miércoles, 27 de diciembre de 2017

Prohibida: Capítulo 40

La  expresión  en  sus  ojos  no  la  animó  a  pensar  que  el  tema  estaba   abierto   a   debate;   brevemente   le   dio   las   indicaciones  pertinentes.  En  todo  momento,  había estado pensando en sí misma, en la pesadilla de tenerlo allí, incluso por una noche, y lo que eso le hacía a su frágil equilibrio. No había dedicado pensamiento alguno al hecho  de  que  él  era  un  hombre  de  negocios  importante  y  que  ese  incidente  imprevisto  debía  ser  lo  último  que  hubiera  querido  o  deseado,  pero  se  había  quedado  porque  ella  estaba  físicamente  incapacitada para hacer las cosas que con tanta vehemencia le había dicho que podía hacer.

-Gracias  -dijo  con  sencillez-.  Sé  que  esta  noche  te  quedas  porque te sientes obligado a ello, pero, de todos modos, me siento... muy agradecida.

 -No hay necesidad de que te comportes como si te tuvieran que arrancar las palabras -le dedicó una sonrisa traviesa-. ¿No sabías que no hay nada que le guste más a un hombre que estar con una mujer que siente la necesidad de proteger?

 Ella le sonrió débilmente.

-Lo  recordaré  cuando te  grite  a  las  dos  de  la  mañana   exigiéndote  otra  dosis  de  analgésicos  -y  sabía  que  él  no  pondría  ninguna objeción.

Esperó  hasta  que  se  marchó,  luego  alargó  la  mano  hacia  el  teléfono  que  había  junto  a  la  cama  y  marcó  el  número  del  móvil  de  Federico.  Éste  se  mostró  en  su  forma  más  perversa  al  reconocer  la  voz.

-Pensó  que  te  tomaste  nuestro  compromiso  roto  muy  bien  -indicó Paula, cortándolo en mitad de una especulación acerca de que su hermano pasara la noche allí-. Así que, para que lo sepas, le dije que habíamos hablado sobre la posibilidad de que nuestro matrimonio podía no ser la ruta ideal a seguir.

 -Estaré adecuadamente apenado.

-Fede... siempre podrías decir la verdad.

-Prefiero  el  papel  de  ex  novio  destrozado,  gracias  -rió  pero  cambió de tema, preguntándole por el pie y por los detalles de cómo había sucedido. Luego, sin una prisa especial por lo tarde que era, le ofreció  una  extensa  descripción  del  grupo  de  jazz  que  esa  noche  había  tocado  en  su  club-.  Puedo  presentarme  durante  los  próximos  días  y  asegurarme  de  que  tanto  Joaquín como  tú  tengan  lo  suficiente  para  comer  -añadió  al  final-.  Pasaré  de  todos  modos  -afirmó  sin  esperar  una  respuesta-.  ¿Quién  va  a  estar  a  mano  durante  tu  convalecencia? ¿Podrás contar con la ayuda de Rebecca?

«Ni  soñarlo»,  pensó  Paula.  La  deuda  que  mantenía  con  una  persona  era  lo  bastante  mala  como  para  extenderla  a  otra.  Sin importar lo que hubiera dicho el médico, estaba segura de que podría ir a la cocina a saltos, y mientras Joaquín quedara satisfecho con la tele y algún juego de tablero, ella estaría bien. No le cabía ninguna duda. Pero  sabía  que  si  lo  mencionaba,  Federico se  encargaría  de  que  alguien se presentara para asumir la responsabilidad de ocuparse de la casa durante unos días. «Eso», pensó con sequedad, «es lo que le ha dado su entorno privilegiado». Siempre estaba convencido de que lo  podía  conseguir  todo.  Al  conocerlo,  había  supuesto  que  el  rasgo  surgía de su disposición a correr un riesgo, algo que sí había hecho, pero  en  ese  momento  sabía  que  siempre  había  sido  consciente  del  hecho  de  que  si  caía,  lo  habría  hecho  sobre  un  cojín  mullido,  no  el  suelo de cemento.

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