lunes, 7 de febrero de 2022

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 48

Pedro estaba disfrutando de la limonada que les había traído a Paula y a él la mismísima Malena, enfurruñada como nadie. Era un alivio estar de nuevo al aire libre. El club náutico le había sorprendido. Antes era el lugar que indicaba que lo habías conseguido, que formabas parte de las familias exclusivas y poderosas de Chaves Beach. Nunca le habían invitado a visitarlo mientras vivió allí, ni había asistido a las funciones de entrada libre. Y ahora, pasados los años, él había estado en lugares que de verdad eran exclusivos, y en comparación, el Club Náutico de Chaves Beach parecía un tres intentando ser un nueve. Estaba alfombrado, siempre una mala idea en un lugar tan cerca del agua, los paneles de la pared eran demasiado oscuros y los cuadros, tétricos. Había un buen montón de gente con la que él había ido al colegio, algunos casi igual que entonces, otros bastante peor. La mayoría habían llegado en los potentes barcos de motor amarrados al pantalán, y la mayoría de las mujeres iban muy vestidas. Debían de haber aprovechado la ocasión de lucir sus caros modelitos de cóctel que de otro modo no tendrían oportunidad de ponerse. Diego Johnson había envejecido mal, lucía uno de esos peinados cortinilla para ocultar la calva y había echado tripa. Paula estaba, por fin, tal y como él la recordaba: En el corazón de todo, animando a todo el mundo a divertirse. Con sus pantalones manchados, la camiseta sin mangas y una rodilla sucia de barro, parecía una reina. Le encantaba presenciar cómo había logrado que todo el mundo se subiera a esa bici, y que todos cantasen esa canción mientras ella movía los brazos como si fuera un director de orquesta. Malena, a su lado, parecía hervir a fuego lento.


–Deberían probar, Diego y tú.


–¿Por qué iba a hacer tal cosa? –espetó.


–¡Vamos, Malena! –la animó Diego–. Todo el mundo lo ha probado menos nosotros. ¡Podríamos ganar el premio!


Mientras Paula anunciaba el premio, Malena había ido a por las bebidas, de modo que Pedro tuvo que contenerse para no reír. Aunque estaba claramente molesta, no quería estropear la diversión, y a Diego aún le quedaba algún resto de sangre de capitán del equipo de fútbol. O quizás, demasiadas copas, porque mientras los demás habían subido por el camino hasta el estacionamiento, él dirigió la bici hacia la rampa que la gente utilizaba para llegar hasta el agua. Una vez en lo alto, desaparecieron.


–Querrá ir hasta el pueblo –aventuró alguien.


–Pues se la van a pegar –sentenció otro.


–¡Ah, ya vuelven!


Habían dado la vuelta en la carretera. Malena no debía haber oído lo de los frenos, y Diego llevaba demasiadas copas encima para enterarse de nada. Cuando empezaron a descender, la gente volvió a la vieja canción. Aunque temblorosa, la bici ganó velocidad. Diego pedaleaba furioso y Malena, con su vestido de cóctel al viento, le gritaba que fuese más despacio, mientras la gente cantaba y cantaba saludando a la pareja con sus copas de vino. El tándem se lanzó por la rampa de cemento que se utilizaba para meter los barcos en el agua, y Pedro tuvo la impresión de que Diego ni siquiera intentó frenar.

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