lunes, 31 de octubre de 2016

Hechizo De Amor: Capítulo 5

Cuando faltaba un minuto para las seis, Alejandra golpeó la puerta.

—¿Estás lista, cariño?

Paula se estaba mirando en el espejo.

—Entra, madre. Dos segundos más —gritó. Y se puso los pendientes de ópalos australianos.

—Estoy muy nerviosa —balbuceó Alejandra—. Sé que esta es mi quinta boda, pero amo a Horacio de verdad, y realmente quiero que esto dure para siempre. Para que seamos una familia feliz. ¿Crees que debería casarme o que estoy cometiendo otro terrible error?

Como Paula todavía no había conocido a Horacio, apenas podía contestar a la pregunta. Aunque si  era parecido en algo a Pedro, su madre estaba cometiendo el mayor error de su carrera marital. Y lo de «una familia feliz» era un sueño.

—Por supuesto que vas a ser felíz —dijo Paula para tranquilizarla, al darse cuenta de que los labios dé su madre estaban temblando.

Tomó brevemente el brazo de Alejandra y dijo:

—Venga, mamá. Deslumbrémoslos.

—Las flores están en la mesa del vestíbulo… Estamos guapas, ¿No es cierto? —dijo Alejandra ingenuamente.

—Guapas —dijo Paula, aunque no era el efecto que había querido causar. Llevaba un vestido largo de seda tailandesa de color turquesa muy sencillo, con un escote que pronunciaba sus pechos y una abertura lateral hasta las rodillas. Otro ópalo adornaba su cuello. Los zapatos eran unas sandalias de tiras finas con tacones muy altos. Se había recogido el pelo y había dejado escapar algunos rizos que le caían por el cuello y acariciaban cada tanto sus mejillas.

—Estamos muy atractivas —dijo Paula—. Y no dejes que Pedro te estropee el día de tu boda. No lo merece.

—No lo dejaré —dijo Alejandra y sonrió a su hija—. Estoy aprendiendo unas pocas cosas, Pau. Le he dicho a Horacio que no prometería obedecer, que era demasiado vieja para eso. Él se rio simplemente y dijo que no quería una esposa que fuera un felpudo. Es un hombre muy agradable. Te gustará.

El romántico italiano, el aristócrata británico y el dueño de petróleo de Texas, los esposos número dos, tres y cuatro, habían sido presentados del mismo modo a Paula.

—Estoy deseosa de conocerlo.

Las flores eran orquídeas y el fotógrafo las estaba esperando. Paula se sintió ansiosa. Recogió el más pequeño de los dos ramos de flores y sonrió a la cámara. Luego bajó las escaleras al lado de su madre. Cuando llegaron al escalón de abajo, Alejandra dijo:

—Te he pedido que seas tú quien me entregue a Horacio, ¿No es cierto?

—No.

—El cuñado de Horacio lo iba a hacer. Pero ha sufrido una operación hace dos semanas. La única otra posibilidad era Pedro. ¡Por favor, dime que lo harás, Paula!

De ninguna manera iba a permitir que ese monstruo llevase al altar a su madre.

—Claro que lo haré —respondió Paula.

Cuando salieron a la luz del sol, al frente de la casa, el fotógrafo tomó varias fotos. Paula, mientras, observó el escenario. Había un toldo blanco entre los árboles, que proveía de sombra. Las sillas donde se habían sentado los invitados estaban adornadas con rosas y una música de harpa muy suave se oía entre las conversaciones.

Cuando Alejandra y Paula se acercaron a las sillas, el músico tocó el último acorde de harpa y luego se quedó en silencio. Desde un órgano cerca del altar adornado con flores blancas se oyeron las primeras notas de la marcha nupcial. No la tocaban muy bien.

Alejandra susurró:

—Es la hermana de Horacio la que toca el órgano. Insistió en tocarlo. Él no quiso herir sus sentimientos. ¡Oh, Pau, estoy tan nerviosa! Jamás debí aceptar casarme con él. ¿Por qué sigo casándome? No soy joven, como tú; debería cometer menos errores.

—Venga, madre; es demasiado tarde ahora. Así que hagámoslo con estilo —dijo Paula, tomó la mano de su madre y la llevó del brazo.

Horacio era el novio; Pedro, su hijo. Ambos estaban de espaldas a las mujeres que iban caminando por la alfombra verde dispuesta sobre la hierba. Era más bajo que su hijo y tenía una cabellera gris bien peinada. Cuando el órgano se equivocó de nota, se dió la vuelta. Vió a Alejandra caminando hacia él y le sonrió. No era tan apuesto como Pedro y había acumulado algo de gordura en la cintura. Tenía un aspecto muy humano, pensó Paula. No como Pedro. Y su sonrisa era a la vez amable y cálida. En eso tampoco se parecía a Pedro.

—Creo que has elegido bien, mamá —le susurró a su madre.

Alejandra le sonrió emocionada. El órgano emitió un chirrido, luego subió el tono de forma triunfal pero desafinada. Paula estremeció. Y finalmente Pedro dió la vuelta. Ni siquiera miró a Alejandra. Su mirada se dirigió directamente a la hija, y en un momento dado a Paula le pareció notar una reacción en su cara.

Ella bajó la mirada, como correspondía a una mujer de poca experiencia. Una mujer cuyo envoltorio, en palabras de Paula, no garantizaba una segunda mirada. Luego dejó escapar la más inocente de todas las sonrisas. Pero cuando alzó la vista, solo sonrió a Horacio. Hasta el último momento Pedro había pensado que tendría que llevar al altar a Alejandra; una obligación que habría cumplido puntillosamente y con verdadera aversión.

Hechizo De Amor: Capítulo 4

—No me diga lo que tengo que hacer. No me gusta —dijo él suavemente.

Paula sintió que le faltaba el aire y que su corazón daba un pequeño vuelco. Desde el primer momento le había parecido peligroso. Y no se había equivocado. Pero algo en su interior la hacía no echarse atrás, a pesar de lo intimidante que era aquel hombre.

—¡Qué interesante! A mí también me disgusta que me den órdenes. Es algo más que tenemos en común —dijo ella.

—Desgraciadamente vamos a tener muchas más cosas en común. No creo que le guste ser mi hermanastra, de igual modo que a mí no me atrae ser su hermanastro. Navidad y Día de Acción de Gracias en la misma casa… Los cumpleaños de la familia. Y así, otras muchas cosas —él sonrió burlonamente y añadió—: Usted y yo estaremos atados el uno al otro después de esta boda, una razón más por la que debió perder el avión.

—Mi trabajo… Soy abogada especializada en derechos de minas, requiere que pase grandes temporadas fuera del país. Usted podrá estar disponible para todos los cumpleaños. Yo no.

Pedro se acercó y le puso un mechón de pelo detrás de la oreja. Al sentir su contacto, Paula tuvo que hacer un gran esfuerzo para no demostrar su reacción.

—Y hablando de fotos de boda, espero que piense hacer algo con su pelo en los próximos cuarenta minutos. Pero no nos haga esperar, ¿Quiere, señorita Chaves? Ese es un privilegio de la novia.

Pedro atravesó la alfombra de la habitación, y cerró la puerta suavemente. Paula dejó las fundas de plástico en la cama y respiró profundamente. La habitación parecía más grande sin él. Más grande y más vacía. Entonces se oyó un golpe en la puerta y ella saltó como si le hubieran apretado un gatillo en la sien.

—¿Sí? —preguntó.

—Querida, ¿Eres tú?

—Entra, madre —dijo Paula.

—Pedro me ha dicho que habías llegado. Estaba tan preocupada, pensé que no podrías llegar a tiempo, y realmente necesito tu apoyo… Pedro me mira con desprecio, realmente me aterroriza. No sé cómo puede ser hijo de Horacio… ¡Querida, ni siquiera te has vestido!

—Porque acabo de llegar —dijo Paula, y le dio un beso en la mejilla. La miró de arriba abajo y agregó sinceramente—: Estás estupenda.

—No quería vestirme de blanco, no me parecía adecuado. ¿De verdad estoy bien? —preguntó Alejandra ansiosamente. Se alisó la falda de su vestido de seda color marfil.

Por una vez Alejandra había evitado los lazos y adornos de costumbre. El vestido era elegante y el peinado igualmente discreto. Hacía cinco meses que Paula no la veía, y por aquel entonces Horacio solo era un nombre que Alejandra pronunciaba en las conversaciones más de lo necesario. Paula se preguntó sí Horacio habría producido más cambios en su madre y exclamó:

—¡Qué bonito vestido! Muéstrame el anillo.

Con una timidez que a Paula le pareció fuera de lugar teniendo en cuenta que era el quinto matrimonio de su madre, Alejandra extendió la mano. El diamante brilló en su engarce. A Paula nunca le habían gustado los diamantes; no le parecían más que piedras mercenarias con un frío brillo.

—Espero que seas muy felíz —dijo Paula.

Alejandra miró su reloj preocupada.

—La ceremonia empieza dentro de treinta minutos.

—Entonces será mejor que te marches y que me prepare —dijo Paula sonriendo—. Siento llegar tarde. Sabes que originalmente pensaba estar aquí para la cena del ensayo de la ceremonia, pero hubo una demora tras otra desde que salí de Yemen.

—Tuve que sentarme entre Horacio y Pedro —Alejandra se estremeció de nervios—. ¿Sabes lo que hizo hace tres días? Me refiero a Pedro. Intentó darme dinero para que me fuera.

—¿Qué?

—Me ofreció un montón de dinero para anular la boda. Y ni siquiera puedo decírselo a Horacio. Pedro es su único hijo, después de todo.

—¿Cómo se ha atrevido a hacer eso?

—Él se atreve a cualquier cosa. Es el director general de Alfonso Incorporated. Millones de dólares, querida. Millones. No los ha hecho andando con tiento.

Paula se quedó con la boca abierta.

—¿Pedro Alfonso es quien lleva Alfonso Incorporated?

—No solo la dirige. Es el dueño de la empresa. Ha hecho una fortuna. Es cincuenta veces más rico que Horacio.

Alfonso  Incorporated tenía un grupo de empresas por todo el mundo, en algunas de las cuales Paula había estado, una flota de cruceros, varios centros comerciales una empresa de ordenadores de gran éxito.

—¿Por qué no me lo has dicho? —preguntó Paula.

—¿A tan larga distancia? ¿Cuando estabas en Borneo y Papua Nueva Guinea y todos esos lugares a los que estás yendo siempre? Tengo mejores cosas de qué hablar que de Pedro Alfonso.

Paula se sentó en la cama y dijo con una risa:

—¿Adivina una cosa? Le he preguntado si trabajaba en los establos de su padre.

—¡No puedo creerlo, cariño!

—Y también le he preguntado si había sido modelo alguna vez.

Alejandra gruñó.

—¡Oh, no! ¿Cómo pudiste…?

—Muy fácil. Él es el hombre más rudo y arrogante que conozco. Y he conocido a unos cuantos.

Alejandra se estremeció brevemente.

—No lo enfurezcas. Puede ser un enemigo terrible, Paula —su madre solo la llamaba Paula cuando quería hablar de algo muy serio.

—No temo a Pedro—dijo Paula, no muy convencida interiormente—. Pero me da miedo llegar media hora tarde a esa encantadora pérgola que he visto puesta en el jardín. Vete, madre. Tengo que arreglarme.

Alejandra le dió un rápido y fervoroso abrazo.

—¡Me siento tan feliz de que estés aquí! —dijo. Y se marchó.

Paula abrió la maleta deseando poder decir lo mismo. Sacó uno de los vestidos y se dirigió a la ducha.

Hechizo De Amor: Capítulo 3

De pronto Paula sintió que el juego, si era eso de lo que se trataba, se había prolongado demasiado. Dijo con tono cortante:

—¿Piensa decirme ese tipo de cosas hasta que llegue el momento de la boda, con la esperanza de que mi madre crea que no estoy aquí y postergue la boda? —dió dos pasos por delante de Pedro.

De pronto, sin que ella lo hubiera previsto, él le sujetó el brazo. Paula no estaba acostumbrada a tener que torcer el cuello para mirar a los hombres. Era demasiado alta para ello, y se valía de su altura cuando le convenía. Pero Pedro Alfonso la hacía sentir más pequeña e insegura de sí misma. No estaba segura de qué odiaba más, aquella sensación de pequeñez frente a él o al hombre en sí mismo.

—¡Suélteme! —gritó.

—Cálmese —dijo él burlonamente—. Solo iba a mostrarle la habitación.

Ella olió su perfume cuando él se acercó a recoger las maletas. Tenía su cabeza cerca de ella.

—Aunque el tiempo se está acabando, y no conozco a ninguna mujer que se arregle en menos de una hora.

Ella sintió deseos de tocarle el pelo, averiguar si era tan sedoso como parecía. Era inútil negarlo. ¡Oh, Dios santo! ¿Qué diablos le pasaba? Intentó controlarse. Esperaba que aquel impulso no se le hubiera notado en la cara. Lo miró con desdén y dijo:

—Estoy segura de que conoce a un montón de mujeres.

—No lo niego.

—En mi opinión, el hombre que se jacta de sus conquistas no merece la pena.

—Aquellos que tienen poca experiencia, señorita Chaves, tienen que conformarse con opiniones.

Evidentemente a él le resultaba poco atractiva para conseguir un hombre. Paula apretó los dientes y dijo:

—¡Algunos preferimos elegir las experiencias! Usted tiene buen aspecto. Eso lo reconozco. Pero un hombre, en mi opinión, nuevamente, debe tener más sustancia que el envoltorio.

—¡Tiene muchas opiniones acerca de los hombres, para ser una mujer cuyo envoltorio no garantiza una segunda mirada!

«¡Me las pagarás!», pensó P aula. «Haré que me mires más de dos veces, playboy arrogante». Llevaba dos vestidos en las fundas de plástico: uno perfectamente correcto para una boda de alta sociedad, y el otro más interesante, pero de ninguna manera tan correcto. Ya sabía cuál se iba a poner. Acababa de decidirlo.

Claro que si era lista, se pondría el menos llamativo pero más seguro. Porque lo peor era que, a pesar de aquella absurda conversación, encontraba a Pedro muy atractivo. Debía de ser su masculinidad, que llamaba a su femineidad en un nivel muy básico. Él irradiaba una seguridad sexual que la irritaba intensamente, en parte porque estaba segura de que él era completamente inconsciente de ello. Él no estaba intentando atraerla. ¡Oh, no! ¡Ella no valía la pena aquella pérdida de tiempo ni el esfuerzo! Pero aquella forma de estar, ese pelo negro cayéndole por la frente bronceada, la fuerza de sus dedos, cada molécula de su cuerpo, la atraía. Aunque cada una de sus palabras la advertían de que huyera de él. Ella se las había arreglado muy bien para mantener su sexualidad oculta durante los últimos años. Y si bien Pedro Alfonso la atraía y la enfurecía, también le daba miedo.

—Está muy callada —dijo él—. ¿No me diga que se ha quedado sin opiniones?

—Las he malgastado con usted.

—Todo este día está malgastado para mí —dijo Pedro con énfasis.

—Entonces… al final… estamos de acuerdo en algo.


Con repentina impaciencia, él tiró de ella para que entrase, cerró la puerta y la llevó por un gran corredor hacia el hueco de una escalera de caoba. Era fuerte. Ella sabía que sería inútil resistirse a él. Paula apoyó una mano en la barandilla, e intentando herir el ego de Pedro, le dijo:

—Nos complementamos entonces…

—Se me debe de haber escapado algo, porque no entiendo qué quiere decir.

—Me refiero a su buen aspecto, ¿Se acuerda? El envoltorio. Me resulta algo familiar usted. Aunque no sé bien por qué. ¿Ha trabajado alguna vez de modelo?

—¡No! —exclamó él, molesto.

Paula subió por las escaleras mirando todos los retratos de los caballos de carreras por los que Horacio Alfonso era famoso.

—¡Qué hermosos animales! Quizás trabaje para su padre en los establos, ¿No, señor Alfonso?

—No —dijo él como mordiendo las palabras. Otra vez había logrado molestarlo.

—Entonces, ¿A qué se dedica?

—Me dedico a intentar mantener a distancia a las cazadoras de fortunas. En lo que he fracasado, evidentemente.

Él la llevó a un ala separada del resto y abrió una puerta blanca.

—Su madre está en la última habitación. Esta es la suya. Ambas tienen cuarto de baño privado.

Antes de que Paula pudiera protestar, él entró y dejó la maleta al lado de la cama. Ella no lo quería allí. No lo quería ni cerca de ella ni de su cama.

—Intente sonreír para las cámaras, ¿Quiere? A no ser que quiera que todos los álbumes de fotos de la boda lo muestren como un niño malhumorado que no se ha salido con la suya.

Hechizo De Amor: Capítulo 2

Entonces, ¿por qué estaba babeando por aquel hombre que estaba en la entrada? «¡Cálmate!», se dijo. Estaba cansada y su imaginación se le había escapado. Pero de una cosa estaba segura, aquel hombre era Pedro Alfonso. Ya comprendía por qué su madre le tenía tanto respeto.

—¿Y quién es usted? —se oyó preguntar fríamente.

—Esperaba que no viniera. Así esta farsa de boda podría haberse postergado al menos —contestó él, sin responder a su pregunta.

—Una pena. Estoy aquí —dijo ella en un tono normal del que se sintió orgullosa Se guardó su opinión de que para ella también aquella boda precipitada era una farsa—. Imagino que usted es Pedro Alfonso, ¿Me equivoco?

Él asintió y no intentó darle la mano.

—Usted no es en absoluto como me imaginaba… Su madre nos había dicho siempre que era muy hermosa.

—¡Dios santo! Realmente no quiere que mi madre y yo formemos parte de su familia, ¿Verdad?

—Lo ha comprendido bien.

—Tan poco como yo quiero a su padre y a usted en la mía —dijo ella.

—Entonces… ¿Por qué no perdió el vuelo de Yemen, señorita Chaves? No creo que su madre hubiera celebrado la ceremonia si usted no estaba aquí. Podría haberla evitado. Al menos temporalmente.

—Desgraciadamente, no creo que mi papel en la vida sea cuidar a mi madre. Podría intentar hacer otra imprudente boda. Pero es mayor de edad para tener que pedir el consentimiento de alguien. Como lo es su padre.

—O sea que tiene zarpas. Muy interesante. No le quedan bien con esa ropa — miró su traje de lino y su blusa holgada.

—Señor Alfonso, me he pasado los últimos días negociando derechos de minería con algunos hombres poderosos que viven en un país con códigos culturales de ropa para las mujeres diferentes a los nuestros. El avión salió tarde de Yemen, perdí mi conexión en Hamburgo, el aeropuerto de Heathrow era una pesadilla de colas y medidas de seguridad, y para colmo de males había una huelga feroz del personal que se ocupaba de las maletas en Toronto. Sin mencionar el tráfico que salía de la ciudad. Estoy cansada y un poco descentrada… ¿Por qué no me dice dónde está mi habitación para que me pueda cambiar?

—¿Descentrada? —repitió él con una sonrisa en los labios que no se correspondía con la mirada—. Debería elegir sus palabras más cuidadosamente. «Descentrada» no es una palabra que la describa bien. La envuelve todo tipo de emociones. Algo típicamente femenino.

—Las generalizaciones son signo de una mente perezosa —le dijo Paula dulcemente—. Y las palabras que podrían describir más precisamente el modo enque me siento no son el tipo de palabras que vaya a usar con un extraño. Mi habitación, señor Alfonso.

—O sea que yo tenía razón… Hay más cosas debajo de ese aspecto de docilidad, además de una persona descentrada. Aunque no alcanzo a comprender por qué no quiere que su madre se case con un hombre muy rico. Habrá un montón de beneficios para usted.

Ella no quiso darle el gusto de perder el control y ponerse a gritarle, y contestó:

—Mi madre ha estado casada con hombres mucho más ricos que su padre… No tengo idea de por qué se ha conformado con menos esta vez —alzó una ceja y agregó—: Excepto que sea el padre mucho más encantador que su hijo, ¿No?

—Puedo ser encantador cuando quiero, y odio hablar con gente que lleva gafas de sol —Pedro se movió rápidamente, sin darle tiempo a echarse atrás, y le quitó las gafas.

Por un momento ella vió el desprecio en la cara de él, y luego algo más. Pero enseguida se borró aquella expresión. Hubiera sido lo que hubiera sido, aquella mirada había vuelto a poner a su corazón en guardia.

—Le mostraré su habitación —dijo él, tenso—. La habitación de su madre está al lado. Después de la boda, por supuesto, se pasará al ala de la casa de mi padre.

Con una inocente sonrisa, Paula dijo:

—O sea que le molesta que su padre tenga una vida sexual satisfactoria, ¿No es verdad, señor Alfonso? Tal vez le haga falta un buen psiquiatra.

—No me importa con quién se acuesta mi padre. Me importa con quién se casa.

—Control —dijo ella con una risa corta—. No me sorprende…

—Dejemos algo claro —dijo Pedro con una expresión de ira tan intensa en la voz que Paula tuvo que reprimirse la necesidad de dar un paso atrás—. Y puede decírselo a su madre. No le permitiré que desplume a mi padre cuando, como será inevitable, dado el récord de su madre, llegue el divorcio. ¿Le queda claro? ¿O tengo que repetirlo?

Ella no aguantó más.

—¿Sabe una cosa? He estado en cuarenta o cincuenta países diferentes en los últimos ocho años y en ninguno de ellos, ni en uno, he conocido a un hombre tan rudo e ignorante como usted. Se lleva el premio, señor Alfonso. ¡Enhorabuena!

Él sonrió de medio lado y dijo:

—No soy rudo, simplemente soy sincero. ¿No es algo que reconozca usted, señorita Paula  Chaves? Tal vez sea que no esté acostumbrada a ello.

Hechizo De Amor: Capítulo 1

Tenía calor. Estaba cansada del viaje en avión. Se le había hecho tarde. Muy tarde. Y el camino hacia Los Robles era como una de esas interminables carreteras de campo que no conducen a ninguna parte. Con un suspiro de impaciencia, Paula Chaves se secó el sudor de la frente e intentó relajar los músculos del cuello. Para colmo de males había estado quince minutos en un atasco, entre limusinas y choferes que llevaban invitados a alguna boda.

Ella iba conduciendo su coche, un Mazda rojo convertible, y llevaba la misma ropa con la que había salido de Yemen veinticuatro horas antes. Un traje de lino verde de estilo modesto, arrugado ahora, una blusa con cuello cerrado y unas zapatillas verdes que le estaban haciendo daño. No llevaba maquillaje. Casi no había dormido. Y no la esperaba nada placentero en las siguientes horas. Llegaba tarde a la boda de su madre. A la quinta boda de su madre, para ser precisa. Esta vez se casaba con un hombre llamado Horacio Alfonso. Un hombre rico con un hijo llamado Pedro, que tenía aterrada a Alejandra, según había dicho ella misma. Pedro sería el padrino y Paula la dama de honor. Se había pasado las últimas horas negociando con unos barones ricos en petróleo. No se iba a intimidar por un playboy de Toronto llamado Pedro Alfonso.

La boda estaba programada para las seis de la tarde, y en aquel momento eran las cinco y cinco. Tardaría varios minutos en pasar los portones de seguridad de hierro forjado de la entrada de la propiedad de Horacio Alfonso. Haría falta un milagro para poder llegar a Los Robles y que la harapienta que estaba hecha se transformase en deslumbrante dama de honor. Todas las damas de honor deslumbraban, ¿No? ¿O esa era la novia? Paula no lo sabía. Ella no había sido nunca una novia y no tenía intención de cambiar de estado civil. Ese papel se lo reservaba a su madre. Había robles a los lados del camino, la hierba parecía de terciopelo y las cercas estaban pintadas de blanco. El novio era rico, sin duda. «Sorpresa, sorpresa», pensó Paula cínicamente. Aunque su madre era una romántica, aún le quedaba casarse con un hombre pobre.

A través de las cercas, Paula podía ver campos abiertos y plácidos grupos de yeguas y caballos, y por un momento se olvidó de lo imperdonablemente tarde que era. Se había acordado de meter en la maleta el equipo de montar en los diez minutos que había parado en su chalé de Taranto. Al menos podría tener alguna experiencia agradable en aquella boda; montar a caballo.

Vió que la carretera se ensanchaba y llegaba hasta una zona de arbustos y unas estatuas alrededor de un camino circular. La casa era una imponente mansión georgiana, con muchas contraventanas y chimeneas. Ignorando las indicaciones de los dos hombres uniformados que estaban haciendo señas a los coches hacia una zona de estacionamiento debajo de unos árboles, Paula se salió de la fila, y paró cerca de la puerta de entrada. Salió del coche y del asiento de atrás recogió su maleta y las perchas que tenían los vestidos. Le dolían todos los músculos. Se sentía fatal. Y tenía peor aspecto aún. Corrió a la puerta de entrada. Estaba flanqueada por dos faroles pintados de verde. Cuando fue a tocar el timbre, se abrió la puerta.

—Bueno… —dijo una voz burlona de hombre—. La señorita Chaves llega tarde.

Paula se quitó de la cara un rizo rubio suelto que había sido parte de un pulcro peinado hacía veinticuatro horas.

—Soy Paula Chaves, sí —dijo ella—. ¿Podría llevarme a mi habitación, por favor? Tengo prisa.

El hombre la miró insolentemente de arriba abajo, desde el pelo despeinado hasta los zapatos llenos de polvo.

—Muy tarde —agregó él.

Por un momento ella pensó que aquél podría ser un mayordomo poco convencional. Pero aquel hombre que bloqueaba su paso a la casa jamás podría haber sido sirviente de nadie. No. Era el tipo de persona que daba órdenes, y que esperaba, si ella no se equivocaba, que las obedecieran inmediatamente.

¿Un mayordomo? ¿Estaba loca?, pensó Paula. Era el más magnífico espécimen de hombre que había visto en su vida. Alto, moreno y atractivo era poco para describirlo. Ciertamente era alto, unos cuantos centímetros más alto que ella. Su pelo era negro y sus ojos oscuros como la roca volcánica, y cuando por un momento Paula dejó volar la imaginación, lo vió como un hombre que solo le llevaría devastación y pena. «¡Oh, basta!», se dijo. Había muchos hombres de pelo negro y ojos oscuros. En cuanto a lo de su atractivo, sus facciones eran demasiado fuertes, demasiado impregnadas de energía masculina como para llamarlo así. Era atractivo como lo podía ser un oso polar, pensó.

Llevaba un traje caro y una camisa impecablemente blanca, una indumentaria sofisticada y urbana. Aunque tenía un aire peligroso y salvaje, más que urbano y sofisticado. Ciertamente no disimulaba el ancho de sus hombros, su vientre uso y caderas estrechas. Muchos hombres tenían cuerpos bonitos, pero aquel hombre tenía un magnetismo masculino que salía de cada uno de sus poros. ¿Qué mujer digna de serlo se le resistiría? «Yo», se contestó Paula. ¿Qué le pasaba? Ella nunca se dejaba llevar por el aspecto de un hombre ni por su carisma sexual, algo que le había servido durante años. Le había evitado cometer errores como los que había cometido su madre.

Hechizo De Amor: Sinopsis


No era normal que Paula Chaves se acostara con un extraño, pero en cuanto conoció a Pedro Alfonso se sintió terriblemente atraída por él. Y después de unas semanas llegaron las consecuencias de su alocada aventura: un matrimonio precipitado basado en la necesidad y la lujuria…


Pedro no confiaba en ella… pero había caído bajo el hechizo de esa irresistible mujer y estaba dispuesto a todo para retenerla a su lado…

domingo, 30 de octubre de 2016

Dos hermanos: Capítulo 72

—Lo haces con tu mera presencia. Por eso tienes que volver a tu habitación. Por favor, querida. Su voz parecía desesperada.

—Está  bien  —Paula se  incorporó—.  Me  iré  —bajó  de  la  cama  y  se  sostuvo  sobre  sus  piernas vacilantes—. Pero lo lamentarás.

— ¿Crees que no lo sé?

—Tal  vez  no  deberíamos  vernos  hasta  nuestra  cita  delante  del  altar  pasado  mañana.  Será la única manera de mantenerme lejos de tí.

— ¡No digas tonterías!

Paula se echó a reír y salió corriendo de la habitación. Pedro la llamó por su nombre pero ella se negó a responder.  En  cuanto  amaneciera,  iría  a  la  taberna  y  pediría  una  habitación.  Pobre propietario.  Sabría con seguridad que la futura esposa del señor Alfonso no las tenía todas consigo.

—Estás preciosa, Paula.  Se inclinó y le dió un beso a Ari. Él y su madre caminarían delante de ella hacia el altar, agarrados de la mano.

—Y tú estás muy apuesto con ese esmoquin —luego sus ojos se posaron en Caro, que estaba  preciosa  con  el  vestido  rosa  pálido  que  Paula había  escogido  para  ella—.  Un  día caminarás hacia el altar con tu marido y serás tan feliz como yo.

Los ojos castaños de Caro se llenaron de lágrimas.

—Eso espero, porque nunca había visto a dos personas tan enamoradas como Pepe y tú —las dos se abrazaron.

—Tal vez. Pero creo que está ahora mismo furioso conmigo.

—Frustrado, mejor dicho. Tu idea de mantenerte alejada no le sentó muy bien. Solía ser una persona tratable. Menos mal que ya ha llegado el día de la boda —Caro sonrió—. Claro que cuando te vea con ese vestido, te lo perdonará todo.

—¡Eso espero!

— ¡Fede! —  gritó  Ariel  al  verlo  aparecer  por  las  puertas  de  la  iglesia,  resplandeciente  con su esmoquin negro.

— ¿Cómo estoy?

—¡Igual que yo! —exclamó Ariel, y todos se rieron.

Caro le hizo una seña a Paula.

—La música ya ha empezado.

— ¿Todo el mundo está listo? —quiso saber Fede. Hubo un sí colectivo—. Apuesto a que sientes el mismo hormigueo en el estómago —susurró al oído de Paula— que yo cuando estoy en lo alto de una montaña esperando la señal de salida.

—Así  es  exactamente  como  me  siento  — -susurró  Paula con  una  excitación  nerviosa que apenas podía controlar—. Te quiero, Fede.

—Yo  a  tí  también  —Fede  la  besó  suavemente  en la mejilla y  luego  Paula tomó  su  brazo.

Ariel  y  Caro empezaron  a  caminar  hacia  el  altar.  Poco  después,  Fede y  ella  los  siguieron. La diminuta iglesia estaba abarrotada de invitados con buenos deseos. Al pasar al lado de cada banco, los amigos y vecinos se ponían en pie y sonreían. Analía y  Germán  la  saludaron  con  un  gesto  de cabeza.  Ariel  no  podía  haberse  criado  con  unas  personas  más  encantadoras.  Según  Caro, estaban  planeando  trasladarse  a  Grecia,  tal  vez abrir un nuevo restaurante en Andros. Todo iba a salir bien. Vió a Juan y a Melina. Tenían rostros resplandecientes.

— ¡Carlos! —exclamó en voz baja al ver cómo él y su esposa se ponían en pie. Aquello era obra  de  Pedro.  Cómo  lo  amaba.  Carlos miró  a  Paula,  luego  a  Fede,  y  guiñó  el  ojo  con  una sonrisa en su rostro afable. Continuaron el desfile. Humberto Rich y su esposa también estaban allí, y su evidente alegría por ella la conmovió.  Cuando  llegaron  al  frente,  divisó  una  silla  de  ruedas. ¡Era Manuel!  Él  asintió  y  parpadeó al reconocerla. Paula estuvo a punto de desmayarse, pero Fede estaba allí para darle el apoyo que necesitaba.

Cuando  llegaron  detrás  de  Pedro,  que  estaba  vestido  con  un  elegante  traje  negro,  las  lágrimas habían  enturbiado  su  visión.  Luego  él   se  volvió  con  aquella  maravillosa  sonrisa dirigida exclusivamente a ella. Cuando le extendió la mano, Paula la tomó con ansiedad. El párroco empezó:

—Amados todos...

«Tú eres mi amado». Paula vocalizó las palabras para Pedro.  En cuanto a Pedro, no podía apartar la vista de su esposa. Su pelo rojo refulgía sobre su vestido de encaje y seda dejándolo sin aliento. Durante la ceremonia, sus ojos azules le hablaban, transmitiéndole todo su amor.  

Cuando  llegó  el  momento  de  ponerle  el  anillo  que  Fede le  ofrecía,  lo  deslizó  junto  al diamante que ya lucía en su dedo. Luego el párroco pronunció la bendición y le dijo a Pedro que podía besar a la novia. Paula elevó sus labios hacia los suyos. Parecía que había pasado toda una vida desde la última vez que sintiera su abrazo apasionado.

— ¿Mamá? — oyó Pedro decir a Ariel en voz alta—. ¿Cómo es que el tío Pepe lleva tanto tiempo besando a Pau?

—Porque se quieren mucho —susurró una voz suave.

—Ahora están casados, ¿Eh?

—Sí, cariño.

—Y ya eres mi mamá.

 —Sí. Y tú eres mi pequeño para siempre.

— ¡Genial!

—Genial me gusta —susurró Pedro junto a los labios de su esposa—. Genial ha sido tu plan de venganza. Jugó a mi favor. Te adoro...

—Te amo tanto que no puedo esperar a estar a solas contigo para demostrártelo.

—Qué cosas dice, señora Alfonso. Y los momentos que escoge para decirlas...

FIN

Dos Hermanos: Capítulo 71

—Te toca a tí averiguarlo. Esta noche, cuando Paula entró sin llamar a mi habitación exigiéndome que  viniéramos  a  verte,  supe  que  era  una  mujer  enamorada.  Así  que...  ¿Qué  tal  si  dejo  que arreglen  este  asunto  ustedes solos?  Pero  antes  de  irme,  ¿Me  permiten  que  les  dé  mi bendición?  —Caminó  hasta  el  umbral,  y  luego  dió  media  vuelta—.  ¿Paula?  Bienvenida  a  la familia,  cherie.  Cuando  Pedro decida  traerte  de  vuelta  de  su luna  de  miel,  me  gustaría  contar con  tus  ideas.  Tal  vez  te  contrate  para que me ayudes a organizar esas escuelas de esquí. Voy a demostrarte que no soy el seductor sin cerebro que crees que soy. Y... Pedro, no puedo deshacer el daño que he hecho en el pasado, pero tenías razón. Ariel debe estar con nuestra hermana. Su bondad me recuerda a la de nuestra madre. No me extraña que no renunciaras a él.  Carraspeó. —Kalinichta —les  brindó  una  sonrisa  pícara—.  Que  todos  sus  problemas  sean  insignificantes. No me importará que le pongan mi nombre a su primer hijo.

El  único  sonido  que  Paula oyó  después  del  clic  de  la  puerta  fueron  los  latidos  de  su  propio  corazón.  Al  volver  la  cabeza  al  otro  lado  de  la  estancia,  los  ojos  de  Pedro  eran  como  cabezas  de  alfiler  de  fuego  negro.  Dejó  su  copa  en  la  mesilla  y  empezó  a  andar  hacia ella.

— ¡No, Pedro! —Paula retrocedió—. No des un paso más. Hay algo que debo decirte primero.

—Tienes  razón  —dijo  con  una  media  sonrisa—. Tengo  que  oír  de  tus  labios  que  estás  tan enamorada de mí como yo de tí.

— Ya  sabes  lo  que  siento  por  tí — suspiró  profundamente—.  Me  enamoré  nada  más  verte en tu oficina aquel día. Pero no conoces la verdadera razón por la que fui a verte. Cuando  sepas  la  verdad,  me  pedirás  que  me  vaya  de  Andros  y  que  no  vuelva  nunca.  Soy una mala persona, Pedro.

— ¿Cómo  de  mala?  —bromeó,  acercándose  más.

Paula no  podía  respirar,  y  menos  pensar. Desvió la mirada y confesó:

—Fui a verte a tu oficina porque tenía un plan para utilizar a tu familia y conseguir lo que quería. Te elegí a tí en concreto para conseguir vía libre. Carlos Gordon me ayudó.

A continuación, Paula le explicó todo lo ocurrido desde que se pusiera en contacto con el Instituto Miguel Ángel y planeara enamorar a Federico Alfonso  y casarse con él, hasta el día en que se presentó en su oficina con la excusa de averiguar el paradero de Caro.

—En cuanto empezamos a hablar de Caro, desperté del extraño aturdimiento en el que había  estado sumida.  Me  dí  cuenta de  que  el  miedo  a  Marcos me  había  impulsado  a  utilizar a tu familia, y que estaba mal. En aquel instante, supe que no quería hacer nada de lo que había planeado. Pedro, tienes que creerme. La única razón por la que fui en el barco  contigo  es  porque  quería  estar  a  tu lado.  De  lo  contrario,  habría  ido  en  avión  a  Atenas para ver a Caro antes de regresar a California. El silencio era angustioso.

—No...no  espero  que  me  perdones,  pero  estoy  enamorada  de  tí,  Pedro.  No  sé  cómo  podré seguir  viviendo  si  no  me  creyeras.  Ahora  que  hay  total  sinceridad  entre  nosotros, podré seguir adelante con la boda antes de volver a los Estados Unidos.

Oyó cómo Pedro inspiraba bruscamente. Su rostro se había ensombrecido.

— ¿Crees que hay total sinceridad entre nosotros?

—No entiendo... —los latidos de Paula resonaron aún con más fuerza.


— ¿Crees  de  verdad  que  te  invité  a  viajar  conmigo  en  el  barco  por  otra  razón  que  no  fuera ponerte las manos encima y hacerte el amor? —su voz tembló—. ¿Tienes idea de lo mucho que me desprecié por desearte a tí en lugar de a mi prometida?

Paula casi se desmayó de alegría. Nunca había esperado oír aquellas palabras.

—Cuando  llegamos  a  Pireo,  sabía  que  estaba  enamorado  de  tí  y  tenía  mi  plan  secreto  de convertirte  en  mi  esposa.  No  me  importaba  cómo  llevarlo  a  cabo  siempre  que  te  casaras conmigo.  Tenía  a  mi  propio  Carlos  en  forma  de  Costas.  No  estoy  orgulloso  de  haber utilizado a Ariel para conseguir mi objetivo, pero volvería a usarlo si hiciera falta... porque estoy locamente enamorado de tí. Ven aquí.

Incapaz de contener su emoción, Paula corrió a sus brazos.

—Pepe, te necesito tanto que me estoy muriendo.

—Yo llevo así mucho más tiempo que tu —la levantó en brazos y la llevó a la cama—. Busquemos  juntos  ese  alivio.  Es  lo  que  he  estado  ansiando,  mi  amor.  Dame  tu  boca,  agape mou. Déjame yacer contigo. Saborearte, sentirte.

Gimiendo su nombre, Paula se volvió hacia él y permanecieron echados uno junto al otro.  Pedro acarició  sus  temblorosos  labios  con  los  dedos  y  luego  los  cubrió  con  los  suyos.  Paula  gimió de  éxtasis.  Estar  en  la  cama  de  Pedro,  en  sus  brazos,  sentir  sus  piernas  fuertes  entrelazadas con  las  suyas  la  llenaban  de  un  calor  voluptuoso  que  le  hacía  pronunciar su nombre una y otra vez.

—Pau —suspiró Pedro  antes de colocarla sobre él, cubriéndola de besos—. Eres tan hermosa. No hay nada que desee más que hacer que esta noche dure eternamente. Pero necesito saber una cosa más.

Paula escondió el rostro en su cuello.

—La respuesta es no. Nunca me he acostado con ningún hombre porque nunca había  estado enamorada.

Con un gemido, Pedro enterró el rostro en su pelo.

—No  sé  cómo  puedo  tener  la  suerte  de  ser  el  hombre  que  amas,  pero  me  gustaría  ser  digno de tí. Así que te voy a pedir que salgas de mi cama. No te acerques a mí hasta la noche de bodas. Después, no te dejaré marchar nunca más.

—Pepe, ¡No quiero irme! Ahora que te he encontrado, no quiero perderte de vista. ¿No puedo hacer nada para tentarte?

Dos Hermanos: Capítulo 70

—Sí, por supuesto.

Caro debe de estar frenética. «No es la única...» Paula esperó  hasta  las  dos  de  la  madrugada  para deslizarse  hasta  la  habitación  de  Fede al otro extremo de la casa. Había tenido que esperar tanto tiempo para que todo el mundo estuviera acostado. Durante  la  cena  con  la  familia,  había  estado tan  afligida,  que  había  dejado  que  los  demás hablaran. Ariel  había sido el que más había contribuido, por supuesto. Pedro, en cambio, se había comportado con ella igual que siempre. Ante los demás, era su amada prometida, la mujer con la que anhelaba casarse.

Paula sabía  que  Fede le  había  contado  la  fea  verdad  sobre  su  plan  de  venganza,  aunque Pedro era demasiado honrado para revelar sus, sucios secretos a la familia. Por eso,  aunque  se  había  visto obligada  a  mantener  la  compostura  durante  la  cena,  había  sido incapaz de mirar a Fede.  Creía que  le  había  hecho  daño  en  Suiza,  pero  era  un  mero  arañazo  comparado  con  aquel   último   acto   de   traición.   Fede,   tan   consentido   y   egocéntrico,   se   había   comportado con absoluta bajeza a causa de los celos que sentía por su hermano. Al contrario que él, que había llamado a su puerta la noche anterior antes de entrar, no se molestó en anunciarse. Entró como un torbellino y encendió la luz.

—Levántate, Fede. Quiero hablar contigo.

— ¡Paula! ¿Qué pasa?

Paula apenas podía contener la rabia.

— ¡No vas a salirte con la tuya!

Fede se apartó el pelo de la cara.

— ¿De qué, estás hablando?

—Vas a venir conmigo a la habitación de Pedro. ¡Ahora!

Una expresión atónita surcó su rostro.

— ¿Por qué?

—Si no cooperas, traeré aquí a Pedro. Como prefieras.

Después de una pausa, dijo en voz baja:

—Te acompañaré.

—Te espero en el pasillo.

Diez  segundos  después  emergió  de  su  dormitorio  con  una  bata  a  rayas  negras  y  púrpuras. Paula  desfiló  por  el  pasillo  hacia  la  suite  de  Pedro,  luego  se  volvió  para  mirar a Fede.

—Dile a tu hermano que vamos a hablar con él.

Pensó que Fede replicaría, pero para su sorpresa se adelantó y llamó a la puerta.

— ¿Pedro?

—Entra, Fede. No estoy dormido.

—Estoy con Paula.

Se sucedió un largo silencio. Luego, en tono áspero, Pedro dijo:

—Si han venido a pedir mi bendición, dense por bendecidos. ¡Buenas noches!

Fede  volvió  la  cabeza  hacia  Paula,  con  el  rostro  retorcido  por  el  enfado  y  la  confusión.

— ¿Su bendición? ¿De qué diablos está hablando?

—Tú deberías saberlo.

—Maldita sea, no lo sé.

Abrió  la  puerta  de  golpe  y  entró  en  la  habitación  de  Pedro hecho  una  furia.  Paula lo  siguió. Sus  pies  desnudos  se  curvaron  con  deleite  sobre  la  gruesa  alfombra.  La  habitación  era  una sinfonía  de  colores  tierra  con  un  motivo  negro  dominante  que  la  recorría. Los  ojos  de  Pedro se  posaron  en  ella  nada  más  verla  en  el  umbral,  vestida  con  su  camisón y su bata amarilla. No sabía quién estaba más sorprendido. Con una copa en una mano, estaba allí de pie en todo su esplendor masculino, vestido únicamente con la parte inferior de uno pijama de color azul marino que le caía sobre las caderas. Paula no pudo evitar quedarse mirando el cuerpo sólido y poderoso que la había sostenido apenas horas antes. Se había quedado sin habla.

— ¿Quieren que  los  bendiga  personalmente,  es  eso?  —inquirió  Pedro con  expresión  borrascosa.

— ¡Diablos, no! Paula, ¿Quieres decirme qué pasa?

—Deja de fingir que no lo sabes.

— ¿Que no sé qué?

—Hoy  le  has  contado  a  Pedro  lo  que  yo  te  revelé  anoche  en  secreto  —las  lágrimas afloraron a  sus ojos.  No  podía  contenerlas— Luego  retorciste  la  verdad  para  tus  propios fines malévolos. Pero ya has hecho eso más de una vez en tu vida. Estoy harta de  las  mentiras,  los  celos, la  crueldad.  Tienes  treinta  y  tres  años,  es  hora  de  madurar.  Vamos a quedarnos  en  esta habitación  y  aclararlo  todo  hasta  que  todo  el  mundo  sepa  la verdad.

Unas arrugas surcaron el rostro atractivo de Fede. Giró sobre sus talones para encarar a su hermano mayor.

— ¿Hemos  mantenido  tú  y  yo  una  conversación  en  algún  momento  en  la  que  te  haya  revelado cosas que Paula me dijera anoche en secreto?

Paula detectó un tic nervioso en la comisura de los labios de Pedro.

— No.

Fede se volvió hacia Paula con una sonrisa de satisfacción.

—Al  contrario  que  yo,  mi  hermano  nunca  miente.  Si  ha  dicho  que  no  lo  hizo,  no  lo  hizo. Quedo impune.

Paula empezaba  a  sentirse  confusa  y  temía  estar  moviéndose  en  terreno  resbaladizo.  Levantó la cabeza y miró a Pedro.

—Si eso es cierto, ¿Entonces cómo sabías que Fede había venido a verme anoche a mi dormitorio?

—Estaba esperando a que volviera a casa para hablar con él. Pero cuando entró, subió directamente al  piso  de  arriba.  Lo  seguí  para  llamarlo,  pero  desapareció  en  tu  dormitorio.  Pensé  que  no tardaría,  así  que  esperé  en  su  habitación.  Media  hora después, comprendí que Erica tenía razón y salí de casa.

Fede  miró a su hermano con astucia.

— ¿Qué dijo Erica exactamente?

—Que Paula siempre había estado enamorada de tí.

—Me halagaba pensar eso, pero mi visita anoche a Paula me abrió los ojos a la verdad.

— ¿Qué verdad? —tronó Pedro con el cuerpo tenso.

De repente Paula vió cómo Fede desplegaba su famosa sonrisa.

Dos Hermanos: Capítulo 69

Rodeando  a  su  sobrino  con  un  brazo,  utilizó  el  otro  para  ayudar  a  salir  a  Paula.  En  cuanto pudo  sostenerse  en  pie,  la  apretó  contra  su  cuerpo.  Fede  o  no  Fede,  era  su  vida.

— ¿Estás  bien?  —murmuró  junto  a  su  pelo.  Olía  a  champú  y  a  agua  de  mar.  Estaba  empapada. ¿Qué le habían hecho?

—Ahora sí —dijo, temblando de pies a cabeza—. ¿Cómo supiste que estábamos aquí?

—Juan tenía órdenes de vigilarte. El resto fue fácil.

Pedro tuvo  un  sentimiento  lúgubre  al  comprender  que  aquellos  ojos  azules  que  lo  miraban con gratitud nunca brillarían con la clase de amor que sentía por ella.

—Sabíamos que Pepe vendría a por nosotros, ¿Eh, Pau? Pepe puede hacer cualquier cosa.

Los oficiales que estaban a su alrededor echaron atrás la cabeza y rieron. —

Ven —lo llamó el jefe de policía—. Te llevaremos al puerto en mi barco. Estoy seguro de que habrá algo de beber para un chico tan valiente como tú.

—Pero tuve miedo hasta que vino Pau.

—Yo también cuando no te encontrábamos —reconoció el jefe.

«Y yo», murmuró Pedro para sus adentros, inclinándose para abrazar al niño. Ariel  y  el  jefe  de policía  se  alejaron  para  subir  a  bordo  del  barco  de  policía,  charlando  como viejos amigos. Pedro, que todavía tenía el brazo sobre los hombros de Paula, no pudo  dar  un  paso  al  sentir  que ella  deslizaba  la  mano  hasta  su  cintura  para  retenerlo.  Le lanzó una mirada inquisitiva.

— ¿Cómo podré pagarte por lo que has hecho?

—Has protegido a Ariel con tu vida. Ya es bastante pago.

— Si  no  me  hubiese  presentado  en  tu  oficina,  nada  de  esto  habría  ocurrido  —Pedro volvió a oír el temblor en su voz.

—Si no hubieras venido a verme, no nos casaríamos y Ariel nunca pertenecería a Caro.

Paula desvió la mirada.

—He estado pensando en nuestra boda.

— Yo también.

—No has llegado a decirme cuánto tiempo crees que deberíamos estar casados.

— ¿Te molesta? ¿Tanta prisa tienes por divorciarte?

— ¡No! Por supuesto que no. Sólo quería que supieras que comprendo que echarás de menos la compañía de Erica, así que...

— ¿Quieres  decirme  que  comprendes  cómo  yo,  como  muchos  hombres,  puede  estar  prometido un día y al día siguiente hacer el amor a otra mujer?

—Bueno...sí.


—Pau, no estoy enamorado de Erica. Creo que nunca lo he estado. Y al contrario de lo  que  piensas, no  he  pensado  verla  o  hablar  con  ella  otra  vez  a  no  ser  que  sea  por  casualidad —hizo  una  pausa—.  Eres  una  mujer  extremadamente  comprensiva.  Yo  no  me sentiría así si estuviera en tu lugar.

—Sólo trataba de ser razonable —dijo acaloradamente.

—Razonable. ¿Puede deberse a que estés enamorada de otro hombre que no te parezca tan abominable el hecho de que mantenga contactos ocasionales con otra mujer?

— ¡Ya te he dicho que no estoy enamorada de Manuel! No comprendo por qué no me crees.

—Te creo. Respecto a Manuel.

Paula volvió la cabeza para mirarlo.

— ¿ De qué otro hombre estás hablando?
—Del que estás enamorada. Del que llevas enamorada desde hace mucho tiempo.  Frunció el ceño.

— ¡No hay ningún otro hombre!

—Entonces  ¿cómo  explicas  la  visita  de  mi  hermano  a  tu  habitación  en  mitad  de  la  noche?

—Fede vino a disculparse.

—Tienen una historia desde hace seis años.

—Fue un enamoramiento de adolescente. A todas las chicas les pasa al menos una vez en la vida.

—El tuyo duró un poco más de la media, ¿No crees?

Pedro vió que a Paula le costaba tragar saliva.

— ¿Cuánto  te  contó  Fede sobre  nuestra  conversación  de  anoche?  —preguntó  con  ansiedad.

«Eso fue todo, Rachel? ¿Una conversación?»

— ¿Pepe ? ¿Pau? ¡Vamos, el barco se va!

—Ariel nos llama. Ha sido un día muy largo. Creo que es hora de que volvamos a casa.

Dos Hermanos: Capítulo 68

—Mis hombres han requisado el navío, Pedro.  Era  el  jefe  de  policía,  que  había  llamado  al  barco  de  la  policía  al  que  Pedro había  subido.

—Hemos  detenido  a  los  americanos,  pero  se  niegan  a  hablar.  Los  retendremos  sin  posibilidad  de  que  sean  extraditados  a  los  Estados  Unidos  hasta  que  estés  listo  para  investigar la muerte del padre de despinis Chaves.

—Son buenas noticias, pero tengo que saber si has visto a Paula y a Ariel.

—Todavía no. Estamos registrando el barco.

— Llegaré enseguida.

Hasta  que  estuvieran  a  salvo,  no  volvería  a  conocer  un  momento  de  felicidad.  De  cualquier modo, no lo haría después de haber visto a Fede entrar en la habitación de Paula en  mitad  de  la noche.  Al  ver  que  no  salía  inmediatamente,   había  salido  de  la  casa  a  dar  un  largo  paseo. No podía  soportar  la  idea  de  lo  que  pudieran  estar  haciendo. Aquella mañana a primera hora, había vuelto a la villa en busca de su cartera, y al poco de marcharse en coche había recibido una llamada de teléfono de la policía en la que le notificaban  que  Ariel  había  sido  secuestrado  y  que Paula  había  desaparecido.  La  angustia le había descuartizado el alma.

Pedro  apagó  su  teléfono  móvil  y  le  indicó  al  capitán  del  barco  de  policía  que  se  acercara  al  yate.  La  inteligencia  griega  había  informado  de  que  era  propiedad  de  una  compañía perforadora americana con una filial en Grecia. Al parecer, habían visto a un hombre de la descripción de Marcos Dodd ha bordo. Llevaba varios días en Grecia y ello implicaba que conocía el paradero exacto de Paula.  Por otro lado, Juan había informado a Pedro de que Paula había ido a la taberna y de allí a la playa de Batsi a alquilar un hidro pedal  Cuando  alertó  a  las  autoridades, todas las  piezas  encajaron.  Después,  les  había  contado a Caro y a Fede la verdad sobre la persecución de Marcos Dodd. En  un  momento  emotivo,  Fede  se  había  venido  abajo,  alegando que  todo  era culpa  suya.  Mientras  había  estado  en  el  bar  bebiendo  con  su  amigo,  uno  de  los  hombres  de Dodd debía de haber oído su conversación, y seguramente por eso conocían su plan de ir a pescar con Ariel al día siguiente. Pedro nunca lo había visto tan abatido.

— Ya hemos llegado, señor Alfonso.

—Efcharisto.

Pedro se acercó al borde de la cubierta y luego saltó a las escaleras que conducían a la cubierta del yate, que era un hormiguero de policías de distintas fuerzas. Se dirigió al jefe.

— ¿Los han encontrado ya?

—No —fue  la  lúgubre  respuesta—.  Hemos  registrado  todos  los  camarotes  y  están  vacíos. En la bodega había rastro de ellos.

—Entonces  empecemos  a  buscar  en  todos  los  armarios  de  limpieza  y  almacén  hasta  que los encontremos.  «Tienen que estar vivos. Me niego a creer lo contrario».

Diez  minutos  más  tarde,  todavía  no  los  habían  encontrado.  Pedro se  sentía  como  si  tuviera una  piedra  en  el  estómago.  Recorrió  la  cubierta,  escrutando  cada  centímetro.  Cielos, ¿Dónde estaban?  Al  volverse  para  registrar  otra  vez  el  barco,  recordó  que  aquel  yate  tenía  la  misma escalera en un extremo que algunos de los yates Alfonso, con un pequeño almacén oculto detrás para las cuerdas. Se accedía a él por una puerta que se cerraba con un cerrojo en la parte baja.  Con  un sentimiento  asfixiante  en  el  pecho,  se  dirigió  corriendo  a  la  escalera,  seguido del jefe de policía y algunos de sus hombres. Cómo no, allí estaba. El cerrojo.

—Podrían estar aquí dentro. Ilumina la entrada, jefe.

Murmurando  con  sorpresa  porque  sus  hombres  lo  hubieran  pasado  por  alto,  el  jefe  sostuvo su  linterna  mientras  Pedrfo descorría  el  cerrojo  y  abría  la  puerta.  Tuvo  que  ponerse en cuclillas para mirar dentro.  Hubo  un  movimiento  inesperado.  Percibió  el  brillo  de  un  pelo  rojo dorado  antes  de  que Paula levantara la cabeza. Su cuerpo cubría al de Ariel, protegiéndolo.

—Marcos, canalla —gritó—. Tendrás que matarme a mí primero para ponerle las manos encima.

En aquel momento, Pedro amó más a Paula Chaves de lo que había amado a nadie en toda su vida.

—Dodd y sus secuaces van camino de la cárcel griega, Pau—dijo en una voz apenas controlada—. Ya no tienes que tener miedo.

— ¡Pepe! — El  chillido  de  alegría  de  Ariel  vibró  por  todo  el  yate,  enterneciendo  su  corazón—. ¡Sabía que vendrías!

—Gracias, Pepe. Gracias —oyó su trémulo susurro antes de que se apartara para dejar salir a Ariel.

Dos Hermanos: Capítulo 67

—Llévame a la taberna.

 Por  el  espejo  retrovisor,  los  ojos  de  Juan  reflejaron  sorpresa  por  su  destino,  pero  se  limitó  a  asentir.  Minutos  más  tarde,  el  coche  se  detuvo  delante  de  la  taberna  y  Paula bajó corriendo.

—Gracias,  Juan.  Voy  a  quedarme  aquí  un  rato.  Te  llamaré  cuando  esté  lista  para  volver.

Juan pareció vacilar, luego volvió a asentir y se alejó. Paula subió  corriendo  los  peldaños  de entrada,  ansiosa  por  encontrar  al  propietario.  Cuando la vió acercarse a la barra, era todo sonrisas. Después de explicarle que estaba esperando una llamada importante, le pidió una habitación para poder hablar con Marcos en  privado.  El  dueño  la  complació  dándole  la  misma  habitación acogedora  de  la  primera vez. Apenas llevaba diez minutos allí cuando el teléfono sonó.

— ¿Sí? —contestó.

—Vaya, vaya, Paula. Por fin. Eres igual que tu padre.

— ¿Dónde está Ari? —preguntó—. ¿Está a salvo?

—Supuse  que  si  tomaba  algo  que  tú  querías,  pronto  tendría  noticias    tuyas.  Debes  de  querer mucho al chico para llamar a Ruth a mitad de la noche.

—Te  daré  lo  que  quieras,  Marcos.  Tengo  los  negativos.  Por  favor,  dime  que  no  le  has  hecho daño —le temblaba todo el cuerpo.

—Nunca quise herir a nadie.

—Mataste a mi padre. ¿Cómo pudiste hacerle eso a tu mejor amigo?

—Miguel  sabía demasiadas cosas para su propio bien, pero no debía morir.

—Quieres decir que sólo debía sufrir un infarto, como Manuel.

—Así es. Pero por alguna razón, no sobrevivió.

—Quiero hablar con Ariel —dijo Paula bruscamente.

—Por teléfono, no. En cuanto cuelgues, toma un autobús a la playa de Batsi. Alquila un hidropedal y dirígete a mar abierto. Si le dices a alguien a dónde vas o lo que haces, ni tú ni el chico viviréis más de una hora. La línea se cortó.

Paula dejó la llave y el dinero por valor de dos noches en la mesilla, recorrió el pasillo en dirección contraria y salió de la taberna por la puerta de atrás. Siguió  las  instrucciones  de  Sean  y  enseguida llegó  a  la  playa  de  Batsi  y  alquiló  un  hidropedal.  Subió  a  él  y  se  dirigió  hacia  el  centro  de la  bahía.  Marcos no  le  había  dado  una dirección  concreta,  pero  ella  sabía  que  hacía  varios minutos  que  había  salido  del área permitida. Por suerte, el mar estaba en calma.  De repente oyó el ruido de un motor. Miró a su alrededor y vió una lancha motora que avanzaba hacia ella.  Al acercarse sin disminuir la velocidad, Paula pensó que iban a atropellarla, de modo que su instinto de supervivencia la instó a tirarse al agua. Cuando emergió para tomar aire, dos pares de manos la alzaron a bordo de la lancha. Nadie dijo nada.  Uno  de  los  marinos  corpulentos  ya  había  tomado su  bolso  y  el  sobre  del  bote.  El  otro  dio media vuelta a la lancha y arrancó de nuevo a gran velocidad. Rodearon  un  cabo  y  Paula  divisó  a  lo  lejos  un  yate  blanco  de  grandes dimensiones que  cruzaba  el  Egeo  a  paso  lento.  Comprendió  que  el  general  Bernan  podía disponer de cualquier cosa, en cualquier momento y lugar. Lo único que necesitaba era a un secuaz como Marcos Dodd que llevara a cabo sus órdenes. La lancha motora se acercó al yate. El pelo rubio plateado de Marcos y su aspecto afable contradecían  su  lado  oscuro.  Vestido  como  un  rico  turista  americano,  la  estaba  esperando de pie mientras los marinos obligaban a Paula a subir al yate. Se sintió  enferma  al  sentir  el  escrutinio  de  sus  fríos  ojos  azules.  Se  quedó mirando  fijamente  su cuerpo,  delineado  por  las  ropas  mojadas  que  se  adherían  a  ella  como una segunda piel.

—Has cambiado desde la última vez que te ví.

Demasiado enfadada para tener miedo, Paula gritó:

—Te he traído lo que querías. Ahora, ¿dónde está Ariel?

—En su habitación, como un buen chico.

—Si  le  has  hecho  daño...  —sus  ojos  se  llenaron  de  lágrimas.

Marcos  le  lanzó  una  cruel  sonrisa.

—No podrías hacer nada. Llevo semanas buscándote pero por fin te he encontrado. TJ., llévala abajo. El hombre que había sacado sus cosas del bote la asió del brazo y la empujó a través de un umbral. Había unas escaleras estrechas que bajaban.

—Aquí  dentro  —le  ordenó,  y  le  bajó  bruscamente  la  cabeza  con  la  mano  para  que  pudiera pasar por una pequeña abertura. En  cuanto  Paula la  traspasó,  el  hombre  la  cerró,  sumiéndola  en  la  oscuridad.  Oyó  el  clic de un cerrojo. Como no podía mantenerse totalmente en pie, se volvió y empezó a golpear la puerta con los puños.

— ¡Dejenme  salir! ¡Quiero ver a Ariel ! ¡Dejenme salir!

— ¿Pau? —una  pequeña  voz  la  llamó  en  la  oscuridad.

Paula  parpadeó  y  dejó  de  aporrear la puerta.

— ¿Ari, cariño? ¿Eres tú?

—Sí.  Esos  hombres  malos  me  metieron  aquí  dentro.  Estaba  asustado  porque  no  podía  ver nada.

De repente, sintió un cuerpecito cálido junto a ella.

—Ari, gracias a Dios. Eres un niño tan valiente, estoy muy orgullosa de tí.

— ¿A tí también te han atrapado esos hombres?

—Sí, pero ahora que estamos juntos, vamos a esperar a que Pedro venga a buscarnos.

— ¡Pepe puede hacer cualquier cosa!

Las lágrimas se deslizaron por las mejillas de Paula.

—Tienes  razón.  No  parará  hasta  encontramos y llevamos a casa con tu mamá.

viernes, 28 de octubre de 2016

Dos Hermanos: Capítulo 66

Paula creyó  morir.  Aunque  Pedro le  había  asegurado  que  sus  hombres  de  seguridad  estaban en sus puestos, Marcos Dodd había conseguido secuestrar a Ariel.

— ¿Sabe Pepe algo de esto?

—La policía dijo que se pondrían en contacto con él.

— ¡Tenemos  que  encontrar  a  Ariel!  No  lo  superaría  si  le  ocurriera  algo  a  mi  pequeño. Ari... Ari... —Caro empezó a perder el equilibrio.

—Por supuesto que lo encontraremos. Vamos, Caro—Fede le rodeó los hombros con el brazo y la condujo al interior de la casa.

Incapaz  de  moverse,  Paula  enterró  el  rostro  entre  sus  manos,  convulsionada  por  el  miedo  y el horror.  «Esto  es  culpa  mía.  Si  a  Ariel  le  pasa  algo  por  mi  culpa,  no  podré  seguir  viviendo. Por  favor,  Señor.  No  dejes  que  Marcos  haga  daño  a  Ari.  Si  tiene  que  morir alguien, que sea yo».  Aquel pensamiento le dió una idea que pareció arrancarla de la parálisis que se había apoderado de ella. Corrió al interior de la casa y subió las escaleras hasta su habitación. Después de cerrar la puerta con llave, corrió al teléfono y descolgó. Eran las tres de la madrugada en la base militar de Red Crater, pero no importaba. Era cuestión de vida o muerte. Tecleó el número y esperó. Una voz somnolienta contestó al cuarto timbrazo.

— ¿Sí? ¿Quién es?

—Hola, ¿Ruth?

— ¿Sí? —fue la respuesta vacilante.

—Soy Paula.

— ¡Paula! Después de todo este tiempo. Cielo, ¿Dónde has estado? Te hemos buscado por  todas  partes.  Marco incluso  fue  a  Pennsylvania  con  la  esperanza  de  encontrarte.  ¿Estás bien?

Las lágrimas se deslizaron por las mejillas de Paula. Ruth Dodd era una buena mujer, su emoción era genuina. No tenía ni idea de con quién se había casado.

—Me alegro de oírte, Ruth. Hice mal al desaparecer de esa manera. Oye, me encantaría ponerme al día de todo lo ocurrido, pero necesito hablar con Marcos. ¿Puedes decirle que se ponga?

—Cielo,  lo  siento.  Está  en  el  Medio  Oeste  realizando  una  misión  para  el  general  Bennan. ¡De modo que era el general Berman el que dirigía toda la operación!

— ¿Tienes  algún  número  de  teléfono  en  el  que  pueda  localizarlo?  —se  secó  las  lágrimas con el dorso de la mano—. Es una emergencia.

— No tengo un número directo para hablar con él. Pero puedo llamar a alguien que le dará el mensaje y Marcos se pondrá en contacto contigo. ¡Se alegrará tanto de oír tu voz! Tu padre nos pidió que cuidáramos de tí, ¿Sabes? Dame tu número.

Paula tuvo que pensar deprisa.

—Espera  un  momento,  Ruth  —saltó  de  la  cama  y  tomó  su  bolso.  Todavía  tenía  el  número de  teléfono  de  la  taberna  donde  había  reservado  habitación  dos  días  antes—. ¿Ruth? Toma nota —le leyó el número—. Si Marcos recibe mi mensaje enseguida, dile que llame a este número dentro de veinte minutos. Si no puede llamarme hasta más tarde, el dueño del hotel recogerá el mensaje y me lo hará saber.

—Probaré en cuanto cuelgue. ¿Dónde estás, cielo?

—En Grecia.

—Grecia.  Oh,  Paula,  me  alegro  tanto  de  que  hayas  llamado.  No  vuelvas  a  hacernos  esto. Por favor, llámame pronto.

—Lo haré —Paula se mordió el labio con fuerza—. Gracias, Ruth.

Sin perder un segundo, Paula corrió al armario y abrió su maleta. En el fondo estaba el sobre con los negativos de su padre. «Lo siento, papá, pero no puedo seguir conservándolos». Tomó  el  sobre  y  su bolso,  se  puso  unas  zapatillas  y  bajó  corriendo  por  la  escalera  de  atrás hasta la cocina. Juan estaba tratando de consolar a su esposa, que no hacía más que llorar. En cuanto vió a Paula, Melina gritó:

— ¡El pequeño ha desaparecido! Aiyee

—Lo sé. Voy a intentar encontrarlo. Si alguien pregunta dónde estoy, diles que volveré enseguida.

— ¡Pero al señor Alfonso no le gustará que salga sola!

—Tengo que hacerlo, Melina.

Juan corrió detrás de ella.

—Yo la llevaré en coche a donde tenga que ir, despinis. No había tiempo para discutir.

—Está bien, gracias.

Paula subió al coche de la familia y enseguida salieron de la propiedad.

Dos Hermanos: Capítulo 65

Paula  se despertó tarde a la mañana siguiente, más en paz consigo mismo desde que había confesado todo a Fede, incluso el hecho de que estaba locamente enamorada de su hermano. Ojalá tuviera permiso para hablarles a Caro y a Fede de Marcos y así comprendieran las medidas  que  Pedro había tomado  para  proteger  a  todos.  Pero  la  precariedad  de  la  situación exigía que permaneciera en silencio. Incapaz de esperar otro momento para volver a ver a Pedro, se puso una blusa de color crema  de  mangas  largas  y  unos  pantalones  de  lana  de  color  beige.  Después  de  cepillarse el pelo y ponerse un ligero maquillaje, se apresuró para reunirse con todos en el piso de abajo.

Su ánimo decayó cuando se dió cuenta de que Caro era la única que estaba en la casa. Adoraba  a  su amiga,  pero  después  de  soñar  con  Pedro toda  la  noche,  esperaba  con ansia volver a verlo. La expresión preocupada de Caro se animó un poco al verla.

—Buenos días, Pau. Estás preciosa.

 —Podría decir lo mismo de tí. La maternidad te sienta muy bien.

Paula quería preguntar sobre Pedro pero no se atrevía.

— ¿Dónde está esta mañana el niño más hermoso del mundo? — inquirió mientras  se  sentaba a la mesa junto a Caro.

—Fede lo llevó a pescar hace una hora, ¿Puedes creerlo?

—La verdad es que sí. Vino a yerme a mi habitación anoche y se disculpó por todo.

—Debió  de  ser  toda  una  disculpa  —dijo  Caro  mientras  la  doncella  les  servía  los  huevos y el café.

—Lo fue. Aclaramos muchas cosas. Me siento mucho mejor.

—Yo  también.  No  sé  qué  le  ha  pasado,  pero  ha  cambiado.  Nadie  es  más  divertido  y  encantador que Fede cuando se lo propone.

—Tal vez sea el «efecto Ari».

Caro sonrió ante aquel comentario, pero su sonrisa se disipó rápidamente.

—Por extraño que parezca, hoy es Pedro el que parece estar fuera de tono. Entró en la villa a primera hora de la mañana, sin afeitar, con expresión furibunda, y salió sin decir ni una palabra. A continuación pude oír cómo se alejaba en su coche a toda velocidad. Nunca lo había visto tan furioso. Estoy asustada.

—Seguramente estás exagerando.

—No —insistió Caro—. Estaba furioso por algo. No parecía mi hermano.

Paula sintió cómo el trozo de pan que tenía en la boca se volvía serrín. ¿Sería rabia lo que  Caro había visto  en  sus  ojos  porque  la  presencia  de  Paula  estaba  poniendo  en  peligro  la  vida  de  todos? No  podía  permanecer  sentada  a  la  mesa.  La  adrenalina  la  obligó a ponerse en pie.

—Pau —gimió Caro  con  suavidad—.  No  pretendía  molestarte.  Tal  vez  estoy  paranoica  porque  Analía  y  Germán  van  a  venir  y  tengo  miedo  de  que  Ariel  decida  vivir  con ellos después de todo.

—No. Es muy feliz contigo. Todo va a ir bien, ya lo verás.

—Eso  espero  —su  voz  pareció  lacrimógena.  Hizo  una  pausa  y  luego  soltó  una  trémula  carajada—.  Oye,  ¿qué  te  parece  si  damos  un  paseo  hasta  la  ciudad?  Me  gustaría comprarle un regalo a Ariel y dárselo después de la boda.

—Es  una  idea  maravillosa  —Paula no  podría  haberse  quedado  en  la  casa  aunque  su  vida hubiese dependido de ello —  Vamos.

Fueron  a  sus  habitaciones  a  tomar  sus  chaquetas  y  luego  atravesaron,  la  casa  hasta  la entrada. Al bajar del porche, Paula vió un deportivo rojo que se aproximaba a la casa a demasiada velocidad.

—Fede sabe que no debe conducir tan deprisa. Algo va mal... El coche se detuvo con un chirrido delante de ellas. Fede saltó del vehículo.

— ¿Han visto a Ariel? —preguntó con el rostro de color mortecino.

—No —Caro lo asió del brazo—. ¿Qué ha pasado?

—No  lo  sé  —Fede parecía  angustiado—  Llevábamos  un  rato  arrojando  el  sedal  al  agua,  pero sin  pescar  nada.  Había  varias  personas  a  lo  largo  de  la  orilla.  Ariel  dijo  que  iba  a  acercarse a  un  tipo  que  parecía  tener  más  suerte.  Le  dije  que  lo  alcanzaría  en  cuanto  sacara  un  cebo distinto  de  la  caja.  Te  juro  que  sólo  lo  perdí  de  vista  treinta  segundos,  no  más.  Cuando  me puse  en  pie,  no  pude  verlo.  Empecé  a  correr,  pero  no  estaba  en  ninguna  parte.  El  hombre tampoco.  Cuando  pregunté  a  las  demás  personas que estaban en la orilla, dijeron que no habían visto nada.

Caro se había puesto tan pálida que daba miedo.

— ¿Quieres decir que lo han secuestrado?

—No tengo otra explicación —dijo Fede con voz ronca—. Fui directamente a la policía y  les  di  su, descripción.  Ahora  están  batiendo  la  ciudad  en  su  busca,  pero  me  sugirieron que tal vez hubiese decidido venir a casa. El oficial dijo que los niños hacen cosas así. Así que vine lo antes posible.

Dos Hermanos: Capítulo 64

Se sucedió un largo silencio. Luego Fede dijo:

-Todavía debe seguir siendo mi secreto. Cuando haya pasado un tiempo razonable, nos divorciaremos y regresaré a los Estados Unidos  para  vivir  y  trabajar.  Tanto  si  me  crees  como  si  no,  no aceptaré  un  centavo  de  Pedro. Mientras tanto, ni él ni yo queremos echar a perder nuestra boda porque es para Ari el y para Caro.

Por una vez, Fede permaneció callado.

—Por  favor,  no  te  ofendas  por  lo  que  voy  a  preguntarte.  Te  has  convertido  en  una  mujer hermosa, y cualquier hombre sería afortunado casándose contigo. Pero hace dos años que Pedro está enamorado de Erica. ¿Cómo es que te presentaste en su despacho en el momento en que lo hiciste y pusiste su mundo del revés en cuestión de días?

—Si  te  digo  la  verdad,  Fede,  y  luego  me  tratas  como  hiciste  antes,  te  juro  que nunca volveré a ser tu amiga ni a confiar en tí.

—Sigue.

—Primero,  debes  entender  que  ha  sido  Erica  la  que  ha  matado  el  amor  de  Pedro.  Se  negaba a compartirlo con su familia. Cuando él comprendió que siempre iba a ser un tira y afloja, rompió el compromiso. Yo no tuve nada que ver con eso. Pero ya has, adivinado  que  no  está  enamorado  de mí.  Me  pidió  que  me  casara  con  él  para  poder  adoptar legalmente a Ariel.

— ¡Entonces, lo reconoces!

—Sí. Pero lo que no sabes es que voy a casarme a cambio de algo que necesito de él.

—Dinero.

Paula inspiró hondo.

—Ahora,  el  resto.  Empezaré  diciendo  que  no  estoy  orgullosa  de  lo  que  voy  a  decirte.  Pero hasta que no lo confiese, no podré liberarme de la culpa.

— ¿De qué estás hablando?

—No fui del todo sincera cuando te dije que me había recuperado rápidamente de tus insultos. El hecho es que, a causa de tu crueldad conmigo y con Caro, quería vengarme de ti. Cuando me presenté en la oficina de Pedro sin cita previa, estaba preparada para llevar a cabo mi plan.

—Sabía que tenías uno, ¿Cuál era?

—Sé que es lo que parece, pero no. Quiero algo mucho más importante. Por desgracia, buscarte  y  hacer  que  te  enamoraras  de  mí,  la  chica  a  la  que  una  vez  llamaste  bajita,  gorda y fea y de pelo naranja.

—No sabía que te hubiese hecho tanto  daño.

—Eso  fue  porque  creía  que  eras  el  hombre   más  atractivo  e  interesante  que  había  conocido nunca. Estaba loca por tí. Casarme contigo sería la venganza definitiva, pero no había contado con un pequeño detalle.

 - ¿Pedro?

Paula asintió.

—No había imaginado que me gustaría, y mucho menos que me enamoraría de él. Pero lo hice. Esos siete días y siete noches en el barco transformaron mi vida. La verdad es que  lo  adoro,  Fede  —movió  lentamente  la  cabeza—.  Sé  que  todavía  ama  a  Erica, aunque haya decidido no casarse con ella. Qué ironía, ¿Eh?

Después de cierta vacilación, murmuró:

—Lo siento, Paula.

—Yo también lo siento —Paula contuvo un sollozo—. Pero al menos me alegro de que vinieras   a   verme   esta   noche.   Ahora   que   sabes   toda   la   verdad,   espero   que   tus   sentimientos hacia mí sean un poco más amistosos.

—Lo  mismo  te  digo  —se  inclinó  hacia  ella  para  darle  un  beso  en  la  frente  y  luego  se  levantó de la cama—. Buenas noches, Paula.

—Fede—lo   llamó—.   Te   he   contado   todo   como   una   confidencia,   así   que   te   agradecería que no se lo dijeras a nadie.

—Tienes mi palabra.

Dos Hermanos: Capítulo 63

—Si me disculpas —susurró con voz ferviente—, quiero telefonear a Carlos Gordon antes de acostarme. Sé que tu servicio de seguridad ya se ha puesto en contacto con él, pero hay algunos asuntos personales de los que me gustaría hablar con Carlos.

—Adelante. Yo me quedaré levantado esperando a Fede. Buenas noches.

—Buenas noches, Pepe.

Pedro se deleitó contemplando sus piernas moldeadas mientras subía rápidamente las escaleras.  Emanaba  energía  suficiente  para  contagiar  a  todo  un  grupo  de  personas.  Anhelaba poder sentir aquella energía toda para sí.

Paula llegó  a  su  habitación  casi  sin  aliento.  En  cuanto  cerró  la  puerta,  se  recostó  en  ella. «Estoy  en  apuros.  Después  de  cómo  besé  a  Pedro  hace  un  rato,  va  a  saber  que  estoy enamorada  de  él.  ¡Esto  no  entraba  en  el  plan!  No  puedo  volver  a  cometer  ese  error.  Tengo que asegurarme de estar siempre rodeada de gente» Cargada de adrenalina, se dio una ducha, se preparó para acostarse y llamó a Carlos por teléfono. No estaba en su despacho, así que dejó  un mensaje diciendo que volvería a intentarlo al día siguiente. Todavía agitada, se metió en la cama con un libro pero no pudo concentrarse. Renunció a  mirar  las  páginas  y  encendió  la  televisión  para que  el  ruido  ahogara  los  latidos  frenéticos de su corazón. Diez minutos después, la apagó. Ya casi se  había  quedado  dormida  cuando  oyó  que  llamaban  suavemente  a  la  puerta.  No podía ser Caro, que habría entrado inmediatamente después. Volvieron a llamar.

— ¿Ariel? —Preguntó, y se incorporó en la cama—. Entra, cariño.


—Es la invitación más amable que me han hecho en mucho tiempo.

Fede. Entró y cerró la puerta.

—Siento no ser Ariel. ¿Tiene por costumbre despertarte?

Paula se cubrió hasta la barbilla con las  sábanas.

—No,  claro  que  no.  Tuvo  una  pesadilla  una  vez  en  el  barco  y  vino  a  mi  habitación porque Pedro estaba dormido.

—Entiendo —fue su comentario pensativo—. Salí a tomar una copa con un viejo amigo del  colegio  y  he  regresado  más  tarde    de  lo  que  pensaba.  Sé  que  ya  son  casi  las  doce,  pero   esperaba   que pudiésemos   hablar   a   solas...   Si   no   te   pido   perdón   ahora,   seguramente no podré reunir otra vez el valor de hacerlo.

Una visita de Fede a medianoche, y dispuesto a disculparse, era lo último que Paula habría esperado. Había supuesto que preferiría la compañía de Pedro.

— ¿Te importa que esté en tu habitación?

—No. Pero abre la puerta, de lo contrario no estaría bien visto. Rió suavemente mientras lo hizo.

 —Gracias, Paula. No has cambiado. Siempre has sido generosa —murmuró.

Luego, en lugar de buscar una silla se sentó al borde de la cama, junto a ella. Paula se trasladó al extremo opuesto y preguntó:

— ¿Por qué quieres pedirme perdón? Oyó cómo inspiraba profundamente.

—Déjame  empezar  diciendo  que  ya  me  he  disculpado  ante  Caro.  Tuvimos  una  larga  charla  esta  noche.  Me  lo  ha contado  todo.  Cuando  terminó,  me  sentí  como  un  idiota.  No tenía ni idea de que hubiese estado pensando en suicidarse, ni lo crucial que fue tu presencia para salvar su vida. Las lágrimas se agolparon en la garganta de Paula al recordar aquella época dolorosa.

— Y  luego  tuve  que  aparecer  yo  y  echarlo  todo  a  perder...  como  un  niño  malo  que  destruye de una patada un castillo de arena. «No  era  un  castillo  de  arena,  Fede,  era  mucho  más  importante.  Pero  supongo  que  estás haciendo lo posible para disculparte».

— Supongo  que  lo  que  me  gustaría  saber  es  por  qué  has  tardado  tanto  en  reaparecer.  ¿Tanto daño te hice que no has podido enfrentarte a mí hasta ahora?

Paula dobló las rodillas bajo las sábanas.

—El único daño que me hiciste fue herir mis sentimientos, pero ya lo he superado. La ruptura  con Caro es  otra  historia.  Pero  aunque  no  hubieras  hecho  lo  que  hiciste,  su  vida y la mía habrían tomado caminos diferentes, y habríamos mantenido nuestra amistad a larga distancia, tal vez pasando unos días al año juntas. Para serte del todo sincera, no pensé demasiado en el pasado, cuando me fui de Suiza. Los años en la universidad me mantuvieron  ocupada,  y  luego  estuve  viviendo  con  mi padre  en  la  base  hasta  que  murió.

Dos Hermanos: Capítulo 62

Pedro  se  esforzó  por  mantener  las  manos  firmes  en  el  volante.  Aquella  noche  había  tenido su bautismo  de  fuego.  ¡Menudo  beso!  Se  sentía  como  si  los  dos  hubiesen  inventado aquel acto íntimo.  Si  paula podía  reaccionar  así  en  su  primer  encuentro,  no  sabía  cómo  iba  a  poder esperar  a  que  fuese  su  esposa.  Gracias  a  Dios  sólo  tendría  que  pasar  dos  noches  más  solo. Si el beso hubiese durado un segundo más, no habría sido capaz de controlarse. Paula creía que se divorciarían unos meses después. Sólo le permitiría pensar así hasta que  hubiesen  pronunciado  sus votos.  En  cuanto  le  hubiese  arrancado  de  sus  labios  la  confesión de que estaba tan enamorada de él como él de ella, todo cambiaría. Lo amaba. Incluso antes de aquella noche, lo había intuido. Su beso había dicho todo lo que  todavía  no  podían  decirse  por  muchas  razones.  Pero  pronto llegaría  el  momento  en el que no se guardarían nada. Ni palabras ni amor. Quería  llevarla  de  luna de  miel,  pero  hasta  que  los  hombres  que  intentaban  hacerle  daño  no  fuesen  detenidos, necesitaba  estar  en  la  casa  para  proteger  a  todos  sus  seres  queridos.

—Confiaba en poder reunir a la familia para planear los detalles de la boda, pero se ha hecho tarde —el párroco se había demorado por una emergencia en la ciudad y ya casi eran las diez.

—Estoy  de  acuerdo.  Ariel  ya  estará  dormido  y  seguro  que  Caro también.  Ahora  que  tiene a su hijo, su vida ya no es sólo para ella.

Pedro la miró de soslayo.

— ¿Tienes hambre, o sed? No muy lejos de aquí hay una taberna con música en vivo. Podríamos parar allí un rato antes de volver a  casa.  Necesitaba abrazarla otra vez. El beso no sólo lo había dejado insatisfecho, sino que su ansia   se   había   intensificado.   Al   mirarla,   vio   que   había   entrelazado   las   manos   nerviosamente en el regazo. Normalmente estaba más serena. Pedro tuvo que reprimir un gemido de satisfacción. Se estaba debatiendo entre decir sí o no.

—Creo que estoy un poco cansada.

Pedro se fijó en cómo sus senos ascendían con agitación.

«Estás mintiendo, Pau. Te sientes tan viva como yo».  Pau debió de percibir su incredulidad, porque dijo:

—Bueno, para serte sincera, en realidad estaba pensando en Fede.

La  mención  de  su  hermano  hizo  que  Pedro sintiera  una  punzada  de  celos  sin  precedentes. «Después de tanto tiempo, ¿todavía sientes algo por él?»

— ¿En Fede?

—Como  raras  veces  está  en  casa,  pensé  que  tal  vez  disfrutaría  de  tu  compañía,  sobre  todo si Caro y Ariel ya están acostados. A no ser, claro, que esté con una mujer.

Detectó  un  temblor  curioso  en  su  voz.  Tal  vez  se  había  dado  cuenta  de  que  había  demostrado demasiada ansiedad. Pedro apretó con fuerza el volante.

—No lo creo. Hasta ahora, no ha demostrado su debilidad por las mujeres griegas.

Paula  se  apartó  un  mechón  de  pelo  de  la  cara,  permitiéndole  ver  mejor  su  perfil  juvenil.

— Seguramente será porque no ha conocido a ninguna que esté a la altura de vuestra madre.

—Eres  muy  perspicaz  —murmuró,  sintiéndose  cada  vez  más  desencantado  con  la  dirección que tomaba la conversación—. En cuanto a que me esté esperando, habrá que verlo — sería  la  primera  vez—.  Pero  como  siempre,  tienes  razón.  Ha  venido en avión desde Suiza, así que lo menos que puedo hacer es estar allí.

Oyó cómo Paula contenía el aliento.

—Pepe,  si  te  he  ofendido  de  alguna  forma,  perdóname.  Me  encantaría  ir  a  ese  bar  contigo, pero tengo la sensación de que desde que te conté lo que me pasó en Suiza con Fede,  su relación  se ha  resentido.  Lo  último  que  desearía  es  provocar  una  ruptura en tu familia.

—No lo has hecho. Siento haberte dado esa impresión. «Señor, espero que se trate sólo de eso, Pau». Pero  durante  el  resto  del  trayecto  a  la  villa,  no  pudo  dejar  de  recordar  cierta  conversación con Erica.

— ¿No puedes ver que el patito feo se ha convertido en un hermoso cisne? Si yo fuera Paula y  hubiese  oído  decir  a  Fede esas  cosas  horribles  sobre  mí,  volvería  a  verlo  aunque sólo fuera para vengarme.

—Paula no es así.

—Todas las mujeres lo son...

Los  neumáticos  derraparon  cuando  atravesó  la  verja  de  la  propiedad.  Todo  parecía  tranquilo mientras paraba el coche a la entrada y ayudaba a Paula a bajar.

lunes, 24 de octubre de 2016

Dos Hermanos: Capítulo 61

Paula salió del santuario delante de Pedro y caminó hacia el muro bajo que rodeaba el jardín.  Aquella  noche  no  llovía.  Desde  lo  alto  de  la  colina,  las  luces  de  Palaiopolis  brillaban como diamantes que salpicaran la ladera hasta el mar.

—Desde  el  helicóptero  pensé  que  este  lugar  parecía  un  cuento  de  hadas.  Esta  noche  tengo que pellizcarme para creer que es real.

Se  quedó  sin  aliento  al  sentir  las  manos  de  Pedro por  sus  brazos,  estrechándola  por  detrás  y  apoyando  la  barbilla  en  su  cabeza.  A  pesar  del  grosor  de  la  chaqueta  de  lana  de su traje, Paula podía sentir su calor. Su proximidad hizo que el cuerpo le temblara de excitación, felicidad y esperanza.

—Esta noche es la primera vez que me he sentido en paz desde que Caro entró en mi dormitorio  una  noche  y  me  dijo  que  estaba  esperando  un  bebé.  Lo  que  lamento  es  no  haberme  dado  cuenta  en  su  momento  que  ella había  renunciado  a  su  bebé  para  que  yo  no  cargara  con  su  problema.  Por  mi  culpa,  se  ha  perdido  los  primeros  años  de  la  vida de  Ariel.

Paula dió media vuelta en sus brazos y lo miró .

—Pau—susurró.

Bajó la cabeza y Paula sintió sus labios buscando los suyos.  La  habían  besado  antes,  pero  nunca había  estado  enamorada.  La  fuerza  de  su  pasión  produjo  sensaciones  que  nunca  había experimentado.  Su  boca,  como  su  corazón,  se  fundió  con  la  suya,  indefensa.  Le  rodeó  el cuello  con  los  brazos  para  estrecharlo  aún  más, como había querido hacer mientras bailaban en la biblioteca. Quería  decirle  y  demostrarle  tantas  cosas  que  su  boca  y  su  cuerpo  explotaron  de  excitación.  Había  estado  conteniendo  sus  emociones  durante  demasiado  tiempo.  De  repente, Pedro la levantó del suelo y sus rostros quedaron a la misma altura. Era como si le acabara de dar permiso para hacer lo que quisiera: besar su pelo moreno, sus ojos, sus mejillas, sus labios, una y otra vez. El cuerpo de Paula se amoldó al de pedro como si tuviera voluntad propia. No supo cuántas veces  susurró  su  nombre.  Estaba  tan  abrumada  por  sus  sentimientos,  que  perdió la noción del tiempo hasta que los faros de un coche que subía por la colina la cegaron y comprendió que estaba fuera de control.

—No  hables  así,  Pepe. Sólo  Dios  tiene  poder  para  ver  el  alma  de  un  ser  humano  y  saber qué es lo bueno para él.

— ¿Sabes cuántas veces me ha acusado mi hermano de querer ser Dios?

Sin pensarlo, Pedro apoyó las manos en  el frente de su chaqueta.

—Federico eludió la responsabilidad —le recordó—. Alguien tenía que ayudar a Caro y tú tomaste la decisión por amor a tu hermana y al bebé. Al impedir que lo adoptaran, ahora Ariel  tiene a sus padres de acogida y a su madre natural. En cuanto a Caro , por fin está con su hijo y su dolor ha terminado. Les has hecho a los dos unos regalos de valor incalculable.

Aunque  el  coche  no  se  detuvo,  devolviéndoles  la  intimidad,  el  momento  le  dió  la oportunidad de recordar  que  todavía  estaban  en  el  jardín  de  la  iglesia.  Atormentada  por su comportamiento, enterró el rostro en su hombro y le pidió que la bajara al suelo. Sin decir palabra, Pedro hizo lo que le pedía.

—No me habían besado así desde que estaba en la universidad — se sintió obligada a explicarse.

— ¿Y Manuel?

—No  tuve  esa  clase  de  relación  con  él.  No  me  parecía  bien  besarlo  a  no  ser  que  lo  sintiera. Como no quería que me interpretara mal, me aseguré de que nunca tuviese la oportunidad.

—Entonces, conmigo lo sentiste.

—Pues claro —barbotó, con el rostro ruborizado de vergüenza—. Para empezar, no es probable que tú lo interpretes mal.

Su risa grave siempre resonaba en su cuerpo, pero aquella noche también la irritó.

— ¿Y qué te pareció como beso?

—Ya lo sabes —fue su respuesta malhumorada—. Me encantó. Estaba fuera de control y me comporté como una...como una cualquiera.

Los ojos negros de Pedro la traspasaron.

—Por si no te habías dado cuenta, no me quejo.

—Por  supuesto  que  no.  No  lo  harías.  Y  nunca  me  dirías  si  dejaba  mucho  que  desear  porque eres un caballero, así que olvidémoslo, si no te importa.

Pedro la tomó del brazo y empezaron a caminar hacia la calle donde había estacionado el Maserati.

— ¿Serás capaz de olvidarlo? —le abrió la puerta para ayudarla a subir.

—No, desde luego que no.

Pedro echó hacia atrás la cabeza y sonrió.

—Una mujer sincera. Hagas lo que hagas, Pau, no cambies.

«No  soy  tan  sincera,  Pepe.  Todavía  no  sabes cómo  tramé  casarme  con  tu  hermano.  Espero que nunca salga a la luz mi secreto. Si supieras la verdad, dejaría de gustarte. Sé que nunca me amarás, pero al menos, querría gustarte».