— ¿Carlos?
— ¡Paula! Te estaba esperando.
—Estoy lista para irme a Nueva York. Sólo quería despedirme.
—Eso esperaba. Pasa y siéntate.
Paula hizo lo que le pedía. Se acordó del primer día, con una diferencia importante. En lo relativo a su atractivo, tenía una certeza interior que se reflejaba en su aspecto. Pesaba doce kilos menos, se había peinado con elegancia y llevaba un traje verde hierba que era a la vez sencillo e impactante.
—Si Federico Alfonso pudiera verme ahora, ¿Eh? —dijo con una sonrisa.
Carlos se la devolvió.
—Va a tragarse todas sus palabras —hizo una pausa—. Veo que estás nerviosa.
—Sí. Allí, en el instituto, se había sentido protegida.
Pero tres meses antes, cuando se enteró del infarto de Manuel, se había convencido de que en cuanto pusiera el pie en la calle nunca volvería a estar a salvo. Y aunque confiaba en Carlos, no podía poner en peligro su seguridad contándole la verdad.
—No tiene nada de malo estar un poco nerviosa. A veces, demasiada seguridad en uno mismo es peor que un poco de inseguridad. Te diré una cosa. Eres una mujer hermosa. Lo eras cuando llegaste aquí, pero la pérdida de peso ha definido tu rostro y tu figura. Tu pelo de color rojo dorado es muy poco frecuente. Cortado a capas y bien peinado, eres toda una belleza.
Paula movió la cabeza.
—No soy lo bastante alta.
— ¿Para qué?
—No lo sé. Me gustaría medir uno ochenta en lugar de uno sesenta.
—A mí también, pero tampoco he tenido esa suerte —confesó. Los dos rieron—. Bien. De modo que irás en avión a Nueva York esta tarde.
—Sí. Tódo está dispuesto, incluso mi alojamiento en el hotel.
Carlos se recostó en su asiento.
-Mañana empieza tu nueva vida. ¿Recuerdas los pasos que planeamos?
— Sí. — ¿Me mantendrás informado?
—Por supuesto.
—No te estoy hablando como un consejero. Espero que sepas que soy tu amigo.
—Lo sé. No sé qué habría sido de mí si no te hubiese conocido.
Carlos había sido como un padre para ella y nunca lo olvidaría.
—Buena suerte, querida. Espero que Federico haya madurado lo bastante como para merecerte. Otra cosa más. Quiero una invitación para la boda.
—Serás la primera persona de mi lista. «Si todavía sigo viva», pensó Paula. Rodeó su mesa, le dio un beso en la mejilla y salió apresuradamente de la habitación. Seguramente el taxi ya la estaba esperando a la entrada.
— Allá vamos, Ariel. Hasta lo alto del edificio. En cuanto el ascensor privado empezó a elevarse, Ariel tomó la mano de Pedro y la apretó con fuerza.
— ¿Pepe?
—Sí, ¿Ariel?
—Noto algo raro en la panza.
—La primera vez que subí, me pasó lo mismo. Ahora ya ni me doy cuenta.
— ¿Cuánto tiempo vamos a estar en tu despacho?
—No mucho. Mi secretaria, la señora Karina, te hará compañía mientras zanjo algunas cuestiones. Luego nos iremos de viaje.
—Analía dice que va a ser un crucero fabuloso —dijo con importancia.
Pedro rió entre dientes.
— Y tiene razón.
— ¿Qué es un crucero?
—Un viaje largo por el mar.
—Caramba —empezó a dar saltos— ¿Pepe? ¿Es simpática la señora Karina?
—Muy simpática.
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