viernes, 30 de noviembre de 2018

Una Noche Inolvidable: Capítulo 56

Aunque no fuera espectacular, era su hogar. Allí estaban sus fotos más queridas con su familia, y los recuerdos que conservaba de Rodrigo. Apolo salió disparado en cuanto los oyó entrar y luego volvió a su plato de comida. Tom maulló y se frotó contras sus piernas.

–Ya sé que tienes hambre –dijo Paula.

Y le sirvió comida en su plato. Pedro la abrazó por la espalda y le besó el cuello, rozándole con las manos los senos.

–Por si no lo has notado, yo también estoy hambriento –susurró, mordisqueándole el hombro.

Paula rió, dejó la comida de Tom y se sintió elevada y transportada al dormitorio. Pedro la dejó delicadamente sobre la cama, la desnudó y se desnudó a continuación. Luego ella le atrajo hacia sí para sentir el peso de su cuerpo, le rodeó el cuello con los brazos y se abrió a él. Se amaron con una frenética intensidad, sudorosos, calientes, conduciéndose mutuamente hacia la cúspide del placer. Pero tras el sexo, ninguno de los dos pudo dormir. Permanecieron abrazados; se adormecieron, despertaron e hicieron de nuevo el amor, antes de dormitar un poco más. Era de madrugada cuando ella le acarició el rostro, en el que brotaba la barba, mientras él enredaba los dedos en su cabello. Paula le besó el pecho y fue descendiendo por su vientre dejando un rastro de besos. Pedro contuvo la respiración bruscamente.

–Vas a matarme –susurró.

–Tengo hambre –dijo ella.

Y lo miró a través de la cortina de su cabello antes de volver a inclinar la cabeza y torturarlo con su lengua y sus labios. Hasta que Pedro tiró de ella, la colocó sobre su sexo y la hizo descender sobre él. Pedro se mordió los labios mientras ella cabalgaba sobre él. Estallaron juntos y Paula colapsó sobre él y oyó su corazón latir con fuerza contra su pecho. Él la mantuvo asida con los labios apretados contra su cabeza.

–¡Dios mío, qué me has hecho! –susurró.

Paula lo miró sonriendo, y dejándose llevar por su instinto, decidió entregarle su corazón de la misma manera que acababa de entregarle su cuerpo.

–Te amo, Pedro –se incorporó para besarlo–. Te amo –repitió.

Pedro se quedó rígido y su mirada, hasta ese momento rebosante de pasión, se quedó en blanco, inescrutable. Los dedos con los que le había acariciado la espalda y el cabello se quedaron paralizados. Y de sus labios escapó una única palabra:

–No.

-Que quieres decir? –preguntó ella, consciente del cambio experimentado en Pedro.

–No te enamores de mí.

Paula tragó saliva y sonrió, decidida a mantener la complicidad con él.

–Ya es demasiado tarde –fue a apoyar de nuevo la cabeza en su pecho, pero Pedro se alejó y, sentándose, empezó a buscar su ropa mientras mascullaba–: Maldita, maldita sea.

La espalda que Paula había acariciado unos segundos antes, era una pared que los separaba.

–Pedro –lo llamó.

Él se volvió bruscamente.

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