miércoles, 2 de febrero de 2022

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 40

Pero aun conociendo la intensidad de su encanto, hacer las cosas más triviales con él, como ir a la compra, resultaba… ¡Divertido! Lo veía recorrer la tienda en busca de las cosas más raras, soplando el polvo a los botes más escondidos en las estanterías de arriba. Lo más curioso de todo era pensar que en aquel supermercado en el que estaba descubriendo un mundo nuevo ella había estado ya cientos de veces.


–¡Lo tengo! –exclamó, mostrándole un tarro grande–. ¡De esto no has oído hablar en tu vida!


–Piruletas de pepinillo relleno. ¡Puaj!


–¡Te pillé!


Compró el bote más grande que había antes de seguir buscando los artículos de la lista, aparte de los ingredientes que les parecieron indispensables para la noche de cine: Palomitas, licor rojo y uvas recubiertas de chocolate.


–Preferiría comerme las migas de pan.


–Entonces no deberías haber dicho que sabías lo que era. Esto por los huevos en conserva de hace tantos años –sentenció mientras cargaba lo que habían comprado, la mayoría cosas que no estaban en la lista y casi inservibles, en el maletero del coche.


En la tienda de alquiler de películas también pasaron un buen rato peleando por el título que iban a llevarse. Se había olvidado por completo de lo fácil que era estar con él. Siempre les había sorprendido a ambos lo buenos amigos que se habían hecho en tan poco tiempo. Creían ser muy diferentes y, sin embargo, se hacían reír. Pensaban que sus mundos distaban kilómetros, pero en realidad se sentían muy cómodos en el mundo nuevo que creaban entre los dos. Al final, tras mucho tira y afloja, se decidieron por una comedia romántica.  Cuando volvieron, a Paula no se le pasó por la cabeza quedarse en su casa y no ir a la de Mamá a ver la película y tomar una porción de tarta. El strudel resultó excelente, la película un petardo, y Mamá se levantó del sofá mucho antes de que acabara y se fue a la cama. De pronto estaban solos, y ya era demasiado tarde cuando Paula recordó qué otra cosa fluía con suma facilidad entre ellos. Tiempo atrás, habían explorado qué era lo que cargaba de tal manera el aire entre ellos. Ella, sintiéndose culpable; él, con intensidad; los dos, con una increíble sensación de descubrimiento. El recuerdo le hizo temblar. Lo tenía tan cerca que su olor le saturaba los sentidos. Si movía la mano, podría tocar su brazo.


–Tengo que irme –dijo, levantándose de golpe.


–¿Tienes algo urgente que hacer? ¿Darle de comer a los peces? ¿Hacer otra prueba de pintura en la fachada?


–Algo así.


–No te olvides de que estás en deuda conmigo. Tienes que comerte el pepinillo.


Ella hizo una mueca.


–Voy a tener pesadillas, pero en fin… Una apuesta es una apuesta.


–Pues sí, pero te indulto por esta noche. Me gusta que estés endeudada conmigo.


Insistió en acompañarla hasta su casa, y cuando caminaban sobre la hierba totalmente a oscuras, se escuchó el canto del colimbo posado sobre las aguas del lago, y ambos se detuvieron a escuchar su música inolvidable.

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