lunes, 12 de noviembre de 2018

Una Noche Inolvidable: Capítulo 23

La inesperada llamada a la puerta de la mansión de su madre en Santa Bárbara sobresaltó a Paula, pero tras lanzar una mirada hacia el vestíbulo, volvió a concentrarse en la pantalla del ordenador, donde estaba cerrando una reserva para Delfina antes de que se pasara el tiempo de conexión... o de que su hermana cambiara de planes. Desde que se había reconciliado con Lucas, Delfina estaba ansiosa y preocupada, tanto por temor a que Lucas la dejara como por el posible fracaso de su carrera profesional. Cambiaba de opinión constantemente y eso obligaba a Paula a reorganizar su agenda. Afortunadamente, se había ido a las Bahamas a grabar un vídeo musical y ella disfrutaba de una relativa paz.

Miró el reloj de arena de la pantalla con impaciencia. Llamaron de nuevo y Apolo, un enorme perro Terranova, alzó la cabeza con un vago interés, antes de volver a apoyarla sobre las patas delanteras. El timbre sonó con más insistencia, dos llamadas seguidas. La pantalla finalmente cambió para confirmar la compra del billete. Paula pulsó el ratón y el reloj de arena reapareció. Esperó.Y el timbre sonó dos, tres, cuatro veces. No era frecuente que la gente se acercara hasta la aislada casa que Alejandra tenía en las montañas de Santa Bárbara, en la propiedad que había adquirido años atrás con el padre de Paula, Miguel. A la muerte de este, todo el mundo intentó convencerla de que se mudara, pero Alejandra se había negado porque habría significado traicionar la memoria de Miguel. Además, la habían comprado para tener un refugio privado, un lugar en el que alejarse de los focos de la fama y ser ellos mismos. Por aquel entonces, no existía la casa que posteriormente había construido Alejandra, y en la que Paula se encontraba, sino una sencilla vivienda de adobe que se conservaba en estado de ruina.

Aunque Alejandra se había negado a abandonar la finca, había aceptado que la vieja casa no era adecuada para vivir con dos niños pequeños, así que hizo construir otra, a la que se había mudado con Paula, cuando esta tenía cinco años, y Benjamín, su hermano de siete, que desde entonces siempre la había llamado la casa de hollywoodiensede su madre. Era grande y estaba lujosamente decorada. Tenía doce dormitorios y aún más cuartos de baño, una despensa en la que los hermanos gemelos de Paula de doce años, Santiago y Pablo podían patinar; una piscina, pista de tenis y... un sonoro timbre. Quienquiera que estuviera llamando, decidió apoyarse en él y hacerlo sonar prolongadamente. Paula estuvo tentada de no contestar, pero habría incumplido la norma de puertas abiertas de su madre. La hospitalidad Tremayne era legendaria, y no solía importarle contribuir a ella, pero su madre solía avisarla con anticipación. El reloj de arena dio paso a una pantalla de confirmación. Aliviada, dió a la tecla para imprimir el itinerario de Delfina y finalmente, con Apolo pisándole los talones, fue a abrir.

–Ya voy –gritó, de camino a la puerta. Cuando ya sujetaba el picaporte, insistió–: Deja de llamar.

El irritante sonido cesó. Paula abrió la puerta bruscamente y se quedó boquiabierta. Ante sí tenía a Pedro Alfonso en carne y hueso, y tan guapo como lo recordaba. Sujetó el picaporte con fuerza y a Apolo por el collar, como si necesitara asirse a algo para no ser arrastrada por el torbellino de emociones, recuerdos y preguntas que habían quedado sin respuesta y que había intentado olvidar en vano. Lo más parecido a una explicación a la que había llegado para explicar aquella noche, era que Pedro había logrado despertarla del letargo en que llevaba sumida más de dos años. Había algo en él que la había tocado emocionalmente, y no se trataba ni de sus besos ni del sexo, sino algo en su personalidad y en su arrebatadora sonrisa. Además de sus ojos, risueños o tristes según el momento. Sentía una misteriosa conexión con él, y tenía la sensación de que ambos se habían entregado algo mutuamente aquella noche; pero al mismo tiempo se recordaba que no había sido más que una ocasión aislada, tal y como demostraba que Pedro no hubiera intentado localizarla.

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