lunes, 3 de octubre de 2016

Otra Oportunidad: Epílogo

Ocho años después…


—Fran, date prisa que tenemos que marcharnos… —Pedro llamó a su hijo mayor. Los dos más pequeños ya estaban preparados, pero el adolescente los estaba retrasando.

—Mamá, tengo que ir al servicio —dijo Benjamín, de tres años.

—Oh, Benja, pero si acabo de subirte la cremallera de la cazadora… —protestó Paula—. En fin, ahora tendrás que bajártela tú solo. Ya sabes que ahora no puedo inclinarme tanto como de costumbre…

Paula estaba embarazada de seis meses y esperaba su tercer hijo, así que tenía que andar con cuidado. Incluso había dejado de trabajar en el vivero de árboles de Navidad que tenía al otro lado de la carretera. Y la floristería estaría en suspenso hasta la primavera, hasta que naciera el niño.

De vez en cuando, todavía pensaba en los horrores del pasado. Pero habían condenado a Mariano, y cuando pensaba que estaba en la cárcel, se decía que al menos se había hecho justicia. Además, vivir con Pedro era lo único que le importaba de verdad. Su vida había dado un vuelco y no se arrepentía de nada.

—Yo me encargare de él. ¿Por que no llevas fuera a Marisa, antes de que tenga demasiado calor? Nos reuniremos contigo en cuanto Fran y Benja estén preparados.

—Como sigamos así, no vamos a marcharnos nunca…

—No seas tan impaciente. No vas a tirarte en trineo. Solo a supervisar…

—Lo sé. Me temo que no podré divertirme hasta el año que viene.

—Bueno, se me ocurren diversiones más interesantes que montar en trineo — comento él con malicia.

En ese momento sonó el teléfono.

—Yo contestaré. Tú lleva a Benja al cuarto de baño. Marisa, cariño, mama estará contigo en un momento… ¿Vale? Espérame en el porche.

—De acuerdo.

La niña, que tenía cinco años, salió de la casa y se puso a lanzar bolas de nieve a su hermano mayor. Fran le tomaba el pelo todo el tiempo, pero esta vez estaba preparada y atacó primero.

—¿Dígame?
—¿Paula Alfonso?

—Sí.

—Me llamo Sofía Bradley. Mi madre me ha dicho que esperabas que te llamara algún día…

—¿Sofía?

Paula se sintió desfallecer.

—¿Eres tú de verdad? —continuó—. Sí, claro que esperaba que me llamaras… ¿Cómo estás?

—Me han contado que eres mi madre biológica. Y también me han dicho lo que te pasó. Me gustaría verte, si quieres…

—Me encantaría. Cuando tú digas. ¿Por que no vienes a mi casa? Vamos a salir a montar en trineo, pero podríamos esperarte. O ir a buscarte, si lo prefieres.

Paula no podía creerlo. Era su hija mayor. La hija que había perdido en la cárcel.

—Bueno, no sé que decir. Hace tiempo que no monto en trineo…

—Ven entonces. Y trae a tus padres.

—Todo esto es un poco raro, ¿No te parece? Ellos son mis padres. Pero tú también… por cierto, leí tu carta.

Los ojos de Paula se llenaron de incontenibles lágrimas.

—Me alegra mucho que quieras verme. Te he echado de menos toda mi vida.

—Le preguntaré a mis padres si quieren ir conmigo. Te pondré con mi madre para que le des la dirección.

Un segundo después, Rebeca Bradley se puso al aparato.

—Hola, Paula. Sé que has esperado mucho este momento…

—Rebeca. Gracias…

—De nada. Sofi se ha convertido en una gran jovencita. Te gustará tanto como a nosotros. ¿Seguro que quieres que vayamos hoy a tu casa?

—Por supuesto que sí. Y gracias por haberme enviado todas esas fotografías y notas a lo largo de los años. Para mí han significado mucho.

—Te agradecemos que mantuvieras tu promesa y que no intentaras verla. Es la alegría de nuestras vidas…

—Te comprendo perfectamente. Ahora tengo tres hijos y estoy esperando un cuarto.

—Dame la dirección e iremos esta tarde.

Acababa de colgar cuando aparecieron Pedro, Benja y Fran.

—¿Quien ha llamado? —preguntó Pedro.

—Sofía.

—¿Tu hija?

Ella asintió y sonrió entre lágrimas.

—No puedo creerlo.

Pedro la abrazo.

—Vaya, esto merece una celebración.

—Van a venir esta tarde. He dicho que iríamos a montar en trineo…

—¡Yupi! ¡Dos veces en el mismo día! —gritó Benja.

—Genial, mamá —intervino Fran—. Pero espero que Sofía no empiece a comportarse como una marimandona solo porque sea dos años mayor que yo.

Fran ya tenía trece años. Era tan alto como Paula y le gustaba hacer de hermano mayor. Veía a su madre con cierta frecuencia, cuando viajaba a Denver; pero hasta el momento no había mostrado gran interés en ir a visitarla a Londres.

Paula le estaba muy agradecida por el afecto que le había dado. Lo quería mucho. Como al resto de sus hijos. Todo se lo debía a Pedro. Su amor no había dejado de crecer durante todo ese tiempo, y su felicidad familiar estaba a punto de ser completa. Por fin iba a tener la oportunidad de abrazar a su primera hija.

FIN

2 comentarios: