miércoles, 29 de junio de 2016

La Usurpadora: Capítulo 22

—¿Cómo sabe todo eso? —le preguntó por fin—. Acerca de que todavía amaba a mi madre.

—Miguel jamás hizo un secreto de eso. Tal vez ahora que está realmente muerta… quizá comience a olvidar y perdonar.

—Mi madre no…

—No a tu madre, Paula —la interrumpió—. A sí mismo.

—¿A sí mismo…?

—No debe haber sido fácil vivir consigo mismo todo este tiempo. Tal vez tú también debías tratar de perdonar.

—Y usted debería meterse en sus propios asuntos. El hecho de que vaya a casarse con mi hermana no le da derecho a inmiscuirse en la forma como manejo mi vida.

—Puedes vivir tu vida como se te antoje, pero si Priscilla tiene algo que ver en el asunto sí voy a opinar. Ya te tiene mucho cariño… y a mí… a mí me gusta ver que tenga cerca las cosas que la hacen feliz. Tú la haces feliz.

Paula nunca imaginó que Pedro amara tanto a Priscilla, y por alguna razón esa idea no le gustó. Se sobresaltó al pensarlo. Tal vez cuando solicitó su apoyo, ella misma se sintió atraída hacia Pedro. Eso sí que sería una ironía de la vida, ¡las gemelas enamoradas del mismo hombre! No podía permitir que eso sucediera.

—¿Adónde me lleva?

—Sólo iba de un lado a otro en espera de que te calmaras.

—Ya estoy calmada, y me gustaría ir a casa.

—Miguel querrá volver a verte… lo sabes, ¿verdad?

—Pues puede esperar… para siempre.

—Paula…

—Agradezco su apoyo, pero eso es todo. No volveré a ver a Miguel Chaves.

—¿Y a Priscilla?

—Priscilla es… un caso distinto. Dije que la llamaría y lo haré.

—Gracias —dijo en voz baja Pedro.



Cuando Paula entró en la casa no estaba su tía, así que pudo ordenar sus pensamientos. No invitó a Pedro a pasar y él no pareció darle importancia. ¡Después de todo, no era huérfana! Tenía un padre y una hermana, una hermana a la que ya quería. Sería imposible no amar a una persona que tanto se parecía a ella y su afecto parecía estar correspondido.

—Te veo pálida, querida —comentó la tía Susana cuando regresó con las provisiones.

Paula la ayudó a guardarlas. Todavía no sabía cómo hacer para mencionarle a su tía su encuentro con su padre y Priscilla. Por supuesto, sus tíos debían saber acerca de ella y Priscilla, lo que ahora también explicaba el nerviosismo de su tía hasta el punto de romper una taza. No la preocupó haberla roto sino la mención del nombre de Priscilla.

—¿Paula? —su tía la miraba con el ceño fruncido.

La chica se mordió el labio inferior. Aún no había decidido lo que haría acerca de su padre y por el momento no tenía deseos de hablar del asunto con su tía. A pesar de que los viejos habían sido tan amables con ella, también ayudaron a engañarla acerca del pasado.

—Yo… pues… tengo dolor de cabeza.

—Qué pesar, creo que Ezequiel quería que salieras con él esta noche. Dijo que quería verte antes que te fueras.

—Pero todavía estaré aquí unos días más.

—Ya conoces a Ezequiel —bromeó la tía—. Se ha encariñado mucho contigo.


Y Paula también le tenía cariño, en forma fraternal, y por eso aceptaba sus invitaciones. La llevó a la taberna que visitaron la primera vez y la animó como nadie lo logró.

—Así está mejor —sonrió cuando la vió reír por una de sus bromas—. ¡Comenzaba a preguntarme si lograría hacerte sonreír esta noche!

—Lo siento —dijo con pesar, dándose cuenta de que no podía ser una velada muy agradable para él.

—La tía Susana mencionó algo de un dolor de cabeza cuando llamé. ¿Todavía te duele?

—No, ya se me pasó. Siento haber sido esta noche una aguafiestas.

—¿Estás preocupada porque te vas?

—Oh, sí, Inglaterra parece como mí… hogar —más ahora. Su vida en Florida parecía un sueño e Inglaterra la realidad.

—¿Estás pensando en quedarte? —preguntó Ezequiel, interesado.

—N… no lo creo. Tengo que regresar por un tiempo de todas maneras, pero tal vez vuelva.

—Me gustaría que lo hicieras —le acarició una mano.

Ella se sintió alarmada.

—Eze…

—Lo digo de manera fraternal.

—¿Siempre le agarras a tu hermana la mano así?

—No lo sé, nunca tuve una hermana.

Ella se soltó a reír, Ezequiel siempre lograba hacer que las cosas volvieran a la normalidad y su pánico de esa tarde le pareció tonto. No era la primera persona en el mundo que de pronto descubría que tenía una familia, y después de todo, quería a Priscilla. Los sentimientos hacia su padre eran más difíciles de definir. Su madre la había educado para que amara su recuerdo, por eso siempre cargaba la foto con ella, pero cuando el hombre se le presentó en carne y hueso, no quiso saber de esa relación, porque Manuel había sido su padre y siempre lo sería.

La Usurpadora: Capítulo 21

Paula deseó poder compartir el entusiasmo de su hermana, pero aún había demasiado que quería saber, para poder comprender. Incapaz de contestarle a Priscilla, sólo le agarró una mano y se la apretó.

—Cuando Alejandra se enteró —prosiguió Miguel con voz ronca—, terminó en ese instante nuestro matrimonio y no quiso volver a tener nada que ver conmigo. Seguimos viviendo juntos, pero sólo por los bebés luego, Alejandra conoció a Manuel— tragó con fuerza—, y se enamoraron cuando el vino por asuntos de negocios. Alejandra quería regresarse a Estados Unidos con él, junto con las gemelas. Yo no podía permitirlo… y ella… ella no quería irse sin ellas.

—¡Al final llegaron a un acuerdo! —terminó Paula con agudeza—. Nos separaron a Priscilla y a mí, y cada uno se quedó con una hija.

—Trata de entender… —su padre la miró suplicante.

—No hay nada qué entender —espetó furiosa—. Usted y mi madre nos separaron en forma egoísta a mí y a mi hermana, porque ninguno de los dos quiso dar su brazo a torcer. ¡Dios mío, me repugna! —casi gritó.

—¡Paula! —intervino Pedro—. ¡No, Paula!

Ella lo miró con lágrimas en los ojos.

—Sé qué usted tiene buenas intenciones —casi se ahogó—, pero jamás podré olvidar lo que ellos hicieron —corrió hacia la puerta—. Lo siento, Priscilla, te llamaré.

—¡Paula! —Pedro la asió de un brazo—. Tu padre…

—¡No! ¡No lo llame así! Manuel fue mi padre. Jamás me hirió como el señor Chaves lo hizo. Ahora, déjeme ir, por favor.

La miró con compasión.

—Te llevaré a tu casa si quieres marcharte, ¿está bien?

—Yo… no…

—Sí —insistió.

—¿Quieres que vaya contigo? —preguntó Priscilla.

—No, quédate con tu padre —le aconsejó Pedro.

—¿Podríamos irnos enseguida? —inquirió Paula—. Antes que me porte como una tonta y me desmaye.

—Paula…

—Ahora no, Miguel —Pedro lo interrumpió—. ¿No ves lo que le hiciste? No digas más, salgamos de aquí —le dijo a Paula.

Paula se acurrucó en un rincón del Rolls Royce, sin importarle a dónde la llevaba. ¡Pensar que su madre, una mujer a la que siempre amó y admiró hubiera cometido tal atrocidad! ¿Cómo podían dos personas hacerle eso a criaturas inocentes, cambiando por completo sus vidas?

—En realidad yo no tenía la menor idea —Pedro rompió el silencio—. Parece increíble pensar que he conocido a Miguel todos estos años y que él ocultara ese secreto.

—Yo conocí a mi madre toda mi vida —dijo la chica con amargura—, y jamás la hubiera creído capaz de algo así.

—Era muy joven, sólo tenía tu edad…

—¿Cree que yo podría hacer algo así? —le preguntó furiosa.

—¡No, no creo que pudieras! Pero ponte en su lugar, Paula. Estás casada con un hombre a quién ya no amas, tienes dos hijos de él. De pronto, conoces a un hombre del que te enamoras y quieres estar con él, pero tu marido se niega a dejar a sus hijos, ¿qué harías?

—Yo… bueno es que… debió dejar que mi madre se quedara con las dos — declaró—, fue puro egoísmo…

—¿No fue egoísmo de tu madre querer a ambas niñas para llevárselas a miles de kilómetros de distancia? Ella ya tenía al hombre que amaba, tu padre se quedaba sin nada.

—Él… yo… ¡separarnos no era la solución!

—De acuerdo, ¿pero cuál era? ¿Puedes decírmelo?

—No… —aceptó por fin Paula y se mordió el labio inferior.

—Tú padre ha sufrido por esa falla en su relación.

—¿Cómo? —inquirió con desdén.

—Al seguir amando a tu madre todos estos años.

—Pero él dijo…

—¿Sí? En ningún momento dijo tu padre esta tarde que no amaba a tu madre. Tuvieron un desacuerdo momentáneo, porque como mucha gente joven se preguntan cómo lograrán subsistir al empezar una familia. A menudo es una época de mucha tensión. Tu madre logró enfrentarse a la situación haciendo planes para el nacimiento de su bebé, tu padre se enfrentó a la situación…

—¡Teniendo una aventura!

—Estando con una mujer que tal vez escuchaba sus angustias…

—¡Entre otras cosas!

—Acepto que no fue una cosa muy sensata, pero los humanos no somos infalibles. Cuando era demasiado tarde para salvar el matrimonio o revivir el amor que tu madre le tuvo, se dió cuenta de lo mucho que la amaba. Y ha seguido amándola. El enterarse de su muerte le afectó muchísimo.

Paula deseó poder sentir compasión por su padre, pero aún le tenía resentimiento.

La Usurpadora: Capítulo 20

—Toma —Pedro recogió la hoja y se la dio a su socio—. Será mejor que también la leas.

Miguel Chaves no hizo esfuerzo por tomarla.

—Puedo adivinar lo que dice —dijo con voz apagada.

Pedro encogió los hombros y dejó caer el informe sobre el escritorio.

—Entonces, apoyo a Paula. ¿Por qué lo hiciste?

—¿Por qué Alejandra  se llevó a Paula y yo me quedé con Prisci?

—¡Exactamente! —exclamó la chica con amargura.

Miguel suspiró nervioso:

—Creo que Prisci debe estar aquí para escucharlo. No quiero tener que decirlo dos veces. ¿Quieres ir por ella, Pedro?

—¿Paula? —Pedro frunció el ceño.

El hombre a quien había considerado su enemigo hasta hacía unos minutos, parecía ser ahora el único sostén de la chica.

—¡No me deje! —le rogó Paula tomándolo de un brazo.

Él contuvo el aliento antes de tomar la mano de la joven con firmeza.

—Tal vez deberías ir tú por Prisci, Miguel —sugirió sin dejar de mirar a Paula.

—Por supuesto —aceptó el hombre—. N… no tardaré —y cerró la puerta.

Paula tragó con fuerza y apartó la mano de la de Pedro.

—Lo siento. E… estoy muy confundida.

—Todo está bien —la tranquilizó—. Tú realmente creías que tu padre había muerto, ¿verdad?

—Sí. Mi madre siempre dijo… bueno, dijo…

—Miguel le dijo a Prisci lo mismo acerca de su madre. Esto necesitará cierta comprensión.

Paula pensó que jamás entendería la crueldad de separar a dos bebés menores de un año. Podía haber pasado toda la vida sin saber que tenía una gemela. ¿Qué fue lo que impulsó a sus padres a hacer tal cosa?

—Pero, papi —Priscilla se quejaba cuando la joven entró en el cuarto—, todavía no acabo de maquillarme. ¿Qué cosa puede ser tan importante que no pueda…? ¡Paula! —al volverse la vió y su rostro se iluminó de placer—. ¡Viniste! —se acercó y le agarró una mano—. Siento mucho lo de ayer. Me dan estos dolores de cabeza y… bueno, no querrás oír hablar de eso —una deslumbrante sonrisa borró la dolorosa jaqueca del día anterior. Se volvió a mirar a su padre—. Sólo tenías que haber dicho que Paula estaba aquí, papi. No hay necesidad de tanto misterio. ¿No crees que es asombroso nuestro parecido? —se quedó al lado de Paula para que Miguel opinara.

Él estaba en extremo emocionado para hablar y las miraba silencioso.

—¿Papi? —insistió Priscilla con impaciencia.

—Tendrás que disculpar a tu padre —intervino Pedro—. Me temo que sufrió una gran emoción.

La alegría de Priscilla la abandonó enseguida y se le acercó al padre.

—¿Qué te pasa, papito? —buscó su rostro con preocupación—. ¿Qué sucedió?

—Todo está bien, Prisci, cálmate —la tranquilizó Miguel—. Acabas de reponerte de una jaqueca, no hagamos que te dé otra —le quitó el cabello del rostro—  Vamos todos a la sala donde podremos hablar en privado… y cómodos.

Miguel Chaves… porque Paula no lograba llamarlo papá, parecía haber recuperado el control y se volvía a hacer cargo de la situación.

—¿Quieres que me vaya, Miguel? —le preguntó Pedro—. Así podrás hablarles a las dos chicas en privado.

—¡No! —Paula no trató de protestar con tanta vehemencia, pero no podía dejar que Pedro se fuera. Lo necesitaba.

—Ella tiene razón —le dijo Miguel—. Tienes derecho a estar aquí. Después de todo, casi eres miembro de esta familia.

—¿De qué se trata todo esto? —Priscilla también se dio cuenta de la atmósfera tensa.

Miguel se mordió el labio inferior, señal de que no sabía por dónde empezar.

—Por el principio, Miguel —le aconsejó Pedro, sentándose en uno de los sillones mientras Priscilla y Paula se sentaban en el sofá una al lado de la otra.

—Sí, sí —comenzó a caminar Miguel por el cuarto—. Alejandra y yo éramos muy jóvenes cuando nos casamos, teníamos dieciocho y diecinueve años, pero a pesar de eso las cosas iban bien hasta que ella se embarazó —suspiró—. No podíamos darnos el lujo de tener un hijo. Entonces, yo aún no conocía a tu padre, Pedro, y me estaba preparando para ser ingeniero. Sin embargo, Alejandra estaba entusiasmada con la llegada del bebé, y creo que por un tiempo olvidó que tenía marido. No me siento orgulloso de lo que sucedió a continuación.

—¿Otra mujer? —intervino Paula con amargura.

—Fue una cosa tonta. Alejandra se enteró… después que nacieron las gemelas…

—¿Gemelas? —repitió Priscilla, asombrada—. ¿Paula y yo…?

—Sí —asintió su padre.

Priscilla miró a Paula, feliz.

—¿Eres realmente mi hermana? —preguntó excitada.

Paula sonrió con timidez, no esperaba de Priscilla una reacción de placer, sino de resentimiento.

—¡Eso es maravilloso! —gritó feliz, Priscilla—. Siempre quise una hermana, pero una gemela… ¡Eso es fantástico!

La Usurpadora: Capítulo 19

Eso parecía una terrible pesadilla. El hombre parado frente a ella no podía ser su padre… y sin embargo lo era, sabía que lo era. Tenía una foto suya en alguna parte de su bolso y a pesar de que fue tomada veintidós años atrás, el día de la boda con su madre, no había duda de su identidad.

Y si ese hombre, Miguel Chaves, era su padre, entonces eso hacía que Priscilla fuera su media hermana. ¡Con razón se parecían tanto!

—Siéntate —ordenó Pedro al ver que ella palidecía más.

Se sentó agradecida aunque ni siquiera se había dado cuenta de haberse levantado, y se quedó mirando a su padre sin hablar. Los dos, padre e hija intercambiaban miradas en silencio.

Era un hombre muy distinguido, alto, con canas en las sienes, pero el resto del cabello del mismo color rubio que el de ella y el de Priscilla. La chica imaginó que estaría cerca de los cincuenta años. Tenía aspecto bondadoso y cierta tristeza en sus ojos color café.

Se volvió hacia Pedro Alfonso , y lo encontró observándola cauteloso.

—Usted lo sabía, ¿verdad?

—No al principio —negó Pedro.

Miguel Chaves pareció poner sus pensamientos en orden con esfuerzo.

—¿Tú eres culpable de esto, Pedro?

Pedro encogió los hombros resignado.

—Fue una coincidencia.

—¿Quieres decir que después de todos estos años, Paula se presentó aquí por accidente?

—No por accidente, sino debido a un accidente —corrigió Pedro con suavidad—. Alejandra está muerta, Miguel. Murió hace seis meses en el mismo accidente que mató a su segundo esposo y dejó mal herida a Paula.

Miguel Chaves tragó con dificultad.

—¿Alejandra… muerta? —repitió.

—Me temo que sí.

—¿Es cierto? —Miguel miró a la joven.

—Sí.

—¡Oh, Dios! —gimió su padre—. Y tú, ¿estás bien ahora?

—Sí, gracias —contestó con formalidad, todavía desconcertada por todo el asunto.

—¿Sufrió mucho Ale… tu madre? —había dolor en sus ojos.

—Los médicos dijeron que no.

—¿Y Manuel? —cierta frialdad se apoderó de su voz.

—Igual —contestó abruptamente y se volvió hacia Pedro—. ¿Puede decirme qué sucede? ¿Cómo puede mi padre… el señor Linares —se sintió culpable al verlo sobresaltarse—, estar vivo todavía cuando mi madre siempre me dijo que había muerto?

—Por la misma razón —le contestó Pedro—, que a Prisci siempre le dijeron que su madre estaba muerta.

Paula contuvo el aliento.

—¿Está diciendo que mi madre también era la madre de Priscilla?

—Estoy diciendo más que eso. ¿Todavía no te das cuenta?

—¿No me doy cuenta de qué?

—De que Priscilla no sólo es tu hermana, sino tu gemela también.

—¡No! —gritó, mirando con desesperación el rostro de su padre—. ¡Eso no es cierto! Díganme que no es cierto —rogó.

Miguel parecía incapaz de hablar y fue Pedro quien le contestó.

—Me temo que es cierto, Paula.

—¡Pero no puede ser! Dígale —cogió del brazo a su padre—. ¡Dígale que está equivocado!

Miguel Chaves se quedó mirándola atormentado.

—No lo está, Paula —se interrumpió al decirlo y se volvió para mirar por la ventana.

Pedro  agarró una hoja de papel del escritorio, el informe que había recibido acerca de ella.

—Tuve sospechas desde el principio. Pero me desconcertó el hecho de que fueras americana, y también el que tus padres habían muerto en el accidente.

—Siempre llamé papá a Manuel—dijo con rigidez.

—Bien, basándome en esos dos hechos, concluí que tu parecido con Prisci era un fenómeno de la naturaleza. Luego, el otro día me dijiste que cumplirías veintiún años el mes entrante… y también Prisci. Para mí esa fue mucha coincidencia. Toma —le entregó el informe—, lee el último párrafo.

Paula lo tomó. El último párrafo era corto y conciso: "Y así probamos, sin que haya duda, que Paula Gonzalez es en realidad Paula Chaves, hija de Miguel Chaves, y la gemela de Priscilla Chaves".  Miró el nombre impreso en lo alto de la hoja; la reputación de la compañía era indiscutible. Miró a su padre con expresión angustiada porque había leído la información para sí.

—Pero, ¿por qué? —gimió con voz ahogada—. ¿Por qué lo hizo?

La Usurpadora: Capítulo 18

—¿Es un amigo tuyo, querida? —preguntó su tía después.

—Amigo de una amiga —respondió con indiferencia—. Lo conocí en el club al que fui con Ezequiel la otra noche —era cierto—. Andaba por aquí y quiso venir a saludarme.

—Un hombre muy bien parecido —comentó la tía.

—Muy bien parecido —si le gustaban a uno los hombres arrogantes.

Titubeó acerca de mantener la cita para almorzar al día siguiente porque sabía que el placer que le daría ver a Priscilla, sería empañado por el hecho de que Pedro estaría allí también. Por fin decidió que si no iba actuaría como una cobarde, además, ni siquiera tenía que hablar con Pedro, a menos que quisiera.

Pero al parecer, él tenía otras ideas al respecto. En cuanto Paula llegó a casa de los Chaves, la pasaron a un estudio y el ocupante del cuarto no era otro que Alfonso.

—Prisci bajará en un minuto… se está acabando de vestir.

—¿Se siente mejor?

—Mucho mejor. En realidad me da gusto que se retrase, porque tengo algo que quiero discutir contigo.

—¿Ah, sí? —se puso a la defensiva enseguida.

—Sí, por favor, siéntate. Iré directamente al grano —se inclinó hacia adelante sobre el escritorio—. Me mentiste, señorita Gonzalez —agregó.

—¿Quiere explicarme de qué está hablando? En ningún momento le mentí —  estaba indignada.

—Existe algo así como mentir por omisión. Hice que te investigaran, señorita Gonzalez…

—¡No tenía derecho! —exclamó furiosa.

—Hice que te investigaran —repitió con calma—, y me encontré con que tu padre no era Manuel Gonzalez.

—¡Nunca dije que lo fuera!

—¿Quieres ser tan amable de dejarme terminar? También me enteré de que no eres americana de nacimiento, sino inglesa, y que…

La puerta a sus espaldas se abrió y entró otro hombre. Pedro le dirigió una mirada aguda a Paula antes de saludar al hombre.

—Regresaste temprano, Miguel.

—Me enteré de lo de Priscilla. Yo… ¡tú no eres Prisci! —acusó el hombre palideciendo mientras seguía mirando a Paula—. ¡Dios mío —dijo aturdido—, si no eres Prisci entonces debes ser…!

—Paula —agregó ella con voz ronca sintiendo que el mundo giraba a su alrededor—. ¡Y usted es mi padre!

Ese hombre era el mismo con quien su madre compartió su primer día de casada, el que estaba a su lado en la foto de la boda, el hombre que su madre le dijo que había muerto.

lunes, 27 de junio de 2016

La Usurpadora: Capítulo 17

Paula no supo qué pensar de todo el asunto, se quedó pasmada en la cabina telefónica hasta que una persona, molesta, en el exterior comenzó a golpear en el vidrio. Lentamente salió, confundida por lo que le acababan de decir. Le pareció un desaire y considerando que Priscilla fue la que quiso que se reunieran, pensó que no era cosa de ella. Sólo podía haber una persona detrás de eso… ¡Pedro Alfonso!

Esperó que la otra persona saliera de la cabina telefónica antes de llamar a la oficina de Pedro. La secretaria le dijo que no estaba disponible, que dejara el mensaje. ¡Lo que ella tenía que decirle a Pedro, no podía ser repetido por una tercera persona!

—¿Puede decirle que llamó Paula Gonzalez? —dijo antes de colgar.

Para no sentir que había perdido del todo su tiempo, fue a dar un paseo por uno de los parques, sorprendida de encontrar paz y belleza en medio de una ciudad con tanto ajetreo. El aire fresco le hizo bien, abriéndole el apetito para la cena. Se había dedicado a pasar las veladas tranquilamente en casa con sus tíos, quedando como amiga de Ezequiel, pero sin aceptar ninguna más de sus invitaciones. Después de todo, estaba allí para descansar y durante el día hacía bastante ejercicio. Estaba viendo una película por televisión cuando su tía le dijo que tenía visita.

—Llévalo a la sala —dijo su tía en un susurro—. Está más arreglada.

Paula no se sorprendió al ver quién era. Tenía que ser alguien importante para que su tía sugiriera que lo llevara a la sala.

—¿Sí? —la actitud de Paula fue amigable mientras luchaba para no sentirse incómoda.

—Espero no haber llegado a una hora inconveniente.

—Nada de eso. Quizá no me entere de quién fue el asesino, después de estar viendo la película durante hora y media pero, ¡eso qué importa! —su sarcasmo fue inconfundible.

—Mi secretaria me dice que telefoneaste.

—No esperaba una visita personal como respuesta a la llamada.

—Y no la estás recibiendo. Andaba por el rumbo y pensé que sería oportuno venir a explicarte la razón por la que Prisci te dejó plantada esta tarde.

—Creo que puedo adivinarlo.

—Lo dudo. Prisci sufre de jaquecas. Tuvo una esta tarde.

—¡Estoy segura!

—No tengo la costumbre de mentir.

—Una o dos veces no lo hace un mentiroso habitual.

—Estoy seguro de que Prisci  te llamará mañana para explicarte por qué no pudo encontrarse contigo.

—Sé que lo hará. Probablemente usted le dió buenas instrucciones —se estaba portando como una niña y lo sabía—. Pero no fue idea mía eso de vernos, señor Alfonso. Priscilla parecía estar preocupada por algo… y creo que puedo adivinar lo que era —dijo desdeñosa.

Él movió la cabeza de un lado a otro.

—¿Por qué tuviste que aparecer en nuestras vidas? —murmuró como si hablara consigo mismo, sin esperar respuesta—. Eres una complicación que no necesito.

—No se preocupe, señor Alfonso. Otra semana y me iré tan repentinamente como llegué.

—No lo creo.

Paula dió un paso atrás, aliviada de alejarse de aquel hombre que la perturbaba.

—Sí me iré, señor Alfonso —le aseguró.

—No. ¿Te gustaría ver a Prisci mañana? —preguntó de pronto.

—Yo… si se siente mejor… —Paula asintió, aturdida.

—Se sentirá mejor, lo suficiente para verte —sacó una tarjeta y escribió en la parte de atrás—. Ve mañana a las doce y media a esta dirección. Es la casa de Prisci—le explicó y le dió la tarjeta—. Le gustará almorzar contigo.

—¿Me está animando a que la vea?

—¿Por qué no? Estoy seguro que se encontrarán de todas maneras.

—Sí.

—Entonces ve a almorzar.

—¿Usted estará allí?

—Me temo que sí. ¿Eso te impedirá ir?

—¡Por supuesto que no!

—Muy bien. Mañana a las doce y media —Paula lo acompañó a la puerta.

—Allí estaré.

Pedro hizo una venia y la joven tuvo que controlarse para no azotarle la puerta en la naríz.

La Usurpadora: Capítulo 16

—Ya te dije por qué. Esa chica sólo quiere causar problemas.

¡Por lo que a Paula se refería esa farsa ya había durado bastante!

—¿Y de qué manera estoy haciendo eso, señor Alfonso? —dejó de fingir, hablándole en su propia voz, muy disgustada.

Él le soltó la mano enseguida y su rostro reflejaba furia.

—Muy divertido, señorita Gonzalez. Tal vez debías dedicarte a la actuación.

—Estaba pensando lo mismo. Deje que le asegure, señor Alfonso, que no vine a causar "problemas". Me encontré hoy con Priscilla porque ella lo sugirió y además, me simpatiza. Pero ahora que conozco la opinión de usted acerca de mi madre y de mí… incidentalmente, mi madre no conoció nunca al padre de Priscilla, mucho menos nueve meses antes de mi nacimiento. Lo siento, señor Alfonso, ¿dijo algo?

—Dije maldita Prisci y su lengua larga.

—Si usted no hubiera hecho comentarios, ella no hubiese podido repetirlos. Hace veintiún años mi madre estaba casada con mi padre y en ese tiempo nací yo. Los comentarios que hizo acerca de ella son una calumnia —sus ojos brillaban por la furia—, y no voy a quedarme tranquila.

—Sólo fue una conjetura —se defendió—. Tu parecido con Prisci… es enorme. Yo sólo trataba de encontrar una razón.

—¡Pues no es ésa!

—No, lo acepto. Tu edad debilita mi argumento. ¿Creo que dijiste veintiuno?

—Casi —confirmó resentida—. El mes entrante.

—Mmm, y en ese tiempo, el padre de Prisci también estaba felizmente casado con su madre.

—Solicito una disculpa por sus comentarios, señor Alfonso.

—Señorita Gonzalez…

—¡Una disculpa! —repitió ella—. Mi madre está muerta y no puede defenderse por lo que yo exijo una disculpa en su nombre —se quedó mirándolo retadora.

—Está bien —las palabras le salieron con dificultad—. Te ofrezco mis disculpas. Parece ser que estaba equivocado.

Paula dió gracias al ver regresar a Priscilla. La muchacha se inclinó y besó a su prometido en los labios antes de sentarse a su lado.

—Siento haber tardado tanto —le dijo a Paula—. ¡Me temo que Sandra es tan parlanchina como yo! —le lanzó una sonrisa a Pedro—. ¿Qué estás haciendo aquí, querido? No es que no me dé gusto verte —entrelazó sus dedos con los de él—, pero creí que estarías muy ocupado esta tarde.

—Tuve un rato libre y pensé que te encontraría aquí.

Para poder espiarla, pensó Paula y parecía que Pedro también amaba a Priscilla pero con posesividad y extrema protección.

—Paula y yo iremos de compras —la sorprendió Priscilla—. ¿Quieres ir con nosotras?

—No, gracias —Pedro sonrió burlón—. Pero más tarde puedes enseñarme las compras.

Priscilla esbozó una sonrisa maliciosa.

—Pensé comprar algo de ropa íntima.

Pedro rió en forma sensual.

—¡En ese caso, definitivamente puedes enseñármela más tarde! —se levantó—. Las dejaré para que disfruten de sus compras.

—Adiós, señor Alfonso—dijo Paula, topándose con su mirada.

—Adiós, señorita Gonzalez. Hasta más tarde, Prisci —y se inclinó para besarla.

—No creo que alguna vez deje, de asombrarme lo atractivo que es —Priscilla sonrió y se estremeció de placer—. O el hecho de que estoy comprometida con él. Oh bueno, ¿quieres ir de compras?

Era tarde cuando Paula regresó a casa de su tía, le fue difícil despedirse de Priscilla. Esta quería que se encontraran de nuevo, pero Paula afirmó que estaría demasiado ocupada durante el tiempo que le quedaba en Inglaterra.

Un par de días después, Priscilla volvió a llamar y Paula hizo lo imposible para evitar verla.

—Por favor —insistió Priscilla—. Me simpatizas, Paula, siento que puedo hablar contigo. Tal vez sea porque nos parecemos tanto, no sé, pero siento como si hubiera un lazo entre nosotras.

Paula también lo sentía, era una sensación extraña. Deseaba ayudar a Priscilla con cualquier problema que tuviera.

—Anda, Paula—la animó Priscilla  dándose cuenta de que cedería—. ¿Quieres que vaya por tí?

—¡No! —todavía no les había mencionado a sus tíos sus encuentros con Priscilla y no quería tener que decírselo ahora—. Te… veré en alguna parte.

Se pusieron de acuerdo y Paula llegó al lugar y hora convenidos. Priscilla se retrasó.

Después de quince minutos, comenzó a preocuparse, y pasada media hora llegó a la conclusión de que algo le había pasado a Priscilla. El número telefónico de la chica figuraba en el directorio, así que llamó a su casa. La criada le dijo que la señorita Chaves estaba descansando en su cuarto, y que no tenía ninguna cita esa tarde con nadie.

La Usurpadora: Capítulo 15

—¿Es eso malo? —Priscilla puso cara de chiquita culpable.

—No —sonrió Paula—. Me gustaría poder hacer lo mismo —aunque no estaba segura de ello. Los meses que pasó en inactividad forzosa, la habían hecho anhelar el regreso al trabajo.

—Me mantengo bastante ocupada —le contó Priscilla—. Papá siempre tiene visitas y yo debo ser su anfitriona. Y además está el club de deportes, voy allí a menudo. Y luego…

—Está bien, está bien —Paula rió y la hizo callar—. ¡Te creo!

—Tú eres modelo, ¿verdad? Pablo me lo dijo.

—Sí —Paula se mordió el labio inferior, indecisa de decirle algo a Priscilla acerca de su cita con Pablo. Después de todo, no era asunto suyo con quién salía la otra chica. Sin embargo…—. ¿Pasaste con él una velada agradable?

—Él está bien, pero… ¿oye, acaso me metí en tu terreno? Él me dijo que no había nada entre ustedes dos.

—No hay nada. No lo decía por mí —Paula arqueó una ceja.

—¿Entonces?… oh, te refieres a Pepe. Bueno, supongo que no le agradaría mucho.

—Y tendría derecho. Estás comprometida con él —le recordó Paula.

—Él siempre está ocupado, trabaja mucho. Además, viaja a menudo debido a los negocios. Me siento sola. Pero de todas maneras, no volveré a ver a Pablo.

Eso no le preocupaba. Priscilla podía tener cien hombres además de Pedro si quería, pero ella tenía la sensación de que el novio no aguantaría ese trato y a menos que Priscilla quisiera perderlo, tendría que restringir sus actividades con otros hombres.

Priscilla no pareció estar de acuerdo con ella cuando se lo comentó.

—Me perdonará, siempre lo hace.

Entonces Pedro debía ser un hombre más comprensivo de lo que ella pensaba. Quizá amaba a Priscilla más de lo que parecía.

—Mi boda con Pepe hará que todas las cosas marchen bien —le dijo Priscilla al verla fruncir el ceño—. Él y mi padre son socios. Cuando nos casemos, Pepe tendrá la seguridad de convertirse eventualmente en el único dueño. Ha sido tan bueno conmigo, que es lo menos que puedo hacer por él. Y es apuesto, ¿verdad? Distinguido.

—Sí —aunque a Paula no le parecía buena razón que se casara con él porque había sido bueno con ella. Tal vez se amaban a su manera, pero así no era como ella deseaba amar a su compañero de toda la vida.

—Mmm, me encanta que me vean con él —Priscilla puso expresión soñadora—. ¡Y es tan dominante! Papi dice que es un hombre de negocios fuera de serie.

Paula cambió de opinión respecto a que Priscilla no amaba a su prometido. Era notorio que lo adoraba, aunque hacía esfuerzos por ocultarlo. Su relación era muy complicada para que ella la entendiera, así que decidió olvidar el asunto.

—Yo… ¡oh mira, ahí está Sandra! —exclamó Priscilla—. San… maldición, entró en el restaurante —se volvió hacia Paula—. ¿Te importaría si te dejó unos minutos? Tengo que ver a Sandra.

—No —sonrió Paula—. Ve.

—¿No te irás?

—No, no me iré. Terminaré de tomar mi café y té espejaré aquí.

Priscilla tardó más que unos minutos, tanto que Paula comenzó a inquietarse.

Cuando vió entrar en el restaurante a Pedro, su corazón dió un vuelco. No soportaría que le hablara en forma descortés, no después que Priscilla le confío las cosas que había dicho de ella, los insultos que profirió en contra de su madre.

Él se le acercó enseguida.

—Creí que te encontraría aquí. ¿Por qué no me lo dijiste antes en lugar de usar tanta evasiva? —se sentó en la silla que acababa de dejar vacante Priscilla.

¡Creyó que era Priscilla! Su enfado por las acusaciones respecto a su madre y a ella salieron a flote. Trató de acordarse del tono ronco de la voz de Priscilla, esperando salirse con la suya. Ese hombre era arrogante y estaba equivocado acerca de ella, entonces, ¿por qué no aprovechar la oportunidad para vengarse de él?

—Tal vez no quise que estuvieras encima de mí —¿era ella realmente la que hablaba? Había logrado dar una buena impresión del tono de voz de Priscilla, tan buena que pudo engañar a Pedro.

Él suspiró, apenas podía contener la ira.

—Lo único que quiero saber…

—…es qué hago, cada minuto del día y de la noche —terminó por él mejor no podía actuar—. Sólo salí a almorzar, Pedro

Él le cubrió una mano con la suya y Paula tuvo que controlarse para no alejarla.

—Mientras tu padre está ausente, me siento responsable por tí.

Paula  hizo pucheros como había visto que Priscilla hacía.

—¿Pero Pepe, qué puede pasarme si salgo a almorzar?

—A tí podría pasarte cualquier cosa aun sentada en casa —dijo bromeando—. ¿Con quién vas a almorzar?

—Bueno, la verdad…

Pedro entrecerró los ojos.

—¿Acaso has vuelto a ver a la chica Gonzalez?

—¿Y por qué no he de verla? —para su sorpresa todavía pudo fingir el acento de Priscilla.

La Usurpadora: Capítulo 14

—Está bien —rió Ezequiel—. No pensaba tirarme a matar.

Paula sonrió de su propia presunción, luego se durmió por el calor del coche y por el monótono ruido del motor.

Despertó de golpe, con una extraña sensación, como si presagiara algo. Dicha sensación persistió durante los días siguientes, tanto que no dormía de noche. El médico le había advertido que eso podría suceder debido al largo viaje en avión además de su estado de debilidad que la había dejado sin energías, por lo que pasó tres o cuatro días descansando, sin alejarse demasiado de la casa.

Por eso estaba en casa cuando Priscilla telefoneó y acordaron encontrarse para almorzar en un restaurante de la ciudad.

Cuando llegó a la hora indicada, no había señales de Priscilla, a pesar de que el portero insistía en llamarla ''señorita Chaves''. Paula consideró demasiado complicada la situación para explicar, y lo dejó creer que era Priscilla. Cuando ella llegara, el pobre hombre se llevaría la sorpresa de su vida.

Priscilla llegó al restaurante veinte minutos después, y los primeros cinco de su conversación fueron para disculparse.

—Fue por Pepe—suspiró ordenándole al camarero un Bacardí con Coca Cola—. Cada vez que papá está ausente, él considera que debe cuidarme. Me tuvo diez minutos en el teléfono, tratando de averiguar a dónde iría.

—¿Cuándo se casarán? —preguntó Paula.

—Falta mucho todavía. Pepe no tiene prisa y yo tampoco.

—¿Acaso no llevan casi un año de comprometidos?

Paula no podía imaginar a Pedro como un tipo paciente.

—No, menos de seis meses —corrigió Priscilla—. Y a decir verdad, no estoy segura de ser una buena esposa para Pepe. Él es un perfeccionista.

Paula sonrió.

—Estoy segura de que a una recién casada le disculparía muchas cosas.

—Tal vez —Priscilla cambió de tema—. Me encanta tu acento. ¿De qué parte de Estados Unidos vienes?

Paula le dijo y también le explicó lo del accidente en el cual se mataron sus padres y ella quedó herida. Le era muy fácil hablar con la chica y Priscilla parecía sentir lo mismo.

—¡Qué triste! —Priscilla se mostró perturbada—. Yo odio la muerte —se estremeció—. Mi mamá también murió.

—Lo siento.

—Ordenemos el almuerzo —reaccionó Priscilla y sonrió.

Paula se sorprendió por la capacidad que tenía Priscilla de pasar de un tema a otro, de un estado de humor a otro y, al terminar el almuerzo sintió que eran amigas.

—Todavía no me repongo del impacto a raíz de nuestro parecido —confesó Priscilla cuando salieron del comedor y fueron a otro saloncito a tomar café—. Pepe está convencido que todo es un truco de tu parte —rió.

—Sé la opinión que tu prometido tiene de mí.

—¿En realidad le pegaste? —inquirió Priscilla, divertida.

Paula mantuvo los ojos fijos sobre la taza de café.

—¿Dijo que yo lo había hecho?

—No tuvo necesidad, fue notorio. Pero, cielos, estuvo de un humor terrible durante el resto de la velada. Jamás lo había visto así —a Priscilla no pareció perturbarla el hecho porque sonreía.

—Se lo merecía —dijo Paula, tensa.

—Estoy segura de eso. El problema con Pepe es que como él es perfecto, espera lo mismo de los demás. Me temo que ni siquiera yo estoy a la altura que él quisiera. Pepe cree que estás tratando de sacarme dinero de alguna manera — agregó Priscilla con sinceridad—, o a papá.

—Pero jamás he visto a tu padre, ni he hecho ningún intento de ponerme en contacto con él.

—No —Priscilla sonrió—, pero Pepe piensa que mi padre pudo haber conocido a tu madre, unos nueve meses antes que tú nacieras.

Paula se puso furiosa. ¿Cómo se atrevía Pedro a insinuar eso de su madre? Priscilla rió al ver la expresión de la otra chica.

—No te preocupes, pronto lo saqué de su error… mi padre le tenía devoción a mi madre. Esa es la razón por la que nunca se volvió a casar.

—Y mi madre amaba a mi padre. ¡Tú prometido tiene una mente enfermiza! Además, yo no hice ningún esfuerzo por verte de nuevo y si hubiera estado tramando algo, lo habría intentado, ¿o no?

—Pepe dice que fue un movimiento muy astuto de tu parte.

—Tú prometido habla demasiado.

—En realidad no —dijo Priscilla seria—. No habla mucho, pero cuando lo hace, puedes apostar que es algo importante. Yo soy lo opuesto, hablo durante horas y nada de lo que digo tiene mucho sentido.

Paula ya lo había notado, sin embargo, le simpatizaba Priscilla.

—¿A qué te dedicas? —le preguntó Paula.

—Quieres decir, ¿para ganarme la vida? —Priscilla se mostró escandalizada.

Paula  rió al ver su expresión..

—Por tu reacción, me doy cuenta de que no haces nada.

La Usurpadora: Capítulo 13

Cuando Ezequiel la llevó a pasear al día siguiente, quiso saber cómo había pasado la velada.

—¿En realidad es Priscilla Chaves parecida a tí?

—Pablo no lo creyó, él la encontró más atractiva.

—¡El hombre no tiene gusto! —refunfuñó Ezequiel.

—El prometido de Priscilla parecía estar de acuerdo con él.

—¿Alfonso? Bueno, supongo que él sí… después de todo, va a casarse con ella.

—Sí.

—¿No estás muy segura? —el chico enarcó una ceja.

—Oh, por supuesto que se casarán. Lo que pasa es… qué bueno, son una pareja curiosa. Pedro Alfonso debe tener muchos años más que ella.

—Treinta y cinco no es viejo.

—¡En él sí!

—Por lo visto no te conquistó —Ezequiel rió.

—¿Suele hacerlo? —inquirió Paula con desdén.

—Antes de su compromiso con Priscilla Chaves era el hombre más solicitado de la ciudad. Pensándolo bien —sonrió—, todavía lo es.

—Mmm, no tiene tipo de ser fiel —la había besado…

—Entonces, hacen buena pareja —comentó Ezequiel con sequedad.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Quiero decir que Pablo tiene una cita esta noche con la encantadora Priscilla.

Paula no pudo ocultar su sorpresa. Si Alfonso se enteraba alguna vez del asunto, estaría furioso. ¿Y por qué lo hacía Priscilla? Vió lo molesto que Pedro se puso cuando creyó que ella era Priscilla y había salido con Ezequiel. Después de todo, debía conocerlo mejor que ella, dándose cuenta de la fuerza de su enfado…

—¡Oye! ¿Acaso estabas interesada en Pablo? —Ezequiel interrumpió sus pensamientos.

—No, sólo me preguntaba por qué corría esos riesgos Priscilla.

—Yo diría que por gusto. Alfonso debe ser tremendo en un acceso de celos.

Realmente no. A ella la trató como a una colegiala traviesa cuando le ordenó en el casino que se fuera a casa. Y no la llevó él, sino que le dijo que su acompañante la llevara. ¡A eso no se le podía llamar un acceso de celos!

—¿Ya es hora de almorzar? —cambió de tema—. Comienzo a sentirme muy hambrienta.

—¡Creí que nunca preguntarías! —Ezequiel sonrió—. No me importa ser tu chofer, pero esta campiña verde y el aire puro me dieron sed.

Paula se sintió culpable, porque casi ni se fijó en la campiña que había ido a ver, por estar pensando en Pedro y Priscilla.

—¿En dónde estamos? —preguntó con interés.

—En Royal Berkshire.

—¿Estamos cerca del castillo de Windsor?

—Muy cerca. ¿Acaso quieres verlo también?

—Bueno… no importa —lo alentó con una sonrisa.

—Está bien —suspiró él—, pero primero una cerveza y almuerzo —agregó al ver que su rostro se iluminaba emocionado.

—¿Almuerzo en una taberna? ¡Maravilloso! Comienzan a gustarme las tabernas inglesas.

Ezequiel estacionó el coche afuera de una.

—Por todos los cielos, no le digas a la tía Susana que te llevé a otra. La vez pasada me reprendió.

—No se lo diré —le prometió Paula.

El almuerzo estuvo delicioso, una ensalada de camarón que les sirvieron en el jardín. Paula también disfrutó de la cerveza con limón que Ezequiel le compró. Gozó caminar por el castillo de Windsor, y aunque él se quejó, ella pensó que también lo había disfrutado.

—Apuesto a que hace años que estuviste allí —se burló la chica camino a casa.

Ya casi era hora de cenar.

Ezequiel se mostró avergonzado.

—Bueno, la verdad es que yo… jamás había estado allí.

—¿Jamás habías ido al castillo de Windsor?

—No pongas esa cara de sorpresa —dijo con timidez—. No es raro que no se visite un lugar que más o menos tienes cerca. ¡Probablemente tú, jamás has estado en Disney World!

—Equivocado —sonrió Paula—. He ido una docena de veces… me encanta. Es fantástico. Cuando voy, me siento como una chiquita.

—Tal vez también lo eres. Da gusto estar contigo, Paula. Y lo digo con sinceridad.

—Lo sé. Me divertí hoy.

—Yo también.

—Es como tener un hermano —comentó la chica soñolienta, apoyando la cabeza contra el respaldo.

domingo, 26 de junio de 2016

La Usurpadora: Capítulo 12

Paula vió a Pedro acercarse al pequeño grupo por lo que se despidió a toda prisa.

—¿Adónde te llevó Alfonso? —preguntó Pablo en el trayecto a casa.

—Al jardín —respondió furiosa—. Creyó que yo quería jugarles un truco.

—Los hombres como él no comprenden esto de las coincidencias. ¿Qué te pareció Priscilla? —la miró de reojo.

—¿Qué te pareció a tí? —lo miró alzando una ceja. No se le escapó el coqueteo que sostenían cuando se les acercó.

—Me gustó mucho. Es curioso, las dos son iguales, y sin embargo hay una diferencia. Tú tienes un aire sensual que provoca y Prisci no, por el momento me interesa más el aspecto inocente. No es que me queje —agregó a toda prisa—, pero creo que Alfonso se pasa la mayor parte del tiempo luchando para alejar a los hombres de ella.

—La cuida muy bien —dijo Paula, malhumorada.

—Yo también lo haría.

—Dudo que Priscilla se mantuviera inocente por mucho tiempo a tu lado.

-Prisci tiene ciertas vibraciones… y yo las sentí.

Paula lo miró, preocupada.

—Yo no te aconsejaría meterte en ese terreno —Pedro trataría a un hombre con más rudeza.

—Si la dama está dispuesta…

—¿Ah, pero lo está?

—Creo que podría estarlo.

—Entonces te deseo suerte —la chica encogió los hombros.

¡Si Pedro Alfonso se enteraba, Pablo necesitaría más que suerte!

Cuando llegó, los tíos ya estaban en la cama, pero su tía, que leía en ese momento, la llamó y cuando Paula entró en la habitación dejó a un lado el libro.

—¡No te preocupes por tu tío! —le dijo al ver su mirada inquisidora—. Cuando él se duerme nada lo despierta. ¿Te divertiste, querida?

—Bastante, gracias —pero no volvería a salir con Pablo. Se separaron como amigos, pero él encontraba más atractiva a Priscilla—. No volveré a salir con Pablo, estará muy ocupado en las próximas semanas.

—¿Hubo gente simpática en la fiesta?

—¿O loca cómo Pablo? —se burló Paula, sonriendo.

—Sí —aceptó la tía.

—Todos eran… muy simpáticos.

—Bueno, me da gusto que hayas pasado una velada agradable —esponjó su almohada—. Creo que ahora que sé que estás en casa, dormiré.

—Buenas noches —Paula salió del cuarto.

Pero por alguna razón estuvo reacia a mencionarle a su tía su encuentro con Pedro y Priscilla.

La Usurpadora: Capítulo 11

—Se pone peor.

Pronto se percató de que él había cerrado la puerta ventana a su espalda. Sacó una cajetilla de cigarrillos y encendió uno.

—Es notorio que jamás habías estado en una de las fiestas de Cinthia.

Paula se movió inquieta, deseando que dejara de mirarla con tal intensidad.

—No —confirmó nerviosa.

—¿Has estado mucho tiempo en Inglaterra? —la pregunta sonó desinteresada y sin embargo Paula  sintió que no era así.

—Unos días.

—¿Estás aquí con tus padres?

—Ambos se mataron en un accidente automovilístico hace seis meses — respondió nerviosa.

—Ya veo. Lo siento. ¿Estás aquí de vacaciones?

—Sí —no tenía objeto mencionar que se estaba recuperando de las heridas sufridas en el accidente. Eso no era asunto de ese hombre.

—Entonces, ¿el señor Glenn es un conocido nuevo?

—Muy nuevo. No entiendo la razón de tantas preguntas, señor Alfonso.

—No pareció sorprenderte el parecido de Priscilla contigo, y como según dices eres americana y acabas de llegar a Inglaterra, me preguntaba cómo es que te enteraste de la existencia de Macarena.

—No me gusta lo que trata de implicar, señor Alfonso—sonaba como si la acusara, como si sospechara de algo que no sabía qué era.

—Lamento que lo hayas tomado así, pero estoy seguro de que puedes comprender mi curiosidad por saber la razón que tuviste para buscar a mi prometida.

—¡Yo no la busqué! —protestó Paula—. Confieso que quería verla, pero sólo porque muchos me confundieron con ella, usted, inclusive. Yo no tenía ningún otro motivo para querer conocer a Priscilla.

Pedro no se mostró afectado por la reacción de la chica.

—¿Eso hice?

—Sabe que sí. ¿Por qué cree usted que yo quería buscar a Priscilla? —había dos manchas rojas de furia en sus mejillas.

—Es rica, y…

No pudo seguir. Paula  le dió una fuerte bofetada y su satisfacción pronto se esfumó al ver el brillo de furia en los ojos masculinos.

—¡Se lo merecía! —exclamó, retrocediendo—. Usted…

Ahora fue el turno de él de dejarla sin habla… pero su método fue mucho más destructivo. A Facundo le gustaba besarla y él creía que la excitaba, pero este hombre, hizo estragos en ella con sus labios, excitándola en contra de su voluntad.

—¡Cómo se atreve!

Su indignación sólo lo divirtió.

—¿No pudiste haber dicho algo más original que eso? ¡Me desilusionas, señorita Gonzalez!

—Y usted a mí, señor Alfonso —se limpió la boca con el dorso de la mano—. Yo había esperado más que brutalidad del famoso Pedro Alfonso—agregó, insultante.

—Tu parecido con Priscilla es enorme —miró con desdén sus curvas y rostro arrebolado.

—Tal vez ella aprecia su… su salvajismo, pero yo no. Discúlpeme señor Alfonso, espero no volver a tener la mala suerte de encontrarme con usted —giró en redondo pero la mano de él le impidió alejarse—. ¡Suélteme!

Pedro  se quedó mirándola.

—Espero que jamás nos volvamos a encontrar, Paula—dijo con voz apasionada—, por una razón diferente a la tuya.

—¡Adiós, señor Alfonso! —se alejó de él y en esa ocasión no hizo el intento de detenerla.

—Adiós, Paula … —se interrumpió cuando ella cerró la puerta ventana tras sí.

La chica se acercó a Pablo que todavía hablaba con Macarena.

—Estoy lista para marcharme —anunció.

Priscilla  soltó la carcajada.

—¿Te perturbó Pepe? Veo que sí —la tomó de un brazo—, pero no debes hacerle caso. Si te insultó, cosa que creo que hizo, probablemente sólo trataba de protegerme. Pedro piensa que tiene que protegerme de algo.

—Entonces esta vez lo hizo bien —contestó Paula—. Siento haberla molestado, señorita Chaves. Le aseguro que no tenía intenciones de perturbarla.

Priscilla sonrió con desdén.

—No estoy perturbada. Esta noche me divertí como no lo había hecho en mucho tiempo. Si me das tu número telefónico, tal vez te llame alguna vez para invitarte a almorzar.

Paula titubeó, Pedro estaba decidido a que ella y Priscilla no volvieran a verse.

—Oh, por favor —la alentó Priscilla—. Pepe no tiene que saber nada de esto. Por favor —agregó esbozando una sonrisa cautivadora.

—Está bien —anotó en un pedazo de papel que Priscilla le dió  el número telefónico de su tía—. Pero sólo estaré aquí un par de semanas más, cuando mucho.

—Oh, te llamaré antes que te vayas —le aseguró Priscilla.

La Usurpadora: Capítulo 10

—Me temo que es culpa mía —reconoció Paula y se dirigió a otra parte del cuarto—. Las personas que están aquí se negaban a creer que yo no era Priscilla Chaves y ahora que ustedes llegaron… —encogió los hombros.

—¡Oh, qué fabuloso! —Priscilla aplaudió encantada—. ¿No es esto divertido, Pedro?

—Dudo que la señorita Gonzalez haya pensado lo mismo.

—¡Oh, Pedro! —Priscilla hizo un gesto.

Él volvió a mirar a Paula, sus ojos reflejaron una vez más su asombro al ver el parecido de ella con su prometida.

—Ofrezco disculpas por mi comportamiento de anoche. Debe usted haberme tildado de raro.

—Y usted debe haber pensado que yo era todavía más extraña.

—Realmente no.

—Pedro tiene la loca idea de que yo acostumbro coquetear con otros hombres —Priscilla rió—. ¿No es así, mi querido celoso?

Paula se sintió incómoda al observar cómo Priscilla se aferraba a Pedro. Resultaba fácil explicar esa sensación, porque era como observarse a sí misma… y supo que ella jamás podría actuar así con ese hombre tan arrogante.

Tal vez Pedro tenía razón en sospechar de Priscilla. Era seguro que el hombre del Soho, había sido más que un amigo para ella.

—Supongo que la señorita  Gonzalez no está interesada en lo que pienso o dejo de pensar. ¿No crees que debíamos ir a saludar a Cinthia nuestra anfitriona? Fue un desaire deliberado, pero a Priscilla pareció no importarle.

—No puedo perder de vista ahora a mi doble. Piensa en lo divertidas que podríamos estar, Paula —los ojos se le iluminaron de placer—. ¡Podríamos jugarle trucos terribles a la gente! —hizo que Paula se volviera hacia el espejo que adornaba el muro detrás de ellas—. Es increíble —agregó al ver el parecido entre las dos.

Y era increíble el parecido. Tal vez el pelo de Paula era un poco más claro y su piel más bronceada, pero fuera de eso, tenían la misma estatura, facciones iguales, inclusive los mismos dedos esbeltos, aunque en la mano izquierda de Priscilla, resplandecía un enorme brillante.

—Creo que la palabra adecuada es increíble —Pedro se paró en medio de ellas—. ¿Siempre ha sido así, señorita Gonzalez? —la pregunta casi fue una acusación.

—¿Trata de implicar que me hice cirugía plástica para parecerme a Priscilla? Puedo asegurarle que no fue así.

—Pues yo puedo asegurarte, Pepe, que tampoco me he hecho cirugía plástica —le dijo Priscilla a su prometido.

—Tomando en cuenta que te conozco desde que tenías diez años, eso es evidente. Pero debe haber alguna explicación para esto.

—No puedo pensar en una —Priscilla desechó la idea—. Ven Paula, iremos a demostrarle a Cinthia que después de todo no eres una mentirosa —tomó a Paula del brazo y se la llevó.

Paula estaba furiosa, sabía que no le simpatizaba a Pedro y que desconfiaba de ella.

—¡No hagas caso a Pepe! —Priscilla pareció leer sus pensamientos—. Sospecha de todo.

Paula no pudo olvidarlo con tanta facilidad, aunque Priscilla la llevaba de un grupo a otro, gozando la sensación que causaban.

—Debo regresar al lado de Pablo —insistió Paula por fin, al notar que tenía mucha dificultad en conversar con el taciturno Pedro, cuyos ojos azules como el acero jamás perdían de vista ni a Macarena, ni a ella.

Priscilla se mostró pesarosa.

—Y supongo que yo debo regresar al lado de Pepe —le lanzó una sonrisa radiante y de nuevo entrelazó su brazo con el de él, mirándolo con afecto.

—Creo que deberíamos irnos ya —le dijo Paula a Pablo.

—Pienso que no —para sorpresa suya, fue Pedro quien objetó—. Iba a invitarla a bailar.

A Paula le encantaba bailar, pero Pablo le aseguro que él no sabía. Y no le agradaba la idea de hacerlo con Pedro.

—Insisto en que deberíamos marcharnos ya.

—¿Acaso bailar una pieza la retrasará demasiado? —inquirió Pedro.

—Yo…

—Oh, anda, Paula —la alentó Pablo—. Cinco minutos no son mucha diferencia.

—De nada sirve discutir con Pedro—la misma Priscilla estuvo a favor del baile.

—Muy bien, me encantaría bailar, señor Alfonso.

—Pedro, por favor —la corrigió mientras la guiaba al lugar destinado a bailar, aunque algunas de las parejas a su alrededor hacían más que eso, porque el alcohol que habían consumido les corría por las venas. Paula se sintió bastante avergonzada por las cosas que sucedían.

— Ignórelas, por favor —aconsejó Pedro al ver su expresión escandalizada.

—Yo… eso es un poco difícil —contuvo el aliento al ver que un hombre le acariciaba los senos a su compañera de baile.

Pedro también lo vió y no se molestó en seguir bailando, sino que la tomó de la mano y la llevó a la puerta ventana que daba al jardín. Paula apartó la mano y lo miró cautelosa.

—¿Siempre actúa así? —preguntó con repugnancia.

La Usurpadora: Capítulo 9

—Bueno, espero que no tengas el carácter de Priscilla. En ocasiones puede ser una coqueta, por lo menos eso es lo que he oído. Pero en lo que se refiere al rostro y cuerpo, son idénticas.

—Difícil de creer.

—Pero cierto. Hoy ví unas fotos suyas. Es algo que no es natural. Pero entremos, así podrás comprobarlo por ti misma.

La habitación en la que entraron estaba llena de gente, que hablaba en voz alta. Cuando el mayordomo los hizo pasar, varias personas se volvieron para mirarlos y una pelirroja alta se les acercó.

—Nuestra anfitriona —Pablo tuvo tiempo de murmurar antes de que la mujer los embriagara con el exquisito aroma de su perfume.

—¡Pablo querido! —exclamó antes de abrazarlo y besarlo en la mejilla—. Y veo que trajiste a Macarena contigo —su tono cambió—. ¿Qué hiciste con Pedro, querida? —le habló a Paula.

—Yo…

—Esta es Paula Gonzalez, Cinthia —interrumpió Pablo.

La expresión de la mujer cambió.

—¿A qué estás jugando, Priscilla? —preguntó por fin.

—No, yo… —Paula estaba más confundida que nunca.

—Un cambio de acento no hace que dejes de ser Priscilla Chaves—dijo la mujer con desdén—. Y Pedro se pondrá furioso cuando llegue. Pero bueno, es tu problema. Las bebidas están allá —movió la mano en dirección del bar—. Sírvanse de comer —se acercó de nuevo a las personas con las que había estado conversando.

—¿Lo ves? —Pablo haló a Paula hacia el bar—. Si puedes engañar a Cinthia, ¿por qué no a otro? Ella y Priscilla han sido amigas desde el internado.

—¿Estás seguro de que "amigas" es la palabra correcta?

—Así se portan en este grupo. Se dan de cuchilladas por la espalda cada vez que pueden. Por ejemplo, lo más probable es que todos esperen ansiosos la escena entre Pedro Alfonso  y la supuesta Priscilla Chaves.

—¡Qué agradable! —no pudo ocultar el sarcasmo.

—Ven, vamos a beber algo —la alentó Pablo—. Ahora que ya estamos aquí, más vale divertirnos.

Una hora después, al ver que ni Pedro Alfonso ni Priscilla Chaves habían hecho su aparición, Paula comenzó a preguntarse si irían y se lo dijo a Pablo.

—No te preocupes —le aseguró, alegre—, vendrán. Apenas son las diez.

—A mí no me importaría, pero aquí todos parecen creer que soy Priscilla.

—Entonces se llevarán un buen susto cuando la verdadera Priscilla llegue. Toma otra copa.

La chica comenzaba a pensar que debían marcharse, la situación se hacía cada vez más difícil, con esa gente convencida de que era la otra chica que sólo trataba de hacerles bromas. Cinthia Robotham Jaxnes, su anfitriona, se molestó mucho con ella minutos antes, cuando insistió que se llamaba Paula Gonzalez.

De pronto, Pablo le susurró al oído:

—Ahora sí, mira hacia la puerta.

Paula lo hizo. Reconoció enseguida a Pedro Alfonso vestido con una chaqueta de terciopelo y pantalones haciendo juego, la camisa blanca como la nieve resaltaba su bronceado. Contuvo el aliento cuando su mirada se posó en la chica que estaba a su lado. El peinado era distinto al suyo y el vestido más atrevido que el que ella llevaba… si eso era posible, sin embargo, era como ver su imagen en un espejo. Con razón insistía todo el mundo en que era Priscilla. Las dos eran iguales.

—¿Lo ves? —preguntó Pablo excitado—. ¿No te lo dije? Acerquémonos a ellos.

—¡No! —estaba demasiado confusa para conocer a la otra muchacha.

—Vamos —insistió Pablo—. ¡No voy a perderme la diversión ahora!

Paula permitió que la halara hacia la puerta, no se sentía capaz de oponer resistencia. ¿Cómo podían dos personas parecerse tanto? A menos que fueran parientes, pero ella no tenía primos y era hija única. Movió la cabeza, aturdida, y luego alzó la vista para encontrarse con dos ojos azules fijos en ella.

Pedro la observaba detenidamente. Primero miró a su prometida y luego a Paula, sin dejar de fruncir el ceño. Se inclinó a susurrarle algo a Priscilla al oído, y ésta levantó la cabeza, sus ojos eran del mismo color café que los de Paula.

Pablo fue el único del grupo de cuatro que permaneció inmune a la repentina tensión.

—Hola —saludó animado a Priscilla—. Permite que te presente a Paula Gonzalez— hizo el anuncio con placer, disfrutando de la situación.

—Señorita Gonzalez—Pedro fue el primero en romper el silencio.

—Señor Alfonso —dijo ella sin dejar de mirar a Priscilla y la otra tampoco le quitaba la vista de encima. De pronto, ese bello rostro sonrió malicioso.

—¿Así que tú eres la chica que ha andado por todo Londres personificándome? —acusó bromeando.

—Difícilmente haciendo eso —replicó Pedro—. La señorita Gonzalez ha estado actuando como ella misma, los demás son los que la han confundido contigo —miró a Paula con ojos entrecerrados—. Creo que le debo una disculpa —agregó como si le costara trabajo pronunciar las palabras.

—Alejémonos de la puerta —sugirió Priscilla—. Parados aquí estamos llamando la atención.

La Usurpadora: Capítulo 8

—Sí, eres exacta a Priscilla Chaves.

Paula frunció el ceño. Alguien había notado el parecido de nuevo. Despertó su curiosidad. Sería divertido ver a esa chica, y establecer en qué consistía el parecido.

—¿Qué clase de fiesta es? —tardó en decidirse.

—Para divertir a los ricos desocupados —dijo con desdén.

—¿Cómo conseguiste entonces una invitación? —se burló ya sin enfado.

—¡Eres mala! —se burló Pablo—. En realidad sé de buena fuente que Priscilla Chaves estará allí, nada menos que con su prometido. Pedro Alfonso. Sería interesante ver su expresión cuando la viera.

—Está bien. ¿Qué me pongo?

—Lo menos posible —casi pudo oír la risa de Pablo—. A decir verdad, generalmente llevo a esas fiestas a alguna de mis modelos, y ella se pone la ropa más escandalosa. Me gusta hacer una entrada triunfal —agregó con humor.

—De acuerdo —Paula sabía qué vestido se pondría—. Estaré lista a las ocho.

—Mejor a las nueve —aconsejó Pablo—. Esas fiestas casi nunca están en su apogeo sino hasta las diez y media.

—Y mientras más tarde lleguemos, más triunfal será nuestra entrada —eso pensó Paula por las experiencias que tuvo con Facundo—. Está bien, a las nueve.

Buscaba el guardarropa cuando su tía entró en el cuarto. Acababa de encontrar el vestido dorado y la capa haciendo juego y con rapidez las ocultó debajo de la otra ropa. Era seguro que la tía Susana no lo aprobaría.

—La cena está lista —anunció la señora.

—Yo también —Paula sonrió—. ¡Me estoy muriendo de hambre!

Mientras cenaban mencionó la fiesta y el tío convenció a la tía Susana para que no pusiera objeciones.

—Deja que la chica se divierta, porque se irá de aquí bastante pronto.

—Pero, Arturo…

—¡Deja de protestar! —el tío habló con firmeza—. Paula sabe lo que hace. Tal vez Pablo nos parece un poco alocado, pero estoy seguro de que Paula lo considera divertido.

—Lo es —sonrió de acuerdo con su tío.

—Entonces, eso es lo que cuenta. ¿Hay más papas, Susana?

—¿No ibas a empezar hoy tu dieta?

—Puede esperar hasta mañana —rió.

—Sabía que dirías eso, por lo que hice la cantidad normal de papas —fue a la cocina por ellas.

El tío de Paula se volvió y le guiñó un ojo.

—Después de treinta años me conoce mejor que yo mismo.

Paula deseó, que si alguna vez se casaba, ella y su marido fueran felices después de estar casados tantos años.

Cuando por fin se puso el vestido dorado, se sintió contenta de tener la capita, porque servía para cubrir lo que dejaba a la vista el diminuto corpiño del traje. Cuando oyó a Pablo acercarse a la puerta, asomó la cabeza por la puerta de la sala y se despidió a toda prisa, saliendo para encontrarse con el chico antes que sus tíos vieran lo que llevaba puesto.

Pablo no se escandalizó sino que quedó encantado.

—Bellísimo —murmuró con admiración.

—Deja de decir tonterías y vámonos —ordenó Paula, riendo felíz.

Él se dirigió a la parte más exclusiva de Londres. Los coches que estaban en el camino particular de la casa, eran costosos. El de Pablo era un Jaguar, modelo antiguo, así que no estaba fuera de lugar. Mientras cerraba las puertas del auto sonrió al ver su expresión.

—Lo compré barato. Estaba hecho un desastre cuando lo encontré y Ezequiel me lo arregló.

—Es agradable tener un amigo que se pueda encargar de tus coches —dijo ella bromeando.

—Un amigo a quien no le importa que su chica salga conmigo una noche.

Ella dejó de sonreír.

—No soy su chica, Pablo. Sólo somos amigos.

—Lo sé. Eze me dijo que se lo habías advertido. No te preocupes, Paula, a Eze no le importa porque él tampoco tiene deseos de una relación seria.

—Yo no estoy interesada en ningún tipo de relación.

—¿Una aventura amorosa desgraciada? —le preguntó con suavidad.

—Nada de aventura amorosa. Lo que hubo, fue malo.

—¿Y ya pasó?

—Así es.

—Bien, entonces entremos a deslumbrar a la multitud.

—En ese caso, será mejor que me quite esto primero —se quitó la capa y su cabellera rubia cayó como cascada sobre un hombro y un seno.

—¡Cielos! —Pablo exclamó con admiración—. Deslumbrante es la palabra exacta. Vamos —la tomó del brazo—. Esto lo voy a disfrutar.

Paula caminó a su lado y entraron en el vestíbulo de la casa.

—¿En realidad me parezco a la tal Priscilla Chaves? Mi tía y… no, sólo mi tía cree que todo es coincidencia.

La Usurpadora: Capítulo 7

Para Paula todo era un enigma. Se lo mencionó a su tía pero ésta no le prestó atención.

—Inclusive su prometido creyó que yo era esa otra chica —Paula frunció el ceño.

—Como estaba oscuro, tal vez fue un caso de identidad equivocada.

—Se siente raro parecerse tanto a otra persona.

—Tal vez no se parecen —insistió su tía—, sino fue debido a la poca luz del club. Es probable que la novia del señor Alfonso también tenga el pelo rubio y en la penumbra te parezcas a ella. Si yo fuera tú, Paula, olvidaría el asunto.

—Supongo que sí —suspiró—. Aunque sería interesante conocer a la tal Priscilla Chaves.

—¿Es ése su nombre?

—Ezequiel dice que ése es.

—Yo… ¡oh, maldición! —exclamó su tía al dejar caer una taza y ver acongojada que se estrellaba en el piso—. Una taza de mi mejor vajilla —se agachó a recoger los pedazos—. Espero que las sigan haciendo, me gustaría reponerla —echó los pedazos al cesto de la basura.

—Estoy segura de que las hacen —Paula barrió los pedazos que todavía quedaban esparcidos en el piso.

Su tío entró en la cocina.

—¿Se rompió algo?

—Qué bueno que yo no me caí —dijo enfadada su esposa—, porque tardaste bastante tiempo en venir.

Él se desconcertó ante el inesperado ataque.

—Sabía que Paula estaba aquí ayudándote a lavar la loza. Y sólo oí que algo se rompió, no un golpe fuerte, Susana.

—Está bien, tío Arturo —lo tranquilizó Paula—. La tía acaba de romper una de las tazas de su mejor vajilla y eso fue lo que la perturbó. Llévala a la sala y les haré a ambos una taza de té.

—Vamos, Susana, sólo fue una taza —le hizo la broma mientras ambos se dirigían a la sala.

—No fue eso, Arturo. Es que… —la puerta de la cocina se cerró cortando el resto de la conversación.

¡Pobre tía Susana! La vajilla era importante para ella. Trataría de conseguirle otra taza cuando fuera de compras esa tarde.

—¿Adónde te llevará Ezequiel esta noche? —le preguntó el tío cuando les llevó el té.

—No lo veré esta noche —no había aceptado su invitación, porque decidió que era demasiado tres noches seguidas—. Pero mañana me llevará a dar un paseo — agregó con pesar. Ezequiel estaba obstinado en volver a verla y ella aceptó por fin, que la llevara a dar un paseo por la campiña inglesa.

—Qué bueno que no es otro casino —su tía sacudió la cabeza en desaprobación.

—Fue toda una experiencia —rió Paula.

—No me gustaría que se repitiera —dijo con severidad la tía—. Después que te fuiste a la cama anoche, le dije lo que pensaba. ¡Imagínate, llevarte a un casino de juego! —agregó molesta.

—Lo haces sonar como un centro de perversión —se burló su marido.

—Estoy segura que a Alejandra no le hubiera gustado que Paula fuera a un lugar así, y a mí tampoco. Y Ezequiel le presentó a Paula a ese loco amigo suyo, Pablo.

—No está loco, Susana —sonrió el tío—. Tal vez es un poco extrovertido, pero no hay nada de malo en eso.

Logró conseguir una taza esa tarde, pero le pareció que había caminado todo Londres para encontrarla. Su tía se mostró encantada con la compra.

—Ezequiel telefoneó mientras saliste —su tía colocó la taza con las demás.

—¿Te dijo lo que quería?

—No "dijo lo que quería", yo se lo pregunté. Mencionó algo acerca de una fiesta esta noche.

—Ya veo —se mordió el labio inferior—. Entonces, ¿volverá a llamar?

—Mmm, me imagino que muy pronto.

Diez minutos más tarde hubo una llamada, pero esa vez fue Pablo.

—¿Te gustaría ir a una fiesta? —le preguntó.

—Creo que Eze piensa invitarme a una.

—En mi nombre. Yo soy quien quiere llevarte a la fiesta, Eze tiene que trabajar.

Paula se enfureció.

—Salí con Eze porque es el sobrino de mi tío, no espero pasar por todos los amigos de él.

—Oye —Pablo bromeó—, esa no es la idea.

—Entonces, ¿cuál es?

—De pronto supe por qué creí que habías trabajado en este país, y me pregunté si te gustaría conocer a tu doble.

—¿Doble…? —repitió desconcertada.

La Usurpadora: Capítulo 6

—¡Paula! —Ezequiel apareció frente a ella—. Por un minuto pensé que te habías ido sin mí —suspiro de alivio—. Siento haber tardado tanto, pero me topé con Pablo. Ven a conocerlo.

Ella fue de buena gana, aliviada de tenerlo de nuevo a su lado, antes que más hombres de Priscilla se le acercaran. Pablo resultó ser un chico extrovertido.

—¡Oh! —exclamó al verla, halándola para que se sentara frente a la barra del bar y junto a él—. Apuesto a que tienes talento innato —se entusiasmó estudiándola con el ojo clínico de un fotógrafo—. ¡Cómo me gustaría tenerte al otro lado de mi cámara! —dijo como para sí—. ¿No habría una oportunidad para eso?

Paula sonrió.

—No en este viaje. Ya le expliqué a Ezequiel que no tengo permiso…

—Yo podría conseguirte uno —interrumpió Pablo, ansioso.

—Todavía estoy convaleciente.

Ezequiel se lo explicó y Pablo la observó con fijeza.

—¿Has trabajado alguna vez en este país?

—Jamás había estado aquí, excepto de chiquita.

—Tengo la sensación de que te he visto —frunció el ceño, perplejo.

—¡No! ¿Tú también? —suspiró Paula—. Eres el tercero desde que llegué.

—¿Al club? —preguntó Ezequiel, sentado al otro lado de ella.

—No, a Inglaterra. La gente piensa que soy otra persona.

—¡Alguien que trata de entablar una conversación!

—No —negó con la cabeza—. Eso pensé la primera vez que sucedió, pero volvió a suceder aquí, esta noche, y ambos hombres pensaron que yo era la misma persona —encogió los hombros, perpleja.

Ezequiel la abrazó.

—Me niego a creer que haya dos como tú —le sonrió—. ¡La naturaleza no pudo haber sido tan generosa!

—De todas maneras, todo fue muy extraño, pero no importa. ¿Podríamos irnos ya, Eze? Se está haciendo tarde y tía Susana y tío Arturo me estarán esperando.

Se despidieron de Pablo y Paula prometió ponerse en contacto con él si decidía alguna vez trabajar en Inglaterra.

—¡Fue una suerte que nos hayamos topado con él! —comentó Ezequiel en el trayecto a casa—. Es un hombre imposible de encontrar a veces.

Paula estaba preocupada, incapaz de olvidarse del hombre del casino. Quienquiera que fuese Macarena, era una muchacha afortunada teniéndolo por amante.

—Eze —se mordió pensativa el labio inferior— esta noche en el club, estaba un hombre llamado Pedro Alfonso, ¿lo conoces?

Él soltó una carcajada.

—¡Debes estar bromeando!

—Pero, ¿has oído hablar de él?

—¿Y quién no? Está metido en los mejores negocios, siempre que sean legales. Él y su socio… bueno, en realidad era el socio de su padre, pero como el viejo ya murió, son millonarios.

—¿Está casado? —Paula hizo la pregunta con tanta indiferencia como pudo, porque no quería demostrar demasiado interés en la respuesta de Ezequiel.

—No —sonrió—. Pero lo estará. Hizo la cosa más sensata, se comprometió con la hija de su socio, Priscilla Chaves…

Paula tragó con fuerza.

—¿Priscilla…?

—Mmm. Un día, Pedro Alfonso será propietario de todo, además de la encantadora Priscilla.

Paula ya no lo escuchaba. ¿Acaso Pedro Alfonso pudo cometer el error de confundir a otra mujer con la que se iba a casar?

viernes, 24 de junio de 2016

La Usurpadora: Capítulo 5

—Más de las que crees —se mostró avergonzado.

Ella lo agarró del brazo, dejando a un lado cualquier sentimiento de timidez.

—Entremos a echar un vistazo.

Jamás había estado en un casino y durante la primera media hora todo le pareció fascinante. Se pararon detrás de una mujer de edad mediana, quien para conocimiento de Paula, perdía cada apuesta que hacía. A ella le pareció todo muy deprimente.

—Te traeré una bebida —sugirió Ezequiel.

Ella hubiera preferido irse, pero no quiso ser aguafiestas. Ezequiel se divertía. Aceptó el ofrecimiento de la bebida y siguió observando el juego, sin entenderlo, pero cada vez más fascinada al ver girar la ruleta mientras esperaba que él regresara.

Por fin una mujer del otro lado de la mesa, se rindió y se levantó para marcharse. Un hombre tomó su lugar y Paula lo observó cuando comenzó a ganar. Tenía aspecto de jugador experimentado: rostro inalterable y ojos azules astutos.

Paula lo observó y volvió a despertar su interés en la ruleta. Tenía las manos largas y delgadas y hacía sus movimientos sin prisa. Su comportamiento reflejaba seguridad y riqueza. El personal del club lo trataba con respeto, haciendo que Paula se preguntara quién podría ser. Tendría unos treinta y cinco años. De pronto levantó la vista y la sorprendió observándolo. Frunció el ceño, haciendo que su atractivo desapareciera. Ella se perturbó al percibir la mirada de disgusto y se volvió en busca de Ezequiel. Tardaba mucho en traer las bebidas.

Alguien le agarró un brazo y la hizo girar en redondo para enfrentarse al hombre que había estado observando en la ruleta. Debió haberse levantado de la mesa en cuanto ella se volvió.

—¿Qué estás haciendo aquí? —inquirió, molesto, a la vez que le apretaba el brazo.

Paula frunció el ceño ante su ataque, tanto físico como verbal.

—Yo… nos… yo firmé al entrar.

—¿Así que no estás sola?

—No.

El hombre la haló para apartarla de la mesa y llevarla a un rincón.

—¿Con quién estás? —quiso saber.

—Yo… ¡suélteme! —Paula trató de que le quitara de encima los dedos y lo miró aprensiva. ¿Si había hecho algo malo por qué no se lo decía y la dejaba ir? No tenía necesidad de tratarla con rudeza. ¿Y dónde estaba Ezequiel? Él podría explicar que su amigo era miembro—. ¡Me está lastimando! —gritó al ver que no la soltaba.

Apretó con fuerza los blancos y parejos dientes.

—¡Me gustaría hacer más que eso! —la alejó de su lado—. ¿Quién es el hombre?

Paula se frotó la piel adolorida.

—Ezequiel Mayer —murmuró.

La expresión del hombre era intimidante.

—No lo conozco, pero eso sucede siempre, ¿verdad? Bueno, como lograste que ese Ezequiel Mayer te trajera, también podrás hacer que te lleve a casa de regreso. Lo discutiremos mañana.

—¿Mañana…? —lo miró sorprendida.

—Sí, mañana. Y asegúrate de estar allí. Comienzo a cansarme de tus proezas, Priscilla. Creí que ya se habían acabado —suspiró—. Si tu padre lo supiera… —movió la cabeza.

¡Era Priscilla de nuevo! En dos días era la segunda vez que la equivocaban con esa otra chica.—Ha habido un error…—¡Sí! —exclamó furioso—, y comienzo a pensar que yo lo cometí —le dirigió una mirada de reproche—. Hablaremos mañana —se volvió y salió del club con rapidez.

Paula se quedó confundida. Quienquiera que fuera la tal Priscilla, llevaba una vida interesante y parecía que ese último hombre, estaba harto. Por lo visto la otra chica era una coqueta, pero no tenía por qué sufrir las consecuencias de algo que no había hecho. Tuvo curiosidad de saber la identidad del hombre y se le acercó al portero.

—Ese hombre… —titubeó—. El que acaba de salir…

—¿El señor Alfonso? —preguntó el hombre con cortesía.

—Oh, el señor Alfonso —fingió desilusión—. Al parecer cometí una equivocación.

—No, señorita —el portero negó con la cabeza—, ése era el señor Pedro Alfonso. Tiene que ver con cosas de ingeniería.

—Gracias —sonrió—. Me equivoqué.

Cuando el hombre dijo que Pedro Alfonso tenía que ver con cosas de ''ingeniería'' estuvo segura de que quiso decir que era el dueño de esas compañías. A pesar de la rudeza con que la trató, Paula lo encontró atractivo. Era una lástima que estuviera interesado en una chica llamada Priscilla, quien al parecer era su doble.

Ella había leído que todas las personas tenían un doble en alguna parte del mundo, pero parecía que el de ella vivía en Londres y que su parecido era tal, que aún los amantes de Priscilla parecían engañarse. Y Paula estaba segura de que ambos hombres habían sido sus amantes, la trataron con gran familiaridad… o más bien a Priscilla.

La Usurpadora: Capítulo 4

—Yo también —se levantó, estirándose—. Es agradable tenerte con nosotros, cariño —le confesó emocionado a Paula.

Ella lo abrazó con lágrimas en los ojos.

—Me da gusto estar aquí. Lástima que no vine antes en vez de esperar hasta… —se interrumpió.

Su tío le palmeó el hombro con torpeza.

—Ahora todo está bien, Paula. Somos tu familia, por el tiempo que quieras.

—Gracias —los besó a ambos en la mejilla antes de ir a su habitación.

Una vez que cerró la puerta de su cuarto las lágrimas fluyeron con facilidad; la pérdida de sus padres todavía era una herida abierta. No sabía qué hubiera hecho los últimos días sin el apoyo de sus tíos, porque tuvo una fuerte depresión en Estados Unidos.

Después de un agotador recorrido por la mayoría de los museos, Paula no tenía deseos de salir esa noche, pero le había prometido a Ezequiel que saldría con él y no podía defraudarlo.

—¡Estás hermosa! —exclamó su tía cuando Paula entró en la sala a esperar a Ezequiel.

Se sentía muy confiada de su aspecto, sabiendo que el vestido negro era apropiado para cualquier ocasión, y que servía tanto para el restaurante como para el club, aunque de estilo recatado, mostraba la perfección de su figura. Se sentó frente a su tía, con el largo cabello sostenido en lo alto de la cabeza, cosa que dejaba libre el cuello.

—¿En dónde está tío Arturo?

—Fue a tomar algo con uno de sus amigos —la tía siguió tejiendo, el suéter que casi tenía terminado para su esposo—. Es algo que hace con regularidad.

—Debiste habérmelo dicho y no hubiera hecho arreglos para salir esta noche.

—Tú diviértete —la animó—. Para decirte la verdad —confió con una sonrisa— yo generalmente me duermo a las nueve.

—Ya veo —Paula rió—. Una poca de paz y tranquilidad.

—Esa es la idea. Creo que llegó Ezequiel —dijo la tía Susana cuando sonó el timbre de la puerta.

Paula fue a abrir. Ezequiel tenía puesto un traje azul marino y una camisa azul claro que hacía contraste. Agrandó los ojos al verla.

—¿Estás lista? —entró en el recibidor.

—Por supuesto. ¿No son las ocho?

—Oh, sí, pero pensé que me tendrías esperando por lo menos hasta las ocho y quince.

Sonrió mientras lo precedía a la sala.

—Siempre trato de ser puntual. Mi madre acostumbraba decirme que si alguien se tomaba la molestia de llegar a tiempo, entonces era una cortesía estar lista.

—Creo que me hubiera simpatizado tu madre.

Se despidieron de la tía Susana.

El trayecto al restaurante fue corto, su mesa estaba en uno de los rincones de la habitación.

—Me gusta mucho la comida china —comentó Ezequiel una vez que habían ordenado—, pero como no sabía tus gustos, preferí ir a lo seguro y escogí un restaurante inglés.

—Te arriesgaste al pensar que me gusta comer. La mayoría de las modelos que conozco, viven a base de leche y hojas de lechuga.

—Oye, es cierto… eres modelo, ¿verdad? ¿Te interesaría recibir algunas ofertas? Me refiero al trabajo —agregó con sequedad.

—Me interesará cuando regrese a Estados Unidos. No tengo permiso para trabajar aquí. Este viaje sólo es de placer.

—Lástima. Tengo un amigo que es fotógrafo. De veras —insistió al ver su dudosa expresión—. Pablo y yo estudiamos juntos. Aquí ha tenido mucho éxito.

—Tal vez en otra ocasión —dijo Paula apesadumbrada.

—Está bien. Tal vez pueda presentarlos a los dos antes que te vayas a casa, así tendrás un contacto aquí si es que alguna vez decides trabajar en Inglaterra.

—Es muy amable de tu parte, gracias.

—No me causa ningún problema.

Eran más de las diez cuando salieron del restaurante para ir al club. Los ojos de Paula brillaban por la cantidad de vino que tomó durante la cena, y sonreía más que de costumbre. El club era elegante y exclusivo.

—Sé lo que estás pensando —Ezequiel hizo una mueca—, pero he estado aquí un par de veces con Pablo. Me gusta observar a los ricos perder su dinero —se refería a las mesas de juego, a las mujeres elegantes con hombres acaudalados—. Pablo es miembro —le explicó por el hecho de que hubieran podido entrar—. Y la gente de aquí me conoce.

Paula se sintió ligeramente incómoda.

—Eso suena como si hubieras estado aquí más de un par de veces.

La Usurpadora: Capítulo 3

—No estoy segura de los planes que tengan para mí los tíos. Como ves…

—Está bien, Paula —la interrumpió él con sequedad—. Me doy cuenta de que no soy el tipo de hombre con el que acostumbras salir.

—No quise decir eso —la joven se ruborizó ante tal reproche.

—Pero es verdad, ¿no es así? Esta noche parecías una criatura, disfrutaste cada nueva experiencia. El tío Arturo me dijo que eres rica.

Paula se mordió el labio inferior, sabiendo que lo había herido.

—Sí me divertí esta noche y s… siento si te avergoncé con mi entusiasmo. No fue esa mi intención.

—No me avergonzaste. Fuiste un éxito y lo sabes. Tal vez por eso estoy tan molesto… estaba celoso de la mitad de los hombres que estaban allí esta noche.

Paula se relajó un poco.

—No necesitabas estarlo. Siempre recuerdo con quién salí y trato de regresar a casa con la misma persona.

—Entonces, ¿salimos mañana si la tía Susana y el tío Arturo no tienen otros planes para tí? Y esta vez te llevaré a un lugar donde pueda tenerte sólo para mí.

No estaba segura de que su interés fuera algo bueno. Pronto regresaría a Estados Unidos, y no le convendría a Ezequiel comprometerse mucho con ella.

—¿Paula? —insistió Ezequiel.

—Yo… pues… ¿qué pensabas que hiciéramos?

—Ir a cenar y luego a un club.

—Suena bien —aceptó y decidió que podría manejar el interés de Ezequiel en ella, si es que comenzaba a convertirse en algo serio. Le simpatizaba, era divertido, y no habría daño en que salieran juntos—. ¿A qué hora debo estar lista?

—Oh, como a las ocho —detuvo el coche afuera de la casa.

—¿Quieres entrar a tomar un café?

—Esta noche no, gracias. Mis tíos deben haberse acostado hace mucho y no quisiera perturbarlos. Será mejor que les pidas la llave de la puerta para mañana, tal vez lleguemos tarde.

—Espero que no demasiado, me hace falta mi sueño de belleza.

—No lo había notado —dijo él en broma.

—En realidad no quiero regresar demasiado tarde. Ya… ya no me desvelo — desde que había salido del hospital tomaba las cosas con calma.

—Está bien —suspiró Ezequiel—. Estarás en casa a media noche… Cenicienta. Pero de todas maneras yo les pediría una llave.

—La pediré —prometió—. Y gracias una vez más por esta noche, me divertí mucho.

—¿Lo suficiente como para darme un beso de buenas noches?

Ella se inclinó hacia adelante y le dió un ligero beso en la boca.

—Buenas noches —le gritó antes de apresurarse a entrar en la casa.

Ambos estuvieron equivocados; sus tíos no estaban acostados, se encontraban en la sala.

—Pero no deja de preocuparme —oyó que decía la tía Susana.

—Te estás preocupando por nada —se burló su esposo—. Olvídalo, no significó nada.

—Pero, Arturo…

—¡Susana! —exclamó—. Creo que acaba de entrar Paula, así que olvidemos el tema.

Paula encogió los hombros y tosió para anunciar su presencia.

—¿Te divertiste mucho, querida? —le preguntó su tía al verla entrar en el cuarto.

—Mucho.

—¿Volverás a salir con él? —el tío Arturo se quedó mirándola por encima de las gafas.

—Mañana —Paula se ruborizó.

—¿Lo oyes, Susana? —volvió el rostro hacia su mujer—. Antes que nos demos cuenta, tendremos boda.

—¡Arturo! —lo amonestó.

—Pasará mucho tiempo antes que me case, tío Arturo —le dijo Paula—. Sólo tengo veinte años, bueno, casi veintiuno.

—A esa edad Susana y yo teníamos dos años de casados.

—Ahora hay muchas cosas que la gente joven puede hacer, lugares qué ver, y no quieren amarrarse demasiado jóvenes al matrimonio —se burló su esposa.

—Después de todos estos años, por fin me dice que sólo se casó conmigo por aburrimiento —le guiñó un ojo a Paula.

—¡Deja de decir tonterías! —dijo la tía Susana con desdén—. ¿Adónde te llevará Ezequiel mañana? —le preguntó a la chica.

—Iremos a cenar y luego a un club, fue lo que dijo.

—Mejor que ir a una taberna —se burló el tío Arturo.

—Me gustó la taberna —Paula se sintió desilusionada de que Ezequiel decidiera no volver a llevarla allí.

La tía Susana se levantó dejando a un lado su tejido.

—Estoy lista para irme a la cama, ¿y tú, Arturo?

la Usurpadora: Capítulo 2

—Con una chica llamada Priscilla. No me hubiera importado, pero parecía muy insistente. Bueno, tendrá que pensar que esta vez no le dió resultado.

—Sí, supongo que sí —asintió pensativa la tía—. ¿En dónde estamos? Ah, sí, si damos vuelta aquí llegaremos al subterráneo. ¿Quieres que vayamos a casa a tomar una taza de té? Me estoy muriendo por una.

Paula le sonrió, su rostro iluminado por la picardía. Era alta y esbelta, de piernas largas. Esperaba volver a modelar cuando regresara a Estados Unidos.

—¡Tú y tu té! —se burló. Después de sólo dos días, sabía que su tía tenía debilidad por dicha bebida y la tomaba varias veces al día. Paula prefería café, pero estuvo dispuesta a ir a la casa a descansar, la visita al palacio de Buckingham y al Parlamento, la había cansado.

El tío Arturo llegó poco después que ellas, era un hombre fornido, de estatura baja, cuyo cabello color castaño comenzaba a ponerse gris.


—Te tengo una sorpresa, cariño —le sonrió a Paula mientras cenaban—. Invité a mi sobrino Ezequiel a venir esta noche, él es hijo de mi hermana Julia. Pensé que tal vez te gustaría algo de compañía juvenil.

Paula ocultó su irritación. Sus tíos habían sido muy amables con ella, y hubiera sido una mal agradecida de no apreciar ese acto de amabilidad. No podían saber de su reciente desilusión, de la forma en que Facundo la defraudó cuando más lo necesitaba. Él era un actor que comenzaba a colocarse, y un día después del accidente de la joven, la había reemplazado, porque no tenía tiempo para sus lamentaciones ni para sus heridas. Así que por el momento no estaba interesada en los hombres.

—Será muy agradable —sonrió.

—Eso espero —asintió el tío—. Es un buen muchacho, trabaja en un garaje.

—No trabaja en un garaje, Arturo—se burló su esposa—. Es dueño de uno, querida —le dijo a Paula—. Y deja que otros hagan el trabajo.

—Es muy amable de su parte dedicarme un poco de tiempo —dijo la chica con honestidad.

—Bueno, hubo necesidad de persuadirlo un poco, pero lo logré —comentó el tío.

Después que Facundo la abandonó, eso no era algo que le levantara la moral. Pero debido a la renuencia de Ezequiel de conocerla, tuvo especial cuidado con su arreglo esa noche.

Su traje era de color lila pálido y el angosto cinturón más oscuro. Los zapatos hacían juego con este último. Quería que se maravillara al verla, así que se maquilló de forma dramática, sólo para demostrarle que en esa ocasión no había perdido su tiempo.

Cuando lo oyó llegar comprobó su aspecto. Su pelo, recién lavado, le caía sobre la espalda en suaves ondas y con rizos a cada lado del rostro. Sí, parecía la mejor modelo, y si Ezequiel no se impresionaba ahora, jamás lo estaría.

Se impresionó, fue evidente por la forma en que él agrandó los ojos azul profundo, y la manera como la recorrió con la mirada.

—Hola —lo saludó con voz ronca, dedicándole su más atractiva sonrisa—. Yo soy Paula y tú debes ser Ezequiel —le dio la mano.

Él se la tomó, sin querer soltársela de nuevo. Su mano era fuerte y curtida por el trabajo, las uñas cortas y limpias. Tenía cerca de treinta años, cabello rubio, rostro atractivo y vestía con informalidad: pantalones vaqueros desteñidos y la camisa desabotonada.

—Encantado de conocerte —sonrió—. Tío Arturo no me dijo lo… bueno, no me dijo… ¡eres preciosa!

Paula rió felíz, y por fin logró zafar su mano.

—Gracias —hizo una venia—. Tío Arturo tampoco fue muy descriptivo acerca de tí  -confesó porque el hombre le simpatizó enseguida.

—Esperabas verme mugroso, con aceite debajo de las uñas —ironizó.

—Algo así —sonrió con pesar—. Aunque tía Susana me aseguró que en realidad no trabajas en tu garaje —dijo maliciosa.

—¡Encantadora!

Ella soltó la carcajada al ver su expresión de disgusto.

—Estoy segura de que no lo dijo con la intención que yo —sus tíos habían aprovechado la visita de Ezequiel y habían ido a visitar unos amigos.

—Oye, maravillosa —Ezequiel le sonrió—. ¿Te gustaría salir a tomar una cerveza?

—Me encantaría —aceptó ansiosa.

Jamás había estado en una taberna. Su madre y padrastro la protegían bastante, seleccionando sus amistades. Le encantó el establecimiento, la cerveza que Ezequiel  le dió a probar, la amistosa y cálida atmósfera y más que nada, la gente. De inmediato la aceptaron en el grupo de Ezequiel y la persuadieron a jugar a los dardos, un juego que desconocía. Pero se divirtió mucho, y a nadie pareció importarle su falta de habilidad para dar en el blanco dos veces seguidas.

—¡Eso estuvo divertido! —le dirigió a Ezequiel una sonrisa en el camino de regreso a casa de sus tíos.

—Me da gusto que lo hayas disfrutado. ¿Te gustaría volver a salir conmigo?

—¡Me encantaría! —el rostro de Paula se iluminó.

—¿Mañana?

La Usurpadora: Capítulo 1

—¡Priscilla! ¿Cómo estás?

Paula parpadeó y al alzar la vista vió a un hombre alto y atractivo frente a ella y sonrió con pesar.

—Lo siento —su acento americano era muy notable en contraste con el inglés de él—. Me temo que se equivocó de persona —se volvió con una sonrisa de disculpa deseando haber sido la tal Priscilla.

El hombre de ojos azules la tomó del brazo evitando que cruzara la calle.

—Oye, no le diré a Peter que andabas sola por el Soho.

Paula frunció el ceño y mostró sorpresa en los ojos color café que contrastaban con su cabello rubio. Como había vivido en Estados Unidos la mayor parte de su vida, tuvo curiosidad de conocer el país donde había nacido y en el que vivió hasta la edad de un año, de donde su madre se la llevó después de la muerte de su marido.

—Lo siento —le repitió al joven—, pero está equivocado.

Él no se mostró convencido.

—Me encanta el acento —sonrió—, pero te conozco demasiado bien para que me engañes Con eso —le rodeó la cintura con un brazo y sus dedos se extendieron peligrosamente hacia el seno.

Paula se puso rígida. Al parecer, él y la chica con la que la estaba confundiendo eran más que conocidos.

—¿Sería tan amable de quitarme las manos de encima? —le pidió altiva y se echó sobre el hombro su largo cabello.

Él frunció el ceño pero no hizo ningún intento de soltarla.

—No tienes por qué portarte así, Priscilla. Reconozco que estoy un poco dolido por la forma en que terminaste las cosas entre nosotros el año pasado, pero Peter…

—No conozco a ningún Peter, ni a usted tampoco. ¡Y si no me suelta llamaré a un policía! —miró a su alrededor en busca de uno, porque jamás pensó que un hombre tratara de entablar conversación en forma tan osada.

—Está bien, está bien —el hombre hizo una mueca—, no necesitas molestarte. Si quieres seguir fingiendo que eres una turista americana, está bien.

Ella no fingía ser nada, aunque aquella no era una zona apropiada para perderse, y eso era ella: una turista americana. Sólo esperaba que la tía Susana no se fuera sin ella, porque como sólo hacía dos días que había llegado a aquel lugar no tenía idea de cómo regresar a su casa.

—¿Podría ser tu guía? —el hombre la miró de reojo—. Oye Priscilla, eso podría ser divertido. Podríamos…

—Ya tengo guía —lo interrumpió fastidiada por el hecho de que todavía creía que era la otra mujer. Parecía como si no conociera muy bien a Priscilla, lo que hacía más sorprendente su terquedad acerca de su identidad. ¡A menos que así fuera como acostumbraba entablar conversación con las mujeres!

—Oh, ya veo —sonrió con amargura—. Apuesto a que Peter no sabe acerca de esto… y desearía no haberlo sabido yo tampoco —se inclinó y la besó en la boca—. Nos veremos el fin de semana.

Paula se quedó mirándolo aturdida. No era una puritana, la habían besado antes, pero jamás un extraño.

—¡Paula! —la tía Susana llegó sin aliento a su lado—. ¡Gracias al cielo que te encontré!

Paula se volvió, el extraño galanteador ya perdido en la multitud.

—Debo haberte perdido en la última tienda —sonrió, disculpándose.



Susana Schulz era una dama agradable de cuarenta y ocho años, rubia y de rostro atractivo. Era hermana de la madre de Paula y a pesar de que las hermanas habían estado separadas durante los últimos veinte años, se escribían numerosas cartas, tanto así, que Paula sintió como si ya hubiera conocido a su tía cuando se vieron por primera vez dos días antes, y le simpatizó de inmediato.

El viaje a Inglaterra era para Paula una especie de convalecencia. Su madre y padrastro habían muerto seis meses antes en un accidente automovilístico, y además de dejarla huérfana, también quedó con las piernas lesionadas, arruinando por completo su carrera como modelo que comenzaba a dar frutos.

Tardó seis meses en que le sanaran las heridas, tanto emocionales como físicas y después de su última visita al médico, hizo arreglos para visitar a sus parientes ingleses, encontrándose con que era una muchacha muy rica a la muerte de su padrastro, Manuel Gonzalez. Habían sido una familia unida, Manuel adoptó a Paula cuando se casó con su madre y fue muy desconcertante encontrarse de pronto sola.

La tía Susana se encariñó con la chica enseguida, ya que ella y el tío Arturo no tenían hijos. Paula se entristecería cuando llegara el momento de partir. Pero eso no sucedería de inmediato sino un par de semanas más tarde.

—¿Quién era ese hombre —la tía frunció el ceño— con el que estabas hablando?

—No tengo idea —la joven encogió los hombros y juntas caminaron de regreso al centro de la ciudad.

—¿No lo conocías? —la tía agrandó los ojos.

—No.

—¡Pero lo ví besarte! —arguyó la tía Susana, escandalizada.

—Creo que trataba de conversar conmigo —Paula sonrió—. No fue una forma muy buena de abordarme… fingió creer que yo era otra persona. ¡Nada original!

—¿Con quién te confundió?