lunes, 30 de marzo de 2020

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 70

Se levantó de la mesa y se acercó al reproductor de música que la señora Michaels tenía en un rincón. Al encenderlo comenzó a sonar una melodía navideña. Recordó que a Paula no le gustaban las canciones navideñas, pero no parecía importarle, así que dejó puesta esa emisora. La pila de regalos empezó a disminuir y, en algún momento, ella empezó a hablarle de nuevo y a hacerle preguntas sobre los regalos que la señora Michaels y él habían comprado. Pedro salió un momento para ir a buscar más papel de regalo a la habitación de la señora Michaels y, cuando regresó, la encontró tarareando Angels We Have Heard on High con una voz suave y melódica. Se quedó de pie en la puerta, preguntándose qué haría falta para que volviera a cantar. Paula se detuvo abruptamente al notar su presencia y siguió envolviendo un traje nuevo para una de las muñecas de Valentina.

—Has encontrado más papel. Ah, bien. Con eso podremos terminar.

Pedro volvió a sentarse y comenzó a envolver un DVD para Franco.

—Háblame de las Navidades cuando eras pequeño —dijo ella tras unos segundos.

—De acuerdo. No es nada memorable.

—Todo el mundo tiene algún buen recuerdo de la Navidad. Preparar galletas, dar regalos a los vecinos. ¿Cuáles eran tus tradiciones?

—Normalmente teníamos un árbol bonito. El decorador de mi abuela se pasaba un día entero decorándolo. Era realmente bonito —no añadió que a Celina y a él no les permitían acercarse debido a los miles de dólares gastados en adornos de cristal que decoraban las ramas.

—¿Tu abuela?

—Sí. Mis abuelos nos criaron a mi hermana y a mí desde que yo tenía ocho años y hasta que me fui a la universidad.

—¿Por qué?

—Supongo que mi infancia no fue muy feliz, pero me siento estúpido por quejarme. No sé quién era mi padre. Mi madre era una adicta a las drogas que nos dejó a mi hermanastra y a mí con sus padres y desapareció sin dejar rastro. Murió de sobredosis unos tres meses más tarde.

—Oh, no. Lo siento mucho. Menos mal que tenías a tus abuelos para ayudarte a superarlo.

Pedro soltó una carcajada.

—Mis abuelos eran gente muy adinerada e importante en los círculos sociales de Chicago, pero no deseaban cargar con la obligación de criar a los niños de una hija descontrolada de la que se habían distanciado años atrás. Probablemente nos habrían entregado a los servicios sociales si no hubieran tenido miedo de las apariencias. A veces desearía que lo hubieran hecho. No tenían paciencia para dos niños pequeños.

—Entonces mejor aún que te tomes tantas molestias para que tus hijos tengan una Navidad genial —dijo ella—. Te has convertido en el padre que nunca tuviste.

Su fe en él le hacía sentir humilde. Al oír sus palabras, sintió un vuelco en el corazón. Aquello no era simple atracción. Estaba enamorado de ella. ¿Cómo había ocurrido? Tal vez durante el paseo en carro, cuando la había visto con su sobrina Sofía en el regazo, o cuando había salido a la puerta la otra noche, con harina en la mejilla por las pizzas que estaba preparando para los niños. O quizá la primera noche en la clínica, cuando se había arrodillado junto a su perro herido para calmarlo. Ajena a aquella súbita epifanía que él estaba experimentando, Paula colocó un lazo sobre el regalo que estaba envolviendo y retorció los extremos.

—Ya está. Este es el último.

En medio de su sorpresa, Pedro centró su atención en la pila de regalos. La señora Michaels, Paula y él habían conseguido sacar adelante otra Navidad. Paula tenía razón. Era un buen padre, no porque pudiera hacerles muchos regalos, sino porque los quería, porque estaba haciendo lo posible por darles un lugar seguro en el que crecer, porque los trataba con paciencia y respeto.

—Gracias —aquella palabra le parecía insuficiente para todo lo que había hecho por él.

Ella sonrió y se levantó de la mesa. Estiró los brazos por encima de la cabeza para desentumecer los músculos y él tuvo que hacer un gran esfuerzo por no lanzarse sobre ella y devorarla.

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 69

Paula se fijó en la pila de regalos y sonrió.

—Parece que los niños van a tener una Navidad fantástica.

—La señora Michaels se encargó de comprar varios de los regalos, aunque yo compré algunos por Internet. ¿Por dónde empezamos?

—Supongo que será mejor ponernos a ello. Puedo hacerlo yo, si tú tienes otra cosa que hacer.

¿Quería que se marchara? Por un instante estuvo tentado de hacer justo eso, escapar y meterse en otra habitación. Pero eso no solo resultaría grosero, sino que además sería una cobardía.

—No. Hagámoslo. Si lo hacemos juntos, no tardaremos mucho. Puede que tengas que supervisarme un poco.

—Seguro que habrás envuelto algún regalo en tu vida.

Recordó vagamente haber envuelto un regalo para sus abuelos aquella primera Navidad después de que le acogieran. Era un bote para lápices cubierto de macarrones que había fabricado en la escuela. Su abuelo ni siquiera lo había abierto. Había puesto alguna excusa para dejarlo para más tarde. Esa misma noche, al sacar una bolsa llena de papel de regalo usado, había visto el bote en el cubo de la basura, aún sin abrir.

—Puede que lo hiciera cuando era niño. Dudo que mis habilidades hayan mejorado desde entonces.

—¿Cómo puede un hombre llegar a tener treinta y tantos y no saber envolver un regalo?

—Confío en dos inventos realmente útiles. Puede que hayas oído hablar de ellos. El servicio de envoltura de las tiendas y la maravillosa bolsa de regalo.

Ella se carcajeó y Pedro se quedó hechizado con aquel sonido.

—Te propongo una cosa. Yo me encargo de los regalos con formas raras y tú te quedas con las cosas fáciles. Los libros, DVDs y demás formas básicas. Es pan comido. Deja que te lo demuestre.

Durante los minutos siguientes, Pedro tuvo que soportar la tortura de tenerla de pie a su lado, inclinada sobre la mesa.

—El truco de un regalo bien envuelto es asegurarse de tener la cantidad justa de papel. Si es demasiado grande, te sobrará papel. Si es demasiado pequeño, el regalo se verá.

—Tiene sentido —murmuró él.

Era muy consciente de su cuerpo junto a él, pero debajo del deseo físico había algo más profundo, una ternura que le aterrorizaba.

—De acuerdo, después de haber medido el papel, dejando entre dos y cuatro centímetros por todos los lados, subes los lados, uno por encima del otro, y los pegas con cinta adhesiva. Genial. Ahora dobla los bordes de arriba y de abajo en diagonal así… —se lo demostró— y los pegas también. Mejor si usas trozos pequeños de cinta. ¿Lo ves?

En aquel momento habría dicho que sí a cualquier cosa. Olía deliciosamente y solo quería sentarla en su regazo y olerle el cuello durante horas.

—Sí. Claro.

—Después puedes usar cinta para rodear el paquete o pegarle un lazo. ¿No queda genial? ¿Crees que puedes hacerlo solo ahora?

Pedro se quedó mirando el regalo.

—En realidad no —admitió.

—¿Qué parte no has entendido? —preguntó ella con el ceño fruncido—. Me parece que ha sido una demostración estupenda.

—Probablemente. Pero solo he oído la mitad. Estaba demasiado ocupado recordando que tu boca sabe a fresas.

Paula se quedó mirándolo durante unos segundos y después se sentó en una silla situada al otro lado de la mesa.

—Por favor, para —dijo en voz baja.

—Me gustaría. Créeme.

—Hablo en serio. No puedo soportar esto. No es justo. Flirteas conmigo y después me apartas. Por favor. Decídete, por el amor de Dios. No sé qué deseas de mí.

—Yo tampoco —admitió él—. Creo que ese es el problema. No paro de decirme que no puedo tener nada más que amistad en este momento. Entonces apareces tú y hueles muy bien, y nos traes la cena. Y para colmo eres preciosa y no puedo dejar de pensar en besarte de nuevo, en tenerte entre mis brazos.

Ella se quedó mirándolo con los ojos desencajados. Pedro vió en esos ojos algo frágil. Era una mujer vulnerable. Él no era psicólogo, pero tenía la impresión de que se escondía en el rancho porque solo veía debilidad y miedo en ella misma. Veía a una chica de dieciséis años escondiéndose de los asesinos de sus padres. No se veía como una mujer fuerte, poderosa y deseable. Podía hacerle daño, y eso era lo último que deseaba hacer.

—Lo siento. Perdona lo que he dicho. Será mejor que envolvamos los regalos para que puedas volver a casa y dormir un poco.

Tras quedarse mirándolo unos segundos más con aquellos ojos verdes tan abiertos, Paula asintió.

—Sí. No querría estar aquí abajo envolviendo regalos si uno de los niños se despierta y baja a beber agua o algo.

Pedro se entretuvo envolviendo un libro para Valentina. No quedó mal, aunque no tan bien como los regalos de Paula. Tras varios minutos trabajando en silencio, decidió que necesitaba algo como defensa entre ellos.

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 68

Pedro se quedó mirando el teléfono y el mensaje que había escrito, pero que no había enviado. "OK. Ya están dormidos". Debía borrarlo de inmediato y decirle que había cambiado de opinión. Paula Chaves era peligrosa para él, sobre todo a las diez y media de la noche. Pensó en lo guapa que estaba en la fiesta de los Mc Raven. Nada más verla, había querido darle la vuelta, estrecharla entre sus brazos y besarla apasionadamente para que todos supieran que era suya.

—Estoy loco, ¿verdad, Tri?

El chihuahua ladeó la cabeza y pareció reflexionar sobre la pregunta.

—Da igual. Era retórica. No tienes que responder.

Tri dió un ladrido y se subió a su regazo con una agilidad sorprendente para tener tres patas. Pedro volvió a mirar el teléfono y, sin darse tiempo para pensarlo más, envió el mensaje. La respuesta fue casi inmediata, como si hubiera estado esperando. "Voy enseguida". Sintió un vuelco en el pecho y se recordó a sí mismo las razones que le había dado a Paula hacía pocas noches. No estaba preparado para tener una relación. Sus hijos estaban ajustándose al cambio. No podía empezar a salir con una mujer y descuidarlos a ellos. Se dijo a sí mismo que aquella sería la última vez. Aceptaría su ayuda con los regalos y después mantendría la distancia. Había hablado con su contratista durante la fiesta y este le había dicho que la casa estaría lista en unos diez días, justo después de Año Nuevo. Tal vez cuando se mudara podría verlo todo con perspectiva y no pasarse el día entero pensando en ella.

—Sí, estoy loco —le dijo a Tri.

Dejó al perro en el suelo y se dirigió hacia la habitación de la señora Michaels, en cuyo armario estaban escondidos los regalos de los niños. Antes de marcharse, el ama de llaves había envuelto algunos de los regalos. En el armario encontró papel de regalo, cinta y tijeras. Lo llevó todo a la mesa de la cocina. Tras echar un vistazo a la habitación de los niños y asegurarse de que estaban profundamente dormidos, subió y bajó las escaleras varias veces con los regalos sin envolver para dejarlos en la cocina. Justo cuando terminó, advirtió movimiento fuera y vió a Paula acercándose desde su casa a través de la nieve. Llevaba consigo un par de perros y dos enormes bolsas que llamaron su atención. Al acercarse al porche, hizo un gesto con la mano y les dió una orden a los perros. Aunque él no podía oír lo que decía, imaginó que les habría dicho que regresaran a casa. Uno de los perros se alejó alegremente seguido del otro, que avanzaba más despacio. Después Paula se dió la vuelta, subió los escalones del porche y llamó a la puerta.

—Hola —dijo en voz baja, probablemente para no despertar a los niños.

—Hola —murmuró él, y fue consciente de la intimidad de la noche. Con el fuego crepitando en la chimenea del salón y la nieve cayendo fuera, sería fácil cometer el error de pensar que estaban allí solos, apartados del resto del mundo.

Tri la recibió olisqueándole las botas y ella le sonrió.

—Hola, amigo, ¿Cómo estás?

—¿Qué es todo esto? —preguntó Pedro señalando las bolsas de la compra.

—La cena de Navidad. Se me van a caer los brazos si no dejo las bolsas. ¿Puedo dejarlo en la cocina?

—Claro. ¿A qué te refieres con la cena de Navidad?

—No es gran cosa. Teníamos un jamón de sobra y siempre tenemos puré de patatas en el congelador. Solo has de añadir un poco de leche cuando lo recalientes en el microondas. Por otra parte siempre preparo demasiado pastel, así que te he traído uno. Sin la señora Michaels, no sabía si tendrías tiempo para pensar en preparar algo para tus hijos y para tí.

¿Se había tomado tantas molestias? Le resultaba asombrosa su consideración y no sabía bien qué decir.

—Gracias —consiguió responder—. Vaya. En serio, gracias.

—De nada —dijo ella con una sonrisa que le dejó sin aliento—. ¿Lo pongo en la nevera?

—Eso sería genial —contestó él mientras agarraba las bolsas.

Se pasó un rato sacando cosas de las bolsas. No era solo jamón y puré de patatas. Paula le había llevado también un tarro de mermelada casera de fresas, masa de pan congelada con instrucciones para el horneado, e incluso un queso y una caja de galletas saladas. Estaba seguro de que se le habría ocurrido algo que darles de cenar a los niños, pero el hecho de que ella se hubiera tomado la molestia de pensar en ello le resultaba conmovedor.

—¿Empezamos a envolver los regalos?

En aquel momento Pedro no estaba seguro de poder pasar cinco minutos con ella, pero no podía echarla de la casa después de haber ido hasta allí, y encima con la cena de Navidad.

—Lo he bajado todo, incluyendo todo el papel de regalo que he encontrado.

—Perfecto.

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 67

—¿Por qué lo dices?

—Odias la Navidad, pero no quieres decepcionar a tu sobrina de ningún modo. Eso me resulta asombroso. La quieres mucho, ¿Verdad?

—Así es. Es la hija que probablemente nunca tendré.

—¿Por qué no? Eres joven. ¿Qué te hace pensar que no tendrás una familia algún día?

Quiso decirle que tenía miedo de estar enamorándose de un veterinario que había dejado claro que no quería tener una relación, pero sabía que no podía hacer eso.

—Algunas mujeres estamos destinadas a ser tías favoritas, supongo.

Antes de que Pedro pudiera responder a algo que, sin duda, había sonado patético, Paula se apresuró a cambiar de tema.

—¿Necesitas ayuda con los regalos de los niños? Puedo pasarme esta noche cuando se hayan acostado y ayudarte a envolverlos. No creo que tardemos mucho. Una hora como mucho.

Pedro se quedó mirándola y después negó con la cabeza.

—No creo que sea necesario. Probablemente me las apañaré. O dejaré todo sin envolver. No será el fin del mundo.

Otro rechazo. Paula estuvo a punto de suspirar. Ya debería haberse acostumbrado. En esa ocasión solo le había ofrecido su ayuda, pero al parecer ni siquiera deseaba eso de ella.

—No hay problema. No querría presionarte.

—Esa es mi frase. No quiero que te sientas obligada a venir a medianoche para envolver los regalos de un padre inepto.

—¡No lo había visto de ese modo! —exclamó ella—. Solo quería… ya sabes. Aliviar un poco tu preocupación.

—En ese caso, de acuerdo. Este año todo es una locura, con la casa alquilada y sin la señora Michaels. Probablemente deba intentar mantener el resto de nuestras tradiciones navideñas. Papá Noel siempre ha envuelto los regalos. Seguro que a Franco no le importará, pero Valentina lo verá como otro fracaso por mi parte si no hago las cosas como ella está acostumbrada —hizo una pausa y se quedó mirándola—. Creo que mi deuda contigo crece y crece sin parar.

—Los amigos no llevan la cuenta de esas cosas, Pedro.

Como al parecer eso era lo único que llegarían a ser nunca, al menos sería la mejor amiga que hubiera tenido jamás.

—Gracias.

Decidió entonces que no podía quedarse allí sentada conversando con él. No cuando deseaba mucho más.

—Oh, ahí están Brenda y David. Le prometí a Brenda que hablaría con ella sobre el menú de la cena de Navidad. Debería ir a hacerlo. ¿Me disculpas?

—Claro —contestó él poniéndose en pie.

—Hablo en serio con lo de ayudarte con los regalos. ¿Por qué no me llamas cuando los niños se hayan acostado y me acerco?

—Debería negarme. Es algo que probablemente debería poder hacer yo solo, pero la verdad es que agradezco tu ayuda.

Paula sonrió, haciendo un esfuerzo por ocultar cualquier señal de anhelo por su parte, y se alejó de él. Tenía veintisiete años y acababa de descubrir que tenía una vena masoquista. ¿Por qué si no seguiría metiéndose en situaciones que le causarían más dolor?

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 66

—Abril nos lo ha rogado este año. Venían sus primos y casi todas sus amigas.

Antes de que él pudiera responder, alguien la empujó por detrás. Se tambaleó sobre sus botas de tacón y se habría caído al suelo si Pedro no la hubiera agarrado. Durante unos segundos se quedaron mirándose el uno al otro y ella vió el calor y el deseo en sus ojos. De pronto el ruido de la multitud se esfumó, como si alguien hubiera bajado el volumen de golpe, y solo fue consciente de Pedro. De sus brazos fuertes rodeándola, de sus ojos mirándola con deseo y algo más que no podía identificar.

—Oh, lo siento mucho. ¿Estás bien, querida?

Paula reconoció la voz de Cecilia Montgomery y se dió cuenta de que la mujer del alcalde, y madre de los Dalton, debía de ser la que se había chocado con ella. Aún sin aliento, y agradecida por haber dejado el plato en la mesa antes del empujón, consiguió salir de entre los brazos de Pedro y darse la vuelta.

—Estoy bien. No hay problema.

Cecilia sonrió inocentemente, pero a Paula le pareció ver un brillo malicioso en sus ojos. Genial. Pedro y ella no podrían estar tranquilos ahora que sus amigas habían decidido que estaban destinados a acabar juntos. Se preguntó si debería advertirle, pero decidió que eso resultaría demasiado incómodo.

—Esto es una locura —comentó Pedro—. He visto algunas sillas junto a las puertas de cristal que dan a la piscina, por si estás buscando un lugar donde sentarte.

—Claro —contestó ella, agarró su plato y un vaso de agua y se alejó con él hacia las sillas.

—¿Dónde están los niños?

—En la piscina. ¿Dónde si no? —Pedro señaló a través de las puertas de cristal y ella vió a Franco jugando en el agua con Agustín, el hijo de Laura. Valentina estaba con un grupo de chicas, incluyendo a Abril y a Gabi.

—Iván se ha ofrecido a echarles un ojo para que yo pudiera ir a comer algo, ya que estaba vigilando a Agustín y a Sofía de todos modos. Pensé que estarían a salvo con el jefe de bomberos como socorrista.

Se quedaron en silencio y ella se dedicó a mordisquear un canapé que sabía a calabaza y canela.

—¿Estás preparado para la Navidad? —preguntó al fin cuando el silencio se volvió incómodo.

—No. En absoluto —respondió él con cierto pánico en la voz—. Debería estar en casa envolviendo regalos ahora mismo. No sé cómo se hace. Mi esposa solía encargarse de esos detalles, y después pasó a ocuparse la señora Michaels. Tal vez les diga a los niños que Papá Noel ha decidido no envolver los regalos este año y los deje debajo del árbol sin más.

—¡No puedes hacer eso! ¡El misterio y la anticipación de desenvolver los regalos es parte de la magia!

Él arqueó una ceja.

—Y lo dice una mujer que querría olvidarse por completo de las Navidades.

—El hecho de que no disfrute particularmente con la Navidad no significa que no sepa qué es lo que hace que el día sea perfecto, sobre todo para los niños — protestó Paula—. Los regalos de Abril llevan envueltos y escondidos desde Acción de Gracias.

Pedro se quedó mirándola durante unos segundos y después negó con la cabeza.

—Eres extraordinaria.

viernes, 27 de marzo de 2020

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 65

—No me ofendo —contestó la cuñada de Paula—. Estoy de acuerdo.

—Es una idea brillante —dijo Belén—. ¿Ves? ¡Eres perfecta para él!

Paula empezaba a ver que la situación se le iba de las manos, porque todo el pueblo iba a ponerse a intentar emparejarla con Pedro. Eso sería una pesadilla.

—Creo que deberían darle un respiro a Pedro y dejar que se instale en Pine Gulch antes de intentar buscarle pareja. El pobre hombre ni siquiera ha podido mudarse aún a su nueva casa.

Pero pronto lo haría. La casa que se estaba haciendo estaría terminada después de las fiestas, y los niños y él abandonarían entonces el rancho. La idea de no ver las luces en las ventanas de la casa del capataz le produjo una terrible sensación de pérdida. Se imaginó el resto del invierno como algo largo y vacío. No solo el invierno. Los meses y los años que quedaban por llegar. Los echaría tremendamente de menos. ¿Cómo podría vivir en Pine Gulch sabiendo que Pedro estaba cerca, pero fuera de su alcance? Tal vez hubiera llegado el momento de tomar un camino diferente. Probablemente pudiera encontrar trabajo en otra parte. Separarse de su familia resultaría doloroso, pero no sabía qué le dolería más; marcharse o quedarse.

—Solo amigos, ¿Eh? Es una pena —contestó Magdalena Dalton con un suspiro pesaroso—. ¿No crees que, si lo intentaras, podrías despertar su interés? Quiero decir que el tipo está muy bueno.

Sí, era muy consciente de ello. El problema no era lo atractivo que Pedro Alfonso le pareciera. Él no sentía lo mismo por ella y no había nada que pudiera hacer al respecto. De pronto le dieron ganas de llorar allí mismo, delante de todas sus amigas, las cuales tenían la suerte de estar casadas con unos hombres maravillosos que las querían mucho.

—Te sorprendería saber con qué frecuencia una amistad se convierte en algo más —dijo Emilia—. El doctor Alfonso sí que parece un buen hombre. No tenemos tantos hombres disponibles en Cold Creek, además de los que vienen con las motos de nieve o a pescar. Tal vez deberías pensar en descubrir si quiere que seáis algo más que amigos.

Paula sintió las lágrimas quemándole detrás de los párpados. Ir a esa fiesta había sido una mala idea. Si hubiera sabido que iba a enfrentarse a un sinfín de casamenteras, se habría quedado escondida en su habitación.

—No, ¿De acuerdo? No lo hagan. Pedro y yo somos amigos. Nada más. No todo el mundo está destinado a vivir feliz para siempre como vosotras. ¿Tan difícil es de creer que me guste mi vida tal y como está? Quizá a Pedro también le guste. Dejenlo, ¿De acuerdo?

Sus amigas se quedaron mirándola con la boca abierta y Paula se dió cuenta de que su vehemencia les había sorprendido. Normalmente no era tan firme. Ahora empezarían a preguntarse por qué aquel sería un tema tan delicado para ella. Y además Laura sabía que Pedro y ella se habían besado. Esperaba que su adorada cuñada decidiera no mencionar ese pequeño detalle delante del resto de mujeres.

—Tengo que llevar uno de mis pasteles a la mesa de los postres —agregó—. ¿Qué me dices de esa bandeja, Emilia? ¿Está lista para sacarla?

—Eh, claro —su amiga le entregó las galletas sin decir nada más.

Paula escapó de la cocina sintiendo las miradas de todas ellas clavadas en su espalda. La fiesta estaba llena de gente y había mucho ruido. A pesar del tamaño, tener a cien personas, muchas de ellas niños, metidas en la casa no daba opción a mantener una conversación tranquila y relajada. Varios vecinos y amigos la saludaron de camino a las mesas de la comida. Ella intentó sonreír y hablar con ellos durante unos segundos, pero después puso la excusa de los pasteles. Las mesas estaban llenas de todo tipo de platos suculentos, como había imaginado. No tenía mucho apetito, pero llenó un plato con algunos aperitivos, más que nada por tener algo en la mano.

—Tiene buena pinta. ¿Sabes lo que son?

Al oír aquella voz profunda, se dió la vuelta y el corazón le dió un vuelco. ¿Cómo había podido no darse cuenta de que Pedro se acercaba?

—No estoy segura. Analía es famosa por sus rollos de espinacas, así que espero que sea eso. Debería decirle que ponga carteles para que sepamos lo que comemos.

Pedro sonrió y ella quiso quedarse mirándolo un buen rato.

—No sabía que fueses a venir a la fiesta de los McRaven —agregó ella—. Es una leyenda aquí.

—La señora McRaven nos invitó cuando trajeron a su perro Fido la semana pasada. Al parecer se había tragado una pieza de LEGO, pero el problema… eh, salió. Pensé que venir a la fiesta sería una buena manera de conocer a los vecinos. ¿Qué me dices de tí? No esperaba verte aquí. Es difícil escapar del espíritu navideño en una fiesta así.

¿Pedro se había preguntado si asistiría a la fiesta? No sabía si deseaba saberlo.

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 64

—Los dejaré cerca de la puerta e iré a buscar estacionamiento —dijo Federico.

Paula quiso decirle que no, pero, como llevaba puestas sus botas negras de tacón alto, no dijo nada.

—¿Quieres que lleve uno de los pasteles? —preguntó Abril.

—Tú llevas las cosas de baño. Puedo yo —respondió ella.

Como imaginaba, la entrada de la casa de los McRaven estaba hermosamente decorada con guirnaldas de luces parpadeantes. Había también tres árboles decorados con luces. La puerta se abrió antes de que pudieran llamar y apareció Analía McRaven.

—¡Oh, Paula! ¡Has venido! Pensé que nunca llegaría el día en el que podríamos convencerte para que vinieras a nuestra fiesta de Navidad.

Walter apareció junto a ella en la puerta y les dedicó una amplia sonrisa. No se parecía en nada al hombre frío que recordaba que había llegado al pueblo cinco años atrás.

—Paula, me alegro de verte —le dio un beso en la mejilla antes de rodear a su esposa con un brazo—. ¡Y has traído comida!

—¿Dónde quieren que deje los pasteles?

—¿Además de en mi estómago? —preguntó Walter—. Tienen muy buena pinta. Seguro que hay sitio en la mesa de los postres. ¿Qué estoy diciendo? Siempre hay sitio para un pastel.

—Te ayudaré —dijo Jenna mientras agarraba uno de los pasteles—. Walter, ¿Quieres decirle a Abril dónde puede ponerse el traje de baño?

—Ya lo llevo puesto —anunció Abril.

—Bien pensado —contestó Walter—. Pues entonces te mostraré dónde puedes dejar tus cosas.

Se marcharon y Analía condujo a Paula en dirección contraria hasta llegar a la cocina, donde se encontraba ya al menos una docena de sus amigas.

—¡Hola, Paula! —le dijo Emilia Cavazos con una sonrisa mientras colocaba algo de chocolate en una bandeja.

—Hola, Emi.

Allí no había nada por lo que preocuparse, pensó. Adoraba a aquellas mujeres y se reunía con ellas frecuentemente en diversos actos sociales. Podría fingir que aquella era una de sus fiestas habituales.

—¿Saben? Paula sería perfecta para lo que estábamos hablando antes — comentó Magdalena Dalton.

—¿Para qué? —preguntó ella con desconfianza. Con las mujeres de Cold Creek había que tener cuidado.

—Todas nos hemos fijado en el nuevo veterinario; un atractivo viudo con dos hijos adorables —explicó Jenna—. Estábamos intentando pensar en alguien a quien pudiéramos presentarle sutilmente.

—Ya nos conocemos —contestó ella. «Y nos hemos besado», agregó mentalmente, aunque decidió guardarse esa información.

Belén Dalton, casada con el mayor de los Dalton, Sergio, ladeó la cabeza y se quedó mirándola.

—¿Sabes, Magda? Creo que tienes razón. Es perfecta para él.

—¿Lo soy?

—¡Sí! A los dos les gustan los animales y se os dan bien los niños.

—Tenemos que encontrar la manera de juntarlos —intervino Emilia, la muy traidora.

—Gracias, pero no es necesario —se apresuró a responder ella—. Como ya he dicho, el doctor Alfonso y yo nos conocemos. Trató a un perro mío que estaba herido hace unas semanas. Y, por si no lo saben, actualmente está viviendo en la casa del capataz del River Bow.

—Oh. No sabía que los niños y él se hubieran ido del hotel —comentó Juana Boyer Dalton, directora de la escuela de primaria—. Me alegra que no pasen ahí las Navidades. No te ofendas, Laura.

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 63

Tres días más. Paula podría sonreír, charlar y fingir que le gustaba la Navidad durante tres días más. Menos de tres en realidad. Dos y medio. Era domingo por la noche, el día antes de Nochebuena. Le quedaba esa noche, Nochebuena y después Navidad. Después podría olvidarse de otras Navidades más. De acuerdo, eso no incluía la semana previa a Año Nuevo, pero no iba a pensar en eso. Cuando pasaba el día de Navidad en sí, normalmente lograba relajarse y disfrutar del resto de las fiestas y del tiempo que pasaba con su familia. Por el momento tendría que sobrevivir a aquella noche en particular. Salió de su dormitorio con sus mejores pantalones negros y una blusa de seda blanca que solo se había puesto en una ocasión, en la cena anual de ganaderos de hacía unos años. Como complemento llevaba un collar triple de cuentas de cristal que había comprado en una feria de artesanía aquel verano. Eso era todo lo elegante que podía ponerse. ¿Sería demasiado? ¿O quizá no? No le gustaba tener que elegir el vestuario para las fiestas, y menos para aquella. Desearía poder quedarse en casa con un gran cuenco de palomitas y ver algo en televisión que no fuera un especial navideño. Todos los años encontraba una excusa para no ir a la fiesta que Walter y Analía McRaven celebraban en su casa de Cold Creek, pero ese año Abril les había rogado una y otra vez a Federico y a ella. Finalmente su hermano se había resignado a su destino y había accedido a ir. Aunque sabía que era ridículo, Paula se había sentido obligada a ir con ellos. No le entusiasmaba la idea de la fiesta, salvo por la comida. Analía era una cocinera excelente y organizaba eventos por todo el condado. Sin embargo su amiga solía excederse un poco en Navidad. A su marido también le pasaba. Su casa estaba decorada hasta el más mínimo detalle en Navidades, y a la pareja le encantaba celebrar fiestas para sus familiares y amigos. Se dijo a sí misma que podría hacerlo. Le quedaban menos de setenta y dos horas. Con eso en mente, se dirigió hacia la cocina para recoger los dos pasteles de manzana que había horneado esa mañana y encontró allí a Abril y a Federico.

—¡Oh, estás preciosa, tía Paula! —exclamó Abril.

—Es cierto, hermanita —convino Federico con una de sus escasas sonrisas—. Demasiado elegante para ir con nosotros.

Su hermano llevaba una camisa y una de sus corbatas favoritas, mientras que Abril llevaba sus mejores vaqueros y un jersey que habían comprado en Jackson la última vez que habían ido de compras juntas. Por el cuello del jersey, Paula vió que asomaban las tiras de su traje de baño.

—¿Vas preparada para nadar?

Los McRaven tenían la única piscina privada interior de todo el pueblo y era un éxito entre los niños de la zona. Abril levantó de la mesa una bolsa de redecilla.

—Lo tengo todo aquí. Estoy deseándolo. He oído que es una piscina increíble. Eso es lo que me han contado Rocío y Clara. Espero que Kevin Wheeler no se ponga muy pesado. Puede llegar a ser una lata.

Kevin era el hijo del primer matrimonio de Analía, que había terminado con la trágica muerte de su marido varios años atrás. Walter McRaven los había adoptado a él, a sus dos hermanos mayores y a su hermana pequeña tras casarse con Analía. Ahora tenían un bebé en común.

—¿Estamos todos listos?

—¡Yo sí! —exclamó Abril antes de ponerse el abrigo.

—Estoy todo lo lista que puedo estarlo —murmuró Paula.

Federico le dirigió una mirada compasiva mientras levantaba uno de los pasteles para llevarlo al coche. Al acercarse a la casa, vieron que había coches estacionados a ambos lados de la entrada. Parecía que medio pueblo estuviera dentro de la casa. Reconoció el coche de David y la camioneta de Iván. Aparentemente, incluso habiendo cancelado la cena familiar de los domingos por una ocasión especial, los Chaves no podían estar separados.

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 62

¿Qué podía decir Paula a eso? Él tenía razón, sus hijos habían pasado por muchos cambios en poco tiempo. Lo último que ella deseaba era hacer daño a Valentina y a Franco. Eran niños estupendos y les tenía cariño. Esa misma tarde creía haber tenido un acercamiento con Valentina al ayudarla a montar uno de los caballos más tranquilos en el redil de prácticas. Pedro era el padre de los niños. Si sentía que una relación entre ellos iba a ser perjudicial para los niños, ¿cómo podría ella discutirle eso? Tenía obligaciones más importantes que sus propios deseos y necesidades. Ella debía aceptar eso a pesar de que fuera doloroso. Para su vergüenza, sintió el ardor de las lágrimas. ¡Ella nunca lloraba! Desde luego no recordaba haber llorado nunca por un hombre. No desde aquel idiota de Ezequiel Spencer cuando tenía dieciséis años. Respiró profundamente un par de veces para lograr contener las lágrimas. No se atrevió a hablar hasta que estuvo segura de que no le temblaría la voz.

—Me alegra que estemos en el mismo punto —dijo con un tono de despreocupación que no sentía—. Yo no estoy buscando una relación ahora mismo. Esta atracción que hay entre nosotros es… inconveniente, sí, pero ambos somos adultos. Podemos ignorarla durante el poco tiempo que vivas en el rancho. Después, no será un problema. ¿Con qué frecuencia tendré que llevar a uno de los perros al veterinario? Apenas nos veremos cuando te mudes a tu nueva casa.

En vez de tranquilizarle con su despreocupación, sus palabras parecieron preocuparle más. Pedro frunció el ceño y se quedó mirándola fijamente.

—Paula… —comenzó a decir, pero Abril entró en la cocina antes de que pudiera terminar la frase.

—¿Seguís haciendo pizza? ¡Hace mucho calor en esta cocina!

Era la verdad, pensó Paula.

—Ni siquiera habéis venido a ver el programa con nosotros y ahora ya casi ha terminado.

—¿Has dejado el programa antes de que terminara? —preguntó Paula.

—Franco quería más zarzaparrilla. Le he dicho que yo me encargaba.

—Creo que Franco ya ha tomado toda la zarzaparrilla que le corresponde por esta noche —dijo Pedro—. ¿Y si lo cambiamos por agua? Si se queja, dile que el ogro de su viejo ha dicho que no.

—Claro, doctor Alfonso —dijo Abril con una sonrisa—. Como si alguien fuese a pensar que es un ogro. O un viejo.

—Te sorprendería —murmuró él.

—¿Por qué no ves el resto del programa con los niños? —le preguntó Paula.

—¿Y tú?

—Yo tengo que encargarme de algunas cosas aquí. Después iré.

Tras unos segundos de reticencia, Pedro asintió.

—Puedo llevarle el agua a Franco, si quieres —le dijo a Abril, la cual le entregó la taza y le guió hacia la sala de la televisión.

Cuando se quedó sola, Paula se dejó caer en una de las sillas junto a la mesa de la cocina y se contuvo de llevarse las manos a la cabeza. Estaba volviéndose una idiota con Pedro. Solo con dirigirle esa sonrisa encantadora, sentía que su cuerpo se encendía por dentro y deseaba lanzarse a sus brazos. Lo peor era que estaba desarrollando sentimientos hacia él. ¿Cómo no iba a hacerlo? Pensó en él con Sofía durante la cena y se le derritió el corazón. Tenía que ponerle fin a aquello o acabaría con el corazón destrozado. Él no quería una relación. Lo había dejado claro en dos ocasiones. No deseaba lo que ella pudiera ofrecerle, y sería tonta si se permitía olvidarlo, aunque fuera por un segundo. Sí, podría lograrlo. Unas pocas semanas más y saldría de su vida. Durante esas semanas, tendría que esforzarse por proteger sus sentimientos. Pedro y sus hijos podrían atravesar sus defensas y llegarle al corazón casi sin proponérselo. Tendría que hacer todo lo posible por evitar que eso pasara, por duro que pudiera ser.

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 61

Terminó de recorrer la distancia que los separaba y rozó sus labios una vez, dos veces, tres veces. Podría haber encontrado la fuerza para parar, pero ella susurró su nombre y le agarró de la camisa con ambas manos. Entonces no le quedó más remedio. Paula sabía a zarzaparrilla, vainilla y menta. Delicioso. Se olvidaba de todo cuando estaba entre sus brazos; del cansancio, de la música que no cantaba, de los niños de la otra habitación. Lo único en lo que podía pensar era en ella. Se sentía bien estando allí. No podría haberlo explicado, pero era como si, con cada segundo que pasara, un rincón vacío y oscuro de su interior fuese llenándose de luz.

Paula pensaba que su primer beso había sido fantástico. Pero aquel superaba al primero. La reacción física era la misma, calor instantáneo y un deseo insaciable. Pero esa primera vez apenas lo conocía. Ahora no solo estaba besando al veterinario sexy que le había salvado la vida a Luca. Estaba besando al hombre que trataba a Sofía con ternura, al que se esforzaba en preparar una buena pizza, al que le escuchaba hablar de su pasado sin juzgarla. Estaba besando a Pedro, el hombre del que estaba enamorándose. Le rodeó con los brazos para absorber cada momento de aquel beso. Se besaron durante varios segundos, hasta que él deslizó la mano por debajo de su camiseta y empezó a acariciar su cintura con los dedos. Podrían haber seguido besándose en la cocina durante mucho tiempo, pero de pronto los niños se rieron con fuerza de algo que habían visto en la televisión y Pedro se puso rígido, como si alguien le hubiera metido nieve por dentro de la camiseta. Se apartó de ella.

—Tenemos que dejar de hacer esto —dijo con voz rasgada y la respiración entrecortada.

—¿Tenemos?

—Sí. No estoy siendo justo contigo, Paula.

Algo en su voz hizo que regresara a la realidad, tomó aliento y se apartó también.

—¿En qué sentido? —preguntó ella.

—Por mucho que te desee, no puedo tener una relación ahora mismo. No estoy preparado, los niños no están preparados. Les he cambiado demasiadas cosas en muy poco tiempo. Un nuevo pueblo, un nuevo colegio, un nuevo trabajo. Dentro de poco una nueva casa. No puedo añadir otra mujer a la combinación.

miércoles, 25 de marzo de 2020

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 60

—Te habrían disparado de haber sabido que estabas aquí.

—Quizá.

—Nada de «quizá». ¿Crees que lo habrían dudado por un momento?

—No sé. Cuando al fin oí que se marchaban, esperé varios minutos más para asegurarme de que no regresaban. Después salí para llamar a la policía. Para entonces, ya era demasiado tarde para mi madre. Apenas aguantaba cuando llegó Iván con el resto de paramédicos. Tal vez, si hubiera llamado antes, no habría perdido tanta sangre.

Ahora todo tenía sentido. El vínculo entre los hermanos ocultaba un dolor profundo. ¿Sería esa la razón por la que Paula seguía en el rancho después de todos esos años? ¿Se habría quedado allí por la culpa, escondida metafóricamente en la despensa? ¿Sería ese el motivo por el que ya no cantaba?

—No fue culpa tuya. Es algo horrible, y más para que le ocurra a una chica joven.

—Supongo que ahora entiendes por qué no me gusta mucho la Navidad. Lo intento, por el bien de Abril. Ella ni siquiera había nacido por entonces. No me parece justo hacer que se pierda la diversión de las fiestas navideñas por la muerte de gente a la que no conoce.

—Lo entiendo.

En ese momento Paula apartó la mano de él y se levantó para llevar su plato al fregadero. Aunque Pedro notaba que estaba intentando poner distancia entre ellos de nuevo, agarró su plato también y fue detrás de ella. Paula pareció sorprendida.

—Oh, gracias. No tenías por qué. Eres un invitado.

—Un invitado que te debe mucho más que el tiempo que se tarda en recoger unos pocos platos —respondió él antes de regresar a la mesa para recoger el resto de platos, servilletas y vasos que los niños habían dejado.

Después agarró un trapo y comenzó a secar los pocos platos que había en el escurridor junto al fregadero. Aunque pareció que ella iba a decir algo, no lo hizo, y ambos pasaron unos minutos trabajando en silencio.

—A mi madre le gustaban mucho las Navidades —dijo Paula cuando casi habían terminado de lavar los platos—. A mi padre también. Creo que eso hace que sea más difícil. Mi madre decoraba la casa incluso antes de Acción de Gracias y se pasaba el mes horneando. Creo que a mi padre le hacía más ilusión que a nosotros. Cantaba villancicos con todas sus fuerzas. Durante todo el mes de diciembre, después de que hubiéramos hecho los deberes, nos reunía en torno al piano de cola que hay en la otra habitación para que cantásemos con él. El escaso talento musical que pueda tener yo lo he heredado de él.

—Me gustaría oírte cantar —dijo él.

—Te dije que ya no canto.

—¿Y crees que a tus padres les gustaría eso?

—Lo sé. Me digo lo mismo todos los años. Mi padre en particular se sentiría muy decepcionado conmigo. Me miraría con aquellas cejas pobladas y me diría que la música es la medicina para los corazones rotos. Era lo que solía decir. O citaba a Nietzsche: «Sin música, la vida es un error». Racionalmente lo sé, pero a veces lo que entendemos en nuestra cabeza no tiene nada que ver con lo que sentimos en nuestro corazón.

—A mí me lo vas a decir —murmuró él.

Ella lo miró con curiosidad y apoyó una cadera en la isla de la cocina. Pedro sabía que debía mantener la boca cerrada, pero sin poder evitarlo le salieron las palabras.

—Mi cabeza me dice que volver a besarte es una idea completamente ridícula.

Ella se quedó mirándolo con los ojos muy abiertos y los labios ligeramente separados.

—¿Y tu corazón tiene otra idea? Eso espero.

—Los niños… —dijo él.

—… están entretenidos viendo un programa y sin prestarnos ninguna atención.

Pedro dió un paso hacia delante, casi en contra de su voluntad.

—Esto que hay entre nosotros es una locura.

—Absolutamente —convino ella.

—No sé qué me pasa.

—Probablemente lo mismo que a mí —murmuró ella.

También dió un paso hacia delante, hasta quedar a escasos centímetros de distancia. Tenía que besarla. Le parecía inevitable.

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 59

Paula dejó el tenedor junto a su porción de pizza y él volvió a sentirse culpable por interrumpir su cena con un tema tan trágico. Quiso decirle que no terminara, que no necesitaba saberlo, pero temía sonar más estúpido aún. Además, sentía que una parte de ella necesitaba contárselo.

—Es muy estúpido. Yo era una niña estúpida, egoísta y tonta de dieciséis años. Mi novio, Ezequiel Spencer, el muy imbécil, acababa de romper conmigo esa mañana. Quería salir con mi mejor amiga, aunque parezca un cliché. Y Sabrina Beth lo había deseado desde que empezamos a salir. Y decidió que salir con el capitán del equipo de fútbol y presidente del coro era más importante que la amistad. Por entonces yo estaba segura, como cualquier chica de dieciséis años, de que se me había roto el corazón en mil pedazos.

Pedro intentó imaginársela con dieciséis años, pero no pudo. ¿Sería porque aquel trágico evento la habría transformado drásticamente?

—Lo peor era que Ezequiel y yo debíamos hacer un dueto en el concierto del coro. Merry Christmas, Darling. No podía hacerlo. Simplemente no podía. Así que les dije a mis padres que creía que me había sentado mal la comida. No creo que me creyeran, pero ¿Qué otra cosa podían hacer cuando les dije que vomitaría si tenía que subir al escenario aquella noche? Accedieron a quedarse en casa conmigo. Ninguno de nosotros sabía que sería un error fatal.

—Era imposible que lo supieras.

—Racionalmente lo sé, pero aun así es fácil culparme a mí misma.

—Fácil, tal vez, pero no es justo para una chica de dieciséis años con el corazón roto.

Ella le miró sorprendida, como si no hubiera esperado que mostrara comprensión alguna. ¿Acaso le creía tan imbécil como a Ezequiel Spencer?

—Lo sé. No fue culpa mía. Es solo que… a veces me siento así. Ocurrió justo aquí. En la cocina. Desconectaron el sistema de seguridad y entraron por la puerta de atrás. Mi madre y yo estábamos aquí cuando les oímos fuera. Yo les ví las caras un instante a través de la ventana antes de que mi madre me empujara hacia la despensa y me ordenara que me quedara allí. Pensé que iba a entrar detrás de mí, así que me escondí debajo de la estantería más baja para dejarle espacio. Pero volvió a salir y fue en busca de mi padre.

Se quedó callada y él no supo qué decir ni qué hacer para borrar el tormento de su mirada. Finalmente se limitó a colocar la mano sobre la suya. Ella le dirigió otra de sus miradas de sorpresa y dió la vuelta a la mano, de modo que sus palmas quedaron unidas y sus dedos entrelazados.

—Los hombres le ordenaron que se tumbara en el suelo y… yo les oí discutir. Con ella y entre ellos. Uno quería marcharse, pero el otro dijo que era demasiado tarde, que ella ya les había visto. Y entonces entró mi padre. Debió de apuntarles con uno de sus rifles de caza. Yo no veía nada desde el interior de la despensa, pero oí dos disparos. La policía dijo que mi padre y uno de los ladrones debieron de dispararse al mismo tiempo. El otro tipo resultó herido. Mi padre… murió al instante.

—Oh, Paula.

—Después de eso, todo fue una locura. Mi madre estaba gritándoles. Agarró un cuchillo de la cocina y fue tras ellos y… el muy bastardo le disparó. Tardó… un rato en morir. Yo oía su respiración mientras los ladrones recorrían la casa llevándose las obras de arte que querían. Debieron de hacer al menos cuatro o cinco viajes fuera de la casa antes de marcharse al fin. Yo me quedé dentro de la despensa y no hice nada. Intenté ayudar a mi madre en una ocasión, pero me obligó a volver a entrar. No sabía qué otra cosa hacer. Debería haberle ayudado. Tal vez podría haber hecho algo.

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 58

—¿Qué les ocurrió a tus padres?

Las palabras le salieron más bruscamente de lo que había pretendido. Al parecer a ella también le sobresaltaron. Estuvo a punto de dejar caer la pizza al suelo, pero logró llevarla hasta la mesa con ambas manos.

—Vaya. Eso sí que no me lo esperaba.

—No es asunto mío. No tienes por qué contármelo. Es solo que me lo estaba preguntando. Perdona.

Paula suspiró mientras agarraba el cortapizzas y empezaba a cortarla.

—¿Qué es lo que has oído?

—Nada. Solo lo que has dicho tú, que no es mucho. Imagino que es algo trágico. ¿Un accidente de coche?

—No fue un accidente de coche —respondió ella tras servir una porción de pizza a cada uno—. A veces desearía que hubiera sido algo tan directo como eso. Habría sido más fácil.

Pedro dió un mordisco a la pizza y los sabores se mezclaron en su lengua, aunque apenas les prestó atención, atento como estaba a su respuesta. Paula dió un mordisco también a su porción y dió un trago de zarzaparrilla antes de seguir hablando.

—No fue ningún accidente —dijo—. Fueron asesinados.

Eso sí que no se lo habría imaginado nunca, menos en un pueblo tranquilo como Pine Gulch.

—¿Asesinados? ¿En serio?

Ella asintió.

—Lo sé. A mí tampoco me parece real. Han pasado ya once años y no sé si alguno de nosotros lo ha superado realmente.

—Tú debías de ser muy pequeña.

—Tenía dieciséis años.

—¿Fue alguien que conocían?

—No sabemos quién los mató. Esa es una de las peores cosas. Sigue sin resolver. Sabemos que fueron dos hombres. Uno moreno y uno rubio, de veintimuchos años.

Paula apretó los labios mientras bebía. Y él se maldijo a sí mismo por haber sacado un tema tan doloroso.

—No eran de Pine Gulch —continuó ella—. Eso sí lo sabemos. Pero no dejaron huellas ni otras pistas. Solo tenemos la declaración de un testigo.

—¿Cuál fue el motivo?

—Robo. Todo fue culpa de la codicia. Mis padres tenían una gran colección de arte. Sé que viste el cuadro del comedor el otro día y probablemente pensaste que nuestra madre era una artista brillante. También tenía amigos cercanos en el mundodel arte que le hacían regalos o le vendían las obras rebajadas. Sucedió pocos días antes de Navidad. Mañana hace once años. Ninguno de mis hermanos vivía en casa por entonces, solo estaba yo. Federico estaba trabajando en Montana. David estaba en el ejército e Iván tenía un departamento en el pueblo. Aquella noche se suponía que no debía haber nadie en casa. Yo tenía un concierto de Navidad esa noche en el instituto, pero… estaba enferma. O eso fue lo que dije.

—¿No lo estabas?

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 57

—Tengo mis momentos.

Le sonrió y él quedó cautivado por lo guapa que era, con el pelo oscuro que escapaba de su coleta y sus mejillas sonrojadas por el calor del horno. Tenía serios problemas. No sabía qué hacer con aquella atracción. Estaba al borde de un precipicio y, cuanto más tiempo pasaba con ella, más se acercaba al abismo.

—¿Conoces a mi perro? —le preguntó Sofía—. Se llama Apolo.

Aliviado por la distracción, Pedro dejó de mirar a Paula y se centró en su sobrina.

—Creo que aún no conozco a Apolo. Es un nombre muy bonito para un perro.

—Es muy simpático —declaró Sofía—. Me chupa la nariz. Hace cosquillas.

—Nosotros tenemos un perro que se llama Tri —anunció Franco.

—Mi perro se llama Bobby —dijo Gabi—. David dice que es feo, pero a mí me parece el perro más bonito del mundo.

—Apolo también es bonito —agregó Agustín—. Tiene las orejas larguísimas.

—Tri solo tiene tres patas —comentó Franco, como si ese hecho superase a todos los demás.

—¡Mola! —exclamó Gabi—. ¿Y cómo se mueve?

—A saltos —intervino Valentina—. Es bastante mono. Camina con las dos patas delanteras y salta con la trasera. Los paseos con él duran una eternidad, pero no me importa. Sofía, te has bebido toda tu zarzaparrilla. ¿Quieres más?

Sofía asintió y Pedro sonrió al ver como su hija le servía más refresco a la pequeña.

—¡Aquí está la pizza número dos! —anunció Paula entre vítores de los niños.

Dejó la pizza de pepperoni y aceitunas sobre la mesa y la cortó en porciones. Igual que antes, los niños agarraron cada uno una y Pedro se hizo con un trozo pequeño, pero observó que Paula no tomaba ninguno.

—¿Quieres que te guarde una porción? Será mejor que te muevas deprisa.

Paula se sentó en la única silla que quedaba libre, que resultó estar a su otro lado.

—Me estoy reservando para la de pollo a la barbacoa.

—Están todas deliciosas. Sobre todo esta, aunque esté mal que yo lo diga — contestó él encogiéndose de hombros.

—Eres un profesional —le halagó ella.

—Me encanta la pizza. Es mi favorita —declaró Sofía.

—¡A mí también! —exclamó Agustín—. Podría comer pizza todos los días.

—Es mi favorita por tres —anunció Franco, que no quería quedarse atrás—. Podría comerla todos los días y todas las noches.

Valentina puso los ojos en blanco.

—Eres un idiota.

Los niños parecían satisfechos tras haber terminado la segunda pizza.

—¿Podemos ir ya a terminar de ver el programa? —preguntó Abril.

—Siempre y cuando al doctor Alfonso no le importe quedarse un poco más — respondió Paula mirándole.

—¿Cuánto le queda al programa? —preguntó él.

—No sé. No mucho, seguro —dijo Abril.

Paula no parecía muy convencida, pero no contradijo a su sobrina.

—Podemos quedarnos un rato más —respondió Pedro finalmente—. Si dura mucho tiempo más, tal vez tengamos que marcharnos antes de que termine el programa.

A pesar de la advertencia, todos los niños aplaudieron contentos.

—Gracias, papá —dijo Valentina, y le recompensó con una de sus escasas sonrisas—. Estamos pasándolo demasiado bien como para irnos ya.

—Me encanta este programa —dijo Franco—. Me parto de risa.

En cuanto los niños se marcharon para seguir viendo el programa, Pedro se dió cuenta de su error. Se había vuelto a quedar a solas con Paula, rodeado de los maravillosos olores y acorralado por la conexión que había entre ellos. Ella se puso en pie de golpe, supuestamente para ver cómo iba la pizza, pero él notó que ella también lo sentía. Mientras sacaba la tercera pizza del horno, él pensó en algún tema seguro de conversación. Solo se le ocurrió uno.

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 56

—Creo que esta ya está lista.

—¿Ahora qué?

—Ahora saco la de queso, llamamos a las langostas y vemos cómo desaparece.

Pedro observó mientras lo hacía. Cuando sacó la pizza, vió que el queso burbujeaba como a él le gustaba y la corteza estaba dorada a la perfección.

—¡Abril! —gritó ella—. La primera pizza está lista. ¿Puedes parar el programa y traer a todos aquí?

Los niños entraron corriendo en la cocina segundos más tarde. Eran más de los que había esperado. Valentina estaba hablando con Abril y con Gabi, mientras que Franco charlaba con Agustín y con Sofía, los sobrinos de Paula.

—Hola —le dijo Sofía con una sonrisa. Y él no pudo evitar devolverle la sonrisa.

—Hola.

—¿No te había dicho que esta noche estaba cuidando de Sofía y de Agustín durante unas horas? Iván y Laura tenían unos recados de última hora. Normalmente la madre de Laura les ayuda, pero esta noche tiene una fiesta, así que yo me ofrecí. Pensé que daba igual que fuéramos unos pocos más. Y, cuando Gabi se enteró de que venía Valentina, también quiso venir.

Ahora Pedro entendía por qué estaba haciendo tantas pizzas.

—Será mejor que te sirvas una porción antes de que se acabe —le aconsejó Paula.

Así que agarró uno de los pocos trozos que quedaban, un vaso de zarzaparrilla y se sentó a la mesa junto a Franco. Todos los niños parecían nerviosos por las fiestas, pero Paula consiguió mantenerlos distraídos preguntándoles por el programa que estaban viendo, por las fiestas del colegio de aquel día y por lo que querían que les trajese Papá Noel. Él estaba demasiado ocupado saboreando la pizza como para contribuir a la conversación, pero al final decidió intentarlo.

—Esto está buenísimo. Yo crecí en Chicago, así que sé algo de pizza. La salsa está perfecta.

—Gracias —respondió ella—. ¿Qué me dices de la tercera? ¿Qué te apetece?

—En realidad no me importa. ¿Cuál es tu favorita?

—Me gusta el pollo con salsa barbacoa. Los niños solo la toleran con moderación, así que de ese modo queda más para mí.

—No sabía que fueses una mujer tan perversa, Paula Chaves.

lunes, 23 de marzo de 2020

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 55

—Además de disfrutar cualquier cosa que nos prepare la señora Michaels, no. La verdad es que no.

—¿Y de cuando eras niño?

—Tampoco. No provengo de una familia muy unida.

—¿No tienes hermanos o hermanas?

—Una hermana. Es varios años más joven que yo. Hemos perdido el contacto con los años.

Celina se había rebelado contra sus abuelos siguiendo los pasos de su madre, enterrando su tristeza entre drogas y alcohol. Lo último que sabía era que estaba en su tercera rehabilitación para evitar ir a la cárcel.

—Yo no podría imaginar lo que sería perder el contacto con mis hermanos. Son mis mejores amigos. Laura y Brenda son como hermanas para mí también.

—Los Chaves parecen un frente unido contra el mundo.

—Supongo. No siempre ha sido así, pero lo que importa es el presente, ¿No?

—Sí. Eres muy afortunada.

Paula abrió la boca para hablar, pero pareció pensárselo mejor.

—Creo que esto ya está listo —con un giro de muñeca, colocó la base de pizza estirada sobre una bandeja espolvoreada con harina y se la entregó con una reverencia—. Toda tuya.

—Oh —Pedro se quedó mirando la base de pizza sin saber bien qué esperaba de él.

—Nunca has hecho esto antes, ¿Verdad?

—No. Pero puedo decirte de memoria el número de teléfono de media docena de pizzerías de California.

Ella negó con la cabeza, se acercó más y, al captar el aroma a flores silvestres, Pedro dejó de tener hambre de pizza y empezó a tener hambre de ella.

—Muy bien, te ayudaré esta vez. La próxima vez que vengas a los viernes de pizza, tendrás que hacerlo solo.

«La próxima vez». ¿Quién habría imaginado que esas tres palabras podrían albergar tantas promesas?

—De acuerdo. Lo primero que tienes que hacer es poner un poco de salsa encima con una cuchara. A mí me gusta usar la cuchara grande para extender la salsa sobre la mesa. Así es. Bien, ahora espolvorea el queso que quieras. Perfecto. Veo que te gusta pegajosa.

Paula le sonrió y de pronto él quiso tirar la pizza al suelo, acorralarla contra la encimera y besarla hasta quedar los dos sin aliento.

—De acuerdo, ahora tienes que poner los ingredientes. Yo pensaba poner pepperoni y aceitunas en la próxima, pero puedes echarle imaginación. Cualquier cosa que creas que puede gustarles a los niños.

—Pepperoni y aceitunas me parece bien. A mis hijos les gusta.

—La tercera puede ser más sofisticada. Para entonces, Abril y sus amigas, y Federico, cuando está en casa, ya se han llenado.

¿Quién preparaba tres pizzas caseras un viernes por la noche? Paula Chaves, al parecer.

—Ahora los ingredientes. No escatimes con las aceitunas.

Pedro agarró el pepperoni y lo extendió en rodajas sobre la pizza. Después esparció un puñado de aceitunas por encima y se propuso que aquella iba a ser la mejor pizza de viernes por la noche que Paula habría probado jamás.

—Muy bien. Ahora otra capa de queso y un poco de parmesano recién rallado para terminar. Qué buena pinta.

—Gracias.

—Si alguna vez te cansas de ser veterinario, podrás encontrar trabajo en la pizzería del pueblo.

Él se rió.

—Siempre viene bien tener un plan de emergencia. Es bueno saber que seguiré pudiendo dar de comer a mis hijos.

Ella sonrió y se quedó mirando su boca durante unos segundos. Aquel momento se alargó y Pedro deseó volver a besarla, pero Paula se apartó antes de que pudiera hacer nada.

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 54

Le parecía uno de los pequeños milagros de la vida que, a pesar del cansancio, siempre encontraba fuerzas cuando se reunía con sus hijos al final del día, incluso aunque Valentina estuviese de mal humor.

—¿Qué tal tu día, colega?

—¡Genial! He ayudado a dar de comer a los caballos y he jugado con los gatitos. ¿Y sabes qué? No tengo que volver a clase hasta el año que viene.

—Es verdad. Último día de clase y ahora las vacaciones de Navidad.

—¡Y Papá Noel viene dentro de tres días!

Tenía tantas cosas que hacer hasta entonces que no quería ni pensarlo.

—Estoy deseándolo —mintió.

Mientras hablaba, Pedro fue consciente de lo que Franco habría llamado «una perturbación en la Fuerza». Sintió a Paula acercarse incluso antes de verla.

—¡Hola! Me parecía haber oído el timbre.

Llevaba un delantal blanco y tenía un poco de harina en la mejilla.

—Siento llegar un poco más tarde de lo que te dije por teléfono —respondió él.

—No hay problema. Lo estábamos pasando bien, ¿Verdad, Franco?

—Sí. Estamos haciendo pizza y me ha dejado poner el queso.

El estómago volvió a rugirle y se dió cuenta de que no había tenido tiempo para comer.

—Huele muy bien.

—¿Podemos quedarnos y comer un poco? —preguntó Franco dándole la mano—. ¡Por favor, papá!

Pedro miró a Paula, avergonzado por que su hijo ofreciera invitaciones a comerse la cena de otra persona.

—Me parece que no. Ya hemos molestado demasiado a los Chaves. Tendremos algo para cenar en casa.

—¡Claro que se quedan! —exclamó Paula—. Contaba con ello.

—Ya nos estás haciendo demasiados favores dejando que los niños se queden contigo. No espero que también les des de comer.

—Acabo de hacer masa para pizza como para alimentar a todo el pueblo. Puedes quedarte unos minutos y comerte una porción o dos, ¿No? —dijo ella.

—Si de verdad no te importa, sería fantástico. Huele muy bien.

—Voy a ser una pésima anfitriona y a pedirte que cuelgues tu propio abrigo porque tengo las manos cubiertas de harina. Después puedes venir a la cocina.

Sin esperar una respuesta, se dió la vuelta y se alejó por el pasillo seguida de Franco. Tras una pausa, Pedro se quitó el abrigo y lo colgó junto a los de sus hijos en el perchero que había en un rincón. Esperaba encontrar a una multitud de niños cuando entró en la cocina, pero Paula estaba sola.

—Los niños están preparándose para ver un programa navideño en la otra habitación. Puedes ir con ellos mientras termino de preparar esto.

Debería hacerlo. Cualquier hombre sabio escaparía, pero no quería dejarla sola con todo el trabajo.

—¿Hay algo que pueda hacer aquí para ayudarte?

—Eres un hombre valiente, Pedro Alfonso—contestó ella con una sonrisa y sorpresa en la mirada—. Claro. Tengo una pizza de queso en el horno. Dame un minuto para estirar otra masa y podrás poner tú los ingredientes.

Pedro se lavó las manos mientras escuchaba el inicio de un especial navideño que él mismo veía en casa de sus abuelos cuando era niño.  Le resultaba agradable que sus hijos disfrutaran con las mismas cosas que le habían hecho sentir bien a él.

—¿Quieres beber algo? No solemos tener mucho en casa, pero probablemente tenga una cerveza.

—¿Qué bebes tú?

—Con la pizza me gusta la zarzaparrilla. Siempre ha sido una tradición familiar y no me la he conseguido quitar. Es una tontería, ¿Verdad?

—Me parece agradable. La zarzaparrilla suena bien, pero puedo esperar a que la pizza esté terminada.

—¿Qué me dices de tí? —preguntó Paula mientras daba forma a la masa—. ¿Hay alguna tradición en la cocina de la familia Alfonso?

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 53

Dos noches más tarde, Pedro entró con el coche en el rancho River Bow y deseó poder tomar la salida de la izquierda en la bifurcación, meterse en la cama y dormir durante dos o tres días. Tenía los hombros cargados por el cansancio y le escocían los ojos. Cuando al fin habían conseguido encontrar tiempo para dormir, pasada la medianoche, había recibido una llamada de emergencia para ayudar a un perro que había sido atropellado en una de las carreteras del rancho. Había terminado metiendo a los niños en el coche y llevándoselos a la clínica para que durmieran allí mientras él atendía al perro. Necesitaba desesperadamente a la señora Michaels, o a alguien como ella. Al menos los niños habían vuelto a quedarse dormidos con rapidez. Eso era una bendición. Incluso cuando los había llevado otra vez al rancho para meterlos de nuevo en sus camas, se habían dormido sin problemas. Él, sin embargo, había pasado el resto de la noche dando vueltas en la cama. Antes de darse cuenta, había sonado el despertador y había tenido que salir de la cama para enfrentarse a un sinfín de personas que querían llevar a sus animales al veterinario antes de las fiestas.

Estacionó el coche frente a la casa de Paula y contempló las luces de Navidad y el árbol iluminado a través de las ventanas. El lugar resultaba acogedor en mitad de la noche fría. No pudo evitar pensar en la casa de sus abuelos en el Lake Forest. La casa de los Alfonso sería tres veces más grande que la del rancho River Bow, pero, en vez de resultar cálida y acogedora, recordaba su hogar como un lugar frío y oscuro. Sus abuelos no le habían querido. Había sabido eso desde el principio, cuando la hija de estos, su madre, los había dejado a su hermana y a él antes de fugarse con su último novio. No había regresado, por supuesto. Incluso con ocho años, él había sabido que no regresaría. Ahora sabía que había muerto por sobredosis meses después de dejarlos a Celina y a él con sus abuelos, pero durante años él había esperado a una madre que jamás regresaría. Ahora él tenía su propia familia. Unos hijos a los que quería más que a nada. Nunca los trataría como a una carga. Ansioso por recogerlos, se bajó del coche y, al acercarse a la casa, oyó risas y el ruido de la televisión acompañado de unos ladridos. La puerta se abrió segundos después de que llamara al timbre. El estómago le rugió al instante al advertir unos olores suculentos que le transportaron de inmediato a su pizzería favorita cuando estaba en la universidad.

—¡Hola, papá! —Franco soltó el picaporte justo antes de lanzarse hacia él. Pedro le tomó en brazos.

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 52

—Los tendrás. Date tiempo. Acabas de llegar. Se necesita tiempo para construir ese tipo de confianza.

—Ni siquiera con mis amigos de California me sentí capaz de hablar de esto. Me parece terrible. Como si fuera desleal o algo así. Quería a mi esposa, pero… una parte de mí está enfadada con ella. Se quedó embarazada a propósito. Supongo que eso es evidente. Dejó de tomar la píldora y saboteó los preservativos. Pensaba que sabía más que los médicos y que yo. La quería, pero podía ser muy caprichosa y testaruda cuando se lo proponía. No quiso abortar a pesar de los peligros. Durante varios meses las cosas fueron bien. Al menos eso pensábamos. Pero, cuando estaba de seis meses, empezaron a disparársele los niveles de glucosa. Aquella tarde debió de tener una subida y se desmayó. Iba conduciendo cuando ocurrió y se salió de la carretera. El bebé y ella murieron al instante.

—Oh, Pedro, cuánto lo siento —deseaba tocarle, ofrecerle algún tipo de consuelo, pero le daba miedo moverse. ¿Qué haría si entrelazase los dedos con los suyos? Los amigos hacían ese tipo de cosas, ¿no? ¿Incluso los amigos complicados?

—Sus padres nunca me perdonaron. Pensaron que fue culpa mía que se quedara embarazada. Si me hubiera mantenido alejado de ella, etcétera, etcétera. No puedo culparles.

—Yo sí puedo. Es absolutamente ridículo. ¿Están locos? Estaban casados, por el amor de Dios. ¿Qué iban a hacer? No es que fueran dos adolescentes echando un polvo rápido en el asiento trasero de tu coche.

Pedro soltó una carcajada de sorpresa y ella experimentó cierta felicidad al darse cuenta de que podía hacerle reír a pesar de la tragedia.

—Tienes razón. Están un poco locos —volvió a reírse y la tensión de sus hombros pareció aliviarse—. No. Están muy locos. Esa es la verdadera razón por la que me mudé aquí. Valentina estaba empezando a volverse como mi suegra. Desde la expresión de desdén hasta los reproches. No permitiré que eso suceda. Soy su padre y no pienso dejar que alimenten su cerebro con mentiras hasta que me odie.

—¿Y el traslado está funcionando como esperabas?

—Creo que es demasiado pronto para saberlo. Aún está bastante enfadada por haberse alejado de ellos. Sus abuelos pueden darle cosas que yo no puedo. Es difícil para un padre digerir eso.

En esa ocasión Paula actuó por impulso y apoyó la mano en su antebrazo, justo por debajo de la manga corta de su camiseta. Tenía la piel caliente.

—Pero no pueden darles a Valentina ni a Franco lo más importante de todo. Tu amor. Eso es lo que recordarán el resto de sus vidas. Cuando vean lo mucho que les has querido y lo que has sacrificado por ellos, no importarán las mentiras que sus abuelos hayan intentado contarles.

—Muchas gracias por decir eso —contestó él con una sonrisa.

—He dicho en serio lo de los niños, Pedro —dijo ella, y apartó la mano con gran esfuerzo—. A Abril y a mí nos encantaría tenerlos con nosotras unos días. Y, si necesitas ayuda entre Navidad y Año Nuevo, estaremos encantadas de vigilarlos.

La convicción de su voz pareció borrar la última de sus preocupaciones.

—Si tan segura estás, eso sería fantástico. Gracias. Me quitas un gran peso de encima.

—No hay problema —Paula sonrió para sellar el trato.

 Él se quedó mirando su boca como si no pudiera apartar la mirada. Estaba pensando en el beso. Estaba segura de ello. Cuando finalmente la miró a los ojos, ella supo que no estaba imaginándose el deseo que vio en ellos. Tragó saliva y sintió que se le acaloraba la cara. Deseaba que volviera a besarla, que la rodeara con los brazos y la acorralara contra la pared durante la próxima hora. Pero no era el momento ni el lugar. Él estaba trabajando y tenía otros pacientes. Además, aunque estuviese dispuesto a forjar una amistad con ella, tenía la impresión de que el resto era demasiado complicado para ambos.

—Eh, te veré más tarde —murmuró ella—. Gracias por… todo.

—De nada —su voz se coló hasta lo más profundo de su cuerpo. Hizo todo lo posible por ignorarlo antes de agarrar la correa de Luca y escapar de allí.

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 51

—Solo intentaba ayudar. Pensé que sería una buena solución a tu problema, además me ayudaría a tener a Abril  entretenida antes de  Nochebuena, pero no herirás mis sentimientos si prefieres hacerlo de otro modo. Piénsalo y ya me dirás algo.

—No tengo que pensarlo. Tienes razón. Es la solución perfecta. Es que me cuesta aceptar ayuda. Y probablemente me cueste más aceptar tu ayuda, porque las cosas son… complicadas entre nosotros.

—Complicadas. ¿Así es como lo llamas?

—¿Qué palabra usarías tú?

«Tensas. Chispeantes. Estimulantes». No podía decir ninguna de esas palabras, aunque fueran ciertas.

—Supongo que «complicadas» está bien. Pero esto al menos es relativamente fácil, si lo piensas. Me caen bien tus hijos, Pedro. No me importa tenerlos conmigo. Franco tiene mucho sentido del humor y estoy segura de que no parará de contarme chistes. Valentina es un hueso más duro de roer, sí, pero acepto el desafío.

—Ahora mismo está pasándolo mal. Supongo que es evidente.

—¿Por la mudanza?

—Está enfadada por eso. Por todo. Mis exsuegros le montaron un numerito. Me culpan por la muerte de Nadia y han pasado dos años intentando separar a Valentina de mí. A los dos, en realidad, pero Franco es demasiado pequeño para prestarles atención.

—¿Y tienen alguna razón real para culparte? —preguntó ella.

—Creen que sí. Nadia tenía diabetes tipo uno y estuvo a punto de morir al tener a Franco. Los médicos nos dijeron que no volviéramos a intentarlo. Ella estaba decidida a tener un tercer hijo a pesar del peligro. A veces era así. Si quería algo, no veía razón por la que no pudiera tenerlo. Yo no quería arriesgarme a que se quedara embarazada. Tomamos muchas precauciones, o al menos eso pensaba yo. Quería hacerlo permanente, pero, el día que tenía programada mi vasectomía, me dijo que estaba embarazada.

—Oh, no.

—¿Por qué estoy contándote todo esto? —preguntó él pasándose una mano por el pelo.

—Me gustaría pensar que podemos ser amigos, aunque las cosas entre nosotros sean… complicadas.

—Amigos —repitió él con una carcajada—. Muy bien. Supongo que no tengo muchos amigos por aquí.

viernes, 20 de marzo de 2020

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 50

—Más o menos. Últimamente ha llegado gente nueva, pero estoy segura de que los conoceré.

—¿Conoces a alguna niñera?

—¿Le pasa algo a la señora Michaels?

—No. A ella no —respondió él con un suspiro—, pero tiene una hija casada en California que acaba de tener un bebé.

—Oh, eso es fantástico. Recuerdo que mencionaste que su hija estaba embarazada.

—Le quedaba un mes más, pero al parecer se puso de parto ayer y ha tenido al bebé esta mañana. El bebé está en la UCI de recién nacidos. Alicia quiere estar allí, cosa que entiendo. Está intentando encontrar vuelo para hoy, para poder estar allí cuando su hija regrese a casa del hospital. Y además le gustaría quedarse a pasar las fiestas allí.

—Comprensible.

—Lo sé. Lo comprendo, créeme. Pero eso hace que mi vida se complique un poco, al menos de forma temporal. Los niños pueden venir aquí después de clase. No me importa tenerlos por aquí. Pero, según Valentina, estar en la clínica es «un auténtico aburrimiento». Además Franco suele encontrar problemas allí donde va, algo que puede resultar un inconveniente en una clínica llena de animales enfermos.

—Entiendo que pueda suponer un problema.

—Tengo que encontrar a alguien al menos para este sábado. Tenemos citas en la clínica todo el día, porque la semana que viene estaremos con horario reducido, y no quiero tenerlos aquí metidos durante diez horas.

—Eso se puede arreglar sin problemas, Pedro —respondió ella por impulso—. Valentina y Franco pueden venir a nuestra casa después de clase y quedarse con Abril y conmigo. Será divertido.

—No te lo decía como indirecta, lo juro. Sinceramente no se me había ocurrido pedírtelo. Como tú conoces a todo el mundo, pensé que tal vez sabrías de alguien que estuviese dispuesto a ayudar.

—Sí que conozco a algunas personas que cuidan niños. Puedo darte algunos nombres, si lo prefieres. Pero te prometo que tenerlos en casa después de clase no será ningún problema. A Abril le encantará tener compañía e incluso puedo encargarles alguna tarea fácil. Pueden volver en el autobús con ella el resto de la semana, igual que harían si la señora Michaels estuviera allí. El sábado tampoco es problema. Abril y yo estamos preparando galletas de Navidad y nos vendría bien su ayuda.

—No quiero molestarte. Seguro que estás muy ocupada con la Navidad.

—¿Y quién no? No te preocupes por ello, Pedro. Si pensara que es demasiada molestia, no me habría ofrecido.

—No sé.

Obviamente se mostraba reticente a aceptar la ayuda. Qué hombre tan testarudo. ¿Pensaba acaso que iba a pedirle algo a cambio? ¿Un beso por cada hora cuidando a sus hijos? Tentador. Muy tentador…

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 49

Aquello era ridículo. Podría soportar una revisión de quince minutos con el veterinario, sin importar lo sexy que fuera. Con esa determinación en mente, se dirigió hacia el maletero del coche con la correa de Luca. Pero los border collies eran perros listos, y el animal sentía la misma reticencia que ella a entrar en la clínica. Se resistió a que le pusiera la correa y retorció la cabeza de un lado a otro. Paula imaginaba que aquel edificio representaba para él el miedo y el dolor. Lo entendía perfectamente, pero eso no cambiaba el hecho de que tendría que entrar de todos modos. Si ella entraba, él entraba.

—Vamos, Luca. Tranquilo. Vamos, chico.

—¿Algún problema?

El corazón se le aceleró al oír aquella voz familiar. Se dió la vuelta y allí estaba él.

—Parece que tienes un paciente un tanto reticente —respondió ella.

—Es algo común. Te he visto desde la ventana y pensé que sería algo de eso.

—No quería tirar de él por miedo a hacerle daño.

—¿Puedo? —preguntó Pedro señalando el cajetín.

—Desde luego.

Se quitó de en medio, él se acercó y se asomó al cajetín.

—Hola, Luca. ¿Cómo estás? —habló con una voz suave y calmada que le provocó un escalofrío en la columna. Si alguna vez utilizara esa voz con ella, se volvería un amasijo de hormonas descontroladas.

—¿Quieres entrar? Ese es mi chico. Vamos. Sí. No tienes nada de lo que preocuparte.

Luca se rindió al encanto de aquella voz y se quedó quieto mientras Ben le ponía la correa y lo ponía con cuidado en el suelo.

—Se mueve bien. Eso es buena señal.

Luca se limitó a levantar una pata contra el neumático del coche, por si acaso otras criaturas de la zona se preguntaban a quién pertenecía. Pedro no pareció sorprenderse. Sin duda sería algo común en su trabajo. Cuando el perro terminó, los condujo hacia la puerta lateral que tantas veces había utilizado ella cuando trabajaba para el doctor Harris.

—Vayamos directos a la consulta. He tenido un descanso entre pacientes esta mañana y estoy a su disposición. Ya nos encargaremos después del papeleo.

Paula se dejó caer en una silla mientras él empezaba a examinar al perro. Intentó ignorar en todo momento aquella voz suave y el trato amable que le daba al animal. En su lugar, se concentró en la lista de cosas que tenía que hacer antes de Nochebuena, para lo que quedaba menos de una semana.

—Todo parece estar bien —anunció Pedro finalmente—. Progresa mucho más rápidamente de lo que esperaba.

—Buenas noticias. Gracias.

—Si te parece bien, me gustaría dejarle los puntos unos días más. Intentaré pasarme durante las fiestas para quitárselos.

—No quiero que te tomes tanta molestia. Probablemente pueda quitárselos yo. Ya lo he hecho antes.

—Sí que tienes experiencia —comentó él.

—Casi todos los que crecen en un rancho tienen los conocimientos básicos de veterinaria. Es parte de la vida. Cuando trabajé con el doctor Harris fui un poco más allá, nada más.

—Si alguna vez quieres otro trabajo, me vendría bien un técnico con experiencia.

Eso sería un desastre. Apenas podía pensar con claridad cuando estaba con él. No quería ni imaginarse el caos que podría causar intentando ayudarle en un entorno profesional.

—Lo tendré en cuenta.

—De hecho, necesito un favor. Un consejo, en realidad. Tú conoces a casi todo el pueblo, ¿Verdad?

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 48

—En realidad no. Apenas la recuerdo. Pero pienso en ella, sobre todo en Navidad. Ni siquiera sé si está viva o muerta. Gabi al menos sabe que su madre está viva, pero se comporta como una imbécil.

Esa era la palabra que mejor describía a la madre de Gabi y de Brenda. Era una egoísta irresponsable que les había dado a sus hijas una infancia llena de inseguridades y de caos.

—¿Le has preguntado a tu padre por tu madre?

—No. No le gusta mucho hablar de ella. En realidad no recuerdo muchas cosas sobre ella. Era muy pequeña cuando se marchó. No era muy simpática, ¿Verdad?

Melina era lo contrario a simpática. Les había engañado a todos al principio, sobre todo a Federico. Les había parecido dulce, necesitada y completamente enamorada de él, pero el tiempo había ido mostrando otra cara bien distinta.

—Tenía… problemas —respondió Paula—. No creo que tuviera una vida muy feliz cuando tenía tu edad. A veces las cosas malas del pasado hacen que a una persona le cueste ver las cosas buenas que tiene ahora. Me temo que ese era el problema de tu madre.

—Es una pena —contestó Abril tras una pausa—. Yo creo que nunca podría abandonar a mi hijo, pasara lo que pasara.

—Yo tampoco podría. Y sí, tienes razón. Es una pena. Tomó malas decisiones. Por desgracia, tú tuviste que sufrirlas. Pero ahora has de mirar las cosas buenas que tienes. Tu padre sigue aquí. Te quiere más que a nada y te lo ha demostrado siempre. Yo estoy aquí, y también los gemelos y sus familias. Tienes mucha gente que te quiere, Abril. Si tu madre no pudo ver lo maravillosa que eres, ese es su problema, no el tuyo. No lo olvides nunca.

—Lo sé. Lo recuerdo. Al menos la mayoría del tiempo.

Paula se acercó y le dio un abrazo a su sobrina. Des apoyó la cabeza en su hombro durante unos segundos antes de volver a su desayuno. Tras terminar de desayunar, tuvo el tiempo justo de llevar a Abril a la parada del autobús, que estaba a unos cuatrocientos metros de la casa.

—Valentina y Franco no están aquí —comentó su sobrina—. ¿Crees que se habrán olvidado de la hora a la que viene el autobús? Tal vez deberíamos haber pasado a recogerlos.

—Seguro que la señora Michaels sabe a qué hora pasa el autobús —respondió Paula—. Llevan aquí ya unos días. Tal vez hoy se hayan ido con su padre.

—Puede ser —convino Abril, aunque aún parecía preocupada.

Paula se dió cuenta de que aquella mañana podría haber llevado a Abril al colegio de camino al veterinario. No lo había pensado hasta ese momento, cuando el autobús apareció al final de la calle y se detuvo frente a ellas. Cuando su sobrina se marchó, ella regresó a la casa y llevó el cajetín del perro al coche. Después regresó a por el perro, que en los últimos días se movía con más facilidad.

—Luca, amigo, no me lo estás poniendo fácil. Si no fuera por tí, podría fingir que ese hombre no existe.

Tal vez Federico pudiera llevar al perro al veterinario, pensó mientras lo metía con cuidado en el cajetín. La idea resultaba tentadora. Por mucho que quisiera pedirle el favor, sabía que no podía. Aquello formaba parte del esfuerzo por demostrarse a sí misma que no era una auténtica cobarde. Durante un segundo, al sentarse al volante, una imagen fugaz cruzó por su memoria; ella escondida bajo la estantería de la despensa, contemplando la luz que se filtraba bajo la puerta y escuchando la respiración entrecortada de su madre. Ignoró esos recuerdos. Cómo odiaba la Navidad. Estaba de mal humor cuando estacionó frente a la clínica. Estaba preocupada porque Abril echara de menos a su madre, y además ella echaba de menos a la suya también. Por no hablar de que no le hacía gracia entrar en la clínica y enfrentarse a Pedro de nuevo.

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 47

Tras el paseo en auto, Paula se propuso mantenerse alejada de la casa del capataz durante los próximos días. No tenía razón alguna para ir de visita. Pedro, los niños y la señora Michaels estaban instalados y no necesitaban ayuda con nada. Si se quedaba de pie junto a su ventana, contemplando la noche y las luces parpadeantes que veía a través de los árboles… bueno, eso era asunto suyo. Se decía a sí misma que solo estaba disfrutando de la paz y de la tranquilidad de aquellas noches de diciembre, pero eso no explicaba la inquietud que parecía crecer en su interior. Desde luego no tenía nada que ver con cierto hombre moreno ni con las mariposas que le provocaba en el estómago. Sin embargo no podía pretender evitarlo para siempre. El miércoles, cuando quedaba menos de una semana para Navidad, se despertó inquieta tras un sinfín de sueños extraños. Aquella sensación de inquietud le siguió mientras caminaba hacia el establo con Abril para dar de comer y de beber a los caballos. No logró entenderlo hasta que no terminaron en el establo y regresaron a la casa para desayunar antes de que llegase el autobús del colegio. Cuando entraron en la cocina y oyó el ladrido procedente de la caja, se acordó de pronto. Aquel día tenía que llevar a Luca al veterinario para que le quitaran los puntos. Se detuvo en seco en la cocina y sintió la angustia en el pecho. Maldición. Supuso que no podía seguir esquivando a Pedro toda su vida. Aunque unos pocos días no estarían mal. ¿Sería demasiado tarde para concertar una cita con el veterinario de Idaho Falls?

—¿Qué sucede? —preguntó Abril—. Tienes una cara rara. ¿Has visto un ratón?

—¿En mi cocina? —preguntó ella con una ceja levantada—. ¿Me tomas el pelo? No. Es que acabo de acordarme de algo… desagradable.

—El reverendo Johnson dijo en catequesis que la mejor manera de librarte de un pensamiento negativo es sustituirlo pensando en algo bueno.

La niña se sirvió los copos de avena en un tazón y alcanzó el hervidor que Paula siempre ponía en marcha antes de salir al establo.

—Yo intento hacer eso cada vez que pienso en mi madre —añadió.

Dejó de pensar en Pedro de inmediato y se quedó mirando a su sobrina. Abril nunca hablaba de su madre. Paula recordaba solo unas pocas veces en las que había salido a relucir el nombre de Melina.

—¿Te ocurre con frecuencia? —le preguntó—. Lo de pensar en tu madre, quiero decir.

Abril se encogió de hombros y añadió una cucharada de azúcar a su avena.

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 46

Cuando las niñas empezaron a quejarse del frío, Pedro se dió cuenta de que los caballos estaban atravesando la entrada del rancho River Bow.

—¿No más caballitos? —preguntó Sofía.

—Hoy no, bichito —Iván estiró los brazos y su hijastra se lanzó hacia ellos—. Pero te prometo que pronto volveremos a dar otro paseo.

—Le encantan nuestros caballos —dijo Paula con una risa de ternura—. Sobre todo los grandes, por alguna extraña razón.

En vez de dirigirse hacia la casa principal, el hermano de Paula guió a los caballos hacia la casa que él tenía alquilada. Detuvo el auto en la puerta.

—Mira qué bien. Los traemos hasta la puerta —dijo Paula.

Finalmente le miró a los ojos y sonrió. Pedro deseaba quedarse allí, bajo el frío, contemplando aquellos ojos verdes durante una hora o dos. Pero logró devolverle la sonrisa y se limitó a bajar del auto y a recoger a sus hijos.

—Vamos. Franco, Valentina.

—¡Yo no quiero bajar! ¿Por qué los demás pueden seguir montados? — preguntó Franco con voz temblorosa.

—Solo durante un minuto más —le prometió Federico—. Nos vamos directos a la casa y entonces el paseo se habrá acabado. Los caballos están cansados y necesitan dormir.

—Y tú también, hijo —dijo Pedro—. Vamos.

Para su tranquilidad, Franco obedeció y saltó a sus brazos. Era evidente que Valentina deseaba quedarse con las demás niñas, pero finalmente se despidió de ellas.

—Te veré mañana en el autobús —le dijo a Abril.

—Genial. Traeré el libro del que estábamos hablando.

—De acuerdo. No lo olvides.

Valentina volvió a despedirse y bajó del auto sin su ayuda.

—Gracias por dejarnos ir con ustedes —les dijo Pedro a todos en general, aunque sus palabras fuesen dirigidas a Paula—. Valentina y Franco se lo han pasado de maravilla.

—¿Y tú? —preguntó ella.

Aún no la conocía lo suficientemente bien como para interpretar su estado de ánimo.

—Me lo he pasado bien —respondió él.  Le sorprendía ligeramente darse cuenta de que era cierto. No disfrutaba de muchas cosas desde la muerte de su esposa. ¿Quién habría imaginado que disfrutaría de un paseo en carro con un grupo de niñas ruidosas, con Paula y con sus hermanos, que probablemente le hubieran tirado del carro de haber sabido que había besado a su hermana la noche anterior?—. Sobre todo me ha gustado el chocolate caliente con menta.

—Me alegro —dijo ella—. El de menta también es mi favorito.

—Buenas noches.

Se despidió de todos con la mano y llevó a Franco a casa, preguntándose qué diablos iba a hacer con Paula Chaves. Era un misterio intrigante, una mujer llena de espinas y de dulzura, una mezcla de vinagre y azúcar, y se sentía fascinado con ella. Mucho más de lo que debía.

miércoles, 18 de marzo de 2020

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 45

Pedro sentía que había algo más detrás de sus palabras. Algo les pasaba a los Chaves con la Navidad. Se fijó en que, aunque Laura y las niñas cantaban alegremente, los hermanos de Paula se mostraban tan reticentes como ella. El jefe de policía y el de bomberos a veces cantaban alguna estrofa suelta, y Paula tarareaba de vez en cuando, pero ninguno se mostraba entusiasmado con las canciones. En alguna ocasión a lo largo de la velada había notado cierto aire de tristeza en la familia. Pensó en la preciosa obra de arte colgada en el comedor y recordó que los Chaves se habían retraído cuando había preguntado por el artista. Su madre. ¿Qué le habría pasado? Y era evidente que el padre tampoco estaba. Sintió curiosidad, pero no supo cómo preguntar.  La luna asomó por detrás de una nube y, bajo la luz de la luna, Paula le pareció increíblemente hermosa, con esos rasgos tan delicados y esa boca tan deseable. No había dejado de pensar en aquel beso en todo el día, porque en realidad no entendía qué había pasado. No era de los que robaban un beso a una mujer hermosa, y menos guiado por un impulso así. Pero no había podido resistirse. Mientras la rodeaba con los brazos, la había deseado, claro, pero también había sentido algo más, una ternura completamente inesperada. Le parecía que ella utilizaba su personalidad puntillosa a modo de defensa contra el mundo, para mantener alejadas posibles amenazas antes de que pudieran acercarse demasiado. Recordó las palabras hirientes que les había dicho a sus cuñadas justo cuando él había entrado en la cocina. ¿Por qué no habría vuelto a salir sin que ninguna de ellas se diera cuenta de su presencia? Debería haberlo hecho. Habría sido lo correcto, pero algo le había instado a provocarla, a dejarle saber que no se libraría de él tan fácilmente. Paula se había disculpado, había dicho que no hablaba en serio. ¿Por qué entonces lo había dicho? Se ponía nerviosa con él.

Pedro había observado durante la cena que Paula era simpática y amable con todos, pero a él le ignoraba. Era una situación incómoda y no sabía cómo sentirse. Igual que no sabía cómo enfrentarse a la atracción que sentía por ella. A veces deseaba retirarse a su vida de viudo y padre soltero. Pero en cambio, otras veces ella le recordaba que, bajo esos papeles, seguía siendo un hombre. Nadia llevaba muerta dos años. Siempre lamentaría su pérdida. En cierto modo, se había acomodado en la pena. El traslado a Idaho lo había sacudido todo. Al aceptar el trabajo, pretendía crear una nueva vida para los niños, lejos de ciertas influencias que consideraba dañinas. Nunca imaginó sentirse atraído por una mujer preciosa con secretos y tristeza en los ojos. Era evidente que a Paula le gustaban los niños y se le daban bien. ¿Por qué no tendría un marido y varios hijos? No era asunto suyo. Su perro era paciente suyo y él estaba temporalmente alquilado en el rancho, pero ahí era donde acababa su relación. Sería idiota si buscara algo más. Eso no le impedía ser consciente de ella cada vez que el movimiento del carro hacía que sus hombros se chocaran.

—Brrr. Tengo frío —dijo Sofía.

—Yo también —respondió Paula—. Pero mira. Federico ya nos lleva a casa.

Ben miró a su alrededor. Era cierto, su hermano tenía el recorrido muy pensado.

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 44

Ella tuvo que darse la vuelta y concentrarse en los hogares por los que pasaban, en las luces de Navidad que brillaban bajo la luz de la luna. No era una mala manera de pasar la noche, incluso con los villancicos, estaba rodeada de la familia a la que quería, de un paisaje precioso y de la serenidad de una noche invernal. Se alegraba de haber ido. Después de eso, las chicas comenzaron a cantar Silent Night. Ella se dedicó a tararear suavemente mientras que Sofía mezclaba las palabras, pero hacía lo posible por seguir el ritmo. En mitad de la canción, Pedro volvió a inclinarse hacia ella.

—¿Por qué no cantas? —le preguntó en un tono que le provocó escalofríos.

Ella se encogió de hombros, incapaz de responder. No estaba segura de poder contárselo, y menos en un carro rodeada de su familia y de las amigas de Abril.

—En serio —insistió Pedro, y se apartó un poco cuando la canción terminó y pudieron conversar más fácilmente—. ¿Tienes alguna objeción religiosa o ideológica a las canciones navideñas que yo deba saber?

—No. Es solo que… yo no canto.

—No le hagas caso —dijo Iván. Debía de haber hablado más alto de lo que pretendía si su hermano había podido oírla—. Paula tiene una voz preciosa. En la escuela y en el coro de la iglesia solía cantar solos. En una ocasión incluso cantó ella sola el himno nacional en un partido de fútbol del instituto.

Dios. Ella apenas se acordaba. ¿Cómo podía recordarlo Iván? Cuando ella estaba en el instituto, él era bombero forestal y viajaba por el oeste con su escuadrón, aunque ahora recordaba que, en esa ocasión, había ido a visitar a Laura y había aprovechado para ir a oírla cantar en el partido de fútbol. De pronto recordó lo nerviosa que se había puesto al agarrar el micrófono y ver a toda la multitud allí reunida. A pesar de sus horas ensayando con su profesor de canto y con el director del coro, el pánico se había apoderado de ella y se había olvidado por completo de las primeras palabras; hasta que había mirado hacia las gradas y había visto a sus padres y a Iván con Laura. Entonces la calma había invadido su cuerpo, había borrado el pánico y le había permitido cantar perfectamente. Algunos meses más tarde, sus padres habían muerto por su culpa y todas las canciones en su interior habían muerto con ellos.

—Ya no canto —respondió con la esperanza de no tener que dar más explicaciones.

Pedro se quedó mirándola. El carro dió un bote debido a un surco del camino y sus hombros se chocaron. Ella podría haberse apartado lo suficiente para no tocarse, pero no lo hizo. En su lugar, apoyó la mejilla en el pelo de Sofía y se entretuvo tarareando O Little Town of Bethlehem, contemplando las pocas estrellas que se veían a través de la luna mientras esperaba a que terminara el paseo.

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 43

Federico se dió la vuelta para asegurarse de que todos sus pasajeros estuvieran bien sentados y después azuzó a los caballos. Partieron de la entrada acompañados del tintineo de las campanillas que colgaban de los arneses.

—¡Vamos, caballitos! ¡Vamos! —exclamó Sofía.

Paula le dirigió una sonrisa y, al levantar la cabeza, vió que Pedro también estaba sonriendo a la niña. El corazón le dió un vuelco al ver la ternura de su expresión. Le había llamado maleducado y arrogante, y sin embargo allí estaba, tratando a Sofía, con su hermosa sonrisa y su síndrome de Down, con una dulzura sobrecogedora. Tenía que decir algo. Era el momento perfecto. Apretó los dedos dentro de sus manoplas y se volvió hacia él.

—Mira… siento lo de antes. Lo que he dicho. No era cierto, en absoluto. Solo estaba siendo estúpida.

—¿Qué? —gritó él, y se inclinó para oír lo que decía por encima del viento y de las risas de las niñas.

—He dicho que lo siento —ella habló también más alto, pero en ese momento todas las niñas empezaron a cantar Jingle Bells con el tintineo de las campanas de los caballos.

—¿Qué? —Pedro acercó más la cabeza a la suya, y ella no supo qué hacer más que inclinarse también y hablarle al oído, aunque se sentía completamente ridícula.

Quería decirle que se olvidara de todo. Pero, ya que había llegado hasta allí, sería mejor terminar. De cerca olía muy bien. No pudo evitar notar aquel jabón salvaje que había percibido cuando estaban besándose…

—He dicho que lo sentía —le dijo al oído—. Lo que les he dicho a mis cuñadas antes en la cocina. Estaban burlándose de mí, sobre tí… y yo estaba siendo una estúpida. Siento que lo oyeras. No lo decía en serio.

Pedro volvió la cabeza hasta que su cara estuvo a pocos centímetros de la de ella.

—¿Nada de ello?

—Bueno, eres bastante arrogante —respondió ella.

Para su sorpresa, él se rió y aquel sonido le produjo un escalofrío que recorrió su espalda.

—Puede ser —admitió.

—¡Canta! —ordenó Sofía cuando las chicas empezaron a cantar Rudolph the Red Nosed Reindeer.

Paula se rió, sentó a la niña en su regazo y agradeció la pequeña distracción para ignorar aquella atracción tan inapropiada hacia un hombre que le enviaba más señales equívocas que un semáforo roto. Se quedó más desconcertada aún cuando Pedro comenzó a cantar con Sofía y con las chicas.

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 42

—¿Tanto se me nota?

—Un poco. Probablemente Laura y yo seamos las únicas que se han dado cuenta. Quizá también Pedro.

Paula respiró profundamente. Brenda tenía razón. Seguramente Federico necesitara su ayuda.

—No me gusta ser cobarde —murmuró.

—No es más que un paseo. Una hora de tu vida. Podrás soportarlo. Has pasado cosas peores.

—No quiero dejarte sola.

—Me vendría bien un poco de paz, si te digo la verdad. Vete, Paula.

—Por excitante que resulte la noticia, tenemos que irnos —declaró Federico—. Vamos a cargar el carro.

Las chicas chillaron con fuerza y Sofía se tapó las orejas con cara de susto. Paula le dirigió una sonrisa tranquilizadora.

—No te preocupes por esas niñas tontas. Solo quieren ir a divertirse.

—Yo también. Tú vienes.

Ella suspiró y se resignó a su destino.

—Sí, reina Sofía.

La niña se rió con dulzura mientras Paula sacaba su abrigo del armario y se ponía las manoplas y un bonito gorro hecho a mano por Emery Kendall Cavazos que había ganado en el intercambio de regalos de la fiesta navideña de los Amigos de la Biblioteca.

—Date prisa, Pau —le dijo Iván—. No tenemos toda la noche. Cuanto antes nos vayamos, antes podremos quitárnoslo de en medio y volver para ver el partido de baloncesto. Vamos, Sofía.

—Yo me quedo con la tía —dijo la niña.

—Yo me encargo de ella —le dijo Paula a su hermano.

—¿Estás segura?

—Sí. Ya vamos. Casi estoy lista.

Iván se marchó y ella terminó de ponerse las botas. Después le dió la mano a Sofía y se dirigió hacia el vagón de heno. Los caballos patalearon y relincharon con el aire frío, que olía a humo y a nieve. Qué noche tan bonita. Perfecta para un paseo en trineo. Bueno, no era oficialmente un paseo en trineo, pues el carro tenía ruedas, no esquís, pero no creía que ninguno fuese a quejarse. Federico había rodeado el carro con fardos de paja a modo de asientos. Por desgracia, todos estaban ya sentándose cuando se acercó al carro, y vió que el único sitio que quedaba libre para Sofía y para ella estaba en la parte trasera; justo al lado de Pedro.

—Tía, arriba —dijo Sofía.

¿Cómo iba a poder superar aquello? Sofía no pesaba mucho, pero Paula no creía que pudiera subir la escalerilla con ella en brazos, y tampoco sabía si la niña podría subir sola los peldaños.

—Si quieres auparla, yo puedo ayudarla desde aquí —comentó Pedro, que obviamente se había dado cuenta de su situación.

Paula tomó a Sofía en brazos y se la entregó. Sus brazos se rozaron cuando él tiró de la niña para subirla al carro. ¿Sintió él también las chispas entre ellos, o sería solo su imaginación? Subió las escaleras y se quedó de pie un momento, deseando poder sentarse delante de Federico. Por desgracia él ya tenía a Agustín y a Franco sentados con él.

—Siéntate, Pau, o te vas a caer cuando arranque Fede —le ordenó Iván.

Al no quedarle más remedio, se sentó en el mismo fardo que Pedro. Al menos Sofía iba sentada entre ellos.