La expresión en sus ojos no la animó a pensar que el tema estaba abierto a debate; brevemente le dio las indicaciones pertinentes. En todo momento, había estado pensando en sí misma, en la pesadilla de tenerlo allí, incluso por una noche, y lo que eso le hacía a su frágil equilibrio. No había dedicado pensamiento alguno al hecho de que él era un hombre de negocios importante y que ese incidente imprevisto debía ser lo último que hubiera querido o deseado, pero se había quedado porque ella estaba físicamente incapacitada para hacer las cosas que con tanta vehemencia le había dicho que podía hacer.
-Gracias -dijo con sencillez-. Sé que esta noche te quedas porque te sientes obligado a ello, pero, de todos modos, me siento... muy agradecida.
-No hay necesidad de que te comportes como si te tuvieran que arrancar las palabras -le dedicó una sonrisa traviesa-. ¿No sabías que no hay nada que le guste más a un hombre que estar con una mujer que siente la necesidad de proteger?
Ella le sonrió débilmente.
-Lo recordaré cuando te grite a las dos de la mañana exigiéndote otra dosis de analgésicos -y sabía que él no pondría ninguna objeción.
Esperó hasta que se marchó, luego alargó la mano hacia el teléfono que había junto a la cama y marcó el número del móvil de Federico. Éste se mostró en su forma más perversa al reconocer la voz.
-Pensó que te tomaste nuestro compromiso roto muy bien -indicó Paula, cortándolo en mitad de una especulación acerca de que su hermano pasara la noche allí-. Así que, para que lo sepas, le dije que habíamos hablado sobre la posibilidad de que nuestro matrimonio podía no ser la ruta ideal a seguir.
-Estaré adecuadamente apenado.
-Fede... siempre podrías decir la verdad.
-Prefiero el papel de ex novio destrozado, gracias -rió pero cambió de tema, preguntándole por el pie y por los detalles de cómo había sucedido. Luego, sin una prisa especial por lo tarde que era, le ofreció una extensa descripción del grupo de jazz que esa noche había tocado en su club-. Puedo presentarme durante los próximos días y asegurarme de que tanto Joaquín como tú tengan lo suficiente para comer -añadió al final-. Pasaré de todos modos -afirmó sin esperar una respuesta-. ¿Quién va a estar a mano durante tu convalecencia? ¿Podrás contar con la ayuda de Rebecca?
«Ni soñarlo», pensó Paula. La deuda que mantenía con una persona era lo bastante mala como para extenderla a otra. Sin importar lo que hubiera dicho el médico, estaba segura de que podría ir a la cocina a saltos, y mientras Joaquín quedara satisfecho con la tele y algún juego de tablero, ella estaría bien. No le cabía ninguna duda. Pero sabía que si lo mencionaba, Federico se encargaría de que alguien se presentara para asumir la responsabilidad de ocuparse de la casa durante unos días. «Eso», pensó con sequedad, «es lo que le ha dado su entorno privilegiado». Siempre estaba convencido de que lo podía conseguir todo. Al conocerlo, había supuesto que el rasgo surgía de su disposición a correr un riesgo, algo que sí había hecho, pero en ese momento sabía que siempre había sido consciente del hecho de que si caía, lo habría hecho sobre un cojín mullido, no el suelo de cemento.
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