viernes, 30 de noviembre de 2018

Una Noche Inolvidable: Capítulo 60

–¿Señorita? Hay un caballero... –Marta, el ama de llaves, asomó la cabeza por la puerta de la habitación que Paula usaba como despacho.

Paula alzó la cabeza, sorprendida.

–¿Un caballero? –Paula sintió que el corazón le daba un vuelco y cerró los ojos esperanzada–. Hágale pasar –dijo. Y se puso en pie para calmarse.

Había pasado una semana y ya se había dado por vencida. Tomó aire mientras Marta acababa de abrir la puerta, se retiraba y dejaba pasar a... Kevin Robbins.

–¡Paula! –la saludó con una luminosa sonrisa.

–Kevin –dijo ella sin ocultar su desilusión.

–También yo me alegro de verte –dijo él son sorna.

–Perdona, pero no te esperaba. ¿Te ha hecho venir Alejandra?

–Sí, para revisar un guion. Empezamos a trabajar juntos el mes que viene, tú misma arreglaste la cita.

Paula lo recordó en aquel momento. Pero lo había hecho cuando Pedro era lo único en lo que pensaba y haberse comunicado con Kevin por correo electrónico le había resultado indiferente.

–Lo había olvidado –dijo, encogiéndose de hombros.

–Lo que dice mucho del lugar que ocupo –dijo él con una mueca.

–Sí –dijo ella con franqueza.

–Lo sé. Me dí cuenta demasiado tarde de que había sido un idiota.

–Un idiota infiel –le corrigió Paula.

–Así es... Joaquín es lo único de mi matrimonio de lo que no me arrepiento –Kevin se volvió hacia la puerta abierta y al otro lado Paula vió a un niño sentado en un sofá: el hijo que Sabrina había estado esperando cuando Kevin rompió con ella–. De saber que estabas aquí, no...

Paula lo interrumpió.

–Me encantaría conocerlo.

–Es un chico fantástico –dijo él, iluminándosele la mirada–. Quizá tú y yo...

–No –dijo Paula.

Pero era verdad que quería conocer a Joaquín y presentárselo a los gemelos. Así tendrían compañía y la mantendrían ocupada, que era lo que necesitaba hacer para dejar de pensar en Pedro y olvidar cualquier esperanza de que fuera a buscarla.Tenía que aceptar la verdad. Amaba a Pedro Alfonso, por más que pensara lo contrario, él ni quería ni podía amarla.


En contra de lo que Pedro había creído, Paula no iba a volver. Después de intentar olvidarla en vano, había intentado convencerse de que se daría cuenta del error que había cometido y volvería. Él entonces sería generoso, sonreiría, la tomaría en brazos y la llevaría a la cama para demostrarle lo que se había estado perdiendo. Ese pensamiento era lo único que le hacía sonreír.

Una Noche Inolvidable: Capítulo 59

Un hombre se aproximó corriendo. Tenía un leve parecido a Rodrigo, pero pasó de largo y Paula sonrió con tristeza. No había otro Rodrigo que la rescatara. Aun así había aprendido que la vida podía cambiar en cuestión de segundos. Jamás habría podido predecir que en aquel instante sonaría su teléfono y que, en cuanto contestó, Alejandra dijo:

–Pablo se ha roto una pierna.

En Bangkok hacía un calor intenso y húmedo, y Paula se sentía agotada y dolorida cuando veinticuatro horas más tarde, Alejandra se abrazó a ella llena de gratitud.

–¡Gracias a Dios que has venido!

Estaban en el salón de la preciosa casa de Alejandra y el abrazo entusiasmado de ésta le hizo perder el equilibrio. Alejandra la sujetó por los brazos y le miró a la cara.

–¡Tienes una aspecto terrible!

Paula le dió las gracias mentalmente. Al menos «terrible » ya era una mejora respecto a cómo se sentía.

–¿Tan malo ha sido el vuelo? –Alejandra preguntó mientras la llevaba hasta un sofá y le hacía sentarse.

–No –se limitó a contestar Paula.

–¿Es por Delfina? –insistió Alejandra–. Pau, sé que ha vuelto a pelearse con Lucas, pero tiene que aprender a cuidar de sí misma.

Paula no lo sabía ni en aquel momento hubiera sido capaz de ocuparse de nadie más que de sí misma.

–Tampoco esperaba que lo dejaras todo y vinieras –continuó Alejandra–, aunque es verdad que Pablo se porta mejor contigo que conmigo y que él, Santiago y Melisa te han echado mucho de menos –mirándola con expresión inquisitiva, añadió–: Pero pensaba que tenías asuntos más importantes que resolver.

Paula sabía perfectamente a qué se refería y no tenía intención de contestarle.

–Me apetecía venir –dijo con firmeza–. Los echaba de menos. ¿Dónde está Pablo? Estoy deseando verlo.

Y aún más deseosa de evitar el interrogatorio de Alejandra. Debió de ser lo bastante convincente porque después de decir al chico de servicio que llevara la maleta a su dormitorio, Alejandra dijo a Paula que la siguiera.

–No les he dicho que venías. Quería que fuera una sorpresa.

La sorpresa fue tan grande y tan bien recibida como era de esperar. Santiago le saltó al cuello y Melisa se abrazó a ella diciéndole lo contenta que estaba, mientras el rostro de Pablo se iluminaba. Cuando ella les dijo lo contenta que estaba de verlos, no lo dudaron. Desde la muerte de Rodrigo habían sido el centro de su vida, y no tenían motivos para pensar que se hubiera producido ningún cambio.



Cuando le anunció a Pedro que se marchaba, este se había limitado a encogerse de hombros.«Haz lo que debas», dijo.Y ella, reprimiendo el impulso de abofetearlo, se fue. Porque estaba dispuesta a hacer lo que fuera necesario para olvidarlo.¡Olvidarla! Iba a ser imposible si cada vez que cerraba los ojos veía su imagen: Paula en la piscina, en la casa de adobe, en la mesa de la cocina, en Biltmore, en Mont Chamion, bailando descalza. En sus brazos, en su cama. ¡No conseguía borrarla de su mente! Lo que había entre ellos era excepcional. Nunca había sentido nada igual, ni siquiera por Aldana. Nadie le había hecho reír tanto ni lo había conocido tan bien. Pero había decidido tirarlo todo por la borda, y si eso era lo que quería, él no iba a impedírselo. Si se había recuperado de la muerte de Aldana, se recuperaría de la pérdida de Paula. No la necesitaba ni necesitaba el compromiso que ella le pedía. Acabaría la casa porque era su deber y se marcharía. Nunca mezclaba trabajo y placer. Había sido un estúpido infringiendo sus propias normas.

Una Noche Inolvidable: Capítulo 58

Pedro apretó los dientes ante la provocación mientras ella rezaba para que la contradijera, pero no lo hizo.

–Así es –dijo entre dientes, rabioso.

Paula se soltó de él.

–No te preocupes. Yo te ahorraré el esfuerzo –calzándose, tomó el móvil de la mesilla y bajó las escaleras enérgicamente.

Pedro bajó tras ella y la alcanzó en la puerta.

–¿Qué estás haciendo?

–Marcharme.

–¿Adónde? ¡Vives aquí!

–Pero no quiero quedarme –Edie tomó las llaves y el bolso, y llamó a Apolo–: Vamos.

–No digas tonterías –dijo él–. Si alguien ha de irse, soy yo.

–Muy bien. Vete al infierno. Me da lo mismo –mintió ella, sintiendo que las lágrimas le inundaban los ojos.

Abrió la puerta de par en par y bajó la escalinata con Apolo pisándole los talones. Pedro la siguió:

–¡Paula! ¡Maldita sea!

Pero ella no se detuvo porque no quería oírle decir que fuera razonable. Nada de lo que había sentido por él desde el instante que lo vió hablando con su hermana en el salón de baile había tenido nada que ver con la razón, sino con el instinto. Y durante el último mes, al saber que había ido allí por propia voluntad y no forzado por su madre, había querido creer que él también sentía algo por ella.Pero se había equivocado. Y ni quería ni podía quedarse cuando Pedro negaba un futuro con ella.

–¡Paula! ¡Por Dios!

Paula subió al coche con Apolo y puso en marcha el motor.


–¡No seas idiota! –Pedro asió la manija de la puerta, pero ella cerró los seguros y arrancó, negándose a mirar atrás y pestañeando para librarse de las lágrimas. Se había equivocado al dejarse llevar por la intuición.


Pedro la dejó ir. No tenía sentido seguirla en su coche y arriesgarse a que cometiera alguna imprudencia. Aunque ya lo había hecho al enamorarse de él. No valía la pena explicarle que pedir demasiado era tentar a la suerte. Ella, que había perdido a su marido, debía de saberlo mejor que nadie. Así que tendría que resignarse, se dijo, mientras las luces traseras del coche se perdían en la distancia. Aunque no pudo evitar desear que frenara, diera media vuelta y volviera a él para abrazarlo y dejar que la abrazara, para dar gracias a lo que había entre ellos. ¿Por qué no le bastaba?, se preguntó, iracundo, al tiempo que daba un puñetazo a la puerta del garaje.

Paula condujo hasta la playa más próxima a la universidad y fue a dar un paseo. Largo. Necesitaba despejar la mente y recuperar la perspectiva. Era el mismo lugar al que había acudido tras la debacle con Kevin. Fue allí donde Rodrigo se detuvo mientras practicaba footing y le dijo: «Te conozco». Y lo que siguió le cambió la vida.Ya no era la joven inocente de entonces, cuyo orgullo había sido herido por Kevin. Con veinticinco años, tenía mucha más experiencia. Sabía lo que era verdad y lo que era un sueño, y estaba convencida de que entre Pedro y ella había algo especial, y que él la amaba. Él era el equivocado, quien no creía ni confiaba. Y ella había fracasado al intentar cambiar eso.Pero no podía ni quería retirar lo que ya había dicho porque no podía vivir una mentira. Suspiró y contempló el mar mientras pensaba qué hacer, dónde ir, cómo reconducir su vida.

Una Noche Inolvidable: Capítulo 57

–Te dije que lo evitaras.

Era verdad. Pero también lo era que ella tenía otra certeza.

–Te conozco –dijo con voz queda pero firme–. Tú también me amas.

Él clavó la mirada en ella.

–No.

Paula recibió la negación como una bofetada, pero se negó a darse por vencida.

–¿No? Y entonces, ¿Qué hacemos aquí? –dijo, haciendo un ademán circular con el brazo.

–Disfrutar el uno del otro –dijo él.

Paula sacudió la cabeza.

–Es más que eso.

Pero Pedro se cruzó de brazos.

–Solo ves lo que quieres ver.

Paula pensó que, si se refería a amor, compromiso, honestidad y un futuro en común, tenía razón.

–¿Y qué tiene de malo? –preguntó.

–Que no va a suceder.

–¿Estás diciendo que no te importo? –preguntó ella con cautela.

–Claro que sí –dijo él–. Eres una amiga y una gran mujer.

No eran las palabras que Paula quería oír, y menos en el tono crispado en el que las expresó. Aun así, consiguió forzar una sonrisa.

–¿Y una buen amante? –sugirió con una dulzura que ya no sentía, pues se le había helado el corazón.

Solo había sentido algo parecido al perder a Rodrigo, pero este no había podido hacer nada al respecto, mientras que Pedro tomaba la decisión consciente de rechazarla. Él se volvió, a punto ya de ponerse los pantalones, y sonrió como si esperara que Paula lo invitara a volver a la cama.

–Una fantástica amante –dijo enfáticamente.

Pero Paula también se levantó. Sentía náuseas y frío y se vistió precipitadamente, como si la ropa pudiera darle calor. Aunque supiera que Pedro no creía verdaderamente lo que decía, lo importante era que él sí lo creía.

–Lo pondré en mi currículum –dijo, abotonándose la camisa con dedos temblorosos.

–¿Qué significa eso? –preguntó él con ojos entornados.

–Nada –contestó ella mientras buscaba las sandalias debajo de la cama.

 Vestirse completamente se había convertido en un símbolo, como si con ello se pusiera una armadura. Acababa de subirse la cremallera del pantalón cuando Pedro la tomó por el brazo.

–Paula –la miró fijamente y ella le sostuvo la mirada–. No hay motivo de que te enfades. Estamos pasándolo bien.

–Eso creía yo –dijo ella con voz quebradiza.

No quería manifestar cuánto le habían dolido sus palabras, pero por otro lado, qué importancia tenía si ya le había dicho que lo amaba.

–Sabías que no era lo que yo quería –insistió él.

–¿Y qué pasa con loque yo quiero?

–Estás cambiando las reglas.

–Las cambiaste tú al venir a por mí.

Pedro pareció a punto de negarlo, pero luego apretó los labios en un rictus y dijo:

–Lo había pasado muy bien contigo en Mont Chamion.

–¿Y por eso cruzaste el Atlántico y dejaste la restauración del castillo en Escocia por una casa de adobe de tercera? –preguntó ella con sarcasmo.

–Cuando acabe aquí, iré a Escocia.

–¡Querrás decir cuando acabes conmigo!

Una Noche Inolvidable: Capítulo 56

Aunque no fuera espectacular, era su hogar. Allí estaban sus fotos más queridas con su familia, y los recuerdos que conservaba de Rodrigo. Apolo salió disparado en cuanto los oyó entrar y luego volvió a su plato de comida. Tom maulló y se frotó contras sus piernas.

–Ya sé que tienes hambre –dijo Paula.

Y le sirvió comida en su plato. Pedro la abrazó por la espalda y le besó el cuello, rozándole con las manos los senos.

–Por si no lo has notado, yo también estoy hambriento –susurró, mordisqueándole el hombro.

Paula rió, dejó la comida de Tom y se sintió elevada y transportada al dormitorio. Pedro la dejó delicadamente sobre la cama, la desnudó y se desnudó a continuación. Luego ella le atrajo hacia sí para sentir el peso de su cuerpo, le rodeó el cuello con los brazos y se abrió a él. Se amaron con una frenética intensidad, sudorosos, calientes, conduciéndose mutuamente hacia la cúspide del placer. Pero tras el sexo, ninguno de los dos pudo dormir. Permanecieron abrazados; se adormecieron, despertaron e hicieron de nuevo el amor, antes de dormitar un poco más. Era de madrugada cuando ella le acarició el rostro, en el que brotaba la barba, mientras él enredaba los dedos en su cabello. Paula le besó el pecho y fue descendiendo por su vientre dejando un rastro de besos. Pedro contuvo la respiración bruscamente.

–Vas a matarme –susurró.

–Tengo hambre –dijo ella.

Y lo miró a través de la cortina de su cabello antes de volver a inclinar la cabeza y torturarlo con su lengua y sus labios. Hasta que Pedro tiró de ella, la colocó sobre su sexo y la hizo descender sobre él. Pedro se mordió los labios mientras ella cabalgaba sobre él. Estallaron juntos y Paula colapsó sobre él y oyó su corazón latir con fuerza contra su pecho. Él la mantuvo asida con los labios apretados contra su cabeza.

–¡Dios mío, qué me has hecho! –susurró.

Paula lo miró sonriendo, y dejándose llevar por su instinto, decidió entregarle su corazón de la misma manera que acababa de entregarle su cuerpo.

–Te amo, Pedro –se incorporó para besarlo–. Te amo –repitió.

Pedro se quedó rígido y su mirada, hasta ese momento rebosante de pasión, se quedó en blanco, inescrutable. Los dedos con los que le había acariciado la espalda y el cabello se quedaron paralizados. Y de sus labios escapó una única palabra:

–No.

-Que quieres decir? –preguntó ella, consciente del cambio experimentado en Pedro.

–No te enamores de mí.

Paula tragó saliva y sonrió, decidida a mantener la complicidad con él.

–Ya es demasiado tarde –fue a apoyar de nuevo la cabeza en su pecho, pero Pedro se alejó y, sentándose, empezó a buscar su ropa mientras mascullaba–: Maldita, maldita sea.

La espalda que Paula había acariciado unos segundos antes, era una pared que los separaba.

–Pedro –lo llamó.

Él se volvió bruscamente.

miércoles, 28 de noviembre de 2018

Una Noche Inolvidable: Capítulo 55

Pedro sonrió.

–En mis tiempos patiné bastante.

–¿De verdad? –dijo ella, entusiasmada–. ¿Por qué no vienes? Necesito un experto.


Pedro no había patinado con un skateboard desde hacía años, pero si eso significaba pasar el día con Paula...

–Vale.


Después de comprar y enviar las mejores ruedas del mercado, dieron un paseo y Paula, con ojos brillantes, sugirió que cenaran en el Biltmore. Se trataba de uno de los lugares más conocidos de Santa Bárbara. Estaba en la playa, y se trataba de un edificio de los años veinte, con un romántico estilo neocolonial español.

–Puede servirte de inspiración –dijo, animándolo.

Lo cierto era que quería ir al Biltmore con él para añadir una nueva página al álbum familiar, y aunque sabía que se arriesgaba demasiado, no había podido evitar hacer la sugerencia. En el Biltmore había celebrado con Rodrigo su compromiso; en él su padre le había pedido matrimonio a Alejandra, y su abuelo, un hombre acaudalado, había conocido a su abuela cuando esta trabajaba en él de cocinera. Así que pasar días memorables en el Biltmore era una tradición familiar.Pero no le dijo nada de eso a Pedro. Y no tenía la menor intención de declarársele. Ni él tampoco. Pero quizá sí algún día. Las semanas que habían pasado juntos había robustecido su relación. Las anécdotas de infancia que habían compartido les habían hecho sentir que tenían un pasado similar. Los dos había tenido una historia de amor dramática, valoraban la familia, los amigos, los perros, dar paseos, nadar y hacer el amor. Los habían amado y habían sufrido una pérdida. Paula no pretendía suplantar a Aldana en su corazón como sabía que él no ocuparía el lugar de Rodrigo. Había cabida para ambos. La alocada capacidad de arriesgarse una y otra vez de Alejandra se lo había demostrado.  Rodrigo le había enseñado a confiar y entregarse al amor. Amaba a Pedro.

Al volver de Mont Chamion se había dicho que no era posible, y al llegar Pedro a Santa Bárbara se había resistido con todas sus fuerzas. Pero ya no quería evitarlo. Amaba a Pedro.Y sugerir ir al Biltmore podía ser una manera de tentar a la suerte, pero correría ese riesgo. Estacionaron  el coche junto a la playa, y como era temprano para cenar, se descalzaron y bajaron a la arena. Pedro le tomó la mano y ella expuso el rostro al sol mientras le acariciaba con el pulgar el dorso. Charlaron, rieron y compartieron historias. También hubo momentos de silencio. Estaban cómodos el uno con el otro. Y cuando volvieron hacia el Biltmore, se sacudieron la arena, se calzaron y Paula se peinó el cabello. La comida fue maravillosa: marisco, pasta, ensalada. El vino que eligió Pedro estaba exquisito. Alzó la copa y, mirándola apasionadamente, la chocó contra la de ella diciendo:

–A tu salud, Paula Chaves.

Ella respondió:

–A la tuya, Pedro Alfonso–aunque en su corazón dijo «a la nuestra».

Se saltaron el postre porque en casa los esperaba algo mejor. Hicieron el trayecto casi en silencio, con Pedro sujetándole la mano mientras conducía con la otra. Solo se la soltó para salir del coche, y volvió a tomársela al llegar al pie de la escalera. Habían hecho el amor en casa de Alejandra, en la piscina, incluso en la casa de adobe, sobre una colcha. Pero normalmente iban a la casa de Paula. Y era su lugar preferido.

Una Noche Inolvidable: Capítulo 54

Delfina parecía tener problemas constantemente; y su madre llamaba a diario, en general por cuestiones de trabajo. Pero los pequeños, Melisa y los gemelos, Pablo y Santiago, acudían a ella en lugar de a su madre cuando necesitaban consuelo. Paula iba ser una madre excepcional. Y Pedro se encontró de nuevo pensando en la Paula del futuro.

–¿Tienes pensado vivir en la casa de adobe? –preguntó.

Paula, que iba a la cocina a meter una lasaña en el horno, se detuvo y,tras mirarlo con sorpresa, se quedó pensativa.

–No lo había pensado hasta hoy mismo –tras una pausa, asintió–. Creo que sí. No todo el tiempo, claro. No quiero vivir en la propiedad de Alejandra, pero ¿No te parece un lugar perfecto para venir de vacaciones con mi familia?

Afortunadamente, no esperó a que Pedro contestara, porque este no tenía respuesta.

–Así mis hijos podrán estar con Alejandra lo justo –sonrió–. Le encantan los niños, pero la rutina diaria no es su estilo.

Pero sí era el de Paula. Y Pedro lo comprobó aquella misma semana, con los consecutivos capítulos del drama de Melisa, y la llamada de Santiago al final de la semana pidiendo ayuda para poder ver por el ordenador un partido de béisbol desde Bangkok. Entre los dos lo consiguieron, afortunadamente para Pedro, justo a tiempo de poder llevarse a Paula a la cama.

–Estás muy ansioso –dijo ella cuando la llevaba en brazos escaleras arriba.

–Así es –dijo él, besándola y quitándole la camiseta en cuanto la posó en el suelo, ya en el dormitorio.

–¿Porqué? –preguntó Paula al tiempo que, igualmente ansiosa, le soltaba el botón de los pantalones.

–Porque no me sacio de tí.

Pedro la hizo retroceder hasta la cama. Era verdad. Cuanto más tiempo pasaba con Paula dentro y fuera de la cama, más tiempo quería pasar. Por eso le obsesionaba aprovechar cada instante antes de acabar la restauración. Pero no fue fácil alcanzar su meta, y tuvo que pensar en todas las estrategias posibles para estar en su compañía. Comían, pasaban la tarde en la casa de adobe, cenaban e iban juntos a la cama. Nunca había estado tanto con nadie. Pero en lugar de hartarse, un mediodía que tras recoger la cesta Paula le dijo que lo vería por la noche, le dijo, molesto:

–¿Dónde vas?

Le sorprendió cuánto le importaba que se fuera. Era la primera vez que trabajaba acompañado, porque no le gustaba que nadie interfiriera en lo que hacía. Ni siquiera Aldana le había acompañado mientras construía su casa.

–Le prometí a Pablo que compraría las ruedas del patín y se las mandaría hoy mismo.

Pedro la miró sorprendido. Aunque había aprendido a no subestimar los conocimientos de Paula, le pareció increíble que también supiera de patines.

–Tengo instrucciones muy precisas –dijo ella.

Y sonriendo, sacó un papel del bolsillo. Pedro lo tomó y lo estudió.

–¿Cómo vas a elegir si te da cuatro opciones distintas?

–Me ha pedido las mejores –Paula suspiró–. Las ha puesto en orden de preferencia. Si no, me ha dicho que le pregunte a alguien que sepa –lo miró expectante–. ¿Tú sabes algo de patines?

Una Noche Inolvidable: Capítulo 53

El día anterior le había dicho a Pedro que había seis peldaños. Los contó y se volvió con una sonrisa resplandeciente.

–¡Son seis! ¡Es perfecto! Gracias –se echó en brazos de Pedro, y lo besó.

Cuando ya pensaba que los besos pasarían a más, Pedro se separó de ella.

–Vienen dos yeseros después de comer.

–Mala idea –bromeó ella.

–Esta noche te compensaré.

–¿Es una promesa o una amenaza? –preguntó Paula, diciéndose que cada día era mejor que el anterior.

–¿Tú que crees?

–Que estoy ansiosa porque llegue la noche.

Paula  colocó el mantel en el nuevo suelo del porche para disfrutar allí del picnic. Después se fue para dejar que Pedro esperara a los yeseros, no sin antes darle las gracias una vez más por el porche y decirle cuánto le gustaba.

–Me alegro –dijo él.

–También te lo agradecerán mis hijos.

Pedro parpadeó, pero antes de que pudiera reaccionar, ella se puso de puntillas, lo besó y se fue.

¿Sus hijos? Pedro lo había hecho para ella, pero desde ese momento no pudo dejar de imaginar a varias niñas de cabello oscuro y niños pecosos jugando en él. La imagen le causaba ternura y rechazo al mismo tiempo. Nunca había pensado en Paula  más que en el presente, pero de pronto la podía ver rodeada de niños. ¿De quién? Borró la pregunta al instante porque de lo que estaba seguro era de que no serían los suyos, así que no era su problema. Pero la sombra de la duda lo acompañó toda la tarde. Cuando visitó la casa con los albañiles y entró en el antiguo dormitorio de Paula, lo imaginó como el de sus hijas. Y el de Benjamín le pareció lleno de pequeños que serían los hijos de ella.No prestó atención a los comentarios de los albañiles, así que cuando le dijeron que empezarían el lunes, se limitó a asentir. Se sintió aliviado de que se fueran y fue a casa de Alejandra antes de lo habitual.

Paula hablaba por teléfono y puso cara de sorpresa al verlo. Después de saludarlo con un gesto de la mano y una sonrisa, siguió escuchando lo que la otra persona le decía, asintiendo o dedicándole palabras de consuelo.Pedro estaba sudoroso y polvoriento. De camino a la casa había pensado ducharse con Paula, pero al ver que no sería posible, fue al cuarto de baño, se dió una ducha rápida y se cambió. Ella seguía al teléfono, concentrada en lo que la otra persona le decía, a la vez que organizaba algo para cenar.

–Sí –dijo–. Me acuerdo.

Paula encendió la televisión para ver los resultados del béisbol. No se unió a él hasta media hora más tarde.

–Era Melisa –dijo a modo de explicación.

–¿Desde Tailandia?

–Sí. Su novio la ha dejado.

–¿Tenía un novio en Tailandia?

–No, aquí. Ha leído en una revista de cotilleos algo sobre ella y Martín Holden, un actor, y Diego se ha ofendido.

Pedro no comprendía por qué Paula tenía que ocuparse de ese problema, pero por la expresión de su rostro, estaba claro que le importaba, como le importaba todo lo que le pasaba a sus hermanos. Paula era el pegamento que mantenía unida a la familia, y la persona a la que todos acudían en busca de ayuda.

Una Noche Inolvidable: Capítulo 52

Tras unos segundos, Paula le acarició el pecho y susurró:

–Ha sido... increíble.

 –¿Mejor que nadar? –bromeó él.

–Desde luego –dijo ella, sonriendo y pasando la mano por la parte de delante del bañador de Pedro–. ¿Y ahora?

–Aquí no –dijo él, elevándola hasta sentarla en el borde de la piscina e impulsándose él a su vez–. Para la segunda vuelta, es mejor la cama.

–¿Va a haber más de una? –dijo ella, provocadora.

–Tantas como podamos –dijo él, besándola.

Paula no se arrepintió de haber cambiado de idea. Pasaban los días juntos gracias a que ella, con tal de tener un teléfono móvil y un ordenador, podía trabajar en cualquier parte. Así que llevaba al mediodía el almuerzo y se quedaba el resto de la tarde.Comían en el porche, o en el interior si hacía demasiado calor; Pedro le contaba lo que estaba haciendo y ella recuperaba para él recuerdos del pasado. Cuanto más hablaban, más consciente era de lo importante que la casa era para ella. En una ocasión le dijo que allí había empezado todo, que era el lugar en el que sus padres le habían trasmitido la importancia del amor, de la lealtad y del compromiso. Pero se guardó para sí que esos eran los valores que le gustaría compartir con él y con sus hijos.

–Así que es una casa muy importante para tí.

–Exacto. Aquí he pasado los momentos más felices de mi vida –Paula recordó el día en que apareció el sheriff para hablar con su madre y la sonrisa se borró de sus labios–. Y algunos de los peores.

Pero Pedro la besó y dijo:

–Haremos que solo queden los buenos recuerdos.

Pedro Alfonso la hacía feliz. Parecía gozar haciéndola reír, e incluso adivinaba las cosas que le importaban sin que ella tuviera que expresarlas. En una ocasión, ella le mencionó que le encantaba jugar en el porche trasero, bajo las ventanas de la cocina.

–Era mi sitio favorito –dijo–. Benjamín  prefería los árboles. Pero yo jugaba a colegios allí con mi amiga Sofía. Me dejaban estar sola porque a mi madre le bastaba asomarse a la ventana para verme. Resultaba extraño recordar a la famosa estrella de cine Alejandra Schulz comportarse como una madre normal, pero así había sido por un tiempo. Me gustaría hacer lo mismo con mis hijos –dijo, pensativa.

Al día siguiente, cuando llegó para comer, Pedro dijo:

–¿Por qué no vamos al porche trasero?

–Está hecho un desastre –dijo ella.

Porque lo había estado el día anterior. Pero cuando llegaron a la cocina, la puerta se abría a un porche de madera nuevo. Paula  dejó escapar un grito, posó la cesta en la mesa y corrió al exterior.

–Oh. Oh, ¡es maravilloso! –exclamó, mirando alrededor–. Y las escaleras...

Una Noche Inolvidable: Capítulo 51

Hacía una atardecer tibio y el sol, que no había llegado a ponerse, flotaba como una bola naranja sobre los tejados de Santa Bárbara y el mar. Paula  tardó más tiempo que él en ponerse el bañador y pasó corriendo a su lado cuando él ya iba a la piscina. Cuando llegó, ella ya estaba nadando. Pedro se sentó en el borde y metió los pies en el agua mientras seguía el cuerpo de Paula que atravesaba el agua turquesa haciendo largos.

–¿No te bañas? –preguntó ella, asomando la cabeza al llegar a su altura.

–Estoy reservando energía –dijo él, sonriendo.

–¿Crees que vas a necesitarla? –preguntó ella con ojos chispeantes.

–Eso espero.

Se miraron fijamente y Pedro sintió su sexo endurecerse al instante. Paula se sumergió en el agua y le tiró de la pierna hasta quecayó al agua.Para cuando Pedro emergió, ella ya se había alejado. Pero él, en lugar de intentar alcanzarla precipitadamente, nadó con lentitud. Tenían tiempo. Se trataba de un juego y de algo más. Cuando la alcanzó, Paula lo esperaba y rio cuando él tiró de ella hacia sí y la besó. Aunque había pensado limitarse a besarla para provocarla, hacía tanto que ansiaba besarla que, estrechándola con fuerza, le abrió los labios con la lengua y se adentró en su boca para explorarla. Pero ni un beso ni tres fueron suficientes. Necesitaba más.

–Se supone que ibas a nadar –dijo ella, contra sus labios.

–No puedo –Pedro sacudió la cabeza–. Me estoy ahogando –de deseo, de necesidad por ella–. Paula –susurró, apretándola por las nalgas contra su endurecido sexo para que supiera cuánto la deseaba.

Ella enredó las piernas con las de él para acercarse aún más; se asió a sus hombros y con los talones le presionó la parte de atrás de las rodillas. Pedro metió los pulgares en la goma de su biquini y empezó a bajárselo. Paula se soltó de una pierna y luego de la otra para terminar de quitárselo. Entonces Pedro le acarició los muslos, subiendo la mano hasta la intersección entre ambos, y la acarició. Paula gimió, y presionó los labios contra los de él. Pero seguía sin ser suficiente. Se frotó contra su mano, la presionó. Él la penetró con los dedos y sintió las paredes de su interior contraerse en torno a ellos.

–¡Pedro! –exclamó ella.

–¿Sí? –musitó él.

La deseaba con desesperación, pero sabía que, si la tomaba en aquel instante, no duraría más que unos segundos. Había esperado tanto tiempo que no podría contenerse. Por eso quería proporcionarle placer a ella, y así demostrarle que había tomado la decisión correcta. Así que cuando Paula deslizó las manos hasta sucintura para quitarle el bañador, la detuvo.

–Pero... –protestó ella.

–Ya habrá tiempo. Ahora te toca a tí –dijo él.

Y movió los dedos para proporcionarle placer, mientras ella le presionaba los muslos con los talones y se arqueaba contra él, echando la cabeza hacia atrás. Hasta que Pedro sintió su cuerpo sacudirse y contraerse, y finalmente dejó caer la cabeza sobre su hombro y se quedó laxa en sus brazos, quieta, con el agua formando ondas a su alrededor y refrescando sus ardientes cuerpos y sus palpitantes corazones.

lunes, 26 de noviembre de 2018

Una Noche Inolvidable: Capítulo 50

Fueron a Leadbetter, la playa a la que Paula solía ir cuando estaba en el colegio. Se trataba de una playa urbana, de arena blanca y mar apacible, con el cielo azul a un lado del horizonte y las casas de tejados rojos de Santa Bárbara al otro. Paula la eligió porque tenía buenos recuerdos de ella y no era un lugar que soliera visitar con Rodrigo. Nadaron y pasearon, y Pedro pareció disfrutar tanto como ella. Se alegraba de haberlo invitado y de que lo que le había dicho Alejandra le hubiera dado esperanzas de poder conseguir algo. Gracias a Rodrigo sabía cómo hacerlo, porque él lo había hecho por ella.

Tras la dolorosa ruptura con Kevin, había evitado la compañía de los hombres y había perdido la confianza en ellos y en el amor. Por eso se había resistido a Rodrigo. «No quiero salir», solía decirle.«No quiero una relación». Rodrigo se limitaba a sonreír y a sugerir: «Vayamos a nadar», o «¿Por qué no volamos una cometa?». Nunca le exigía, solo le proponía. Y su perseverancia había vencido su resistencia. Porque antes que amantes, habían sido amigos. Quizá no había sentido la pasión que había despertado Kevin en ella, pero a la larga, habían construido una relación duradera y profunda. Claro que con Pedro las circunstancias eran otras. Ni se conocían desde hacía tiempo ni eran amigos. Lo primero que habían sido era amantes. Y desde ese instante había habido entre ellos algo... una chispa, una sospecha, una promesa. Ella había intentado ignorarlo, pero ese «algo» no había perdido intensidad.Por eso había decidido dejar de oponerse a ello, y seguir el consejo de Pedro. No porque pudiera elegir entre enamorarse de él o no, puesto que ya había sucedido.Si no entre huir o intentar establecer una relación. Había elegido detenerse y abrirle los brazos. ¿Y Pedro? Estaba en la posición en la que ella se encontraba antes de que Rodrigo apareciera en su vida, atrapado en el pasado por la muerte de su prometida. Había dado la espalda a los sueños y a la esperanza. Sin embargo, estaba segura de que sentía algo por ella. Si no, no habría estado allí. Aunque las posibilidades fueran limitadas, había decidido que entregar el corazón no era para los pusilánimes, que arriesgarse, tal y como había descubierto con Rodrigo, valía la pena.

Pedro no sabía por qué Paula había cambiado de actitud, pero estaba encantado. Desde que había dejado de evitarlo y acudía regularmente a visitarlo a la casa de adobe, los días eran mucho más agradables. ¿Y las noches? Tal y como las había imaginado.No había sabido qué esperar, pero Paula no había tardado en dejárselo saber. La misma noche del paseo por la playa y tras recoger la cena, dijo:

–Estaba pensando en darme un baño.

Pedro, que había confiado en que la sobremesa se prolongara, la miró desconcertado. Pero ella le dedicó una sonrisa pícara y añadió:

–¿Quieres acompañarme?

No tuvo que preguntarlo dos veces.

Una Noche Inolvidable: Capítulo 49

Había llevado los sándwiches y la manzana que él había preparado, pero, además, añadió una ensalada de patata, té helado y un par de cervezas.

–No estaba segura de lo que solías beber –explicó–. Así que he traído las dos cosas.

Había despejado la mesa de herramientas y había puesto platos de cartón y cubiertos. Pedro se sentó frente a ella entre divertido y perplejo. La única referencia a la noche anterior que hizo Paula fue decir que había hablado con su madre.

–Está encantada con la reforma –dijo con ojos brillantes–. Pero supongo que ella misma te lo dijo.

Pedro pensó que no habían mencionado la casa, y que a Alejandra solo le había interesado saber dónde estaba Paula. Pero eso habría significado explicar por qué había ido allí en primer lugar, y Pedro prefería evitar el tema. Así que asintió y dio un bocado a un sándwich seguido de un trago de cerveza. Después de todo, era sábado.

-¿Vas a trabajar todo el día? –preguntó ella.

–¿Se te ocurre algo mejor? –preguntó, seguro de que Paula se incomodaría.

Pero ella se limitó a decir:

–Estaba pensando en ir a la playa.

–¿Con tu novio? –dijo Pedro sin pensarlo.Edie lo miró desconcertada.

–¿Te refieres a David? –sacudió la cabeza–. No, pensaba ir sola. A no ser que quieras acompañarme.

Hizo la invitación como de pasada, y luego fue a servirse un vaso de agua al fregadero. Pedro titubeó.

–No me importaría –dijo finalmente–. Pero antes tengo que terminar algo. ¿Qué te parece en una hora?

–Perfecto –Paula sonrió y empezó a guardar las cosas en la cesta.

Pedro terminó la manzana y la cerveza y fue hacia la puerta para seguir trabajando. Pero antes de salir, dijo:

–Gracias por el almuerzo –tras una pausa, añadió–. ¿Qué ha cambiado?

Paula metió el cuenco de la ensalada en al cesta antes de mirarlo.

–¿A qué te refieres? –dijo con fingida inocencia.

Pedro la presionó.

–Hasta ahora has intentado evitarme. Hoy, no.

Paula sonrió con dulzura y bajó su cálida mirada, Pedro sintió que le subía la temperatura.

–Tienes razón –dijo ella–. Ya no.

–Porque... –Pedro intentó que continuara con una explicación.

Paula se encogió de hombros y se humedeció los labios.

–Porque solo tengo una vida –dijo con voz queda.

Una Noche Inolvidable: Capítulo 48

Pero podía haberse marchado al ver que ella no lo aceptaba. Podía haber dicho que la restauración no valía la pena. Y, sin embargo, no lo había hecho. Se había quedado, lo que significaba... Paula se sintió recorrida por un escalofrío al llegar a la conclusión de que le importaba a Pedro más de lo que él mismo estaba dispuesto a admitir. No se había quedado porque disfrutara con el proyecto, ni por el apasionado sexo que no estaban teniendo, sino por ella.Fue en aquel momento, a las tres de la madrugada, cuando Paula se descubrió sonriendo al techo. Al instante se dijo que no era el momento de sonreír, sino de decidir qué hacer. Que Pedro sintiera algo hacia ella, lo cambiaba todo.

Pedro estaba irritado, pero se dijo que era porque tenía hambre. Había tomado un café a las siete de la mañana, había trabajado desde entonces, y ya eran las dos. No pensaba volver a por su almuerzo, que había olvidado en casa de Alejandra, porque no quería que Paula pensara que quería averiguar qué había entre ella y su «perro guardián», el amigo de su marido. Además, seguramente se había tomado el sábado libre... igual que el viernes por la noche. Habría querido estar haciendo algo que exigiera más fuerza física, como tirar una pared, para así poder liberar la rabia que sentía acumulada en su interior. Se sacó un pañuelo del bolsillo y se secó la frente antes de colocar una teja en su sitio.

–¿Tienes hambre?

Alzó la cabeza creyendo que oía voces. Pero entonces tuvo la seguridad de escuchar pisadas y, al volverse, vió a Paula bajar la colina con Apolo. Llevaba unos shorts de lino y una camiseta verde, y su estilo informal le indicó que, efectivamente, no pensaba trabajar. Se había recogido el cabello en una coleta, se cubría la cabeza con una pamela, y llevaba una cesta al brazo. Al llegar al patio, dijo:

–Has olvidado el almuerzo.

–Ya.

–Te lo he traído –dijo ella, sonriendo–. Y el mío.

Pedro la miró con suspicacia, pero ella siguió sonriéndole, sin moverse. Tuvo la sensación de que algo no encajaba. La noche anterior Paula estaba furiosa con él y de pronto...

–O puede que no quieras comer –dijo ella finalmente–. ¿Te importa que yo sí?

Y sin esperar, entró en la casa. Si hubiera sido una veleta en el tejado, Pedro habría girado ciento ochenta grados al recibir la sacudida de una ráfaga de aire. Se rascó la cabeza. ¿Habría sufrido una insolación? Sacudió suavemente la cabeza y colocó otra teja. El estómago le rugió.

–Maldita sea –farfulló–. Está bien.

Y fue mejor que bien. En contra de lo que había esperado encontrarse, o bien la misma actitud arisca que la noche anterior o una disculpa, Paula se comportó como si no hubiera pasado nada y se mostró tan natural y encantadora como la inolvidable noche de Mont Chamion.

Una Noche Inolvidable: Capítulo 47

–¿Estás segura de que te llamó él? –preguntó.

–¿Qué está pasando? ¿Debía haberle dicho que no? Te fuiste con él la noche de la boda, así que suponía que te gustaba.

–Apenas le conocía.Y sí, me gusta.

–Entonces, espero que me perdones –dijo Alejandra.

–Está bien –dijo Paula–. Pero no vuelvas a hacerlo.

–Ojalá no haga falta –dijo Alejandra, dejando claro lo que quería decir.

–No es tan sencillo.

–Sé que amabas a Rodrigo...

–Esto no tiene que ver con Rodrigo.

–Porque amar a Rodrigo no puede ser la excusa de que des la espalda a la vida –dijo Alejandra como si Paula no hubiera hablado–. Yo adoraba a tu padre –a Paula le sorprendió que la voz de mona se quebrara–. Lo adoraba –repitió con la misma emoción.

–Lo sé, Alejandra –dijo Paula–. Siempre lo he sabido. Pero esto no tiene que ver ni con Rodrigo ni con papá.

–¿Entonces? –insistió su madre.

–Se trata de Pedro.

–¿Qué pasa con él?

–Ese es el problema, que no lo sé. Mañana te llamo –dijo Paula–. Estoy cansada. Necesito dormir y pensar.

–Procura no hacer las dos cosas al mismo tiempo –bromeó Alejandra–. Y si necesitas hablar, llámame.

–Gracias –dijo Paula, distraída, enfrascada ya en sus propios pensamientos.

En términos científicos, cuando los fenómenos no eran explicables por las leyes de la naturaleza, exigían un cambio de paradigma y una profunda reflexión. Aquella noche, eso fue lo que Paula hizo: permanecer con la mirada fija en el techo repasando los acontecimientos de la semana previa desde una nueva perspectiva. En lugar de olvidar la casa de adobe tras aconsejar a Alejandra un par de arquitectos, tal y como había hecho en la boda, Pedro se había acercado en persona a verla, y costaba imaginar que fuera por el entusiasmo que le producía realizar aquel trabajo. Como Alejandra había insinuado, los dueños de edificios históricos se rifaban a Pedro Alfonso para que llevara a cabo su restauración. A su pesar, Paula no había podido reprimir el impulso de buscar información sobre él y había descubierto que era considerado una autoridad en su campo. Así que, ¿Por qué habría elegido la casa de adobe como uno de sus proyectos? Si la capacidad de seducción de Alejandra no había intervenido, entonces... ¿Qué? La única explicación podía ser que hubiera acudido por ella. No se atrevía ni siquiera a considerar la posibilidad por más que hubiera sido su instinto inicial. Además, Pedro se había ocupado de anular cualquier expectativa por su parte. Ella le había dejado claro que podía llegar a sentir algo más por él, y Pedro la había rechazado. Solo quería una relación física.

Una Noche Inolvidable: Capítulo 46

–Has llamado –dijo Paula, irritada, cuando su madre finalmente contestó el teléfono.

–¿Estás bien? –preguntó Alejandra, sorprendiéndola.

Al llegar al departamento, Paula había encendido el teléfono y había encontrado once mensajes de ella. Mientras que los primeros trataban asuntos de trabajo, en los últimos sonaba alarmada.

–Estoy perfectamente. Tenía una cita –dijo.

–Pedro ha dicho que no sabía dónde estabas –replicó su madre sin disimular su irritación.

–No había quedado con él –dijo Paula en el mismo tono–. Y, por cierto, no necesito que me busques pareja.

–¿Qué? –preguntó Alejandra, fingiendo que no sabía qué quería decir.

–Sabes a qué me refiero –dijo Paula, que no se dejaba engañar por las habilidades interpretativas de su madre–. No necesito que me busques hombres. A ver si te enteras de que se trata de mi vida y que hago con ella lo que quiera.

Tras una prolongada pausa, Alejandra contestó:

–Estoy segura de ello.

Paula no se ablandó.

–Lo digo en serio. Te lo dejé claro después de la boda en Mont Chamion.

–Me dijiste que no intentara reunirte con Kevin Robbins nunca más –dijo Alejandra.

–¿Y no lo entendiste? –dijo Paula–. ¿O también me has mandado a Kevin?

–¿Qué quieres decir con «también»?

–Además de a Pedro –dijo Paula, furiosa con la fingida inocencia de su madre.

–No te entiendo.

–Ah, no. ¿Y qué hace aquí?

–Cuando llamó, me dijo que quería ver la casa de la que le había hablado –dijo Alejandra.

Paula abrió la boca, pero no le salieron las palabras. ¿Pedro la había llamado?

–¿Quién llamó a quién?

–Pedro a mí –dijo Alejandra con firmeza.

–Entonces... ¿Por qué...? No comprendo –dijo Paula. Y se sentó porque las piernas le temblaban.

–Pues a mí me parece evidente –dijo Alejandra.

Paula sacudió la cabeza.

–No –se limitó a decir.

–¡Por Dios, Paula! –dijo Alejandra, exasperada–. ¿Por qué crees que quería renovar la casa, para mejorar su currículum? Permite que lo dude.

–Pero entonces...

–Ha ido por tí–dijo Alejandra con absoluta certeza.

–Pero... –una vez más, Paula se quedó sin palabras y sacudió la cabeza.

Al llegar Pedro, había creído en esa posibilidad inicialmente. El corazón se le había acelerado y había albergado la esperanza de que esa fuera la razón de su visita. Pero entonces le había preguntado qué lo había llevado hasta allí. ¿Y qué había contestado Pedro? No conseguía recordarlo. Pero aunque no hubiera afirmado que había acudido por ella, tampoco lo había negado. Dijo:«He estado hablando con tu madre». Se quedó paralizada, concentrándose en el recuerdo de la escena, pero sin querer llegar a creer en una nueva explicación.

–¿Paula? –dijo su madre en el silencio.

Paula seguía pensando. ¿Qué habría movido a Pedro a renovar la casa de adobe si no era...?

viernes, 23 de noviembre de 2018

Una Noche Inolvidable: Capítulo 45

–Gracias de nuevo, David.

Él sonrió con dulzura, como si la comprendiera.

–Ha sido un placer.

Por un segundo, Paula pensó que no tendría que besarlo, pero David inclinó la cabeza y le rozó los labios. No fue nada. Y Paula no sintió la más mínima alteración.

–Le preguntaré a mi madre sobre la charla en el instituto –dijo–, aunque no sé cuándo hablaré con ella porque no contesta el teléfono.

–Ahora ya sí –dijo una voz grave. Paula se volvió sobresaltada y vió a Pedro salir de las sombras–. Quiere que la llames esta misma noche.

Paula no supo cómo lo hizo, pero de pronto Pedro estaba entre ella y David, como un padre cuya hija se hubiera saltado la hora de llegada.

–Este es Pedro Alfonso–dijo a David–. Está restaurando la casa de adobe para mi madre –explicó, aunque no supo si a Pedro o a David.

–Tu madre quería saber dónde estabas y con quién habías salido –siguió Pedro, como si ella no hubiera hablado.

–Gracias por esperar para darme el mensaje –dijo Paula, cortante, sin molestarse en presentar a David  al ver que Pedro no escuchaba.

–Yo también he salido. Acabo de llegar –dijo él, sonriendo con sorna.

Paula recibió el dardo. Era evidente que no perdía el tiempo. David, que los había observado como si jugaran un partido de tenis, dijo a Pedro con amabilidad:

–No te quedes despierto por nosotros.

Paula se volvió a él, admirada de que se mantuviera firme frente a un Pedro que se estaba comportando como un bulldog defendiendo un hueso. Pedro se tensó ostensiblemente y Paula, aunque fascinada con la escena, pensó que no quería ser testigo de una pelea entre dos hombres tratando de marcar su territorio. Además, no quería que David saliera perjudicado. Así que se volvió hacia él y dijo:

–Será mejor que vaya a llamarla. Mañana por la mañana te llamo para decirte qué ha dicho.

David pareció vacilar, pero finalmente asintió con la cabeza.

–Muchas gracias –la miró prolongadamente,como si estuviera reconsiderando lo que había pensado hasta entonces. Entonces se volvió a Pedro–: Soy amigo de Paula... y de su marido –dijo, para explicar su actitud protectora.

Con ello pareció haber dejado clara su posición, volvió a su coche y se marchó. Edie tuvo ganas de abofetear a Pedro.

–Podías haber esperado –dijo, entre dientes.

Él se encogió de hombros.

–Y tú podías haber dicho dónde ibas.

En lugar de mirarse, mantuvieron la vista fija en el coche que se alejaba. Solo al perderlo en la distancia, Paula se encaminó hacia casa de Alejandra  para buscar a Apolo.

–No creía que te importara –dijo, malhumorada.

–A tu madre sí.

Ese era el resumen de la situación. A él le daba lo mismo.

–Ya la llamaré –Paula abrió la puerta y dejó salir a Apolo.

Retrocediendo sobre sus pasos, ignoró a Pedro y siguió de largo, mientras sentía su mirada clavada en la espalda hasta que cerró la puerta de su departamento.

Una Noche Inolvidable: Capítulo 44

David Saito era un hombre agradable y divertido, y más guapo de lo que Paula recordaba. Daba clases de Lengua y Literatura, no salía con nadie, y era evidente que mostraba interés por ella. En resumen, era el tipo de hombre tranquilo y estable que Paula debía elegir si se planteaba mantener una relación seria.

Pero lo cierto era que el despertar hormonal que sentía cerca de Pedro se había convertido en un apacible letargo desde el momento en que David la había recogido. Y no se trataba solo de su cuerpo, sino también de su mente. Fueron a cenar antes del concierto y, por más que se esforzó por seguir la conversación de David, no dejaba de pensar en aquel otro hombre que cualquier día desaparecería de su mente; el hombre que quería acostarse con ella. Nada más. Intentó concentrarse en el presente y hacer las preguntas oportunas. Pero supo que había fracasado cuando David, tras hablarle de una obra de teatro que estaba montando en el instituto, le preguntó si la había leído y ella preguntó:

–¿De quién es?

–¿Romeo y Julieta? –preguntó él a su vez con una expresión de desconcierto que Paula estuvo segura de que no olvidaría.

Notó que se ruborizaba.

–Perdona. No sé en qué estaba pensando. Últimamente no duermo demasiado bien.

Al menos eso no era una mentira. David asintió en actitud comprensiva.

–Comprendo que todavía sea difícil –alargó la mano para darle una palmadita en la suya–. Me alegro de que hayas salido hoy conmigo.

–Yo también –dijo ella, aun sabiendo que los motivos eran distintos–. ¿Qué escenas van a hacer? –preguntó volviendo al tema del teatro. Y consiguió mantener la atención el resto de la cena.

El concierto fue ruidoso y divertido, en la playa, y con gente decidida a pasarlo bien. Como Paula. A pesar de que no pudo evitar preguntarse qué tipo de música le gustaría a Pedro; algo que nunca averiguaría, porque estaba decidida a evitarlo durante el resto de su estancia.Incluso cabía la posibilidad, se dijo mientras David la conducía a casa por las serpenteantes carreteras de la costa, que al llegar a casa descubriera que Pedro había decidido marcharse. Hacía una noche oscura y una luna creciente proyectaba sombras plateadas entre los eucaliptos. Paula vió las luces de la casa de Alejandra encendidas, y tomó el bolso del suelo mientras ensayaba mentalmente una despedida cordial de David. Tras una última curva llegaron frente a la casa y, al ver el coche de Pedro estacionado delante del garaje, el corazón de ella, sobre el que no tenía control, dió un salto de alegría.

–Lo he pasado muy bien –dijo a David.

Él apagó el motor y se giró hacia ella, sonriente.

–Yo también. Me alegro de que te animaras a salir.

–Y la comida estaba deliciosa.

–Son los mejores tacos de Santa Bárbara –la sonrisa de David brilló en la oscuridad–. Espero que repitamos.

–Yo también –Paula alargó la mano hacia la manija–. Gracias, David.

Tal y como suponía, él bajo del coche para abrirle la puerta. Luego la acompañó hacia su casa. Al llegar al pie de la escalera. Paula se detuvo y se volvió hacia él.

Una Noche Inolvidable: Capítulo 43

Cuando Paula había dicho que se tenía que ir, Pedro había asumido que se refería a la casa, pero al llegar al atardecer, todavía enfadado y excitado, decidido a enfrentarse a ella, encontró una nota: "He salido. Hay lasaña en el frigorífico. Ya he dado de comer a Apolo".

Pedro resopló. No estaba dispuesto a cenar la lasaña ni a quedarse solo con Apolo. Se dió una ducha y salió en busca de una buena cena y, a ser posible, de una mujer que le ayudara a olvidar a Paula Chaves.Lo primero fue sencillo porque Santa Bárbara tenía una amplia oferta de buenos restaurantes, pero las mujeres que conoció en un bar le resultaron o demasiado charlatanas o demasiado coquetas, y ninguna consiguió que se le alteraran las hormonas.Tomó una cerveza, charló con el camarero y vió un poco de béisbol antes de decidirse a volver a casa de Alejandra. Apolo lo recibió entusiasmado, de lo que dedujo que Paula no había vuelto. Y aunque solo eran las once, no pudo evitar preguntarse dónde demonios se había metido.Recorrió la planta baja y fue hasta el ventanal para contemplar la vista. Su móvil vibró. Miró la pantalla, pero no reconoció el número.

–Alfonso, ¿Dónde demonios estás?

–¿Alejandra?

Claro que era ella. Ni siquiera Paula tenía aquella voz tan sensual e inmediatamente reconocible.

–¿Dónde estás? –preguntó ella de nuevo–. ¿Estás trabajando en la casa? ¿Dónde está Paula?

Pedro se frotó la nuca.

–Sí, estoy trabajando en la casa –respondió con impaciencia–. Y no tengo ni idea de dónde está.

–¿Por qué no?

–No soy su guardián.

–¿Ah, no? –dijo ella en un tono que erizó el cabello de Pedro.

–No.

–Pero al menos la habrás visto. ¿Está en casa?

–Esta tarde estaba, pero ahora no –dijo él, malhumorado.

–Ah –con una sola sílaba Alejandra conseguía trasmitir más significado que otros con cien palabras. Tras una pausa, añadió–: ¿Ha pasado algo? –preguntó con aparente preocupación.

Pedro giró la cabeza en un círculo para relajar la tensión de los músculos.

–No, claro que no.

–Pues no contesta al teléfono –dijo Alejandra, claramente irritada–. Paula siempre contesta.


–Pero si es casi medianoche. Puede que esté dormida.


–Oiría el teléfono.


–Quizá no quiera contestar.


Alejandra descartó la idea con un resoplido.



–Necesito hablar con ella. Dile que me llame.


–Se lo diré.



Pedro se quedó mirando el teléfono al colgar, sin saber si estaba más irritado con Alejandra o con Paula... o consigo mismo por haber sido tan exigente con las mujeres que había conocido aquella noche.



Una Noche Inolvidable: Capítulo 42

Tras una pausa, Pedro, dijo:

–Ya está –y al mismo tiempo descendió de la escalera con la destreza propia de los profesionales y alcanzó el pie antes de que Paula la soltara, de manera que esta se encontró con la nariz pegada al cuello de Pedro, y su cuerpo encerrado entre sus brazos. Justo donde quería estar.

Por un instante, ambos se quedaron paralizados. Luego Pedro apoyó la frente en un  peldaño y suspiró. El leve movimiento acortó aún más la distancia entre la piel sudorosa de su espalda y los labios de Paula. Ella la besó. Sabía a sal, a Pedro.Él se volvió bruscamente.

–¡Por Dios, Paula! –exclamó. Y, abrazándola, la besó apasionadamente–. ¡Lo sabía. Te lo dije! –dijo, alzando la cabeza y mirándola con ojos brillantes de triunfo.

Paula se aferró a la razón y sacudió la cabeza.

–No.

Pedro la sujetó por los brazos con fuerza.

–¿Cómo que no? Tú me has besado. Me deseas.

Paula no negó lo evidente.

–Nunca he dicho lo contrario. Te deseaba.

–Me deseas –le corrigió Pedro.

Paula apretó los labios.

–Sí –admitió–. Pero como te dije, quiero más que eso –y bajando la voz, añadió–: Y tú no.

Mirándolo fijamente, retó a Pedro a que la contradijera. Él apretó los dientes y tensó la mandíbula. Paula bajó la mirada a su pecho moreno, que se movía al compás de su respiración agitada. Lentamente, volvió a alzarla y Pedro se la sostuvo en silencio. Un silencio que para Paula fue tanto como una confirmación. En la copa de los árboles se oía el trino de los pájaros. El sonido lejano de una motocicleta irrumpió en la naturaleza. Apolo, a sus pies, jadeaba. Paula dió un paso atrás, suspiró y dijo:

–Tengo que marcharme.

Pedro relajó los hombros y, mirándola con expresión recriminatoria como si la acusara de haber hecho un movimiento de aproximación y haber cambiado de idea, abrió las manos que había cerrado en puños. Lo que no sabía era que Paula habría preferido no tener que tomar esa decisión.

Una Noche Inolvidable: Capítulo 41

Cuando estaba en el colegio, el perro de una amiga suya había muerto por la mordedura de una serpiente de cascabel. Paula sabía que no habría podido hacer nada por salvar a Rodrigo, pero si a Apolo le pasaba algo... Después de recorrer toda la propiedad, se decidió a ir a la casa de adobe.

–¡Apolo!–lo llamó una y otra vez en el recorrido.

La primera vez que obtuvo respuesta, fue ya cerca de la casa, antes de llegar a lo alto de la colina. Una voz, apenas audible, dijo:

–Está aquí.

–Menos mal –gritó ella, apresurando el paso.

Sintió una alegría extrema al ver a Apolo en el porche, sacudiendo la cola entusiasmado, y se espantó al ver a Pedro, con el torso desnudo y a mitad de subir una escalera de mano, haciendo equilibrios con una viga apoyada en el hombro. Un extremo ya estaba en su sitio, pero para terminar de colocarla, debía apoyar el otro extremo en el lado opuesto del porche.

–¡Espera! –gritó al tener la impresión de que la escalera se tambaleaba.

En cuanto gritó, temió asustarlo y provocar su caída. Pero no fue así. Pedro se detuvo, y la buscó con la mirada. Paula terminaba de bajar la colina precipitadamente, resbalando y escurriéndose. Al verla, Apolo empezó a ladrar y a dar saltos de alegría.

–¡Para, Apolo! –dijo Paula, temiendo que golpeara la escalera.

Por una vez en su vida, Apolo obedeció, y se quedó mirándola mientras se acercaba con paso firme. Al llegar al pie de la escalera, lanzó una mirada furibunda al hombre que estaba encima.

–¿Qué demonios estás haciendo? ¡Podrías matarte!

–Tengo práctica –dijo él con la voz forzada por el peso que sujetaba.

Paula podía ver las gotas de sudor correr por sus mejillas y hacer surcos en el polvo que le cubría la espalda.

–Eso no quiere decir que sea sensato. Necesitas ayuda.

–¿Te estás ofreciendo voluntaria?

–Sí –Paula pasó de largo a Apolo y sujetó la escalera con fuerza.

Pedro la miró sorprendido y dijo:

–Quítate de ahí. Puedo caerme encima de tí.

–Pues será mejor que no te caigas –dijo ella, asiéndose a la escalera de manera que casi rozaba con la nariz la parte de atrás de los vaqueros de Pedro.

–¡Paula!

–¡Pedro! –dijo ella sin moverse.

–Maldita sea –masculló él.

Pero cuando se dió cuenta de que Paula no pensaba moverse, esta vió que las piernas se tensaban y subían un nuevo peldaño. La escalera vibró y ella la sujetó con fuerza. Desde arriba, le llegaba la respiración alterada de Pedro.

–Eres un idiota –dijo por distraerse de lo que podía pasar si Pedro se caía.

–Tú... –Pedro subió otro peldaño–. También.

Paula ya no veía ni sus botas, así que tuvo que alzar la mirada. Aparte de la viga, que daba miedo, la visión era espectacular. Quería haber apartado la vista, pero le fue imposible porque estaba como hipnotizada. Pedro había cambiado el peso para deslizar la viga hacia delante. Al moverse, la escalera tembló y Paula la afianzó hasta que se le quedaron los nudillos blancos.

miércoles, 21 de noviembre de 2018

Una Noche Inolvidable: Capítulo 40

Al preguntarse por qué no habría intentado recuperar aquellos recuerdos antes, se dió cuenta de que había temido vincularlos a la dolorosa muerte de su padre. Por otro lado, tampoco Benjamín había vuelto a hablar de ello. Ni siquiera Rodrigo, quizá porque no quería entristecerla. Pero Pedro hacía preguntas y ella las contestaba. Cuando se quejó de estar hablando demasiado de sí misma y que era su turno, Pedro  le contó historias de su infancia y de los veranos en Long Island con su hermano, Federico, y sus primos Alfonso, especialmente Felipe y Marcos, que eran de su misma edad.


–Éramos unos gamberros y siempre nos metíamos en líos –dijo.


Paula rió con las anécdotas y se espantó al ver las cicatrices. Y se dió cuenta de que, a pesar de no acostarse con Pedro, se enamoraba un poco más de él cada noche. Las sobremesas se prolongaban y se hacía más difícil cortarlas para ir a trabajar. Pero siempre lo conseguía porque era su única defensa.



Cuando llegó el viernes, se alegró de haber quedado con David. Para las cuatro de la tarde, tras varias conversaciones intensas y un nuevo intento frustrado de contactar con Alejandra para hablar de un guion, decidió tomarse un descanso e ir a su apartamento para decidir qué ponerse.

–Vámonos –dijo, volviéndose hacia Apolo.

Pero Apolo no estaba a su lado. Paula se levantó y recorrió la casa llamándolo. Desde que lo había adoptado de un refugio de perros, al volver a los Estados Unidos tras la muerte de Rodrigo, Apolo había sido su sombra. Jamás se separaba de ella. Intentó pensar cuándo lo había visto por última vez y recordó que había sido al mediodía. Apolo era un perro muy sociable y cuando había más gente, le gustaba jugar. Pero ella era la única persona en aquel momento. Excepto...


–¡Apolo, no te habrás atrevido! –exclamó.




Era imposible que hubiera ido tras Pedro a la casa de adobe. ¿Por qué iba a hacerlo? Sin embargo,era la única explicación.  A no ser que le hubiera pasado algo.«No, Dios mío».Se le hizo un nudo en el estómago al pasársele por la mente la desaparición de Rodrigo. Racionalmente, sabía que no era lo mismo. Apolo era un perro y estaba en su territorio; no era un hombre en un pequeño bote en medio de una tormenta. Era habilidoso y competente...Pero también lo había sido Rodrigo; además de ser un experto patrón. Simplemente, estaba en el lugar y el momento inadecuados.


Una Noche Inolvidable: Capítulo 39

El viernes, mientras retiraba la última viga podrida del porche, antes de poner las nuevas, dirigió la mirada hacia el columpio enroñado que colgaba de un árbol, en el que Pedro suponía que Paula había jugado de niña. No le costó imaginársela en él, alargando y encogiendo sus largas piernas, con el cabello flotando al viento. Sonrió para sí porque podía ver la escena sin ninguna dificultad gracias a las fotografías que estudiaba regularmente.En cambio le costaba imaginar a Alejandra antes de ser famosa, de joven madre y esposa, cocinando para su familia. Pero quien le interesaba era Paula. Normalmente, los habitantes de las casas que solía restaurar eran figuras históricas distantes, y no una mujer de carne y hueso con la que había comido pizza el martes y pastel de carne la noche anterior; la mujer con la que había hecho el amor en Mont Chamion, la mujer digna y de lengua afilada que se había derretido en sus brazos, la mujer con la que quería volver a acostarse. Pero cuando observó la fila vertical de marcas que ascendían por la pared, las azules marcadas con una B, de su hermano, y las rojas con una P, de Paula, volvió a pensar en ella como la niña que había vivido en aquella casa, a la que imaginó irguiéndose lo más posible mientras su padre la medía. Al instante recordó una fotografía, en la que, sentada en el porche, sonreía a su padre como si fuera el ser más maravilloso del mundo. Sonrió para sí, hasta que recordó que aquel mismo año, Miguel Chaves había muerto en un accidente de coche y la vida de Paula había cambiado para siempre. Unas pisadas en el suelo de madera le hicieron volverse bruscamente. Era Apolo, y Pedro miró expectante por si Paula lo acompañaba.

–¿Dónde está? –preguntó a Apolo, que obviamente no contestó–. ¿Paula?

Tras comerse unas migas del almuerzo de Pedro, el perro salió al porche y permaneció allí, sacudiendo la cola.

–¿Has venido solo? –preguntó Pedro, desilusionado.Tras una pausa, se encogió de hombros–. Ponte cómodo, tengo que seguir trabajando.


Paula pensó irritada que cuando Alejandra se dignara a volver, se quedaría asombrada de todo el trabajo que había hecho. Aunque fuera habitualmente eficaz, dedicarle al trabajo cada hora del día y parte de la noche para evitar pensar en Pedro Alfonso, estaba dando unos resultados espectaculares. Incluso contestar y recibir llamadas de las que normalmente se ocupaba Alejandra, era preferible a pasar la noche en vela pensado en el hombre que dormía en casa de su madre... en lugar de en su cama. Pero no caería en la tentación. No podía permitirlo.Ya era bastante malo que esperara cada cena ansiosamente y que no pudiera evitar preguntarle por el progreso en la restauración.

–Deberías venir a verla –decía él cada noche.

Y ella se excusaba por estar muy ocupada, pero lo cierto era que se moría de curiosidad.También él, que no dejaba de hacerle preguntas sobre el tiempo que había vivido en la casa. ¿Cuál era su dormitorio? ¿Quién puso el columpio? ¿Cómo celebraban las Navidades? Paula, que durante años había evitado pensar en aquel periodo de su vida, descubrió que en lugar de abatirla, ir recordando y contándole cosas la llenaba de dicha.

Una Noche Inolvidable: Capítulo 38

–No. Soy yo quien te invita a pizza –dijo él sin darse por aludido.

–Te he dicho que estaba ocupada.

Pedro volvió a mirar a su alrededor, indicando que no había la menor muestra de actividad.

–Ya veo –dijo con sarcasmo.

Paula exhaló el aire con impaciencia.

–No quiero cenar contigo.

–Porque no quieres enamorarte de mí –bromeó él.Y con una amplia sonrisa, añadió–: ¿O te resulto tan inaguantable que no quieres ni verme?

–Más o menos –dijo ella, tan seria como pudo.

–Bueno, si no quieres... –dijo él, acercándole la pizza para que la oliera.

–Está bien –dijo ella con resignación–. Siéntate.

–Antes tengo que darme una ducha. Ahora mismo vuelvo. No te la comas –y dándole la caja, Pedro salió y fue hacia casa de Alejandra.

Paula la metió en el horno para mantenerla caliente. Luego terminó la ensalada y puso la mesa para dos. Apolo y Tom se acercaron y les dió de comer.

–Eso es todo. No se dediquen a mirarnos expectantes –les dijo.

–No, eso lo haré yo.

Paula se volvió y vió a Pedro en la puerta, dedicándole una mirada que no dejaba lugar a dudas de lo que deseaba. Ella le dijo a su corazón que se calmara. Y a sus hormonas.

–Pues no te servirá de nada –dijo ella.

Pedro se encogió de hombros y fue hacia la mesa.

–De acuerdo. Estoy muerto de hambre –añadió, poniendo un trozo de pizza en cada plato y sirviendo la ensalada–. ¡Qué buena pinta!

Tenía razón y estaba deliciosa. Inicialmente comieron en silencio. Cuando acabó el cuarto trozo de pizza, Pedro se apoyó en el respaldo de la silla y suspiró.

–Desmontar un tejado abre el apetito.

Paula  alargó la mano hacia la encimera y le tendió la llave.

–Será mejor que la tengas tú. Así no tendrás que llamarme todo el rato.

Pedro puso cara de escepticismo, pero la tomó y la guardó en el bolsillo.

–Gracias.

La miró fijamente y una sonrisa bailó en sus labios. Paula se levantó bruscamente.

–Gracias a tí por la pizza –dijo, recogiendo la mesa.

–Y a tí por la ensalada –dijo él, imitando su tono amable.

Se acercó a ella por detrás, que contuvo el aliento.No necesitó girarse para percibir el momento en el que Pedro se separaba.

–Tengo que planear la obra –dijo él–. Así que será mejor que me vaya –al ver que Paula lo miraba por encima del hombro con sorpresa, añadió–: A no ser que tengas una idea mejor.

Paula sacudió la cabeza automáticamente.

–No, no. Buenas noches.

«Es lo mejor», se dijo. «Mucho mejor». Pero se quedó escuchando las pisadas alejarse.

Pedro terminó de desmontar el tejado a la mañana siguiente, y dedicó el tercer día a limpiar y clasificar las tejas. Echaba de menos a Paula, con la que solo coincidía durante la cena. O bien ella cocinaba aduciendo sentirse obligada a invitarlo porque la hospitalidad de Alejandra era legendaria; o él compraba algo en el pueblo. Pero Paula nunca lo visitaba en la casa de adobe.

Una Noche Inolvidable: Capítulo 37

Sabía lo que Pedro pretendía. Quería obligarle a demostrar que podía resistirse a él. Lo miró apretando los dientes. Pero entonces él se incorporó después de dejar las tejas en el suelo y se volvió, y ella sintió que la cabeza le daba vueltas.Tenía que conseguirlo. Se conocía y sabía cuánto se implicaba en las relaciones. Recordaba el dolor que le había causado no ser correspondida por Kevin. Una sola noche con Pedro ya la había afectado en exceso.Quizá no se había enamorado de él, pero tampoco la había dejado indiferente. Volvió a imaginarlo en su cama durante el periodo de restauración, o hasta que se cansara de ella, y luego su marcha, con una sonrisa y un adiós que la dejaría sola y con el corazón destrozado.


Pedro podía tener razón al decir que era sencillo, que bastaba con elegir a quien amar. Pero esa no era su forma de ser. Así que tendría que hacer acopio de fuerza de voluntad y resistirse como fuera.Obligándose a prestarle la menor atención posible, le ayudó a descargar las tejas mientras intentaba ignorar el brillo de sus ojos, su elegante caminar, su luminosa sonrisa. Y cuando terminaron, dijo:

–Hasta luego.

–¿Eso quiere decir que nos vemos más tarde? –bromeó él.

–Vamos, Apolo –dijo ella en lugar de contestarle.

Pero Apolo seguía a Pedro que le dió algo para comer.

–Es mi amigo –dijo él.

–¡Porque le estás sobornando! –protestó ella–. Está bien, quédatelo –dijo, irritada–, pero no te pases.

–Tranquila. Volveremos para la cena –prometió Pedro.

Paula masculló algo a la vez que tomaba el sendero hacia la casa.

–Iré por una pizza –dijo él, alzando la voz–. ¿Cuál te gusta más?

–Voy a estar muy ocupada –dijo ella.

 Así era. Evitando cruzarse con él.

–Muy bien. Hasta luego –dijo él, como si no la hubiera oído.

Paula terminó de trabajar y se dio un baño temprano para no coincidir con él. Estaba preparando una ensalada en su apartamento cuando oyó el coche de Pedro.Solo miró por la ventaba, se dijo, para asegurarse de que Apolo seguía con él. Luego volvió a la cocina.Una llamada a la puerta la sobresaltó.

–Ya estamos aquí –dijo Pedro, que entró sin ser invitado, con una pizza en la mano. Observó el cómodo sofá, las estanterías de maderas, la mesa de comedor y añadió–: Muy agradable. ¿Quién es ese? –preguntó al ver al gato en el alféizar de la ventana.

–Tom–dijo Paula–. ¿Qué haces aquí? No te he invitado.

Una Noche Inolvidable: Capítulo 36

Sonó el teléfono y contestó:

–Paula Chaves.

–Hola –oyó que la saludaba una voz masculina que no esperaba volver a oír–. ¿Puedes ir a la casa de adobe con la llave? Tengo que descargar un camión lleno de herramientas y tejas.


Incluso con los brazos en jarra y mirándolo pasmada, Pedro encontraba a Paula irritantemente atractiva.

–Gracias –dijo, dedicándole una amplia sonrisa al pasar con el camión a su lado.Se concentró en estacionar el camión lo más cerca posible de la casa, apagó el motor y bajó de un salto.

–¿Qué haces aquí? –preguntó ella.

–Voy a empezar por el tejado. He ido al pueblo y he encontrado material.

–Te habías marchado –dijo ella.

–No. Solo había ido a pedir los permisos correspondientes y a comprar material –dijo él, dedicándole otra luminosa sonrisa.

–Pensaba que habías cambiado de idea y te habías ido –repitió ella.

Pedro se lo había planteado durante la noche, que había pasado en vela, inquieto, recorriendo la casa y nadando para ver si se le pasaba la frustración. Tenía todo el trabajo que quería y acercarse a ver el de Alejandra había significado reajustar su calendario. Pero había decidido hacerlo aunque no había tenido la oportunidad de decírselo a Alejandra porque estaba ilocalizable. Si se había quedado, era por la expresión que había visto en el rostro de Paula el día anterior mientras recorrían la casa, una mezcla de nostalgia, felicidad y tristeza se había alternado en su rostro mientras miraba por la ventana o acariciaba las paredes. Durante la noche había bajado al salón a estudiar las fotografías familiares, entre las que había muchas de Paula: jugando en la piscina, riendo a carcajadas; abrazada a dos niños idénticos en el patio, con Apolo; de niña con el que debía de ser su hermano mayor; con Delfina y otra niña que debía de ser hermana de los gemelos. Paula, del brazo de un hombre joven, que debía de ser su marido, ambos con una sonrisa resplandeciente. Le sorprendió que la conservara, además de otra el día de su boda, porque él no había podido volver a mirar ninguna fotografía de Aldana. Las fotografías y pensar en Paula en la casa de adobe le habían hecho quedarse. Quería restaurar la casa para ella. Y además, él no acostumbraba a darse por vencido.  Si Paula creía que podía tomar una decisión que los hacía a ambos desgraciados, estaba equivocada. Él se iría cuando supiera que podía olvidarla, y ese momento llegaría. Porque tal y como le había dicho, el amor era una elección, y él no pensaba volver a elegir a nadie. Pero eso no significaba que no pudieran pasarlo bien. Empezó a descargar las tejas.

–Podrías ayudarme –dijo, mirándola de soslayo.

Paula no se movió de donde estaba. Hasta que Pedro oyó unas pisadas a su espalda y le oyó decir:

–Diez minutos. Después tengo que volver a trabajar.

Paula miró a Pedro mientras dejaba unas tejas junto a la casa. Estaba aturdida, en estado de pánico, turbada y exultante, al mismo tiempo que intentaba no sentir nada de todo eso.

viernes, 16 de noviembre de 2018

Una Noche Inolvidable: Capítulo 35

–Me alegro de haberle aclarado las cosas –dijo a Apolo mientras desayunaba.

El perro se limitó a mirar ansiosamente la tostada que estaba untando con mantequilla.

–Tú ya has desayunado y sabes que no te doy de comer de la mesa –dijo Paula.

Pero eso no impidió que Apolo siguiera cada movimiento de su mano hasta que la tostada desapareció. Luego trotó tras ella hacia la casa de Alejandra. En la cocina no había ningún rastro de que Pedro hubiera desayunado antes de irse, y llegó a preguntarse si no habría sido un sueño, pero como sabía que no lo era, se preguntó si no se trataba de un aviso. Quizá Alejandra estaba en lo cierto y, ya que sus hormonas habían despertado, no tenía sentido que esperara en casa sentada a que apareciera el hombre perfecto. De hecho, al romper con Kevin había ido a la universidad y allí había conocido a Rodrigo. Tal vez debía actuar de la misma manera. Por mucho que hubiera amado a Rodrigo, no quería pasar el resto de su vida sola. Rodrigo no lo habría querido. Y si Pedro Alfonso no era la persona adecuada, le correspondía a ella buscar a alguien que sí lo fuera.Tanto se lo dijo que llegó a convencerse y a entrar en acción. Cuando David Saito, un profesor en el instituto de Santa Bárbara, llamó aquella mañana para saber si Alejandra acudiría a dar una charla al grupo de teatro cuando empezaran las clases, en lugar de limitarse a tomar nota y quedar en avisarle, charló con él. Davis era de la edad de Benjamín; habían sido compañeros de clase y de surf; también era amigo de Rodrigo, y Paula recordaba lo amable que había sido al morir este.Tras hablar sobre Benjamín, David le preguntó por su vida.

–Estoy bien –dijo ella–. Aunque trabajo mucho.

–Demasiado, como de costumbre –dijo él.–Puede que tengas razón. Debería salir más –dijo ella, a pesar de que cualquier otro día habría dicho que no era para tanto.

Hubo una pausa, como si la respuesta tomara a David de sorpresa. Luego este dijo:

–¿Quieres que salgamos? –tras una pausa, añadió–. No pretendo ligar contigo, Paula. Al menos por ahora –bromeó–. Hay un concierto de un grupo de los ochenta el viernes por la noche en el campus. Pura nostalgia. ¿Te apetece?

Podía ser divertido, y David era un buen amigo. ¿Por qué no?

–Muy bien.

–¡Fantástico! ¿Quieres que cenemos antes?

–Podría cocinar yo.

–No. Te recojo a las seis.

–No hace falta, podemos quedar en el restaurante.

–No, será un placer recogerte. Hasta entonces.

En cuanto colgó, Paula pensó que había cometido un error.

–No es verdad –se dijo en alto con toda la firmeza que pudo–. Vas a salir con un amigo. Tienes que vivir. Alejandra estaría orgullosa de tí –añadió con sorna.

Y al mencionar a su madre recordó que tenía que hablar con ella, pero una vez más, no obtuvo respuesta.Era la tercera vez en aquella mañana. Era evidente que estaba fuera de cobertura. Paula suponía que Pedro le habría enviado un correo anunciándole que no haría la restauración, y pensó que Alejandra se lo merecía por meterse donde no la llamaban.Por otro lado, no podía evitar sentir lástima de que la casa de adobe no fuera a renovarse. Visitarla con Pedro le había hecho recuperar numerosos recuerdos que tenía asociados con ella, y cómo Rodrigo y ella habían planeado recuperarla aunque solo fuera como casa de veraneo. Pero ya nada de eso iba a pasar. La vida pasa mientras estás ocupada haciendo planes. Era una frase de John Lennon, pero su madre había empezado a usarla como si fuera suya. Al menos tenía una cita con David, y aquella tarde terminaría de clasificar los papeles que había empezado el día anterior, cuando pedro había sido la «vida»que había interrumpido sus planes.

Una Noche Inolvidable: Capítulo 34

–Desde luego.

Pedro bebió café sin apartar la mirada de la de ella. El camarero llegó a continuación y le rellenó la taza, mientras que Paula tapaba la suya con la mano.

–No, gracias –dijo–. Si bebo más, no pegaré ojo.

–Traiga la cuenta, por favor –dijo Pedro.

Paula buscó en su bolso.

–Pago yo.

–Ni hablar –dijo Pedro.

–Es una cena de trabajo –protestó Paula–. Mi madre...

–¡Tu madre no tiene nada que ver con esto! –Pedro le dió la tarjeta al camarero. Al ver que Paula iba a protestar, añadió–: No discutas y guarda el dinero.

Paula obedeció a regañadientes.

–No esperaba...

–Has dejado muy claro lo que esperas y lo que no. Deja que te aclare una cosa: si invito a cenar a una mujer, pago yo, ¿De acuerdo?

–De acuerdo –dijo ella.

El camarero volvió con el recibo para firmar y Pedro se guardó la copia en la cartera.

–Al menos, podrás desgravarla –sugirió Paula.

Pedro la miró contrariado, se puso en pie y fue a separar la silla de ella con extrema cortesía a pesar de que no podía disimular su enfado.

–Gracias –dijo Paula–. Y gracias por la cena.

–De nada –dijo él.

Al ir hacia la puerta, Paula se tropezó con la pata de una silla y Pedro tuvo que sujetarla por el brazo para evitar que cayera.

–Gracias –dijo ella de nuevo.

–De nada –repitió él en tensión.

El problema fue que no la soltó de camino al coche y Paula podía sentir su mano a través del fino algodón del vestido como si la tocara directamente.Una vez en el coche, Paula le dió instrucciones para salir de Santa Bárbara endirección a la casa de Alejandra. No hablaron en todo el camino, y cuando llegaron, Pedro la acompañó también en silencio hasta su departamento. Paula lo consintió porque sabía que no valía la pena discutir. Una vez alcanzaron el pequeño porche, la envolvió el olor de la loción del afeitado de Pedro y ella supo que, si se volvía, lo tendría tan cerca que podría besarlo. Pero en lugar de hacerlo, terminó de meter la llave en la cerradura y abrió la puerta. Solo entonces se volvió:

–Gracias por la cena –dijo con una rápida sonrisa.

Apolo acudió a recibirla, y lo sujetó por la correa.

–Edie –dijo Pedro, mirándola fijamente–, no tiene por qué pasar.

–¿El qué? –preguntó ella, desconcertada.

–Que te enamores de mí.

La gente elige de quién se enamora. Solo tienes que elegir no hacerlo.

Paula fue a protestar, pero se limitó a decir:

–Buenas noches, Pedro.
`
–Buenas noches, Paula–dijo él con sorna–. Avísame cuando cambies de opinión.


Por la mañana se había marchado. A Paula no le sorprendió ver que su coche no estaba y en cierta forma pensó que debía considerarse halagada de que el trabajo no le interesara si no incluía acostarse con ella. Aunque por otro lado, y eso no era tan agradable, significaba que solo pensaba en ella como un desahogo físico.

Una Noche Inolvidable: Capítulo 33

–No, y ya sé que no me lo has propuesto –tomó aire–, pero por si surge.

–Podría surgir –Pedro siguió usando un tono neutro, pero algo en su actitud indicó a Paula que no se había equivocado al sacar el tema.

–Solo quería aclararlo desde un principio –dijo, mirándolo fijamente.

Pedro guardó silencio sin parpadear.


–¿Por qué no? –preguntó tras lo que Paula percibió como una eternidad.

Ella empezó a arrepentirse de haber sacado el tema. Le sudaban las manos.

–No es que no lo disfrutara –bajó la mirada–. Lo pasé muy bien.

–Me alegro –dijo él en tono grave, aunque hizo una mueca.

–Te estás riendo de mí.

–Qué va –dijo él sacudiendo la cabeza–. Estoy sorprendido, que no es lo mismo. Creía que los dos lo habíamos pasado bien.

–Y así fue –dijo Paula–. Pero tú mismo dijiste que era una única vez.

A Paula le pareció que a Pedro se le torcía el gesto, pero en la penumbra, no fue fácil determinarlo.

–No es una ley escrita –masculló él–, ni me convertiría en calabaza por hacer el amor dos veces con la misma mujer.

Paula sonrió a su pesar.

–Me alegro.

–¿Ah, sí? –dijo él, alerta.

–De que no te conviertas en calabaza –aclaró ella. Lo miró fijamente y dijo–: Podría enamorarme de tí.

–¿Qué? –Pedro dejó la taza en la mesa bruscamente, y en tono de alarma, añadió–: ¿Enamorarte de mí?

Paula se encogió de hombros. Ya no había marcha atrás.

–Tras la muerte de Rodrigo,creí que me moriría de dolor. Hasta que has aparecido tú, no me había interesado ningún hombre.

–Pero no estás enamorada de mí.

–Claro que no –replicó ella al instante–. Pero me gustas.

–También tú a mí, pero no estoy enamorado de tí –dijo él, frunciendo el ceño.

–Precisamente. No quiero empezar a sentir algo por alguien que no tiene el menor interés en mí. Ya lo he hecho antes.

–¿Cuándo? –preguntó él, sorprendido.

–Tenía dieciocho años, era joven e inocente. ¿Te acuerdas del actor de Mont Chamion?

–¿Él? –preguntó Pedro, atónito.

–Salimos un tiempo, pero para mí fue mucho más importante que para él –Paula se resistió a dar detalles–. En cambio con Rodrigo aprendí lo que era el amor.

–¿Ah, sí? –los ojos de Pedro brillaron, desafiantes.

Paula lo miró directamente.

Una Noche Inolvidable: Capítulo 32

En cuanto Paula abrió la puerta a Pedro, se sintió como si la estuviera cortejando, y por más que se dijo que no era verdad, que estaba allí por trabajo, la forma en que le sonreía, la calidez de su mirada, el roce de sus dedos, que buscaba cada vez que le rellenaba la copa, consiguieron que deseara que no fuera así.

Hacía una preciosa noche californiana en la que soplaba una suave brisa; la comida era exquisita y Pedro se comportaba de manera encantadora. Ese era el problema: le resultaba demasiado fácil hablar con él, y era un placer mirarlo. Le contó en detalle lo agotadores que habían sido los proyectos de Noruega y Escocia.

–¿Y aun así te has animado a venir? –Paula sabía que Alejandra era muy persuasiva, pero le extrañaba que hubiera accedido a inspeccionar la casa, y más sabiendo que coincidiría con ella.


¿O acaso también él había despertado con su encuentro? Paula se inclinó hacia delante para observarlo más detenidamente al tiempo que él se apoyaba en el respaldo y la observaba entornando los ojos.


–Es a lo que me dedico –dijo finalmente, encogiéndose de hombros–. Me gustan los retos.

Paula sintió al instante la corriente de atracción que se trasmitía entre ellos como un puente que los unía, aunque siguiera sin estar segura si era solo físico o también emocional.

–¿Quieres café? –preguntó él, esbozando una juguetona sonrisa.


Paula recordaba bien el sabor de aquellos labios y la deliciosa presión que podía ejercer sobre los de ella. Había llegado la hora de marcharse, pero eso adelantaría la hora de tomar una decisión, y antes, debía fortalecer sus defensas. Así que pidió un café, que resultó ser delicioso, y tan fuerte que le permitiría hacer el amor toda la noche. Si no fuera porque...Se asió a la taza como si fuera un salvavidas. Finalmente, miró a Pedro a los ojos y dijo:


–Tenemos que dejar una cosa clara –Pedro arqueó las cejas ante la solemnidad de su tono y esperó–. No voy a acostarme contigo –concluyó Paula.


Pedro se irguió y su expresión pasó de la sorpresa a la sorna.


–¿De verdad? –preguntó en un tono de indiferencia que avergonzó a Paula.

Una Noche Inolvidable: Capítulo 31

–Creía que te parecería imposible –luego, perdiendo la sonrisa, preguntó–: ¿Y eso qué quiere decir?«Que podemos hacer el amor aquí mismo», pensó Pedro, pero dijo:

–Que tengo que redactar el proyecto, hablarlo con Alejandra y ponerme a trabajar.

–Entonces... ¿Vas a quedarte un tiempo? –Paula no parecía entusiasmada.

–Así es –dijo él con firmeza.

Paula sonrió, pero sus ojos no se iluminaron.

–Ah, estupendo.

–¿No quieres que recuperemos la casa?

–Claro que sí... Es... genial –balbuceó ella.

–¿Y por qué no te invito a cenar para celebrarlo? –preguntó Pedro.

Paula abrió la boca, pero no consiguió articular palabra.

–¿A celebrar qué? –preguntó finalmente.

–Que la casa se puede restaurar, que voy a pasar un tiempo aquí, que vamos a estar juntos –concluyó Pedro intencionadamente, mirándola con intensidad–. ¿No crees que vale la pena celebrarlo?

Pedro vió que Paula tragaba saliva. Luego, ladeó la cabeza y respiró.

–Sí, claro –tomó aire y le dedicó una sonrisa crispada–. Me parece bien.

–¿Bien? –Pedro la miró entornando los ojos con sorna–. ¿Bien?

Paula se encogió de hombros y mantuvo la misma sonrisa superficial que hizo recordar a Pedro a la que desplegó al volver junto a él en la boda y pedirle que le enseñara sus trabajos de restauración. También había estado tensa entonces, pero en aquella ocasión intentabaevitar al rubio de oro y las manipulaciones de su madre. ¿Qué la ponía nerviosa en ese momento? ¿Estaba insegura? ¿Prefería no estar con él? Pedro frunció el ceño, preguntándose si habría olvidado lo bien que lo habían pasado, y diciéndose que, si era así, tendría que recordárselo.

–Tengo que ir a cambiarme –dijo ella, alejándose hacia la verja.

–Por mí no te molestes –bromeó él.

Paula se ruborizó, así que Pedro dedujo que no había olvidado. Aun así, la mirada que le dirigió fue de incomodidad.

–Si vamos a salir, debo ducharme y lavarme el pelo.

–Si prefieres, podemos quedarnos en casa y celebrarlo aquí –a Pedro se le ocurrían muchas maneras de celebrar que no implicaban que Paula  tuviera que vestirse.

–Prefiero salir.

–Muy bien. Yo me daré un baño y te iré a buscar dentro de una hora.

La velada transcurrió como una cita en toda regla.

miércoles, 14 de noviembre de 2018

Una Noche Inolvidable: Capítulo 30

Todavía enfurruñada, se puso a trabajar en el ordenador con la esperanza de estar lo bastante ocupada como para no pensar en Pedro. Pero, desafortunadamente, cambió las reservas de Delfina, hizo varias llamadas, contestó algunas preguntas de los abogados de Alejandra... pero todo el tiempo permaneció atenta a cualquier ruido que indicara la presencia de Pedro. Pasaron las horas, y a las cinco y media seguía sin volver. Dió el trabajo por terminado y fue a la puerta principal. De no haber dejado su bolsa de viaje en el dormitorio, había creído que, después de inspeccionar la casa, Pedro se había marchado sin despedirse.«Tienes que dejar de pensar en él», se aconsejó. E hizo lo que acostumbraba a hacer después del trabajo: se puso el bañador y se metió en la piscina.

Pasaban las seis cuando Pedro volvió a casa de Alejandra. Había recorrido la casa de adobe milímetro a milímetro, incluido el tejado, y estaba sucio y sudoroso. Necesitaba una ducha urgentemente. Rodeó la casa para usar la puerta más próxima a las escaleras y así evitar dejar restos de barro, además de poder saludar a Paula en el despacho, pero antes de llegar, un movimiento que percibió con el rabillo del ojo, llamó su atención. Más allá de un macizo de adelfas, alguien nadaba en la piscina. Antes de que su mente tomara una decisión consciente, sus pies lo encaminaron en esa dirección, donde el cuerpo esbelto de Paula se deslizaba por el agua. Nadaba con suavidad y elegancia, pero no fue eso en lo que Pedro se concentró, sino en su cuerpo, sus largas piernas, su bronceada espalda y aquella preciosa piel dorada que él recordaba tan bien. La necesidad de tomar una ducha se convirtió en una urgencia. Y tendría que ser helada. Aunque otra opción era meterse en el agua y resolver el problema de una manera mucho más placentera. Para cuando alcanzó el suelo de terrazo que rodeaba la piscina, se había desabrochado la camisa. Tiró la camisa sobre una hamaca y se quitó los zapatos con los pies al tiempo que se empezaba a quitar la camiseta.

–Has vuelto –dijo Paula, sobresaltada.

Pedro tiró de la camiseta para mirarla. Paula había salido del agua y se acercaba a él, envuelta en una toalla a la cintura y secándose el cabello con otra.

–¿Qué piensas? –preguntó ella, mirándolo fijamente.

–¿De qué? –preguntó él, aturdido.

Si lo había visto llegar, ¿Por qué no se había quedado en el agua? ¿Estaría evitándolo?

–De la casa. ¿Es mejor que la derrumbemos?

A Pedro le extrañó que sonara esperanzada porque durante la visita había observado su actitud melancólica, cómo había recorrido las habitaciones acariciando los muebles, tocando las pequeñas marcas de la pared.

–No –dijo él, más alto de lo que pretendía–. Vale la pena salvarla. Es un ejemplo interesante de arquitectura vernácula.

–¿De verdad?

–Sí. No tiene un valor espectacular –dijo él con sinceridad–, pero el que no sea una mansión, sino un rancho, hace que sea más interesante.

Desde el punto de vista arquitectónico era un pastiche de estilos y terribles adiciones. Como evaluador profesional de arquitectura histórica, debía haber salido huyendo. Pero no iba a hacerlo. No. Había preferido decir con toda seriedad que valía la pena salvarla. Y finalmente tuvo como recompensa ver el rostro de Paula iluminarse.

Una Noche Inolvidable: Capítulo 29

La práctica cola de caballo que llevaba no se parecía ni por asomo al sofisticado peinado de la boda, ni los pantalones y camiseta resaltaban sus curvas en la medida en que lo había hecho el vestido malva. Pero Pedro estaba seguro de que, si se lo soltaba, el cabello le caería en mechones sedosos por la espalda, como sabía que, debajo de cualquier ropa, encontraría su piel de seda y los secretos femeninos que había tenido la oportunidad de explorar.

–Maldita sea –masculló, mirando hacia la puerta por la que se había ido.

En contra de lo que había esperado, la encontraba tan atractiva como en Mont Chamion. Por eso mismo había insistido en que solo se quedaría si valía la pena hacer el trabajo.Una noche no había sido suficiente. La observó hasta que la perdió de vista, pensado que, de espaldas, podía pasar por una espigada adolescente. ¿Cómo era posible que no hubiera logrado borrarla de su mente en dos meses y medio? Pedro nunca pensaba en las mujeres con las que se acostaba más allá de la noche que compartía con ellas. Eran divertidas y guapas y lo pasaba bien con ellas, pero en cuanto dejaba de verlas, las olvidaba. Ni siquiera recordaba sus nombres. Y, sin embargo, no lograba olvidar el de Paula Chaves. Paula, la mujer de cabello oscuro y ojos chispeantes verdes; de labios sensuales y cuerpo atlético; , anhelante y apasionada. Su ingenio, su encanto, su curiosidad, su vulnerabilidad, todo ello había poblado sus sueños de día y de noche. Era absurdo. Al principio pensó que se debía a que habían compartido su cama, cuando siempre se aseguraba de pasar la noche en la cama de la mujer con la que se acostaba. No las llevaba jamás a su territorio. Ni siquiera tenía una casa que considerar un hogar. Ni la poseía ni la alquilaba. Había vendido la que construyó para Aldana al poco de morir esta. Las pocas pertenencias que tenía las dejaba en casa de su tío Sócrates, en Long Island. Y vivía en constante movimiento, instalado en las casas que renovaba. Le gustaba así. No había ninguna razón por la que tener una casa. No tenía esposa, ni hijos. Ni siquiera perro o gato. No los necesitaba; no los deseaba. ¡Tampoco quería a Paula! O quizá sí, aunque solo fuera físicamente. El deseo era como un picor que necesitara rascarse. Así que lo rascaría y pondría final a aquel absurdo.





-Como que se ha ido? –preguntó Paula a la sirvienta tailandesa con la que no llegaba a entenderse.

–Señora Schulz no aquí.

–Pero si acababa de amanecer –indicó Paula.

–Irse ayer noche.

–¿Ayer? No me dijo nada.

–Cambio planes–dijo la mujer.

–¿Cuándo vuelve?

–No sé. Tres, cinco días. Ir a montañas.

Paula empezó a inquietarse.

–Necesito hablar con ella.

Había llamado a la casa que Alejandra tenía alquilada porque cada vez que llamaba al móvil saltaba el contestador.

–¿Y los niños? –preguntó. Lo normal era que los hubiera dejado con la sirvienta mientras estaba fuera.

–También ir.

–Ah, de acuerdo –llevarse a los gemelos y a Melisa sin contar con ayuda era una sorprendente novedad–. ¿Se ha llevado el teléfono?

–Sí. Pero difícil hablar. Intente. Igual suerte.

Paula reprimió las ganas de decirle que la suerte no estaba precisamente de su lado. Le dió las gracias, llamó a su madre otras dos veces y se dio por vencida. La regañina tendría que esperar. Después de lo sucedido en la boda con Kevin Robins, pensó que había aprendido la lección, pero estaba claro que no.

Una Noche Inolvidable: Capítulo 28

Paula observó las pruebas del deterioro. El techo del porche estaba hundido, la fachada estaba descascarillada en numerosos sitios... Pedro recorrió el perímetro lentamente, observándola desde todos los ángulos. En cierto momento tiró de una madera, y el ruido que hizo al troncharse hizo estremecer a Paula.

–No parece que valga la pena restaurarla –se aventuró a decir.

En lugar de hablar, Pedro raspó parte del estuco que su padre había usado para cubrir algún agujero, y estudió la superficie que quedó a la vista. Paula se consoló diciéndose que cada vez era menos probable que Pedro aceptara el proyecto, y que los esfuerzos de Mona para emparejarlos fracasarían. Pero por otro lado, le causaba dolor pensar que la casa no tenía remedio, y el gen de Cenicienta que llevaba en la sangre seguía deseando que Pedro Alfonso se quedara en el rancho.

–¿Está abierta?

A Paula le sorprendió que el exterior no hubiera bastado para desanimarlo.

–Tengo la llave –dijo.

 Y sacó del bolsillo un llavero con varias llaves, entre las que seleccionó una.

Pedro la tomó de su mano y, cuando sus dedos se rozaron, ella comprobó, horrorizada, que una sacudida eléctrica la recorría de la cabeza a los pies. Pedro subió al porche y abrió la puerta. Paula lo siguió, sorteando las tablas rotas del suelo.

–Me temo que no hay electricidad,así que no vas a poder ver demasiado.

Rodeada de eucaliptos que contribuían a mantener la casa fresca, el sol solo se filtraba indirectamente. Sin embargo, Pedro parecía acostumbrado a trabajar con el tacto, porque, en lugar de mirar, se dedicó a palpar las paredes y se agachó para tocar el suelo. Paula no tenía ni idea de qué estaba viendo, pero cuanto más pasaba en la casa, más recuerdos de los años vividos allí la asaltaban. En el salón, su padre solía llevarlos a caballo a cuatro patas; al lado de la ventana, ponían el árbol de Navidad; en la cocina comían platos preparados por Mona, y no por una cocinera. Mirando alrededor sintió que la emoción le atenazaba la garganta. Pasó la mano por la encimera de la cocina, viéndose a sí misma sobre una silla ayudando a su madre a cortar unas galletas; detrás de la puerta permanecían las marcas que su padre había hecho registrando el crecimiento de Benjamín  y de ella. Pasó el dedo por la última y recordó cómo se erguía cuanto podía, haciendo reír a su padre que solía pedirle que dejara de crecer.

–¿Estás bien? –preguntó Pedro, apareciendo en el umbral de la puerta.

–Sí. Estaba acordándome de lo bien que lo pasamos en esta casa –dijo ella con una tímida sonrisa.

Pedro asintió como si lo comprendiera. Paula no lo conocía lo suficiente como para saber si era sincero, pero lo que sabía de él le gustaba enormemente. Cuando habían pasado la noche juntos en un escenario ajeno, había querido creer que la atracción desaparecería si se encontraban en un espacio familiar. Pero estaba equivocada.

Pedro empezó a abrir armarios y a estudiar su interior, y Paula se permitió observarlo y recordar los momentos de intimidad que había compartido con él, así como la forma en la que él la había tocado... y no sólo físicamente.

–Tengo que irme –dijo bruscamente–. He de trabajar.

Pedro, que estaba agachado observando un punto del suelo, alzó la mirada con expresión distraída:

–Claro. No te preocupes. Vete.

–Vamos –llamó Paula a Apolo. Al ver que miraba hacia Pedro, añadió, más para sí misma que para el perro–. Él no viene. Está aquí por trabajo y se va a marchar pronto.

O al menos eso esperaba. Porque al fin y al cabo, no estaba allí por ella. Ni siquiera era consciente de haberla sacado de un prolongado letargo, porque no estaba allí más que por las maquinaciones de Alejandra. Pedro no había hecho ninguna promesa.

–La iré a ver –le había dicho a Alejandra la semana anterior por teléfono–. Y si vale la pena restaurarla, lo haré.

–Estupendo –contestó ella–. Puedes alojarte en mi casa. Hay sitio de sobra. Ahora me tengo que ir a filmar. Paula podrá ayudarte. ¿La recuerdas?

Claro que la recordaba. Y no había cambiado nada.