lunes, 28 de febrero de 2022

Irresistible: Capítulo 20

Porque respecto a ella no era cierto. ¿Cómo se suponía que ella iba a saberlo? Él frunció el ceño y continuó como si ella no hubiera hablado.


–Y tú me has tomado por un idiota que pretendía cargarte con todas las tareas del hogar.


Ella se mordió el labio.


–Y llegaste a todas esas conclusiones sin basarte en ninguna evidencia propia, sino únicamente en rumores. Así que decidí darte una lección. Decidí hacerte creer que mi intención era seducirte –se inclinó hacia ella–. Y al final de la noche, cuando estuvieras esperando a que hiciera la jugada final...


–¿Sí?


–Iba a darte las buenas noches y retirarme a mi dormitorio solo. Así te percatarías de que me habías malinterpretado y de que me habías juzgado injustamente.


–¿Y no te parece que eso es una locura demasiado elaborada solo para enseñarme una lección? ¿Por qué diablos no me dijiste que espabilara? Era mucho más sencillo y mucho más directo, ¿No crees? ¿Por qué no me hablaste de ello como una persona adulta?


–¡Porque no estabas actuando como una persona adulta! –soltó él–. Porque en todo momento has actuado como si fuera a saltar sobre tí como si fuera un lobo malo. Tu manera de comportarte, como si fueras virgen, me...


Se calló al ver que Paula se encogía al oír sus palabras. Incluso a la luz de la vela pudo ver cómo se sonrojaba y no quería mirarlo a los ojos. Él la miró y dijo:


–Dios mío, ¿Estás bromeando?


Paula se sonrojó aún más.


–No tengo ni idea de qué estás hablando –contestó, y miró hacia otro lado.


¡No! No podía ser...


–¿No pretenderás que me crea que eres virgen?


Ella lo miró.


–¡No te estoy pidiendo que creas nada!


¿Paula Chaves era virgen? Pedro se apoyó en el respaldo de la silla y se cruzó de brazos. ¡Una virgen! Él siempre se mantenía alejado de las vírgenes. Se pasó las manos por el cabello y dió gracias por que su intención de aquella noche no se hubiese convertido en una seducción de verdad. Si hubiese seducido a Paula de verdad... Apretó los dientes. Las vírgenes confundían el sexo con el amor. No habían aprendido que el amor era un mito. Ni a separarlo del sexo. Algunas mujeres nunca llegaban a hacerlo, y también se mantenía alejado de ellas. Quizá fuera un mujeriego, pero no era estúpido. ¿Una virgen? Una fina capa de sudor cubrió su labio superior. Él tenía fama de rompecorazones, pero solo se acostaba con aquellas mujeres que compartían su punto de vista acerca del sexo. Cualquier otra cosa era demasiado complicada. Y a él no le gustaban las complicaciones. No quería ser él quien destrozara las ilusiones de una mujer. No le gustaban las lágrimas ni los corazones rotos. Su especialidad era la risa y la diversión. Nada más.


–Una virgen –murmuró de nuevo. Era increíble.


Paula lo miró.


–¿Y qué pasa si lo soy? ¿Qué tiene de malo?


–Nada –«Absolutamente nada», pensó. 


Afortunadamente no había tenido verdadera intención de buscar diversión sin compromiso con Paula.


¡Maldita sea! No era un hombre de ideas fijas. Paula y él tenían que solucionar el tema del sexo. Estaban en Newcastle por motivos de trabajo. Fin de la historia.


–Te debo una respuesta –dijo ella–. Vine pensando lo peor sobre tí –admitió ella–. No es justo, y lo siento.


Su disculpa lo pilló desprevenido. ¿La niña mimada sabía cómo disculparse? La había acusado por haberlo juzgado de manera equivocada, pero se preguntaba si él había hecho lo mismo con ella. Era evidente que no había pasado los últimos años saliendo de fiesta, tal y como él pensaba.

Irresistible: Capítulo 19

 –Los piñones habrían resaltado su textura y así este plato habría dejado de ser un plato corriente.


–¿Corriente?


–Ajá –se limpió la boca con la servilleta.


Él no añadió nada más y le sirvió una copa de vino tinto. Ella miró la etiqueta y preguntó:


–¿Por qué has elegido un Merlot y no un Cabernet Sauvignon?


Él dejó la botella con fuerza sobre la mesa.


–No lo he elegido yo –soltó–. El restaurante prometió que acompañarían cada plato con el vino adecuado.


Paula dejó los cubiertos sobre el plato con fuerza y lo mirófuriosa.


–¿El restaurante? ¿Ni siquiera has elegido el vino tú? –dijo furiosa–. ¿Y qué sabrá el restaurante? ¿Y qué restaurante es ese en el que se supone que son tan buenos?


–El Regency Bellevue –soltó entre dientes–. Y es el mejor.


–¡Buah! El mío será mejor –retiró el plato mostrando su disgusto.


¿De veras creía que podía seducir a una mujer sin apenas esforzarse?


–No hay forma de complacerte, ¿No? –soltó Pedro.


–Me habrías complacido si esto fuera una comida entre dos compañeros de trabajo, sin segundas intenciones.


Su acusación lo dejó perplejo. Aunque no tenía intención de seducirla, había hecho todo lo posible para que lo pareciera. Y no esperaba que ella lo desafiara de forma tan directa. Las mujeres que conocía habrían seguido el juego y nunca lo habrían retado de forma tan directa. Evidentemente Paula no era de esa clase.


–Si estás tan emperrado en la seducción, ¡Al menos esfuérzate!


–¿Que me esfuerce?


–Aparte de una cantidad indecente de dinero, que puedes permitirte sin problema, ¿Qué más has puesto de tu parte esta noche?


–Tiempo e imaginación –contestó él.


–¿Tiempo? ¿Cuánto has tardado en hablar con el cocinero y decidir un menú? ¿Quince minutos?


Él le sostuvo la mirada y se acomodó en la silla. Ella frunció los labios.


–¿Diez minutos? ¿Y cuánta imaginación has puesto en esos diez minutos?


Él no dijo nada.


–La comida la ha traído otra persona, que también ha puesto la mesa... Tú solo te has puesto la ropa de fiesta y has servido los platos y ¿Pretendes que yo te aplauda y piense que eres maravilloso? No creo –se cruzó de brazos.


–Me habría bastado con que me dieras las gracias. No intentaba seducirte.


Ella lo miró como acusándolo de ser mentiroso.


–Las conclusiones que sacaste antes me molestaron. Me acusaste de mujeriego.


–¿Me estás diciendo que no eres un mujeriego?


«Si lo negara, estaría mintiendo». Pedro frunció el ceño. ¿Por qué se había ofendido con la verdad?

Irresistible: Capítulo 18

¡Oh, cielos! El pescado estaba delicioso. Paula necesitó mucha fuerza de voluntad para no gemir de placer cuando comió otro bocado. Había estado a punto de flaquear al ver que Pedro se había decepcionado, pero consiguió remontar. Si flaqueaba, estaría perdida. No sabía cómo era posible hacer el amor con alguien y no implicarse emocionalmente. No sabía cómo conseguía hacerlo Pedro, pero tampoco quería conocer su secreto. Cuando hiciera el amor quería entregarse por completo. Quería amar al hombre con el que hiciera el amor. Y estar segura de que él la amaba a ella. Quería una relación para siempre. ¿Pedro y para siempre? ¡Ja! Si tenía suerte quizá él se comprometiera con ella hasta finales de semana. No era suficiente. Aunque ella sabía que estaba tomando la decisión adecuada, su cuerpo reaccionó a modo de protesta. Empezaron a quemarle los ojos y a dolerle la cabeza. ¡Y el maldito pescado estaba delicioso! No quería encargarse de cocinar a diario porque opinaba que cocinar noche tras noche para un hombre podía ser igual de peligroso que acostarse con él. Si no tenía cuidado, una mujer terminaría creándose fantasías acerca de él. «Y si cenas todas las noches con un hombre ¿También te crearás fantasías ridículas?». Se agachó para dejar su plato en el suelo para Silvestre.


–¿Qué diablos...?


–Silvestre puede que sea una gata mimada –dijo ella, fingiendo no haberse percatado de su enfado y tratando de controlar sus hormonas–, pero no notará el orégano y, si lo hace, no le importará. ¿Qué hay de segundo?


Ella esperaba que él dejara los cubiertos con brusquedad, le dijera que era una maleducada y se marchara del departamento. No le habría culpado por ello. No quería herir sus sentimientos, pero nunca se le había dado bien ser delicada. Él era un mujeriego y un hombre despiadado. Aquel se suponía que era un acuerdo de negocios y, sin embargo, él se estaba aprovechando de la situación. Paula se apoyó en el respaldo de la silla y trató de no perder el control. No permitiría que se apoderara de ella. Pedro no conseguiría distraerla de su objetivo. Desde el momento en que abrió la puerta de su dormitorio y lo vió tan elegante y bajo la luz de una vela, decidió que merecía todo lo que pudiera hacerle aquella noche. Y más. Aquella deliciosa comida era parte de su plan de seducción. Él no estaba interesado en ella como mujer, como persona. Estaba interesado en el reto que suponía... Y en su cuerpo. Paula notó que se le aceleraba el pulso.


–El siguiente plato es una sorpresa –le informó él con tranquilidad.


Cuando él desapareció para llevar los platos a la cocina, ella aprovechó para apoyar los codos en la mesa, cubrirse el rostro con las manos y respirar hondo. Él regresó con el segundo plato y lo colocó sobre la mesa. Una pata de cordero. Rellena y cubierta de piñones. Deseaba cerrar los ojos e inhalar su aroma. Después, saborear cada suculento bocado. No lo hizo. Agarró los cubiertos, sonrió y cortó un pedazo de carne. Tiernísima. Se llevó el pedazo a los labios, consciente de que él la estaba mirando.


–¿Cómo está la salsa?


Ella estuvo a punto de soltar una carcajada.


–Bastante buena, de hecho –«Realmente divina», pensó–. Lo que no comprendo es por qué el cocinero ha elegido anacardos para la cobertura en lugar de piñones.


Fingió indiferencia mientras comía otro bocado. Silvestre maulló y ella apartó a la gata con el pie. No estaba dispuesta a compartir aquel plato.

Irresistible: Capítulo 17

Pedro apretó los dientes y respiró hondo.


–Por supuesto –contestó él recordando que debía actuar como si fuera encantador.


Ella podía bostezar todo lo que quisiera. Su respuesta siempre sería cortés. Estaba decidido a impresionarla con aquella comida. Y con sus modales. Rompería las barreras que ella había construido y la haría reír, bromear y discutir con él, disfrutando del momento. Le demostraría que no era un animal.


–¿Cómo sabes que no he cocinado?


Ella bebió un sorbo de champán antes de contestar. Sus labios mojados tenían un brillo que a Pedro le resultaba difícil ignorar. Quizá no llevara maquillaje ni ropa elegante, pero sus maneras, sus gestos, mostraban su sensualidad innata. Se movía con el garbo y la confianza de una mujer segura de sí misma.


–Solo huele a comida cocinada, no a comida cocinándose.


Él pestañeó.


–Además, cuando uno cocina hace ruido y el departamento ha estado toda la tarde en silencio.


«Ajá, así que ha estado atenta», pensó él.


–Tienes que servir el pescado antes de que se seque.


«¿Cómo diablos…?».


–Lo huelo –dijo ella, antes de que él preguntara nada.


Era cocinera. Por supuesto que podía olerlo. Paula desdobló la servilleta y se la colocó en el regazo. Miró a Pedro y arqueó una ceja. Él se puso en movimiento. Se suponía que debía servir la comida, con estilo y delicadeza. No quedarse allí mirándola como un bobo. Se dirigió a la cocina, se apoyó en la encimera y contó hasta tres. No era un bobo. Ni tampoco un animal. La haría sonreír. Abrió los ojos, enderezó la espalda y llevó los platos a la mesa. Con una reverencia, colocó el plato de bacalao al vino blanco delante de ella y se sentó. Paula inhaló el aroma que desprendía el plato. Él la miró con atención, para observar la expresión de emoción que tantas veces había imaginado que pondría al ver la comida. Si no estaba equivocado, ella reaccionaría ante un plato de alta cocina como las otras mujeres reaccionaban ante una joya.


–Han puesto orégano en la salsa en lugar de mejorana. ¿Por qué camuflar el delicado sabor del pescado de ese modo? –lo miró decepcionada.


Pedro se quedó sin habla. Ella agarró el tenedor, partió una pizca de pescado y se lo llevó a los labios. Él contuvo la respiración y esperó. Pero Paula no puso ninguna expresión de emoción. Se sintió decepcionado. Ella levantó la vista y lo miró.


–Aun así, está rico y jugoso –dijo ella–, tal y como esperaba – puso una media sonrisa. Como si tuviera que esforzarse para hacerle un cumplido


Como si fuera bobo. En ese mismo instante, Pedro perdió el apetito.

Irresistible: Capítulo 16

 –Paula, creo que descubrirás que soy un compañero de piso ideal. Para demostrártelo, ¿Por qué no me ocupo de la cena de esta noche?


Ella se humedeció los labios y lo miró con los ojos bien abiertos:


–No es necesario.


–Creo que sí lo es.


–Muy bien. Entonces, estupendo.


–La cena se servirá a las siete y media.


–Estupendo –repitió ella.


Pero la expresión de su rostro indicaba lo contrario, y él tuvo que hacer todo lo posible para no reír.


–¡Que empiece la función!


Pedro encendió la vela, dió un paso atrás para mirar la mesa y sonrió. La cubertería y la cristalería brillaban bajo la luz de la vela, creando un ambiente íntimo en el departamento. Había pasado mucho tiempo hablando con Julio sobre la cena de esa noche. Quería encontrar un menú que dejara a Paula boquiabierta. Y lo había encontrado. No podía esperar a ver su reacción cuando lo probara. La imaginó saboreando la comida y sintió un nudo en el estómago. Montones de imágenes invadieron su cabeza y trató de ignorarlas. Miró el reloj y vio que había llegado la hora. Llamó a su puerta y, cuando ella abrió enseguida, como si hubiese estado esperando al otro lado, tuvo que contenerse para no reír. Al verla, se puso muy serio. Ella lo miró de arriba abajo con sus ojos marrones y dijo:


–No me mires así. No me dijiste que era una cena formal así que no es culpa mía.


A Pedro no le importaba que ella hubiera elegido vestirse de manera informal. Lo que le molestaba era el tipo de ropa informal que había elegido.


–¿Qué es eso? –preguntó él, señalando su atuendo.


–Un chándal –contestó ella–. ¿Está la cena lista?


Él asintió.


«¿Un chándal?» Era el chándal más grande que había visto nunca. Y a juzgar por el estado de su color gris parecía que lo había lavado demasiadas veces. Las mujeres que él conocía jamás se pondrían un modelito así. Sin una pizca de maquillaje y con el cabello recogido en una cola de caballo, parecía una chica de dieciséis años.


–¿Vas a dejarme salir?


Él dió un paso atrás y la dejó pasar. Una vez en el comedor, se colocó tras ella para acompañarla a la mesa y ayudarla a sentarse, pero Bella se detuvo para encender el televisor con el mando a distancia.


–¿Te importa? –lo miró–. Hay un documental que tiene buena pinta...


–Sí, me importa –le quitó el mando a distancia y apagó el televisor–. Me he tomado la molestia de prepararlo todo. Lo menos que puedes hacer es agradecérmelo y fingir que te gusta.


–¿Molestia? –arqueó una ceja–. ¿Qué has hecho? ¿Poner la mesa?


No, eso lo había hecho el camarero cuando les llevó la comida. Pedro la agarró por los hombros y la hizo sentar. Su enfado fue disminuyendo a medida que el calor del cuerpo de Paula atravesaba la tela de su camiseta y penetraba en sus manos. Él retiró las manos. Necesitaba permanecer frío y distante si quería que aquello saliera bien.


–Sé que no has cocinado tú. Preparar una buena comida requiere compromiso. Te prometo que cuando hagas ese tipo de esfuerzo, lo valoraré. Si ibas a pedir comida para llevar, me habría conformado con una pizza.


«¿Pizza?» Pedro intentó ocultar su indignación.


–He de decirte que esta no es cualquier comida para llevar.


–¿No?


–Quería hacer algo agradable para tí –apretó los dientes–. Algo especial. Quería celebrarlo.


–¿El qué?


–El principio de nuestra relación laboral –dijo él. Sacó la botella de la hielera–. ¿Champán?


–¿Es francés? –preguntó ella arqueando una ceja–. Solo bebo champán francés.

viernes, 25 de febrero de 2022

Irresistible: Capítulo 15

Paula frunció el ceño, como si hubiese leído su mente.


–Pero ¿Habrás ido a otros viajes de trabajo como este?


–No durante tanto tiempo. Y cuando hemos ido un grupo, para unos días, nos hemos alojado en habitaciones de hotel individuales.


Ella lo miró un instante y negó con la cabeza.


–Entonces, ¿Cómo quieres hacer las cosas?


–¿Qué cosas?


–La comida, por ejemplo. Tendremos que comer.


–Podemos pedir que nos traigan la compra.


–Ajá. ¿Y quién va a cocinar?


Él la miró un instante y lo comprendió todo. Ella pensaba que era un machista que intentaría escabullirse de las tareas del hogar.


–Bueno, Paula, puesto que eres cocinera...


–No pretenderás que yo cocine todo el tiempo. Ya cocinaré bastante durante el día.


–Pero el restaurante no abrirá hasta dentro de dos meses.


–¿Y? Tendré que entrenar al personal, supervisar a los proveedores y formar a los cocineros.


Pedro se frotó la barbilla.


–¿Y no podrías pedirle a alguno de tus subordinados que prepare algo que podamos recalentarnos en casa?


–Lo haré ¡Siempre y cuando tú le pidas a las empleadas de la limpieza del hotel que vengan a planchar nuestra ropa!


–Buena idea –dijo él.


Ella se quedó boquiabierta. Él comenzó a reírse.


–No dejaré que te aproveches de mí.


Él negó con la cabeza.


–¿Qué te parece si hacemos turnos para cocinar?


–¿Sabes cocinar?


–Supongo que ya lo descubrirás.


Ella lo miró fijamente y él tuvo que contenerse para no decirle que dejara de mirarlo así.


–Estoy segura de que estás acostumbrado a que las mujeres quieran complacerte en todo lo que necesites, pero ¡Aquí tenemos ambiente de trabajo! Lo que quiero decir es... Mira, únicamente compartiremos las tareas del hogar y... –miró a otro lado.


–¿Y?


–Creo que no deberías traer a tus ligues aquí, eso es todo – terminó la frase sin mirarlo a los ojos.


Él se quedó sin habla. Era evidente que la opinión que tenía acerca de él era terrible.


–Si compartieras el departamento con mi padre, ¿Traerías mujeres?


«Maldita sea, claro que no». Igual que tampoco pensaba hacerlo con ella. No creía que ella tuviera intención de ofenderlo, pero Paula merecía que alguien le enseñara lo peligroso que era sacar conclusiones sin fundamento.


Irresistible: Capítulo 14

Silvestre salió corriendo y se agarró a las piernas de Pedro.


–¡Silvestre!


Aullando, la gata lo soltó y saltó hasta el sofá, después hasta la mesa de café y hasta las sillas del comedor, antes de esconderse bajo la mesa del televisor, con los ojos brillantes y moviendo la cola con maldad. Paula agarró un cojín y se volvió hacia Pedro.


–¿Te ha hecho daño? –se fijó en sus muslos y vió que tenía los vaqueros manchados de sangre–. Oh, ¡Lo siento! –exclamó ella.


Pedro necesitó mucha fuerza de voluntad para no excitarse al ver cómo lo miraba Paula.


–No es nada –dijo él.


Paula miró a Pedro y después al gato. Agarró el cojín contra su pecho y bajó al suelo sin dejar de mirar al gato. Era evidente que prefería arriesgarse a estar allí antes de sentarse en el sofá con él. Pedro frunció el ceño. Todavía se sentía molesto por la insinuación que había hecho ella acerca de si se había acostado con la mujer que había organizado aquel departamento, y porque creyera que él intentaba seducir a todas las mujeres que pasaban a su lado. Sin embargo, su manera de mirarlo lo había hecho sentir como el lobo de Caperucita Roja. Se sentó en el sofá, estiró las piernas e intentó no fruncir el ceño. ¿Pensaba que iba a saltar sobre ella en el momento en que bajara la guardia? Tenía mucho más estilo que eso. Además, él no tenía intención de seducirla, por muy tentadora que pudiera parecer la idea. Aquella mujer era una complicación que no necesitaba. Paula lo miró por encima de la taza de café.


–Tenemos que acordar algunas normas de convivencia.


Pedro se acomodó en el sofá y se colocó un cojín detrás de la espalda.


–¿Tú crees?


–Por supuesto.


–¿Como cuál?


–¿Tienes manía a algo más aparte de los gatos?


–¿No irás a pedirme que haga algo por ese maldito animal? –se quitó el cojín de la espalda y lo tiró al suelo.


–No.


–¿Y tú? ¿Tienes alguna manía?


–Odio las conversaciones animadas por las mañanas. De hecho, preferiría que no me dirigieras la palabra hasta que me haya tomado una, o mejor dos, tazas de café.


–¿Y qué consideras «Conversación animada»?


–Cualquier cosa que vaya más allá de un gruñido.


Él contuvo una carcajada.


–En serio, Pedro. No estoy bromeando.


Pedro soltó una carcajada y experimentó algo en su interior, más profundo que el deseo que sentía, pero no tan intenso. Paula tenía una mirada cálida, de esas que conseguían que los hombres se derritieran al verlas. ¡Nadie conseguiría derretirlo!


–Las mañanas no son mi fuerte.


Él estaba seguro de que Paula estaría preciosa por las mañanas.


–Entonces, ¿Qué es lo que odias de un compañero de piso?


–No lo sé. Nunca he tenido uno.


–¿Cómo? ¿Nunca? ¿Ni cuando estabas en la universidad?


–Vivía fuera del campus.


Había vivido en un camping para caravanas con su padre, ya que para entonces alguien tenía que cuidar de él y todo el mundo lo había abandonado. Incluso todas esas mujeres que lo habían manipulado una y otra vez. Pedro había prometido que nunca permitiría que una mujer lo llevara a tal estado de dependencia, de desesperación y de desgracia. Y se había quedado cuidando a su padre, que era alcohólico y sufría demencia. Después de eso, consideraba que compartir piso no era buena idea.

Irresistible: Capítulo 13

 –¿Estás diciendo que dudas de mi capacidad para desempeñar mis funciones de manera adecuada?


Paula comenzó a moler el café y aprovechó la excusa para permanecer en silencio.


–¿Paula? –la llamó con firmeza en la voz.


–Estoy diciendo que no voy a darlo por sentado –sirvió dos tazas de café y le preguntó–. ¿Tomas leche y azúcar? –al ver que él negaba con la cabeza le acercó una de las tazas–. Que el hotel sea un éxito es algo muy importante para mí.


–¿Por qué?


–Ya te lo he dicho. Era el sueño de mis padres.


–Creo que hay algo más que eso –dijo él, mirándola con ojos entornados.


Y así, sin más, ella se sintió como si estuviera en una entrevista de trabajo. Odiaba las entrevistas de trabajo, y no estaba dispuesta a compartir con Pedro sus verdaderos motivos. El hecho de su objetivo era que su padre se sintiera orgulloso de ella. Quería mantener la distancia. Quizá estuvieran condenados a compartir físicamente aquel departamento, pero no tenía por qué compartir lo que les pasaba por la cabeza.


–¿Y tú por qué quieres supervisar este proyecto? –preguntó ella–. ¿A qué se debe el cambio?


–Supone un nuevo reto para mí.


Paula reconoció su respuesta como una evasiva. Quizá no tuvieran mucho en común, pero ambos querían tener las cartas bien guardadas.


–Igual que para mí.


–Ya –contestó él con mirada burlona.


Paula esperaba que él siguiera haciéndole preguntas al respecto pero Pedro se encogió de hombros sin más y preguntó:


–¿Piensas dejar a la gata en la jaula todo el día?


Paula suspiró y, con la taza en la mano, se dirigió al salón. Dejó la taza sobre la mesa de café y se arrodilló junto a la jaula.


–Hola, Silvestre. Vas a ser una gata buena, ¿Verdad? Vamos a hacerlo poco a poco, ¿De acuerdo? Te dejaré la puerta abierta para que puedas salir a conocer tu nueva casa cuando quieras. Después te daré algo de comer, ¿Te parece bien?


–Me parece que le estás dando demasiadas explicaciones –dijo Pedro.


–No hagas caso a ese idiota –dijo ella, con tono tranquilo.


Silvestre la miró fijamente y movió la cola.


–No estoy segura de cómo va a reaccionar –le dijo a Pedro–. No está muy contenta.


–Es un gato –dijo él–. ¿Cuánto pesa? ¿Dos kilos? No podrá causar tanto daño.


–Eso es lo que tú crees.


Él sonrió y Paula sintió que algo se removía en su interior. Con el corazón acelerado, abrió la jaula y esperó.

Irresistible: Capítulo 12

 –Muy bien, ha llegado el momento de poner las normas de la casa.


Paula se movió para separarse de Pedro. Él se había acercado a ella mientras comentaban la terrible decoración de la habitación y sus brazos casi se rozaban. Ella se sentía inquieta y no quería que el aroma a canela que desprendía el cuerpo de Pedro impidiera que se concentrara en su objetivo. Un hombre que no creía en el matrimonio no iba a distraerla.


–¿Normas?


Paula ya había llegado a la mitad del pasillo. Se volvió y descubrió que Pedro no se había movido. Él arqueó una ceja. Ella tragó saliva. Tenía que encontrar la manera de trabajar y vivir con ese hombre. Cuanto antes lo hiciera, antes podría centrarse en las cosas importantes, como la puesta en marcha de los planes que tenía para crear el restaurante que su padre siempre había soñado.


–Normas de la casa –repitió con firmeza–. Puede que seas el jefe cuando estamos trabajando, Pedro, pero aquí –golpeó la pared– , somos iguales. Pero creo que será mejor que primero tomemos un café, ¿No? –se dirigió al salón–. Y después, será mejor que saque a Sivestre de su jaula –miró a su alrededor. ¿Dónde diablos estaba la cocina?


Como si hubiera leído su mente, Pedro se acercó a ella y señaló hacia una puerta que estaba discretamente colocada cerca del comedor. La cocina no era muy grande, pero estaba bien equipada. La máquina de café estaba en la encimera. Paula se acercó y sacó un paquete de café en grano del armario de arriba.


–¿Cómo sabías que estaba ahí?


–Mi padre organizó el departamento ¿No? O al menos, la secretaria de su secretaria. Pero él les daría las instrucciones.


–¿Y?


–Éste es el armario que está encima de la máquina de café. El café en grano siempre está en el armario que hay sobre la máquina de café –señaló el armario que estaba detrás de Pedro–. Ese estará lleno de vino tinto. Del bueno –añadió.


Pedro abrió el armario, sacó una botella y arqueó las cejas.


–Sí que es bueno, sí.


–Lo habrá sacado de su bodega personal. También habrá una caja de bombones caros en la nevera, aunque no hago más que decirle que no los guarde ahí, junto con mi marca favorita de chocolate a la taza.


Pedro abrió la nevera y la cerró de nuevo.


–Tienes razón en ambas cosas.


Ella se encogió de hombros y se volvió hacia la máquina del café.


–Conoce todas mis debilidades.


–Y quiere asegurarse de que tengas todo lo que puedas desear –comentó él.


Y ella supo lo que estaba pensando. Que era una niña mimada que se aprovechaba de su padre. Notó que se le aceleraba el corazón. Lo que su padre recibía a cambio de su generosidad era decepción y sufrimiento. Se volvió para mirarlo.


–Sí, mi padre es muy generoso, pero tú no puedes decir que no te hayas beneficiado de su generosidad.


Él frunció el ceño.


–Sé que lo has hecho. He investigado sobre tí, Pedro Alfonso. 


Notó que él se ponía tenso antes de que pusiera una amplia sonrisa. Pedro se acercó a ella y se apoyó en la encimera.


–¿Y qué has descubierto?


–Que mi padre te contrató un año antes de que terminaras los estudios en la universidad. Corrió el riesgo y apostó por tí.


–Una jugada que salió bien.


–Y que hasta esta semana has estado trabajando en el departamento que se encarga de las compras y fusiones. He de decirte que ese tipo de trabajo no es el que te da la cualificación necesaria para trabajar como director de proyecto en el Newcastle Chaves. Es evidente que mi padre va a apostar por tí una vez más.

Irresistible: Capítulo 11

 –¿Qué pasará si no le pones el DVD?


Ella negó con la cabeza y miró a la gata.


–Destrozará el departamento.


–¿Y por qué aceptaste cuidar de ese maldito animal?


–Porque Sofía es mi amiga y nadie más estaba dispuesto a hacerlo.


–No me gusta cómo suena eso.


–Silvestre es muy revoltoso.


–¿Silvestre?


–Ni lo menciones. No es mi gata. Yo no le he puesto el nombre. Por mí, la habría llamado Medusa, porque cada vez que me mira me deja petrificada.


Él se rió y a ella se le aceleró el corazón.


–Si me das las llaves de tu coche bajaré por las bolsas.


Sin decir palabra, Paula sacó las llaves del bolsillo y se las entregó. Cuando él se marchó tuvo que respirar hondo varias veces. «El dormitorio. Ve a ver el dormitorio», se ordenó. Los dormitorios estaban uno frente al otro, y el baño se encontraba al final del pasillo. Asomó la cabeza por la puerta de la habitación de la derecha y se quedó boquiabierta. La decoración no podía ser más chabacana. Odiaba el color rosa fuerte. Se asomó al baño.


–¡Puf! –regresó para mirar otra vez el dormitorio. 


Aquella era su peor pesadilla. El dormitorio, el departamento y el hombre con el que tenía que compartirlo.


–Diablos, Paula, ¿Cuántas bolsas has traído? –Pedro entró en el departamento y dejó las bolsas en el suelo del salón.


–Estaremos en Newcastle dos meses, ¿Recuerdas? –gesticuló hacia el dormitorio–. Es... Es... –no encontraba las palabras adecuadas.


–Sí, lo sé. Y no voy a cambiártelo.


–¿Se supone que eso es una cama? –gesticuló hacia la estructura redonda que había en medio de la habitación, llena de almohadones y cubierta por una mosquitera de color rosa.


–Supongo.


Ella se dirigió al dormitorio de Pedro y vió que estaba medio vacío. Tenía las paredes desnudas y los muebles eran muy sencillos. Aquello no tenía sentido. Y él tampoco le había dado ningún toque personal.


–¿Paula?


Ella negó con la cabeza y gesticuló hacia el dormitorio de Pedro.


–Ese tampoco me gusta más.


–¿No?


–Es horrible.


Él señaló hacia su dormitorio.


–¿Peor que ese?


–Igual. ¿Por qué no pones algunas cosas personales?


–¿Como qué?


–No sé. Como una colcha colorida o algo así. Algunas fotos... Cualquier cosa.


–Solo vamos a estar aquí dos meses. Me gustan las cosas ordenadas.


–Esto no está ordenado. ¡Está vacío!


Paula trató de interpretar la expresión de su mirada. No podía ser cierto que le gustara aquella habitación. Comprendía que debido a su orgullo masculino detestara el rosa, pero... Miró de nuevo hacia la habitación de Pedro. «No vivirá así normalmente, ¿No?». Al pensar en ello, algo se removió en su interior, pero no fue capaz de identificarlo. Sin embargo, reconocía ese vacío. Su padre y ella habían sentido un vacío similar después de que su madre muriera.

miércoles, 23 de febrero de 2022

Irresistible: Capítulo 10

Pedro colocó las manos sobre las caderas.


–¿Y así, sin más, condenas a mi persona?


–No te estoy condenando –dió un paso atrás–. Pero eres un soltero convencido ¿No?


–No hay nadie más convencido que yo.


–¿El matrimonio es...?


–Una fea palabra.


–Yo, sin embargo, soy una chica romántica y creo en el matrimonio, los hijos, y todo eso. Es lo que quiero.


Paula trató de reírse, pero no lo consiguió. Al ver que Pedro continuaba mirándola de pie, con las piernas separadas, se fijó en cómo sus pantalones remarcaban la musculatura de sus poderosos muslos. Deseaba mirar hacia otro lado, pero no lo consiguió.


–¿Quieres decir que no te has ganado esa reputación?


–Te digo que es algo irrelevante.


«¿De veras?». Ella no tenía mucha experiencia con los hombres, pero la semana anterior, en el despacho de su padre, se había percatado de que Pedro la observaba cuando creía que ella no lo veía. Notó que posaba la mirada en sus piernas y que la deslizaba por su cuerpo hasta llegar a sus labios. Al sentir que la inundaba una ola de calor, recordó que aquello suponía peligro.


–O sea, que nos limitamos al trabajo ¿No?


–Eso es –confirmó él.


–¿Te gusta la sinceridad, Pedro?


–Sí.


–Entonces, he de decirte que ir por ahí medio desnudo no me parece un gesto muy profesional.


–¿Te molesta que vaya sin camisa?


–Sí.


Pedro apretó los labios, dió media vuelta y salió de la habitación. Momentos después regresó con una camiseta suelta que le llegaba por debajo de la cintura. Ella se mordió el labio inferior. ¿Lo había ofendido? No podía permitirse tal cosa. Necesitaba su apoyo para conseguir montar el restaurante de sus sueños. Necesitaba sus buenos consejos para conseguir que su padre se sintiera orgulloso de ella. Si él le decía a su padre que era estúpida... Tragó saliva y murmuró:


–Gracias.


Él no contestó. Al cabo de un momento, comentó:


–Te he dejado el dormitorio principal.


–Eres muy amable –dijo ella.


–Quizá cambies de opinión cuando lo veas.


Su comentario no parecía muy prometedor.


–¿Eso es todo tu equipaje? –señaló las bolsas–. ¿O abajo tienes más?


–No son mías, son del gato –su equipaje seguía en el coche.


–¿Cómo?


Ella le dió una patada a una bolsa.


–Tenemos comida deshidratada, comida enlatada y comida especial. Incluso hay chocolate para gatos.


Pedro la miró asombrado.


–Además, hay una cesta, sus mantas y sus juguetes. Este gato tiene incluso un DVD para cada día de la semana. Se supone que tengo que ponerlos en modo de reproducción continua cuando me vaya de casa, para que no se sienta solo. Es el gato más mimado de todos. ¿Crees que podrás soportarlo?


–Sí –murmuró entre dientes.


–Dime que hay un reproductor de DVD en el departamento o si no tendré que ir a casa a recoger el mío.


–Hay un reproductor.


Pedro se metió las manos en los bolsillos. Se había puesto una camiseta, pero Paula recordaba a la perfección la musculatura de sus pectorales y de sus abdominales, y el calor de su piel contra su mejilla.

Irresistible: Capítulo 9

 –La imagen de Adán y Eva jugueteando en el Jardín del Edén, con las hojas de higuera colocadas estratégicamente.


«Estupendo». Paula no quería compartir ningún departamento con Pedro, pero ¿Compartir aquel? Lo miró y se le formó un nudo en el estómago. Se rumoreaba que las mujeres caían rendidas a sus pies muy a menudo. Y se decía que él las recogía del suelo, les sacudía el polvo, les hacía el amor e iba en busca de la siguiente. Ella no tenía intención de caer rendida a los pies de ningún hombre, y mucho menos a los de Pedro pero... ¡Vaya departamento! Bajo la ventana había un sofá de terciopelo rosa y, frente al televisor, otro del mismo color pero más pequeño. También había una mesa de comedor con cuatro sillas y una lámpara de araña colgada del techo. El mobiliario era delicado, femenino y acogedor. Ella se abrazó por la cintura. En ese momento, Silvestre maulló y Paula se sobresaltó. Retiró la jaula de la mesa de café y comprobó que no se hubiera rayado la madera. Pedro miró al gato y frunció los labios, como si acabara de ver algo que deseaba no haber visto.


–¿Eres alérgico? –preguntó ella. Quizá él preferiría dormir en una tienda de campaña en lugar de compartir la casa con un gato.


–No.


«Maldita sea».


–Pero no me gustan.


–A mí tampoco. Me gustan más los perros.


–Entonces, ¿Por qué tenemos un gato en nuestro departamento?


–No es mío. Le estoy haciendo un favor a una amiga –suspiró–. Solo lo tendré durante una semana, o quizá dos. Si los odias realmente, puedo mudarme a Newcastle más tarde –así podría librarse de aquel horrible departamento. 


Y aunque tendría que recorrer un largo trayecto a diario, la idea le resultaba más atractiva que pasar más tiempo del necesario en aquella casa. Con Pedro.


–Podré aguantar al gato una semana o así.


«Estupendo».


Ella miró a su alrededor y se mordió el labio inferior.


–Así es exactamente como yo me imagino un burdel.


–Nunca he estado en un burdel, así que no te puedo decir.


«No, Pedro nunca tendrá que pagar para mantener relaciones sexuales», pensó Paula.


–No es posible que mi padre haya alquilado este departamento.


–No lo ha organizado él. Habrá hecho la reserva la secretaria de su secretaria.


–Ya. Y por casualidad, ¿Tú no conocerás a esa secretaria de la secretaria?


Él permaneció inmóvil. Después se volvió y entornó los ojos antes de cruzarse de brazos.


–¿Me estás preguntando si me he acostado con la secretaria de la secretaria de tu padre?


–Te estoy preguntando si crees que hay alguien a quien esto pueda parecerle divertido.


 ¿A cuántas mujeres les había roto el corazón? ¿Cuántas mujeres estarían dispuestas a aprovechar la oportunidad de vengarse?


–Has oído rumores.


–Advertencias –contestó ella–. Pedro, tienes cierta reputación. Y una mujer sería idiota si lo ignorara. Me han dicho que eres capaz de partirle el corazón a una mujer con la misma facilidad con la que chasqueas los dedos. Es un juego para tí.


Él la miró boquiabierto.


–Soy una mujer y tengo corazón, y ahora estoy atrapada contigo, en este departamento, y no sé por cuánto tiempo. Tengo intención de hacer caso a las advertencias.

Irresistible: Capítulo 8

Solo entonces fue cuando se percató del impacto de su cuerpo semidesnudo. Pedro parecía un diablillo dorado con la misión de tentar a toda la población femenina. A Paula le flaquearon las piernas. Era un hombre de anchas espaldas, con el torso y el abdomen musculosos. Y los pantalones vaqueros que llevaba resaltaban sus caderas. Ella se sonrojó y se atragantó al preguntarle:


–¿Qué diablos estás haciendo en mi departamento? –se fijó en la fina capa de vello que cubría su torso y descendía por su vientre hasta ocultarse bajo la cinturilla de los pantalones vaqueros y se estremeció–. ¿Te he preguntado qué estás haciendo en mi departamento?


–Ah... Ha habido un problema con ese tema. Al parecer, solo habían reservado un departamento.


Ella dejó en el suelo la jaula del gato y la bolsa de viaje que llevaba en el hombro.


–Entonces, iré a hablar con el gerente y pediré otro.


–Eso ya lo he intentado.


Paula se disponía a marcharse, pero se volvió al oír sus palabras.


–¿Y?


–Y no hay ningún otro departamento disponible en este bloque durante las próximas siete semanas. De hecho, no hay ningún otro departamento para alquilar en todo Newcastle durante los próximos ocho días. Esta semana se celebran tres eventos importantes: un festival literario, un festival de arte y un festival de cultura juvenil. El único alojamiento disponible es una tienda de campaña.


Paula lo miró boquiabierta.


–¡Ánimo, Paula! Este ático es enorme. Hay suficiente espacio para los dos. Ya sé que no es lo ideal pero se trata de trabajo. O asumes los contratiempos o te vas.


¿Irse? ¡De ninguna manera! No iba a marcharse. Quizá Pedro no la quisiera en su equipo, pero no iba a deshacerse de ella tan fácilmente. Ella frunció los labios y se contuvo para no darle una patada a la bolsa de viaje.


–¿Has dicho que el departamento es grande?


–Enorme.


–¿Cuántos dormitorios tiene?


–Dos.


Ella lo miró.


–Tendremos que acordar algunas normas de convivencia.


–Como quieras.


Paula se colgó la bolsa de viaje y recogió la jaula del gato. «Norma número 1: ¡Nada de hombres desnudos!». Pedro estiró la mano para ayudarla y ella le cedió la bolsa de viaje. Después, lo siguió hasta el interior del departamento.


–¡Cielos! –exclamó ella, deteniéndose en seco.


–Sí.


Paula dejó la jaula de Silvestre sobre la mesa de café y miró a su alrededor. Pedro había abierto las cortinas de terciopelo para que entrara la luz en la habitación, pero era como si la moqueta de color burdeos consiguiera atrapar toda la luminosidad para crear un extraño tono rosado en el ambiente,


–¿Qué es esto? –no intentó disimular su espanto.


–Lo primero que se me ocurre decir es que es horroroso, pero creo que es lo que llaman un nido de amor.


«Madre mía. No puede ser». Intentó actuar con frialdad, como si no se sintiera avergonzada. Como si no la hubiera invadido una ola de calor.


–Supongo que debemos de estar agradecidos de que no haya querubines pintados en el techo.


–Espera a ver el baño.


–¡No! –se volvió hacia él–. ¿Hay querubines?

Irresistible: Capítulo 7

Se fijó en sus labios carnosos y en su cabello largo y oscuro mientras ella escuchaba lo que su padre le decía y sintió que la piel se le ponía tirante. Cuando Paula cruzó las piernas y se le subió la falda, no pudo evitar posar la mirada sobre su muslo bronceado. Un fuerte calor invadió su entrepierna y todo su cuerpo reaccionó. Tuvo que hacer un esfuerzo para no blasfemar. Hacía mucho tiempo que una mujer no le provocaba una reacción así. ¿Y por qué Paula? ¿Y en ese momento? No le faltaba la compañía de bellas mujeres y no era un secreto que le gustaba la variedad. Si ella hubiese sido otra persona... Si hubiese sido otra mujer habría intentado acostarse con ella antes de finalizar la semana. Pero no podía hacerlo. Era la hija de Miguel. Y durante los dos meses siguientes tendría que encontrar la manera de trabajar con ella. Miró las carpetas de Paula que estaban sobre el escritorio de Miguel y frunció los labios. ¡Contenían un catálogo de lencería! Pensó en como Paula había engañado a su padre de esa manera tan descarada y, al recordar a todas las mujeres que se habían aprovechado del suyo, sintió que se le helaba la sangre. Paula no conseguiría manipularlo tan fácilmente. Eso no significaba que no pudiera jugar al mismo juego que ella. Paula no decepcionaría a Miguel en esa ocasión. Pedro no lo permitiría. También estaba en juego su reputación.


Paula se volvió hacia él.


–¿Qué opinas Pedro?


Él no había seguido la conversación, pero se encogió de hombros y dijo:


–Opino que va a ser toda una experiencia trabajar contigo, Paula –posó la mirada sobre sus labios–. Respeto tu entusiasmo.


–Gracias.


Pedro esbozó una amplia sonrisa.


–Pero quiero dejar claro que no te haré ninguna concesión solo porque seas la hija de Miguel.


–No espero que lo hagas.


–Exijo calidad.


Ella alzó la barbilla y provocó que él deseara besarla.


–Me alegra oírlo.


Pedro se aseguraría de que ella continuara en el proyecto hasta el final. Y de que cumpliera la promesa que le había hecho a Miguel. Cuando las cosas se pusieran difíciles y ella intentara escapar, descubriría que su voluntad era más férrea que la suya. Paula iba a recibir su merecido.





Paula intentó sonreírle al gato, pero el animal la miró a través de los barrotes de su jaula como si supiera que no era una sonrisa sincera.


–Puede que seas un gato con pedigrí, pero sigues siendo un gato –murmuró ella–. Y estás enjaulado.


Se recolocó la bolsa de viaje sobre el hombro e intentó abrir la puerta con la llave mientras sujetaba la jaula lo más derecha posible. En ese momento, alguien abrió desde dentro y ella se tambaleó hacia delante, dándose de bruces contra un torso masculino. El torso desnudo de Pedro. Durante un momento, todo se paralizó. Él. Ella. El tiempo. Incluso Silvestre, el gato. Cuando el animal maulló, Paula reaccionó y apoyó una mano sobre el torso desnudo de Pedro para separarse de él.

Irresistible: Capítulo 6

Respiró hondo. Antes de su estancia en Italia habría aceptado que Pedro la evaluara. Y no se habría atrevido a correr un riesgo así. Pero Italia la había cambiado. Allí había encontrado su pasión. Y algo que se le daba bien. Había descubierto lo que quería hacer con el resto de su vida. Y que tenía algo que ofrecer. Algo bueno y verdadero.


–Papá, a mamá le hubiera gustado que me dieras esta oportunidad.


Tal y como esperaba, su padre se conmovió al oír que mencionaba a su madre. Miguel suspiró y miró a Pedro.


–Era lo que más deseaba Alejandra...


Paula necesitó todo su valor para mirar a Pedro. ¿Transigiría y le daría una oportunidad? La expresión de su rostro era ilegible.


–¿Crees que puedes hacerlo? –preguntó él por fin.


–Sí –contestó ella con firmeza.


Pedro miró al padre de Paula durante un instante y, después, otra vez a ella:


–¿Trabajarás duro?


–Sí –repuso ella.


Paula no podía dejar de mirarlo a los ojos, aunque no tenía ni idea de lo que estaba pensando. Pero la mirada de sus ojos azules le recordaba los cálidos días del Mediterráneo... Y sus cálidas noches. Una ola de calor invadió sus mejillas, su cuello, sus pechos... Despacio, Pedro sonrió. Ella tampoco sabía qué significaba. Era el tipo de sonrisa que nadie le había dedicado antes. Sin dejar de mirarla, se dirigió a su padre:


–Miguel, quizá Paula merezca que confíes en ella. La decisión final has de tomarla tú.


–¿Estás dispuesto a trabajar con Paula?


–Trabajaré con ella si eso es realmente lo que quieres.


Miguel le dedicó una amplia sonrisa a Pedro y Paula sintió que se le encogía el corazón.


–Y siempre y cuando sea eso lo que ella quiera también.


Ella alzó la barbilla y contestó:


–Por supuesto que quiero.


–Entonces, está todo arreglado.


Ella tragó saliva. Pronto merecería que le dedicaran esa clase de sonrisas. Su padre estaría orgulloso de ella. A no ser que lo estropeara todo. «Por favor, no permitas que lo estropee todo», suplicó en silencio.




Pedro permaneció sentado mientras Paula explicaba los planes que tenía para el restaurante y el tipo de comida que quería servir. Había algo en aquella mujer que lo irritaba. Ni siquiera sentir rabia, indignación o desprecio le servía de alivio. No significaba que aprobara su estrategia. La odiaba. Le había hecho chantaje emocional a Miguel para que le diera el trabajo y sin embargo... El fuego que había incendiado la mirada de Paula y la manera en que su cuerpo se había llenado de vida al ponerse en pie, lo habían descolocado. Él había pedido un traslado dentro de Chaves Corporation confiando en que el nuevo reto lo ayudaría a aliviar el vacío y el aburrimiento que se habían apoderado de él durante los últimos meses. Miró a Paula otra vez. Aunque ella intentara disimular con su actitud profesional él podía percibir el fuego que ardía en su interior e intuía que en ella podría encontrar la respuesta a la sensación de vacío que lo inundaba cuando menos lo esperaba. Ese vacío al que le costaba enfrentarse cuando lo invadía. Un vacío que no tenía motivo de ser.

lunes, 21 de febrero de 2022

Irresistible: Capítulo 5

 –Estoy en ello.


–¿Puedo ver las carpetas?


–¿Por qué?


–Permíteme.


Paula miró a Miguel confiando en que interviniera, pero él permaneció en silencio. Finalmente se las entregó a regañadientes. Pedro hojeó el contenido de la primera carpeta. Tal y como había dicho ella contenía información sobre el hotel. Sin embargo, era evidente que las hojas no habían sido manipuladas por nadie. No era de extrañar que no pudiera recordar las cifras del personal que tendría a su cargo. Ni siquiera las había leído. La segunda carpeta tenía folletos y recortes de revistas sobre Newcastle. Al menos, en eso no había mentido. Cuando se disponía a abrir la tercera carpeta, ella dijo:


–Esa es personal. Yo...


Él sacó un catálogo de lencería. Paula se apresuró para arrancárselo de las manos.


–Una amiga tiene una empresa. Me pidió que le echara un vistazo. No tenía dónde guardarlo.


Pedro tenía claro cuál era el material de lectura que ella prefería. Le devolvió las carpetas. De pronto, experimentó un sentimiento de fatiga, vacío y apatía. Intentó ignorarlo.


–¿Qué titulación tienes, Paula?


Ella lo fulminó con la mirada.


–Si mi padre no pone pegas con ese tema, no sé por qué ha de ser asunto tuyo.


–Es asunto mío porque yo seré el máximo responsable del hotel. ¿Miguel?


–Mi hija ha estado trabajando durante los últimos dieciocho meses en el restaurante de su tío.


–¿Eras la responsable del funcionamiento diario?


–A veces.


Pedro negó con la cabeza y se volvió hacia Miguel.


–Esto no va a funcionar. Paula no tiene la experiencia necesaria para un puesto de tanta responsabilidad.


–Será capaz de hacerlo con tu ayuda.


Pedro deseaba volverse para no ver cómo Miguel le suplicaba con la mirada. Estaba en deuda con él, pero ¿Ser cómplice del último capricho de Paula? Un capricho que provocaría la decepción y el arrepentimiento de Miguel. Se apretó el puente de la nariz con el dedo índice y el pulgar.


–Quizá tengas razón –dijo Miguel, dando un suspiro–. Quizá esto no sea más que el sueño de un hombre mayor.


Pedro levantó la vista. Ante sus ojos, Miguel parecía envejecer.


–¡No!


Paula se puso en pie. Pedro no podía hacerle eso. ¡No podía! Miró a su padre y, al ver la expresión de su rostro, se acordó del día en que él vió sus notas del instituto.


–Ningún Chaves ha suspendido jamás en el instituto –le había dicho él. 


Después se había dado la vuelta sin decir nada más. Había cancelado la cena con la que se suponía iban a celebrar su graduación y se había marchado. Paula no podía permitir que se marchara de nuevo.


–No le hagas caso a Pedro –dejó las carpetas sobre la mesa–. Puede que no tenga experiencia demostrable, pero tengo talento y predisposición para ello –miró a Pedro–. ¿Cuánto valoras la determinación y el talento, Pedro?


Él la miró, provocando que se le acelerara el corazón.


–Mucho.


–Yo tengo ambas cosas. Y en unas cantidades que hasta tú te sorprenderías.


Él no contestó. Ella miró a su padre y sintió un nudo en el estómago al recordar cómo había reaccionado cuando ella le dijo que había dejado la carrera universitaria. Él apenas había sido capaz de mirarla. Y ella había sentido que algo moría en su interior. Eso no podía suceder otra vez. No lo permitiría. Paula se volvió hacia Pedro.


–El mayor deseo de mi madre era que mi padre llegara a construir el hotel de sus sueños algún día. Era un sueño que ambos compartían. Y algo que yo también deseo. Papá, sabes que es cierto.


Ese era el motivo que ella había repetido para conseguir que él le diera la oportunidad de trabajar en el Newcastle Maldini. Se lo había suplicado una y otra vez hasta que él había aceptado. Y Pedro no iba a impedirlo.

Irresistible: Capítulo 4

Pedro no se dejó engañar. A pesar de su boca sensual y sus cautivadores ojos color caramelo, Paula era una mujer caprichosa en la que no se podía confiar. Miguel le había dado múltiples oportunidades para que se estableciera en su carrera profesional, pero ella las había desaprovechado todas. Su aparente docilidad no era más que una fachada para agradar a su padre. Quizá fuera capaz de engañar a Miguel, pero él no tenía intención de dejarse hechizar por su falsa sonrisa. No era como su padre.


–No sabe nada acerca de sistemas ni de gerencia –le advirtió Miguel–. Solo tiene conocimientos de cocina, así que tendrás que enseñarle muchas cosas.


Miguel debía estar bromeando. Paula no permanecería en ese trabajo más de lo que había permanecido en cualquier otro. Pedro no estaba dispuesto perder el tiempo en transmitir sus conocimientos a alguien que no los apreciaría. Miró a Paula y después a Miguel. Se fijó en que él miraba a su hija con amor y algo se removió en su interior. Miguel era una de las pocas personas a las que Pedro quería. Apretó los dientes. En consideración hacia él, debía darle a Paula el beneficio de la duda, al menos durante el tiempo que durara aquella reunión.


–De acuerdo –asintió–. ¿Crees que Paula tiene algo que aportar?


Miguel enderezó la espalda.


–Paula, enséñanos los menús que has preparado con tanto esmero. Dijiste que hoy tendrías las muestras preparadas.


–Me temo que ha habido un pequeño problema –cruzó las piernas y se alisó la falda–. Me he dejado los menús en la cocina de la cafetería. He estado revisándolos con Rafael.


Se hizo un silencio extraño. Pedro dudaba de la existencia de los menús y, a juzgar por cómo Miguel evitaba mirarlo a los ojos, sabía que él también pensaba que eran producto de la imaginación de Paula.


–Si quieren puedo ir a la cafetería ahora mismo para recogerlos. O describíbanlo verbalmente.


Pedro se aclaró la garganta. Paula y Miguel se volvieron para mirarlo.


–¿Por qué no dejamos los menús para otro día? Hay tiempo de sobra –señaló las carpetas que Paula tenía en el regazo–. ¿Por qué no nos cuentas lo que has traído?


Paula se humedeció los labios y agarró las carpetas con fuerza. La princesita no tenía tanto aplomo como él pensaba. Estaba nerviosa. Quizá había sido injusto. Quizá aquello fuera importante para ella.


–Las carpetas, Paula –dijo él.


–No hay nada especial en ellas –se encogió de hombros–. Solo llevo la documentación que mi padre me envió sobre el hotel y la información que he empezado a recopilar sobre Newcastle.


–Imagino que habrás leído la información que tu padre te envió.


–Por supuesto –dijo sin mirarlo a los ojos.


Pedro trató de disimular la furia que lo invadía por dentro.


–¿Serías capaz de decirme el número de empleados que estarán a tu cargo en el restaurante?


–Me temo que no puedo recordarlo. Apenas he tenido oportunidad de echarle un vistazo a los documentos.


–Ya. Entonces, ¿Podrías contarnos qué información relevante has recopilado sobre Newcastle?


–Yo, um... Es la segunda ciudad más grande de New South Wales, y se hizo próspera gracias a la industria siderúrgica. Y, um... También es conocida por la belleza de sus playas.


–¿Así que no tienes nada más que un conocimiento general del lugar?

Irresistible: Capítulo 3

Retiró la mano y agarró las carpetas otra vez, tratando de ignorar el cosquilleo que le había provocado el roce de su piel. «A pesar del color de su cabello y de su cálida sonrisa, lo llaman el Hombre de Hielo. No lo olvides», pensó ella. Eso no cambiaba el hecho de que él era la persona que podía hacer que el padre de Paula cambiara de opinión. Ella tendría que tener cuidado.


–Si han terminado de evaluarse –dijo el padre con brusquedad–, ¿Podemos sentarnos y comenzar la reunión?


Paula se sentó al lado de Pedro y percibió el calor que desprendía su cuerpo. «Mantén una actitud profesional», pensó, sin dejar de mirar a su padre.


–Pedro, quiero que Paula y tú trabajen en el proyecto de Newcastle Chaves. Quiero que lo tengan preparado para la gran inauguración que se celebrará dentro de ocho semanas.


Una sensación de triunfo se apoderó de Pedro. Encargarse del hotel más emblemático de Miguel era el primer paso para hacerse con el mando absoluto del incipiente negocio de Chaves Corporation en el sector turístico. Si el Newcastle Chaves triunfaba, se desarrollaría un plan de expansión que incluiría la creación de una cadena de hoteles de cinco estrellas en todas las ciudades principales de Australia. Después, entrarían en el mercado internacional... Nueva York, Londres y Roma. Las posibilidades eran fascinantes. Él necesitaba un cambio. Dos meses y medio antes, le había dejado clara su postura a Miguel. O le daba un nuevo cargo en Chaves Corporation o buscaría trabajo en otro sitio. Dirigir los proyectos turísticos de la empresa encajaba perfectamente con sus deseos. Miguel había cumplido su promesa y Pedro tenía intención de asegurarse de que el Newcastle Chaves cumpliera todas sus expectativas. Pero no había contado con que lo pusieran a trabajar con la hija del jefe. La miró y sintió un nudo en el estómago. No se parecía en nada a la niña regordeta y de cabello oscuro que aparecía en la fotografía que Miguel tenía en su escritorio. Tampoco a la mujer que él había imaginado montones de veces durante los seis últimos años, mientras se sentaba frente a Miguel y escuchaba cómo hablaba de ella con desesperación.


–¿Quieres que Paula trabaje en el hotel? –preguntó sin tratar de ocultar su escepticismo.


Paula se puso tensa. Después se dirigió a su padre.


–¿No le habías contado a Dominic tus planes para que trabajemos juntos? –tragó saliva–. Si tomaste la decisión la semana pasada...


Miguel dió una palmada sobre el escritorio.


–Hago las cosas a mi manera, jovencita. Este es mi despacho, y en él mi palabra es la ley –la señaló con el dedo–. ¡Dirijo mi empresa como quiero!


–No se lo dijiste porque pensabas que se negaría a trabajar conmigo.


Miguel no dijo nada. Pedro sabía que lo que había dicho Paula era cierto. Si él lo hubiera sabido antes, habría buscado cualquier excusa para no aceptar el puesto. Y habría cedido. No quería perderlo. Se aclaró la garganta y preguntó:


–Miguel, ¿Cuál es el papel que crees que Paula puede desempeñar en el hotel?


–Paula dice que puede crear el restaurante de mis sueños. Centrará su experiencia en las cocinas y los comedores. Tú, por supuesto, estarás a cargo de las operaciones.


Pedro asintió.


–Y tú, hija mía, le consultarás a Pedro todo lo necesario.


–Por supuesto.

Irresistible: Capítulo 2

Alzó la barbilla y enderezó los hombros. Tenía que aparentar confianza y seguridad en sí misma. Y sobre todo, capacidad. Tenía que demostrarle a su padre que no se equivocaba al confiar en ella. Respiró hondo y entró en el despacho. Lo miró y tuvo que contenerse para no besarlo y darle un abrazo. Así no se ganaría su respeto. Sobre todo porque no estaba solo.


–¡Llegas tarde! –le dijo Miguel Chaves.


Ella miró el reloj y arqueó una ceja. Él miró el reloj y frunció el ceño. Paula deseaba que sonriera. Pero él no lo hizo. Ella sí. Se alegraba de verlo. De estar allí. Le estaba muy agradecida por haberle ofrecido esa oportunidad. Hizo un esfuerzo y puso una sonrisa educada y profesional.


–Buenos días, papá. Si llego tarde, te pido mis más sinceras disculpas.


Él pestañeó y, durante un instante, ella pensó que quizá se disculpara por su brusquedad y reconociera que no había llegado tarde. Pero no lo hizo. Se cruzó de brazos y la miró.


–Mi secretaria te ha llamado al móvil y te ha dejado un mensaje diciéndote que la reunión se adelantaba quince minutos.


¡Había llegado tarde! Y todo porque había apagado el teléfono para que no la interrumpieran durante los preparativos de la reunión más importante de su vida.


–Lo siento. Apagué el teléfono para que no me interrumpieran mientras preparaba la reunión.


Su padre resopló y dijo:


–Pedro, me gustaría presentarte a mi hija, Paula Chaves. Paula, éste es Pedro Alfonso.


El hombre se volvió hacia ella y, al ver sus ojos azules, Paula se quedó sin habla. «Madre mía. Unos ojos azules no deberían dejar sin palabras a una mujer». «Ni tampoco el cabello pelirrojo». «Pero la combinación...». No había creído a Catalina ni a Cecilia cuando le dijeron que él era muy atractivo y que tenía el cabello de color rojizo dorado, como la melena de un león. Se aclaró la garganta.


–Yo... Encantada de conocerlo, señor Alfonso.


–Pedro –la corrigió él.


¿Ese era el hombre del que dependía su futuro? Según sus primas, Pedro era el hombre más peligroso de Sídney, gracias a su atractivo y encanto y sería capaz de comerse a una mujer virgen como ella para desayunar. Sin embargo, por cómo la miraba de arriba abajo, se parecía más a un jefe intimidante que al playboy que Cata y Ceci habían descrito. No le dijo que estaba encantado de conocerla. Ni tampoco sonrió. Haciendo un gran esfuerzo, ella continuó sonriendo.


–Aunque sea por guardar las formas, se supone que has de decir que estás encantado de conocerme, Pedro.


Él sonrió y el azul de su mirada se intensificó.


–Encantado de conocerte, Paula.


Cuando pedro le tendió la mano, ella se la estrechó inmediatamente. No era capaz de pronunciar palabra y tenía el pulso acelerado.


–Encantadísimo –murmuró él.


Paula recuperó la voz.


–Yo también.

Irresistible: Capítulo 1

Iba a llegar tarde. «Tarde. Tarde. Tarde». Paula apresuró el paso y miró el reloj. Debía dejar de pensar que no daría la talla. Llegaría a tiempo a la reunión. Solo estaba siendo paranoica. Sin embargo, no debería haberse parado para hablar con Rafael. Ni con Bianca. Karina y Santiago. Aceleró el paso. «Un gran fallo. Soy estúpida». Cerró el puño con fuerza. Teniendo en cuenta lo que había oído la semana pasada, debería haber tenido más cuidado. Debía haber estado más pendiente de la hora. Quería que su padre cambiara su opinión acerca de ella, y no reforzársela.


«¡Mimada, terca, y con cerebro de mosquito! Paula no conoce el significado de las palabras dedicación y trabajo duro». Eso era lo que su padre le había dicho por teléfono a la tía de Paula que vivía en Italia, el miércoles anterior. Ella había descolgado el teléfono de la cocina para hacer una llamada y, sin querer, lo había escuchado todo. «Y es culpa mía», recordó que eso era lo que había dicho su padre antes de que ella colgara. Se detuvo en seco. Sintió que se le formaba un nudo en la garganta al recordar el dolor que había percibido en la voz de su padre. Cerró los ojos y apoyó la cabeza contra la pared. «Oh, papá. Lo siento». Por haberlo decepcionado. Otra vez. Y porque se sintiera culpable por ello. Se retiró de la pared y enderezó la espalda. Había cambiado durante los dieciocho meses que había pasado en Italia. Se lo demostraría. Haría que se sintiera orgulloso de ella. Como para convencerse a sí misma, echó un vistazo a las carpetas de colores que llevaba en la mano y se dió cuenta de que se había dejado los menús en la cocina de la cafetería de Rafael. Miró el reloj otra vez. Podría continuar hasta la oficina de su padre y llegar a tiempo. O podía regresar a la cafetería, recoger los menús y llegar un poquito tarde pero demostrarles a su padre y a Pedro Alfonso, su mano derecha, lo organizada y creativa que era. ¿Organización, creatividad y dedicación frente a puntualidad?  Sin pensárselo, dio media vuelta y empezó a correr. Al doblar la esquina, oyó el timbre de ascensor y exclamó:


–¡Espéreme!


Pero las puertas se cerraron antes de que ella llegara. Apretó el botón de la pared varias veces, pero no consiguió que se abriera. La luz indicaba que el ascensor había empezado a bajar.


–Maldita sea –golpeó la mano contra la pared.


No le quedaba más remedio que olvidarse de ir a recoger los menús pero, con suerte, las carpetas de colores darían la impresión de organización y creatividad. Tragó saliva. Siempre y cuando nadie le hiciera demasiadas preguntas acerca del contenido de las carpetas. Daniela, la secretaria de su padre, le había enviado el archivo principal la noche anterior, suplicándole en un mensaje: "Por favor, ¡no le digas a tu padre lo tarde que te lo he entregado"! Paula solo había tenido tiempo de imprimirlo y se había reservado esa tarde para revisar su contenido. Miró el reloj. Si se daba prisa llegaría a tiempo a la reunión. «Has de parecer una profesional», pensó mientras avanzaba por el pasillo.

Irresistible: Sinopsis

Cautivado por la hija del jefe.


Pedro Alfonso, un hombre de origen humilde, estaba muy orgulloso de su carrera profesional y suponía que su último proyecto sería el que lo llevaría al éxito. ¿Los contras? Iba a tener que cuidar a la hija mimada del jefe. 


Paula Chaves conocía la reputación de Pedro y, en lo que se refería a las mujeres, ¡Era bastante mala! Sin embargo, si quería que su proyecto saliera bien, debía trabajar con él. ¡Si al menos Pedro no fuera un hombre cínico, complicado y, lo peor de todo, el más sexy que ella había conocido nunca…!

viernes, 18 de febrero de 2022

No Esperaba Encontrarte: Epílogo

Pedro suspiró al oír un río de risas llenar el aire. Aún faltaba toda una semana para el Día de la Madre pero la Casa de Juan, en la parcela contigua a la suya, estaba llena a rebosar. Había dos furgonetas de campistas aparcadas en la carretera. Seguro que Malena no tardaría en pasar a quejarse. Oficialmente no se celebraba de manera especial el Día de la Madre en la Casa de Juan, pero las chicas que se habían refugiado en ella, ahora ya mujeres hechas y derechas, siempre volvían. Volvían tanto si se habían quedado con sus hijos como si los habían entregado en adopción. Se diría que un hechizo las empujaba a presentarse, con lo que las risas lo llenaban todo y les llegaban a ellos desde la casa color lavanda. La de Mamá había sido derruida hacía tiempo, y Paula y él se habían hecho una nueva, reservando un espacio especial con un dormitorio, una sala y su baño para Mamá, aunque todos andaban por todas partes. Pero seguía siendo su casa, de modo que, desde la gala, muchos de los niños a los que había acogido volvían el fin de semana del Día de la Madre. Volvían al lugar en el que habían aprendido el significado de la palabra «Hogar».


–¿Has visto esto?


Paula se le acercó por la espalda. Había varios folletos de planificación de funerales sobre la mesa, donde seguro que ellos iban a verlos.


–El otro día, la encontré mirando por la ventana y se lamentó del hecho de que podía no llegar a ver a nuestros hijos.


–Deberíamos decírselo, ¿No?


–¡No! No quiero que piense que, cada vez que saca uno de estos folletos, vamos a traerle un nieto. ¿Es que no tiene bastantes en la casa de al lado?


–Un bebé siempre es una bendición –sonrió.


Esas palabras eran un mantra para ellos, y de hecho colgaban inscritas en un pequeño panel colgado bajo el nombre de la Casa de Juan. Paula lo abrazó desde detrás y se acurrucó sobre su espalda un momento con un suspiro de satisfacción. Luego fue a la nevera, sacó una piruleta y se la metió en la boca. Eso no puede ser bueno para el niño.


–¿A quién quieres engañar? Lo que pasa es que no te gusta besarme después de que me haya comido una, pero no puedo evitarlo. Antojos –tapó una ensalada enorme fuente de ensalada de patata–. Esta noche cada uno lleva algo a Juan para la cena. Entre los chicos de Mamá y los míos, creo que debe de haber más de cien personas ahí. ¿Has visto a mi madre?


–Antes ha pasado por aquí con Nicolás en la cadera, diciendo algo sobre pañales.


Nicolás era el niño que había adoptado en África. En un año, habría un niño más en aquella diversa y enorme familia en que Pedro se había encontrado inmerso.


–¿Vienes? Empiezan en un momento.


–Enseguida voy.


Era curioso cómo, después de tanto tiempo, el nombre de su hijo, el hijo que no había nacido y al que él no había conocido, seguía encogiéndole el corazón. Volvió junto a la mesa. Al lado de los folletos de funerales, Mamá había dejado una tarjeta de felicitación. En la portada se leía: "Feliz Día de la Madre". La abrió. Estaba en blanco. Volvió a dejarla donde estaba y se acercó al ventanal para dejar vagar la mirada por las familiares y brillantes aguas de Sunshine Lake. Su hijo no tardaría en nacer, y su llegada requeriría más de él. El amor requería más de él. Había creído que iba a necesitar toda una vida para construir la confianza, pero no podía estar más equivocado porque confiaba en Paula con los ojos cerrados. Confiaba en sí mismo, en poder llegar a ser el hombre que Mamá había visto en su interior. Confiaba en la vida. Rebuscó en el cajón de sastre hasta que encontró un bolígrafo y se sentó ante la vieja mesa de la cocina que nunca podrían reemplazar. Era la mesa del apfelstrudel. Se quedó contemplando la tarjeta un rato, sin saber qué poner. ¿Por dónde empezar? Al final, decidió hacerlo de este modo: "Querida mamá". Escribió solo unas cuantas líneas. Le dijo que iba a ser abuela pronto. Que aún no conocía a su mujer. Que a lo mejor podían verse la próxima vez que viajara al este. La firmó, humedeció la goma del sobre, escribió la dirección y le puso un sello. Quizás, solo quizás, tendrían la posibilidad de redimirse. Mamá entró y abrió la nevera.


–¿Dónde está mi ensalada de patata? Pero la alemana, no la plasta que aquí llaman «Ensalada de patata».


–Ya se la ha llevado Paula.


–¿Vienes, cabra loca? Escucha: Están cantando Amazing Grace.


Todas aquellas voces alzadas en una canción de agradecimiento. Su Paula estaría en el centro de todas ellas, en su sitio.


–En un momento voy. Tengo que acercarme al buzón de correos.


Mamá miró de inmediato la mesa donde había dejado la tarjeta, y Pedro pensó que se podía vivir de momentos así: Un corazón lleno de amor, la música de la gratitud entrando por la ventana y una sonrisa como la que Mamá le dedicó.







FIN

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 68

 –Pedro, yo estaba loca de miedo. Sabía que Mamá sabría dónde encontrarte, en caso de que decidiera decírtelo. Incluso crucé el césped para ir a su casa, pero cambié de opinión. Supuse que, si volvías, no sería por amor, y que te sentirías atrapado.


–Tenía derecho a saberlo.


–Sí –contestó en voz muy baja–. Lo tenías. Y supongo que al final habría acabado haciendo ese viaje de miles de kilómetros a tu casa. Pero el bebé murió, y mi dolor era tan grande que la última persona en la que quería pensar era en tí.


Pedro no dijo nada. Sentía que ese mismo dolor estaba creciendo en su interior. Su hijo. El hijo de los dos. Saberlo hacía que su vida pareciera irreal.


–¿Cuándo ibas a contármelo? –le preguntó.


–Pronto –respondió–. Había pensado esperar a que pasara este día, y si no volvías, iba a llamarte. Sabía que había llegado el momento de confiar en tí.


La miró, y supo que era verdad. Como también supo que tenía que estar a la altura de la frágil confianza que le estaba ofreciendo. Aquello había sido su secreto, su dolor intenso e íntimo, pero ya no. Aquel dolor iba a ser un lazo indestructible entre los dos. Algo que ellos, y solo ellos, conocerían en toda su extensión y profundidad. Tenía algo en las manos y tiró suavemente de ellas para dejarlo al descubierto. Era una caja pequeña.


–La traigo siempre que vengo.


–¿Puedo mirar?


Su voz sonaba ahogada y Paula asintió, con las lágrimas rodándole por las mejillas. Dentro había un par de deportivas diminutas, con un osito bordado en un lado. Y la imagen de una ecografía. Se llevó una de las zapatillas a los labios. No había llorado desde que su padre murió, y lloró entonces, en el Día de la Madre, por el hijo que habría podido tener. Entonces se dió cuenta de lo que de verdad le estaba pidiendo: Que compartiera con ella aquel amor que tanto tiempo había llevado sola. Se juró que jamás volvería a quedarse sola con él. Nunca. Se les estaba ofreciendo la posibilidad de redimirse, de que de un mal saliera un bien. La oportunidad de que creciera amor en un jardín en el que había medrado la pena. Estuvieron allí sentados un buen rato, las manos entrelazadas, con los sonidos de la fiesta llegándoles desde lejos.


–Sabes que, si te hubiera pedido que te vinieras conmigo, no lo habríamos logrado, ¿Verdad?


–Sí, lo sé.


–Pero creo que ahora tenemos la oportunidad.


Paula lo miró con los ojos muy abiertos. Pedro sentía en aquel momento lo que nunca habría podido experimentar siendo un joven resentido: La complejidad de amar a alguien.


–Te estoy pidiendo que te cases conmigo, Pauli. Te quiero tanto que ando medio loco.


–Sí –susurró, pero se aclaró la garganta para repetir–: Sí.


–¿Sabes una cosa, Paula? –continuó, con la voz cargada de emoción–. No todo va a ser como andar por ahí en una bici para dos. Sufriremos, nos enfadaremos… En mí hay partes tan sensibles que se inflamarán en cuanto las toques. Va a ser un ejercicio de los que duran toda la vida: Construir la confianza.


Ella apoyó la cabeza en su hombro.


–Sé dónde me estoy metiendo.


La luz de la luna se reflejaba en sus ojos y vió que brillaban, radiantes.


–Yo creo que sí que lo sabes.


Pedro la tomó en brazos y, mientras ella se derretía en ellos, le dio las gracias a Dios por haberle concedido una segunda oportunidad.

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 67

Qué maravillosamente bien le sentaron aquellas palabras. Mamá lloraba, como la mayor parte de la audiencia. Buscó a Paula con la mirada. No fue difícil encontrarla con su brillante vestido rojo. Se había cubierto la cara con las manos y lloraba. Pedro se dió cuenta en ese segundo de que tenía una nueva misión en la vida. No había matado a su padre, pero era posible que hubiera contribuido a su muerte. Eso no podía cambiarlo, pero sí podía intentar redimirse. Podía pasarse el resto de la vida intentándolo, compensando todo lo que había hecho mal, amando a Paula. Y a sus hijos. Creyendo que el amor era una luz que, cuando brillase con la suficiente intensidad, ahogaría la oscuridad. La arrasaría. Paula seguía sin estar bien, cuando debería sentirse en su elemento rodeada de gente. Había organizado algo increíble, pero seguía llorando y, de pronto, la vió dar media vuelta y perderse en la noche. Esperó a que volviera, en particular cuando Engelbert tomó el micrófono y se apartaron las mesas para que diera comienzo el baile. Mamá estaba al pie del escenario y lanzó su chal a los pies del cantante, que se secó la frente con él y se lo devolvió. Parecía a punto de morir de felicidad. Omar Boylston se acercó a sacarla a bailar. Desde luego, si estaba mal de salud, en aquel momento no daba síntomas de ello. Aquella velada estaba teniendo algo de mágico. Los hijos adoptivos de Mamá habían sido los primeros en ocupar la pista de baile, abrazando su mismo entusiasmo por la vida, sacando a los demás a bailar, personas que a veces los habían mirado por encima del hombro por ser el desecho acogido en casa de Mamá. Paula había hecho lo que mejor sabía hacer: unir a la gente. Y de pronto lo comprendió todo. Documentos sobre la mesa del salón que no quería que viese. Una recalificación que tenía a los vecinos soliviantados. La Casa de Juan: un refugio para madres solteras. Su felicidad teniendo en brazos a aquellos bebés. El Día de la Madre, un día duro para ella. Malena se sentía superior a ella, sus amigos la habían abandonado, no había ido a la universidad, se había marchado de allí para volver después, cambiada.


–Dios mío… –musitó, y salió corriendo.


Menos mal que la tarde aún conservaba un poco de luz. Si hubiera estado un poco más oscuro, no la habría visto. Pero su vestido rojo había sido como un faro entre la vegetación de detrás de su casa. Se encaminó hacia el faro como si fuera un marinero perdido en el mar, hasta un claro detrás de su casa en el que había un banco de piedra. Había una pequeña cama de flores silvestres cortadas, y en el centro de ella, una piedra pintada a mano y con un nombre escrito con la caligrafía de una niña. Juan. Se sentó junto a ella.


–Hubo un bebé.


No fue una pregunta, sino una declaración. Tenía la sensación de tener la boca llena de arena.


–Me dijeron que no le pusiera nombre –estalló–. Que ni siquiera era un bebé. Solo un feto. No me dejaron enterrarlo. Se lo llevaron como si fueran desechos médicos.


Sollozaba, y sintió un dolor tan hondo como no lo había sentido en la vida.


–Era mío, ¿Verdad?


–Sí, Pedro. Era tuyo.


Tantas preguntas, y todas salieron a borbotones:


–¿Por qué no me lo dijiste? ¿Habías pensado decírmelo? ¿Me lo habrías dicho si hubiera vivido?

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 66

 –¿No te encuentras bien? –le preguntó.


–Oh, no. Estoy bien. Es que pensaba que hacer esto… –la voz le falló–. El Día de la Madre siempre es un día duro para mí.


–¿Por qué? ¿Porqué tu madre está lejos?


–Bah, es que estoy un poco tonta. Perdona. Creo que estoy desbordada.


–Todo está increíble. La subasta silenciosa está yendo de maravilla.


Paula sonrió, pero seguía pareciendo estar desconectada, ida. ¿Tendría que ver con lo que le había contado la noche anterior?


–Creo que el kayak pintado a mano va a ser la estrella de la noche.


–¡Seguro! No he dejado de pujar por él –confesó con un guiño.


Esperaba que se riera, pero no lo hizo.


–Ah –dijo, y pareció alegrarse un poco–. Ya ha llegado.


–¿Quién?


–No he podido encontrar un cómico en tan poco tiempo, pero sí algo que espero que a Mamá le guste todavía más: un imitador de Engelbert.


Esperaba que sonriera, pero no lo hizo. Más bien parecía a punto de llorar.


–Luego –dijo, y desapareció.


Después de la cena, hablaron algunos de los chicos que habían estado a cargo de Mamá. Mario Chillington, actor, Omar Boylston, tiburón de las finanzas, Javier Paterson, hijo de madre drogadicta a quien Mamá convenció de que tenía el mundo a su alcance… y llegó su turno.


–Hace mucho tiempo –comenzó–, en un mundo en el que la mayoría de los presentes en este salón no habían nacido aún, hubo una guerra terrible.


Y contó la historia de Mamá. Cuando terminó, la sala estaba tan en silencio como quedó el salón de su casa aquel día catorce años atrás.


–Mamá se ha pasado el resto de su vida intentando encontrar a aquel soldado –continuó, con la voz llena de ternura–. Y lo encontró, una y otra vez, en cada niño perdido que acogía en su casa. Lo encontró y lo salvó. Lo salvó antes de que el mal tuviese ocasión de hacerse con él. Yo soy uno de esos chicos –añadió, orgulloso–. Soy uno de esos chicos que se ha beneficiado de la firme creencia de Mamá en la redención, en las segundas oportunidades. Soy uno de esos chicos a quienes salvó el amor. A quien redimió. Y quien, por fin y gracias a ella, consiguió ser capaz de amar a su vez. Mamá –dijo, mirándola a ella–, te quiero.

miércoles, 16 de febrero de 2022

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 65

 –Entonces, estás convencido de que mataste a tu padre –dijo ella, mirándolo a los ojos. La luz del fuego se reflejaba en su iris, de los que partía la misma luz que había visto cuando tenía al bebé en los brazos.


Entonces no era compasión, y tampoco lo era en aquel momento. Era amor. El amor más puro que había visto en toda su vida.


–Es que lo maté –repitió, mirándola a los ojos, desafiándola.


–No –replicó con firmeza–. No es cierto.


Unas palabras tan sencillas… «No es cierto». 


Puso las manos en sus mejillas y lo miró directamente a los ojos. Fue como quien recibe la absolución. Fue como si, al ponerlo por fin en palabras, el monstruo que llevaba tanto tiempo viviendo en su armario se viera obligado a desaparecer ante la fuerza redentora de la luz. Entonces era solo un adolescente, que hacía las cosas que habitualmente hacen los adolescentes, guiados por el egoísmo, la irreflexión y la codicia. Solo pensaba en sí mismo. Pero el que era entonces no tenía por qué ser el mismo que el del presente. No lo era.


–Tienes miedo de amar –le dijo.


–Pánico –susurró él, y nunca había dicho una verdad mayor.


Ella no intentó arreglarlo, ni convencerlo de lo contrario.  Simplemente apoyó la cabeza en su hombro y lo rodeó con los brazos. Sintió sus lágrimas calientes mojarle la camisa y llegar a la piel del pecho. Su ternura lo envolvió. Y otra verdad se reveló a sus ojos: que ella lo llevaría de la mano. El amor de Mamá lo había llevado hasta allí, y ahora le tocaba a él dar el paso, si es que era lo bastante fuerte para dejarle hacer. Si era lo bastante fuerte para decir que sí a algo que había venido diciendo que no durante catorce años. Decir que sí al amor. De repente se sintió cansado, agotado en realidad. Y envuelto por sus brazos, con la cabeza en su pecho, se quedó dormido al fin, con el sueño de un hombre que no tenía por qué acudir a los sueños para poder combatir su sentimiento de culpa. Cuando se despertó a la mañana siguiente, Paula no estaba. La cafetera estaba en marcha y había una nota: "Lo siento, pero he tenido que irme. ¡Tengo un millón de cosas que hacer aún! La gala es esta noche". Decidió irse a casa de Mamá. Durante la noche había habido una verdadera explosión demográfica allí. Sus muchos hijos de acogida entraban y salían, muchos acompañados de sus propios hijos. Había tiendas de campaña en la hierba y colchones hinchables en el suelo.


–¿Te has quedado con Paula? –preguntó Mamá, en un feliz frenesí de cocina.


–No como tú piensas. Anda, mamá, ven un momento conmigo – buscó un lugar bajo los árboles y respiró hondo–. Paula les ha pedido a algunos de tus chicos que hablen esta noche en la gala. Escogió a unos cuantos, entre los que estaba yo, pero le dije que no. Y ahora he cambiado de opinión. Solo si tú me lo permites, me gustaría compartir la historia que me contaste hace tanto tiempo.


–Ay, hijo… ¿Y con qué propósito, schatz?


–Pues con el mismo que tú me la contaste entonces. Para que todo el mundo sepa que al final, si resistes con fuerza, el amor triunfa.


Mamá lo miró a los ojos y asintió. Se habían vendido todas las entradas para la gala. Había visto a Paula ir y venir con su vestido rojo, y le había dicho que hablaría. Le parecía extraño que siendo el gran día, el día en el que se había volcado en cuerpo y alma, parecía demacrada.


No Esperaba Encontrarte: Capítulo 64

Pedro respiró hondo.


–¿Recuerdas que, hace tiempo, te dije que había matado a un hombre?


–Con tus propias manos –susurró ella.


–No con mis propias manos, sino con mi egoísmo. Con mi crueldad. Con mi absoluta insensibilidad. Mi padre murió el día de Navidad.


–Oh, Pedro…


–Murió en casa, solo. Consiguió llamar pidiendo ayuda, pero para cuando llegaron, era ya demasiado tarde. Dijeron que fue un ataque al corazón, pero yo sabía que no. Que lo había matado yo.


–Por Dios, Pedro…


–Había matado a un hombre que siempre había sido bueno conmigo. Puede que no se le dieran bien las palabras. Quizás no le oí decir «Te quiero» más que un par de veces en toda su vida, pero solo él estuvo siempre a mi lado cuando nadie más lo estuvo, quien dio la cara, quien hizo cuanto pudo por atender mis necesidades, quien me enseñó el valor del trabajo duro y la honradez. Había renunciado a todo lo que él me había enseñado por un mundo superficial y vacío, y me odié por ello. Y odié a mi madre. Cuando me dijo que no tenía sentido que fuera al funeral, fue la gota que colmó el vaso. Me largué y volví a mi casa y al funeral de mi padre. Nunca volví con ella. No podía. Cuando intentaron obligarme a vivir con ella, me escapé. Así es como terminé en casas de acogida. Hace catorce años que no nos hablamos, y dudo que vuelva a hacerlo. He visto lo que hay detrás de su ropa, de su maquillaje y su peluquería, de su casa perfecta. Se dedica a interpretar papeles, y durante un tiempo yo fui su interpretación. Jugó conmigo a ser una madre divertida y genial, porque así se sentía bien consigo mismo, aliviándose del sentimiento de culpa que tenía por abandonarme cuando era pequeño. Pero detrás de esa fachada había una mujer mala y manipuladora, la persona más egoísta y narcisista que conozco. Me utilizó para satisfacer sus necesidades, y no quise volver a saber nada de ella. Pasé por unas cuantas casas de acogida, enloquecido por el dolor y la culpa. Hasta que llegué a ella, a Mamá Ana. Ella vió que estaba roto por dentro, y no intentó arreglarme. Solo me ofreció su amor. Le debo la vida.


El silencio que siguió fue muy largo. Ya se lo había contado todo. Ya sabía la verdad. Era un hombre que había matado a su propio padre.


–Cuando me dijiste, hace tantos años, que habías matado a un hombre con tus propias manos, creí que solo pretendías alejarme de tí.


¿Cuándo se había sentado a su lado? ¿Cuándo había puesto la mano sobre la rodilla?


–Quise decírtelo entonces, pero ví tu cara y decidí protegerme. Era lo que siempre le decía a la gente cuando pretendía protegerme y que me dejaran en paz. Añadí lo de «Con mis propias manos» para darle carácter.

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 63

 -Creo que nunca había visto a mi padre tan enfadado como lo ví aquel día. Comenzó a tirarlo todo, a romper cuanto estaba a su alcance, gritando: ¡Jamás ha pagado tu dentista o tus libros, ¿Y ahora quiere pagarte el hockey? ¡Jamás ha puesto un céntimo cuando necesitabas unas deportivas nuevas o tenías que comprar un regalo para el cumpleaños de un amigo, ¿Y  te va a pagar el hockey? ¿Qué parte va a pagar? ¿La mensualidad? ¿El equipo? ¿Los desplazamientos? ¿Los permisos que voy a tener que pedir en el trabajo?. Cuando por fin se quedó sin vapor, se sentó, puso la cabeza entre las manos y dijo: «Olvídalo. No vas a jugar». Las cosas siguieron así durante un par de años. Ella, sembrando las semillas del descontento, siendo la madre Disney, mientras mi padre se pasaba la vida peleando en las trincheras. Cuando cumplí los doce, me pasé el verano con ella y con Walden. Hice amigos en su barrio, tenía dinero para comprarme mis vaqueros Calvin Klein, nadaba en mi propia piscina, me compraron un perro. Ella no ponía reglas como hacía mi padre. Todo valía. Incluso me dejaba beber vino en la cena y tomarme una cerveza. Cuando el verano terminó, se sentó en el borde de mi cama y se echó a llorar. Me decía que me quería tanto que no podía soportar que tuviera que volver con ese hombre. Y que no tenía por qué volver. Que no tenía por qué pensar en mi padre o en sus sentimientos. Debería haberme dado cuenta de que para ella los sentimientos de mi padre no significaban nada, y los suyos, todo. Yo tenía doce años, casi trece, y en casa mi padre me hacía trabajar. Por aquel entonces, era responsabilidad mía que siempre hubiera leña para la estufa. Cocinaba muchas veces. Incluso me llevaba de vez en cuando a trabajar con él y me daba una pala. Solo podía salir con mis amigos si había cumplido con mis responsabilidades en casa, mientras que ella me ofrecía una vida de fiesta continua, de ausencia total de esfuerzo. Me dí cuenta de todas las cosas que podía tener. Podía ser uno de los chicos ricos del colegio, en lugar del hijo de Dan Zapa. Llamé a mi padre y le dije que me quedaba, y en el silencio que siguió, pude oír cómo se le rompía el corazón. Pero ella me había convencido de que no importaba, de que solo yo importaba. Y así es cómo funcioné durante unos cuantos meses. Como si solo yo importase. Ella me animaba a ser así. Cuando mi padre me llamaba, a veces ni siquiera me ponía a hablar con él. Se suponía que iba a pasar la Navidad con él, pero yo no quería perderme la fiesta de Nochebuena de mi mejor amigo, así que pasé de volver con él.

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 62

 -Como adulto puedo entenderlo, porque no teníamos mucho. Mi padre trabajaba en la construcción de un pueblo, no muy distinto a Chaves Beach. No ganaba mucho, así que vivíamos con humildad en una casa muy pequeña. A medida que fui creciendo, fui dándome cuenta de que era distinta a las casa de mis amigos: sin lavavajillas, sin ordenador, ni equipo de música, ni una gran pantalla de televisión. Nos calentábamos con una estufa de leña, los muebles estaban decrépitos y ni siquiera teníamos cortinas en las ventanas. Lo cierto es que no sé si mi padre no podía permitirse nada de todo eso, o es que le daba igual. Él adoraba la vida al aire libre. Desde que pude andar, me recuerdo yendo detrás de él por los senderos del bosque. Si lo miro desde el presente, creo que, para él, eso era su hogar: Estar fuera de casa con el rifle, la caña de pescar o un cubo en el que recolectar moras. Y yo con él. Mi madre se marchó en busca de algo más, y no tengo la sensación de que aquello me traumatizara, ni nada por el estilo. Mi padre se las arreglaba bastante bien para ser como era. Me llevaba al colegio, me mantenía aseado, cocinaba comidas sencillas y, cuando me hice lo bastante mayor, me enseñó a ayudar con las tareas. Éramos un equipo. Mi madre nos llamaba y nos escribía, y venía a vernos por Navidad. Siempre traía montones de regalos y de historias sobre sus viajes y aventuras. Le encantaba decirme «te quiero», pero incluso entonces yo ya me daba cuenta de que detestaba la forma de vida de mi padre, y puede que incluso a él por vivir satisfecho con tan poco. Cuando se marchaba, siempre estallaban los gritos entre ellos por la falta de ambición de él y la falta de responsabilidad de ella. Verla llegar me llenaba de felicidad, una felicidad que se tornaba en culpa y alivio cuando se marchaba. Hasta que encontró ese «algo más» que andaba buscando. Literalmente. Encontró a un tío muy, muy rico. Yo tenía ocho años, y vino a buscarme para llevarme a Toronto a que estuviera unos días con ella y con Walden, su marido. Tenían una mansión en una zona llamada Bridle Path, o también conocida como la Calle de los Millonarios. Me compraron una bici, había un ordenador en cada habitación, piscina y hasta una sala de cine. Aquella primera vez en que fui a visitarlos, no podía esperar a volver a mi casa. Pero lo que no sabía era que esa visita era la primera etapa de una ofensiva a gran escala. Comenzó a llamarme todas las noches y a preguntarme por qué no me iba a vivir con ellos. Con ellos, que podían darme tantas cosas más. «Te quiero», me decía. «Te quiero, te quiero, te quiero». Lo que yo nunca entendí fue cómo fue capaz de minar a mi padre, y de convencerme a mí que solo su amor era el bueno. Me hacía preguntas sobre cómo vivíamos mi padre y yo para sacarle todos los defectos. Me decía: Los niños pequeños no tendrían que prepararse la cena». O lavar la ropa. O cortar leña. O, adoptando un tono sorprendido, exclamaba: ¿Que ha hecho qué? ¡Oh, Pedro, si tu padre te quisiera de verdad, tendrías ese ordenador nuevo que tantas ganas tienes de tener! No te ha contado que él se ha comprado un rifle nuevo, ¿Verdad?. En una ocasión le conté que mi padre no me dejaba jugar al hockey porque no podíamos permitírnoslo, a lo que ella volvió a criticar, como siempre, las prioridades de mi padre. Luego me dijo que ella me pagaría las mensualidades para que pudiera jugar. Yo, por supuesto, me puse loco de contento y corrí a contárselo a mi padre en cuanto colgué. «¡Papá, que sí voy a poder jugar al hockey este año! ¡Que lo paga mamá!, le dije.

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 61

Pedro era consciente de que estaba acercándose a la médula. Se había vuelto a Toronto, y por más adrenalina que hubiera puesto en juego, su vida seguía pareciéndole vacía, solitaria y dolorosa. La quería. Quería a Paula. Siempre la había querido. Tenía que darle una oportunidad a sus sentimientos, y si para ello necesitaba escarbar más hondo en su interior, lo haría. Estaba apurando demasiado, porque volvió a Chaves Beach la noche anterior a la gala. Nunca había sentido tanto miedo como cuando atravesó el césped del jardín y llamó a la puerta de Paula.


–¿Puedo pasar?


Cuando vió que era él, Paula tuvo miedo de abrir, y no podía culparla, pero la esperanza floreció cuando vió que daba un paso hacia atrás.


–Estás en bata.


–Es que es de noche, Pedro –protestó–. Pasa y siéntate.


El salón estaba precioso de noche. Un pequeño fuego ardía en el hogar y proyectaba reflejos dorados sobre un ramo de tulipanes colocado en un jarrón; un gato dormitaba acurrucado en la alfombra delante de la chimenea; había un libro abierto sobre el brazo del sillón. ¿Cómo sería tener una vida como aquella? No una vida en busca continua de chutes de adrenalina, sino llena de paz y felicidad interior. Una vida en la que compartir las noches con Paula. No podía pensar en eso. No hasta que ella supiera toda la verdad. Se sentó en el sofá y ella lo hizo frente a él con las piernas cruzadas.


–Paula, si estás dispuesta a escucharme, voy a contarte algunas cosas que nunca le he contado a nadie, ni siquiera a Mamá.


¿Por qué lo estaba haciendo? Pues nada más fácil de contestar: Porque todo estaba empezando de nuevo. Ella le quería, y quería más de él. Siempre había sido así. Y en aquel momento, se había inclinado hacia delante y le miraba con la esperanza saliéndosele por los ojos. Pedro se consideraba a sí mismo el hombre más temerario. Ningún descenso de aguas bravas le llenaba de pavor el corazón; solo de anticipación, pero lo que iba a hacer en aquel momento, ¿No era lo que siempre había temido? Abrirse a otro ser humano. Atacar un torrente de agua enfurecida y desbordante de espuma no era nada en comparación a abrir el corazón. Nada era comparable a dejar que alguien lo viese todo de él. Y, una vez conociera todos sus secretos, ¿Seguiría queriéndolo? Respiró hondo. Había llegado el momento de soltarlo todo. El de revelarse a alguien, para lo cual era necesario el ingrediente más arriesgado de todos: la confianza. Confiar en ella. Le costaba trabajo encontrar por dónde empezar, aunque, en el fondo, solo había un comienzo posible.


–Cuando tenía cinco años, mi madre nos dejó a mi padre y a mí. Lo recuerdo con toda claridad. Nos dijo que buscaba algo. Que buscaba algo más.

viernes, 11 de febrero de 2022

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 60

 –Era la casa perfecta, yo era la esposa perfecta del médico y túla perfecta hija del médico.


–Hasta que la lié.


–Hace poco tiempo que me he dado cuenta de que eso no es cierto, Paula. Cuando te quedaste embarazada, se hizo un agujero en nuestra vida perfecta, que yo creía que podríamos tapar para que todo volviera a ser lo mismo. Que tú volverías a ser la misma. Pero eso no ocurrió. Ya no querías lo que siempre habías querido. En un principio creo que todos nos enfadamos contigo porque no volvieras a tu vida de siempre. Yo me enfadé. Tu amiga Malena, también. Ahora veo que todos éramos, en realidad, prisioneros de esa casa, intentando dar la talla de las expectativas que tu padre se había creado para nosotros, lo cual era una tarea imposible. Todo tenía que ser perfecto, y para lograrlo hacía falta tal cantidad de energía que acabé quedándome sin ganas de vivir. ¿Dices que ese agujero que hiciste nos destrozó la vida a todos? Pues yo ví la luz de la libertad a través de él. Si tu padre no hubiera fallecido, le habría dejado.


Paula se quedó atónita.


–Paula, pinta la casa de color lavanda. Nada desnuda a la luz de la luna. Ten grandes sueños y ama con todo tu ser. Me alegro de que no te casaras con Iván porque era igual que tu padre: Frío, retraído, obsesionado con el control. Y para remate, mujeriego.


–Mamá… Pedro ha vuelto.


De alguna manera, aquella estaba siendo la conversación que siempre había soñado mantener con su madre.


–¿Y?


–¡Que le quiero! ¡Y que ha vuelto a irse! –gimió.


–Cariño, no estoy ahí para poder tenerte en brazos y acariciarte el pelo hasta que no te queden más lágrimas. Ojalá lo hubiera hecho cuando el bebé murió.


El bebé, no el feto.


–Gracias, mamá.


–La vida tiene la capacidad de imponerse a nosotros, Paula. Yo soy la prueba viviente de eso. Te quiero.


–Yo también te quiero, mamá. Me acordaré de tí el Día de la Madre.


–Ahora ve y cómete una buena caja de helado de chocolate. ¡Y luego ve a bañarte desnuda al lago!


Paula se reía cuando colgó. Su madre tenía razón. Todo saldría como debía salir. Pedro se había ido. Pero le quedaba Mamá, la gala y muchos bebés a los que abrazar. En algún momento y en algún lugar, había logrado ser una mujer que pintaría de lavanda su casa, y que tenía un sueño mayor que ella misma. Él formaba parte de esa mujer. Amarle formaba parte de todo ello. No le había destrozado la vida. Su madre se lo había revelado. Le había dado un regalo, la había arrancado de la vida que, de no ser por él, habría acabado teniendo. Le había hecho ver las cosas de otro modo, desear cosas que no había querido antes. Ese era el efecto final del amor: Hacer mejores personas. Aunque doliera, valía la pena.