—Debieron haberme avisado que ya habías llegado —murmuró.
—No seas exagerado, Pepe, me sorprende que me hayas visto entre toda esta multitud.
—Oh, claro que te ví, estás bellísima, Pau.
—Gracias —se ruborizó, complacida.
—Yo…
—Pepe, Atkins quiere felicitarte —un hombre de más o menos treinta años apareció a su lado.
—Atkins tendrá que esperar… —Pedro lo miró disgustado.
—¿Se refiere a Adrián Atkins? —Paula no pudo resistir su curiosidad y asombro.
El recién llegado la miró por primera vez, en forma apreciativa.
—Creo que no hemos sido presentados —dijo.
—Paula Chaves, Matías Smythe —Pedro los presentó, cortante.
Matías Smythe sonrió.
—Claro, debí reconocerla —sacudió la cabeza y estrechó la mano de Paula con firmeza.
—¿Reconocerme? —ella parpadeo—. Sí, ¡por los diarios! No me sorprende que no lo haya hecho. Con dificultad me reconocí yo misma —sonrió—. ¿Cómo están su esposa y su hijo?
—Fue niña —Matías sonrió—. Germán no tiene noción de la importancia del suceso.
—"Todos los bebés son iguales" —Paula cito las palabras de Germán, sonriendo, después su risa se ahogó ante la mirada de irritación que le lanzó Pedro—. ¿Hablaba usted de Adrián Atkins? —repitió.
—Sí —Matías confirmó—, él piensa que esta obra es la mejor de Pedro y debo reconocer que tiene razón, es una obra maestra.
—Pero Pepe, no puedes tener a un hombre como ése esperando —dijo Paula, escandalizada. Adrián Atkins era el crítico de arte más renombrado del momento. Él podía arruinar a alguien como Pedro a pesar de su importancia—. No necesitas quedarte conmigo —le aseguró—. Voy a ver las pinturas.
—Matías…
—Yo cuidaré de Paula —el otro hombre se ofreció espontáneo—. Atkins está por allá…
—Ya lo ví. Pau, regresaré dentro de unos minutos, no vas a desaparecer, ¿verdad?
—De ninguna manera.
—Bien —él se inclinó y la besó con suavidad en los labios antes de dirigirse a ver al crítico de arte.
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