dijo él mirándola con respeto como siempre que ella se oponía a él en algo-. Aunque debo decirte que en ningún momento he dicho que nuestra reunión en mi casa fuera a ser innecesaria.


-Sí, bueno, bien -tartamudeó Paula mientras trataba de poner en orden sus ideas.


Revisaron todos los detalles de la fiesta desde la decoración hasta el catering, sin olvidar otros muchos pequeños detalles. Terminó su presentación diciendo que ella había elegido un salón de banquetes muy lujoso propiedad de Alfonso porque sabía que él prefería utilizar sus propios locales para esos eventos. Al ver que Pedro no respondía Paula alzó la vista y se encontró con los ojos deél un tanto contrariados.


-¿A qué viene esa mirada?


-Lo primero Paula, ¿Tú te das cuenta de que soy un hombre?


-Sí -dijo ella que nunca había conocido a ninguno tan masculino.


-Bien, entonces debes entender que palabras como georgette o decoupage son ajenas a mi vocabulario.


Paula ya se disponía a interrumpirlo pero Pedro le puso un dedo en los labios para hacerla callar.


-Créeme -continuó-, no quiero infravalorar lo que estás haciendo, te contraté porque admito que tú lo haces mejor. Si has venido aquí en busca de mi aprobación, ya la tienes. A todo. Contrata todo lo necesario. Pero lo primero es lo primero, quédate donde estás.


Retiró el dedo de los labios de Paula, lo besó y volvió a colocarlo en sus labios para a continuación levantarse y correr hasta la cocina.


-Ahora, déjame dar una vuelta a la sartén, añadir las verduras, y en unos minutos quedarás cegada por mi talento culinario.


-Oh, no -dijo Paula-. Creía haberte dicho que no me iba a quedar a cenar.

El Elegido: Capítulo 47

Sobre la encimera de la cocina, Paula vió las bebidas que Pedro tenía alineadas, un decantador de cristal y las copas. Hizo caso omiso de la invitación y dejó el maletín en el suelo junto a la encimera y dio una vuelta por la casa. Pasó la mano por el sofá de tres piezas, echó una ojeada por los numerosos libros que llenaban los estantes de la librería que separaba el salón del comedor. Subió los escalones que conducían a la parte elevada de la estancia y se maravilló de la vista de la ciudad que desde allí se disfrutaba. Podía sentir el frescor de la noche tras los cristales y se acercó tanto que su aliento chocó con el grueso cristal.


-¿Te gusta?


La suave voz de Pedro la sacó del ensueño y se volvió para mirarlo. No lo había oído llegar. Éste le ofreció una copa de vino tinto y Paula dió un rápido sorbo. Observándolo por encima del borde de la copa notó que Pedro tenía el pelo mojado y a pesar de tener el vino tan cerca, olía a menta. ¿Tal vez pasta de dientes? Entonces recordó que había visto unas manchas blancas al entrar que eran huellas de pie pues debía estar en la ducha cuando ella había llamado. Ella se volvió hacia la ventana de nuevo para evitar que él la viera sonrojarse.


-¿Cómo no iba a gustarme? Tienes un departamento precioso, Pedro, y la vista es imponente -dijo haciendo un gesto con la mano sobre lo que tenía delante.


-Ésta fue la primera propiedad que compré -dijo Pedro.


-¿Posees todo el edificio? -preguntó Paula girándose para mirarlo.


-Ya no. Hace unos años financié su renovación y después se vendieron todos los pisos por separado y guardé el mejor apartamento para mí. Tengo que admitir que no gané nada en el trato por primera y espero que por última vez pero creo que el sacrificio ha merecido la pena.


-Puedes jurarlo.


-Siempre que regreso aquí me pregunto por qué me fui.


Paula dió otro sorbo del delicioso vino hechizada por las luces de la ciudad que se reflejaban en los ojos de Jacob; acariciaba la esperanza de que éste decidiera no volver a marcharse. Y como si notara la fuerte emoción que no podía contener, Pedro dió un paso en dirección a ella. Paula sintió una ola de calor en su interior. Vió cómo Pedro dejaba su copa y se acercaba más a ella y quedó sin respiración. Lo único que pudo hacer fue acercarse la copa al pecho. Cerró los ojos, expectante, y esperó incapaz de evitar lo que iba a ocurrir a continuación. Y entonces la música cesó. El disco había terminado. Pedro tosió ligeramente y retrocedió. El movimiento sacó a Paula de su trance y tras parpadear rápidamente varias veces ella también se movió deseosa de que sus piernas dormidas pudieran seguirlo hasta la cocina con un poco de elegancia.


-Tengo la presentación en el maletín -dijo ella mientras se iba alejando más y más de la ventana y de Pedro-. Tal vez podríamos sentarnos y repasarla rápidamente para que puedas perderme de vista -y diciendo esto dejó la copa sobre la encimera y tomó el maletín.


Pedro se había acercado a la librería en la que estaba oculto el equipo de música y puso otro disco. La música se dispersó por la habitación a través de los numerosos altavoces ocultos por la casa y se volvió a mirarla.

El Elegido: Capítulo 46

No había tenido opción. Tenía que pasar a su lado para llegar a su oficina, así que caminó con decisión aunque le temblaran las rodillas al ir acercándose a él incapaz de retirar la mirada y ¡Bum! Todavía no sabía cómo habían podido chocar. Ambos caminaban en dirección al otro, las miradas fijas, y lo normal hubiera sido que en los últimos momentos uno de los dos hubiera dejado pasar al otro pero ninguno lo hizo. Avergonzada al verse por los suelos y por el hecho de que le había estado devorando con los ojos, el hechizo que segundos antes parecía cubrirla se había roto en pedazos. Paula ahuyentó el molesto recuerdo de su cabeza. No era provechoso para su futura relación profesional seguir pensando en ello y tampoco tenía sentido seguir soñando con alguien tan inalcanzable. Era hora de seguir el consejo que ella misma le había dado a Pedro y fingir que no había ocurrido. Veinte minutos después estaba delante de un edificio de cinco pisos de departamentos en Puerto Melbourne. Y apretó el botón del intercomunicador del ático, nada menos. La calle estaba a rebosar de gente joven que se dirigía a los pubs y restaurantes de moda al borde del agua. Tras un minuto la voz de Pedro respondió. 


-¿Paula?


-Sí -contestó ella. 


-Sube.


La puerta se abrió y Paula entró al cálido interior. Se acercó al guarda de seguridad y éste comprobó su nombre en la lista que tenía y a continuación le indicó el camino al ascensor. Mientras subía, se fue preparando para ver el aspecto del mundo privado de Pedro. Si la casa de un hombre era su refugio, estaba deseando ver lo que el apartamento de Jacob decía de él. Las puertas se abrieron al llegar al último piso y un suave aroma a salsa de soja y miel junto con las notas de jazz la guió hacia el interior del ático. Había pensado que su casa era bastante atractiva pero aquello era otra cosa. El departamento de Pedro no era austero ni intimidatorio, no puramente masculino, sino cálido y bien decorado; aspecto diáfano, suelos de tarima clara, luces de ambiente estratégicamente colocadas y elegantes muebles de líneas puras. La impoluta cocina de acero inoxidable a la derecha, a la izquierda un enorme salón con chimenea sobre la cual colgaban dos grabados de cantantes de jazz americanos que ocupaban el lugar de honor de la estancia. Una trompeta dorada era el único adorno que había sobre la repisa de la chimenea. Sobre una tarima que se elevaba unos centímetros del suelo estaba la parte reservada al comedor. Allí las paredes habían dado paso a unos amplios ventanales del suelo al techo a través de los cuales podían contemplarse las luces de la ciudad que empezaban a encenderse a la caída del sol.


-¿Hola? ¿Hay alguien en casa?


Pedro asomó la cabeza por una puerta en el extremo más alejado de la cocina.


-Hay bebida en la cocina. Saldré en un segundo -y su cabeza desapareció de nuevo.

lunes, 26 de febrero de 2024

El Elegido: Capítulo 45

«Pero ¿Por qué la has invitado a tu casa? ¿En qué ayuda invitarla a ella a solas, por la noche, a tu casa, tu santuario privado?». No tenía por qué preocuparse. Esa noche sería el comienzo de su nueva relación profesional. Tan sólo iban a sentar las bases. Paula se sentiría feliz profesionalmente y él quedaría liberado de toda obligación que pudiera haber sentido. «Vale. Si sólo se trata de una reunión de negocios deberíamos tener una agenda. Es mucho más fácil mantener el control de la situación si todo está apuntado de antemano. Lo primero es hacer que se sienta cómoda contigo en el nivel profesional, después estudiarás la presentación que ha preparado para la fiesta de Luciana, y finalmente la enviarás a casa repleta de energía para completar el proyecto satisfactoriamente. Si hay que cenar, también estará bien. Y tal vez no esté de más una botella de vino. Serán negocios, nada personal. Para facilitar la transición». Conectó el sistema automático del coche y se mantuvo un poco por debajo del límite de velocidad hasta casa.



Paula se metió en el cuarto de baño de su despacho y bebió un vaso de agua mientras se miraba en el espejo de cuerpo entero. Llevaba puesto su «Traje de la suerte» como Lara lo llamaba y se alegraba de que ésta no estuviera allí para preguntarle si significaba que sentía que ese día iba a tener suerte.


-Es bonito y cómodo -dijo Paula en voz alta a su reflejo-. Además, lo de esta noche será una presentación como muchas otras.


Se estiró el traje de raya diplomática y la camisa blanca de profundo escote; se pasó los dedos por el pelo que llevaba suelto por una vez, y salió de la oficina con su maletín «Mágico» y la esperanza de que la información que contenía fuera perfecta. Caminó por la calle Lonsdale donde tenía estacionado el coche y al pasar por el punto en el que había tropezado con él la primera vez recordó sus ojos y el pelo revuelto. Le había dicho a Lara que aquella mañana iba caminando con la cabeza baja, pensando en el trabajo pero lo cierto era que le había visto salir del hotel. Lo había observado, rodeado de equipaje, el viento helado sacudiéndole el rostro mientras le decía al mozo del hotel que no era necesario que saliera con él. Le había parecido tan guapo que había quedado hechizada. Redujo el paso al pasar por aquel mismo hotel con el recuerdo de Pedro y sus ojos cansados que escondían una mirada exhausta y a la vez vibrante, junto con aquella media sonrisa que la había dejado atónita. Pedro la había mirado entonces con evidente interés y Paula había sentido que, aunque tenía las piernas inmóviles, su interior ardía, el pulso se le había acelerado y apenas podía concentrarse en lo que estaba pasando.

El Elegido: Capítulo 44

Lara era una soñadora y buscaba los romances en todas partes, día y noche. Simplemente no tenía ni idea del tipo de persona que era Pedro Alfonso. No había estado la otra noche para ver cómo palidecía al oír hablar de matrimonio. Mirada sensiblera aparte era un caso perdido. No quería ataduras.


Paula pasó el miércoles en un pase de prensa para una ópera que llegaría a la ciudad en primavera y el jueves se encargó de la elección de vestuario para un baile de puesta de largo al que ella también asistió, esa misma noche. Sola. Con la fiesta en mente no podía concentrarse en sus asuntos personales por lo que había suspendido todas las citas, pero dentro de dos semanas las cosas volverían a la normalidad. Aunque tal vez tuviera que suspenderlas todas si eso fuera necesario para conseguir la oferta de Alfonso. Hasta el momento, Lara y ella habían trazado ya los preliminares de la fiesta de Luciana y tenía toda la pinta de ser perfecta, pero ambas sabían que para que fuera un éxito, el cliente tenía que estar con ellas al cien por cien. Así es que a última hora del viernes, llamó a Pedro.


-¡Paula! Qué sorpresa... Agradable, por supuesto -dijo Pedro desde el teléfono del coche-. ¿Qué puedo hacer por tí?


-Lo cierto es que creo que deberías ver los planes preliminares que hemos dispuesto para la fiesta. Tú conoces a Luciana mientras que lo único que yo sé es que le gusta el papel rosa. Sólo serán unos minutos, te lo prometo.


-Claro. ¿Te va bien esta noche?


Paula miró el reloj. No tenía planes y sabía que tendría que darse prisa si no quería que cambiara de idea.


-Estupendo.


-¿Vendrá Lara también o sólo tú?


-Sólo yo, me temo. Lara tenía planes esta noche. Me asombra la vitalidad de esa chica.


-¿Entonces qué te parece en mi casa? Voy de camino para allá -dijo él y Paula notó su tono de voz alegre.


-No, no creo que sea...


-¿Por qué no? Yo cocinaré. Me toca.


-No es necesario. Llegaré en un momento -dijo Paula mordiéndose una uña-. ¿Dónde vives?


-Puerto Melbourne -dijo él, dándole la dirección.


Vivía al borde del mar y a sólo unos minutos del trabajo. Paula miró a su alrededor: todo el despacho estaba lleno de muestras de tela, catálogos y menús. Tenía que tomar una rápida decisión: quedarse un viernes por la noche a recogerlo todo o...


-De acuerdo. ¿Te parece bien dentro de media hora? Pero, por favor, no cocines. Te prometo que habré desaparecido antes de que empiece el telediario.


-Hasta dentro de media hora -fue la respuesta de Pedro.


-Ahí lo tienes -dijo Pedro colgando el teléfono.


La excitación en la voz de Paula al hablar de la fiesta había sido evidente. Él había querido darle algo en lo que concentrarse que no fuera esa estúpida caza de marido y parecía que el truco había funcionado.

El Elegido: Capítulo 43

¿Pero qué le pasaba? ¿Por qué no se la veía tan emocionada ante la oferta? Por primera vez en diez años se estaba planteando ceder a una empresa privada la imagen pública de su empresa y ella no parecía comprender el alcance de aquella decisión. No parecía comprender la oportunidad que le estaba dando. Pedro la había estado observando durante la comida muy atento y había visto que Paula no había dejado de removerse inquieta, sonrojarse y sobre todo evitar mirarlo a los ojos. Sabía que no le parecía repulsivo como ella le había dicho a Pablo y que su encuentro en la calle había sido para ella una especie de trauma que la había lanzado a la búsqueda de marido pero en realidad esto no era más que una excusa para no enfrentarse a sus sentimientos. Y como había sido él el culpable, tal vez fuera él el único que pudiera liberarla. No podía darle lo que ella más deseaba pero sí podía darle la segunda cosa que más deseaba, el trabajo con el que siempre había soñado.


-Vamos, preciosa. Escúpelo -dijo Lara sentada junto a ella en el coche.


-¿Qué?


-Lo de la extraña y maravillosa comida. Yo iba preparada para impresionar a su hermana y aparece él con su traje y sus gemelos, sofisticado y... Tengo de decirlo, está buenísimo...


Lara guardó silencio unos segundos para que su último comentario se asentara en el ambiente.


-Estaba perfecto y entonces va y se sienta frente a tí y cambia - continuó Lara-; parece derretirse mientras te mira con adoración. Seguro que habría preferido sentarse a tu lado para poder mirarte más de cerca.


-¡Por favor! -exclamó Paula con las mejillas encendidas.


-Yo estaba allí y lo ví, y también ví que tú no llevabas puesto tu traje de la suerte.


-¿Mi qué?


-En nuestra primera cita con un cliente siempre llevas el traje de pantalón oscuro con la camisa sin mangas y el escote sexy, pero hoy no. Hoy te has salido de la rutina con este adorable vestido nuevo -dijo Lara señalando su impecable vestido de cuello cuadrado, ceñido, hasta la rodilla, en un tono crema.


-No es adorable ni nuevo -replicó Paula con sinceridad pero había tratado de elegir cuidadosamente la ropa más apropiada para la cita con Luciana-. Y ni siquiera sabía que él estaría aquí.


-Sino que ibas a conocer a su hermana y tenías que darle buena impresión. Todo encaja. Las miradas sensibleras lo decían todo.


-Estuvo en la recaudación de fondos del canódromo y en la fiesta de la galería, y como le gustó mi trabajo me ofreció organizar la fiesta de su hermana. Es un cliente, nada más.


-No si el divino señor Alfonso tiene algo que decir al respecto. Lo has cazado. Tira del sedal y ya es tuyo.

El Elegido: Capítulo 42

«Si acertara con los números de la lotería o me encontrara un maletín lleno de dinero en el patio trasero de mi casa».


Y entonces se dió cuenta. Pedro pensaba que lo que ella deseaba de un trabajo era la flexibilidad para poder casarse y tener hijos lo antes posible. ¡Qué equivocado estaba! ¿O tal vez no? Si su plan seguía adelante el final lógico sería una boda, una luna de miel y algún día, niños. Paula sintió que una ola cálida la invadía al imaginarse con alguien cariñoso y compatible con ella. Adoraba su trabajo pero la idea de una vida plena y una familia era deliciosa. Se detuvo de pronto. No se trataba de una charla inocente con Macarena ni tampoco estaba frente a un futuro marido estableciendo sus prioridades. Aquél era el hombre que terminaría en un futuro pagando sus cheques, si jugaba bien sus cartas. De pronto pensó si realmente estaría dispuesto a concederle el contrato de Alfonso a una mujer que deseaba formar una familia. Y por otro lado, ¿Estaba ella dispuesta a formarla si eso significaba renunciar a su preciado contrato con Alfonso? Ese contrato sería el colofón de su carrera, algo por lo que había estado luchando desde mucho antes de que la idea de encontrar marido entrara en su cabeza. Mas antes de poder abrir la boca para contradecirle, o tal vez prometerle que dejaría de buscar marido si era necesario para conseguir el contrato, el camarero llegó con la comida y tras él, Lara.


-¿Me han echado de menos? -preguntó Lara saltando por encima de las piernas de Paula y sentándose en su silla.


-Puedes jurarlo -dijo Pedro lanzándole una última e indescifrable mirada a Paula antes de empezar a comer.


Pedro permaneció fuera del restaurante mientras miraba cómo se alejaba el coche de Paula, sin apenas notar el viento helado que se colaba por el tejido ligero de su traje.


-Paula. Paula. Paula -susurró-, ¿Qué estarás pensando en esa cabeza tuya?


Se metió las manos en los bolsillos de la chaqueta y sacó un chicle. A continuación echó a andar de vuelta a la oficina. El día no había ido exactamente como él había esperado. Cuando se había enterado de que tendría que ir él a la comida en lugar de su hermana, se había imaginado que Paula se alegraría de verlo y poder agradecerle la increíble oportunidad que le había dado. Y que después de flirtear un rato durante la comida pediría un taxi para ella que lo miraría emocionada agradeciendo la suerte de poder trabajar para él. Tenía que admitir que esto último podría considerarse un poco optimista pero a juzgar por el pánico en el rostro de la mujer había pensado que ésta iba a renunciar. Y eso era lo último que quería. Se había acostumbrado a la idea de estar cerca de ella.

El Elegido: Capítulo 41

Lara tomó aire y se echó hacia atrás en la silla.


-Pedro, podrías echar un vistazo a ver si viene mi pastel de manzana. ¡Me muero de hambre! 


-Aún no -contestó él un poco sorprendido ante el repentino cambio de tema.


-Bien. Paula, ¿Podrías ocuparte tú un poco? Tengo que ir a hacer pis antes de que llegue mi pastel.


Paula se levantó amablemente para dejar salir a Lara. 


-Gracias, preciosa -dijo ésta y se dirigió al lavabo. 


Paula se sentó de nuevo con movimientos deliberadamente lentos contando los segundos que faltaban para la vuelta de Lara.


-¿No resulta agotadora? -dijo Pedro.


«Si hablamos de Lara estamos a salvo».


-Es muy entusiasta e imaginativa y los clientes la adoran. Probablemente acabaré trabajando para ella algún día.


Pedro hizo entonces una pausa durante la cual su cerebro no dejó de trabajar.


-Te ha llamado preciosa. Macarena y Pablo también te llaman así. ¿Te hacen ese cumplido habitualmente?


-No lo considero un cumplido. Mi padre solía llamarme así desde pequeña y un buen día cuando conocí a Pablo y llamó preciosa a Macarena yo respondí automáticamente en su lugar. Hace un par de años, en una fiesta en navidad, la gente del trabajo oyó que Pablo me llamaba así y desde entonces ellos también lo hacen.


-Te sienta perfectamente -dijo Pedro con una sonrisa.


-Por favor -dijo ella con tono de burla mirando por encima del hombro a ver si volvía Lara.


Finalmente tras unos incómodos segundos, Pedro cambió de tema.


-¿Es cierto que hiciste lo que ha dicho Lara? ¿Ayer a mediodía?


-Digamos que sí aunque ella hace que todo parezca mucho más divertido de lo que fue en realidad. No fue más que un simple cambio de nombre y te aseguro que las hemos pasado mucho peores.


-Ya estás otra vez subestimándote.


-Bien -rió ella-. Estuve brillante. Salvé la situación.


-Eso está mucho mejor.


-Pero sólo hago mi trabajo. Trato de hacer que las cosas parezcan fáciles mientras el cliente se relaja y finalmente se lleva los honores. «Mira y aprende, chaval. Esta fiesta te va a dejar sin palabras».


-¿Te imaginas formar tu propia empresa? -dijo Pedro, que se había apoyado sobre el respaldo de la silla y la miraba con los brazos cruzados.


-Me encanta lo que hago y si fuera la dueña no podría hacerlo porque tendría que concentrarme en las finanzas y las nóminas y ese tipo de cosas. Me gusta jugar con el dinero de otras personas.


-Pero podrías tener más tiempo libre si quisieras.


-Supongo que sí -contestó ella-, pero sería decididamente más difícil pagar mi casa si pasara el tiempo de crucero en crucero.


-¿Tienes tu propia casa? -preguntó él.


-Todavía faltan algunos años para que pueda disfrutar de tal distinción.


-Ya veo. Pero, si tus circunstancias cambiaran, podrías dejar de trabajar -añadió Pedro con sus ojos color avellana fijos en los de ella.


-Supongo que sí.

viernes, 23 de febrero de 2024

El Elegido: Capítulo 40

Sopa del día y ensalada porque lo servirían rápido y lo comería rápido también. Además, no creía que pudiera comer nada más fuerte. Pedro pidió entrantes y filete.


-Muy, muy hecho por ambos lados.


-Deberías comerlo crudo. Es mucho más sano -dijo Paula mirando al camarero y esperando que Pedro cambiara de idea pero en vez de ello le dirigió una de sus enigmáticas miradas y Paula se calló.


Paula dió un sorbo a su bebida y pidió a continuación un enorme trozo de pastel de manzana con helado. 


-El azúcar me estimula - explicó. 


Pedro se rió en voz alta.


-¿Qué tal todo, Lara? 


-Muy bien, Pedro. ¿Y tú? 


-Muy bien -contestó él.


-Si han terminado ya -dijo Paula-, hablemos de la fiesta -se detuvo al ver que Pedro la miraba simulando estar atemorizado.


-Me prometiste que no tendría que elegir entre bronce y peltre. - Pero...


-No hay peros. Puedes seguir las notas si quieres pero tenéis carta blanca.


Sonaba perfecto, en teoría, pero Paula sabía que no había forma de agradar a un cliente sin ceder en ciertas cosas. Y era obvio que Lara presentía el mismo desastre pero sacó el contrato y se lo entregó a Pedro.


-Te ruego que le eches un vistazo, lo rellenes con tus datos y la fecha de la fiesta y lo firmes -dijo Lara.


Pedro hizo lo que le pedía y entonces Paula firmó junto a su nombre. Lara aplaudió emocionada al tiempo que recogía el contrato y lo guardaba en su maletín rosa-. Carta blanca -dijo a continuación Lara-. Mis dos palabras favoritas.


Pedro volvió a reírse y Paula sintió que su cuerpo se contraía en respuesta al contagioso sonido.


-Entonces, Pedro -dijo Lara-, ya que no podemos hablar de los detalles de la fiesta, dime por qué le dijiste a Paula que no te tirara la bebida encima.


-Bueno, sabía que esperaba a mi hermana y no quería que se pusiera histérica.


-¿Paula histérica? -dijo Lara con tono de burla-. Paula no se alteraante nada.


-¿De verdad?


-Te lo aseguro. Ayer sin ir más lejos, durante la comida con aquellos exiliados ingleses que celebraban una cena británico-australiana; habíamos pasado tres días con el cliente tratando de cerrar todos los detalles, incluso habíamos impreso unas preciosas tarjetas para numerar las mesas. ¿Verdad que eran preciosas, Paula?


-Lo eran, Lara -contestó Paula lanzándole a Pedro una sonrisa de disculpa a la que respondió con un breve guiño antes de volver su atención hacia la joven. 


Paula sintió un escalofrío recorriéndole la piel del rostro y se llevó la mano a la mejilla.


-El caso es que en el último momento el cliente se dió cuenta de que Juan estaba en la mesa número tres y Mónica en la cuatro, ambas en la fila delantera, a idéntica distancia del estrado, pero Juan estaba sentado en una mesa superior en número, y aquello fue un cataclismo. El cliente estaba dispuesto a anular la reunión pero en ese momento entró la señorita Paciencia que tengo a mi lado y dijo: «Cambiaremos la denominación de las mesas, en vez de números, utilizaremos nombres de ciudades británicas». Y a continuación


Paula metió la mano en su maletín «Mágico» y sacó papel y rotulador negro. A los pocos minutos de la llegada de los invitados el salón estalló en una confusión de gritos entusiasmados al reconocer los nombres de las ciudades que tanto amaban y echaban de menos. Incluso Juan y Mónica se abrazaban con los ojos cerrados de la emoción.

El Elegido: Capítulo 39

El martes al mediodía Paula y Lara se dirigieron al restaurante Lunar para conocer a Luciana. Paula había hablado con ella por teléfono esa misma mañana y le había parecido que estaba muy feliz y emocionada. Ella pidió su bebida habitual y Lara un batido de fresa. Y poco después apareció Pedro que se sentó frente a ella.


-¡Pedro! ¿Qué demonios estás haciendo aquí?


Consciente de que se había quedado mirándolo demasiado tiempo, Paula miró furtivamente a Lara y se alegró de ver que ésta no la estaba mirando. Se había retocado el brillo de labios y no dejaba de mirar descaradamente a Pedro.


-No me tires la bebida encima, Paula -dijo Pedro sonriendo enigmáticamente como si supiera algo que ella no sabía-. Traje nuevo. Ah, Luciana lamenta no haber podido venir pero le ha surgido un imprevisto. Estará fuera de la ciudad... Una semana.


Paula necesitó unos segundos para recobrar la compostura. Lara los miraba a los dos entonces.


-Pero esta mañana hablé con ella y no me dijo nada.


-Como he dicho, ha sido un imprevisto.


-¿Y su prometido? ¿No ha podido venir?


-Bueno, de hecho él también ha tenido que salir de la ciudad, con Luciana, están esquiando en Nueva Zelanda.


-Ya veo -dijo buscando con desesperación la manera de recobrar el control de la situación-. ¿Por qué no ha cancelado la cita entonces hasta su vuelta?


-Quiere que la fiesta se celebre el sábado pero ella no regresará hasta el viernes por la tarde, así es que me ha dado estas anotaciones y me ha dicho que las tomara como guía pero que seguro que le gustará cualquier cosa que tú elijas.


Y le extendió varias hojas de papel rosa escritas a mano. Fue Lara la que se apresuró en tomarlas.


-Tengo una semana y media para organizar una fiesta para ... ¿Cuánta gente? -preguntó Paula.


-Trescientas -dijo Lara echando un vistazo a las hojas.


-¿Trescientas?


-Podemos hacerlo, Paula -dijo Lara-. ¿Recuerdas la fiesta para los Newman? Resultó un éxito.


Paula miró a Lara pero ésta se limitó a encogerse de hombros.


-¿Qué he dicho? Es cierto.


Paula sentía que Pedro las estaba mirando y que su cabeza iría de un lado a otro como si de un partido de tenis se tratara.


-Escucha, si crees que necesitas ayuda o que debería encontrar otra empresa... -dijo él.


-No, lo haremos bien -contestó ella apoyando las manos sobre la mesa.


En ese momento llegó el camarero preguntando si querían pedir la comida ya. Pedro miró a Paula con las cejas levantadas. Había puesto todas sus cartas sobre la mesa, había cambiado las reglas y nada indicaba que no volviera a hacerlo. De nada servía fijar los límites profesionales. Pero ahora le tocaba mover a ella. Pedir la comida o no, aceptar el trato o no. La decisión dependía de ella. Así que Paula pidió la comida.

El Elegido: Capítulo 38

 -¡Me alegro muchísimo, Paula! Te encantará Luciana -dijo Macarena al otro lado del teléfono.


-Por favor, dime que podrás venir.


-Por supuesto, a menos que el bebé tenga otros planes, allí estaremos.


Paula estaba sentada en la cama con las piernas cruzadas con el teléfono inalámbrico pegado a la oreja mientras movía la cabeza hacia delante y hacia atrás en un intento de sacudir las tensiones del lunes.


-Pablo me ha dicho que el fin de semana rechazaste dos citas - continuó Macarena.


-Necesitaba un descanso.


-¿Si? ¿No hay otra razón? ¿Nadie te ha llamado la atención todavía?


-Nadie -respondió ella.


-¿Ni siquiera Pedro?


-Maca...


-Vamos, Paula. Si no estuviera con Pablo yo misma lo agarraría con las dos manos y no lo dejaría escapar. Es el mejor partido.


-No lo harías. No es tu tipo.


-¿Entonces de quién es el tipo? Espero que tu plan no se haya desinflado.


-No temas.


-Bien porque ya había decidido ponerme un vestido rojo, con la espalda descubierta y lleno de lentejuelas. Además, te he echado las cartas y los astros predicen una relación amorosa para el mes de julio. Tal vez los astros ayuden.


-¡No!


-Está bien -suspiró Macarena-. ¿Qué vas a hacer esta noche? ¿Ver la tele?


-Si no fuera por tu Pablo todavía seguiríamos siendo dos solteras que no hacían más que ver Orgullo y prejuicio en la televisión y comer palomitas dulces.


-Era divertido, ¿Verdad?


-Mucho. Pero Pablo te encontró y te amó y nos enseñó lo mucho que podían mejorar nuestras veladas nocturnas.


Paula suspiró al tiempo que se tumbaba de costado y se encogía como un ovillo.


-He visto Orgullo y prejuicio demasiadas veces. No sabes lo afortunada que eres, Maca, al tener a alguien tan bueno, sincero y fuerte a tu lado.


-¡Cualquiera diría que Pablo es un San Bernardo! -dijo Macarena. «Mejor un San Bernardo que un Rottweiler». 


-Alguien como Pablo te sacaría de tus cabales -continuó Macarena.


-No lo creo. Por ejemplo, él guarda en el mismo cajón los calcetines, los pañuelos y los calzoncillos. Tú tienes un cajón separado para cada cosa y los organizas por color y tejido según las temporadas.


-¿Y ahora cómo podré mirar a Pablo sin pensar en su ropa interior?


-En serio, un día encontrarás a tu hombre. Un hombre que te endulzará la vida y te dejará llamar a su primer hijo Máximo como siempre quisiste, pobre criatura.


-No veo por qué te parece tan raro el nombre de Máximo. Es un nombre muy masculino...


-¿Vas a dejar de hacer bromas y me vas a escuchar? 


Paula la miró intensamente y le prestó atención.


-Lo que quiero decir es que el hombre perfecto para tí está ahí fuera pero créeme, no se parecerá en nada a Pablo. No es que tenga nada en contra de mi pobre marido. Tú también lo vuelves loco.


-Gracias.


Y Paula sabía que aunque sus amigos siempre estarían ahí para todo lo que pudiera necesitar, tendría que ser ella sola la que encontrara al hombre de su vida.

El Elegido: Capítulo 37

Pedro pensó que aquello no era asunto suyo pero de pronto se dió cuenta de que estaba aguantando la respiración.


-Y el joven Daniel es muy guapo, eso dicen todas las chicas del departamento -continuo Pablo-. Pero ella dijo que no.


Pablo dejó de mirar la revista y se concentró en Pedro que esperaba que su rostro no trasluciera la curiosidad que sentía.


-¿Tú no tendrás idea de por qué se habrá echado atrás, verdad?


Pedro sacudió la cabeza no muy seguro del sonido de su voz ya que sentía la garganta seca. Tal vez hubiera dejado la caza y hubiera decidido comportarse como una mujer soltera normal,capaz de organizar por sí misma su vida sentimental. Eso daría un giro importante a las cosas.


-Tal vez sólo necesitara recargar las baterías, prepararse para los contrincantes que se le presentarán la próxima semana -añadió Pablo.


-Tal vez -dijo Pedro, volviendo a la tierra de golpe.


-Bueno, ha sido más fácil de lo que creía. Dejó un grato recuerdo en todos los chicos que llevamos el otro día al canódromo. Cuando dije que estaba disponible y buscando, apenas si tuve que hacer nada más.


-Qué bien.


-Sí. He conocido a un montón de buenos tipos. Tuve que cancelar la cita con uno pero nos caímos tan bien que hemos quedado para jugar al squash a la hora de comer.


Pedro estaba decidido a no darle a Pablo la satisfacción de saber que sus comentarios estaban haciendo mella en él. Sentía unos molestos pinchazos de celos a cada palabra.


-¿Algo más en lo que pueda ayudarte?


-No -dijo Pablo mirando al techo en busca de inspiración.


-Puedo encontrarte trabajo para hacer si estás aburrido. Creo que nadie ha limpiado las persianas desde que me fui.


-Lo siento, Alf. Llegaré tarde a mi partida de squash -y diciendo esto se dirigió hacia la puerta. Justo antes de salir se dió la vuelta y miró a Pedro con una amplia sonrisa-. Y pensar que ahora mismo estaría comiendo solo en mi despacho de no haber sido por ese idiota con el que se chocó Paula en la calle que la desconcertó y la lanzó a una loca búsqueda de marido. ¡Uno tiene que adorar a esa chica!


-¿A quién estás llamando idiota?


Pedro comprendió entonces por qué Paula le había pedido que no le dijera nada a Macarena sobre el encuentro que habían tenido en la calle. ¡Así es que la había desconcertado! Pero si prácticamente lo había desnudado con la mirada aquella mañana. Será mentirosa... Merecía que se descubriera su pequeño engaño. A menos que lo encontrara realmente repulsivo desde aquel primer encuentro. Cada vez que se habían visto ella se había mostrado brusca con él, incluso le había dicho una vez que no era su tipo. Mucho mejor para él. No había razón ya para luchar por vencer la creciente atracción que sentía hacia ella si ella no lo encontraba atractivo. Entonces cayó en la cuenta del significado de lo que Pablo acababa de revelarle: Él era la razón de que Paula estuviera buscando marido.

El Elegido: Capítulo 36

 -Siempre y cuando no tenga que ayudar a Luciana a elegir entre candelabros de bronce o de peltre.


-Peltre -dijo Paula automáticamente sin dejar de garabatear la avalancha de ideas que llenaban su cabeza.


-Eso es lo que ella eligió. Ustedes dos están hechas la una para la otra.


-Creo que entre una fiesta y que te quedes para siempre, ella preferiría lo segundo -dijo Paula sin pensar.


-¿De veras? -dijo él con voz tenue al otro lado. La insinuación de Paula había quedado clara. 


-Pregúntaselo, Pedro -dijo ella fingiendo que la pregunta no tenía doble sentido-, y ya verás lo que dice. 


- Estoy seguro de que tienes razón -contestó él con su tono de voz habitual-. Supongo que tendré que esperar a tener noticias de Luciana para saber cómo va todo. 


-Te lo agradecería. Y ¿Pedro?


 -Sí, Paula.


-Gracias.


-No me lo agradezcas todavía -le advirtió antes de colgar.


Paula colgó el teléfono lentamente. Lara miraba expectante desde el otro lado de la puerta acristalada. Ella le hizo señas para que entrara.


-¿Y? -preguntó con los ojos relucientes.


-Puede que en breve salgamos en el periódico como la empresa organizadora que ha obtenido el contrato de Alfonso.


-¡Viva! -dijo Lara dando brincos y se sentó en la silla de antes, olvidando momentáneamente los tejidos.


-No tenías planes para las próximas dos semanas, ¿Verdad? - preguntó Paula.


-Todo puede esperar -contestó ella.


-Cuanto antes solucionemos los otros proyectos, antes podremos ocuparnos de Pedro Alfonso.


-Querrás decir de Alfonso...


-Pues claro -dijo ésta cambiando a continuación de tema-. Y ahora ponte de pie en la silla para que podamos terminar con esas telas antes de la comida. Algunos días me siento terriblemente infravalorada.


-No puedo creer que hayas hecho algo así -dijo Pablo desde la puerta del despacho de Pedro.


Pedro sabía por la expresión de Pablo que había escuchado lo suficiente.


-Pues créetelo, Paula. El tema de la organización se me está empezando a ir de las manos y estoy considerando la posibilidad de delegar parte para tener algo más de tiempo.


-Es la primera noticia que tengo.


-No tenías necesidad de saberlo antes, por eso la empresa lleva mi nombre y no el tuyo.


Pablo entró en la habitación y se tumbó en el sofá que había junto a la pared más alejada de la habitación. Se puso a hojear con gesto despreocupado una revista que Jacob tenía en la mesa de centro.


-No ha salido con nadie este fin de semana, sabes.


Tenía un par de posibles citas para ella, incluido el nuevo de Administración y Finanzas, Daniel Riley, el que trató de ligar con ella en el canódromo. Pero ella no quiso.

miércoles, 21 de febrero de 2024

El Elegido: Capítulo 35

 -Me halaga que hayas pensado en Séptimo Cielo para la organización, Pedro, pero no estoy muy segura de que pueda hacer una fiesta de tu gusto.


Paula escuchó sorprendida la risa de Pedro al otro lado.


-Relájate, Paula. No estaba pensando en mujeres desnudas luchando en el barro. Además, no es para la empresa. Se trata de una fiesta privada. Mi hermana Luciana quiere celebrar una fiesta de compromiso, algo que está más en la línea de lo que organizaste el otro día para la recaudación de fondos del canódromo.


Aquello sonaba más acorde con la línea profesional que a ella le gustaba pero sabía que la fiesta no era lo que le preocupaba.


-Bueno, estoy muy ocupada ahora mismo pero puedo pasarte con algún compañero especializado en este tipo de...


-Mira, Paula -comenzó Pedro cuya voz empezaba a sonar impaciente-, esto es lo que te propongo: Si me gusta lo que hagas con la fiesta de Luciana, te ofreceré la exclusiva de Alfonso.


Paula parpadeó asombrada.


-¿La exclusiva de Alfonso? -repitió.


-Sí. Hasta ahora hemos podido organizarlo nosotros internamente pero la empresa está creciendo internacionalmente y estamos desbordados.


Paula trató desesperadamente de retener su imaginación desbocada.


-¿Cuál es la trampa? -preguntó con la esperanza de que fuera eso para poder tener una razón para rechazar la oferta.


-La trampa es que no quiero que nadie más se ocupe de la organización de eventos para mi empresa. Te quiero a tí. 


«Ten cuidado con lo que deseas, Paula, porque puede que lo consigas». Las palabras no dejaban de resonar en su cabeza en medio del silencio. Pedro le estaba ofreciendo el contrato que su empresa, entre otras muchas, había estado tratando de conseguir sin éxito durante años. No podía convencerse ni convencer a nadie más de que tuviera que rechazar la oferta. Tenía que organizarle una fiesta y tenía que ser perfecta.


-Está bien, lo haré -respondió Paula dando un suspiro.


-No es necesario que te muestres tan alegre -dijo él riéndose.


-Estoy encantada, de verdad, ésta es una gran oportunidad aunque no puedo dejar de preguntarme por qué.


-¿Y por qué no?


-Bueno, ya has visto mi trabajo y ambos sabemos que no tenemos los mismos gustos. «Y la otra noche lo pasé muy bien, y había pensado que nunca más volvería a escuchar esa preciosa voz tuya».


Pedro se rió de nuevo y Paula sonrió consciente de que se estaba empezando a ser adicta al sonido.


-Sabes muy bien cómo venderte, ¿Eh? Estoy empezando a cambiar de idea.


-Mira, será un placer encargarme de la fiesta de compromiso de tu hermana -dijo ella riendo también-, y te prometo que será fabulosa, pero tengo una contraoferta para tí.


-Oigámosla entonces.


Paula tomó aire profundamente y habló.


-Lo negociaré todo directamente con ella y cuando me des el contrato de Alfonso, lo cual estoy segura de que harás, trataré con el departamento de publicidad pero no contigo.


-Ahora sí que eres tú -dijo Pedro-. No sabía muy bien si tendrías ese espíritu auto protector -dijo  con una voz suave, si cabe más sexy de lo habitual, radicalmente opuesto a lo que ella pretendía. 


Sólo había intentado aclarar los límites profesionales, algo que nunca antes le había parecido algo sexy, pero con Jacob todo era diferente...


-Gracias, creo -contestó ella-. Si me das el teléfono de tu hermana puedo empezar ahora mismo.


-Los deseos de Luciana son órdenes para mí. Ése es el resultado de haber estado fuera tanto tiempo. Ahora tengo que tratar de comprar su afecto.


Paula supo por el tono afectuoso de su voz que aquello era cierto y no pudo evitar preguntarse el tipo de mujer que habría que ser para arrancar a este hombre un sentimiento tan profundo.

El Elegido: Capítulo 34

«Ama a su hermana, apoya causas benéficas, tiene una sonrisa de infarto, y siempre será el anti-marido».


-Creía que no era así. Entonces no hay posibilidad de cenar juntos, ¿No?


-Además, no eres mi tipo -mintió.


Pedro parpadeó sorprendido y la observó con detenimiento.


-Y a todos esos pobres tipos, ¿También les dijiste esto mismo?


Paula retrocedió al notar la amargura en el tono de Pedro y supo que, decididamente, lo mejor era cortar toda posible relación antes de que fuera demasiado tarde.


-Adiós, Pedro.


Paula se alejó sintiendo la mirada ardiente sobre ella, y atravesó la sala para acercarse al dueño de la galería que la introdujo en su grupo de ruidosos amigos y allí se quedó hasta mucho después de que Pedro se hubiera marchado.



El intercominucador de Paula sonó el lunes por la mañana temprano.


-Tiene una llamada por la línea tres, señorita Chaves -dijo la recepcionista.


-¿Lara? ¿Te importa esperar aquí un momento, Tardo un minuto -se disculpo Paula ante Lara que la miraba desde lo alto de una silla en el centro de la habitación, con los brazos extendidos y sobre ellos innumerables muestras de tejidos.


-Atiende la llamada. Yo estoy bien aquí arriba -contestó Lara haciendo un gesto dramático.


-Paula Chaves-dijo Paula reclinándose sobre el sillón de cuero.


-Paula, soy Pedro. 


Paula se irguió sobre el sillón y apoyo con firmeza los pies en el suelo. No hacía falta que dijera que dijera quien era : Aquella voz profunda con acento americano le ponía los nervios de punta con sólo escuchar una sílaba.


-¿Quién es? -preguntó Lara moviendo los labios.


Paula sacudió la cabeza y se acercó el teléfono a la oreja. No había descansado en todo el fin de semana tratando de convencerse de que lo mejor para ella era olvidarse de él. Pero habían bastado tres simples palabras para hacerla dudar de nuevo: Si la estaba llamando para invitarla a cenar de nuevo no sabía si sería capaz de negarse.


-¿Sí, Pedro?


-Quiero contratarte para que organices una fiesta -dijo Pedro y Paula escribió su nombre en el cuaderno.


Lara leyó la anotación desde su posición en lo alto de la silla y se quedó con la boca abierta. Paula le hizo señales con la mano para que dejara las telas y saliera de la habitación.


-Buena suerte -dijo lARA en voz baja mientras salía sin hacer ruido.


Parecía que Pedro no la llamaba para invitarla a cenar de nuevo. Paula se alegró de que no pudiera ver lo sonrojada que estaba. Le había hecho caso y eso era lo que ella quería, ¿O no? Entonces fue cuando se dió cuenta realmente de lo que Pedro le había pedido. Le estaba pidiendo sus servicios profesionales pero ella sabía que las opiniones de ambos sobre lo que era una fiesta diferían bastante. Ya se imaginaba buscando algún local y publicitando un concurso de camisetas mojadas con una jarra de cerveza enorme como primer premio.

El Elegido: Capítulo 33

 -Y ante la boda inminente de tu hermana, supongo que estará muy contenta.


-Lo está -contestó él bajando la guardia durante un segundo. 


Paula pudo comprobar el afecto que sentía por su hermana. Su cara estaba resplandeciente y estaba encantador. Aquello era un fallo en su teoría. Se suponía que aquel tipo no debía tener lazos afectivos. Podía dedicar todo su tiempo y esfuerzo a su empresa, incluso ser un enamorado de su coche, pero se suponía que no debía haber ternura en su interior. Aunque si lo pensaba bien, su teoría podía seguir estando vigente, sólo tenía que hacer una ligera modificación: Los familiares directos no se podían considerar «Lazos afectivos», era lo normal.


-¿Y tus empleados se alegran de tenerte de vuelta? -continuó. 


Aunque eso signifique que tengan que trabajar de verdad, olvidarse de las largas sobremesas, y de las masajistas de las que alardea siempre Pablo.


-¿Bromeas? Ésa es la razón por la que he vuelto -contestó él acariciándose el cuello-. Llevo un tiempo con un dolor de cervicales...


-Seguro.


-¿Entonces has vuelto para quedarte? -preguntó Paula sin poder contenerse. Se sentía realmente cómoda con aquella conversación.


Los ojos de Pedro perdieron el brillo mientras la observaba durante unos breves pero agónicos momentos. Paula había dejado hasta de respirar mientras aguardaba la respuesta.


-De momento.


Ella asintió aunque la angustia que sintiera no se hubiera aliviado ni un ápice. Pedro cambió de conversación al momento para aligerar la tensión. Hablaron de la galería y, sorprendentemente, él demostró saber bastante del artista. Incluso poseía una de sus magníficas litografías. Paula se pasó una vez más la mano bajo el puente de sus pies doloridos.


-Un día largo, ¿Eh?


-Una semana larga.


-Demasiadas salidas nocturnas, creo.


-Estoy de acuerdo contigo -contestó ella sin mirarlo.


-Tal vez deberías parar un poco. 


-Tal vez.


A Paula se le había acelerado el pulso. El significado ¿Acaso estaría pidiéndole que no saliera con otros hombres? 


-¿Qué me dices si...? -comenzó Pedro, pero no acabó la frase. «¿Qué me dices si qué?» o -dijo  -Una cena. Mañana por la noche. Solos tú y yo, dijo Pedro revolviéndose en el asiento y poniendo su mano sobre la de ella-. Nada de ataduras. Es sólo una cena.


Paula sentía los dedos juguetones de Pedro acariciando los suyos, haciendo que una ola de calor ardiente le recorriera el cuerpo entero. Entonces el hombre le sonrió. «Valor, Paula. Una sonrisa no es más que dientes, labios y músculos. Nada más».


-No te pediré que me laves los pies al final de la velada, a menos claro que sientas la necesidad de hacerlo...


Paula liberó su mano. Ella si quería atarse, a continuación se puso en pie tratando de alejarse del potente magnetismo del hombre.


-Nunca es sólo una cena, Pedro, y no debería serlo.


-Pero...


-Pero ya sabes cuáles son mis planes a largo plazo. Quiero un marido y tú ni siquiera puedes decirme si te vas a quedar en el país una semana más, así que supongo que el matrimonio no estará en tu agenda.


Pedro palideció ante la respuesta.

El Elegido: Capítulo 32

 -Tenía un hueco en la agenda y la invitación decía que habría canapés gratis -contestó Pedro aunque la verdadera razón fuera que durante los últimos días no había dejado de pensar en ella.


Lo cierto era que había llegado a la conclusión que la fantasía no era ya suficiente y tenía que ver a la mujer de carne y hueso y resultó que, de cerca, ésta resultaba mucho más tentadora que su fantasía, a pesar de que estuviera buscando marido.


-¿Dónde puede uno conseguir algo de beber en este lugar? -dijo mirando en derredor hasta que localizó el pequeño bar y, tomándola del brazo, la invitó a seguirlo-. Otro para la señorita y para mí lo mismo.


-No es champán -dijo Paula.



-Está bien. ¿Tú nunca bebes?


-No mientras trabajo.


Pedro había olvidado por un momento que Paula estaba trabajando. Se había sentido atraído hacia ella como si se tratara de un encuentro casual en un bar. Los dos juntos. Gran error. Paula jugueteaba con uno de sus pendientes mientras se dirigía hacia el jefe de la barra y comprobaba con él que había suficiente bebida para todos los invitados. Pedro aprovechó la ocasión para centrarse recordar la razón por la que estaba allí. En vista de que hecho de que estuviera buscando marido no la hacía menos atractiva a sus ojos, la miró tratando de sacarle todos los defectos posibles. Llevaba el pelo recogido en un gran moño en la nuca que dejaba aquella mata de pelo descubierto. Aquello era una es un defecto. Con mirada crítica descendió deleitándose con las curvas que resaltaban de manera evidente bajo el vestido ceñido, largo hasta los pies que ocultaba sus esbeltas piernas. Las cubría muy a menudo. Sabía que no era justo decir que aquello fuera un defecto, pero alguno tenía que encontrar. Y entonces, como si se sintiera observada, Paula dejó de tocarse el pendiente y bajó la mano hasta llegar al pie para masajearse inconscientemente la planta dolorida. Pedro la observaba embelesado y se dió cuenta de que llevaba un anillo de oro en un dedo del pie. Aquello le llamó poderosamente la atención. Dejó escapar un profundo suspiro: Aquella pequeña joya prometía grandes y placenteros secretos esperando a ser desvelados. Paula tenía la sensación de que Pedro no había dejado de escrutarla por lo que no se había podido concentrar en su conversación con el camarero que le había tenido que repetir las cosas varias veces. Pero cuando alzó la vista vió que él miraba también al camarero que removía con una cuchara los cócteles que le habían pedido.


-¿Eso es miel?


Paula alzó una ceja en actitud deferente. Tomó entonces su bebida y dió un sorbo. Pedro tomó la suya también, la olió, la miró y la agitó.


-¿Por qué no lo pruebas? -dijo Paula divertida. 


-¿Y por qué no te sientas un segundo?


-Me parece justo -dijo Paula sentándose en un taburete junto a él. No pudo evitar dar un suspiro por el alivio que aquello era para sus cansados pies-. ¿Entonces qué te ha hecho volver?


-Había llegado el momento.


Ella asintió aunque quería saber más, quería detalles, quería simplemente más.

El Elegido: Capítulo 31

 -Bueno -dijo sin abandonar la mirada fúnebre de su rostro-, espero que yo fuera el que dejara una huella más profunda en ella - contestó dirigiéndole una enigmática sonrisa a la joven.


Paula lo miró con la boca abierta dispuesta a negar aquel absurdo comentario para que Lara no continuara con sus preguntas Y de pronto se dió cuenta. Eso era exactamente lo que había estado haciendo. Se había mostrado bastante distraída con el resto de sus citas. No se podía quitar de la cabeza la despedida entre la niebla la noche de la cena en casa de Macarena y Pablo; ni su aspecto el día de las carreras con su traje impecable y aquellas ridículas botas de agua; ni su encantadora voz. No había estado buscando los fallos en los otros sino que había estado buscando los posibles puntos en los que aquellos hombres pudieran superar a Pedro Alfonso. Era un hombre inteligente, con un sutil sentido del humor y un físico arrebatador. Estaba claro que superaba con creces los requisitos que ella buscaba pero era demasiado independiente, era simplemente demasiado. No se parecía a Pablo en absoluto y era lo que quería como marido.


-¿Cómo fue su cita? -preguntó Lara rompiendo el silencio.


-Terrible -contestó Paula.


-Prometedora -dijo Pedro alto y claro.


-¿Prometedoramente terrible o terriblemente prometedora? - preguntó Lara.


Pero antes de que ninguno de ellos pudiera responder Lara pareció fijarse en otra cosa y así lo hizo saber.


-Ahí está S. John. Me acercaré a felicitarlo por sus fantásticas litografías y así los dejo solos -añadió Lara al tiempo que se alejaba dejando tras de sí un halo de perfume juvenil entre plumas rosas.


Paula quedó de nuevo a solas con Pedro. Sabía. que lo mejor sería marcharse decirle buenas noches y Cuanto menos tiempo estuviera con él mejor. Trató de buscar una salida, alguien que necesitara su atención profesional pero al único que vió fue al caballero rubio con mirada de ave rapaz. Volvió a mirar a Jacob y el corazón le dijo que el rubio era su mejor y única opción. Pero era demasiado tarde. Perdida en la mirada color avellana de Pedro no podía moverse y notaba que una ola de calor iba subiéndole hacia el rostro, y no era por culpa de la bebida porque no había bebido nada de alcohol. Pedro miraba fascinado el tono rosado que iba invadiendo poco a poco los hombros de Paula y sintió la irrefrenable necesidad de acariciarlos para sentir su tibieza. El rostro de ella era incapaz de ocultar el tumulto de sensaciones que la recorrían por dentro y aquello lo desconcertaba, lo desconcertaba el efecto que producía en ella pero no tanto el hecho de que disfrutara con ello.


-¿Por qué has venido? -preguntó Paula.

lunes, 19 de febrero de 2024

El Elegido: Capítulo 30

 -¿Y quieres decir que yo no? 


Paula tragó con dificultad el nudo que se le había formado en la garganta ante la mirada divertida de Pedro. Trató de buscar la inspiración de la copa que tenía en la mano pero sólo halló burbujas. Así que decidió que lo mejor era dar una explicación a su comentario… Que su labor es muy generosa.


-No, lo que quiero decir es , es uno de mis... De los favoritos de Séptimo Cielo. La dirección siempre nos envía notas de agradecimiento por los esfuerzos pero nunca habían enviado antes a ningún representante a los actos celebrados.


-Bueno, ahora estoy aquí, ¿No? 


Dijo el con el acento de Louisiana tintineando en su voz profunda haciéndola aún más cautivadora que de costumbre como una caricia sobre sus hombros desnudos.


-Parece que alguien olvidó hacer las averiguaciones oportunas -dijo Lara-. No es culpa mía ,claro ,he estado fuera de la ciudad -dijo sonriendo a Pedro-. Déjame preguntarte algo. Alfonso nunca contrata a nadie para que les organicen sus eventos, ¿Verdad? ¿A qué se debe?


-Me gusta tener el control, así que nunca desatiendo lo que es mío. No creo que sea necesario que otra empresa realice un servicio que yo normalmente hago mejor.


-Permítenos que Paula y yo disintamos contigo al respecto.


-Y si no sueles asistir a fiestas de este tipo y tampoco has utilizado los servicios de la experta, ¿Cómo es que conoces a mi amiga Paula? -preguntó Lara.


-Nos hemos visto un par de veces... -murmuró Paula.


-Tenemos amigos comunes que nos prepararon una cita a ciegas - respondió Pedro.


Paula deseó no haberle dicho nada a su amiga de las citas a ciegas que había tenido en los últimos días.


-Es una broma, ¿No? -dijo Lara sorprendida, juntando las manos con deleite-. ¿Eres el tipo que vive con su madre o el que planea hacer a Paula madre de un equipo de fútbol? Y desde luego, si éste es el del olor de pies, yo se los lavaría mañana, tarde y noche -dijo esto último mirando a Paula.


¿El que vivía con su madre? ¿Al que le olían los pies? ¿Acaso habría salido Paula con otros hombres después de la cita a ciegas con él? Pablo no le había dicho nada pero tampoco él había preguntado ya que dio por hecho que después de la situación vivida Paula renunciaría a seguir con él. Pero estaba claro que había habido otros y, aunque eso significaba que ella seguía decidida a encontrar marido y él no quería saber nada de eso, no le gustaba nada la idea de que saliera con otros hombres.


-Vamos -repitió Lara-, ¿Cuál de ellos eres tú?


Paula miraba a Pedro con los ojos entrecerrados. Desde el estallido bullicioso de Lara, los músculos faciales de él no habían parado de tensarse y sus ojos brillantes se habían ensombrecido. Le dirigió una mirada enigmática.

El Elegido: Capítulo 29

 Le costó sólo un momento encontrar a las dos mujeres junto a la barra del bar. La más joven, rubia con el pelo rizado y los delgados hombros cubiertos por una boa de plumas rosa prácticamente lo estaba devorando con los ojos, mientras que la morena de larga melena lacia de color avellana embutida en un ceñido vestido de tonos azules se miraba los pies aparentemente fascinada. Pedro inspiró profundamente, irguió los hombros y fue al encuentro de ambas.


La mirada de Pedro, normalmente segura, se mostraba incierta, y no dejaba de sacudir las manos dentro de sus bolsillos, lo que hizo pensar a Paula que, por una vez, Pedro Alfonso no estaba seguro de sí mismo. Entre la gente bohemia presente en la galena se sentía en su ambiente mientras que él estaba visiblemente incómodo. Igual que ella el día que asistió a la velada de boxeo. Paula sonrió para sí. Estaban empatados. Supuso que probablemente se vena demasiado elegante para la ocasión pero estaba realmente espectacular con aquel traje oscuro, camisa blanca y corbata azul lavanda. Pedro hizo un gesto de saludo y Paula se lo devolvió aunque apenas lo miró. Sabía que Lara estaría sonriendo expresivamente a su lado y en ese mismo instante notó que le clavaba el codo en las costillas.


-Pedro, ésta es mi asistente, Lara Lane. Lara, éste es Pedro Alfonso, de Alfonso.


-Encantada, Pedro -dijo Lara estrechándole la mano con las uñas pintadas de rosa.


-El placer es todo mío, Lara -dijo Pedro, exhibiendo sus espectaculares hoyuelos.


-Nunca pensé que el hombre tras Alfonso fuera tan joven, y tan atractivo. Sea como sea, eres un soplo de aire fresco entre tanto viejo.


Paula trató de no reírse ante los esfuerzos de Lara por parecer sofisticada. Pedro se inclinó hacia Lara para hablarle en voz baja como si de un secreto se tratase.


-En realidad, es la primera vez que vengo a uno de estos actos.


-¿De veras? -respondió Lara entre murmullos-. ¿Y qué te ha traído aquí esta noche?


-La adorable dirección de Séptimo Cielo ha tenido el detalle de invitarme.


-Eso no es cierto -dijo Paula alzando la vista y mirándolo fijamente mientras Lara llamaba su atención con una discreta tos-. Quiero decir que no recuerdo haber visto …


Pedor se metió la mano en el bolsillo de la chaqueta Jaet y sacó la invitación. Paula la tomó y vio que iba dirigida al presidente de la Fundación «Ayuda a un acto una familia», el principal beneficiario de lo que recaudara esa noche. Lo miró de frente.


-¿Eres tú? 


-Soy yo.


-Pero esa fundación es maravillosa.

El Elegido: Capítulo 28

 -Muy bien. Mientras tú te has dedicado a románticas noches con montones de hombres guapos, yo he pasado una semana rodeada de extraños personajes disfrazados con máscaras de plástico y orejas puntiagudas -continuó Lara con una sonrisa-. En cualquier caso, te pido que me devuelvas la fe en la humanidad. Dime que ha sido maravilloso.


-Tedioso más bien.


-Así que tedioso, ¿Eh? -dijo Lara haciendo un movimiento con la mano para indicar que ella se refería al plano sexual.


-¡Lara! -exclamó Paula comprendiendo.


-Venga, quiero todos los detalles cochinos. Quiero alucinar un poco.


-No te prometo nada. El miércoles quedé con un tipo que me llevó a cenar a un sitio en el que tuvimos que sentarnos en el suelo, todo fue bien hasta que se quitó los zapatos. El olor de sus pies mezclado con el olor del curry es una mezcla que no olvidaré nunca.


-Eso se soluciona comprándole calcetines de algodón. Y también podrías lavarle los pies todas las noches. Muy sexy. ¡El siguiente!


-Vale. Anoche mi cita fue a recogerme al trabajo. Bonito coche, conversación agradable, un buen tipo hasta que se le ocurrió llevarme a conocer a su madre ¡Antes de cenar!


-Me parece que eres demasiado exigente. Las madres de los hombres pueden ser muy simpáticas. Apuesto a que ése en cuestión hasta lava y cocina.


-¿De verdad crees que soy demasiado exigente? Bueno, entonces escucha esto: Un caballero se ofreció a ayudarme a engendrar un equipo de fútbol.


La risa efusiva de Lara resonó por todo el recinto haciendo que varios de los asistentes se giraran para mirarla.


-Ese debe ser un gran portero. Si no lo quieres, dale mi número de teléfono.


Paula sintió un incómodo pinchazo en el estómago ante la idea de darle a ese hombre en particular el teléfono de Lara.


-Supongo que eso significa que no me vas a contar nada de llamadas de hombres jadeantes.


Paula no tuvo ocasión de quejarse de tal comentario porque su amiga tenía la mirada fija en alguien o algo por detrás de su espalda.


-Pues desde luego ahí tenemos un apetitoso bocado -continuó Lara moviendo la cabeza con coquetería.


-¿Quién? -preguntó Paula girándose para ver quién llamaba tanto la atención de Lara. 


Apenas si pudo disimular su sorpresa cuando vió a Pedro Alfonso quitándose el abrigo en la entrada de la galena.


-Lo conoces, lo veo -dijo Lara mirando fijamente a Paula.


-Ligeramente -contestó Paula alejándose de la puerta, con las mejillas ardientes, buscando desesperadamente un lugar en el que ocultarse.


-Paula, estás poniendo cara de póquer, sabes, y si crees que podrás evitar tener que presentarnos, estás completamente equivocada.


Lara sujetó a Paula por el hombro y la hizo girar para mirar hacia la puerta. Juntas observaron cómo se colocaba la corbata en su sitio y le sonreía a la chica del guardarropa al tomarle el abrigo y darle la ficha para a continuación levantar la vista y observar la sala.

El Elegido: Capítulo 27

Pedro se giró hacia Paula, su rostro quedó a tan sólo unos centímetros del de ella.


-Hasta pronto, Paula -dijo y por su tono de voz ella creyó que así sería. Se acercó a ella entonces y le dió un suave beso en la mejilla. Paula sintió la tibieza de sus labios durante el breve contacto-. Prométeme que llevarás a Pablo a casa, con Macarena, de una pieza.


-Te lo prometo. Adiós, Pedro.


Y en cuanto éste retiró las manos de la ventanilla Paula arrancó y se alejó. Miró por el retrovisor y vió a Pedro de pie en medio de la calle, con las manos en los bolsillos del pantalón, mirándola. Ella trató de mantener la atención en la carretera aunque su mente daba vueltas sin parar en otra dirección.


-¿Has pensado en alguien para mí? -preguntó de pronto a Pablo.


Pablo quedó callado mientras asimilaba la pregunta. 


-Estoy seguro de que podré encontrar a alguien. 


-Entonces, hazlo. Y lo antes posible.


-Si todavía quieres hacerlo... 


-Así es.


Pablo la miraba pero ella lo ignoraba a él. Ya le había dicho lo que pensaba. 


-Dalo por hecho.




"Menos mal que es viernes" pensó Paula mientras el camarero le servía el cóctel que había pedido. Dió un largo sorbo antes de echar un vistazo a la habitación. Todos los invitados al acto benéfico que se celebraba en la galería de arte moderno Arty Pants estaban sonrientes, charlando entre ellos y mostrando un gran interés por las obras expuestas. Todo iba bien. Hasta que un hombre al otro lado de la sala le sonrió. Un hombre vestido con un traje caro, el pelo rubio peinado hacia atrás, bien bronceado, boca perfecta. Y la sonrisa de Holly se desvaneció. «Dios mío, otro más no. ¿Acaso saldrán todos del mismo sitio para acudir a fiestas e inauguraciones y reafirmar mi teoría?» El hombre levantó el vaso a modo de saludo. Paula le respondió con un breve gesto de asentimiento y se fue. Afortunadamente Lara acababa de llegar de la conferencia sobre Star Trek que había tenido lugar en Sydney.


-Hola, preciosa -dijo Lara-. Está todo perfecto. Una comida maravillosa, buena música, un festín para los ojos. Por cierto, aquel tipo rubio no deja de mirarte.


Paula le dirigió una fugaz mirada al hombre. Seguía en el mismo sitio mirándola.


-Lo siento, Lara. No me interesa.


-¿Por qué? -preguntó Lara alzando una ceja en señal de incredulidad-. ¿Acaso tienes a alguien mejor esperándote en casa?


-Pues no. Lo cierto es que mientras estuviste fuera Pablo me organizó una par de citas y la idea de hablar de mi vida amorosa de nuevo me produce náuseas.


-¿Así es que has detenido la búsqueda de marido?


Paula se encogió de hombros.

El Elegido: Capítulo 26

 -Carlos. ¿Lo estás pasando bien?


-Siempre, gatita.


-¿Estás preparado para tu discurso? Sólo quedan diez minutos.


-Claro. Eres muy dulce -dijo el coronel volviéndose hacia Pedro-. Era nuestra pequeña mascota, siempre correteando entre nuestras piernas, recogiendo tickets, y el pelo suelto flotando en el aire.


Pedro no estaba muy seguro de cómo insertar esa información en lo que Paula le había contado.


-¿Y ves esa pequeña cicatriz? -preguntó el coronel señalando la nariz de Paula-. Ahora apenas se le nota.


-No importa, Carlos, es hora del discurso. Discúlpanos, Pedro -dijo Paula interrumpiendo al coronel y llevándoselo hacia el estrado.


Y esta vez le dedicó la sonrisa a él exclusivamente y supo, a pesar de los gritos de protesta de su subconsciente, que no iba a moverse de allí. El discurso del coronel resultó brillante. Era un hombre divertido y a la vez dulce y tierno, lo suficiente como para que los presentes se animaran a dar una contribución para mantener el viejo canódromo en funcionamiento durante un año más. Pedro y Pablo se habían quedado esperando a Paula. Los otros se habían marchado al centro a terminar allí su juerga y Paula se ofreció a llevarlos a casa. Abandonaron el canódromo cuando el sol ya se ponía. El suelo de tierra se había secado considerablemente y ya no era necesario llevar las botas aunque ella tenía problemas para seguir el paso de los hombres con los zapatos de tacón que llevaba.


-¿No es en situaciones como ésta en la que ustedes como caballeros deberían extender las chaquetas en el suelo para que yo pisara? -les preguntó a los dos hombres.


-Pensé que eso sólo se hacía con las reinas -dijo Pablo.


-Y nosotros sabemos que, tú sólo eres una princesa -añadió Pedro a su oído haciendo que se le erizara el vello del cuello.


Por más que insistía para sus adentros en apoyar su teoría, estaba comenzando a creer que había algo más tras la mirada taciturna de Pedro de lo que había pensado en un principio. Por ejemplo, ¿Qué tipo de hombre tendría una personalidad tan fuerte como para convencer a un alcohólico para que bebiera sólo limonada en un bar? Pero tal vez no fuera esa la cuestión. Tal vez la teoría necesitara una vuelta. Tal vez Pedro Alfonso no era exactamente el típico hombre distante, tal vez tuviera conciencia a pesar de no estar predispuesto genéticamente a comprometerse. Puede que fuera atractivo como un adonis y tan inteligente como Platón  ¿Pero sería tan cariñoso como Pablo? Él le puso la mano en la espalda al llegar al estacionamiento. Ella huyó del contacto como si fuera fuego. Paula dejó primero a Pedro en la empresa. Éste salió del coche y se acercó a la ventanilla del conductor.


-Gracias por el paseo.


-De nada -contestó ella sin parar el motor.


-Y por una tarde estupenda. Ha sido... Una sorpresa.


Paula sonrió sin soltar el volante. Pedro estaba tan cerca de ella que podía oler su perfume dulce y seco a la vez. Delicioso. Entonces, apoyó las manos en la ventanilla bajada y se alargó más para despedirse de Pablo.


-Hasta mañana, Pablo.


-Allí estaré, jefe -contestó él.

viernes, 16 de febrero de 2024

El Elegido: Capítulo 25

No había parado de atraer miradas curiosas desde que había entrado y antes, sus propios hombres se habían peleado para que les dedicara una sonrisa. Pedro observó a una pareja muy bien vestida que hablaba de ella al otro lado de la tienda y sintió una urgente necesidad de acercarse a ella para protegerla de aquellas miradas escrutadoras. Paula debió ver que la estaba mirando porque le hizo un gesto con una mano para decirle que sólo tardaría un momento. Su rostro era abierto y estaba sonriendo. A medida que la miraba aquel rostro se le fue haciendo más familiar y Pedro se sintió realmente a gusto. Finalmente ella se acercó y se derrumbó en una silla junto a él. Allí, lejos de las bebidas y de los hombres sudorosos, el aroma de jazmín emanó libremente de ella. Y se estremeció. Aquello era un problema. Debería salir de allí, volver con sus colegas, volver a la oficina, volver al otro lado del planeta. Debería pero no podía hacerlo, aún.


-Eres una trabajadora nata, señorita Chaves -dijo con tono agradable.


-Todo sea por el bien del canódromo -contestó ella.


-Y por las arcas de Séptimo Cielo.


-Me temo que esta vez no es así.


-¿Estás haciendo todo esto por nada?


-No me entiendas mal. Yo no voy a pagar todo esto. Los gastos se pagarán con lo que se saque de las apuestas.


-¿Y tú no verás ni un céntimo? -Pedro no podía creerlo.


-Eres un incrédulo, señor Alfonso.


-¿Por qué?


-Los encargados de recaudar fondos hacen ya suficiente durante todo el año para que este lugar siga funcionando. Si me llevara el porcentaje que suelo por mi trabajo no les quedaría nada.


-¿Pero por qué aquí? Antes me dijiste que nunca apuestas. ¿Tanto te gustan los galgos?


-En absoluto -contestó ella haciendo una mueca-. Ver a esos pobres animales muertos de hambre persiguiendo a una liebre no es de mi gusto. En realidad lo hago por el coronel.


-¿Por qué lo conoces tan bien?


Paula abrió la boca para responder pero se lo pensó mejor. Echó un vistazo a su alrededor buscando una razón o tal vez una excusa para cambiar de tema, y pareció relajarse mucho cuando vió que el coronel se acercaba a ellos.


-¡Mi querida Paula! -dijo el hombre con los brazos abiertos.


Ella se puso de pie y le dió un abrazo. Pedro sintió una incómoda punzada en el pecho ante el súbito cambio que se había producido en ella. Con él era la típica mujer urbana, moderna y segura de sí, pero con la persona adecuada florecía hasta convertirse en una criatura completamente distinta. Sus sonrisas eran más dulces, más suaves, con una capacidad para agradar que parecía salir sin esfuerzo.

El Elegido: Capítulo 24

Paula adelantó a Jacob un poco antes de llegar a la valla que separaba al público de la pista. Pedro buscó al resto de su grupo y los vió encaramándose sobre la valla y empujó a Paula en su dirección pero ésta lo sujetó para que no continuase; entonces lo miró con una sonrisa reluciente y sin más se escurrió sin esfuerzo a través del agujero de la valla que había pasado desapercibido para los otros. Pedro la miró asombrado y rápidamente la siguió. Una vez dentro del recinto él quedó atónito. A su alrededor había montones de mesas de cristal y del techo colgaban enormes lámparas. Se habían colocado radiadores en sitios estratégicos por todo el recinto, y las paredes estaban cubiertas de hiedra trepadora por entre la que asomaban tímidas margaritas y narcisos blancos. Era como un vergel en medio de la neblina y el barro de fuera. Miró los rostros de la gente que iba entrando, muchos familiares, algunos famosos, pero todos riendo y bebiendo y disfrutando; todos llevaban puestas botas amarillas de goma. Se volvió entonces hacia Paula que lo miraba con una mueca de satisfacción.


-Estoy impresionado.


-¿Y tus pies? -preguntó ella.


Pedro bajó la vista y tuvo que admitir que sus zapatos estaban empapados.


-Un desastre. Tengo empapados hasta los calcetines.


Paula hizo una señal apenas perceptible a alguien por detrás de Pedro y en unos segundos un camarero llegó cargado con un par de botas y unos calcetines de algodón secos.


-¿Tengo que hacerlo?


-¿Qué crees?


Por respuesta, Pedro tomó las botas y acercó una silla para sentarse. Le dió los zapatos estropeados al camarero y éste le entregó un resguardo del guardarropa.


-Así -dijo Paula-. Ya eres uno de los nuestros.


Paula se giró para darle algunas instrucciones a un joven que llevaba un cuaderno en las manos. Parecía una mujer eficiente a la que le gustaba tener el control de la situación. Y entonces se dio cuenta: Estaba feliz porque él había hecho lo que ella quería que hiciera. Pedro se puso tenso disgustado por la sensación de que lo controlaran. Él era un hombre libre al que nada ni nadie podía atarlo. Ya había vivido una vez sujeto a las necesidades y deseos de otra persona y no quería pasar por ello de nuevo. Pero ahí detuvo el curso de sus pensamientos. «Relájate. Es sólo un par de botas. Sólo por hoy. Puedes obedecer los deseos de otro por una tarde sin que signifique que tengas que hacerlo toda la vida». Toda la vida. Recordó entonces que ella sí estaba buscando marido para toda la vida y había convencido a Pablo para que la ayudara. Pero no entendía por qué. Era una mujer preciosa, delgada, con curvas y una mata de pelo liso oscuro en el que daban ganas de hundir los dedos. Y sabía que aquellas piernas eran largas, esbeltas y suaves aunque en ese momento estuvieran medio ocultas por aquellas ridículas botas amarillas.

El Elegido: Capítulo 23

 -No sé por qué se emocionan tanto -murmuró Paula a media voz-. Fito ganará.


-Yo no apostaría -dijo Pedro con tranquilidad, los ojos relucientes.


-Nunca lo haría.


Entonces, en los últimos veinte metros, Fito pegó un estirón y sacó dos cuerpos al adversario más cercano.


-Odio perder -dijo Pedro con los dientes apretados fingiendo estar muy disgustado.


-Entonces apuesta por el ganador.


Pedro respondió con una enorme sonrisa que dejo a Paula sorprendida y notó que un escalofrío de excitación la recorría de los pies a la cabeza.


-Eres una mujer sorprendente, Paula Chaves.


Estaba claro que había llegado el momento de volver con su propio grupo.




No fue hasta que Paula hizo ademán de seguir a su grupo cuando se dió cuenta de que seguía del brazo de Pedro. Lo miró pidiéndole disculpas y lo soltó pero él tiró de ella hasta quedar a escasos centímetros.


-No tan deprisa, señorita Chaves. Antes de dejar que te marches quiero que me respondas a una pregunta -dijo él con voz apenas audible, algo ronca, el gesto de sus ojos inescrutable y el pelo reluciente por los rayos del sol.


-Pregunta -dijo ella.


-¿Qué demonios llevas en los pies?


Paula parpadeó varias veces, a continuación se miró los pies y sonrió. En la confusión reinante lo había olvidado por completo.


-¿Es que nunca has visto unas botas de agua, señor Alfonso?


-Sí, claro. Pero tengo que admitir que nunca las he visto en una mujer adulta, tan bien vestida como tú en este momento. ¿Es una nueva moda?


-Hmm. Has estado mucho tiempo fuera, ¿Verdad? Las botas de agua de color amarillo chillón son un básico este invierno en Melbourne.


-¿Ha desbancado al vestido de cóctel negro?


-No, eso nunca, pero se pueden llevar con él -respondió ella haciendo un dramático gesto de asombro.


Pedro asintió con expresión muy seria fingiendo estar impresionado ante los conocimientos de moda de Paula. Finalmente la acompañó hasta los escalones que llevaban hacia el estrado.


-¿Me permites preguntarte ahora por qué los llevas?


-Para no mojarme los pies -contestó Paula después de unos segundos para conseguir mayor efecto.


Pedro miró a ambos lados y levantó una ceja que denotaba su falta de convencimiento.


-Vale. Después de la lluvia de anoche, llegué esta mañana y me encontré que todo el suelo bajo la carpa tenía diez centímetros de barro y no quería que los invitados se marcharan con el recuerdo de unos pies húmedos pero tampoco quería encerrarlos en una impersonal sala de reuniones sin vistas a las carreras, así es que he traído botas y calcetines secos para todos los invitados de mi lista.


A medida que Paula contaba su historia, Pedro dejó de mirar al grupo de personas que había delante de él y se había concentrado otra vez en ella, con los ojos relucientes.


-Y aparte de tí, ¿Alguna otra persona se ha atrevido a ponérselas?


-Claro, todo el mundo.

El Elegido: Capítulo 22

 -¿Y aquella gran carpa blanca? Allí tienes que dar tu discurso de agradecimiento.


-Oh -dijo él.


Paula estudió al hombre en busca de señales de embriaguez. Estaba sudando un poco pero no era de extrañar en aquel lugar cerrado. Estaba erguido y su discurso era comprensible.


-Sugiero que dejemos que Carlos se termine su limonada -dijo Pedro-, y después podemos ir todos a escuchar sus palabras. ¿Qué dice, señorita Chaves?


Paula lo miró llena de asombro mientras una amplia sonrisa se instalaba en el rostro de Pedro.


-Me parece justo -dijo Paula haciéndole un gesto de agradecimiento casi imperceptible.


-Vamos entonces -dijo el coronel terminando de un sorbo el contenido de su vaso.


Paula se giró hacia el grupo. La atemorizaba pasar a través de aquel sudoroso montón de hombres con camisa blanca y corbata, y justo entonces la voz de Pedro retumbó a sus espaldas.


-Abran paso, señores. El coronel va a pasar.


Todos asintieron y dejaron libre el camino por el que el coronel con la cabeza bien erguida comenzó a caminar hacia la puerta. Paula sintió que una cálida mano se posaba en su espalda invitándola a seguir al anciano. Ésta se volvió y se encontró con un Pedro que le hacía una gentil reverencia al tiempo que acercaba su rostro al de ella.


-¿Vamos, señorita Chaves? -preguntó retirando la mano de la espalda y ofreciéndole el brazo en su lugar. 


Ella lo miró a los ojos buscando la trampa. Desafortunadamente, eran inescrutables. Finalmente, aceptó el brazo. Podía notar el músculo fuerte que se ocultaba bajo la tela de la chaqueta y la sensación le pareció embriagadora, ardiente y de todo punto censurable. Afortunadamente la conciencia de lo placentero del contacto no duró mucho porque alguien la pisó y al girarse para pedirle disculpas sus vasos chocaron y el contenido se derramó sobre su vestido. Paula dió un salto hacia atrás y se agarró al brazo de Pedro con las dos manos. Éste respondió de forma inmediata poniéndole una mano protectora por encima y el gesto tierno pareció calmarla un poco. Sentía claustrofobia en aquel ambiente, por eso cerró los ojos y se dejó guiar hasta fuera. Sólo abrió los ojos cuando notó los rayos de sol sobre su cara. Inspiró profundamente incluso sintió un ligero escalofrío al notar el aire fresco. Se volvió hacia Pedro para agradecerle lo que había hecho pero éste estaba hablando con dos de sus hombres y señalaban hacia la carrera en la pista tres que acababa de comenzar. Y supo que ninguno la escucharía hasta que hubiera terminado. Las dos primeras carreras las habían ganado los favoritos y Paula no esperaba que hubiera diferencia en la tercera. Permaneció en silencio mientras los galgos enfilaban el último tramo y, de pronto, la multitud se puso en pie al unísono y los hombres que iban con ella empezaron a dar gritos de alegría, agitando sus boletos de apuestas en alto. El favorito, Fito, iba una cabeza por detrás y la posibilidad de una derrota inesperada mantenía tenía a todos en vilo.

El Elegido: Capítulo 21

Paula dió la espalda a Pedro deliberadamente y puso la mejor de sus sonrisas.


-Me han dicho que han emborrachado a un amigo.


Los hombres dejaron de hablar a la vez.


-Lo siento, Paula -dijo Pablo-, se me olvidó. Chicos, Paula se ha encargado de organizar la recaudación de fondos y parece que le hemos raptado a su invitado de honor -dijo mirando en derredor, sin retirar su mano de la espalda de ella-. ¿Adónde ha ido el coronel?


-Esta ronda es suya, me temo -dijo un joven muy atractivo, mirando incitante a Paula-. No podíamos dejarle ir sin pagar su deuda. Así que tendrás que esperar aquí con nosotros a que regrese. Y como este bruto no piensa presentarnos, lo haré yo. Soy Daniel Riley, el nuevo director de finanzas.


-Encantada de conocerte, Daniel. Yo soy Paula Chaves-dijo ella estrechando su mano tal vez unos segundos más de lo necesario.


-Lo sé -dijo él-. Te ví en la pelea.


¿Aquel tipo había estado en la pelea? ¿Era uno de los posibles candidatos que podía haber conocido? Miró con detenimiento al chico. Alto, atlético, bonita sonrisa. Muy guapo. Entonces fue cuando Pedro tosió. Paula se plantó orgullosa y se giró para mirarlo pero su gesto no había variado un ápice.


-Debes tener muy buena vista, Riley. No estuvo allí más que diez segundos -dijo Pedro.


Y tras ello la miró sin una pizca de remordimiento. Ella también lo miró con furia instándole a seguir y a la vez rogándole que no dijera ni una palabra más.


-Según me dijo Pablito -añadió Pedro mirando a Riley.


-Bueno, es obvio que diez segundos fueron suficientes para haberme llamado la atención, pero saliste corriendo antes de que pudiera acercarme.


Paula se volvió a girar para mirar a su nuevo pretendiente y sonrió para después hacer un gesto de burla a Pedor por encima del hombro.


-No me digas.


«Vamos, Daniel, eres más joven, más guapo y desde luego más caballeroso que este bocazas que tengo detrás. Rubio, cándido, y muy guapo. Pero seguro que tú también lo sabes. Lo más probable es que seas otra de esas «Personalidades masculinas» de las que conozco en estas situaciones». De pronto sintió que no quería jugar y rompió la concentración de Daniel para presentarse al resto del grupo, algunos de la edad de ella aunque menos guapos que él. Aquellos hombres habían sido cuidadosamente elegidos por Pablo para formar parte de la elite directiva de Alfonso. Se vió capaz de seguir considerando sus posibilidades hasta que su mirada se cruzó con la de Pedro de nuevo. Él no le sonreía como los otros hombres, sólo la miraba con suficiencia. Allí sentado, con los brazos cruzados, apoyado en el respaldo de la banqueta, como un omnisciente demonio. Era evidente que sabía lo que ella estaba pensando. Paula siguió sonriendo pero frunció un poco el ceño. No tenía por qué negar sus intenciones y además, a él no le importaba.


-Mi querida Paula, qué bien que te hayas unido a nosotros -dijo el coronel-. Te habría invitado yo mismo pero hacía años que no te veía poner un pie en esta vieja taberna.


-Carlos -dijo Paula relajando un tanto su actitud al ver al anciano-, sabes que iría contigo a cualquier sitio que me pidieras. Pero hoy tenemos algo que hacer, ¿Recuerdas la recaudación de fondos?


Carlos asintió.

miércoles, 14 de febrero de 2024

El Elegido: Capítulo 20

De pronto un hombre se acercó y la sujetó por el codo al tiempo que le daba un beso en la mejilla.


-¡Pablo! ¿Qué estás haciendo aquí? -dijo Paula.


-La empresa tiene un palco y Alf nos ha traído a todos los directivos. Es una fiesta de bienvenida. Ven a tomar algo con nosotros.


-No puedo, Pablo. Estoy aquí por trabajo -dijo ella tratando de salir del bar pero la multitud la empujaba hacia dentro-. ¿Has visto a Carlos Lyneham?


-¿El coronel? Está con nosotros.


Pablo la sujetó con fuerza para no dejarla caer y ella no tuvo más remedio que sujetarse para no dejarse arrastrar.


-Alf se lo encontró dando vueltas por ahí en la primera carrera -dijo Pablo-. Lo convenció para tomar unas copas y lleva con nosotros desde entonces. Así que ahora tendrás que venir a saludarlo.


-Genial -dijo Paula-. Está previsto que dé un discurso de agradecimiento a los organizadores de la recaudación de fondos en poco menos de media hora y me temo que Carlos no lleva bien eso de ir de copas. Ahora, gracias a tu amigo ha estado bebiendo desde hace más de una hora y no va a estar en buen estado para decir nada.


-Lo siento, preciosa -dijo él encogiéndose de hombros.


El sonido alegre de la risa de Pedro irrumpió en la conversación y, a pesar de querer mostrar su desaprobación, Paula disfrutaba del sonido. Y es que además la imagen merecía la pena: más alto que la mayoría, tenía una cerveza en una mano, la otra metida en el bolsillo de los pantalones de su impecable traje y un pie ligeramente apoyado sobre el reposapiés de la banqueta. Estaba a unos metros de distancia. La habitación cerrada estaba llena de humo y ella sentía que la cara le ardía, las palmas de las manos le sudaban y el corazón le palpitaba con más fuerza a medida que se acercaban.


-Alf -llamó Pablo por encima del ruido.


Pedro miró hacia ellos. Su sonrisa brilló y le guiñó un ojo a Pablo. Pero su sonrisa cambió al ver a Paula. Los ojos relucientes se oscurecieron mientras la estudiaba con detenimiento. La sonrisa cedió un poco. Entonces dejó de mirar a Paula a la cara para descender hacia el brazo con el que se agarraba con fuerza a Pablo. Ésta se apresuró a soltarlo. Lo último que deseaba era parecer desvalida ante aquel hombre, con su bonito vestido y el pelo recogido, pero pidiendo la protección de Pablo. Éste no pareció darse cuenta y simplemente se giró hacia ella y le sonrió al tiempo que le ponía un brazo protector en la espalda en el momento de presentarla ante el grupo. Cuando volvió a mirar a Paula ya no estaba sonriendo, y sus ojos antes cálidos se habían vuelto fríos. Levantó el vaso e hizo con él un saludo en dirección a ella. Después dió un sorbo y se volvió para seguir la conversación con sus hombres.


Paula sintió que la cara le ardía. Claro. Ella había sido la que había insistido en que lo mejor sería simular que no se conocían pero no hubiera creído que le fuera a resultar tan sencillo. Cuando él estaba cerca, el corazón le latía desaforado, pero era evidente que aquel hombre no sentía lo mismo por ella. Era un ser frío.

El Elegido: Capítulo 19

 ¿Así que has estado escuchando? -consiguió preguntar Jacob finalmente con los ojos brillantes de alegría.


-Alto y claro. Y creo que Ben se equivoca tremendamente por no hablar de lo grosero que me ha parecido bromear con mi persona.


-¿Has terminado?


-Bueno, sí, sólo pensé que sería mejor... -contestó ella más sorprendida aún.


Pedro se inclinó hacia ella y le dió un beso en los labios abiertos para hacerla callar. El inesperado ataque de ternura la invadió inmediatamente. Obedeciendo un impulso Paula cerró los ojos y ladeó ligeramente la cabeza pero fue suficiente. Él se percató del movimiento y se acercó más a ella para explorar en detalle la tibieza despertada entre ambos y lo que había comenzado como una amistosa manera de cerrar una velada se convirtió en algo diferente. Era delicado. Profundo. Amoroso. Tras unos segundos del dulce intercambio se separaron. Paula tuvo que esforzarse para guardar el equilibrio. Se balanceó ligeramente hacia delante y se mordió el labio inconscientemente.


-Creo que es hora de tomar caminos separados. Tú y yo ya hemos creado demasiadas situaciones contradictorias por una noche -dijo Pedro.


-Buenas noches, Pedro -susurró Paula con voz algo temblorosa.


-Buenas noches, Paula -respondió él pero sus ojos decían algo más.


Dejó escapar un suspiro entrecortado y girando sobre sus talones se marchó. Paula tomó aire y disfrutó del olor a hierba mojada tras la lluvia. Abrió la puerta del coche pero antes de entrar giró la cabeza y vió que se acercaba a ella de nuevo. Se apoyó en el coche preguntándose con qué la sorprendería.


-Tengo que decir que eres una mujer intrigante, vivaz y muy hermosa. Seguro que ya lo sabes.


Y diciendo esto se giró y desapareció en la niebla de la noche.



Paula esperó al descanso entre carrera y carrera para salir de la carpa que se había levantado en medio del terreno enlodado de las pistas donde estaba celebrándose la recaudación de fondos para el canódromo de Hidden Valley. El coronel Carlos Lyneham, supervisor de carreras ya jubilado, y además invitado de honor en aquella celebración, había salido a dar una vuelta hacía ya mucho rato y aún no había vuelto por lo que ella decidió salir en su busca. Se agachó para pasar por un hueco abierto en la valla y subió por los escalones de madera que conducían a la tribuna: Miró en la taquilla, en la zona de apuestas y hasta en el estacionamiento, pero el coronel no estaba en ninguna parte. Se dirigió hacia el bar con la esperanza de encontrarlo allí. Al dar la vuelta a la esquina tuvo lo que se dice un déjá vu: El olor a cerveza, polvo y sudor y ella allí de pie buscando a alguien que había perdido. Se puso de puntillas pero en vez del hombre canoso se encontró con unos familiares ojos color avellana en actitud muy risueña.