lunes, 12 de noviembre de 2018

Una Noche Inolvidable: Capítulo 21

Paula tragó saliva y clavó los talones en el colchón. Más y más cerca... Dejó escapar el aliento con fuerza.

–¡Pedro!

Él alzó la cabeza levemente.

–¿Sí? –y continuó. Una y otra vez.

Las rodillas de Paula temblaban violentamente y sujetó a Pedro por el cabello. Sin embargo, en lugar de tirar de él, tal y como había pretendido, lo mantuvo donde estaba. Como si se asiera a un salvavidas, desesperada, ciega.Sacudió la cabeza de un lado a otro mientras él seguía acariciándola con sus dedos y su lengua, dibujando con el pulgar círculos de distinta presión en su punto más sensible hasta arrastrarla al límite. Sus caderas se alzaron bruscamente.

–¡Ahora! –dijo Paula, revolviéndose en la cama.

–Sí –susurró él.

Y sin retirar los dedos, alargó la otra mano al cajón de la mesilla y sacó un cuadrado de aluminio. Paula le ayudó a ponerse el preservativo y se tumbó para recibirlo, para cobijarlo donde quería tenerlo. Instintivamente, meció las caderas y clavó los dedos en sus nalgas, que era lo que él quería.  No sabía por qué, pero tenía la certeza de intuirlo, no solo a un nivel físico, sino también emocional. Quizá Pedro había aparecido para que no sucumbiera a la atracción que Kevin siempre había ejercido sobre ella, pero aquello no tenía nada que ver con Kevin, sino solo y exclusivamente con ellos dos moviéndose al unísono, húmedos y calientes, dando y recibiendo en igual proporción. No hubo la más mínima vacilación o duda. Solo la sensación de plenitud y bienestar. Llegaron al clímax juntos y jadeantes; dos cuerpos fundidos en uno. Y en cuanto Pedro se echó a un lado y la abrazó contra el costado, ella se quedó dormida.

Diez minutos; quizá media hora, pero en cualquier caso, Paula se asombró de haberse quedado dormida. Cuando despertó se sentía sorprendentemente descansada y al girarse se encontró al lado de un cuerpo firme y caliente. El de Pedro Alfonso. Inicialmente se quedó asombrada y esperó arrepentirse, pero no fue así. Muy al contrario, recordó lo maravilloso que había sido. No sabía cómo ni por qué, como no sabía qué debía hacer en ese momento, aparte de no implicarse emocionalmente. Pedro no la había engañado y ella había aceptado jugar con sus reglas Pero no podía evitar que el sexo de una noche le resultara ajeno porque no lo había practicado nunca. Asumiendo que él preferiría no encontrarla cuando despertara, inició el movimiento de levantarse, pero un brazo fuerte le rodeó la cintura y tiró de ella.

–¿Dónde vas?

Paula se volvió y vió que le sonreía con expresión somnolienta y seductora.

–Debería irme –dijo.

–¿Por qué?

–Porque... –en realidad no sabía qué decir, ya que no había ninguna razón lo bastante importante.

–No me convences –la sonrisa de Pedro se amplió–. ¿Quieres irte?

Paula reflexionó y se dio cuenta de que no, que le encantaba estar en su cama y gozar de su proximidad. Sacudió la cabeza lentamente.

–Me alegro, porque ahora que nos hemos quitado la curiosidad inicial, podemos tomarnos nuestro tiempo –dijo, insinuante.

Y eso fue exactamente lo que empezó a hacer. Se acomodó al lado de Paula y acarició, besó y lamió cada parte de su cuerpo. Ella se entregó al placer sensualmente, consciente de que Pedro tenía mucha experiencia y de que era extremadamente generoso. No actuaba para conseguir lo que quería, sino porque quería descubrir sus secretos, averiguar cómo reaccionaba, encontrar sus puntos ocultos, igual que hacía con sus edificios. La sutil caricia de las puntas de sus dedos la hizo consciente de terminaciones nerviosas que jamás había sabido que tuviera. Su lengua en el interior del codo la hizo estremecer, sus pulgares le endurecieron los pezones, sus dedos acercándose pero sin nunca llegar a tocar su centro sensorial la hicieron enloquecer. Paula quería que acelerara, que la tocara finalmente, que volviera a estallar en su interior y hacerle sentir plena. Pero al mismo tiempo quería que aquello no acabara nunca. Por su parte, Pedro parecía decidido a hacerle perder el sentido. Después de ascender una vez más y alejarse, volvió a deslizar las manos por sus muslos, la tomó por las nalgas y le abrió las piernas.

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