lunes, 3 de octubre de 2016

Otra Oportunidad: Capítulo 68

—Que es muy interesante y que esta lleno de hombres atractivos. Lo sé, lo sé — la interrumpió.

Las dos mujeres estallaron en carcajadas y se separaron. Al cabo de un rato, cuando volvía a casa dando un paseo, se preguntó de nuevo por su relación con Pedro y se llevó una mano al bolsillo donde llevaba las indicaciones de Noelia. Bien pensado, no perdía nada por ir a verlo. Además, ni siquiera tenía que hablar con él. Podía estacionar en alguna parte y mirarlo. Al llegar al piso, llamó a Eva.

—He cambiado de opinión.

—¿Vas a venir conmigo?

—No. Me refiero a lo de tu coche.

Paula siguió las indicaciones con sumo cuidado. Apretó el volante con las dos manos y tomó el carril de la derecha, dejando que el resto de los coches la adelantaran. Todavía se sentía insegura cuando conducía y no quería correr demasiado. Tomo la desviación que llevaba a la cabaña de Pedro y volvió a comprobar los datos. Nada le resultaba familiar. Tal vez porque había nevado y no había referencias claras además de unas cuantas casas dispersas y de los vehículos que pasaban de vez en cuando. Sintió el deseo de estacionar en el arcén y caminar un poco, pero se limito a bajar la ventanilla. Por fin, llego al vado de la casa y dudo. El coche de Pedro no estaba a la vista, pero tal vez se encontrara oculto tras las tres camionetas y la furgoneta que habían aparcado descuidadamente sobre la nieve sucia. Había muchos hombres trabajando en los alrededores y sintió tanta curiosidad que salió y camino hacia la casa. Tal vez se había producido un incendio o algo así. Vió a un hombre que llevaba un sobre y un montón de papeles y dijo:

—Disculpe…

—¿En que puedo ayudarla?

—¿Ha ocurrido algo?

—No. Estamos tirando lo viejo para levantar lo nuevo.

—¿Ha habido un incendio?

—No.

—¿Entonces… ?

—El dueño quería hacer unos cambios y no podía esperar a la primavera.

—¿Cambios?

—Sí,  las ventanas.

—¿Las ventanas?

-Quiere cambiarlas por balcones que lleguen del suelo al techo, y que haya una puerta que dé al exterior en todas las habitaciones. A mí me parece una locura, pero bueno… calentar este lugar con tanta puerta de cristal le va a costar una fortuna.

Los ojos se le llenaron de lágrimas. No solo pensaba en ella sino que además iba a reformar la casa solo para que se sintiera cómoda. Aquella era la prueba que necesitaba. No se sentía culpable: la quería de verdad. Noelia había acertado al sugerirle que fuera a verlo. Pasó entre los hombres que estaban trabajando y entró en la casa. Hacía frío y supuso que ni Pedro ni Franco se quedarían allí a dormir. Si pasaban, sería para echar un vistazo a las obras, pero nada más. Entró hasta el fondo y echó un vistazo a los cambios de la cocina y de los tres dormitorios. La habitación de Franco ya estaba terminada. En ese momento apareció un trabajador.

—No debería estar aquí, señora. No es seguro. Estamos trabajando y podría sufrir un accidente.

—Lo ha hecho por mí…

—¿Como dice?

—No, nada. Esperare fuera. Pedro ha dicho que vendría esta tarde, ¿Verdad?

—Sí, en efecto. ¿Ha venido a verlo?

—Sí.

Salió de la casa y se apoyó en la barandilla del porche. Ya estaba pensando que tendría que pasarse todo el día en el interior del coche para no quedarse congelada cuando oyó que un vehículo se aproximaba a la propiedad. Era el de Pedro. Estacionó en el vado y se giró para quitarle el cinturón de seguridad a su hijo. No la había visto. De repente, Paula sufrió un ataque de timidez. Iba a verlo cara a cara y sabía que le debía una disculpa por su comportamiento. No había sido justa con él.

Padre e hijo caminaron hacía la casa. Franco fue el primero en verla.

—¡Mira, papá, es Pau!

El chico salió corriendo hacía ella y se arrojó a sus brazos.

—Te he echado mucho de menos —dijo Paula, sonriendo.

—Yo también. ¿Dónde has estado? ¿Has visto los cambios de la casa? ¿Te gustan? Papá lo ha hecho para tí…

—Los he visto y me gustan mucho. Pero ya me gustaba antes.

—Sí, pero tenías miedo de quedarte dentro. Ahora tendrás la sensación de estar fuera todo el tiempo.

Pedro subió los escalones del porche, sin prestar ninguna atención a los obreros, y sonrió.

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