La expresión en sus ojos no la animó a pensar que el tema estaba abierto a debate; brevemente le dio las indicaciones pertinentes. En todo momento, había estado pensando en sí misma, en la pesadilla de tenerlo allí, incluso por una noche, y lo que eso le hacía a su frágil equilibrio. No había dedicado pensamiento alguno al hecho de que él era un hombre de negocios importante y que ese incidente imprevisto debía ser lo último que hubiera querido o deseado, pero se había quedado porque ella estaba físicamente incapacitada para hacer las cosas que con tanta vehemencia le había dicho que podía hacer.
-Gracias -dijo con sencillez-. Sé que esta noche te quedas porque te sientes obligado a ello, pero, de todos modos, me siento... muy agradecida.
-No hay necesidad de que te comportes como si te tuvieran que arrancar las palabras -le dedicó una sonrisa traviesa-. ¿No sabías que no hay nada que le guste más a un hombre que estar con una mujer que siente la necesidad de proteger?
Ella le sonrió débilmente.
-Lo recordaré cuando te grite a las dos de la mañana exigiéndote otra dosis de analgésicos -y sabía que él no pondría ninguna objeción.
Esperó hasta que se marchó, luego alargó la mano hacia el teléfono que había junto a la cama y marcó el número del móvil de Federico. Éste se mostró en su forma más perversa al reconocer la voz.
-Pensó que te tomaste nuestro compromiso roto muy bien -indicó Paula, cortándolo en mitad de una especulación acerca de que su hermano pasara la noche allí-. Así que, para que lo sepas, le dije que habíamos hablado sobre la posibilidad de que nuestro matrimonio podía no ser la ruta ideal a seguir.
-Estaré adecuadamente apenado.
-Fede... siempre podrías decir la verdad.
-Prefiero el papel de ex novio destrozado, gracias -rió pero cambió de tema, preguntándole por el pie y por los detalles de cómo había sucedido. Luego, sin una prisa especial por lo tarde que era, le ofreció una extensa descripción del grupo de jazz que esa noche había tocado en su club-. Puedo presentarme durante los próximos días y asegurarme de que tanto Joaquín como tú tengan lo suficiente para comer -añadió al final-. Pasaré de todos modos -afirmó sin esperar una respuesta-. ¿Quién va a estar a mano durante tu convalecencia? ¿Podrás contar con la ayuda de Rebecca?
«Ni soñarlo», pensó Paula. La deuda que mantenía con una persona era lo bastante mala como para extenderla a otra. Sin importar lo que hubiera dicho el médico, estaba segura de que podría ir a la cocina a saltos, y mientras Joaquín quedara satisfecho con la tele y algún juego de tablero, ella estaría bien. No le cabía ninguna duda. Pero sabía que si lo mencionaba, Federico se encargaría de que alguien se presentara para asumir la responsabilidad de ocuparse de la casa durante unos días. «Eso», pensó con sequedad, «es lo que le ha dado su entorno privilegiado». Siempre estaba convencido de que lo podía conseguir todo. Al conocerlo, había supuesto que el rasgo surgía de su disposición a correr un riesgo, algo que sí había hecho, pero en ese momento sabía que siempre había sido consciente del hecho de que si caía, lo habría hecho sobre un cojín mullido, no el suelo de cemento.
miércoles, 27 de diciembre de 2017
Prohibida: Capítulo 39
-Es lamentable, lo admito.
-¿Y eso es todo lo que tienes que decir al respecto? -fomentó un poco de ira sana porque él comenzaba a inclinarse sobre ella, con las manos apoyadas a los lados de su cuerpo tendido, que temblaba con vergonzosa percepción-. Eres el más desagradable...
-Lo sé. Creo que ya me has dicho eso. Pero aun así, te hago sentir cosas que mi hermano nunca te ha hecho vivir ni nunca podrá. Reconócelo. No sé si habrías seguido adelante con una boda si yo no hubiera aparecido, pero aparecí y creo que los dos sabemos que te he hecho un favor.
-¿Cómo puedes estar ahí sentado justificando con tanta calma tu conducta?
-Todo es en nombre de la verdad -respondió-. Y soy lo suficientemente honesto como para reconocer cuando he cometido un error. Por supuesto, tú ibas a casarte con Federico por los motivos erróneos, pero la intención no era tan evidente como en un principio pensé. Eres una madre soltera con una profunda desconfianza hacia el sexo opuesto. Fede representaba al protector y el refugio seguros. Ninguna emoción poderosa, pero tampoco nada de química. Habrían sido una pareja destinada al fracaso.
Paula observaba el rostro oscuro y diabólicamente sexy con renuente fascinación.
-No necesito emociones poderosas -se oyó decir-. Las tuve y no me aportaron nada bueno.
-El hombre equivocado -murmuró Pedro. A la luz tenue, la irregular subida y bajada de los pechos de ella resultaba hipnotizadora. La visión que había estado acosándolo semanas surgió en su mente con perturbadora claridad, el recuerdo de esos pechos, la sensación de tenerlos bajo las manos, el sabor en su boca. Debía salir de esa habitación o terminaría por comportarse como un triste y necio bruto, feliz de aprovecharse de una mujer que literalmente no podía huir de él. Se echó para atrás y se levantó, girando con rapidez para ocultar el bulto sobresaliente de su erección-. Necesitaré una sábana -anunció con brusquedad, sólo girando la cara para mirarla hasta no estar seguro de haber recuperado el control de su cuerpo-. Puedo dormir en el sofá del salón. Si dejas la puerta del dormitorio abierta, podré oírte en caso de que necesites algo.
-No hay necesidad...
-Existe toda la necesidad -cortó con voz dura-. Es culpa mía que te cayeras y es responsabilidad mía cerciorarme de que no te causas más daño.
-¿Por qué es culpa tuya? -tuvo visiones de él subiendo a hurtadillas las escaleras por la noche para comprobar su estado, viéndola en toda su dormida vulnerabilidad...
-Si no hubieras estado huyendo de mí, jamás habrías tropezado con ese escalón. Si te hubieras hecho más daño, cargaría con ese peso toda mi vida. Facilitaba las cosas pensar que sus motivos eran egoístas. Pudo respirar con alivio, porque encajaba en la categoría en la que desesperadamente quería meterlo. -Y no podemos permitir eso, ¿Verdad? -indicó con frío sarcasmo-. Hay sábanas en la cómoda del rellano, y también un par de almohadas extra. Siempre las tengo preparadas por si se queda a dormir un amigo de Joaquín.
-De acuerdo. ¿Y su colegio está...?
-Puedo hacer que vaya acompañado de una dle las otras madres.
-Lo llevaré yo.
-¿Y eso es todo lo que tienes que decir al respecto? -fomentó un poco de ira sana porque él comenzaba a inclinarse sobre ella, con las manos apoyadas a los lados de su cuerpo tendido, que temblaba con vergonzosa percepción-. Eres el más desagradable...
-Lo sé. Creo que ya me has dicho eso. Pero aun así, te hago sentir cosas que mi hermano nunca te ha hecho vivir ni nunca podrá. Reconócelo. No sé si habrías seguido adelante con una boda si yo no hubiera aparecido, pero aparecí y creo que los dos sabemos que te he hecho un favor.
-¿Cómo puedes estar ahí sentado justificando con tanta calma tu conducta?
-Todo es en nombre de la verdad -respondió-. Y soy lo suficientemente honesto como para reconocer cuando he cometido un error. Por supuesto, tú ibas a casarte con Federico por los motivos erróneos, pero la intención no era tan evidente como en un principio pensé. Eres una madre soltera con una profunda desconfianza hacia el sexo opuesto. Fede representaba al protector y el refugio seguros. Ninguna emoción poderosa, pero tampoco nada de química. Habrían sido una pareja destinada al fracaso.
Paula observaba el rostro oscuro y diabólicamente sexy con renuente fascinación.
-No necesito emociones poderosas -se oyó decir-. Las tuve y no me aportaron nada bueno.
-El hombre equivocado -murmuró Pedro. A la luz tenue, la irregular subida y bajada de los pechos de ella resultaba hipnotizadora. La visión que había estado acosándolo semanas surgió en su mente con perturbadora claridad, el recuerdo de esos pechos, la sensación de tenerlos bajo las manos, el sabor en su boca. Debía salir de esa habitación o terminaría por comportarse como un triste y necio bruto, feliz de aprovecharse de una mujer que literalmente no podía huir de él. Se echó para atrás y se levantó, girando con rapidez para ocultar el bulto sobresaliente de su erección-. Necesitaré una sábana -anunció con brusquedad, sólo girando la cara para mirarla hasta no estar seguro de haber recuperado el control de su cuerpo-. Puedo dormir en el sofá del salón. Si dejas la puerta del dormitorio abierta, podré oírte en caso de que necesites algo.
-No hay necesidad...
-Existe toda la necesidad -cortó con voz dura-. Es culpa mía que te cayeras y es responsabilidad mía cerciorarme de que no te causas más daño.
-¿Por qué es culpa tuya? -tuvo visiones de él subiendo a hurtadillas las escaleras por la noche para comprobar su estado, viéndola en toda su dormida vulnerabilidad...
-Si no hubieras estado huyendo de mí, jamás habrías tropezado con ese escalón. Si te hubieras hecho más daño, cargaría con ese peso toda mi vida. Facilitaba las cosas pensar que sus motivos eran egoístas. Pudo respirar con alivio, porque encajaba en la categoría en la que desesperadamente quería meterlo. -Y no podemos permitir eso, ¿Verdad? -indicó con frío sarcasmo-. Hay sábanas en la cómoda del rellano, y también un par de almohadas extra. Siempre las tengo preparadas por si se queda a dormir un amigo de Joaquín.
-De acuerdo. ¿Y su colegio está...?
-Puedo hacer que vaya acompañado de una dle las otras madres.
-Lo llevaré yo.
Prohibida: Capítulo 38
Pedro no se molestó en contestar. Fue hacia la cómoda y abrió el primer cajón. Paula soltó un grito estrangulado de horror.
-Necesitas cambiarte -explicó él sin darse la vuelta-. Y voy a tener que ayudarte.
-¿Ayudarme? ¿Ayudarme? ¿Cambiarme? -se incorporó en la cama y su tobillo protestó con furia por el movimiento repentino.
-¿Duermes con esto? -giró y de un dedo colgaba una camiseta grande-. He mirado, pero no logro dar con nada más que pueda pasar por un pijama, a menos que tengas guardado en otra parte los saltos de cama y los tangas.
-¡Puedo ponérmela yo misma! -él no dejó de hacer oscilar la camiseta de su dedo.
-Necesito ayudarte con ese chándal que tienes puesto
. -No soy una inválida.
-Ya has oído al médico. Nada de presión sobre el tobillo o te arriesgas a sufrir las consecuencias. Y ahora, ¿Por qué no empiezas a comportarte como una buena niña y me dejas ayudarte?
Se dirigió hacia ella y Paula soltó un profundo suspiro de resignación. Estar desvalida ya era bastante malo, pero hallarse a merced de ese hombre resultaba casi insoportable. Y encima estaba de un humor magnífico. Podía entender la causa. Había logrado aquello por lo que había ido hasta allí. No contento con ordenarle que dejara a su hermano, había tomado el tema entre sus manos y lo había hecho por ella. Dudaba de que se hubiera detenido a considerar las consecuencias de sus actos. Sencillamente, había hecho lo que mejor sabía, sortear todos los obstáculos y llegar a su destino por el camino más corto posible. Los sentimientos eran tecnicismos menores para los que carecía de tiempo. En todo caso, tan pronto como pudiera iba a tener que telefonear a Federico para explicarle lo sucedido. Mientras tanto... Apretó los dientes y cerró los ojos cuando Pedro, con delicadeza, le quitó los pantalones. Luego la acomodó debajo del edredón y con cuidado depositó la camiseta a su lado.
-Te estoy haciendo un favor -musitó; Paula abrió los ojos y lo miró con profundo escepticismo-. La idea de todo ese dinero debió de ser tentadora, en especial con todos los gastos asociados a la educación de un niño, pero, ¿De verdad puedes decir que hubieras sido feliz viviendo con alguien por quien no sientes nada?
-Siento mucho por Federico.
Extrañamente, no era eso lo que Pedro quería oír. Apretó los labios al sentarse en la cama junto a ella.
-En el pasado te hirieron. Quizá tengas sentimientos por Federico, pero quizá sean la clase de sentimientos equivocados -la miró pensativo-. Puede que me haya equivocado contigo -musitó despacio-. Dí por hecho que no eras más que una cazafortunas, dispuesta a poner tus manos en el dinero de mi hermano, sin importar lo que hiciera falta. Pero, analizándolo ahora, nunca encajaste con la imagen. No es que haya un patrón fijo para una cazafortunas. ¡Vienen en todas las formas y tamaños!
Paula sintió que empezaba a sentir calor bajo su escrutinio. Sin embargo, algo dentro de ella experimentó placer ante la idea de que ya no la considerara de lo más bajo. Se dijo que no podía importarle menos lo que pensara de ella, pero eso no frenó la pequeña burbuja de placer, aunque mantuvo el rostro impasible.
-¿Debería sentirme satisfecha de que hayas cambiado de parecer? ¿Después de que tomaras el asunto en tus manos y le hicieras ver a Fede que discutía mis asuntos personales primero contigo antes que con él?
-Necesitas cambiarte -explicó él sin darse la vuelta-. Y voy a tener que ayudarte.
-¿Ayudarme? ¿Ayudarme? ¿Cambiarme? -se incorporó en la cama y su tobillo protestó con furia por el movimiento repentino.
-¿Duermes con esto? -giró y de un dedo colgaba una camiseta grande-. He mirado, pero no logro dar con nada más que pueda pasar por un pijama, a menos que tengas guardado en otra parte los saltos de cama y los tangas.
-¡Puedo ponérmela yo misma! -él no dejó de hacer oscilar la camiseta de su dedo.
-Necesito ayudarte con ese chándal que tienes puesto
. -No soy una inválida.
-Ya has oído al médico. Nada de presión sobre el tobillo o te arriesgas a sufrir las consecuencias. Y ahora, ¿Por qué no empiezas a comportarte como una buena niña y me dejas ayudarte?
Se dirigió hacia ella y Paula soltó un profundo suspiro de resignación. Estar desvalida ya era bastante malo, pero hallarse a merced de ese hombre resultaba casi insoportable. Y encima estaba de un humor magnífico. Podía entender la causa. Había logrado aquello por lo que había ido hasta allí. No contento con ordenarle que dejara a su hermano, había tomado el tema entre sus manos y lo había hecho por ella. Dudaba de que se hubiera detenido a considerar las consecuencias de sus actos. Sencillamente, había hecho lo que mejor sabía, sortear todos los obstáculos y llegar a su destino por el camino más corto posible. Los sentimientos eran tecnicismos menores para los que carecía de tiempo. En todo caso, tan pronto como pudiera iba a tener que telefonear a Federico para explicarle lo sucedido. Mientras tanto... Apretó los dientes y cerró los ojos cuando Pedro, con delicadeza, le quitó los pantalones. Luego la acomodó debajo del edredón y con cuidado depositó la camiseta a su lado.
-Te estoy haciendo un favor -musitó; Paula abrió los ojos y lo miró con profundo escepticismo-. La idea de todo ese dinero debió de ser tentadora, en especial con todos los gastos asociados a la educación de un niño, pero, ¿De verdad puedes decir que hubieras sido feliz viviendo con alguien por quien no sientes nada?
-Siento mucho por Federico.
Extrañamente, no era eso lo que Pedro quería oír. Apretó los labios al sentarse en la cama junto a ella.
-En el pasado te hirieron. Quizá tengas sentimientos por Federico, pero quizá sean la clase de sentimientos equivocados -la miró pensativo-. Puede que me haya equivocado contigo -musitó despacio-. Dí por hecho que no eras más que una cazafortunas, dispuesta a poner tus manos en el dinero de mi hermano, sin importar lo que hiciera falta. Pero, analizándolo ahora, nunca encajaste con la imagen. No es que haya un patrón fijo para una cazafortunas. ¡Vienen en todas las formas y tamaños!
Paula sintió que empezaba a sentir calor bajo su escrutinio. Sin embargo, algo dentro de ella experimentó placer ante la idea de que ya no la considerara de lo más bajo. Se dijo que no podía importarle menos lo que pensara de ella, pero eso no frenó la pequeña burbuja de placer, aunque mantuvo el rostro impasible.
-¿Debería sentirme satisfecha de que hayas cambiado de parecer? ¿Después de que tomaras el asunto en tus manos y le hicieras ver a Fede que discutía mis asuntos personales primero contigo antes que con él?
Prohibida: Capítulo 37
-No es mi joven amigo -dijo con los dientes apretados cuando Pedro regresaba a la habitación con una bolsa con verduras congeladas en una mano y un trapo limpio de cocina en la otra.
-Y quizá debería ponerse una tobillera -continuó el doctor, mirando a Pedro por encima de las gafas para leer-. Cualquier farmacia buena tendrá lo que necesita. Pero, querida... -miró a Paula y se puso de pie-... no se la ponga muy prieta. Quizá se sienta cómoda, pero no es bueno que ese tobillo esté inmovilizado. En cuanto pueda, probablemente mañana, puede empezar a tratar de ejercitarlo. Pero sin excederse.
-Creo que voy a cancelar mi alojamiento con Federico, ¿No crees? -fue lo primero que dijo Pedro después de acompañar al doctor a la salida y regresar al salón.
Paula lo miró en silencio consternado.
-Puedo arreglarme -respondió al rato.
Algo tan claramente falso que Pedro ni siquiera se molestó en contestar. Sencillamente, fue a su lado y, sin prestar atención a sus protestas, la alzó en brazos. -Cerraré y apagaré las luces después de meterte en la cama.
-¡No harás nada parecido! ¡Puedo arreglarme perfectamente sola!
-Igual que todos cuando no podemos caminar.
-Escucha... -respiró hondo y se decidió por el enfoque maduro-... en cuanto me metas en la cama, podré arreglarme perfectamente sola y llamar a la madre de Diego a primera hora de la mañana para que venga a recoger a Joaquín y lo lleve al colegio. Y estoy segura de que a Rebecca no le importará venir en algún momento con algo de comida. Es un viaje algo largo, pero lo entenderá -sintió el torso duro contra ella y se mordió el labio con nerviosismo-. Quiero decir...
-¿Cuál es tu dormitorio?
-El de la derecha. ¿Has oído lo que acabo de decir?
-Cada palabra -abrió la puerta con el hombro y logró encender la luz sin dejarla caer-. Pero voy a ignorarlas porque debes saber tan bien como yo que estás diciendo tonterías -la depositó en la cama doble, luego se irguió para poder observarla-. Has oído lo que ha dicho el doctor. Nada de caminar. Así que explícame cómo piensas preparar a tu hijo por la mañana sin salir de la cama. A menos que hayas dominado unas habilidades mágicas que nadie más es capaz de ejecutar, entonces no se puede hacer -metió las manos en los bolsillos a la espera de que intentara refutar su declaración-. Lo cual no me deja otra opción que quedarme aquí. En especial ahora que Fede y tú no son pareja. Quiero decir... -volvió a sonar el móvil. En esa ocasión, la conversación con su hermano fue breve, una simple transmisión de información que no duró más de dos minutos-. Ninguna oferta para venir corriendo a tratar de arreglar las cosas. ¿Decepcionada?
-Por supuesto que Fede no puede venir aquí a cuidarme -murmuró con tono agrio-. Tiene un horario de trabajo cambiado.
-Oh, pero pensé que podría considerar el bienestar de su amada más importante que supervisar la cocina de un restaurante. Después de todo, supervisar cómo pican cebollas y la preparación de repostería no puede ser más importante que venir a visitarte, y menos cuando se ha encontrado súbitamente abandonado sin previo aviso.
-Eso fue culpa tuya. No tenías derecho a decirle que había roto el compromiso. Se lo habría dicho yo en persona.
-Y quizá debería ponerse una tobillera -continuó el doctor, mirando a Pedro por encima de las gafas para leer-. Cualquier farmacia buena tendrá lo que necesita. Pero, querida... -miró a Paula y se puso de pie-... no se la ponga muy prieta. Quizá se sienta cómoda, pero no es bueno que ese tobillo esté inmovilizado. En cuanto pueda, probablemente mañana, puede empezar a tratar de ejercitarlo. Pero sin excederse.
-Creo que voy a cancelar mi alojamiento con Federico, ¿No crees? -fue lo primero que dijo Pedro después de acompañar al doctor a la salida y regresar al salón.
Paula lo miró en silencio consternado.
-Puedo arreglarme -respondió al rato.
Algo tan claramente falso que Pedro ni siquiera se molestó en contestar. Sencillamente, fue a su lado y, sin prestar atención a sus protestas, la alzó en brazos. -Cerraré y apagaré las luces después de meterte en la cama.
-¡No harás nada parecido! ¡Puedo arreglarme perfectamente sola!
-Igual que todos cuando no podemos caminar.
-Escucha... -respiró hondo y se decidió por el enfoque maduro-... en cuanto me metas en la cama, podré arreglarme perfectamente sola y llamar a la madre de Diego a primera hora de la mañana para que venga a recoger a Joaquín y lo lleve al colegio. Y estoy segura de que a Rebecca no le importará venir en algún momento con algo de comida. Es un viaje algo largo, pero lo entenderá -sintió el torso duro contra ella y se mordió el labio con nerviosismo-. Quiero decir...
-¿Cuál es tu dormitorio?
-El de la derecha. ¿Has oído lo que acabo de decir?
-Cada palabra -abrió la puerta con el hombro y logró encender la luz sin dejarla caer-. Pero voy a ignorarlas porque debes saber tan bien como yo que estás diciendo tonterías -la depositó en la cama doble, luego se irguió para poder observarla-. Has oído lo que ha dicho el doctor. Nada de caminar. Así que explícame cómo piensas preparar a tu hijo por la mañana sin salir de la cama. A menos que hayas dominado unas habilidades mágicas que nadie más es capaz de ejecutar, entonces no se puede hacer -metió las manos en los bolsillos a la espera de que intentara refutar su declaración-. Lo cual no me deja otra opción que quedarme aquí. En especial ahora que Fede y tú no son pareja. Quiero decir... -volvió a sonar el móvil. En esa ocasión, la conversación con su hermano fue breve, una simple transmisión de información que no duró más de dos minutos-. Ninguna oferta para venir corriendo a tratar de arreglar las cosas. ¿Decepcionada?
-Por supuesto que Fede no puede venir aquí a cuidarme -murmuró con tono agrio-. Tiene un horario de trabajo cambiado.
-Oh, pero pensé que podría considerar el bienestar de su amada más importante que supervisar la cocina de un restaurante. Después de todo, supervisar cómo pican cebollas y la preparación de repostería no puede ser más importante que venir a visitarte, y menos cuando se ha encontrado súbitamente abandonado sin previo aviso.
-Eso fue culpa tuya. No tenías derecho a decirle que había roto el compromiso. Se lo habría dicho yo en persona.
Prohibida: Capítulo 36
-Oh, a propósito -concluyó Pedro-, lamento enterarme de que tu compromiso se ha roto...
-¿Cómo te atreves? -echó chispas ella cuando cortó-. ¿Cómo te atreves? -tenía las mejillas inflamadas.
Eso resultó mejor analgésico que las pastillas. ¿Quién tenía tiempo de concentrarse en algo tan insignificante como el dolor cuando el cerebro le hervía de furia?
-Pensé que me saltaría la posibilidad de que tú no cumplieras con tu palabra. Después de todo, dispusiste de semanas para hacerlo, pero, de algún modo, no pudiste conseguirlo. Es gracioso, pero Federico no reaccionó como yo habría esperado... -clavó los ojos en el rostro encendido de ella.
-¿A qué te refieres? -preguntó incómoda. -Guardó silencio durante unos segundos, pero luego manifestó pesar. No asombro, ni sorpresa, ni la oferta de venir de inmediato a solucionar las cosas, lo que cabría esperar de un hombre al que acaban de lanzarle semejante bomba.
-No tenías derecho a decir nada.
-No me dejaste elección. ¿Imaginas por qué mi hermano aceptó la noticia de forma tan incondicional? -algo no encajaba. Nada encajaba. En teoría, todas sus suposiciones resultaban lógicas; pero en la práctica, era como un rompecabezas al que le faltaran algunas piezas clave.
-Yo... nosotros... le insinué durante las últimas semanas que quizá estar prometidos no fuera lo más adecuado para nosotros.
-¿Por qué no me lo mencionaste?
-¡Porque no es asunto tuyo! -exclamó.
Apartó la vista y rezó para que el doctor hiciera algo útil como aparecer, y por una vez sus plegarias se vieron respondidas, porque oyó el sonido de un coche deteniéndose ante la casa, seguido del ruido de una puerta al cerrarse y de pisadas por el sendero. Suspiró aliviada cuando sonó el timbre. A él no le quedó más remedio que suspirar con impaciente frustración antes de desaparecer para dejar pasar al médico. El doctor Hawford era un hombre de modales suaves de cincuenta y pocos años, amable con sus pacientes y tranquilizadoramente eficaz.
-Echémosle un vistazo, señorita Chaves-se puso en cuclillas junto al pie y lo manipuló con delicadeza, pidiéndole que le dijera cuándo y cuánto le dolía.
Al fondo, Pedro acechaba como un depredador temporalmente aislado de su presa. Al menos eso es lo que consideraba Paula.
-Un esguince de grado dos -anunció el médico, incorporándose para ir a sentarse en el sofá con su maletín negro-. Ha hecho un buen trabajo para desgarrarse algunos de sus ligamentos, de ahí la hinchazón y el dolor. La buena noticia es que no se requiere ninguna intervención hospitalaria para un esguince de este tipo. La mala es que va a tener que estar en reposo completo unos días, posiblemente una semana.
-No puedo permitirme estar fuera de combate una semana, doctor.
-¿Se lo ha informado a su pie? -miró-a Pedro-. Traiga un poco de hielo, o algo frío si no hay hielo en el congelador. Una bolsa de guisantes congelados es un buen sucedáneo. Es importante que tratemos de reducir la hinchazón. Y ahora, querida... -la miró no sin cierta simpatía-... sé que tiene un hijo pequeño, pero va a ser imposible que durante unos días pueda llevar a cabo sus tareas habituales. Y como intente apoyar demasiado pronto ese pie, podría provocarse un daño importante que la dejará inmovilizada mucho más tiempo.
-Pero...
-Tiene que estar inmovilizado, Paula. Ahora voy a recetarle unos antiinflamatorios que aliviarán el dolor y la hinchazón -sacó su cuaderno de recetas y comenzó a escribir-. Haga que su joven amigo se los compré a primera hora de la mañana.
-¿Cómo te atreves? -echó chispas ella cuando cortó-. ¿Cómo te atreves? -tenía las mejillas inflamadas.
Eso resultó mejor analgésico que las pastillas. ¿Quién tenía tiempo de concentrarse en algo tan insignificante como el dolor cuando el cerebro le hervía de furia?
-Pensé que me saltaría la posibilidad de que tú no cumplieras con tu palabra. Después de todo, dispusiste de semanas para hacerlo, pero, de algún modo, no pudiste conseguirlo. Es gracioso, pero Federico no reaccionó como yo habría esperado... -clavó los ojos en el rostro encendido de ella.
-¿A qué te refieres? -preguntó incómoda. -Guardó silencio durante unos segundos, pero luego manifestó pesar. No asombro, ni sorpresa, ni la oferta de venir de inmediato a solucionar las cosas, lo que cabría esperar de un hombre al que acaban de lanzarle semejante bomba.
-No tenías derecho a decir nada.
-No me dejaste elección. ¿Imaginas por qué mi hermano aceptó la noticia de forma tan incondicional? -algo no encajaba. Nada encajaba. En teoría, todas sus suposiciones resultaban lógicas; pero en la práctica, era como un rompecabezas al que le faltaran algunas piezas clave.
-Yo... nosotros... le insinué durante las últimas semanas que quizá estar prometidos no fuera lo más adecuado para nosotros.
-¿Por qué no me lo mencionaste?
-¡Porque no es asunto tuyo! -exclamó.
Apartó la vista y rezó para que el doctor hiciera algo útil como aparecer, y por una vez sus plegarias se vieron respondidas, porque oyó el sonido de un coche deteniéndose ante la casa, seguido del ruido de una puerta al cerrarse y de pisadas por el sendero. Suspiró aliviada cuando sonó el timbre. A él no le quedó más remedio que suspirar con impaciente frustración antes de desaparecer para dejar pasar al médico. El doctor Hawford era un hombre de modales suaves de cincuenta y pocos años, amable con sus pacientes y tranquilizadoramente eficaz.
-Echémosle un vistazo, señorita Chaves-se puso en cuclillas junto al pie y lo manipuló con delicadeza, pidiéndole que le dijera cuándo y cuánto le dolía.
Al fondo, Pedro acechaba como un depredador temporalmente aislado de su presa. Al menos eso es lo que consideraba Paula.
-Un esguince de grado dos -anunció el médico, incorporándose para ir a sentarse en el sofá con su maletín negro-. Ha hecho un buen trabajo para desgarrarse algunos de sus ligamentos, de ahí la hinchazón y el dolor. La buena noticia es que no se requiere ninguna intervención hospitalaria para un esguince de este tipo. La mala es que va a tener que estar en reposo completo unos días, posiblemente una semana.
-No puedo permitirme estar fuera de combate una semana, doctor.
-¿Se lo ha informado a su pie? -miró-a Pedro-. Traiga un poco de hielo, o algo frío si no hay hielo en el congelador. Una bolsa de guisantes congelados es un buen sucedáneo. Es importante que tratemos de reducir la hinchazón. Y ahora, querida... -la miró no sin cierta simpatía-... sé que tiene un hijo pequeño, pero va a ser imposible que durante unos días pueda llevar a cabo sus tareas habituales. Y como intente apoyar demasiado pronto ese pie, podría provocarse un daño importante que la dejará inmovilizada mucho más tiempo.
-Pero...
-Tiene que estar inmovilizado, Paula. Ahora voy a recetarle unos antiinflamatorios que aliviarán el dolor y la hinchazón -sacó su cuaderno de recetas y comenzó a escribir-. Haga que su joven amigo se los compré a primera hora de la mañana.
viernes, 22 de diciembre de 2017
Prohibida: Capítulo 35
Paula se lo dió. Se lo sabía de memoria, aunque nunca lo había necesitado para una urgencia. Estaba demasiado ocupada con la creciente lista de motivos por los que no podía tener un tobillo roto como para darse cuenta de que Pedro abría su móvil y marcaba el número. Desde luego, el ambulatorio estaba cerrado, pero ofrecía un número de emergencia en un mensaje grabado. El médico del otro lado de la línea no tuvo ninguna posibilidad de negarse a hacer una visita en cuanto Pedro se puso en acción. Había urgencia en su voz, pero también la suposición muda de que el doctor Hawford no titubearía en abandonar la cama un domingo por la noche para presentarse a inspeccionar el tobillo ya hinchado.
-¿Los analgésicos han empezado a surtir efecto? -preguntó al cerrar el móvil y acercar una banqueta baja para sentarse junto a ella.
-Gracias por llamar al doctor -dijo Paula-. Estoy segura de que querrás ponerte en marcha ya. Es tarde y Londres no se encuentra a la vuelta de la esquina.
-Muy cierto -miró el reloj de pulsera-. Son más de las diez. No tiene sentido regresar a Londres. Tendré que quedarme aquí.
-¡Aquí! -chilló, horrorizada-. ¡No puedes quedarte aquí! ¿Te has olvidado de Joaquín? Además, la casa es demasiado pequeña. Sólo hay dos dormitorios y los dos se usan. Si pisas el acelerador, no tardarás tanto en volver a Londres.
-¿Defiendes que supere el límite de velocidad por complacerte a tí?
-¡Te digo que no te vas a quedar aquí! -brevemente olvidó el dolor horrendo del pie ante el pensamiento más opresivo de tener a Pedro bajo el mismo techo una noche.
-No proponía pasar la noche en tu casa -le aclaró-. Proponía quedarme con mi hermano.
-No puedes hacer eso -las palabras salieron de su boca antes de que su cerebro pudiera editarlas-. Quiero decir que no puedes hacer eso sin llamarlo primero. Fede tiene un horario raro. Puedes presentarte en su casa y descubrir que no está, y quizá tengas que esperarlo durante horas.
-¿Un domingo? -preguntó, levemente desconcertado por el rechazo inmediato de la idea. La estudió-. Tienes razón. No quiero quedarme esperando durante horas ante un apartamento vacío. Lo llamaré ahora. Además, estoy seguro de que querrá enterarse de tu pequeño accidente.
Antes de poder manifestar su opinión sobre la idea, él abrió el condenado móvil y en esa ocasión no le quedó más remedio que aguzar el oído para tratar de oír cada segmento de la conversación. Sólo pudo captar un lado, pero no le resultó complicado aventurar una conjetura sobre lo que se decía del otro. O incluso imaginar a Federico en el club, con el teléfono pegado al oído y yendo hacia su despacho para que la voz de su hermano no se mezclara con el ruido y la música. Hubo una breve explicación de su presencia en casa de Paula, que logró sortear con éxito aduciendo que había ido allí con la esperanza de encontrarlo a él. Ella casi bufó. Luego le dió un parte breve de lo sucedido con el tobillo sin proporcionarle los detalles que habían conducido a la lesión.
-Pero ahora que estoy aquí -dijo Pedro-, parece ridículo que regrese a Londres a esta hora. ¿Tu departamento tiene sitio para más de una persona?
Frunció el ceño ante la respuesta que había obtenido, aunque Paula sabía que Federico había expresado alegría de que su hermano se quedara con él. ¡Si había oído su exclamación desde donde se encontraba! Quizá había sido el ínfimo titubeo antes de contestar.
-¿Los analgésicos han empezado a surtir efecto? -preguntó al cerrar el móvil y acercar una banqueta baja para sentarse junto a ella.
-Gracias por llamar al doctor -dijo Paula-. Estoy segura de que querrás ponerte en marcha ya. Es tarde y Londres no se encuentra a la vuelta de la esquina.
-Muy cierto -miró el reloj de pulsera-. Son más de las diez. No tiene sentido regresar a Londres. Tendré que quedarme aquí.
-¡Aquí! -chilló, horrorizada-. ¡No puedes quedarte aquí! ¿Te has olvidado de Joaquín? Además, la casa es demasiado pequeña. Sólo hay dos dormitorios y los dos se usan. Si pisas el acelerador, no tardarás tanto en volver a Londres.
-¿Defiendes que supere el límite de velocidad por complacerte a tí?
-¡Te digo que no te vas a quedar aquí! -brevemente olvidó el dolor horrendo del pie ante el pensamiento más opresivo de tener a Pedro bajo el mismo techo una noche.
-No proponía pasar la noche en tu casa -le aclaró-. Proponía quedarme con mi hermano.
-No puedes hacer eso -las palabras salieron de su boca antes de que su cerebro pudiera editarlas-. Quiero decir que no puedes hacer eso sin llamarlo primero. Fede tiene un horario raro. Puedes presentarte en su casa y descubrir que no está, y quizá tengas que esperarlo durante horas.
-¿Un domingo? -preguntó, levemente desconcertado por el rechazo inmediato de la idea. La estudió-. Tienes razón. No quiero quedarme esperando durante horas ante un apartamento vacío. Lo llamaré ahora. Además, estoy seguro de que querrá enterarse de tu pequeño accidente.
Antes de poder manifestar su opinión sobre la idea, él abrió el condenado móvil y en esa ocasión no le quedó más remedio que aguzar el oído para tratar de oír cada segmento de la conversación. Sólo pudo captar un lado, pero no le resultó complicado aventurar una conjetura sobre lo que se decía del otro. O incluso imaginar a Federico en el club, con el teléfono pegado al oído y yendo hacia su despacho para que la voz de su hermano no se mezclara con el ruido y la música. Hubo una breve explicación de su presencia en casa de Paula, que logró sortear con éxito aduciendo que había ido allí con la esperanza de encontrarlo a él. Ella casi bufó. Luego le dió un parte breve de lo sucedido con el tobillo sin proporcionarle los detalles que habían conducido a la lesión.
-Pero ahora que estoy aquí -dijo Pedro-, parece ridículo que regrese a Londres a esta hora. ¿Tu departamento tiene sitio para más de una persona?
Frunció el ceño ante la respuesta que había obtenido, aunque Paula sabía que Federico había expresado alegría de que su hermano se quedara con él. ¡Si había oído su exclamación desde donde se encontraba! Quizá había sido el ínfimo titubeo antes de contestar.
Prohibida: Capítulo 34
Paula sintió como si alguien hubiera decidido darle un martillazo en el tobillo. ¿Cómo había sucedido? Un minuto corría hacia la puerta de entrada como perseguida por todos los perros del infierno y al siguiente la había abierto, dado un paso y ¡Bang! Cayó, fallando el pequeño escalón que llevaba al sendero de entrada. El mismo por el que a diario le advertía a Jamie que sorteara con cuidado.
-¿Qué ha pasado? -él se arrodilló a su lado.
Paula le dedicó una mirada amargada.
-¿Tú qué crees? -exclamó-. Tropecé. Pero estoy bien -realizó un esfuerzo valeroso por incorporarse, pero de inmediato volvió a caer.
-No seas tonta -sin esperar una respuesta, la alzó en brazos y la llevó de vuelta a la casa, cerrando con el pie. Fue al salón, donde la depositó con gentileza en el sillón-. Bueno. Echemos un vistazo.
Paula no tenía que mirar para saber que el tobillo comenzaba a hinchársele. Clavó la vista al frente para luchar contra el impulso de quejarse como una niña del dolor. Sólo arriesgó a bajar los ojos cuando sus dedos gentiles le inspeccionaron el pie.
-No me gusta -la miró brevemente.
Desde luego, era un cambio tenerlo literalmente a sus pies, pero sentía demasiado dolor como para apreciar su propio humor. Tenía las manos cerradas y las uñas clavadas en las palmas.
-Gracias por esa opinión -comentó a través de dientes apretados-, pero, lo creas o no, yo ya había llegado a la misma conclusión.
-Te daré unos analgésicos, luego voy a tener que llevarte a Urgencias.
-¿Has olvidado la pequeña cuestión del niño de cinco años que duerme arriba?
-¿Hay alguien que pueda quedarse con él? ¿Quizá un vecino? ¿Quién lo cuidó cuando fuiste a Grecia para jugar a ser la pareja amorosa de mi hermano?
Paula soslayó el tono burlón.
-No conozco a ninguno de mis vecinos. Al menos no lo bastante bien como para pedirle a alguno que venga a pasar una noche para cuidar de Joaquín, y Rebecca vive en el centro de Brighton. Ella se quedó aquí una semana para hacerme el favor, pero no está cerca -hizo una mueca-. Necesito unos analgésicos. Están en la encimera de la cocina.
Pedro se puso de pie ceñudo, y cuando regresó un par de minutos más tarde con un vaso de agua y dos grageas, había desarrollado la única solución.
-En ese caso, tendremos que despertar a tu hijo y llevarlo con nosotros.
-Mi pie puede esperar -el martilleo se había mitigado a unos pinchazos desagradables.
Con un poco de suerte, los analgésicos erradicarían lo peor, permitiéndole descansar un poco y poder ir a Urgencias a la mañana siguiente. Comenzó a decírselo, pero él se puso a mover la cabeza antes de que hubiera acabado.
-Este pie tiene que ser examinado ahora, esta noche. Si no puedes o no quieres ir a ver a un médico, entonces un médico tendrá que venir a verte a tí.
-Es improbable que un médico salga para hacer una visita un domingo por la noche. Los analgésicos me ayudarán a pasar la noche...
-Los analgésicos están diseñados para el dolor de cabeza, Paula, no un posible tobillo roto.
-¡No está roto! -chilló.
No podía permitirse el lujo de la inmovilidad, no con un hijo activo de cinco años al que había que llevar al colegio, alimentar, bañar y divertir.
-¿Cuál es el número de tu ambulatorio?
-¿Qué ha pasado? -él se arrodilló a su lado.
Paula le dedicó una mirada amargada.
-¿Tú qué crees? -exclamó-. Tropecé. Pero estoy bien -realizó un esfuerzo valeroso por incorporarse, pero de inmediato volvió a caer.
-No seas tonta -sin esperar una respuesta, la alzó en brazos y la llevó de vuelta a la casa, cerrando con el pie. Fue al salón, donde la depositó con gentileza en el sillón-. Bueno. Echemos un vistazo.
Paula no tenía que mirar para saber que el tobillo comenzaba a hinchársele. Clavó la vista al frente para luchar contra el impulso de quejarse como una niña del dolor. Sólo arriesgó a bajar los ojos cuando sus dedos gentiles le inspeccionaron el pie.
-No me gusta -la miró brevemente.
Desde luego, era un cambio tenerlo literalmente a sus pies, pero sentía demasiado dolor como para apreciar su propio humor. Tenía las manos cerradas y las uñas clavadas en las palmas.
-Gracias por esa opinión -comentó a través de dientes apretados-, pero, lo creas o no, yo ya había llegado a la misma conclusión.
-Te daré unos analgésicos, luego voy a tener que llevarte a Urgencias.
-¿Has olvidado la pequeña cuestión del niño de cinco años que duerme arriba?
-¿Hay alguien que pueda quedarse con él? ¿Quizá un vecino? ¿Quién lo cuidó cuando fuiste a Grecia para jugar a ser la pareja amorosa de mi hermano?
Paula soslayó el tono burlón.
-No conozco a ninguno de mis vecinos. Al menos no lo bastante bien como para pedirle a alguno que venga a pasar una noche para cuidar de Joaquín, y Rebecca vive en el centro de Brighton. Ella se quedó aquí una semana para hacerme el favor, pero no está cerca -hizo una mueca-. Necesito unos analgésicos. Están en la encimera de la cocina.
Pedro se puso de pie ceñudo, y cuando regresó un par de minutos más tarde con un vaso de agua y dos grageas, había desarrollado la única solución.
-En ese caso, tendremos que despertar a tu hijo y llevarlo con nosotros.
-Mi pie puede esperar -el martilleo se había mitigado a unos pinchazos desagradables.
Con un poco de suerte, los analgésicos erradicarían lo peor, permitiéndole descansar un poco y poder ir a Urgencias a la mañana siguiente. Comenzó a decírselo, pero él se puso a mover la cabeza antes de que hubiera acabado.
-Este pie tiene que ser examinado ahora, esta noche. Si no puedes o no quieres ir a ver a un médico, entonces un médico tendrá que venir a verte a tí.
-Es improbable que un médico salga para hacer una visita un domingo por la noche. Los analgésicos me ayudarán a pasar la noche...
-Los analgésicos están diseñados para el dolor de cabeza, Paula, no un posible tobillo roto.
-¡No está roto! -chilló.
No podía permitirse el lujo de la inmovilidad, no con un hijo activo de cinco años al que había que llevar al colegio, alimentar, bañar y divertir.
-¿Cuál es el número de tu ambulatorio?
Prohibida: Capítulo 33
Era unos centímetros más alto que su hermano, pero parecía comerse la casa pequeña de un modo que Federico nunca había hecho.
-Romperé el compromiso -fue Paula la primera en quebrar el silencio, y en su voz había resignación y pesar.
El condenado compromiso había sido una idea tonta desde el principio, aunque había servido admirablemente el propósito de ambos. Miró con gesto desafiante a la figura sentada en el sillón y vió que Pedro asentía de modo imperceptible.
-No es el hombre para tí -murmuró.
-No, quizá no lo es -convino Paula amargamente. No había hombre para ella. Hacía tiempo que les había cerrado el corazón. Sólo Pedro había sido capaz de atravesar sus barreras y hacerla reaccionar, pero ésa había sido la reacción de una mujer joven y sana que anhelaba un contacto físico, algo que no había sido consciente de echar de menos-. Tal vez nadie lo es. Para mí, quiero decir. Fue estúpido pensar... -maldijo para sus adentros.
Sintió que los ojos se le humedecían, más allá del punto en que podía controlar las lágrimas con un rápido parpadeo. A través de la resplandeciente bruma de las lágrimas no deseadas, notó que Pedro reducía la distancia que los separaba para ir a sentarse en el sofá junto a ella, alargando la mano para entregarle algo... un pañuelo. Paula lo aceptó agradecida y se secó los ojos, musitando una disculpa avergonzada, sin atreverse a mirarlo por miedo a ver rechazo ante esa exhibición de emoción. Quizá imaginara que se la estaba inventando.
-Deja de disculparte -murmuró él.
Pasó el dedo pulgar por una lágrima rebelde sobre su mejilla. Paula tembló, irremediablemente atraída por él y furiosamente consciente de que no debería ser así.
-Deberías irte -susurró, bajando la vista-. Ya tienes lo que has venido a oír y también mi palabra. Acerca del compromiso.
-¿Qué te hizo?
-¿Federico? No me hizo nada... -unos ojos desconcertados lo miraron y al instante supo a qué se refería.
-¿Sabe que tiene un hijo?
-Es hora de que te vayas.
-Deberías desprenderte de ello. Aferrarse al pasado es un juego peligroso. Puede ser un maestro cruel.
-¿Y tú cómo lo sabes? -le soltó Paula-. ¡Naciste con privilegios! Oh, no me digas... desde temprana edad aprendiste las penalidades de saber que podías chasquear los dedos y conseguir todo lo que querías. Pobre Pedro. ¡Superar semejante desgracia!
-Algunos podrían decir que tener trazado tu destino desde el día de tu nacimiento es un viaje duro -indicó Pedro con calma, permitiéndose el ridículo lujo de confiar en otra persona. ¿De dónde había salido eso? Desnudar su alma jamás había ocupado un lugar primordial en su lista de prioridades. De hecho, jamás había figurado-. Federico tal vez dispusiera de la libertad de hacer lo que le apeteciera, pero como heredero de un imperio, yo no tuve elección -continuó con brevedad- Lo que no quiere decir que dedicara mi vida a gimotear por ello.
-Yo no gimo por mi pasado -murmuró ella-. He aprendido de él.
-¿Qué te hizo? -repitió con curiosidad-. ¿Aún lo ves? Tienes que verlo cuando viene a recoger a su hijo
-Él... jamás ve a su hijo -soltó.
Observó la expresión de Pedro endurecerse hasta la incredulidad, y la amargura que creía controlada invadió su sistema-. Bueno, tienes que comprender que cuando un hombre casado descubre de repente que su amante está embarazada, no es algo que suene a música en sus oídos...
-¿Te involucraste con un hombre casado? -no supo por qué se sintió tan decepcionado.
-No me digas que te sorprendería si así fuera -comentó con sarcasmo, leyéndole la mente. Luego suspiró y apoyó el mentón en las rodillas-. Cuando me relacioné con él, no sabía que estaba casado. Yo tenía diecinueve años y él era un hombre fabulosamente sexy diez años mayor que yo. Las cosas fueron hermosas durante un año y medio, hasta que cometí el error de quedar embarazada.
-En cuyo momento, tu caballero de reluciente armadura reveló sus pies de barro -concluyó Pedro.
-Me dijo que estaba casado, que lo que habíamos tenido no había sido más que algo divertido, algo que hacer en Londres durante la semana, porque los fines de semana siempre regresaba a Home Counties para estar con su mujer y su hija de dos años. De hecho, ¡Yo ni siquiera había sido la única! Aunque fue lo bastante amable para decirme que yo era la única que había durado tanto. Ya. Querías saber y ya sabes -se puso de pie y se alejó de él-. Y ahora, vete. ¡Antes de que me digas que merecía lo que recibí!
Pedro se levantó de un salto, pero ella ya corría hacia la puerta. Lo oyó antes de tener tiempo de llegar más allá del salón. El agudo grito de dolor de Paula seguido de un gemido ahogado...
-Romperé el compromiso -fue Paula la primera en quebrar el silencio, y en su voz había resignación y pesar.
El condenado compromiso había sido una idea tonta desde el principio, aunque había servido admirablemente el propósito de ambos. Miró con gesto desafiante a la figura sentada en el sillón y vió que Pedro asentía de modo imperceptible.
-No es el hombre para tí -murmuró.
-No, quizá no lo es -convino Paula amargamente. No había hombre para ella. Hacía tiempo que les había cerrado el corazón. Sólo Pedro había sido capaz de atravesar sus barreras y hacerla reaccionar, pero ésa había sido la reacción de una mujer joven y sana que anhelaba un contacto físico, algo que no había sido consciente de echar de menos-. Tal vez nadie lo es. Para mí, quiero decir. Fue estúpido pensar... -maldijo para sus adentros.
Sintió que los ojos se le humedecían, más allá del punto en que podía controlar las lágrimas con un rápido parpadeo. A través de la resplandeciente bruma de las lágrimas no deseadas, notó que Pedro reducía la distancia que los separaba para ir a sentarse en el sofá junto a ella, alargando la mano para entregarle algo... un pañuelo. Paula lo aceptó agradecida y se secó los ojos, musitando una disculpa avergonzada, sin atreverse a mirarlo por miedo a ver rechazo ante esa exhibición de emoción. Quizá imaginara que se la estaba inventando.
-Deja de disculparte -murmuró él.
Pasó el dedo pulgar por una lágrima rebelde sobre su mejilla. Paula tembló, irremediablemente atraída por él y furiosamente consciente de que no debería ser así.
-Deberías irte -susurró, bajando la vista-. Ya tienes lo que has venido a oír y también mi palabra. Acerca del compromiso.
-¿Qué te hizo?
-¿Federico? No me hizo nada... -unos ojos desconcertados lo miraron y al instante supo a qué se refería.
-¿Sabe que tiene un hijo?
-Es hora de que te vayas.
-Deberías desprenderte de ello. Aferrarse al pasado es un juego peligroso. Puede ser un maestro cruel.
-¿Y tú cómo lo sabes? -le soltó Paula-. ¡Naciste con privilegios! Oh, no me digas... desde temprana edad aprendiste las penalidades de saber que podías chasquear los dedos y conseguir todo lo que querías. Pobre Pedro. ¡Superar semejante desgracia!
-Algunos podrían decir que tener trazado tu destino desde el día de tu nacimiento es un viaje duro -indicó Pedro con calma, permitiéndose el ridículo lujo de confiar en otra persona. ¿De dónde había salido eso? Desnudar su alma jamás había ocupado un lugar primordial en su lista de prioridades. De hecho, jamás había figurado-. Federico tal vez dispusiera de la libertad de hacer lo que le apeteciera, pero como heredero de un imperio, yo no tuve elección -continuó con brevedad- Lo que no quiere decir que dedicara mi vida a gimotear por ello.
-Yo no gimo por mi pasado -murmuró ella-. He aprendido de él.
-¿Qué te hizo? -repitió con curiosidad-. ¿Aún lo ves? Tienes que verlo cuando viene a recoger a su hijo
-Él... jamás ve a su hijo -soltó.
Observó la expresión de Pedro endurecerse hasta la incredulidad, y la amargura que creía controlada invadió su sistema-. Bueno, tienes que comprender que cuando un hombre casado descubre de repente que su amante está embarazada, no es algo que suene a música en sus oídos...
-¿Te involucraste con un hombre casado? -no supo por qué se sintió tan decepcionado.
-No me digas que te sorprendería si así fuera -comentó con sarcasmo, leyéndole la mente. Luego suspiró y apoyó el mentón en las rodillas-. Cuando me relacioné con él, no sabía que estaba casado. Yo tenía diecinueve años y él era un hombre fabulosamente sexy diez años mayor que yo. Las cosas fueron hermosas durante un año y medio, hasta que cometí el error de quedar embarazada.
-En cuyo momento, tu caballero de reluciente armadura reveló sus pies de barro -concluyó Pedro.
-Me dijo que estaba casado, que lo que habíamos tenido no había sido más que algo divertido, algo que hacer en Londres durante la semana, porque los fines de semana siempre regresaba a Home Counties para estar con su mujer y su hija de dos años. De hecho, ¡Yo ni siquiera había sido la única! Aunque fue lo bastante amable para decirme que yo era la única que había durado tanto. Ya. Querías saber y ya sabes -se puso de pie y se alejó de él-. Y ahora, vete. ¡Antes de que me digas que merecía lo que recibí!
Pedro se levantó de un salto, pero ella ya corría hacia la puerta. Lo oyó antes de tener tiempo de llegar más allá del salón. El agudo grito de dolor de Paula seguido de un gemido ahogado...
Prohibida: Capítulo 32
¿Se habría visto Federico atraído por eso? Escuchó distraído el sonido de pisadas que se perdía escaleras arriba. ¿Habría encontrado su hermano a ese boceto de madre e hijo demasiado difícil de resistir? Si a la ecuación se añadía el hecho de que la madre en cuestión tenía el rostro de un ángel y un cuerpo que le negaba, ¿Le habría sido imposible alejarse? Algo en el cuadro no encajaba, pero cuando intentó analizarlo, descubrió que su mente se desperdigaba. Pensaba en la expresión de ella al abrazar a su hijo, en el modo en que esos brazos esbeltos podían ser fuertes y dar apoyo, en los ojos que habían mostrado su orgullo como madre. Chasqueó la lengua con frustración y centró la mente otra vez en la tarea que lo ocupaba, que era averiguar si había roto el compromiso. Había preparado dos tazas de café cuando Paula regresó a la cocina.
-Sigues aquí -comentó, de pie en el umbral, los brazos cruzados.
-No esperarías que me marchara, ¿Verdad? Te he preparado café. Con leche, sin azúcar. ¿Es así como lo tomas?
Paula no contestó. Se sentó en la silla frente a él, lo más alejada posible, y suspiró con gesto cansado.
-Ya no puedo pelear más contigo -apoyó el mentón en las manos y lo miró.
-Yo tampoco quiero pelear, pienses lo que pienses.
-Lo sé -le dedicó una sonrisa débil-. Lo único que quieres es que me largue de la vida de tu hermano, para no poner mis pequeñas y codiciosas zarpas sobre sus millones.
Pedro se acaloró. Después de todo, sólo decía lo mismo que él había estado pensando, pero de una manera que hacía que pareciera el villano y ella el cordero al que iba a sacrificar. Sin embargo, debía reconocer que sí parecía extenuada. En vez de lanzarse a otro ataque, decidió que no haría ningún daño aflojar un poco el ritmo. Un negociador inteligente sabía que la oportunidad del momento lo era todo. Se reclinó.
-Tienes un hijo guapo.
-¿No quieres decir un artículo guapo?
-Me disculpo por eso. Fue un simple error de locución.
-¿Sí? Bueno, de todos modos, no importa -bebió un sorbo de café, asombrosamente rico. O quizá era ella la que estaba asombrosamente cansada y cualquier cosa caliente le sabía bien. La luz fluorescente de la cocina hacía que todo resaltara, y en ese momento no lo necesitaba. Era lo bastante perceptiva sin la ayuda adicional de esa luz brillante. Se levantó con la taza en la mano-. Me voy al salón. Me voy a beber este café y luego te vas a marchar -no le dió oportunidad de que respondiera.
Había anochecido y cerró las cortinas, luego fue al sofá, se acurrucó en un extremo y observó con cautela cómo Pedro ocupaba el mullido sillón que había junto a la puerta.
-Sigues aquí -comentó, de pie en el umbral, los brazos cruzados.
-No esperarías que me marchara, ¿Verdad? Te he preparado café. Con leche, sin azúcar. ¿Es así como lo tomas?
Paula no contestó. Se sentó en la silla frente a él, lo más alejada posible, y suspiró con gesto cansado.
-Ya no puedo pelear más contigo -apoyó el mentón en las manos y lo miró.
-Yo tampoco quiero pelear, pienses lo que pienses.
-Lo sé -le dedicó una sonrisa débil-. Lo único que quieres es que me largue de la vida de tu hermano, para no poner mis pequeñas y codiciosas zarpas sobre sus millones.
Pedro se acaloró. Después de todo, sólo decía lo mismo que él había estado pensando, pero de una manera que hacía que pareciera el villano y ella el cordero al que iba a sacrificar. Sin embargo, debía reconocer que sí parecía extenuada. En vez de lanzarse a otro ataque, decidió que no haría ningún daño aflojar un poco el ritmo. Un negociador inteligente sabía que la oportunidad del momento lo era todo. Se reclinó.
-Tienes un hijo guapo.
-¿No quieres decir un artículo guapo?
-Me disculpo por eso. Fue un simple error de locución.
-¿Sí? Bueno, de todos modos, no importa -bebió un sorbo de café, asombrosamente rico. O quizá era ella la que estaba asombrosamente cansada y cualquier cosa caliente le sabía bien. La luz fluorescente de la cocina hacía que todo resaltara, y en ese momento no lo necesitaba. Era lo bastante perceptiva sin la ayuda adicional de esa luz brillante. Se levantó con la taza en la mano-. Me voy al salón. Me voy a beber este café y luego te vas a marchar -no le dió oportunidad de que respondiera.
Había anochecido y cerró las cortinas, luego fue al sofá, se acurrucó en un extremo y observó con cautela cómo Pedro ocupaba el mullido sillón que había junto a la puerta.
Prohibida: Capítulo 31
-¡No es asunto tuyo!
-Supongo que suficiente para mantenerte. Y permitirte unos pocos lujos. Pero, ¿Un hijo? ¿Suficiente para mantener también a un hijo? Puede que yo no los tenga, pero sé que son un artículo que no resulta barato. ¿Por eso decidiste que disponer de una pequeña ayuda financiera en esa dirección podría ser útil? Y Federico habría sido un objetivo fácil, no la clase de hombre que se puede asustar por el añadido de un niño. ¿Lo enganchaste con alguna historia lacrimógena? ¿Hiciste que sintiera pena de tí?
-¡Los niños no son artículos!
-¿Dónde está el padre del niño? ¿Ayuda en algo la pensión de mantenimiento que te pasa?
-¡Detente! -gritó Paula-. ¿Cómo te atreves a entrar en mi casa y empezar a gritarme? ¡Me insultaste cuando estuve en Grecia, cuando estuve en tu terreno, pero no te atrevas a entrar en mi terreno creyendo que puedes seguir haciendo lo mismo!
Lo miró fijamente, la cara blanca por la furia, y en la súbita quietud, tardó unos segundos en darse cuenta de que él no la miraba a ella, sino hacia su espalda. Giró despacio y encontró a su hijo de pie en la puerta, observándolos con desconcierto y miedo. Las mamas no gritaban. Nunca. Paula jamás había gritado delante de él. De hecho, ni siquiera recordaba haber gritado en años. Temblaba cuando se agachó para mirar a Joaquín.
-Hola, cariño. ¿Qué haces levantado? Sabes que deberías estar en la cama. Mañana hay colegio.
-Oí gritos -miró a Pedro-. ¿Quién es?
-Nadie.
-Soy Pedro, el hermano de Federico.
Paula pudo sentirlo detrás de ella, luego fue consciente de que se agachaba a su lado. Habló con voz suave, pero era el mismo hombre que había reconocido considerar a los niños como artículos. Con gesto protector, protegió a Joaquín contra su hombro. Pero el pequeño se soltó, ansioso por continuar con el inventario del hombre que había en la cocina de su madre. Logró soltarse del todo y se sentó con las piernas cruzadas en el suelo, con las manos de Paula cubriéndole las suyas.
-Te pareces al tío Fede. ¿No es verdad, mami?
-Veo una o dos diferencias -dijo ella con los dientes apretados.
Pedro tuvo ganas de sonreír. Parecía un ángel pequeño, frustrado y encolerizado. Se recordó que después del examen lógico de la situación, después de las conclusiones concisas que había sacado acerca de la conducta y las motivaciones de ella, era cualquier cosa menos angelical, sin importar lo que indicaran las facciones.
-¿De verdad? -preguntó con inocencia-. La gente dice que nos parecemos mucho. Aparte de una pequeña diferencia de estatura.
-La gente dice que las víboras se parecen a las serpientes de jardín. Aparte de una pequeña diferencia en los niveles de toxinas. Tuvo que esforzarse para no sonreír.
-Intento encontrar el cumplido en eso -repuso con gravedad y le encantó ver que el ángel lo miraba aún con más ferocidad.
Joaquín se había animado ante la mención de serpientes y se lanzó a una complicada descripción de las serpientes que había visto en el zoo. Pedro estaba extasiado por el parecido del niño con su madre. El pelo era de una tonalidad rubia más oscura, pero tenía los mismos ojos, nariz y boca. ¿Quién era el padre? ¿Dónde estaba? ¿Andaría por ahí, quizá aún dormía con ella? Ese pensamiento lo puso malo y de inmediato lo descartó. El ángel había hecho girar al niño para que quedara de cara a ella y en ese instante le daba un discurso severo sobre irse a dormir. Pedro se puso de pie y regresó a la mesa, observando en silencio mientras la madre alzaba al hijo en brazos. Ambos habían olvidado su presencia. Ella estaba centrada por completo en el pequeño, en llevarlo arriba.
-Supongo que suficiente para mantenerte. Y permitirte unos pocos lujos. Pero, ¿Un hijo? ¿Suficiente para mantener también a un hijo? Puede que yo no los tenga, pero sé que son un artículo que no resulta barato. ¿Por eso decidiste que disponer de una pequeña ayuda financiera en esa dirección podría ser útil? Y Federico habría sido un objetivo fácil, no la clase de hombre que se puede asustar por el añadido de un niño. ¿Lo enganchaste con alguna historia lacrimógena? ¿Hiciste que sintiera pena de tí?
-¡Los niños no son artículos!
-¿Dónde está el padre del niño? ¿Ayuda en algo la pensión de mantenimiento que te pasa?
-¡Detente! -gritó Paula-. ¿Cómo te atreves a entrar en mi casa y empezar a gritarme? ¡Me insultaste cuando estuve en Grecia, cuando estuve en tu terreno, pero no te atrevas a entrar en mi terreno creyendo que puedes seguir haciendo lo mismo!
Lo miró fijamente, la cara blanca por la furia, y en la súbita quietud, tardó unos segundos en darse cuenta de que él no la miraba a ella, sino hacia su espalda. Giró despacio y encontró a su hijo de pie en la puerta, observándolos con desconcierto y miedo. Las mamas no gritaban. Nunca. Paula jamás había gritado delante de él. De hecho, ni siquiera recordaba haber gritado en años. Temblaba cuando se agachó para mirar a Joaquín.
-Hola, cariño. ¿Qué haces levantado? Sabes que deberías estar en la cama. Mañana hay colegio.
-Oí gritos -miró a Pedro-. ¿Quién es?
-Nadie.
-Soy Pedro, el hermano de Federico.
Paula pudo sentirlo detrás de ella, luego fue consciente de que se agachaba a su lado. Habló con voz suave, pero era el mismo hombre que había reconocido considerar a los niños como artículos. Con gesto protector, protegió a Joaquín contra su hombro. Pero el pequeño se soltó, ansioso por continuar con el inventario del hombre que había en la cocina de su madre. Logró soltarse del todo y se sentó con las piernas cruzadas en el suelo, con las manos de Paula cubriéndole las suyas.
-Te pareces al tío Fede. ¿No es verdad, mami?
-Veo una o dos diferencias -dijo ella con los dientes apretados.
Pedro tuvo ganas de sonreír. Parecía un ángel pequeño, frustrado y encolerizado. Se recordó que después del examen lógico de la situación, después de las conclusiones concisas que había sacado acerca de la conducta y las motivaciones de ella, era cualquier cosa menos angelical, sin importar lo que indicaran las facciones.
-¿De verdad? -preguntó con inocencia-. La gente dice que nos parecemos mucho. Aparte de una pequeña diferencia de estatura.
-La gente dice que las víboras se parecen a las serpientes de jardín. Aparte de una pequeña diferencia en los niveles de toxinas. Tuvo que esforzarse para no sonreír.
-Intento encontrar el cumplido en eso -repuso con gravedad y le encantó ver que el ángel lo miraba aún con más ferocidad.
Joaquín se había animado ante la mención de serpientes y se lanzó a una complicada descripción de las serpientes que había visto en el zoo. Pedro estaba extasiado por el parecido del niño con su madre. El pelo era de una tonalidad rubia más oscura, pero tenía los mismos ojos, nariz y boca. ¿Quién era el padre? ¿Dónde estaba? ¿Andaría por ahí, quizá aún dormía con ella? Ese pensamiento lo puso malo y de inmediato lo descartó. El ángel había hecho girar al niño para que quedara de cara a ella y en ese instante le daba un discurso severo sobre irse a dormir. Pedro se puso de pie y regresó a la mesa, observando en silencio mientras la madre alzaba al hijo en brazos. Ambos habían olvidado su presencia. Ella estaba centrada por completo en el pequeño, en llevarlo arriba.
miércoles, 20 de diciembre de 2017
Prohibida: Capítulo 30
Era pequeña pero bonita. Encimeras de color gris moteado, muebles de pino que parecían baratos pero funcionales, una pequeña mesa oblonga que aceptaba a cuatro personas siempre que no les molestara permanecer en un contacto físico muy próximo entre sí. Todo tenía una escala muy pequeña. Nevera pequeña, cocina pequeña, muebles suficientes para guardar sólo los utensilios básicos para que funcionara una cocina. Sin embargo, Pedro no contemplaba las dimensiones de la habitación. Miraba las fotos que había en la puerta de la nevera, sostenidas por imanes, y un pequeño tablero de anuncios en la pared junto a la mesa. Más fotos. Se apartó y Paula pasó junto a él, respirando hondo mientras captaba la dirección que seguía su mirada. Era una locura. ¡Joaquínno era un secreto!
-Unos dibujos interesantes -comentó, yendo hacia la nevera para inspeccionar los dibujos allí fijados. Uno era una versión de alguna escena submarina, otra era de la familia, consistente en una figura como un palo gigante con un montón de pelo blanco y otra mucho más pequeña con una cara grande y risueña, más diversos intentos de escritura.
Paula no tenía ni idea de por qué se sentía tan nerviosa. Se humedeció los labios y trató de relajarse.
-Eso creo. -¿Tuyos? -retiró la escena submarina y lo estudió con interés exagerado antes de alzarlo para que ella lo viera.
-De mi hijo.
-Tienes un hijo. No es de...
-No, no es de Federico.
Theo sintió esa llama de intensa curiosidad recorrerlo. Con cuidado volvió a fijar el dibujo a la nevera y luego se volvió hacia ella.
-¿Te importa si me siento?
-Es tarde.
-¿Has roto tu compromiso? No, claro que no lo has hecho. El anillo sigue en tu dedo -no sólo prescindió de negárselo, sino que no le ofreció una disculpa. Sus ojos se oscurecieron-. Quizá pienses que estoy jugando, pero permite que te asegure que no es así.
-No dejaré que me ataques en mi propia casa -le informó Paula, cruzando los brazos en gesto protector. Se sentía nerviosa, intimidada y, entre todo eso, terriblemente atraída por el hombre sentado en su cocina, como si tuviera algún derecho. Verlo en persona hizo que reconociera cuánto lo había tenido en la cabeza y lo desastrosamente fácil que era que esos sentimientos ocultos recobraran la vida en contra del sentido común y de la razón. En ese momento le recordaban lo agradable que había sido que la besara, que la tomara entre sus brazos, que le acariciara los pechos... Cerró los ojos fugazmente y luego lo miró-. Joaquín se despierta con facilidad. No quiero tener una discusión contigo aquí. Las paredes de esta casa son como el papel.
-Ah. Joaquín. Eso pensaba.
-¿Qué significa eso?
-La caligrafía del trozo de papel en la nevera. Está aprendiendo a escribir su nombre. ¿Cuántos años tiene?
-Cinco.
-¿Qué aspecto tiene?
-¿Por qué te interesa?
-Siento curiosidad. ¿Por qué no lo mencionaste antes? A mi madre. A nuestra familia. Tuviste todas las oportunidades -la miró con ojos entrecerrados.
-No pensé que fuera el momento apropiado...
-Dame una pista acerca de cuándo habrías considerado apropiado contarlo. ¿Quizá en algún restaurante? ¿Cuando mi madre te preguntara si tenías algún hijo? ¿Crees que es una pregunta natural para que formule una futura suegra a la novia de su hijo?
-¡No eres gracioso!
-Quizá decidiste que podías conquistar a Fede para que fuera el papá de tu pequeño, pero darnos la noticia a los demás sería más complicado. ¿Es eso? Pensabas ir en fases, tal vez, antes que arriesgarte a que todos viéramos lo obvio.
-Y tú vas a iluminarme con lo que es tan obvio, ¿Verdad? ¡Como si no supiera la dirección que sigues! -tenía las manos pequeñas cerradas y cada terminal nerviosa de su cuerpo lista para quebrarse por la tensión.
-¡Es lógico! -atronó Pedro. Bajó el puño sobre la mesa con tal ferocidad, que Paula se sobresaltó-. No parecías la típica buscadora de fortuna, pero en su momento no poseía todos los hechos, ¿Verdad? ¿Cuánto ganas al mes?
-¡No es asunto tuyo!
-Supongo que suficiente para mantenerte. Y permitirte unos pocos lujos. Pero, ¿Un hijo? ¿Suficiente para mantener también a un hijo? Puede que yo no los tenga, pero sé que son un artículo que no resulta barato. ¿Por eso decidiste que disponer de una pequeña ayuda financiera en esa dirección podría ser útil? Y Federico habría sido un objetivo fácil, no la clase de hombre que se puede asustar por el añadido de un niño. ¿Lo enganchaste con alguna historia lacrimógena? ¿Hiciste que sintiera pena de tí?
-¡Los niños no son artículos!
-¿Dónde está el padre del niño? ¿Ayuda en algo la pensión de mantenimiento que te pasa?
-¡Detente! -gritó Paula-. ¿Cómo te atreves a entrar en mi casa y empezar a gritarme? ¡Me insultaste cuando estuve en Grecia, cuando estuve en tu terreno, pero no te atrevas a entrar en mi terreno creyendo que puedes seguir haciendo lo mismo!
Lo miró fijamente, la cara blanca por la furia, y en la súbita quietud, tardó unos segundos en darse cuenta de que él no la miraba a ella, sino hacia su espalda. Giró despacio y encontró a su hijo de pie en la puerta, observándolos con desconcierto y miedo. Las mamas no gritaban. Nunca. Paula jamás había gritado delante de él. De hecho, ni siquiera recordaba haber gritado en años.
-Unos dibujos interesantes -comentó, yendo hacia la nevera para inspeccionar los dibujos allí fijados. Uno era una versión de alguna escena submarina, otra era de la familia, consistente en una figura como un palo gigante con un montón de pelo blanco y otra mucho más pequeña con una cara grande y risueña, más diversos intentos de escritura.
Paula no tenía ni idea de por qué se sentía tan nerviosa. Se humedeció los labios y trató de relajarse.
-Eso creo. -¿Tuyos? -retiró la escena submarina y lo estudió con interés exagerado antes de alzarlo para que ella lo viera.
-De mi hijo.
-Tienes un hijo. No es de...
-No, no es de Federico.
Theo sintió esa llama de intensa curiosidad recorrerlo. Con cuidado volvió a fijar el dibujo a la nevera y luego se volvió hacia ella.
-¿Te importa si me siento?
-Es tarde.
-¿Has roto tu compromiso? No, claro que no lo has hecho. El anillo sigue en tu dedo -no sólo prescindió de negárselo, sino que no le ofreció una disculpa. Sus ojos se oscurecieron-. Quizá pienses que estoy jugando, pero permite que te asegure que no es así.
-No dejaré que me ataques en mi propia casa -le informó Paula, cruzando los brazos en gesto protector. Se sentía nerviosa, intimidada y, entre todo eso, terriblemente atraída por el hombre sentado en su cocina, como si tuviera algún derecho. Verlo en persona hizo que reconociera cuánto lo había tenido en la cabeza y lo desastrosamente fácil que era que esos sentimientos ocultos recobraran la vida en contra del sentido común y de la razón. En ese momento le recordaban lo agradable que había sido que la besara, que la tomara entre sus brazos, que le acariciara los pechos... Cerró los ojos fugazmente y luego lo miró-. Joaquín se despierta con facilidad. No quiero tener una discusión contigo aquí. Las paredes de esta casa son como el papel.
-Ah. Joaquín. Eso pensaba.
-¿Qué significa eso?
-La caligrafía del trozo de papel en la nevera. Está aprendiendo a escribir su nombre. ¿Cuántos años tiene?
-Cinco.
-¿Qué aspecto tiene?
-¿Por qué te interesa?
-Siento curiosidad. ¿Por qué no lo mencionaste antes? A mi madre. A nuestra familia. Tuviste todas las oportunidades -la miró con ojos entrecerrados.
-No pensé que fuera el momento apropiado...
-Dame una pista acerca de cuándo habrías considerado apropiado contarlo. ¿Quizá en algún restaurante? ¿Cuando mi madre te preguntara si tenías algún hijo? ¿Crees que es una pregunta natural para que formule una futura suegra a la novia de su hijo?
-¡No eres gracioso!
-Quizá decidiste que podías conquistar a Fede para que fuera el papá de tu pequeño, pero darnos la noticia a los demás sería más complicado. ¿Es eso? Pensabas ir en fases, tal vez, antes que arriesgarte a que todos viéramos lo obvio.
-Y tú vas a iluminarme con lo que es tan obvio, ¿Verdad? ¡Como si no supiera la dirección que sigues! -tenía las manos pequeñas cerradas y cada terminal nerviosa de su cuerpo lista para quebrarse por la tensión.
-¡Es lógico! -atronó Pedro. Bajó el puño sobre la mesa con tal ferocidad, que Paula se sobresaltó-. No parecías la típica buscadora de fortuna, pero en su momento no poseía todos los hechos, ¿Verdad? ¿Cuánto ganas al mes?
-¡No es asunto tuyo!
-Supongo que suficiente para mantenerte. Y permitirte unos pocos lujos. Pero, ¿Un hijo? ¿Suficiente para mantener también a un hijo? Puede que yo no los tenga, pero sé que son un artículo que no resulta barato. ¿Por eso decidiste que disponer de una pequeña ayuda financiera en esa dirección podría ser útil? Y Federico habría sido un objetivo fácil, no la clase de hombre que se puede asustar por el añadido de un niño. ¿Lo enganchaste con alguna historia lacrimógena? ¿Hiciste que sintiera pena de tí?
-¡Los niños no son artículos!
-¿Dónde está el padre del niño? ¿Ayuda en algo la pensión de mantenimiento que te pasa?
-¡Detente! -gritó Paula-. ¿Cómo te atreves a entrar en mi casa y empezar a gritarme? ¡Me insultaste cuando estuve en Grecia, cuando estuve en tu terreno, pero no te atrevas a entrar en mi terreno creyendo que puedes seguir haciendo lo mismo!
Lo miró fijamente, la cara blanca por la furia, y en la súbita quietud, tardó unos segundos en darse cuenta de que él no la miraba a ella, sino hacia su espalda. Giró despacio y encontró a su hijo de pie en la puerta, observándolos con desconcierto y miedo. Las mamas no gritaban. Nunca. Paula jamás había gritado delante de él. De hecho, ni siquiera recordaba haber gritado en años.
Prohibida: Capítulo 29
-Dime cuando vayas a ir -hablar de Pedro, saber que Federico lo vería en algún momento de la semana siguiente, la hacía temblar. Saber que iba a estar en el mismo país, mirando el mismo cielo, también la hacía temblar.
-Que es justo lo que debo hacer.
-¿Qué?
-Marcharme -se levantó del sofá con un profundo suspiro y entre las protestas de Paula, le explicó que iba al club a asegurarse de que todo iba bien.
Mientras se calzaba, le explicó que iba a actuar un grupo nuevo de jazz de Edimburgo. Quería comprobar en persona si eran lo bastante buenos como para volver a contratarlos. Paula protestó, pero sin mucho ánimo. Había sido un día agotador y estaría encantada de meterse en la cama. Lo había acompañado a la puerta y apagado las luces de la cocina cuando sonó el timbre. Corrió al vestíbulo, ya que tenía un sonido estridente y la costumbre de despertar a Joaquín. Una vez despierto, el pequeño se quedaría levantado durante horas. Abrió la puerta y ahí estaba. Tan alto, sexy e inesperado, que durante unos segundos sólo fue capaz de parpadear, como si con ello pudiera hacer que desapareciera o convertirlo en Federico. Al final su cerebro se alineó con sus cuerdas vocales.
-¿Qué haces aquí?
-Pasaba por la zona -repuso Pedro-. Pensé en hacerte una visita -comentó impasible.
Paula, por otro lado, luchaba por respirar.
-No puedes estar aquí -susurró con incredulidad-. No sabes dónde vivo.
-Supe dónde vivías en cuanto supe dónde trabajabas. No hace falta ser Sherlock Holmes para llamar a una oficina y conseguir información relevante.
-¡En personal jamás te habrían dado mi dirección!
-¿Y por qué no? Te olvidas de que soy el hermano de Federico. Supongo que no quieres invitarme a pasar, pero vas a tener que hacerlo, porque no pretendo quedarme aquí a mantener una conversación, sin importar lo agradable que esté el clima.
-Verás a Fede la semana próxima. Él me lo dijo. ¿Por qué quieres verme ahora? ¿Por qué?
-Tú ya lo sabes. Si no te mueves, voy a tener que alzarte en brazos y moverte yo.
Lo miró consternada. Había logrado introducir el pie en el umbral. Si luchaba, iba a perder. No era rival para Pedro Alfonso. Se apartó y lo vio entrar en su casa y mirar alrededor con curiosidad e interés. La casa era la más pequeña de las propiedades de dos dormitorios. La había comprado hacía seis años, solicitando la hipoteca más larga que le estaba permitido y, siendo sensata, había logrado mantenerla. Se hallaba en una pequeña urbanización próxima a una escuela primaria y estaba considerada una buena inversión. Las casas eran como cajas, pero cajas agradables y, dependiendo del tamaño, todas tenían un amago de jardín. En su caso, era una pequeña parcela de hierba en el patio de atrás, que cultivaba con celo creativo.
-¿Me pongo en contacto con Fede? -inquirió Paula, sintiéndose invadida por el modo en que estudiaba su casa-. Sé dónde está. Estoy segura de que le encantará venir a verte.
Pedro no se precipitó en responderle. Continuó mirando a su alrededor durante unos segundos antes de volverse hacia ella. Podría haber esperado, podría haber visto a su hermano en unos días y averiguado lo que necesitaba saber, que era si ella había obedecido sus instrucciones o no. Después de todo, le había brindado la elección de marcharse con la reputación intacta o humillada por verse expuesta como una mujer feliz de estar comprometida con un hermano y hacer el amor con el otro. Había ido a verla en persona porque en las últimas semanas había pensado en ella más de lo que le gustaba reconocer. Resultaba un estorbo. La miró, observándolo con esos ojos castaños claros, resaltados por ese exquisito cabello de color vainilla.
-No habría venido aquí si hubiera querido hablar con mi hermano. No, he venido a verte a tí -sintió una irritación y disgusto súbitos consigo mismo por haber hecho el viaje para ver a esa mujer que de forma manifiesta no lo quería en su casa-. ¿Entiendo que sigues en contacto con mi hermano? -más allá del pequeño vestíbulo, vió la cocina, y hacia allí se encaminó-. Sabes dónde está en este preciso momento de la noche. No es lo que quería oír -había llegado a la cocina. Se hallaba a sólo unos pasos de la puerta de entrada, y se detuvo. Y miró, apenas consciente de ella a su espalda. Llenaba el umbral.
-Que es justo lo que debo hacer.
-¿Qué?
-Marcharme -se levantó del sofá con un profundo suspiro y entre las protestas de Paula, le explicó que iba al club a asegurarse de que todo iba bien.
Mientras se calzaba, le explicó que iba a actuar un grupo nuevo de jazz de Edimburgo. Quería comprobar en persona si eran lo bastante buenos como para volver a contratarlos. Paula protestó, pero sin mucho ánimo. Había sido un día agotador y estaría encantada de meterse en la cama. Lo había acompañado a la puerta y apagado las luces de la cocina cuando sonó el timbre. Corrió al vestíbulo, ya que tenía un sonido estridente y la costumbre de despertar a Joaquín. Una vez despierto, el pequeño se quedaría levantado durante horas. Abrió la puerta y ahí estaba. Tan alto, sexy e inesperado, que durante unos segundos sólo fue capaz de parpadear, como si con ello pudiera hacer que desapareciera o convertirlo en Federico. Al final su cerebro se alineó con sus cuerdas vocales.
-¿Qué haces aquí?
-Pasaba por la zona -repuso Pedro-. Pensé en hacerte una visita -comentó impasible.
Paula, por otro lado, luchaba por respirar.
-No puedes estar aquí -susurró con incredulidad-. No sabes dónde vivo.
-Supe dónde vivías en cuanto supe dónde trabajabas. No hace falta ser Sherlock Holmes para llamar a una oficina y conseguir información relevante.
-¡En personal jamás te habrían dado mi dirección!
-¿Y por qué no? Te olvidas de que soy el hermano de Federico. Supongo que no quieres invitarme a pasar, pero vas a tener que hacerlo, porque no pretendo quedarme aquí a mantener una conversación, sin importar lo agradable que esté el clima.
-Verás a Fede la semana próxima. Él me lo dijo. ¿Por qué quieres verme ahora? ¿Por qué?
-Tú ya lo sabes. Si no te mueves, voy a tener que alzarte en brazos y moverte yo.
Lo miró consternada. Había logrado introducir el pie en el umbral. Si luchaba, iba a perder. No era rival para Pedro Alfonso. Se apartó y lo vio entrar en su casa y mirar alrededor con curiosidad e interés. La casa era la más pequeña de las propiedades de dos dormitorios. La había comprado hacía seis años, solicitando la hipoteca más larga que le estaba permitido y, siendo sensata, había logrado mantenerla. Se hallaba en una pequeña urbanización próxima a una escuela primaria y estaba considerada una buena inversión. Las casas eran como cajas, pero cajas agradables y, dependiendo del tamaño, todas tenían un amago de jardín. En su caso, era una pequeña parcela de hierba en el patio de atrás, que cultivaba con celo creativo.
-¿Me pongo en contacto con Fede? -inquirió Paula, sintiéndose invadida por el modo en que estudiaba su casa-. Sé dónde está. Estoy segura de que le encantará venir a verte.
Pedro no se precipitó en responderle. Continuó mirando a su alrededor durante unos segundos antes de volverse hacia ella. Podría haber esperado, podría haber visto a su hermano en unos días y averiguado lo que necesitaba saber, que era si ella había obedecido sus instrucciones o no. Después de todo, le había brindado la elección de marcharse con la reputación intacta o humillada por verse expuesta como una mujer feliz de estar comprometida con un hermano y hacer el amor con el otro. Había ido a verla en persona porque en las últimas semanas había pensado en ella más de lo que le gustaba reconocer. Resultaba un estorbo. La miró, observándolo con esos ojos castaños claros, resaltados por ese exquisito cabello de color vainilla.
-No habría venido aquí si hubiera querido hablar con mi hermano. No, he venido a verte a tí -sintió una irritación y disgusto súbitos consigo mismo por haber hecho el viaje para ver a esa mujer que de forma manifiesta no lo quería en su casa-. ¿Entiendo que sigues en contacto con mi hermano? -más allá del pequeño vestíbulo, vió la cocina, y hacia allí se encaminó-. Sabes dónde está en este preciso momento de la noche. No es lo que quería oír -había llegado a la cocina. Se hallaba a sólo unos pasos de la puerta de entrada, y se detuvo. Y miró, apenas consciente de ella a su espalda. Llenaba el umbral.
Prohibida: Capítulo 28
-¿Sabes algo de tu hermano?
Paula miró a Federico, tendido en su sofá. Los domingos eran los únicos días que disfrutaba lejos del trabajo y siempre trataban de hacer algo juntos. Ese día habían ido a los Pavillion Gardens, donde Joaquín disfrutó mucho. El clima había sido maravilloso y se habían llevado una cesta de picnic, preparada por Federico. Como siempre, había sido una comida deliciosa y exquisita para ellos tres y seis personas más que los habían acompañado. Joaquín había disfrutado siendo el centro de atención. Sabía que era difícil para él. Estaba llegando a la edad en la que empezaba a preguntar por qué no tenía padre, y Paula sabía que esas preguntas se tornarían más acuciantes con el tiempo. Se había enfrascado en sus pensamientos cuando Federico la devolvió a la realidad dándole una respuesta afirmativa.
-¿Sí? -al instante se puso alerta. Habían transcurrido tres semanas y ya había empezado a pensar que tal vez Pedro hubiera olvidado la amenaza de estar en contacto y cerciorarse de que había roto el compromiso. Se había serenado y pensado que lo que había parecido tan real e importante en Santorini, podría haberse fundido con el entorno bajo el ajetreo frenético de la vida cotidiana de Pedro-. ¿Qué le contaste? No vendrá aquí, ¿Verdad? -sabía que en su voz había pánico de que pudiera entrar en su ritmo normal de vida. En ese momento, esa cara dura, arrogante y ridículamente sexy se elevó de entre las brumas de la memoria como un puñetazo en el estómago-. No puede venir aquí, Fede. No quiero verlo.
-Quieres decir que te asusta verlo -se apoyó sobre un codo y sonrió-. ¡Oh, las tupidas telarañas que tejemos!
-¡No es gracioso!
-Lo es cuando te distancias y lo observas. Allí estábamos, haciendo nuestros planes con despreocupación, y tú terminas enamorada de mi hermano. ¿Quién habría podido predecirlo? No... -reflexionó unos momentos-. Yo podría haberlo hecho. Ha tenido ese efecto sobre las mujeres, prácticamente desde el día en que nació. Era un seductor entonces y lo es ahora. Pero te lo advierto... te irá mejor si no te enredas con él. Es el típico rompecorazones.
-Dime algo que no haya descubierto -se mofó.
Se puso de pie, completamente cómoda con los pantalones a cuadros del pijama y el chaleco sin mangas que había conocido días más vibrantes. Eran poco más de las ocho de la noche. Joaquín estaba dormido arriba, extenuado por el día tan activo físicamente, y ella no tenía planes de salir de casa. Lo más probable era que Federico terminara en el sofá cama. A las nueve y media daban una película que los dos querían ver y a menudo él se quedaba si consideraba demasiado esfuerzo ir a su ático con vistas a la playa.
-Y no me he enamorado de él. Es arrogante y reprobable.
-Pero altamente irresistible para el sexo opuesto.
-Cometí un error. ¿Cuántas veces lo has hecho tú?
-Demasiadas para mencionarlas, cariño, pero yo no soy tú.
Paula decidió esquivar esa línea de conversación. Federico la conocía demasiado bien.
-¿Qué le contaste?
-De hecho, poca cosa. Llamó anoche cuando estaba inmerso en tratar de arreglar un enorme fiasco con las gambas y no disponía de mucho tiempo para charlar.
-¿Te preguntó si seguíamos prometidos?
-Supongo que espera que sea yo quien aporte voluntariamente esa información.
Se tomó unos segundos en digerir eso. En lo referente a Pedro, ella iba a ser la responsable de dejar a Federico, presumiblemente sin mencionar lo sucedido entre ellos. Por lo tanto, habría parecido extraño que preguntara si aún seguían juntos cuando carecería de motivos para formular dicha pregunta en primer lugar.
-¿Y qué le vas a contar?
-Ni idea -se reclinó en el sofá y clavó la vista en el techo. Paula no dejó de mirarlo-. No me gusta mentir -continuó Federico al rato-, pero sé que mi madre estará terriblemente preocupada si piensa que ya no soy un hombre prometido. Tendrá imágenes mías muriendo por el corazón roto, solo en mi departamento sin más compañía que botellas vacías de vodka y la televisión. Y mi abuelo no está muy bien ahora. Todos esperamos que sea porque la fiesta le resultara excesiva, pero... -la miró con expresión preocupada-. También Pedro está preocupado por él y es un hombre que jamás se preocupa a menos que haya una razón válida. Le dije que me reuniría con él en Londres en algún momento de la semana próxima. Quizá pueda esquivar el asunto del compromiso y ocuparme de ello en algún momento del futuro...
«¿Esquivar? Tratar de ello en el futuro?» No eran palabras que asociara con Pedro Alfonso. Pero lo más inquietante era otra cosa. Iría a Londres a reunirse con su hermano. No había necesidad de que lo acompañara y no pensaba hacerlo.
Paula miró a Federico, tendido en su sofá. Los domingos eran los únicos días que disfrutaba lejos del trabajo y siempre trataban de hacer algo juntos. Ese día habían ido a los Pavillion Gardens, donde Joaquín disfrutó mucho. El clima había sido maravilloso y se habían llevado una cesta de picnic, preparada por Federico. Como siempre, había sido una comida deliciosa y exquisita para ellos tres y seis personas más que los habían acompañado. Joaquín había disfrutado siendo el centro de atención. Sabía que era difícil para él. Estaba llegando a la edad en la que empezaba a preguntar por qué no tenía padre, y Paula sabía que esas preguntas se tornarían más acuciantes con el tiempo. Se había enfrascado en sus pensamientos cuando Federico la devolvió a la realidad dándole una respuesta afirmativa.
-¿Sí? -al instante se puso alerta. Habían transcurrido tres semanas y ya había empezado a pensar que tal vez Pedro hubiera olvidado la amenaza de estar en contacto y cerciorarse de que había roto el compromiso. Se había serenado y pensado que lo que había parecido tan real e importante en Santorini, podría haberse fundido con el entorno bajo el ajetreo frenético de la vida cotidiana de Pedro-. ¿Qué le contaste? No vendrá aquí, ¿Verdad? -sabía que en su voz había pánico de que pudiera entrar en su ritmo normal de vida. En ese momento, esa cara dura, arrogante y ridículamente sexy se elevó de entre las brumas de la memoria como un puñetazo en el estómago-. No puede venir aquí, Fede. No quiero verlo.
-Quieres decir que te asusta verlo -se apoyó sobre un codo y sonrió-. ¡Oh, las tupidas telarañas que tejemos!
-¡No es gracioso!
-Lo es cuando te distancias y lo observas. Allí estábamos, haciendo nuestros planes con despreocupación, y tú terminas enamorada de mi hermano. ¿Quién habría podido predecirlo? No... -reflexionó unos momentos-. Yo podría haberlo hecho. Ha tenido ese efecto sobre las mujeres, prácticamente desde el día en que nació. Era un seductor entonces y lo es ahora. Pero te lo advierto... te irá mejor si no te enredas con él. Es el típico rompecorazones.
-Dime algo que no haya descubierto -se mofó.
Se puso de pie, completamente cómoda con los pantalones a cuadros del pijama y el chaleco sin mangas que había conocido días más vibrantes. Eran poco más de las ocho de la noche. Joaquín estaba dormido arriba, extenuado por el día tan activo físicamente, y ella no tenía planes de salir de casa. Lo más probable era que Federico terminara en el sofá cama. A las nueve y media daban una película que los dos querían ver y a menudo él se quedaba si consideraba demasiado esfuerzo ir a su ático con vistas a la playa.
-Y no me he enamorado de él. Es arrogante y reprobable.
-Pero altamente irresistible para el sexo opuesto.
-Cometí un error. ¿Cuántas veces lo has hecho tú?
-Demasiadas para mencionarlas, cariño, pero yo no soy tú.
Paula decidió esquivar esa línea de conversación. Federico la conocía demasiado bien.
-¿Qué le contaste?
-De hecho, poca cosa. Llamó anoche cuando estaba inmerso en tratar de arreglar un enorme fiasco con las gambas y no disponía de mucho tiempo para charlar.
-¿Te preguntó si seguíamos prometidos?
-Supongo que espera que sea yo quien aporte voluntariamente esa información.
Se tomó unos segundos en digerir eso. En lo referente a Pedro, ella iba a ser la responsable de dejar a Federico, presumiblemente sin mencionar lo sucedido entre ellos. Por lo tanto, habría parecido extraño que preguntara si aún seguían juntos cuando carecería de motivos para formular dicha pregunta en primer lugar.
-¿Y qué le vas a contar?
-Ni idea -se reclinó en el sofá y clavó la vista en el techo. Paula no dejó de mirarlo-. No me gusta mentir -continuó Federico al rato-, pero sé que mi madre estará terriblemente preocupada si piensa que ya no soy un hombre prometido. Tendrá imágenes mías muriendo por el corazón roto, solo en mi departamento sin más compañía que botellas vacías de vodka y la televisión. Y mi abuelo no está muy bien ahora. Todos esperamos que sea porque la fiesta le resultara excesiva, pero... -la miró con expresión preocupada-. También Pedro está preocupado por él y es un hombre que jamás se preocupa a menos que haya una razón válida. Le dije que me reuniría con él en Londres en algún momento de la semana próxima. Quizá pueda esquivar el asunto del compromiso y ocuparme de ello en algún momento del futuro...
«¿Esquivar? Tratar de ello en el futuro?» No eran palabras que asociara con Pedro Alfonso. Pero lo más inquietante era otra cosa. Iría a Londres a reunirse con su hermano. No había necesidad de que lo acompañara y no pensaba hacerlo.
Prohibida: Capítulo 27
-Tú lo llamas así -repuso Pedro con humor-. Yo lo llamo tratar honestamente con los miembros del sexo opuesto. No hago promesas que no tengo intención de cumplir -a ese ritmo, se perdería la reunión que tenía programada para esa tarde-. ¿Por qué te interesa? -inquirió-. ¿Estás celosa?
-¿Celosa? -lanzó indignada-. ¡De verdad que eres el ser humano más arrogante y egoísta que he conocido!
-Pero no has contestado la pregunta...
La boca suave y entreabierta era una invitación que le resultaba incapaz de resistir y en esa ocasión sin culpabilidad. No se estaba acostando con Federico. Lo estaba utilizando. Que no lo hubiera reconocido abiertamente era una simple cuestión técnica. Cerró la breve distancia que los separaba y le cubrió la boca con la suya. Volvió a sentir esa confusión mezclada con furia y deseo que había estado en ella cuando la había besado la noche anterior. El conocimiento de que lo deseaba a pesar de odiarse por ello fue como una descarga de adrenalina. Experimentó su dura y palpitante erección presionada contra la cremallera y continuó saqueándole la boca. El beneplácito llegó cuando ella le rodeó el cuello con los brazos y cuando él deslizó la mano por debajo del top sólo encontró un gemido de entrega. No llevaba sujetador. No sabía cómo su hermano podía ocupar el mismo espacio que esa mujer y mantener las manos quietas. Tenía que verla. Que la reunión esperara. Los ejecutivos se molestarían pero aguardarían, porque era demasiado poderoso para que lo dejaran plantado. Alzó el top y se excitó. Las areolas eran grandes círculos rosados y los pezones sobresalían orgullosos, rígidos y erectos, pidiéndole que se introdujera uno en la boca para succionarlo, probarlo, para oír la respuesta febril. Paula se retorció cuando le succionó un pezón al tiempo que le acariciaba el otro pecho con una mano. La provocó, la tentó, se llevó el capullo excitado a la boca, enviando todos sus pensamientos en caída libre. Nunca en la vida se había sentido de esa manera. Los dedos de ella se enredaron en su pelo y tiró de él hacia abajo, no deseando que frenara las exploraciones ardientes. Pero en el momento en que la mano de él bajó para reclamar ese único lugar que en ese momento estaba húmedo por el deseo, fue cuando la realidad atravesó las barreras de su mente encendida y trató de bajar el top con una mano y empujarlo con la otra.
-¡No! -se irguió y lo miró con ojos conmocionados.
El top había vuelto a su sitio, pero los pezones aún le palpitaban del asalto al que los había sometido con la boca. El cuerpo entero le temblaba. Pedro necesitó unos segundos para asimilar la distancia que se había establecido entre ellos y sólo unos pocos más para darse cuenta de lo descontrolado que había estado. Aturdido, se preguntó qué diablos había pasado. Se irguió también, consciente de su erección que todavía clamaba satisfacción. Ahí estaba ella, el rostro sonrojado y con expresión consternada. ¿Es que se había vuelto loco?
-Un pequeño recordatorio -dijo, agradecido de que la voz no traicionara lo que sentía- de por qué necesitas romper tu compromiso.
Giró en redondo y se alejó. Paula observó la espalda y se preguntó cómo, después de sufrir todo tipo de mortificaciones la noche anterior, había permitido que le hiciera otra vez lo mismo. Cuando al final se puso de pie, segura en el conocimiento de que ya se había marchado, descubrió que aún temblaba. Una y otra vez se repitió que se había ido para siempre y le dió las gracias a Dios por ello.
-¿Celosa? -lanzó indignada-. ¡De verdad que eres el ser humano más arrogante y egoísta que he conocido!
-Pero no has contestado la pregunta...
La boca suave y entreabierta era una invitación que le resultaba incapaz de resistir y en esa ocasión sin culpabilidad. No se estaba acostando con Federico. Lo estaba utilizando. Que no lo hubiera reconocido abiertamente era una simple cuestión técnica. Cerró la breve distancia que los separaba y le cubrió la boca con la suya. Volvió a sentir esa confusión mezclada con furia y deseo que había estado en ella cuando la había besado la noche anterior. El conocimiento de que lo deseaba a pesar de odiarse por ello fue como una descarga de adrenalina. Experimentó su dura y palpitante erección presionada contra la cremallera y continuó saqueándole la boca. El beneplácito llegó cuando ella le rodeó el cuello con los brazos y cuando él deslizó la mano por debajo del top sólo encontró un gemido de entrega. No llevaba sujetador. No sabía cómo su hermano podía ocupar el mismo espacio que esa mujer y mantener las manos quietas. Tenía que verla. Que la reunión esperara. Los ejecutivos se molestarían pero aguardarían, porque era demasiado poderoso para que lo dejaran plantado. Alzó el top y se excitó. Las areolas eran grandes círculos rosados y los pezones sobresalían orgullosos, rígidos y erectos, pidiéndole que se introdujera uno en la boca para succionarlo, probarlo, para oír la respuesta febril. Paula se retorció cuando le succionó un pezón al tiempo que le acariciaba el otro pecho con una mano. La provocó, la tentó, se llevó el capullo excitado a la boca, enviando todos sus pensamientos en caída libre. Nunca en la vida se había sentido de esa manera. Los dedos de ella se enredaron en su pelo y tiró de él hacia abajo, no deseando que frenara las exploraciones ardientes. Pero en el momento en que la mano de él bajó para reclamar ese único lugar que en ese momento estaba húmedo por el deseo, fue cuando la realidad atravesó las barreras de su mente encendida y trató de bajar el top con una mano y empujarlo con la otra.
-¡No! -se irguió y lo miró con ojos conmocionados.
El top había vuelto a su sitio, pero los pezones aún le palpitaban del asalto al que los había sometido con la boca. El cuerpo entero le temblaba. Pedro necesitó unos segundos para asimilar la distancia que se había establecido entre ellos y sólo unos pocos más para darse cuenta de lo descontrolado que había estado. Aturdido, se preguntó qué diablos había pasado. Se irguió también, consciente de su erección que todavía clamaba satisfacción. Ahí estaba ella, el rostro sonrojado y con expresión consternada. ¿Es que se había vuelto loco?
-Un pequeño recordatorio -dijo, agradecido de que la voz no traicionara lo que sentía- de por qué necesitas romper tu compromiso.
Giró en redondo y se alejó. Paula observó la espalda y se preguntó cómo, después de sufrir todo tipo de mortificaciones la noche anterior, había permitido que le hiciera otra vez lo mismo. Cuando al final se puso de pie, segura en el conocimiento de que ya se había marchado, descubrió que aún temblaba. Una y otra vez se repitió que se había ido para siempre y le dió las gracias a Dios por ello.
Prohibida: Capítulo 26
Después de elegir un banco apartado entre árboles, Paula se sentó y abrió el libro, pero su cerebro se negó a asimilar las palabras de la página que tenía ante los ojos. Hacía años que no tocaba a un hombre, que lo besaba, que sentía ese impulso por su cuerpo que hacía que deseara estar desnuda y abrazada a él. Que llegara a suceder la asustaba. Que hubiera sucedido con Pedro Alfonso le resultaba aterrador. Las letras se tornaron borrosas y parpadeó, aclarándose los ojos y diciéndose que no debía llorar. Abandonó el pretexto de leer, se reclinó en el respaldo del banco y cerró los ojos. La brisa era suave y cálida. Desde donde se encontraba, era imposible oír las voces de los invitados que se marchaban. Habiendo dormido muy poco la noche anterior, pudo sentir cómo los párpados se le volvían pesados y le dió la bienvenida a la paz de no tener que pensar, de no tener que castigarse con recriminaciones por su propia estupidez. No tenía ni idea del tiempo que había estado durmiendo ni de lo que habría seguido haciéndolo si no la hubiera despertado el sonido de algo fuera de lugar, que no tenía nada que ver con la brisa entre las hojas. Abrió los ojos y descubrió que se hallaba en la sombra, y no porque el sol se hubiera puesto en el horizonte. Pedro se erguía sobre ella. El corazón comenzó a latirle con fuerza. Se lo veía vitalmente masculino con unos pantalones de color crema y una fina camisa de algodón de un azul suave. Tenía el pelo húmedo y hacia atrás. A pesar de todo, era consciente del atractivo primitivo que ejercía sobre su cuerpo. Era una reacción instintiva sobre la que no parecía tener control y en ese momento era más aterrador porque la luz del día hacía que fuera de una realidad lúgubre.
-¿Qué quieres? -preguntó con sequedad, irguiéndose-. ¿Cómo me has encontrado aquí?
-Me pareció el lugar más obvio al que irías para esconderte ante la posibilidad de tropezar conmigo.
-¿Puedes culparme? -soltó sin rodeos.
Pedro apreció la honestidad sin ambages. Le dedicó una sonrisa pausada que, sin saberlo él, le produjo un extraño cosquilleo en el estómago, como el aletear de mil mariposas.
-No, no puedo hacerlo.
-Entonces, ¿Para qué has venido a buscarme? Ya has hecho lo que querías hacer, ¿No?
-¿Sí? ¿Le has dicho ya a Fede que su relación se ha terminado?
-No.
-¿Por qué?
-¡Porque todavía duerme! ¡Sería complicado mantener una conversación con alguien que no está despierto!
En esa ocasión, la sonrisa de Pedro fue auténtica. La chica era valiente y divertida bajo ese exterior duro.
-Pobre Fede. Durmiendo el sueño de los inocentes. Por no mencionar de los frustrados. ¿Cuándo piensas comunicárselo?
-Cuando volvamos a Inglaterra -se protegía los ojos del resplandor para poder mirarlo.
Le daba una pequeña ventaja, ya que no le permitía leer su expresión. Como dándose cuenta de ello, él se puso en cuclillas, con el rostro a pocos centímetros del suyo.
-Bien -comentó con voz sedosamente agradable- porque no quiero que olvides que lo comprobaré para cerciorarme de que lo has hecho.
-¿Te marchas ya? -preguntó con cortesía-. Porque no quiero ser la culpable de retenerte.
-¿No lo quieres? -murmuró-. Sí, me voy ya. Los negocios son una bestia que jamás duerme.
-¿Te vas solo? -había querido dejarlo con la burla de despedida de que si se marchaba en compañía de Brenda, quizá debiera dedicar un tiempo a analizar su propia moralidad, pero antes de poder hacerlo, él le dedicó otra de sus sonrisas perezosas.
-Sí. ¿Por qué? ¿Pensaste que podría marcharme con la deliciosa Brenda? -movió la cabeza con pesar-. Quiere demasiadas cosas que no estoy dispuesto a proporcionar en este momento. Declaraciones de amor, solitarios con grandes diamantes y en el horizonte el sonido lejano de campanas nupciales.
-Quieres decir que prefieres ir de cama en cama -soltó con desdén.
-¿Qué quieres? -preguntó con sequedad, irguiéndose-. ¿Cómo me has encontrado aquí?
-Me pareció el lugar más obvio al que irías para esconderte ante la posibilidad de tropezar conmigo.
-¿Puedes culparme? -soltó sin rodeos.
Pedro apreció la honestidad sin ambages. Le dedicó una sonrisa pausada que, sin saberlo él, le produjo un extraño cosquilleo en el estómago, como el aletear de mil mariposas.
-No, no puedo hacerlo.
-Entonces, ¿Para qué has venido a buscarme? Ya has hecho lo que querías hacer, ¿No?
-¿Sí? ¿Le has dicho ya a Fede que su relación se ha terminado?
-No.
-¿Por qué?
-¡Porque todavía duerme! ¡Sería complicado mantener una conversación con alguien que no está despierto!
En esa ocasión, la sonrisa de Pedro fue auténtica. La chica era valiente y divertida bajo ese exterior duro.
-Pobre Fede. Durmiendo el sueño de los inocentes. Por no mencionar de los frustrados. ¿Cuándo piensas comunicárselo?
-Cuando volvamos a Inglaterra -se protegía los ojos del resplandor para poder mirarlo.
Le daba una pequeña ventaja, ya que no le permitía leer su expresión. Como dándose cuenta de ello, él se puso en cuclillas, con el rostro a pocos centímetros del suyo.
-Bien -comentó con voz sedosamente agradable- porque no quiero que olvides que lo comprobaré para cerciorarme de que lo has hecho.
-¿Te marchas ya? -preguntó con cortesía-. Porque no quiero ser la culpable de retenerte.
-¿No lo quieres? -murmuró-. Sí, me voy ya. Los negocios son una bestia que jamás duerme.
-¿Te vas solo? -había querido dejarlo con la burla de despedida de que si se marchaba en compañía de Brenda, quizá debiera dedicar un tiempo a analizar su propia moralidad, pero antes de poder hacerlo, él le dedicó otra de sus sonrisas perezosas.
-Sí. ¿Por qué? ¿Pensaste que podría marcharme con la deliciosa Brenda? -movió la cabeza con pesar-. Quiere demasiadas cosas que no estoy dispuesto a proporcionar en este momento. Declaraciones de amor, solitarios con grandes diamantes y en el horizonte el sonido lejano de campanas nupciales.
-Quieres decir que prefieres ir de cama en cama -soltó con desdén.
lunes, 18 de diciembre de 2017
Prohibida: Capítulo 25
Ella apartó la vista y él notó la palidez frágil de su piel y el modo vulnerable en que juntaba las manos, como si intentara evitar temblar como una hoja. Lo asaltó el pensamiento traidor de que si había tenido que averiguar la realidad de ella de esa manera, le habría gustado haber recorrido toda la distancia, sacarle los pechos y probarlos, arrancarle el vestido y exponer cada centímetro de su desnudez. Acalló el pensamiento culpable y desagradable, pero su dolo-rosa erección aún le decía lo que no quería oír.
-Te haré el favor de no ser quien aporte la prueba de tu engaño a Federico. Dejaré en tus manos romper el compromiso, de la manera que más oportuna creas.
-Eres muy benevolente, pero, ¿Cómo sabes que es eso lo que quiero hacer? ¿O lo que desea Fede, aunque fueras a verlo y le hablaras... bueno... de un beso...?
No era lo que Pedro había esperado oír.
-Mi hermano puede verse cautivado por palabras bonitas y un aspecto atractivo, pero no creo que mi madre o mi abuelo adoptaran la misma actitud y, por si no lo has notado, mi hermano los tiene a ambos en muy alta estima.
Paula se ruborizó.
-De acuerdo.
-Y que ni se te pase por la cabeza cometer un fraude.
-¿Como cuál?
-Como callarte o, peor, exponer planes para una boda. No funcionará. Estaré en Atenas las próximas semanas, pero en cuanto acabe allí, me pondré en contacto con Fede y me cercioraré de que hayas hecho exactamente lo que te he dicho que hicieras -fue hacia la puerta y la abrió antes de volverse hacia ella-. Apuesto que ahora estás deseando haber aceptado mi oferta original de desaparecer con los bolsillos llenos...
Paula palideció pero permaneció en silencio. ¿Qué sentido tenía responder? Sólo se dió cuenta de lo rígidamente tensa que .estaba cuando él se fue, cerrando la puerta con sigilo a su espalda, tal como haría un amante clandestino. Luego se hundió. Apenas pudo obligarse a ir al cuarto de baño, desvestirse, enfundarse el pijama y quitarse el maquillaje. Pero lo hizo en piloto automático, como un robot. Sus pensamientos eran caóticos, y los peores eran sobre lo que había sentido cuando Pedro Alfonso la había tocado. Toda la percepción que había almacenado inconscientemente se había descargado sobre ella, como una inundación que rompiera las paredes frágiles de un dique mal construido. Lo había deseado tanto, que su cuerpo le había parecido estar en llamas, un fuego desbocado que se había iniciado en lo más hondo de su ser para extenderse hacia fuera, devorando a su paso devastador cualquier atisbo de sentido común. Bajo el confort del ligero cobertor, tembló de forma convulsiva en la habitación a oscuras y se preguntó por qué no se había opuesto. La respuesta era que había estado desesperada por tocarlo y porque la tocara. La aceptación de ese hecho la llevó a emitir un gemido. Se sentía desnuda. Todas las defensas que había erigido a lo largo de los años habían caído de un solo golpe y del modo más terrible posible. Claro que se lo contaría a Federico, pero le dolía el corazón al pensar que Pedro obtendría lo que se había fijado desde un principio, desvaneciéndose de su vida creyendo que era la mujer que se había inventado. Una cazafortunas calculadora que había atrapado a su hermano y que habría llegado hasta el final si él no la hubiera obligado a confesar. Se felicitaría por un trabajo bien hecho. Al final el sueño la dominó, pero fue un reposo inquieto. Había decidido que se lo contaría a Federico al día siguiente, pero, como cabía esperar después de los festejos, se hallaba profundamente dormido cuando ella despertó poco después de las nueve de la mañana, y no tuvo valor para despertarlo. Además, ¿de qué serviría su confesión a esas alturas? Haría que pasara el resto de las breves vacaciones ansioso. Decidió que lo mejor era dejarlo hasta que regresaran a Inglaterra.
Tal como había esperado, la villa se hallaba rebosante de actividad. La gente se marchaba y el vestíbulo enorme estaba lleno con todo tipo de equipaje. Ana estaba ocupada supervisándolo todo, cerciorándose de que el transporte que habían contratado hubiera llegado a tiempo. Paula se mezcló entre los invitados, la mayoría resacosos, sonrió e hizo comentarios sensatos sobre lo magnífica que había sido la fiesta, besó mejillas y emitió las palabras adecuadas acerca de esperar que volvieran a verse. Por suerte, el único miembro del grupo al que no quería ver, no andaba por ahí. Como ella no iba a marcharse ese día, fue a desayunar algo y luego se retiró al rincón más alejado del jardín con un libro y sus pensamientos.
-Te haré el favor de no ser quien aporte la prueba de tu engaño a Federico. Dejaré en tus manos romper el compromiso, de la manera que más oportuna creas.
-Eres muy benevolente, pero, ¿Cómo sabes que es eso lo que quiero hacer? ¿O lo que desea Fede, aunque fueras a verlo y le hablaras... bueno... de un beso...?
No era lo que Pedro había esperado oír.
-Mi hermano puede verse cautivado por palabras bonitas y un aspecto atractivo, pero no creo que mi madre o mi abuelo adoptaran la misma actitud y, por si no lo has notado, mi hermano los tiene a ambos en muy alta estima.
Paula se ruborizó.
-De acuerdo.
-Y que ni se te pase por la cabeza cometer un fraude.
-¿Como cuál?
-Como callarte o, peor, exponer planes para una boda. No funcionará. Estaré en Atenas las próximas semanas, pero en cuanto acabe allí, me pondré en contacto con Fede y me cercioraré de que hayas hecho exactamente lo que te he dicho que hicieras -fue hacia la puerta y la abrió antes de volverse hacia ella-. Apuesto que ahora estás deseando haber aceptado mi oferta original de desaparecer con los bolsillos llenos...
Paula palideció pero permaneció en silencio. ¿Qué sentido tenía responder? Sólo se dió cuenta de lo rígidamente tensa que .estaba cuando él se fue, cerrando la puerta con sigilo a su espalda, tal como haría un amante clandestino. Luego se hundió. Apenas pudo obligarse a ir al cuarto de baño, desvestirse, enfundarse el pijama y quitarse el maquillaje. Pero lo hizo en piloto automático, como un robot. Sus pensamientos eran caóticos, y los peores eran sobre lo que había sentido cuando Pedro Alfonso la había tocado. Toda la percepción que había almacenado inconscientemente se había descargado sobre ella, como una inundación que rompiera las paredes frágiles de un dique mal construido. Lo había deseado tanto, que su cuerpo le había parecido estar en llamas, un fuego desbocado que se había iniciado en lo más hondo de su ser para extenderse hacia fuera, devorando a su paso devastador cualquier atisbo de sentido común. Bajo el confort del ligero cobertor, tembló de forma convulsiva en la habitación a oscuras y se preguntó por qué no se había opuesto. La respuesta era que había estado desesperada por tocarlo y porque la tocara. La aceptación de ese hecho la llevó a emitir un gemido. Se sentía desnuda. Todas las defensas que había erigido a lo largo de los años habían caído de un solo golpe y del modo más terrible posible. Claro que se lo contaría a Federico, pero le dolía el corazón al pensar que Pedro obtendría lo que se había fijado desde un principio, desvaneciéndose de su vida creyendo que era la mujer que se había inventado. Una cazafortunas calculadora que había atrapado a su hermano y que habría llegado hasta el final si él no la hubiera obligado a confesar. Se felicitaría por un trabajo bien hecho. Al final el sueño la dominó, pero fue un reposo inquieto. Había decidido que se lo contaría a Federico al día siguiente, pero, como cabía esperar después de los festejos, se hallaba profundamente dormido cuando ella despertó poco después de las nueve de la mañana, y no tuvo valor para despertarlo. Además, ¿de qué serviría su confesión a esas alturas? Haría que pasara el resto de las breves vacaciones ansioso. Decidió que lo mejor era dejarlo hasta que regresaran a Inglaterra.
Tal como había esperado, la villa se hallaba rebosante de actividad. La gente se marchaba y el vestíbulo enorme estaba lleno con todo tipo de equipaje. Ana estaba ocupada supervisándolo todo, cerciorándose de que el transporte que habían contratado hubiera llegado a tiempo. Paula se mezcló entre los invitados, la mayoría resacosos, sonrió e hizo comentarios sensatos sobre lo magnífica que había sido la fiesta, besó mejillas y emitió las palabras adecuadas acerca de esperar que volvieran a verse. Por suerte, el único miembro del grupo al que no quería ver, no andaba por ahí. Como ella no iba a marcharse ese día, fue a desayunar algo y luego se retiró al rincón más alejado del jardín con un libro y sus pensamientos.
Prohibida: Capítulo 24
-Pero no lo bastante atractivo para llevarte a su cama. ¿Qué va a suceder cuando mi hermano decida que ha llegado el momento de dejar de ser un caballero? ¿Entonces insistirás en que te ponga la alianza en el dedo? ¿De ahí surge tu recato femenino? ¿De la necesidad de mantener a Fede de puntillas, con la zanahoria colgando ante sus narices, para tenerlo donde realmente lo quieres? Muy inteligente. La cacería siempre es mucho más estimulante que la captura real...
Paula alzó la mano, guiada por la ira y el pánico, pero en esa ocasión no hubo conexión con esa cara arrogante. Con destreza, él le atrapó la muñeca y no la soltó.
-Mmm. Lo hiciste una vez y en mi opinión ya fue demasiado -la acercó un poco y sintió que la atmósfera cambiaba con velocidad eléctrica.
La respiración de ella se aceleró y las pupilas se le dilataron. En ese instante no parecía importar si la había estado atacando o no. El cuerpo de Paula respondía al suyo, ajeno a lo que le dijera la mente. Esa certeza lo elevó en una ola poderosa. Sintió la boca seca al verse atrapado en un remolino de deseo similar, porque no había otra manera de describir lo que sentía. La suspicacia y la curiosidad se fundieron en una devastadora atracción animal.
-¡Haces que desee abofetearte! -exclamó ella con voz estrangulada.
Lo miró a la boca y de inmediato apartó la vista.
-¿Qué más te impulso a desear hacer, Paula? -murmuró con suavidad.
En la intensidad del momento, Federico sólo era una imagen, que desaparecía con rapidez.
-No sé a qué te refieres -tartamudeó-. Te has equivocado.
-Sabes a qué me refiero -le soltó la muñeca, pero no retrocedió.
La envolvió en un abrazo en el que no hubo contacto físico, porque ni siquiera la rozaba, sólo se apoyaba en la pared frente a ella, sobre las palmas de las manos, con los codos doblados de forma que quedaba únicamente a unos centímetros de Paula. Sintió que se ahogaba. Pero le gustó la sensación. Era tan intensa y cegadoramente real. Con un sobresalto, comprendió el éxito que había tenido durante años en aislarse de cualquier contacto significativo con el sexo opuesto. Las puertas que siempre había tenido abiertas al mundo, las había cerrado y sellado. Desconcertaba que ese hombre, el menos apropiado en el mundo por diversas razones, hubiera logrado abrirlas. Quiso protestar, pero sólo fue consciente de que únicamente emitía un gemido cuando él se inclinó y le cubrió la boca con la suya y alzó las manos para enmarcarle el rostro, elevándolo de modo que todo el cuerpo se arqueó para recibir ese beso. Necesitó un par de minutos, como mucho, para estar perdida. Todas las necesidades e impulsos que se habían secado en su interior florecieron a una súbita y jadeante vida. Respondió con todo su ser cuando la lengua de él le invadió la boca como algo que buscara ir directamente a su alma. Entonces, las lecciones aprendidas y los años de autoconservación volvieron a enfocarse. Y con ellos la imagen de Federico. Empujó con fuerza, luchando por liberarse y jadeando como alguien privado de oxígeno. Pedro se retiró de inmediato, enfadado consigo mismo porque no había querido que terminara. Había querido que los llevara a ambos a su destino. En ese momento emergió la cara de Federico acusadora y su ira se proyectó hacia ella.
-¿Cómo te atreves? -demandó ella.
-Es un poco tarde para una furia santurrona, ¿No crees? -replicó-. Fede no te vale, ¿Verdad? ¿O quizá has decidido que yo soy una presa mejor? ¿Eh?
-¡Qué palabras tan despreciables!
-Pero es que yo soy despreciable, como no paras de decir. Sin embargo, no tanto como para que no te derritas con mi contacto -se apartó, sabiendo que en ese momento disponía de la munición para hacer lo que había querido desde un principio, aportarle a su hermano pruebas suficientes de que su querida novia no era esa preciosidad tan pura por la que evidentemente la tomaba. Sabía que podía dejarlo todo arreglado antes de regresar a Atenas. Entonces, ella quedaría fuera de la vida de su hermano y nunca más tendría que verla.
-Yo...
-¿Tú...? Continúa. Soy todo oídos...
-Deberías irte ahora.
-¿Es todo lo que tienes que decir?
-Fede volverá en cualquier momento...
-¡No finjas que te importa algo mi hermano o lo que piense! ¡Acabas de demostrar exactamente lo que te importa!
Durante unos segundos, ninguno pronunció palabra. El aire estaba denso por el remordimiento y las acusaciones y los restos de deseo que a Pedro le resultaban tan difícil de erradicar de su sistema.
Paula alzó la mano, guiada por la ira y el pánico, pero en esa ocasión no hubo conexión con esa cara arrogante. Con destreza, él le atrapó la muñeca y no la soltó.
-Mmm. Lo hiciste una vez y en mi opinión ya fue demasiado -la acercó un poco y sintió que la atmósfera cambiaba con velocidad eléctrica.
La respiración de ella se aceleró y las pupilas se le dilataron. En ese instante no parecía importar si la había estado atacando o no. El cuerpo de Paula respondía al suyo, ajeno a lo que le dijera la mente. Esa certeza lo elevó en una ola poderosa. Sintió la boca seca al verse atrapado en un remolino de deseo similar, porque no había otra manera de describir lo que sentía. La suspicacia y la curiosidad se fundieron en una devastadora atracción animal.
-¡Haces que desee abofetearte! -exclamó ella con voz estrangulada.
Lo miró a la boca y de inmediato apartó la vista.
-¿Qué más te impulso a desear hacer, Paula? -murmuró con suavidad.
En la intensidad del momento, Federico sólo era una imagen, que desaparecía con rapidez.
-No sé a qué te refieres -tartamudeó-. Te has equivocado.
-Sabes a qué me refiero -le soltó la muñeca, pero no retrocedió.
La envolvió en un abrazo en el que no hubo contacto físico, porque ni siquiera la rozaba, sólo se apoyaba en la pared frente a ella, sobre las palmas de las manos, con los codos doblados de forma que quedaba únicamente a unos centímetros de Paula. Sintió que se ahogaba. Pero le gustó la sensación. Era tan intensa y cegadoramente real. Con un sobresalto, comprendió el éxito que había tenido durante años en aislarse de cualquier contacto significativo con el sexo opuesto. Las puertas que siempre había tenido abiertas al mundo, las había cerrado y sellado. Desconcertaba que ese hombre, el menos apropiado en el mundo por diversas razones, hubiera logrado abrirlas. Quiso protestar, pero sólo fue consciente de que únicamente emitía un gemido cuando él se inclinó y le cubrió la boca con la suya y alzó las manos para enmarcarle el rostro, elevándolo de modo que todo el cuerpo se arqueó para recibir ese beso. Necesitó un par de minutos, como mucho, para estar perdida. Todas las necesidades e impulsos que se habían secado en su interior florecieron a una súbita y jadeante vida. Respondió con todo su ser cuando la lengua de él le invadió la boca como algo que buscara ir directamente a su alma. Entonces, las lecciones aprendidas y los años de autoconservación volvieron a enfocarse. Y con ellos la imagen de Federico. Empujó con fuerza, luchando por liberarse y jadeando como alguien privado de oxígeno. Pedro se retiró de inmediato, enfadado consigo mismo porque no había querido que terminara. Había querido que los llevara a ambos a su destino. En ese momento emergió la cara de Federico acusadora y su ira se proyectó hacia ella.
-¿Cómo te atreves? -demandó ella.
-Es un poco tarde para una furia santurrona, ¿No crees? -replicó-. Fede no te vale, ¿Verdad? ¿O quizá has decidido que yo soy una presa mejor? ¿Eh?
-¡Qué palabras tan despreciables!
-Pero es que yo soy despreciable, como no paras de decir. Sin embargo, no tanto como para que no te derritas con mi contacto -se apartó, sabiendo que en ese momento disponía de la munición para hacer lo que había querido desde un principio, aportarle a su hermano pruebas suficientes de que su querida novia no era esa preciosidad tan pura por la que evidentemente la tomaba. Sabía que podía dejarlo todo arreglado antes de regresar a Atenas. Entonces, ella quedaría fuera de la vida de su hermano y nunca más tendría que verla.
-Yo...
-¿Tú...? Continúa. Soy todo oídos...
-Deberías irte ahora.
-¿Es todo lo que tienes que decir?
-Fede volverá en cualquier momento...
-¡No finjas que te importa algo mi hermano o lo que piense! ¡Acabas de demostrar exactamente lo que te importa!
Durante unos segundos, ninguno pronunció palabra. El aire estaba denso por el remordimiento y las acusaciones y los restos de deseo que a Pedro le resultaban tan difícil de erradicar de su sistema.
Prohibida: Capítulo 23
-Estás retrocediendo, Paula-alargó la mano y encendió la lámpara del techo, y al mismo tiempo giró y se hizo a un lado.
A regañadientes, ella entró y siguió la dirección curiosa de su mirada. El sofá no habría podido mostrar más indicios de ocupación. Dos almohadas, aún con la marca de la cabeza de Federico, cojines sobre la alfombra, y, como toque final, una sábana arrugada. La cama, por otro lado, estaba sin tocar.
-Vaya, vaya, vaya... -Pedro avanzó, recogió los cojines y los distribuyó al azar en el sofá, luego se volvió con los brazos cruzados-. ¿Quizá una pequeña riña doméstica?
-¿Te he dicho lo cansada que estoy?
-Varias veces.
-Si tuvieras un gramo de decencia, aceptarías la insinuación y te marcharías. Pero ambos sabemos que la decencia y tú no son compatibles.
-Qué curioso... -esbozó una sonrisa lobuna-. Me gustaría que me explicaras...
-No hay nada que explicar. Fede quería dormir una siesta y el sofá pareció un lugar tan bueno como cualquier otro.
-¿Incluso con una cama enorme a pocos metros de distancia? ¿Me estás diciendo que mi hermano es masoquista?
-¡No tengo nada que decirte!
Pedro avanzó hacia ella y la arrinconó contra la pared y le bloqueó la salida con un brazo.
-No te acuestas con mi hermano, ¿Verdad?
-¡Es una suposición ridícula! -de hecho, era una conclusión natural.
Tuvo ganas de pegarse por no haber ordenado la habitación antes de marcharse, pero había estado tan agitada, que apenas había notado el desorden. Y tampoco había esperado que alguien entrara con ella en el dormitorio, y menos el hombre que tenía en ese momento.
-He de reconocer que me estoy preguntando por qué...
-¡Fuera! -demandó Paula desesperada-. O de lo contrario...
-¿Gritarás? ¿Me volverás a abofetear? ¿Te dará una pataleta? ¿Mi hermano no te atrae? -no supo por qué, pero eso le provocó una gran oleada de bienestar. Experimentó la satisfacción de haberla arrinconado. No como había imaginado en un principio, pero definitivamente la había arrinconado. Y no se acostaba con Federico-. ¿Y bien? -instó.
-No voy a responder a ninguna de tus preguntas y si Fede se entera de que me estás intimidando...
-¿Yo? ¿Intimidándote? No hago más que mostrar un interés sano. ¿Por qué mi hermano y tú comparten una habitación si ni siquiera dormís juntos? Tal vez... -los ojos le brillaron con algo oscuro-. Tal vez prefieres tentarlo con tu cuerpo... se mira pero no se toca...
-¡Eso es repugnante!
-¿Te lo parece? O quizá -musitó, disfrutando con ese pequeño juego de descubrimiento- el hecho de que mi hermano no te atrae te da absolutamente igual.
Paula fue consciente de los fuertes latidos de su corazón y de la fina capa de transpiración que le causaba hormigueos en la piel. Nunca antes se había sentido tan atrapada y así como el sentido común le indicaba que cualquier cosa que dijera Pedro Alfonso era simple especulación, no dejaba de sentir el miedo de la presa al ser acechada lentamente por el depredador. Pedro no se sintió disuadido por el silencio de ella. Ya no sabía si lo motivaba la necesidad de proteger a su hermano, objetivo que tenía al principio, o una necesidad aún más poderosa y desconcertante de averiguar cosas sobre esa pequeña mujer. Le habría gustado alargar la mano para rozarle la vena que traicionaba el pulso acelerado...
-No me importa lo que pienses, Pedro.
-Claro que sí.
-¿Por qué? ¿Por qué debería importarme?
-Puede que no quieras estar interesada, pero lo estás, porque soy el hermano de Fede, porque te guste o no, él no vive en el vacío. Afirmas no tener interés en el dinero de mi hermano. Si ése es el caso, entonces, ¿Por qué mantienes una relación con él cuando no te atrae?
-Jamás dije que Fede no me atrajera. De hecho, considero que es un hombre extremadamente atractivo.
A regañadientes, ella entró y siguió la dirección curiosa de su mirada. El sofá no habría podido mostrar más indicios de ocupación. Dos almohadas, aún con la marca de la cabeza de Federico, cojines sobre la alfombra, y, como toque final, una sábana arrugada. La cama, por otro lado, estaba sin tocar.
-Vaya, vaya, vaya... -Pedro avanzó, recogió los cojines y los distribuyó al azar en el sofá, luego se volvió con los brazos cruzados-. ¿Quizá una pequeña riña doméstica?
-¿Te he dicho lo cansada que estoy?
-Varias veces.
-Si tuvieras un gramo de decencia, aceptarías la insinuación y te marcharías. Pero ambos sabemos que la decencia y tú no son compatibles.
-Qué curioso... -esbozó una sonrisa lobuna-. Me gustaría que me explicaras...
-No hay nada que explicar. Fede quería dormir una siesta y el sofá pareció un lugar tan bueno como cualquier otro.
-¿Incluso con una cama enorme a pocos metros de distancia? ¿Me estás diciendo que mi hermano es masoquista?
-¡No tengo nada que decirte!
Pedro avanzó hacia ella y la arrinconó contra la pared y le bloqueó la salida con un brazo.
-No te acuestas con mi hermano, ¿Verdad?
-¡Es una suposición ridícula! -de hecho, era una conclusión natural.
Tuvo ganas de pegarse por no haber ordenado la habitación antes de marcharse, pero había estado tan agitada, que apenas había notado el desorden. Y tampoco había esperado que alguien entrara con ella en el dormitorio, y menos el hombre que tenía en ese momento.
-He de reconocer que me estoy preguntando por qué...
-¡Fuera! -demandó Paula desesperada-. O de lo contrario...
-¿Gritarás? ¿Me volverás a abofetear? ¿Te dará una pataleta? ¿Mi hermano no te atrae? -no supo por qué, pero eso le provocó una gran oleada de bienestar. Experimentó la satisfacción de haberla arrinconado. No como había imaginado en un principio, pero definitivamente la había arrinconado. Y no se acostaba con Federico-. ¿Y bien? -instó.
-No voy a responder a ninguna de tus preguntas y si Fede se entera de que me estás intimidando...
-¿Yo? ¿Intimidándote? No hago más que mostrar un interés sano. ¿Por qué mi hermano y tú comparten una habitación si ni siquiera dormís juntos? Tal vez... -los ojos le brillaron con algo oscuro-. Tal vez prefieres tentarlo con tu cuerpo... se mira pero no se toca...
-¡Eso es repugnante!
-¿Te lo parece? O quizá -musitó, disfrutando con ese pequeño juego de descubrimiento- el hecho de que mi hermano no te atrae te da absolutamente igual.
Paula fue consciente de los fuertes latidos de su corazón y de la fina capa de transpiración que le causaba hormigueos en la piel. Nunca antes se había sentido tan atrapada y así como el sentido común le indicaba que cualquier cosa que dijera Pedro Alfonso era simple especulación, no dejaba de sentir el miedo de la presa al ser acechada lentamente por el depredador. Pedro no se sintió disuadido por el silencio de ella. Ya no sabía si lo motivaba la necesidad de proteger a su hermano, objetivo que tenía al principio, o una necesidad aún más poderosa y desconcertante de averiguar cosas sobre esa pequeña mujer. Le habría gustado alargar la mano para rozarle la vena que traicionaba el pulso acelerado...
-No me importa lo que pienses, Pedro.
-Claro que sí.
-¿Por qué? ¿Por qué debería importarme?
-Puede que no quieras estar interesada, pero lo estás, porque soy el hermano de Fede, porque te guste o no, él no vive en el vacío. Afirmas no tener interés en el dinero de mi hermano. Si ése es el caso, entonces, ¿Por qué mantienes una relación con él cuando no te atrae?
-Jamás dije que Fede no me atrajera. De hecho, considero que es un hombre extremadamente atractivo.
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