miércoles, 30 de agosto de 2023

Traición: Capítulo 45

 —¿Entonces qué tal este mismo fin de semana? —le preguntó él—. Mañana es martes. ¿Tendrás tiempo suficiente? Quiero que tú lo organices todo. Y espero que contrates a gente para que te ayude con la comida y todo eso. Y también me gustaría que se divirtiera Olivia; podría llevar a sus amigas a casa, hacer una pequeña fiesta...Y que acuda la gente del distrito.


—Seguro que podré encargarme de todo —afirmó, encantada con la idea.


—Sé que lo harás —repuso con voz suave—. Aún recuerdo tu aureola de autoridad cuando solo tenías ocho años. Tu seguridad, como si fueras una princesa... Realmente lograste intimidarme. Como por ensalmo, desaparecieron los años transcurridos desde entonces y empezaron a revivir aquellos recuerdos.


—¿No te dije que tú también me intimidaste? —repuso, inconsciente de la tierna dulzura de su tono—. Tu aspecto, tu manera de moverte, de hablar con ese acento extranjero. Qué guapo eras, como un dios llegado de otro planeta. No eras como los otros niños que conocía. Hasta hoy nunca he conocido a nadie como tú. Creo que, incluso de niño, lograbas poner a mi padre en guardia.


—Tardó años en prohibirme que te viera.


—Al final te pidió que lo perdonaras, Pedro. Tuvo que cargar con eso en la conciencia —le dijo ella con tono suave, y prefirió cambiar de tema—: Tendrás que decirme el número de los invitados, cuántos hombres y cuántas mujeres... —pensó de inmediato en la mujer llamada Adriana, que acompañó a Pedro durante el funeral de Martín. Él todavía no le había dicho quién había enviado aquel anónimo a su padre, pero tenía la sensación de que ella lo sabía...


—La única mujer que consigue acelerarme el corazón eres tú, Paula —le comentó, tomándola por sorpresa—. ¿Qué es lo que llevas ahora? Dímelo.


«Seducción por teléfono», pensó Paula. Bajó la mirada a su camisón amarillo pálido, y un estremecimiento recorrió todo su cuerpo.


—Un pijama de algodón —mintió, bromista.


—Ya —Pedro se echó a reír—. Ni siquiera llevabas pijama cuando eras niña. No, Paula, te veo con una prenda de seda, de color claro y luminoso. Quizá rosa, o amarillo. Con finos tirantes en los hombros. No llevas nada debajo, y es casi transparente.


—Pedro... ¿Crees que alguna vez podremos amarnos como antes? —le preguntó, temerosa.


Siguió un largo silencio, denso de imágenes.


—Lo último que quiero es herir tus sentimientos —repuso él.


—¡Por el amor de Dios! —se recuperó al momento—. Yo nunca querría que lo hicieras, Nick.


—Odiar, amar, ¿Cuál es la diferencia? Hace mucho tiempo que te apoderaste para siempre de mi alma.


A Olivia le entusiasmaron los planes sugeridos por Pedro.


—¿Podré invitar a Valentina y a Camila? —se lanzó a los brazos de su madre.


—Por supuesto, cariño.


Olivia había intimado mucho con sus primas, y Paula había hablado muchas veces con la familia White, pero no podía sacudirse la sensación de que, de alguna manera, la culpaban a ella por la muerte de Martín. Suponía que era algo natural. Dios sabía qué pensarían cuando se enteraran de que Olivia no era hija de Martín...


Traición: Capítulo 44

Pero Paula no podía sobreponerse a su depresión. Se esforzaba por mostrarse alegre delante de Olivia, que pasaba en casa las vacaciones, pero la niña era muy sensible al dolor de su madre. Cuando un día descubrió a su hija escondida en el jardín, llorando en silencio, se sintió abrumada por una ola de amor protector. También Olivia se había visto privada de sus seres queridos, de su abuelo y del hombre que había creído era su padre. Y ambas se resentían además de la continuada ausencia de Pedro, que había tenido que viajar a California por motivos de negocios. Casi dos semanas habían transcurrido desde la última vez que fue a Bellemont, aunque por entonces las dos residían todavía en la casa de campo. Con ello, Paula había querido retrasar el momento de volver a su querido Bellemont. Emprendió la tarea de reclutar trabajadores, y se dio cuenta de que, para ello, el mejor lugar de residencia era el propio Bellemont. Pedro, por su parte, la llamaba con frecuencia pero, a pesar de sus buenos intentos y propósitos, ella sabía que nunca podrían recuperar su antigua amistad. La suya era una relación puramente de negocios: Pedro era el jefe, y ella era una valiosa empleada. La relación que mantenía con Olivia era diferente, y se profundizaba día a día. Más de una vez Olivia terminaba de hablar por teléfono con él riendo a carcajadas.


—Quiero tanto a Pedro —le confesó cierto día a su madre—. ¡Me hace tan feliz!


—Sí, a Pedro eso se le da muy bien —Paula siempre se volvía antes de que Olivia pudiera descubrir su entristecida expresión. El futuro se presentaba brillante, pero ella tendría que seguir expiando su pasado.


Pedro llamó una noche a una hora tardía, asustando terriblemente a Paula. Se había acostado antes de la hora habitual, después de un largo y atareado día recorriendo los viñedos con Francisco y Lucas, mientras hacían planes. Él quería más hectáreas plantadas con viñas: La mayor parte con Semillon, la mejor variedad de vino blanco de mesa de Australia, y la otra con Sauvignon Blanc, a modo de experimento. Francisco y Lucas se habían entusiasmado con los planes de Pedro, habiendo aceptado además su sugerencia de contratar a un joven y brillante enólogo, nieto de una familia también muy experimentada en el cultivo de vides. Y por la tarde había mantenido entrevistas con varios candidatos para dirigir la escuela de equitación, de manera que se había quedado dormida de inmediato.


—¿Te he despertado? —le preguntó Pedro.


—Sí —se sentó en la cama, estirándose para encender la lámpara de la mesilla—. Es que hoy me he acostado temprano. Bueno, voy a hacerte el informe diario. Se han arado las tierras. Los postes, alambres y canales de irrigación están en su sitio. Solo nos faltan los trabajadores.


—Bien, pero... ¿Y tú? No pareces muy contenta.


—¿Tan pronto lo has deducido?


—Te olvidas de que te conozco demasiado bien. Cada matiz de tu voz.


—Todavía estoy de duelo, Pedro —señaló.


—Por supuesto. Siempre hay un tiempo para el dolor. Pero no deberías estar sola. Volveré tan pronto como pueda. De hecho, he reunido a un equipo de gente para que ayude a la gente de la población en las siembras. Miembros de mi empresa y amigos. Solo será un fin de semana. ¿Te gustaría encargarte de organizarlo todo?


—¿De qué fecha estamos hablando, Pedor? —le preguntó, con la mente trabajando ya sobre la idea.


—Creía que Francisco quería empezar a plantar lo antes posible.


—La preparación ya ha acabado, y ha sido definida la zona de siembras. Todo está listo.

Traición: Capítulo 43

Paula pensó que, por una ironía de la vida, la recuperación de su padre fue financiada con dinero de Pedro. Miguel Chaves fue trasladado del hospital a una lujosa clínica en las afueras de la población, donde recibió atención constante. Varios fisioterapeutas trabajaron con él en sesiones intensivas, hasta el punto de que pudo recuperar la movilidad en el brazo y en la pierna. El habla, sin embargo, no logró recobrarla. Aun así, su estado mental era satisfactorio y no tuvo problemas en reconocer a su hija y a su nieta. Paula lo visitaba cada día, estuviera dormido o despierto, sentada su lado tomándole la mano.


—Eres tan buena con él, cariño —le comentó con expresión aprobadora Flavia Williams, su enfermera personal—. Por eso te quiere tanto.


Muchas veces acudía a la clínica con Olivia, después de recogerla a la salida del colegio. Miguel Chaves seguía con cansada mirada los sigilosos movimientos de la niña por la habitación, colocando cosas que pudieran agradarle, flores, cuadros o fotos familiares enmarcadas. A menudo pasaba mucho tiempo sentada a sus pies, cuando se levantaba de la cama para sentarse en la silla de ruedas. Nunca se quejaba, nunca intentaba apartarse. El abuelo le había escrito te adoro en el bloc que utilizaba siempre para comunicarse, y eso la alegraba mucho a Olivia, a pesar de la tristeza que sentía. Eran tan triste ver a su abuelo tan delgado y envejecido... Extrañamente, aquellas horas que pasaban juntos los tres fueron como un tiempo de paz y reconciliación. Nunca habían estado tan cerca unos de otros. Cuando Pedro se presentó un fin de semana, Paula se lo comunicó a su padre.


—Habla con los médicos, averigua lo que piensan —le había dicho a Paula cuando fue a visitarla a la casa de campo—. Si creen que pueden garantizarle una eficaz atención a domicilio, no veo por qué no puede regresar a Bellemont. Necesitaría a su enfermera privada a tiempo completo. Así Olivia y tú tendrían una buen razón para vivir allí.


Paula se preguntaba qué opinaría su padre de la generosa oferta de Pedro. ¿La rechazaría? No lo hizo. Más que cualquier otra cosa, ansiaba regresar de nuevo a Bellemont. Sin embargo, eso no llegó nunca a suceder. Mientras se efectuaban los preparativos, Miguel Chaves expiró mientras dormía. Sobre la mesilla había dejado un último mensaje: "Perdonenme por haberme equivocado".


Diciembre acababa de empezar, y faltaban pocas semanas para Navidad, el tiempo festivo, el tiempo de estar en paz con el mundo. 

Traición: Capítulo 42

Adriana tenía pocos conocimientos científicos. No alcanzó a prever que podría ser identificada por las huellas dactilares que había dejado en la carta. Su estudio le confirmó a Pedro que había sido ella la autora. Y así se lo dijo en su despacho.


—¿No se te ocurrió pensar que pudiste haberlo matado?


—Bueno, tenía entendido que era un tipo duro... Y no sabía que te importara tanto su estado de salud, después de lo que te hizo.


—¿Cómo sabes lo que me hizo? ¿Acaso contrataste a un investigador privado?


—Bueno, no podía averiguarlo sola —le espetó ella—. Al igual que tú, tengo un negocio que administrar.


—¿Pero qué sentido podía tener para tí?


—¿No pensarás que iba a permitirte que desaparecieras tranquilamente de mi vida, verdad? —le preguntó, incrédula.


—¿Permitirme? —repitió Pedro—. Esa es una extraña palabra. Tú no ejerces ningún control sobre mí.


—No debes volver con esa mujer, Pedro —se retorció las manos, nerviosa—. Por lo que he podido saber, ella ha sido responsable de las mayores desgracias de tu vida.


—Así que pensaste que si escribías a su padre —pronunció, intentando dominar la furia que sentía—, él podría influenciar nuevamente sobre ella. ¿Sabes? Ignoraba que te hubieras obsesionado tanto.


—Oye, Pedro, no me hables a mí de obsesiones. Tú sabes bastante de eso.


—Cometiste una auténtica crueldad al enviar esa carta a Miguel Chaves. Tal vez no muera, pero quedará atado para siempre a una silla de ruedas, con la mitad derecha del cuerpo paralizada. No ha recuperado el habla; puede que nunca lo haga. Y sabiéndolo, ¿No sientes el menor arrepentimiento?


Adriana se ruborizó hasta la raíz del cabello.


—No seas ridículo, Pedro. Yo no conozco a ese hombre.


—Y pensar que creía que tenías alguna capacidad para querer a la gente.


—Solo me importas tú —replicó, irguiéndose—. Incluso mi madre solía decirme que era tan dura como una vieja bota. Escucha, cariño, tienes que dejar de compadecerte de esa gente, concentrarte en la injusticia que cometieron contigo. Te entiendo perfectamente. Te has esforzado mucho por conseguir esa antigua mansión... ¡Bravo! Debieron de llevarse una buena sorpresa cuando lo descubrieron.


—Supongo que sí. Pero yo nunca le habría enviado a Miguel Chaves un anónimo semejante. No cuando se encontraba tan mal de salud. Has destrozado nuestra amistad, Adriana —se levantó, disgustado.


—¿Tienes idea de lo mucho que te amo? —le preguntó ella, levantándose a su vez y agarrándolo de las solapas de la chaqueta.


—Si perdiera mi empresa, Adriana, creo que también perdería tu amor.


—Pero a tí no te va a pasar eso. Eres demasiado inteligente. No, Pedro, tú tienes un brillante futuro. Eso si no te destruyes a ti mismo volviendo con esa mujer. Dios sabe que ya hizo bastante desgraciado a su marido.


—Adriana, estoy consternado por tu comportamiento. Será mejor que no vuelvas a interferir en mi vida.


—Volverás conmigo —insistió sin inmutarse—. Después de todo, es su casa lo que le importa a esa Paula. Bellemont. A mí también me encantaría, si hubiera nacido en un lugar semejante. Pero no he tenido esa suerte. He tenido que trabajar condenadamente duro para conseguir lo que tengo. Tu Paula se casó con un hombre al que no amaba para no tener que dejar la mansión familiar. Te rechazó porque su padre probablemente amenazó con desheredarla. Recuérdalo, Pedro. Bellemont está antes que tú.


Pedro se dijo que había un elemento de verdad en lo que Adriana le había dicho. El amor por Bellemont era algo que se transmitía de generación en generación. A partir de aquel momento, ese pensamiento jamás dejaría de acompañarlo.

Traición: Capítulo 41

 —¿Por qué habrías de querer a una mujer que ya no te ama?


—Creo que podré soportarlo —repuso con voz suave—. Sé que existe una diferencia entre el amor y el sexo, pero tengo la impresión de que todavía nos queda mucho de las dos cosas. Quizá deba demostrártelo.


Paula se sentía terriblemente vulnerable, sin defensas ante él. Y no podía dejarle saber lo mucho que lo deseaba, que lo había echado de menos. Pedro le entreabrió ligeramente los labios con los suyos, presa de un deseo que no se molestó en esconder. Deslizaba las manos rítmica y posesivamente por su espalda, haciéndola arquearse contra él. ¿Cuántas veces había soñado con aquel momento? Le acarició entonces los senos a través de la seda de su camisa, sintiendo la presión de sus endurecidos pezones. Por un momento el deseo fue tan intenso que creyó perder todo control.


—¿Convencida? —le preguntó en un susurro.


—Siempre tuviste la capacidad de excitarme así... —reconoció Paula, sacudiendo la cabeza con tristeza.


—¿No es extraño que nunca la ejerciera? Pude haberte tenido desde el día en que, con trece años, tu feminidad se reveló como un aroma maravillosamente erótico. Pero no te toqué. No pude. No cedí a la tentación porque entonces me habría despreciado a mí mismo. Te quería demasiado para hacerlo. Deseaba casarme contigo. Nunca hubo otra mujer en mi vida.


—Y me dejaste embarazada —repuso ella, con el corazón desgarrado—, aquella única vez, cuando nos quedamos solos en la casa. 


Pedro se apartó bruscamente, volviéndose hacia la puerta.


—Será mejor que vaya a recoger a Olivia. Luego las llevaré a Bellemont, Llámame si recibes nuevas noticias del hospital, no importa a qué hora. Tengo que volver a Sydney para terminar un programa importante. Cuando lo haga, podremos seguir hablando. No quiero que Olivia y tú se queden en esta casa mientras Bellemont esté vacío.


Paula lo miraba asombrada, con los ojos brillantes.


—Ah, por cierto, dijiste que necesitabas un trabajo, ¿No? Eres la persona ideal para administrar Bellemont en mi ausencia. Pienso volver a poner en funcionamiento los viñedos, modernizar la bodega, ampliar los cultivos. Los Schroeder regresarán. Necesitaremos trabajadores para la casa, la tierra, los jardines. Tú podrás encargarte de todo eso. Y también tengo planes para las cuadras. Quiero que los niños pobres del distrito, no solo los de familias ricas, aprendan a montar a caballo. Podremos fundar una escuela de equitación: sé que te encantaría ese trabajo. Adquiriremos caballos de calidad, recuperarás a Gypsy y a Lady. Bellemont volverá a funcionar otra vez.


—¿Y dejarás todo eso en mis manos? —inquirió, incrédula.


—¿Por qué no? Estás más que cualificada para ello. La vida conmigo no será tan mala, Paula.

lunes, 28 de agosto de 2023

Traición: Capítulo 40

Paula se giró en redondo entre sus brazos, mirándolo furiosa:


—Creo que me juzgas mal. A mí no me ha faltado valor. ¿Tienes idea de lo que he pasado durante todos estos años?


—Te casaste con Martín —le recordó—. Ni hiciste nada por evitarlo.


—Estaba embarazada de tí, maldita sea.


—¿Y no pudiste decírmelo? Dios mío, Paula, te amaba con todo mi corazón; jamás te habría abandonado. Me habría encantado saber que llevabas una hija mía en tus entrañas. ¿Lo entiendes?


—¿Y cómo habríamos sobrevivido? Tú acababas de salir de la universidad, ¿Recuerdas?


—Siempre he sabido defenderme en la vida —le respondió Pedro con tono despreciativo—. Y mi madre nos habría ayudado; jamás nos habría negado su apoyo. ¿Es que no puedes comprender que fue un verdadero crimen privarla de su nieta?


—De acuerdo, fui una cobarde —admitió—. Debí haberle confesado a tu madre que estaba embarazada, pero me sentía terriblemente confundida. Mi padre habría enloquecido de rabia, me habría echado de casa. Y tu madre no quería volver a verme; me lo había dejado muy claro. Era por mi culpa por lo que te habían expulsado del pueblo.


—¿Qué se supone que debería haber hecho ella? —la agarró de los hombros—. Abusaste de su confianza. Lo que Martín y tu padre hicieron fue una auténtica villanía.


—Pero tú ya te has vengado...


—Aún no —la miró entrecerrando los ojos—. Puede que no sea capaz de quitarte a Olivia. La quiero demasiado para hacerle algo así. Pero tú tampoco serás capaz de separarla de mí.


—¿Qué pretendes hacer?


—Creo que ya conoces la respuesta.


—No, dímela tú.


—Dentro de seis o siete meses, porque no estoy dispuesto a esperar más tiempo... Te casarás conmigo, Paula —pronunció, presa de un fiero deseo que nada tenía que ver con el amor.


—¿Y añadir más infelicidad a mi vida? —inquirió, desesperada.


—Olivia es tan mía como tuya. Y las quiero a las dos. Oli apenas me conoce, pero ya significo algo para ella. La quiero, y deseo cuidarla y protegerla. Quiero darle todo lo que pueda ofrecerle. Devolverle Bellemont, para ella y para sus herederos.


—No puedes obligarme a hacer nada de eso —repuso Paula con una furia atemperada por el anhelo que sentía por él—. Puedes demostrar que eres el padre de Olivia, pero ningún tribunal me obligará a casarme contigo.


—Paula, no te atrevas a jugar conmigo. Tú sabes bien lo que debes hacer. ¿Seguro que no quieres que le diga a Olivia que es mi hija?


—No podría comprenderlo. Es muy pequeña...


—Lo comprendería muy bien, pero yo no se lo diré hasta que llegue el momento adecuado. Una vez que te cases conmigo.


—¿Es que pretendes castigarme durante el resto de mi vida?


—Al contrario. Pretendo cuidar bien de tí, y por supuesto de mi hija. Y también de tu padre, si sobrevive.


—Maldito seas, Pedro —musitó—. Maldito seas por haberme abandonado.


—Y maldita seas tú por haberme mentido —replicó él—. Pero el intercambio de juramentos no es un ejercicio muy cómodo, ¿Verdad? ¿Y si sellamos nuestro acuerdo con un beso?


El tono burlón de su voz no hizo sino enfurecerla aún más.

Traición: Capítulo 39

La niña obedeció de buen grado y salió con Teresa. Paula permaneció muy quieta hasta que ambas desaparecieron, y fue entonces cuando inquirió desesperada:


—¿Qué estás intentando hacer, Pedro? ¿Quitarme a mi hija?


—Dí mejor nuestra hija. Escucha —la agarró del brazo cuando intentó pasar de largo a su lado—, yo no envié ninguna carta a tu padre. No volveré a repetírtelo. Pero sé exactamente lo que había en ella. No puedes seguir huyendo a base de mentiras. Tengo la prueba irrefutable de que Olivia es hija mía. Tú lo sabes, y yo también. Y ahora, tu padre está al tanto. Junto con la persona que se ocupó de decírselo a él, persiguiendo sus propios fines.


—¿Se supone que debo creerme eso? —liberó su brazo y se dirigió al salón; una vez allí, se volvió para mirarlo.


—Es un truco muy viejo esconderse de la verdad: Quedarse callada, no decir nada. Últimamente, sin embargo, la verdad ha salido a flote sola. Olivia es hija mía y no pienso renunciar a ella.


—¿Y qué pasa conmigo?


—¿Es que ya no vas a seguir negándolo?


—No podría hacerlo frente a tu evidencia. ¿Sabes? Ese descubrimiento destrozó a mi padre. No pudo soportarlo. Cuando volví a casa lo encontré en el suelo, inconsciente —se encogió de dolor.


—Lo siento, Paula. Siento lo sucedido, pero yo no he tenido nada que ver. Tu padre no puede amar realmente a Olivia, si la rechaza porque es hija mía. Olivia es una persona con sus propios derechos.


—Probablemente no querrá volver a verla. Eso si sobrevive — repuso mientras se sentaba en un sillón. 


Pedro tardó unos segundos en dominar su furia.


—Eso solo es una suposición tuya. Recuerdo bien lo mucho que te quería. Ese sentimiento ha debido extenderse a tu hija.


—¿Entonces por qué ha sufrido un nuevo ataque? —le preguntó desesperada.


—Paula —se sentó cerca de ella—, los ataques como estos, después de emociones fuertes, se dan con frecuencia.


—¿Y de dónde sacó esa información el autor de la carta? — inquirió de nuevo con tono amargo—. ¿Acaso no es una información altamente confidencial?


—Lo es. Recibí la confirmación en mi despacho. Creía que estaba segura allí.


—¿Estás intentando decirme que alguien lo leyó en tu despacho?


—Es lo que sospecho, Paula —respondió—. Y me ocuparé de ello.


—¿Y crees acaso que eso me sirve a mí de consuelo? —rió, incrédula—. Alguien leyó tu correspondencia confidencial, Pedro. Alguien tuvo la crueldad suficiente para transmitir la noticia. Alguien a quien no le importaron las consecuencias.


—Lo lamento profundamente —repuso Pedro, conteniendo el impulso de estrecharla entre sus brazos.


—Mi padre pudo haber muerto —las lágrimas asomaron a sus ojos, y se levantó de un salto para alejarse de él—. Ojalá nunca nos hubiéramos conocido —pronunció rabiosa, perdiendo todo control— . Ojalá nunca hubiéramos crecido juntos. Ojalá nunca te hubiera amado.


Pedro también se levantó, fue hacia ella y la abrazó por detrás, apoyando la barbilla sobre su cabeza.


—Toda la gente que conozco tiene cosas de las que arrepentirse, Paula. No eres la única. No había razón alguna para que mi madre muriera tan joven, con cincuenta y cinco años. ¿Se puede morir de tristeza? No lo mires todo desde un único punto de vista. Tu padre se labró su propia ruina. Y quizá también la de Martín. Tú misma me dijiste que Martín sintió la necesidad de confesarte lo que me hizo. Y si él no hubiera muerto, yo jamás habría descubierto que Olivia era hija mía. Las cosas habrían sido muy distintas si tú hubieses demostrado un poco más de valor.

Traición: Capítulo 38

 —¡Oh, sí! El señor Schroeder lo sabe todo sobre uvas y vinos. Lucas, su hijo, ahora tiene que trabajar para el ayuntamiento, cuando debería estar haciendo vino. Eso es lo que decía mamá. Sé que a mamá no le gustó nada que perdieran sus empleos en Bellemont.


—Déjame eso a mí —le sonrió Pedro.


—Sabía que los ayudarías.


Teresa, la mujer que se había quedado en la casa a cargo de Olivia, volvió con una bandeja, que dejó sobre la mesa del salón. Además del café, le había preparado un vaso de chocolate a la niña, junto con un plato de galletas caseras. Teresa, como buena cocinera que era, las había hecho para Paula. 


—Vaya, esto es como si estuviéramos en una fiesta —comentó Olivia, riendo—. ¿Tú no vas a tomar nada, Teresa?


—No, gracias, cariño —le sonrió, cariñosa—. Esperaré a que venga tu mamá, y después me iré.


Paula estacionó frente a la entrada poco tiempo después. Se le aceleró el corazón al reconocer el coche de Pedro. Así que se había presentado en su casa. Cuando aseguraba que pretendía hacer algo, no dudaba en realizarlo. Como vengarse de ella y de su padre. Salió apresurada del coche, cerrando de un portazo. Una furia salvaje corría por sus venas. Y no solo furia, sino también frustración. Vió a Olivia en la puerta; Teresa estaba detrás. Su hija irradiaba alegría, deseosa de anunciarle a su madre la buena noticia.


—Mamá, el señor Alfonso está aquí. Ha venido para saber cómo está el abuelo. ¿Se encuentra mejor?


—Está en cuidados intensivos, cariño. Allí lo cuidan muy bien, pero no ha habido ningún cambio en su estado.


Aunque Paula se esforzaba por conservar la compostura, su ansiedad no le pasó desapercibida a Teresa. Pensó que tal vez deseaba mantener una conversación seria e importante con el recién llegado.


—¿Hay algo más que pueda hacer por tí, Paula? Me gustaría llevarme a Olivia a casa mientras tú hablas con tu amigo.


De pronto Pedro apareció en el vestíbulo, y la saludó con voz grave:


—Hola, Paula, tenía que venir.


Olivia se abrazó entonces a las piernas de su madre, asustada.


—El abuelo se encuentra bien, ¿Verdad?


¿Qué podía decirle? ¿Que no tenía ninguna posibilidad?


—Tenemos que rezar por él —le respondió, suavizándose su expresión al mirarla—. ¿Te importaría irte con Teresa durante unos minutos, cariño, mientras yo hablo con el señor Alfonso? — conservó un tono calmo, a pesar del nerviosismo que sentía.

Traición: Capítulo 37

Cuando llegó a la casa de campo, una mujer entreabrió la puerta. Era la primera vez que Pedro la veía.


—¿Sí?


—Me gustaría hablar con la señora White. ¿Está en casa?


—Me temo que no —la mujer se interrumpió para volver la mirada cuando unos leves pasos resonaron en el vestíbulo—. Está bien, Olivia. Ya me hago cargo yo, querida.


—Pero si es el señor Alfonso —dijo la niña—. Mamá querría que entrase. Es un buen amigo nuestro.


—¿De verdad? —la mujer, una vecina que hacía relativamente poco tiempo que había llegado al pueblo, abrió del todo la puerta para que Olivia pudiera correr a saludar a Pedro.


—Olivia, ¿Cómo estás? —le sonrió, inmensamente aliviado al verla.


—Yo estoy bien, pero mamá se encuentra muy mal —susurró Olivia con tono confidencial, tomándolo cariñosamente de la mano—. ¿No quieres entrar y esperarla?


—Sí, por favor —murmuró la vecina de Paula, y se apartó para dejarlo pasar—. Ahora mismo la señora White debe de estar de camino hacia aquí, procedente del hospital —lo informó—. ¿Desea tomar algo?


Pedro la miró agradecido. No había tomado nada desde el desayuno.


—Una café estará bien, gracias. Solo.


—Voy a preparárselo —y los dejó a los dos solos en el salón.


—El abuelo se ha puesto enfermo otra vez —le confió Olivia, acercándosele—. Tuvieron que llevarlo al hospital en una ambulancia. Yo estaba en el colegio.


—Lo siento, Olivia —repuso con ternura.


—Me han dicho cosas malas en el colegio —lo informó, dolida.


—¿Qué te han dicho?


—¿Sabías tú que nosotras habíamos perdido todo nuestro dinero?


—El dinero no lo es todo en el mundo, Olivia —la tomó de la mano—. Es lo que tienes en la mente y en el corazón lo que realmente cuenta. Le gente mejor, la gente que yo más he querido, nunca ha tenido mucho dinero. Pero yo sé que a tí no te ha gustado tener que irte de Bellemont.


La niña asintió, sin hacer intento alguno de retirar la mano.


—Mamá me dijo que tú eras el dueño ahora.


—Te prometo que cuidaré bien ese lugar, con mucho cariño —le dijo con tono suave—. Y me gustaría muchísimo, Olivia, que fueras a visitarme allí. Podíamos salir a montar. Sé que tienes un poni.


—Lady —el rostro de la niña se iluminó de alegría—. ¿Conoces al señor Schroeder?


—Sí, claro. Solía hacer muchos trabajos para él.


—Está cuidando a Gypsy —lo informó Olivia—. Es la yegua de mamá, y Lady también está en su granja. Es un hombre muy bueno, y la señora Schroeder es muy cariñosa. ¿Vas a vivir en Bellemont? —lo miró, absolutamente encantada con la idea.


—No puedo vivir allí, Olivia —le respondió—. Tengo una empresa que atender en Sydney. Pero espero poder venir los fines de semana.


—Ojalá te quedes. ¿Volverás a contratar al señor Schroeder?


—¿Crees que debo hacerlo?

Traición: Capítulo 36

Menos de una semana después, Miguel Chaves salió una mañana de casa para recoger la correspondencia. Paula, que era la que habitualmente lo hacía, había salido al pueblo para hacer unas compras, de manera que le había dejado solo hasta la una, hora a la que volvería para comer. La mayor parte de las cartas eran para su hija, pero había una para él. Esperó hasta que estuvo en el porche para leerla. Era muy corta. Decía que su querida nieta, la viva imagen de su madre, era... La hija de Pedro Alfonso. El anónimo autor de la misiva lo sabía porque había visto con sus ojos una prueba positiva de ADN. Él, Miguel Chaves, podría averiguar el resto. No sintió la terrible rabia que antaño habría experimentado. Por primera vez, se sintió horrorizado consigo mismo. Horrorizado por lo que había hecho. Su querida Paula había amado a Alfonso hasta la locura, y él le había robado su felicidad al expulsarlo de su vida. Nunca podría enmendar lo que había hecho. ¡Y Martin! El pobre y débil Martín, que se había prestado a que lo utilizaran para que, finalmente, pudiera conseguir a Paula...  Olivia, con sus enormes ojos verdiazules: a Miguel siempre le habían desconcertado aquellos ojos, él único rasgo que no había podido identificar en su familia. Ahora recordaba a la pequeña y discreta mujer que había sido la madre de Pedro Alfonso. Había intentado jugar a ser Dios. Sintió una especie de náusea física. Retrocedió tambaleando a la casa, presa de una terrible sensación, como si el cerebro se le estuviera convirtiendo por momentos en melaza. Realmente no sabía si podría volver a ver a Paula y a Olivia. Necesitaba desesperadamente purgar sus pecados.



Pedro rebasó el límite de velocidad de camino hacia Ashbury. Paula lo había llamado. Presa de un ataque de histeria, lo había acusado por pura crueldad. Su padre había sufrido otro ataque después de leer la carta. Mientras la escuchaba entre dolido y asombrado, ella le había dicho que Miguel se encontraba en la unidad de cuidados intensivos del hospital.


—¿Cómo pudiste hacerlo, Pedro? —le había gritado—. ¿Tan implacable es tu odio?


Había resultado inútil negar sus acusaciones. Él no había enviado la carta. No era su estilo. Pero Paula estaba demasiado trastornada para escucharlo. En lugar de ello, lo había advertido de que se reuniría con ella.


—¡No hay nada que tú puedas hacer! ¡Nada! Ya has hecho bastante —y le colgó el teléfono.


Pero en esa ocasión Pedro no estaba dispuesto a asumir la culpa. Alguien estaba jugando a un juego muy peligroso. Alguien, según parecía, que lo sabía todo sobre los resultados de la prueba de ADN. Se le antojaba increíble que pudiera ser alguien de su empresa, aunque todos habían podido acceder a su despacho. Confiaba hasta la muerte en Diana. Mientras barajaba nombres, pensó en Adriana, desesperadamente celosa... Había visto de todo en la vida: Furiosas emociones que hacían cambiar a las personas, que las empujaban a cometer terribles errores...

miércoles, 23 de agosto de 2023

Traición: Capítulo 35

 —Tú hiciste mucho por nosotros. Ahora nos toca hacer lo mismo por tí —recordaba Paula que le había dicho la señora Schroeder.


Paula siempre había procurado compensar con su actitud el displicente trato que su padre había tenido con aquella familia, al igual que con todos sus empleados. De hecho, mucha gente en el distrito se alegraba de que Miguel Chaves hubiera terminado así; había sido demasiado altivo, demasiado prepotente. En cambio, ella siempre había sido completamente distinta: Toda simpatía, toda alegría de vivir, hasta que su antigua vitalidad pareció atenuarse un tanto con su matrimonio con Martín. Para mucha gente resultó obvio que su padre la había obligado a casarse con alguien de su misma posición. Una compensación bien escasa cuando Pedro Alfonso había desaparecido de repente, cierta madrugada. Todavía nadie sabía que él era el nuevo propietario de Bellemont, pero el rumor no tardaría en empezar a correr. Todo el mundo había podido verlo en el funeral de Martín White, y poco después lo habían visto hablando con la propia Paula en la puerta del colegio de su hija. En su opinión, Pedro Alfonso, el joven tan admirado en el pueblo por su inteligencia y que tan mal había sido tratado por el viejo Chaves, había retornado como un ángel vengador. Algo que no se alejaba demasiado de la verdad.




Adriana no perdió el tiempo en contratar a un investigador privado. Y al individuo en cuestión, una mujer, no le llevó más que unos días presentarle una buena cantidad de información: La antigua e intensa relación entre Paula chaves y Pedro Alfonso, la hostilidad de Miguel a la misma y su preferencia por Martín White como futuro esposo de su hija... Y el extraño episodio de la repentina desaparición de Pedro del pueblo, seguido de la boda de Paula con Martín. Estos dos últimos sucesos habían adquirido unas proporciones míticas en el pensamiento de la gente de la localidad. Todo el mundo pensaba que ella le había entregado su corazón a Pedro, un chico maravilloso que, como no podía ser menos, había acabado por triunfar en la vida. Y de quien se sentían muy orgullosos. La investigadora recabó numerosos datos sin despertar sospechas. Se enteró de la espectacular fiesta que dió Miguel Chaves para celebrar el nacimiento de su nieta, Olivia Chaves-White. Y de la trágica muerte de Martín. Adriana devoró el dossier de información con verdadera avidez, llegando a la conclusión de que el personaje más débil en aquella historia no era otro que Miguel Chaves. Nadie podría prever su reacción cuando descubriera que había sido Pedro Alfonso, y no Martín, quien había engendrado a su nieta. A ella, por otra parte, poco le importaba que estuviera enfermo. Su objetivo consistía en crear la mayor cantidad posible de problemas.


Traición: Capítulo 34

 —¿Cómo es que no te casaste con ella? —Adriana quería volver a toda costa al tema central de la conversación—. Resulta obvio que era a ella a quien querías.


—¿Realmente deseas saberlo? —la miró, irónico.


—Inténtalo.


—Es algo de lo que nunca hablo, Adriana —repuso, sacudiendo la cabeza—. Fue una época muy desgraciada de mi vida.


—¿Entonces por qué volviste? —no estaba muy segura de comprenderlo.


—Porque, querida, aquella historia aún no ha terminado.


Adriana se dijo que aquello era una confesión en toda regla. Lo que realmente necesitaba era información confidencial, y la conseguiría al precio que fuera.





Durante varios días Paula estuvo dudando entre confesarle o no a su padre la verdad: Que Olivia era la hija de Pedro. Lo había sabido durante todo el tiempo, antes incluso de que le confirmaran que estaba embarazada. Aquella única ocasión en que estuvieron juntos había sido sencillamente demasiado gloriosa, demasiado llena de aquella pasión y de aquella fiebre que daban origen a la vida. Los actos de su padre y de Martín les habían costado muy caro a los dos. Se daba cuenta de que debió habérselo contado a Olivia, la madre de Pedro. Sin una madre, sin una mujer experimentada y serena a la que dirigirse en busca de ayuda, la conciencia de lo que le había sucedido le había resultado aterradora. Se había dado cuenta de que llevaba en sus entrañas al hijo de Pedro, y de que él se había marchado. Pero no hubo forma de que Olivia la escuchara. En su opinión, Paula Chaves solo había ocasionado problemas a su hijo; no era, por tanto, una persona de confianza. Así que se casó con Martin. Indudablemente su padre la había impulsado a hacerlo como si sus vidas dependieran de ello. Y él no supo que ya estaba embarazada, pues se lo escondió a todo el mundo; no lo anunció hasta el séptimo mes. Por entonces, Martín y Miguel recibieron alborozados la noticia y esperaron la llegada del heredero de las dos familias. Su padre había adorado a Olivia desde el primer momento. Pero Martín, de manera muy extraña, a pesar de no dudar de su paternidad, no se había comportado con ella como un padre cariñoso y entregado. Durante toda su infancia raramente había jugado con ella, como si hubiera sido incapaz de demostrarle su afecto. Aunque por otra parte jamás se había comportado mal con ella, algo que Paula jamás habría tolerado. Era como si Martín hubiera percibido en lo más profundo de su corazón que aquella niña no era realmente suya; como si sospechara algo que siempre se calló. Su propia familia adoraba a Olivia, y le prodigaba sus visitas. Habían sido muchas las razones que le habían aconsejado a Paula callar la verdad. Como en ese momento. Y entre esas razones se encontraba el temor a que su padre sufriera otro ataque, si se decidía a contárselo. No parecía existir ninguna forma de que compartiera aquella carga. 


Esas eran las reflexiones de Paula mientras montaba su hermosa yegua, Gypsy, cabalgando a través de los bosques que bordeaban el río. Finalmente salió a una pradera y dejó hacer a su montura lo que más le gustaba: galopar. El viento silbaba en sus oídos mientras disfrutaba de aquella sensación, enervante y relajante a la vez. Estaba especialmente encariñada con Gypsy. No había forma de que pudiera venderla, a pesar de que había recibido ofertas muy atractivas. Vendería hasta su última joya antes que desprenderse de aquel animal. Los Schroeder, buena gente como eran, se ocupaban de mantener a Gypsy en su granja, negándose en redondo a que Paula les pagara los gastos.

Traición: Capítulo 33

Aunque la enfurecía sobremanera, durante la comida Adriana le ofreció la oportunidad de que le confesara sus planes. Si Pedro iba a darle la espalda, alguien pagaría las consecuencias.


—Es maravilloso lo que tenemos juntos —le comentó—. Disfrutamos de nuestra mutua compañía. Eres un amante estupendo, pero de alguna forma siempre he tenido la sensación de que no confías del todo en mí. Creo que hubo una mujer con la que no te casaste, Pedro. Una mujer que te hirió mortalmente. ¿Tan difícil te resulta contármelo? 


—Todos tenemos nuestros pequeños secretos, Adriana — sonrió—. Cosas que mantenemos cerradas bajo llave.


Presa de un ataque de celos, Adriana decidió insistir:


—Aquella mujer con la que estuviste hablando en el funeral. El difunto era su marido, ¿Verdad?


—Vamos, Adriana...


—Estabas enamorado de ella, ¿Cierto? No te cierres a mí, Pedro. Te lo prometo, solo estoy intentando ayudarte.


—No sabía que necesitara tu ayuda —repuso Pedro con tono suave, llevándose la copa a los labios.


—Todo el mundo necesita ayuda —le aseguró—. Te echaría terriblemente de menos, Pedro, si salieras de repente de mi vida, pero tengo la extraña impresión de que es eso lo que va a suceder.


—Espero que no —comentó, afectado por sus palabras—. ¿No es posible que sigamos siendo amigos? Nunca hemos hablado de matrimonio entre nosotros, Adriana.


—Lo sé, pero... ¿No tienes la impresión de que cuanto más tiempo llevamos juntos, mejor es nuestra relación?


Pedro se dijo que no podía retrasar más el momento. Se inclinó hacia delante sobre la mesa, tomándole la mano.


—Adriana, nunca pretendí engañarte. Disfruto de tu compañía. Significa mucho para mí.


Adriana no puedo evitar replicar, exasperada:


—Al final solo se trataba de sexo, ¿Verdad, Pedro?


—No, era más que eso. No debes menospreciarte. Eres una mujer atractiva e inteligente. Y tienes la suficiente experiencia como para asumir esto con calma.


—Lo cual supone que no tengo intención de volverme a casar, ¿Verdad? —le espetó, sintiendo el urgente impulso de ponerse a gritar.


—Imagino que lo harás. Yo no soy el hombre adecuado para tí, Adriana.


—¿Porque estás enamorado de otra mujer? Aquella joven. Ella es la barrera que se interpone entre nosotros.


—Fue un terrible funeral —Pedro desvió la mirada. Su expresión se había oscurecido visiblemente—. Es triste ver morir a un hombre en la flor de la vida.

Traición: Capítulo 32

En el momento en que Adriana irrumpió en su despacho, sonriendo, seguida de una ruborizada Diana que se deshacía en disculpas por no haberle impedido el paso, Pedro todavía sostenía en las manos el documento fundamental. Rápidamente lo hizo a un lado, cubriéndolo con otros papeles.


—Gracias, Diana —le sonrió, tranquilizándola.


—Necesito verte, Pedro —le dijo Adriana—. Seguro que Diana te protege mejor que el servicio secreto a su presidente.


—Es mi trabajo —repuso Diana.


Mientras la secretaria se retiraba, Adriana se acercó a Pedro y lo besó en la mejilla.


—Llevas una semana sin llamarme —se quejó, haciendo un mohín.


—He estado terriblemente ocupado, Adriana.


—No hace falta que me lo digas —suspiró—. Te conozco —le acarició el cabello—. ¿Podemos comer juntos?


—¿Por qué no? —se dijo que habría sido cruel rechazarla, pero también lo sería esconderle lo que se proponía hacer con su vida.


Sabía que eso le dolería mucho. No podía menos que lamentarlo, pero también era cierto que había tenido mucho cuidado en no hacerle a Adriana promesa alguna.


—¡Estupendo! —el rostro de Adriana se iluminó de alivio y deleite—. Me alegro tanto de haber venido en este momento, y ello a pesar de los intentos de Diana por ahuyentarme.


—No lo interpretes así. Diana conoce mejor que yo mi agenda de trabajo. Confío plenamente en ella.


—No lo dudo, cariño.


—Por cierto, debo decirle algunas cosas —recordó de pronto Pedro—. Toma asiento, Adriana. No tardaré.


Adriana lo observó salir del despacho en busca de su secretaria. Pensó en el aspecto tan maravilloso que ofrecía, tan alto, tan ancho de hombros, con aquella elegancia natural... La encantaban sus trajes caros, sus finas camisas, sus corbatas de seda. Tenía el cuerpo de un atleta, y desnudo... Era un milagro de gracia y poder masculinos. Inadvertidamente, posó la mirada en los papeles de su escritorio. ¡Qué extraordinario! Se inclinó rápidamente hacia delante para estudiar un documento que estaba medio oculto por otros: había reconocido el nombre de un laboratorio, con el sello de confidencial. Era una prueba de ADN. De alguna forma intuyó que aquel papel significaba problemas. Una vez que había empezado, ya no podía detenerse. Leyó el documento desde el principio hasta el final, con el corazón encogido. No podía perder a Pedro. Ya no. Eso le resultaría insoportable. Nunca encontraría a nadie como él. Tan guapo, tan brillante, tan rico. Nadie podría hacerle sombra. Y Pedro Alfonso tenía una hija. Adriana adivinó sin la menor vacilación la identidad de la madre.

Traición: Capítulo 31

 —Basta con una sola vez —replicó con tono cortante, deslizando los dedos por la curva de su mejilla y bajando luego por su largo y fino cuello—. Te deseo —le confesó sin poder evitarlo—. No puedo recordar un solo momento en que no te haya deseado.


—¿Por eso buscabas consuelo en otras mujeres? —le preguntó ella, incapaz de disimular su amargura.


—Un consuelo pasajero, Paula. Nunca una pasión como la que nos consumió a los dos —le acarició la mejilla con el pulgar—. ¿Cómo puede el amor convivir con el odio?


—¿Tú me odias?


—Lo que me has hecho merecería que te odiara —murmuró, dolido—. Lo eras todo para mí, y me abandonaste por Martín White. Que Dios se apiade de su alma.


—Yo amaba a Martín —replicó Paula, negándose a reconocer la cruda verdad.


—Amabas el dinero, la posición, tu status en el distrito —la corrigió—. Amabas Bellemont, lo querías más que cualquier otra cosa. Tu padre te habría desheredado si te hubieras escapado conmigo.


—Nada se gana volviendo una y otra vez al pasado —repuso tristemente ella.


—El pasado nos acompaña siempre, Paula —intentó apartarse de ella, pero no fue capaz. 


El deseo se extendía abrumador por su pecho, forcejeando como un animal desesperado por salir de su encierro. La fina camisa que llevaba dejaba ver la turgencia de sus senos, como rosas cremosas. Se había dado cuenta de que no llevaba sujetador. Se imaginó deslizando una mano por aquella abertura en sombras, acunando voluptuosamente sus senos, acariciando delicadamente sus pezones... Y recordó. Paula desnuda bajo su cuerpo, con sus preciosos miembros bañados por la luz de la luna. Afuera murmuraban suavemente las hojas del árbol del caucho, acariciadas por la leve brisa. A través de las puertas del balcón, podían verse retazos de cielo tachonados de estrellas. El aroma de Paula mientras yacían abrazados, saciados y felices como una visión del cielo. Ella no lo rechazaba.  Lo amaba. Lo había amado cuando era niño, y lo amaba como hombre. Aquella había sido la primera vez para los dos. Había sembrado su semilla en aquel glorioso ritual de amor.



No le llevó mucho tiempo conseguir los resultados de la prueba de ADN. Eso había constituido una prueba irrefutable, aunque había sabido en lo más profundo de su corazón y de su alma que Olivia era hija suya. Aquella encantadora niña era fruto de aquella única noche en que Paula y Pedro se habían rendido a una abrumadora e incontenible pasión. Y se le partía el corazón al pensar que ella había permitido que Martín White usurpara su lugar, y educara a su hija como si fuera suya. Suzannah tenía muchas cosas de las que responder. Con los resultados de la prueba encima de su escritorio, estaba convencido de que no podría perdonarla. Los primeros seis años de la vida de Olivia perdidos para siempre. Seis años por los que suspiraría durante el resto de su vida. Se había marchado de Ashbury después de advertirle a Paula que regresaría una vez que consiguiera la prueba que necesitaba. La prueba de su paternidad. Armado con ese convencimiento, no dudaba que sus vidas sufrirían profundos cambios. En esa ocasión sabía que no perdería aquella batalla.

lunes, 21 de agosto de 2023

Traición: Capítulo 30

 —Después de todo, es hija tuya —asintió él con tono razonable. Eso le dió ciertas esperanzas.


—Pedro, debo volver a casa. Tenemos que poner punto final a esta conversación.


—¿No quieres dejar a Olivia al cuidado de tu padre? —le preguntó con certera intuición.


—No está en condiciones de cuidarla.


—Extraño, cuando probablemente a estas horas esté dormida. ¿Y si arranco simplemente y nos vamos de aquí? 


—Por favor, Pedro, no lo hagas —lo agarró de un brazo, suplicante.


—Supongo que te habrás pasado el día discutiendo con él —le comentó, como apiadándose de ella—. Conozco mejor que nadie el enorme poder que ejerce sobre tí. ¿Por qué no te consigues una casa propia? ¿Es que Martín no tenía nada que dejarte? —añadió, disgustado.


—Martín cometió demasiados errores.


—El menor de los cuales no fue casarse contigo —repuso con tono cortante—. ¿Es por eso por lo que frecuentaba a otras mujeres? ¿No podía soportar el dolor de saber que no lo amabas?


—Nadie tiene derecho a hablarme como tú lo estás haciendo ahora—las lágrimas asomaron a sus ojos.


—No lo dudes: Lo tengo.


—¿Por qué a los hombres les gusta tanto el poder? —inquirió Paula—. Poder sobre cualquier mujer. Esto parece un concurso entre mi padre y tú.


—Créete eso y te lo creerás todo. Admito que empecé de esa manera. Me situé en la carrera hacia el éxito. Necesitaba dinero, mucho dinero para imponerme a los que habían sido injustos conmigo. Pero la venganza es como el ácido: penetra hasta llegar al alma. Tu padre piensa que aún es un jugador con posibilidades, pero se equivoca. Martín ha desaparecido. El pobre e infeliz Martín, condenado a amarte. Tu vida ha estado plagada de culpas y de mentiras. ¿Y yo? Nada me ha desgarrado tanto como ver a mi propia hija...


Era terrible oír a Pedro decir aquello. Paula se sentía acosada, acorralada contra las cuerdas.


—Ya te lo he dicho: No —su voz destilaba una abrumadora emoción. No necesitaba todo aquel dolor... Y esa nueva acusación que no podía soportar.


—Antes no solías mentir —la tomó de la barbilla—. Llegaremos al fondo de la verdad, Paula. Y luego, que Dios te ayude.


—Ya te lo dije. Déjame, Pedro —le espetó—. Mi vida ya es bastante difícil de por sí. No necesito más problemas. Solo estuvimos una vez juntos —«Una sola vez», exclamó para sí. 


Y, desde entonces, el recuerdo de aquellas apasionadas y tempestuosas horas la había acompañado durante todos los días de su vida. Incluso cuando Martín le hacía el amor, temía pronunciar en voz alta el nombre de Pedro...

Traición: Capítulo 29

 —Te preguntaba por qué estabas tan tensa esta noche. El resto ya lo conozco.


—Mi padre todavía te odia, Pedro —lo informó con voz estrangulada.


—Lo cual me deja absolutamente frío. En el fondo, tú conoces la razón de ese odio. Tu madre lo abandonó. Desapareció. Nunca te permitirá que hagas tú lo mismo.


Paula sabía que lo que decía se acercaba terriblemente a la verdad.


—Olvidas que en cualquier momento puede sufrir otro ataque. No quiero tener que cargar con eso en la conciencia.


—Oh, Paula, deja ya de culpabilizarte por todo. Tu padre ha vivido plenamente su vida. Recuerdo su enfado cuando el médico le dijo que debía dejar de fumar y limitar su consumo de alcohol. Tú no fuiste su cómplice en eso, pero sí que lo fuiste en una formidable farsa... —la miró con los ojos brillantes.


—No sé de qué estás hablando —intentó en vano liberar su mano.


—Claro que lo sabes —replicó Pedro con tono duro—. Me entran ganas de estrangularte.


—Nunca imaginé que serías capaz de pensar algo así.


—Yo tampoco —respondió—, hasta que ví el rostro de mi hija.


Ansiando desesperadamente escapar a la condena que podía leer en sus ojos, Paula logró soltarse, y todavía tuvo fuerzas de ensayar una carcajada incrédula:


—¿Es por eso por lo que querías verme? ¿Creías que Oli era hija tuya?


—Sé que Olivia es hija mía —afirmó Pedro—. Lleva el nombre de mi madre. Tiene los mismos ojos de mi madre, con ese maravilloso color verdiazul. Su misma forma. Dios mío, Paula, ¿Es que nadie más se ha dado cuenta de ello?


—Debes de haberte olvidado de las hermanas de Martín — replicó, aterrada—. Los ojos de Sheridan tienen ese mismo color.


—No, Paula, esos ojos se heredan solamente en una misma familia. Y recuerdo muy bien los de la hermana de Martín. Oli ha heredado todos los demás rasgos de tí, pero tiene los ojos de mi madre.


—Estás terriblemente equivocado —lo intentó una vez más—. ¿Tanto deseas tener un hijo que quieres quitarme a mi pequeña?


—Que también es mía. No me tomes por un estúpido. Tengo muchos amigos médicos. Olivia se lanzó a mis brazos, ¿Recuerdas? Algunos cabellos de su larga melena quedaron en mi chaqueta. Los recogí y los guardé en su sobre. Encargaré una prueba de ADN... Y demostraré mi paternidad sobre la niña.


—Estás loco —se le quebró la voz.


—Tú eres la única loca si sigues manteniendo esta estúpida farsa —replicó con tono áspero—. ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué me engañaste? Me has privado de mi preciosa hija durante todos estos años. ¿Tienes idea del dolor que ahora me embarga? Me perdí su nacimiento. Me perdí su infancia. Me perdí los primeros años de su vida. Y mientras tanto he estado solo, Paula. Solo.


—Oli no es tu hija, Pedro...


—¿A quién estás intentando proteger, Paula? ¿A tí misma? Tu comportamiento ha sido deshonroso. Martín debió de haber sido muy desgraciado sabiendo que Olivia no era hija suya.


—Nunca en toda nuestra vida de casados me acusó de tal cosa —replicó gritando.


—Supongo que habría resultado demasiado doloroso. ¿Y qué me dices de tu padre? Solo Dios sabe cómo consiguió guardarse sus sospechas.


—No... —lo miró fijamente, pálida—. Oli es mi hija. Es mi viva imagen. Mi padre la adora.

Traición: Capítulo 28

 —¿Qué te propones hacer respecto a Alfonso? —le preguntó su padre poco después, volviendo a su arrogante comportamiento—. Permíteme que me ocupe yo de él.


—Ya he pagado las consecuencias de que tú te ocuparas de mis asuntos, padre. Voy a explicarle a Pedro el cambio de planes. Y será mejor que te mantengas al margen.


—Estoy muy decepcionado contigo, Paula. Te estás poniendo muy difícil.


Paula se dijo que debería haber adoptado esa actitud mucho tiempo atrás, pero se mordió la lengua. Esperó a Pedro en el porche, y corrió hacia la puerta de entrada tan pronto como vió las luces de su coche. Se había vestido discretamente para la velada, con una camisa de color azul marino y unos pantalones a juego que resaltaban la cremosa blancura de su piel. Mientras Pedro terminaba de estacionar el coche, ella se apresuró a abrir la puerta y se sentó a su lado.


—¿Qué es lo que pasa? —inquirió sorprendido.


—Pedro, no puedo acompañarte —lo informó con voz levemente temblorosa.


—¿No puedes o no quieres? —le preguntó él con tono sardónico.


—Mi padre no se encuentra demasiado bien como para que lo deje solo.


—Ya —rió desdeñoso—. Debería creérmelo, pero hay algo que no me cuadra. Tu padre es el viejo diablo más autoritario y manipulador que conozco. No está bien, Paula, y tú no deberías consentírselo. ¿Por qué el pobre Martín y tú no se fueron de aquí? ¿Acaso no querían vivir solos?


—No, yo no quería —contestó sin pesar. No había amado a Martin, pero tampoco había querido perder la magia de Bellemont.


Tenía los caballos, cuya sola presencia siempre le había proporcionado un enorme consuelo. Tenía sus paseos diarios por las viñas. Su pequeña hija disfrutando de aquel entorno natural, amándolo tanto como ella. Ni había podido ni podía marcharse de allí. Y Martín, por su parte, había estado demasiado pendiente de los beneficios que podía reportarle la finca, y del trabajo por el que Miguel le había pagado tan generosamente.


—¿Qué le sucedió a ese espíritu tan orgulloso que antes tenías? —se burló Pedro.


—Tengo que irme —declaró desesperada, con sus sentimientos por él tan intensos y profundos como siempre.


—¿Por qué estás tan tensa? —le preguntó, sujetándola de la muñeca.


—¿Por qué crees tú? —replicó, alterada—. Hace muy poco que perdí a mi marido. Se mató en un accidente de coche, en compañía de una amante. He perdido mi hogar, la casa en la que mi familia siempre había vivido. Mi padre sufrió una apoplejía. Y además se arruinó. ¿Y tú me preguntas por qué estoy tensa?

Traición: Capítulo 27

 —¿Sobre qué? —inquirió Miguel con tono ofendido—. No me recuerdes que es un hombre peligroso; ya lo sé. Ojalá regresara al país donde nació.


—Todos procedemos de alguna parte, padre —repuso, cansada—. Solo los aborígenes habitaron esta tierra desde siempre.


—No te importa que yo me oponga a que veas a ese hombre.


—Claro que no me importa —admitió Paula—. Escucha, padre. Yo amaba a Pedro. Lo amaba con todo mi corazón. Sabía que iba a pedirme que me casara con él. Y yo iba a aceptar. Estábamos hechos el uno para el otro; pura y llanamente. Pero Martín y tú destrozaron todo eso.


—Oh, ¿Por qué perdí todo mi dinero? —gimió su padre—. ¿Por qué confié tanto en Martín?


—Ya te lo dije. Porque él era uno de nosotros. Uno de los privilegiados.


—Aun así, no me arrepiento de nada.


—Pues es una pena, padre.


Continuaron discutiendo hasta que, media hora antes de que Pedro tuviera que pasar a recogerla, Paula decidió que no podría dejar a Olivia con su padre. En cierta forma, Miguel se había convertido en otra persona, y la niña desconfiaba de él. Nunca en toda su vida había sido tan desgraciado. «Y nunca tampoco ha perdido realmente el control sobre mí», se dijo Paula. Indulgente hasta decir basta, Miguel, en muchos aspectos, había sido un padre pésimo. No había forma de que pudiera verse con Pedro dejando a su nerviosa hija en casa.


—No hay muchos padres que hayan sido tan generosos como yo. Consentí que Martín y tú vivieran conmigo. Y les dí todo el dinero que querían.


—Nos enseñaste a ser dependientes, padre —replicó Paula—. Porque era eso lo que querías —se dirigió a Olivia, que acababa de volver de su habitación—. Vete a la cama, cariño. Mañana tienes que madrugar.


—¿Vas a salir tú? —le preguntó la niña, pensando que su abuelo se estaba portando muy mal con su madre.


—No, querida —respondió Paula con tono tranquilo, consolador—. El abuelo no se encuentra bien. No es un buen momento para dejarlo solo.


—Me alegro de que te des cuenta de ello —repuso él—. Sigues siendo una soñadora, Paula. Anhelando siempre cosas que no te convienen.



—¿Por qué el abuelo odia tanto al señor Alfonso? —le preguntó Olivia a su madre, ya en su habitación.


—No lo odia, cariño —respondió mientras la acostaba, besándola en la frente.


—Pero no lo quiere. Creo que es horrible que el abuelo no te deje salir con él esta noche.


—Lo he decidido yo misma. El abuelo no está para cuidar niños.


—Pero si yo me voy a quedar dormida en seguida —razonó Olivia. Realmente quería que su madre volviera a ver a Pedro.


—A dormir, cariño. Puedes quedarte tranquila. Yo me quedaré en casa.


—¿Sabes? No sé por qué papá no me quería.


Por un momento Paula se quedó sobrecogida de emoción.


—Él te quería, Oli. Tienes que tener en cuenta que no todas las personas son igual de cariñosas. No todo el mundo demuestra su afecto con besos y abrazos.


—El señor Alfonso me abrazó. Y a mí me gustó mucho que lo hiciera. Es como si lo conociera desde hace mucho, mucho tiempo. ¿No es gracioso?


—Eres una niña maravillosa —le dijo Paula, consternada por sus palabras—. Que tengas felices sueños, amor mío.


—Buenas noches, mamá.

Traición: Capítulo 26

 —¿Recuerdas dónde estaba el Chantilly Café?


—Claro —respondió Pedro.


—Allí hay un buen restaurante —comentó Paula, nerviosa—. El Augustine. Nos veremos allí. Pero me temo que hasta las ocho no podré ir.


—¿No te recogerá el señor Alfonso? —le susurró Olivia, porque no le gustaba que su madre condujera sola por la noche. No era seguro. Para que no le sucediera lo que a papá...


—Estaré a la puerta de tu casa a las ocho en punto —le ofreció Pedro—. No molestaré a tu padre.


—Usted no nos molestará en absoluto —repuso Olivia, esperando tener otra oportunidad de ver a aquel amigo de su madre.


En un impulso, Pedro se puso en cuclillas y la miró con tal expresión de cariño que la pequeña se lanzó a sus brazos, enterrando la carita en su cuello. No pudo soportarlo. Se olvidó de que prácticamente era un desconocido para ella, y la abrazó, acariciándole la espalda.


—¡Oh, Pedro! —susurró Paula, contemplando aquella escena.


—Le prometo que le volveré a ver —le aseguró Olivia.


Pedro se incorporó, acariciándole tiernamente la cabeza.


—Y yo, Olivia, te prometo que me verás durante el resto de mi vida.


Era una promesa que los tres tendrían ocasión de recordar. No había forma de que pudiera mentirle a su padre. Además, Olivia estaba tan contenta por el encuentro que habían tenido en la puerta del colegio, que no cesó de charlar sobre ello hasta que Miguel se lo impidió lanzándole una feroz mirada.


—¿Por qué no te cambias de ropa, cariño? —le sugirió Paula, dominando su furia a su vez. 


No estaba dispuesta a exponer a su hija a los malos humores de Miguel. Era un hombre amargado. Y Pedro había regresado para darles a ambos una buena lección.


—Sí, mamá —Olivia miró a su madre, que le sonrió para animarla.


—Cuando vuelvas, te tendré preparada una tacita de té.


—Quizá no haya oído bien —empezó Miguel tan pronto como desapareció Olivia—. ¿Pedro Alfonso se presentó en el colegio?


—Pasó por allí. Eso es todo.


—¡No me digas! Te estaba vigilando. Será mejor que tenga cuidado de no tropezar conmigo.


—Esta noche voy a cenar con él.


—Que tú... ¿Qué? —inquirió, rojo de ira—. ¡Ese hombre es un ladrón!


—Creía que ya habíamos aclarado eso, padre —repuso Paula lo más tranquilamente que pudo—. Y, por favor, no levantes la voz. No quiero que Oli se inquiete.


—No, pero quieres inquietarme a mí. Te prohíbo que salgas esta noche de casa, Paula. Tienes una hija de la que cuidar, para no hablar de mí.


—Padre, por favor —le suplicó, al límite de su paciencia—. No quiero discutir contigo. Soy una mujer mayor. Apenas me separo un momento de Oli y de tí. Pedro es demasiado poderoso para ignorarlo. Quiere hablar conmigo.

viernes, 18 de agosto de 2023

Traición: Capítulo 25

 —Pedro —repuso, pálida.


—Buenas tardes —sin dejar de sonreír, Pedro se dirigió entonces a la pequeña que lo miraba con sus enormes ojos verdiazules. Unos ojos de color cambiante, como el del mar. Unos ojos que podían tornarse muy azules o muy verdes según la ropa que llevara, o la luz del día. Unos ojos como los de la madre de Pedro. Sorprendido por aquel descubrimiento, el corazón le dió un vuelco en el pecho—. Pasaba casualmente por aquí cuando te ví —le dijo a Paula, intentando hablar normalmente a pesar de su agitación interior—. ¿Por qué no me presentas a tu preciosa hija?


—¡Hola! — la niña se adelantó a saludarlo antes de que su madre pudiera pronunciar una sola palabra—. Me llamo Oli — le tendió la mano—. Mi nombre completo es Olivia, pero todo el mundo me llama Oli.


—Encantado de conocerte, Oli —tuvo que dominar desesperadamente la emoción que lo asaltó, mientras estrechaba suavemente la mano de la niña. «Mi hija. ¡Dios mío!», exclamaba en silencio.


—¿Cómo está usted? —Olivia le sonrió, feliz, pensando en lo maravillosamente guapo que era, con esos ojos tan brillantes, que parecían diamantes negros. Tenía la sensación de haberlo visto antes en alguna parte.


—Me llamo Pedro Alfonso, Olivia. Tu madre y yo éramos buenos amigos.


—¿Ah, sí? Qué bien. ¡Ah, ahora me acuerdo! —la niña miró a su madre—. Una vez ví muchas fotos suyas en las que aparecía con mamá. Mamá se había olvidado de ellas. Estaban en un álbum, escondido en un armario. Mamá me dijo que erais primos. ¿Usted también es primo mío?


—Primo lejano, querida —intervino en ese instante Paula—. Él señor Alfonso y yo no somos parientes directos.


«Pues claro que no», pensó furioso Pedro.


—Me ha alegrado mucho verte, Pedro, pero tenemos prisa.


—Quizá pueda hacerles una visita.


—¿Qué tal si tomamos mañana un café? —le sugirió ella en un momento de puro pánico, con tal de librarse de él por el momento.


—Mañana no estaré aquí —explicó Pedro, todavía abrumado por la sorpresa de haber descubierto a su hija—. Tengo que regresar a Sydney. ¿Qué tal esta noche? Podríamos cenar juntos. En un restaurante, claro —no le pasó desapercibida su inquietud, y sintió una vívida furia mezclada con un violento dolor.


—Hoy no puedo, Pedro. Tengo que quedarme en casa conOli...


—Oh, no, mamá —intervino en ese momento Olivia, tirándola de un brazo—. El abuelo podrá cuidar de mí —estaba profundamente preocupada por su madre, consciente como era de su mal disimulada tristeza. 


Sabía que le sentaría muy bien cenar con el señor Alfonso. Claramente se daba cuenta de que era un hombre muy especial. Recordaba las numerosas fotos en las que su madre, muy jovencita, aparecía siempre al lado del mismo chico alto y guapo.


—Ya sé dónde vives, Paula —pronunció Pedro en ese momento, mirándola por encima de la cabeza de la niña y expresándole con la mirada todas las cosas que no podía decirle. Ya no podía dominarse más.


Paula sintió entonces todo el impacto de su reacción. Se sentía físicamente enferma, las piernas le temblaban. Olivia miraba sonriente a Pedro, ladeando la cabeza, con una sonrisa en los labios. Era obvio que le había gustado. ¿Y por qué no? El corazón se le encogió en el pecho.

Traición: Capítulo 24

En aquel momento Pedro era consciente de que producir allí vinos de tan alta calidad suponía un ambicioso desafío. Al paso que se concentraba en los viñedos, convertiría las cuadras en una escuela de equitación, donde se impartirían clases a los niños y niñas de la zona. Y no solo a los ricos, sino a todos los niños que amasen los caballos. No le resultaría muy difícil encontrar a la persona adecuada que regentase la escuela. Inevitablemente pensó en Paula. Era una excepcional amazona que tenía verdadera pasión por los caballos. Recordó las ocasiones en que habían montado juntos, galopando por todas partes, subiendo las colinas, descendiendo hasta el río... Él mismo tenía que agradecerle a Paula las lecciones de equitación que le había dado, a pesar de la oposición de Miguel Chaves. Allí, en Bellemont, había sido un chico inmigrante, despreciado por su pobreza. Pero estaban en Australia. Cualquiera, a base de esfuerzo, podía ascender hasta la cima.


Después del mediodía fue en coche hasta el pueblo, y estacionó frente a la escuela de primaria. Muchos más coches estaban empezando a llegar, mientras las madres se disponían a recoger a sus hijos. No vio por ninguna parte el Rolls familiar que había visto conducir a Paula el día anterior. Quizá tuviera un vehículo propio, que Pedro no pudiera reconocer... Casi la echó de menos entre la multitud. Los niños comenzaban a salir de sus clases, corriendo hacia la salida donde los estaban esperando sus madres. Esos eran los más pequeños; los mayores saldrían más tarde. Sin salir de su coche, lo observaba todo con curiosidad. Los críos llevaban gorras para protegerse del sol. La niñas también iban uniformadas. De pronto distinguió a Paula. Caminaba rápido, llevando a su hija de la mano y lanzando temerosas miradas a su alrededor.


—Maldita seas, Paula —pronunció Pedro para sí.


Evidentemente se estaba esforzando mucho para evitar que él vieraa su hija. ¿Por qué? De pronto sintió una opresión en el pecho, y tardó en recuperarse. Conocía la edad de la niña. Conocía su nombre. Sabía que Paula lo había traicionado para casarse con Martín White poco tiempo después. No dejaría que se escapara. Abrió la puerta del coche, ajeno al interés que suscitó su aparición. Todas las conversaciones cesaron de pronto. Todas las cabezas se volvieron hacia él. Tomó a Paula de la mano justo cuando se disponía a abrir la puerta de su pequeño utilitario blanco, hablando con tono suave y sonriendo para no alarmar a la niña:


—¡Paula! Qué alegría verte de nuevo.

Traición: Capítulo 23

 —¿Qué es lo que sabes?


—El plan que preparaste con Martín hace tantos años —al ver que permanecía en silencio, Paula añadió—: Lo sé. Martín me lo confesó al fin.


—¡Debí imaginármelo! —exclamó su padre con tono despreciativo—. ¿Cómo no me dí cuenta antes de que era demasiado débil para entrar a formar parte de nuestra familia?


—¿Es que no te arrepientes de nada? ¿Volverías a hacerlo si pudieras?


—¡Claro que sí! —respondió, más enfadado que nunca—. Lo último que deseaba en el mundo era que te casaras con ese chico. Siempre estaba tan seguro de sí mismo, con esa arrogancia que tenía....


—Él me quería.


Incluso su padre tuvo que reconocerlo. Sacudió la cabeza al tiempo que comentaba:


—Me caía bien al principio, hasta que los dos fueron creciendo. Entonces lo ví como lo que era realmente: el hombre que podía separarme para siempre de tí —y bajó nuevamente la cabeza.




Deambuló por la propiedad durante el resto del día, preso de una amarga nostalgia que tenía en el centro a Paula. Recuerdos de cosas pasadas. Jugando allí juntos, más de veinte años atrás. Las cuadras y los establos, ya desiertos. Los caballos todos vendidos, aquellas espléndidas criaturas que tanta paz y tanto placer le habían dado. Bajo un radiante cielo azul, recorrió las laderas cubiertas de viñedos abandonados. Vitus Vinifera, el vino sagrado, cuyo cultivo se perdía en la noche de los tiempos. Paseando entre las hileras de viñas, examinó cuidadosamente los rojos racimos de uvas del Chaves, aspirando su aroma a tierra fresca. Durante muchos años el Chardonnay había gozado del favor del público como vino blanco de mesa, pero Pedro siempre había preferido la famosa uva del valle de Chaves. Y todo aquello quedaba ya bajo su responsabilidad. No sabía cómo habían podido descuidarse tanto los cultivos. Había señales de deterioro por doquier. Él pondría fin a esa situación. Tenía planes muy ambiciosos. Francisco Schroeder y su hijo Lucas volverían a Bellemont. La familia Schroeder, de origen alemán como los inmigrantes que habían fundado las famosas bodegas del valle del Barossa al sur de Australia, había dedicado su vida al arte de hacer vinos. Y desde que la bodega fue creada a principios del siglo diecinueve, había trabajado para la familia Chaves. El antiguo caserón de la bodega, con sus galerías subterráneas, tenía un aspecto casi legendario, con su fachada de ladrillo amarillo decorada con el emblema de una preciosa violeta floreciendo sobre una vid. Una violeta del color de los ojos de Paula. La bodega tendría que ser restaurada, modernizada, equipada convenientemente. Pedro disponía de poco tiempo libre, pero contrataría a la gente más adecuada para esa labor. Pondría más tierras en cultivo, con más variedades distintas. Y crearía puestos de trabajo para la gente del distrito.

Traición: Capítulo 22

 —Esto es todo lo que tuvimos tú y yo. Sexo —era lo más ridículo que había dicho en toda su vida, pero la sensación de humillación era demasiado opresiva.


—Solo te tuve una vez —le recordó, sin inmutarse ante su acusación—. En esta misma casa, en tu dormitorio —«Donde dormí anoche, soñando contigo y rememorando tu traición», añadió para sí—. La única vez que conocí tu precioso cuerpo. Pero no la última —le agarró ambas manos—. Voy a ser el hombre de tu vida, Paula. Y no podrás hacer absolutamente nada para evitarlo — esbozó una triunfante sonrisa que la conmovió hasta lo más profundo de su ser.


Paula encontró entonces la fuerza necesaria para liberarse, corriendo apresurada hacia la puerta.


—Aléjate de mí, Pedro.


—No lo haré, Pau. Y lo sabes. Esto será lo que recibas por lo que me hiciste. Tal vez tu padre y tú quieran reflexionar sobre ello...




Cuando al fin Paula llegó a la casa de campo, después de conducir durante una hora por el campo, sin rumbo fijo, se encontró con que su padre la estaba esperando en el porche.


—Dios mío, ¿Dónde te habías metido? Estaba empezando a preocuparme.


—Lo siento —subió rápidamente los escalones de la entrada y le dió un beso en la mejilla—. Fui a ver a un conocido.


Miguel la siguió a la cocina, donde Paula inmediatamente se sirvió una taza de té. La necesitaba.


—Siéntate, padre. Tengo algo que decirte.


—Espero que sea algo bueno —rezongó, tomando asiento en una silla.


—No lo considerarás así. La agencia que compró Bellemont...


—¿Sí?


—Lo hizo en nombre de Pedro Alfonso—se acercó a él, poniéndole las manos en los hombros—. Por favor, no te alteres demasiado. Pero tienes que saberlo. 


No estaba preparada para su reacción. Su padre bajó la cabeza casi hasta tocar la mesa con la frente. Nunca lo había visto tan abatido.


—¿Acaso no había temido que llegara este día?


—¿Sabías que sucedería?


—Sí. Nunca en toda mi vida he conocido a nadie como él. En cierta forma, creo que siempre lo he temido. ¿No te parece estúpido?


—No —comprendía perfectamente lo que sentía su padre.


—Es un tipo frío y tranquilo, ¿Eh?


—Y muy rico —apuntó ella.


—He estado siguiendo su carrera —le confesó con tono seco—. Así que... ¿Todavía está enamorado de tí? —la miró a los ojos—. Lo viste, ¿Verdad? ¿Te encontraste con él en la casa?


—Pedro era la última persona a la que esperaba ver allí. Nos odia, padre. No podíamos esperar otra cosa, ¿Verdad?


—Y pensar que pude haberlo metido en la cárcel. ¿Es que no es consciente de la suerte que tuvo?


—Padre, ¿Cuándo vas a admitir que yo sé lo que pasó?


Miguel frunció el ceño, cruzando los brazos sobre la mesa.

Traición: Capítulo 21

 —Si lo sabía, nunca me dijo la menor palabra sobre ello — respondió, tensa.


—Sobre todo cuando estaba loco por tí, dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de conseguirte. ¿Cuándo descubriste que estabas embarazada?


—Lo descubrí una mañana, cuando me levanté vomitando — contestó con tono rotundo.


—Te lo repito, quiero ver a Olivia.


—Olivia nada tiene que ver contigo, Pedro. Lo único que nos puedes traer son problemas.


Pedro se echó a reír, desdeñoso, aunque por dentro su mente trabajaba a toda velocidad.


—Creo que me estás escondiendo algo.


—Me marcho, Pedro —la conversación se estaba tornando insoportable, y no sabía dónde podrían acabar...


—Un momento —la sujetó de un brazo—. ¿Qué pasa, Pau? Cualquiera diría que me tienes miedo.


—¿Y por qué no? Estás a punto de destrozar nuestras vidas —le espetó, sin pensar.


—¿Cómo?


—Estoy anteponiendo el bienestar de mi padre a cualquier otra consideración —explicó, nerviosa.


—¿Pero qué tiene eso que ver con que yo vea a Olivia?


—Déjame, Pedro. Si hubiera sabido que estabas aquí, jamás habría venido.


—Y yo no habría sabido que tienes una hija llamada Olivia — replicó él—. Ya me he vengado adquiriendo Bellemont, pero creo que, al final, yo sigo siendo el único ofendido.


Paula no pudo menos que asentir en silencio.


—Perdóname. Perdona a mi padre. Pero no nos pidas que volvamos a hablar contigo.


—No es a eso a lo que he venido —repuso Pedro con tono furioso, a punto de perder el control.


Le atronaban los oídos cuando la atrajo a sus brazos, sujetándola de una muñeca mientras la besaba a la fuerza. Paula sintió que el corazón le daba un vuelco en el pecho, y cerró los ojos ante la antigua pasión que empezó a correr por sus venas. Dolor. Soledad. Hambre sexual. Todo eso desapareció de pronto. Los años ya no contaron. Paula había regresado al pasado, su cuerpo estremeciéndose contra el de Pedro. No hizo el menor esfuerzo por liberar su mano. Él la besaba profunda, ardiente, implacablemente, despertando su deseo. Suzannah ya no podía ver el pasado, ni el futuro. Solo el presente.


—¡Mírate! —le ordenó él de pronto, haciéndole ladear la cabeza para que pudiera verse en el espejo: Los labios y los ojos entreabiertos, su expresión de anhelo—. Y repíteme ahora que no quieres volver a hablarme —se burló—. Me deseas, Paula.


Ella intentó golpearlo, ruborizada hasta la raíz del cabello, pero Pedro logró sujetarle la mano a tiempo.


—Vaya, aún conservas tu antigua animosidad —la atrajo aún más hacia sí.


Pero Paula ya se había recuperado. El mundo había dejado de girar a su alrededor y ya podía concentrarse en lo que quería decirle.

miércoles, 16 de agosto de 2023

Traición: Capítulo 20

 —Está más allá de mi perdón.


—Y yo del suyo. No fui buena con Martín.


—Martín te quería, a pesar de lo que sucedió —Pedro sintió una súbita punzada de amargura—. No te eches toda la culpa. Háblame de Olivia —se sentó frente a ella, deseoso de que olvidara su dolor.


—Es igual que yo cuando era pequeña —«Excepto en los ojos», añadió para sí—. Bastante alta para su edad, y muy inteligente. He empezado a darle clases de piano —recordaba vívidamente el momento en que Oli se sentó al piano para tocar las primeras notas, con tres años. A esa misma edad había empezado a leer.


—¿Y le gusta?


—Le encanta.


—Debe de haber heredado el talento musical de tí. Me gustaría conocerla...


—No creo que eso sea posible, Pedro —volvió la cabeza, desviando la mirada.


—¿Por qué?


—Por mi padre. No lo consentiría. Y su salud es muy mala. No puedo abandonarlo. Tú puedes tener todas las razones para odiarlo, pero a mí siempre me ha querido...


—Oh, Paula, despierta de una vez. ¿Cómo un amor puede ser tan terriblemente egoísta? Tu padre no estaba interesado en tu felicidad, sino en la suya propia. Cuando tu madre lo abandonó, él se concentró por entero en tí. Eras un perfecto objeto de adoración. Una niña hermosa, inteligente, llena de vida. Llevaste orgullo y satisfacción a su vida. Habría sido diferente si no hubieras recibido tantos dones de nacimiento.


—Si los tuve alguna vez, ya han volado —replicó ella.


—Pero seguro que no esperará que sigas viuda durante mucho tiempo, ¿Verdad? ¿Te ha buscado ya un sucesor para Martín?


Paula se levantó rápidamente del sofá, ruborizada de indignación.


—Tendrás que disculparme, Pedro. Tengo cosas que hacer.


—¿Como qué? —la desafió, siguiéndola con la mirada.


—Como por ejemplo, buscar empleo.


Pedro se echó a reír, despreciativo.


—Seguro que tu padre te habrá dejado algún dinero...


—Quiero trabajar —pronunció—. Aunque solo sea en un empleo de media jornada. Quiero compaginarlo con el cuidado de Olivia.


—Yo podría ofrecerte un trabajo de ama de llaves —le sugirió cruelmente.


—¿Eso te encantaría, verdad? —inquirió, furiosa.


—¿Pensabas que no querría hacerte sufrir?


—Soy consciente de que puedes llegar a ser implacable, despiadado. Y de que siempre me has visto como si fuera tuya. Hay demasiado poder en tí, Pedro —le dijo. 


¿Acaso no había estado a su lado todos los días de los últimos años, a pesar de que la había abandonado sin decir una palabra?


—Martín debió de haberse llevado una buena sorpresa cuando descubrió que no eras virgen, ¿Verdad? —comentó Pedro, haciéndola empalidecer.


De hecho, durante la noche de bodas Martín había bebido tanto que apenas pudo recordar nada que no fuera su gozo de haberla conseguido finalmente. De haberla ganado como botín de una guerra... La que con Miguel había librado contra Pedro.

Traición: Capítulo 19

 —¿Se parece a tí? —le preguntó Pedro con voz áspera, terriblemente frustrado por todo lo que había perdido.


—Sí. Dicen que es la viva imagen de su madre.


—¿Te quedaste embarazada la noche de tu boda?


—No voy a hablar de mi vida de casada contigo, Pedro — pronunció las palabras con mucho cuidado.


—Cuando todo el mundo sabe que fue muy desgraciada. No podía creerlo cuando me dijeron que Cinthia Carlin murió con él.


—Me duele mucho hablar de eso, Pedro. Tú no puedes comprenderlo.


—Pues yo creo que sí —se obligó a desviar la mirada de su rostro—. Lo que no consigo entender es por qué. Martín estaba loco por tí.


—No tanto.


—¿Qué se supone que quiere decir eso?


—La mejor manera de decirlo es que no teníamos mucho en común.


—Eso ya lo sabía yo. ¿Por qué te casaste con él, Paula? — era una pregunta que se había hecho millones de veces.


—No lo sé —pronunció, mirándose las manos—. Por despecho. No sabía nada de tí. Tu madre se negaba a decirme nada.


—Suele suceder con las madres. Quería protegerme. Tu padre pudo haberme encarcelado, ¿te das cuenta? Encarcelarme por algo que no hice. Y Franco Harris fue su cómplice.


Paula bajó la cabeza, ocultando el rostro bajo la cortina de su oscura melena. Miguel Chaves había sacrificado su propia integridad moral obligado por el miedo de perder a su hija, por el temor de que se marchara con Pedro. Era ella quien se lo había echado en cara, gritándole como una adolescente enloquecida hasta arrancarle la promesa de que no lo denunciaría. Fue un ultimátum. Pero a cambio de que Pedro solamente abandonara el pueblo. Y Miguel cumplió su palabra, decidido a borrar todo rastro de Pedro en la vida de su hija, en su corazón... Pero jamás lo consiguió. Su anhelo se vió multiplicado con los años.


—Lo lamento de verdad, Pedro. Te suplico que nos perdones — levantó la mirada hacia él, nublada por el dolor.


—Si no me creíste entonces —repuso él con voz áspera—, ¿Cuándo descubriste la verdad? No puedo creer que tu padre te lo confesara.


—Fue Martín. Cargó con ese peso en la conciencia durante años. Me lo dijo cuando no pudo soportarlo más.


Pedro empezó a pasear por la habitación, imaginándose a Martín robando aquellas joyas.


—Por supuesto, Martín. Probablemente pensó que tú le disculparías aquella trampa. Martín White, el chico de oro del distrito, siempre haciendo todo lo que tu padre le decía, para que tu padre lo recompensara entregándole tu propia persona.


—Está muerto, Pedro —le recordó ella con voz apagada.

Traición: Capítulo 18

 —Asegurarme de que sigue en las mismas condiciones que tenía cuando te la vendí —respondió, ruborizada.


—No estás obligada a hacerlo.


—¿Quieres dejarlo de una vez, Pedro? —le suplicó, sabiendo que nada conseguiría cicatrizar sus heridas.


—¿Dejar el qué?


—De comportarte de una manera tan odiosa.


—Qué curioso lo que dices, viniendo de t —esbozó una sonrisa sin humor—. Hay un hecho, Paula, que nada ha podido cambiar: Tú me acusaste de ser un ladrón.


—No —se dijo que solamente había confiado en su padre, que jamás antes le había mentido. Lo que había sentido por Pedro era una abrumadora compasión.


—Tu silencio me condenó.


—Me arrepiento muchísimo de ello, Pedro —las lágrimas asomaron a sus ojos—. ¿Es que no puedes perdonarme?


—¿Quieres escuchar una mala noticia? No. Mi madre murió. ¿Sabías eso?


—Sí. Quería escribirte, pero supuse que me odiarías y...


—Me temo que estabas en lo cierto —replicó, muy serio—. Murió con el corazón destrozado.


Paula se apartó de la chimenea, abriendo el balcón para que entrara la brisa.


—Yo la quería mucho, Pedro. Mucho.


—Y ella a tí.


—Nunca me dijo adonde te habías ido.


—Creo que deberías conocer la respuesta a eso. Pensaba, correctamente, que ya me habías hecho suficiente daño. Lo siguiente que supimos de tí fue tu boda con el pobre Martín.


Paula tuvo la sensación de que todo empezaba a girar a su alrededor.


—Eso hizo feliz a mi padre.


—Y tú naciste para hacer feliz a tu padre. ¿Qué hay de tí, Pau? Puede parecer terrible hablar de ello en un momento como este, pero no es ningún secreto que tu matrimonio no fue un gran éxito.


Paula se acercó lentamente a uno de los grandes sofás, y se dejó caer en él.


—Tengo a mi hija. La adoro.


La expresión de Pedro se tornó aún más tensa, y fijó en ella sus penetrantes ojos negros.


—Pudo haber sido nuestra hija —siguió un largo silencio—. ¿Cómo se llama?


—Olivia —respondió, ruborizada—. La llamamos Oli.


—¿Olivia? ¿Cómo te atreviste a ponerle el nombre de mi madre?


—Estás hablando conmigo, Pedro —se revolvió, furiosa—. Conmigo. Con Paula. Tu madre me dijo una vez que yo era la hija que siempre había querido tener. Gracias a ella me convertí en una notable pianista y, lo que es mucho más importante, en una mejor persona. Tenía perfecto derecho a bautizar a mi hija con su nombre, como homenaje a una mujer que tanto influyó en mi vida.


—¿Esperas acaso que me crea eso?


—Sí.


—A tu padre debió de haberle gustado saberlo —ironizó—. Y a Martín.


—Nunca lo supieron. Para ellos tu madre siempre fue la señora Alfonso; su verdadero nombre no fue jamás mencionado en su presencia. Y tu padre la llamaba Livi. Ni mi padre ni Martín se dieron cuenta de ello. Y Olivia es un nombre precioso, muy adecuado para una niña tan adorable. Solo tiene seis años.

Traición: Capítulo 17

 —Tenía que haberlo adivinado... —algo parecido a la furia brilló en los ojos de Paula—. Siempre supe que volverías para enfrentarte de nuevo con mi padre.


—Y contigo. No te olvides de tí, Paula. Tú fuiste la que me dijo lo mucho que me amabas. Que serías «Mi chica para siempre».


—Pero el azar se interpuso en el camino —se abrazó, como protegiéndose de la condena que parecía emanar de sus palabras.


—Puedes llamarlo azar si lo deseas —la miró, irónico—. Yo lo llamaría traición y chantaje.


—Nunca lo olvidarás —aquello la hacía sentirse desolada. Terriblemente sola.


—¿Crees tú que podría hacerlo?


—Mi padre es un hombre enfermo, Pedro.


—Yo no fui el culpable de su ataque, Paula. Y tampoco de su ruina. Si yo no hubiera comprado Bellemont, cualquier otro lo habría hecho.


—¿Pero por qué la querías tú? Tu vida no está aquí. Tampoco tu carrera, tu compañía. Y supongo que estarás casado... —pensó en la mujer que había visto en su coche.


—No he sentido la menor urgencia de casarme —le respondió con tono cortante—. Al contrario que tú. Y en cuanto a tu pregunta, esta es una magnífica propiedad, y yo necesito un refugio en el campo. Algo para relajarme.


—¿Un refugio? ¿Es que no vas a reactivar la granja?


—De alguna forma, lo estoy haciendo ya. Si tu padre y tú no se oponen a ello.


—Pareces tan amargado...


—Desde luego que lo estoy, pero no necesitas preocuparte por ello —se le acercó, haciéndola sentirse como si la estuviera acorralando en una esquina—. ¿Qué tal te has instalado en tu nueva casa? Anoche pasé al lado y la ví.


—Así que no llegaste esta mañana.


—No, Paula —le explicó con tono paciente—. Llegué ayer, procedente de Sydney. Me quedé a pasar la noche aquí —«En el dormitorio donde hicimos el amor aquella única vez», añadió para sí.


—¿Pero dónde dormiste? —le preguntó ella.


El mobiliario de las habitaciones de los invitados había sido vendido, y se lo habían llevado consigo...


—¿Qué importa eso? —en realidad, había pasado la noche en un saco de dormir, en el suelo—. Yo también puedo hacerte preguntas. ¿Qué estás haciendo tú aquí, en mi propiedad? —no había querido expresarse de esa forma, pero la tentación había sido demasiado grande.

Traición: Capítulo 16

Un largo sendero bordeado de árboles ascendía hasta la mansión, con hermosas vistas de las laderas salpicadas de viñedos y del arroyo que atravesaba toda la propiedad. Paula se preguntó qué haría el nuevo propietario con aquella extensión de terreno. ¿Volver a abrir los establos, poner nuevamente en funcionamiento los antiguos viñedos? Todo había caído en tal abandono... No alcanzaba a entender por qué su padre había puesto a Martín al mando de la finca. Martín nunca había tenido cabeza para los negocios. Jamás le habían gustado especialmente los caballos, por ejemplo. Pero Martín había sido uno de ellos, miembro de una de las antiguas familias del distrito. Miguel, hombre astuto como era, había transigido con eso. Para su propio perjuicio. La mansión se elevaba frente a ella. Coronando la colina, era un antiguo caserón de estilo colonial, con paredes de ladrillo rosado y columnatas blancas sosteniendo el amplio balcón de la fachada. Había otros edificios a los lados y detrás, pero la gran casa semejaba una joya arrojada a un oasis de Jacarandás. Cerca de ella, el sendero continuaba para rodear una espectacular fuente de piedra, que su padre había adquirido y trasladado desde Italia. Detuvo el coche a unos pasos de los escalones de la entrada, sorprendida al ver que la puerta estaba abierta, con las luces encendidas. Quizá la agente inmobiliaria que representaba a la familia estuviera allí, aunque no había señal alguna de su coche. ¿Habría estacionado en la parte de atrás?


—Carla, ¿Estás ahí? —llamó a la agente por su nombre, desde la puerta.


Reinaba un absoluto silencio. Fue en ese momento cuando se dió cuenta de que había unas llaves en la cerradura. Al menos no se trataba de un ladrón, aunque los robos eran algo infrecuente en el distrito.


—¿Carla? —entró en el vestíbulo, echó un vistazo a la gran escalera central y pasó luego al salón.


 Si se trataba realmente de Carla, ¿Qué podía estar haciendo allí? ¿Curiosear en la casa? El enorme salón dominado por las dos simétricas chimeneas de mármol blanco, bajo sendos espejos de estilo georgiano, estaba vacío. Todo aquel rico mobiliario había sido vendido junto con la mansión, además de la mayor parte de los bronces y pinturas. En la casa de campo, por otro lado, no habrían podido guardar tantas maravillas.


—¿Paula? —llamó una voz detrás de ella, sobresaltándola.


—¡Dios mío, Pedro! —exclamó, pálida—. ¿Cómo es posible que estés aquí?


Al principio no lo comprendió, pero de pronto contuvo el aliento al evocar un recuerdo. Cuando tuvo que marcharse de la población, Pedro habló de venganza. «Volveré, señor Chaves», recordaba que le había dicho a su padre, mientras Franco Harris lo introducía en el coche de policía, «volveré y ese será un día fatídico para usted». Paula sintió un escalofrío.


—¡Claro! La compraste tú, ¿Verdad? ¿Eres el nuevo propietario? —sabía que su suposición era acertada.


—Sí.


—¿Por qué no nos lo dijiste?


—Porque no quería que lo supieran —replicó con un frío tono burlón—. Creo que es obvio.

lunes, 14 de agosto de 2023

Traición: Capítulo 15

 —Detrás de una silla —reconoció Olivia—. Quería irme, pero en ese momento entró el abuelo con el señor Henderson. Hablaba muy alto. Sabía que estaba furioso, y yo no me moví... Hasta que se fueron de la biblioteca. El abuelo dijo un montón de cosas de papá.


—Eso es porque no sabía que tú estuvieras allí.


—Estaba muy enfadado por... La conversación —Olivia miró a su madre, incómoda.


—La gente siempre conversa, Oli —dijo Paula—. Mira, papá hizo todo lo que pudo en la difícil situación en la que nos encontrábamos.


—Porque te quería, mamá.


Las acacias florecían por doquier en las colinas, formando masas doradas de pequeñas flores amarillas, tan típicamente australianas. Hacía un día magnífico y soplaba una suave y perfumada brisa. Florecían también los prunos, los melocotoneros y los cerezos. Paula pensó que al cabo de unas pocas semanas les llegaría el turno a sus amadas jacarandás, que pintarían el paisaje con sus indescriptibles tonos malva azulados. En Australia, el florecimiento de los grandes árboles señalaban el tiempo de los exámenes para los estudiantes, y sobre todo para los que aspiraban a ingresar en la universidad. Ella los había aprobado con éxito, y Pedro con una nota inmejorable. Ambos asistieron a la universidad de Sydney; él viviendo en una pequeña pensión y ella en uno de los colegios mayores femeninos. Los dos regresaban a casa los fines de semana y vacaciones. Habían sido tiempos felices, en los que habían disfrutado de una vida libre y despreocupada. Consiguió primero su diplomatura en artes y regresó con su padre, que la había echado terriblemente de menos. Pedro continuó estudiando, con un futuro prometedor. Cuando Pedro siguió en Sydney, Martín y ella empezaron a verse con mayor frecuencia. Paula lo conocía desde siempre. Su familia la apreciaba mucho, y nunca había ocultado su deseo de que los dos llegaran a casarse algún día. Salían a bailar, asistían a fiestas... Nunca se lo pedía; era Martín quien tomaba la iniciativa. Él salía con otras chicas, desde luego, lo cual tranquilizaba a Paula; para ella, no era más que un simple amigo. Martín siempre había estado enamorado de ella, sin que Paula lo sospechara. Disimulaba tan bien sus sentimientos que nunca iba más allá de un rápido y casto beso de buenas noches, satisfecho de ejercer simplemente de acompañante suyo. El problema surgía cuando Pedro regresaba a casa, tan atractivo que las chicas del pueblo suspiraban continuamente por él. Paula podría haberse sentido terriblemente celosa con tantas amigas suyas persiguiéndolo. Por el contrario, el lazo que existía entre ellos no hacía sino profundizarse aún más. Nunca habían mantenido relaciones sexuales, a pesar de que el sexo era lo que todo el mundo de su edad tenía en la cabeza. Pedro la cortejaba, cuidada de ella. Era tan sencillo como eso. ¿Acaso no sabían, en lo más profundo de sus corazones, que un día terminarían casándose? Pero primero Pedro tenía que conseguir su licenciatura, para después abrirse paso en el mundo que se le ofrecía en bandeja. Esos eran sus sueños, los sueños de ambos. Sueños que serían cruelmente truncados. Porque el sueño del padre de Paula había sido muy distinto, y Pedro Alfonso no había formado parte de él.

Traición: Capitulo 14

 —Me gustaría que tú y yo viviéramos allí solas —le confesó en voz baja, mirándose las manos.


—Pero entonces, ¿Quién cuidaría del abuelo?


—Lo siento —murmuró Olivia.


—No te preocupes. Sé que eres una buena chica. Y sé también que el abuelo te ha estado gritando últimamente, porque está muy disgustado.


—Tú también lo estás, pero jamás me gritas. Y el abuelo es tan bruto...


—Hablaré con él, cariño. Me parece que siente nostalgia de Bellemont.


—Y yo. Es el mejor lugar del mundo —exclamó Olivia—. Lo echaré de menos cuando florezcan las jacarandás.


—Podremos dar paseos por el río —le sugirió Paula, a manera de consuelo—. El camino está flanqueado de jacarandás.


—No es lo mismo —repuso tristemente la niña—. ¿Cuándo vendrá esa persona que ha comprado Bellemont? ¿Querrá vivir allí? ¿Tendrá hijos pequeños? Apostaría a que querrán un poni, pero no se quedarán el mío.


—Nadie te quitará tu poni, Olivia —le aseguró Paula—. Lady está muy bien cuidada. Puedes montarla los fines de semana. Y en cuanto a los nuevos dueños, nada sé sobre ellos. La propiedad fue comprada por una agencia, en su nombre. Después de dejarte en el colegio, iré a dar una vuelta por allí...


—¿Para qué? ¿Para que te pongas triste? —Olivia miró a su madre con sus enormes ojos verdiazules.


—Quizá sí —Paula no podía negarlo—. Pero tenemos que ser valientes.


—De acuerdo. ¿Echas de menos a papá?


—Por supuesto que sí —respondió, sorprendida por su pregunta.


La asaltó una ola de amor y ternura. Era improbable que Olivia no hubiera escuchado los rumores que circulaban por el pueblo...


—Yo no le gustaba mucho —le confesó la pequeña.


—Cariño, él te quería —repuso su madre, mordiéndose el labio.


—¿De verdad? Nunca quería llevarme a ninguna parte. Nunca montaba a caballo con nosotras.


—Papá no eran tan aficionado a montar como nosotras — Paula se apresuró a acogerse a aquella excusa—. Además, siempre tenía muchas cosas que hacer para el abuelo. El abuelo lo mantenía muy ocupado.


—El abuelo dijo que papá había cometido muchos errores graves. Dijo que, por culpa de algunos de ellos, nosotros perdimos la casa.


—¿No te lo diría a tí, verdad, Oli?


—Se lo dijo al señor Henderson cuando fue a buscarlo a casa.


—¿Y dónde estabas tú, jovencita? —le preguntó Paula con tono suave. Henderson y asociados era la compañía de abogados de su padre.