lunes, 29 de febrero de 2016

Necesito Tu Amor: Capítulo 61

—Soy tan especial que he permitido que mi mujer pase por un trance dolorosísimo antes que enfrentarme a mis propios miedos —dijo, con la cabeza inclinada.

Ella lo miró sorprendida por lo que acababa de decir.

—No te entiendo, caro, ¿Qué te asusta?

Él echó la cabeza hacia atrás y algo muy poderoso brilló en sus ojos.

—Nunca me llamas así. Usas palabras cariñosas con Fede, pero nunca conmigo.

Ella se sintió andando entre tinieblas, y antes de decir o hacer algo que pudiera molestarlo, decidió preguntarle:

—¿Eso te molesta?

—Sí.

Aquello era algo muy difícil de admitir para un hombre con el temperamento de Pedro.

—Con Fede, es normal porque no significa nada —quiso devolverle a Pedro su sinceridad— Contigo, esas palabras significan demasiado.

—Así que no las dices —dijo él, tomándole la mano.

Ella tragó saliva y se decidió a hablar.

—Para mí, tu nombre es una palabra cariñosa.

Él le beso la palma de la mano. Un ruido en el pasillo anunció la llegada de su almuerzo  y la conversación terminó en ese momento.  Después de comer, Paula bostezó.

—No sé por qué estoy tan cansada. No he corrido una maratón ni nada parecido —él ni siquiera la había dejado andar hasta el coche y la había llevado en una silla de ruedas.

Ella pensaba que, si se hubiera sentido más seguro, la habría llevado en brazos.

—Lo has pasado mal.

—Ahora me siento mucho mejor —intentó calmarlo ella.

Él la miró unos segundos, como si quisiera leerle el pensamiento. Después se levantó y llevó la bandeja al pasillo. Al volverse tenía una expresión tan grave en el rostro, que casi le produjo dolor físico.

No volvió a sentarse, sino que se quedó parado junto a la ventana, agarrando el bastón con fuerza.

—Cuando me casé contigo, no estaba seguro de poder volver a andar.

Ella ya lo sabía. Si hubiera creído completamente en su recuperación, no se habría casado con alguien tan ordinario como ella.

—Pero tú creías en mí y eso era lo que yo necesitaba —cada palabra sonaba como si se la estuviesen arrancando de las entrañas-— No pensaba en si sería lo mejor para tí y me avergüenza reconocerlo.

—Tenías miedo.

Sus hombros se pusieron rígidos pero no lo negó.

—Sí.

—Lo entiendo.

Él se giró con el rostro atormentado.

—¿Sí? ¿Cómo puedes entenderlo cuando a mí me cuesta tanto? Fui egoísta, tesoro. No me preocupé por tú felicidad, sólo por la mía.

Ella sacudió la cabeza al recordar su tierna introducción al sexo.

—No creo que fuera así.

—Tal vez tengas razón. En mi arrogancia pensé que, casarte conmigo y compartir mi cama sería suficiente para tí.

Ella también lo había pensado.

—Acepté sabiendo que era lo único que incluía tu oferta.

—Porque me querías y yo utilicé ese amor para obtener lo que yo quería, lo que necesitaba.

—No se puede utilizar lo que se entrega libremente.

Ella no quería que se ahogara en la culpa. No podrían avanzar si seguían anclados en el pasado.

—¿Lo entregaste libremente?

Ella lo miró a los ojos. No era el momento de ocultar nada.

—Sí.

Necesito Tu Amor: Capítulo 60

—No, tesoro.

Ella lo miró fijamente.

—¿ A tí te habría gustado estar todo el día recluido en una habitación? Ya sé que tú estuviste mucho tiempo en el hospital, pero podías trabajar. Tu secretario personal estaba contigo, yo te visitaba, Fede te visitaba e incluso la bruja malvada te visitaba.

—¿Quieres que llame a Giuliana para ver si quiere venir a hacerte compañía? —preguntó él, sabiendo a quién se refería ella—-. He oído que está en Milán.

¿Dónde lo había oído? ¿Había preguntado por ella? El pensar que él aún se interesaba por las idas y venidas de su ex prometida la enfureció aún más. Se levantó con decisión y golpeó las almohadas para mullirlas con más energía de la que realmente era necesaria.

—La última persona en el mundo con la que quiero pasar el día es con ella.

—¿Qué te parece pasarlo conmigo?

¿Acaso estaba diciendo que pensaba quedarse con ella todo el día?

—¡Tú estuviste conmigo en el hospital!

—Pero creía que volverías al trabajo después de ir a la clínica —pasaba tanto tiempo ocupado en sus negocios, que no lo veía casi nunca.

—No pienso dejarte sola después de lo que acabas de pasar.

Ella sonrió.

—Gracias..

—No me lo agradezcas —tomó el teléfono y llamó por la línea interna— Pediré que nos suban algo de comida.

Ella asintió mientras pedía un almuerzo para los dos. Cuando colgó, fue a buscar una silla para colocarla al lado de la cama, pero ella le hizo sitio en el borde de la cama.

—Puedes sentarte aquí si quieres.

—No creo que sea una buena idea.

—¿Por qué?

—Estar a tu lado en la cama me hace pensar cosas que no debo en este momento, cara.

Ella pensó que estaba de broma, a pesar de su cara seria, así que respondió en consecuencia:

—Estoy segura de que sabrás controlarte.

—No tienes ni idea de cómo funciona la mente de un hombre, te lo aseguro —estaba muy serio, pero se colocó en la cama a su lado-— ¿Cómo te encuentras?

—Hambrienta —dijo con sinceridad.

—Yo también —dijo él, sonriendo.

—Podías haber comido algo.

—No, si tú no lo hacías.

—¿Es eso algo típico de los machos?

—Es típico de los Alfonso— dijo acariciándole los labios.

—Eres un hombre muy especial.

Frotó los labios contra su dedo, pero no abrió la boca para chupárselo. No estaba dispuesta a ser rechazada de nuevo. Aunque comprendiera mejor sus motivos, aún estaba dolida.

Necesito Tu Amor: Capítulo 59

Sus palabras no dejaban lugar a dudas. Ella quería un hijo y se preparó para pelear, pero de repente todo se volvió borroso y su cabeza empezó a dar vueltas y vueltas... Cuando las piernas le fallaron, intentó agarrarse a Pedro.

Se despertó en una cama con los gritos de Pedro. Estaba echándole la culpa al médico de todo, desde sus dolores hasta el estado de la economía mundial. O al menos eso creía oír.

—¿Pedro? —la palabra sonó como un susurro, pero él se volvió al instante, centrando toda su atención sobre ella.

—¿Cómo estás? ¿Aún sientes dolor?

—Sólo un poco. Estoy algo mareada.

—Le he dicho a su marido que probablemente sea por estar en ayunas. Le daremos un vaso de zumo para aumentar su nivel de azúcar antes de que se vaya a casa —la calma habitual del doctor parecía ahora un poco forzada.

Ella asintió, pero Pedro no pareció tan contento con la explicación.

—Si es eso, deberían haberle dado algo antes de decirle que se vistiera. ¿Qué habría pasado si hubiera estado sola? Podría haberse hecho daño al caer al suelo —su voz se elevaba con cada palabra. Estaba gritando de nuevo.

Ella hizo un gesto y se llevó la mano a la sien.

—Lo siento, tesoro. Un marido fuera de control no es lo que necesitas ahora, ¿verdad?

—¿Me sostuviste?—preguntó ella.

—Sí. Por un momento dudé si podría mantenernos en pie a los dos, pero eres tan pequeñita, cara mia. Pude colocarte de nuevo en la cama.

Una enfermera llevó un vaso de zumo de manzana que Pedro tomó de sus manos. La mirada que le lanzó la hizo salir sin decir nada. Colocó un brazo alrededor de Paula y la ayudó a incorporarse y a llevarse el vaso a los labios. Ella bebió y le dijo:

—Serás un padre maravilloso.

Él sacudió la cabeza y dijo, muy serio:

—No si para ello es necesario repetir lo que te han hecho hoy.

¿Y si ella no podía quedarse embarazada? ¿Seguiría queriéndola a su lado? La duda la aterraba.

Pedro  insistió en que se fuera a la cama tan pronto como llegaron a casa. Ella sabía que tenía que pasar el resto del día en posición horizontal para aumentar las opciones de concebir, pero había pensado quedarse en el sofá de la sala de estar.

—Pero no quiero quedarme en la cama. Puedo quedarme tumbada en la sala — mientras discutía con Pedro, éste la ayudaba a ponerse el camisón.

—Estás dolorida. Necesitas descansar.

—¡No quiero! —dijo ella apretando los dientes.

Él sonrió, la primera expresión de felicidad en toda la mañana.

—Pareces una niña protestona.

—No creas que puedes tratarme como si lo fuera. Quiero estar abajo y no aburrirme aquí sola.

Necesito Tu Amor: Capítulo 58

Ella enrojeció y sacudió la cabeza.

—Pero me he tomado dos de las pastillas que tomo habitualmente para el dolor menstrual.

La enfermera, una mujer morena de mediana edad, asintió a Paula.

—Eso debería ser suficiente.

Pedro se puso tenso a su lado en cuanto pronunciaron la palabra «dolor».

—¿Qué medicinas para el dolor? Pensaba que esta técnica era indolora. ¿Qué ocurre?

Paula lo tomó de un brazo para calmarlo.

—Es sólo por precaución. No hay nada de qué preocuparse. El médico y yo ya hemos hablado de esto.

—¿Estás segura? Tal vez podamos esperar...

—No -dijo ella, tomando aire— Quiero hacerlo.

Su ceño fruncido indicaba que a él no le convencía la idea.

—¡Enfermera! Tal vez debiera tomar la medicina ahora. Seguro que tienen la medicina para estos casos.

La enfermera puso cara de duda.

—En efecto, pero no creo que sea muy prudente mezclar las dos medicinas. Algunos analgésicos no presentan ningún problema, pero otros...

Paula  la interrumpió.

—No pasa nada. Estaré bien, Pedro. No tiene importancia.

Veinte minutos después agarraba la mano de Pedro con una fuerza terrible y lamentaba terriblemente su seguridad anterior.

La incomodidad de tener un catéter en el interior de su útero había sido soportable, pero en aquel momento en la zona inferior de su cuerpo el dolor era insufrible. Sus ojos estaban llenos de lágrimas y la angustia de Pedro era también evidente. El había intentado detener el procedimiento ante los primeros signos de dolor, pero ella había querido continuar. Él la acompañó dándole fuerzas y para ella fue muy importante comprobar el apoyo que podía recibir de él en el momento de tener al niño.

—¿Queda mucho? —preguntó Pedro.

Si la respuesta hubiera sido afirmativa, su reacción habría sido impredecible.

—Unos segundos más y habremos acabado.

Así fue, pero el doctor le dijo que tendría que permanecer en la posición que estaba, con las caderas elevadas, durante una hora más. Pero los dolores no cesaban. Ella no dijo nada para que no la creyesen débil, pero Pedro pareció darse cuenta.

Le sujetó la mano y con la mano libre le masajeó el vientre con movimientos circulares.

Después de unos minutos de acunarla de este modo y, a pesar del dolor, ella cayó en un profundo sueño.

Se despertó de un sobresalto cuando entró la enfermera y le dijo que podía vestirse.

Pedro  había seguido acariciándola todo el rato. A pesar de su timidez, no le importó que él no saliera de la habitación mientras se vestía. Su presencia le resultaba reconfortante y no estaba dispuesta a dejarlo marchar.

—¿Estás mejor? —preguntó Pedro, mientras la ayudaba a vestirse como si fuera un niño pequeño.

—Sí. La próxima vez recordaré tomarme la medicina, te lo aseguro

Ella le sonrió, pero él no le devolvió la sonrisa. La miraba como si hubiera dicho algo repugnante.

—No habrá próxima vez, píccola mía.

Necesito Tu Amor: Capítulo 57

—Claro que es necesario —si las palabras fueron impactantes, también lo fue su expresión.

—Pero... van a introducirme algo en el cuerpo...

—¿Y eso te da vergüenza?

—Sí —había acertado del todo.

—Mantendré los ojos fijos en tu bonito rostro, cara mía.

Aquella frase hizo que levantara la vista de la alfombra.

—Yo no soy bonita —dijo ella.

—Eres la mujer más bella que he conocido nunca.

—No lo dices en serio —no podía, a no ser que estuviera enamorado de ella. Sólo el amor podía hacer que le pareciera más bella que las mujeres con las que había estado.

Él hizo una mueca, como si sintiera dolor.

—Sí lo digo en serio, pero no espero que me creas.

—Pedro... —quería creerlo, lo deseaba...

—¿Me dejarás que te acompañe?

—¿Podría impedírtelo? Puedes venir. Quiero que vengas.

Cuando casi habían llegado a la clínica, Paula se dio cuenta de que había olvidado tomarse la medicación para el dolor que debía haber tomado una hora antes de someterse al tratamiento. Rápidamente, se tomó un par de analgésicos que llevaba en el bolso, aunque se suponía que sólo tenía que tomar uno. El segundo era para compensar el retraso en tomarlo.

Pedro  se quedó en la sala de espera mientras ella se cambiaba de ropa y se ponía una bata azul de hospital. Nunca había imaginado que se quedaría embarazada en un ambiente estéril rodeada de médicos.

Pero tampoco le importó demasiado. Quería tener un niño de Pedro, costara lo que costara.

Pedro  pasó a la sala una vez que hubieron instalado a Paula y le hubieron tomado las constantes vitales y la temperatura. Entró sonriendo, apoyándose ligeramente en el bastón.

Ella le sonrió tímidamente.

—¿Te gusta mi traje nuevo? —dijo señalando la bata, intentando hacer una broma.

—Me gusta más lo que hay dentro —dijo él, inclinándose para besarla.

Sus palabras la dejaron sin hablar de puro placer.

—¿Recordó tomarse la medicación contra el dolor? —preguntó la enfermera.

domingo, 28 de febrero de 2016

Necesito Tu Amor: Capítulo 56

Ella empezó a llorar de nuevo y él la abrazo jurando para sus adentros.

Ella intentó soltarse, pero él no la dejó. Le acarició el pelo y le susurró palabras de consuelo en italiano y en inglés.

Cuando por fin dejó de llorar, él intentó hablar con ella, pero siguió negándose. No le dejaría que le explicara por qué no era lo suficiente mujer como para tener relaciones íntimas completas con él. Incluso si no estaba seguro de poder, si la deseara, ¿no querría intentarlo? ¿No desearía su ayuda?

Él sólo suspiró, pero la abrazó dándole calor y protección toda la noche.

A la mañana siguiente, Paula se despertó antes que Pedro. Su reacción histérica de la noche anterior la hizo avergonzarse de sí misma por haber sido tan estúpida. Él quería hablar y ella no le había dejado. Pero a pesar de todo, él la había abrazado toda la noche.

Ella lo amaba, pero esa noche no había dejado que el amor guiara sus acciones. Aquel día todo sería distinto.

Ella disfrutó un rato más del calor de su abrazo antes de saltar de la cama para medirse la temperatura corporal. Unos minutos más tarde, descubría que su cuerpo estaba listo para la inseminación artificial. Al menos eso explicaba su irritabilidad del día anterior.

Un golpe tras ella la alertó de la presencia de Pedro. Se dio la vuelta para ponerse frente a él, cerrándose la bata con una mano.

Él se quedó parado en el umbral de la puerta, desnudo excepto por los boxers de seda.

Tenía un aire peligroso y atractivo a la vez con el pelo revuelto y la mandíbula con una sombra de barba. La observaba con atención.

—Cara, tenemos que hablar.

Ella asintió y tragó saliva. En efecto, pero en ese momento no tenían tiempo para ello.

—Mi cuerpo está a la temperatura óptima para la inseminación.

—¿Qué acabas de decir? —dijo él, con los ojos muy abiertos.

—Tengo que llamar a la clínica.

—¿Hoy? —él parecía alucinado.

—Sí.

Él cerró los ojos como si estuviera librando una batalla mental. ¿Habría decidido que no quería que ella tuviera a su hijo?

—¿Has cambiado de idea?

—No lo sé... —dijo él sorprendido por la pregunta.

—¿Importa lo que yo quiera? —dijo ella sin poderlo creer.

—Importa y mucho, tesoro —respondió él con franqueza.

—Quiero intentarlo.

Apretando los dientes, hizo un gesto afirmativo con la cabeza.

Ella llamó a su médico desde el teléfono de la habitación y, cuando colgó, se volvió hacia Pedro, lo que estuvo a punto de provocarle un ataque de nervios.

—Quiere que vaya inmediatamente. Es mejor que no coma nada.

—Estaré listo en quince minutos.

Ella lo miró asombrada.

—¿Quieres venir?

No había pensado que él quisiera acompañarla. Él había acudido solo a la clínica y suponía que ella tendría que hacer lo mismo.

—Sí.

—Pero no es necesario.

¿Acaso pensaba que era incapaz de hacer nada sola después de lo de la noche anterior? No lo culparía por ello.

Necesito Tu Amor: Capítulo 55

Su expresión ya no era de sorpresa, sino calculadora, y ella no pudo soportarlo. No quería oír las razones de por qué deseaba amarla si no quería que ella lo correspondiera.

Era todo una cuestión de que él tenía que tener el control sobre ella, para aumentar su ego masculino. Y compasión. Se compadecía de ella porque sabía cuánto lo amaba, ya se lo había dicho una vez. Así que le hacía el amor por compasión. Tal vez también fuera una especie de pago por tener a su hijo.

Ella no quería ninguna recompensa. Quería ser amada. Dejó escapar un sollozo y escapó de sus brazos.

—Quiero tener mi propia habitación.

—¿Qué? —él se levantó como si lo hubieran golpeado.

—No quiero seguir durmiendo contigo.

Él apartó las mantas revelando sus boxers de seda granates.

—¡Ni hablar! Eres mi mujer y dormirás en mi cama.

Ella estaba tan enfadada, que no podía dejar de temblar.

—Soy tu incubadora —le gritó—, no tu mujer.

Su piel olivácea se tornó blanca y sus ojos parecieron cegados.

—¡No!

Él intentó alcanzarla, pero ella se giró con rapidez y se encerró en el baño.

Ella oyó un golpe y toda una serie de juramentos en italiano. Unos segundos más tarde, él llamaba a la puerta del baño.

—Sal de ahí, Paula.

—¡No! —sus mejillas estaban surcadas de lágrimas. No podía soportar la idea del sexo por compasión.

—Sal, tesoro. Tenemos que hablar —hablaba con una calma que no sentía.

—No quiero.

—Por favor, Paula.

—No... no quiero que me vuelvas a tocar —dijo ella entre sollozos.

—De acuerdo. No te tocaré.

—¿Lo prometes? —una parte de su mente era consciente de que su reacción estaba siendo desmesurada, pero sus emociones estaban fuera de control.

—Te doy mi palabra.

Ella desbloqueó la cerradura. Él abrió la puerta y se apoyó contra el marco. Tenía una expresión dolorida y apretaba las mandíbulas con fuerza.

—No soy un violador.

Ella lo miró sintiéndose mal.

—Ya lo sé.

—Entonces ven a la cama, esposa mía.

¿Era de verdad su esposa o tan sólo una fábrica de bebés? En ese momento no importaba. Agotada para seguir luchando, se metió en la cama y se arropó.


Él la siguió lentamente, con pasos cuidadosos y gesto de determinación. Ella se dio cuenta de que el golpe que había oído probablemente fuera porque él se había caído. Se sintió culpable a la vez que alegre por ver a su marido andar por primera vez desde el accidente. La felicidad mitigaba en parte el dolor por su rechazo. Cuando llegó a la cama, él se tumbó a su lado y ella apagó la luz.

—Tesoro.

—No quiero hablar —interrumpió ella.

—Tesoro, tengo que decirte algo.

—¡No! No hay nada que decir. Por favor, déjame dormir.

Necesito Tu Amor: Capítulo 54

Algunas noches ella habría jurado que había dormido entre sus brazos, pero él nunca estaba en la cama cuando ella se despertaba, así que sólo le quedaba preguntarse si habría soñado con esa sensación de seguridad y calidez.

Una noche de la tercera semana, ella salió del baño y lo encontró en la cama.

—¿Qué haces aquí?

—Esta es mi cama, ¿no? —dijo él, enarcando una ceja.

—Quiero decir, ahora. Normalmente no vienes a la cama tan temprano.

—Hoy es distinto.

Había algo distinto en él... sus ojos brillaban triunfales. ¿Triunfo sobre qué? Y entonces se dio cuenta.

—¿Dónde está la silla de ruedas?

—Ha desaparecido.

—¿Puedes andar? —casi estaba gritando.

—Tengo que usar un bastón, pero es un progreso, ¿no?

—¡Sí! —gritó, y se lanzó sobre la cama para abrazarlo en un gesto de alegría sin límites—Puedes andar. Sabía que lo conseguirías.

—Con el incentivo adecuado, un hombre puede hacer milagros.

Ella sonrió con ojos llorosos.

—Oh, Pedro...

No sabía cuál había sido su incentivo, pero le estaba eternamente agradecida.

—Podríamos celebrarlo, ¿no?

Paula recordó la celebración del primer progreso de Pedro y sonrió. Aquel beso había marcado el cambio de su relación. ¿Estaba pensando lo mismo? Por el brillo de su mirada, apostaba a que sí.

—Sí -dijo ella suspirando.

Él la dejó besarlo durante unos minutos, permitiendo que explorara sus labios con la lengua. Era delicioso; por fin iba a dejarla participar. Ella le acarició el pelo con los dedos y lo besó con mayor profundidad.

Él gimió contra sus labios mientras sus manos tocaban posesivamente sus pechos. Ella se arqueó ante sus caricias, loca de amor por su logro y porque la dejara acariciarlo.

Recorrió su cuello con los dedos y él tembló, dejando claro el poder que ella tenía sobre él por primera vez. Aquella reacción le dió confianza, y colocó ambas manos sobre su pecho ardiente. Había deseado hacer aquello desde hacía mucho tiempo, y ahora podía sentir el rápido latido de su corazón y la dureza de sus masculinos pezones con sus dedos.

Ella quería tocarlo por todas partes, y sus manos bajaron más y más hasta acercarse a la parte más misteriosa de su cuerpo, que ella no había visto aún. Nunca había visto a un hombre desnudo y quería ver a Pedro. Su marido.

Entonces sus manos la agarraron de las muñecas como esposas:

—¡No!

—¡Quiero tocarte! —dijo ella, sorprendida por la dureza de su mirada.

—Es mejor que sea yo quien te toque, tesoro.

No, no y no. Quería estar a su altura.

—¡Por favor!

Él la ignoró, bajando la cabeza para atrapar su boca en un beso incendiario ante el que su cuerpo reaccionó quedando casi inconsciente de placer, pero una pequeña parte de su cerebro no dejó de funcionar. Él no quería que lo tocara. ¡No quería que lo tocara!

—¡No!

Sus ojos se abrieron de golpe, sorprendidos.

—¿Por qué no me dejas tocarte?

—¿No te basta que te de placer, tesoro? —preguntó el con voz grave.

—No —dijo ella mientras su corazón se partía en pedazos.

—¿Cómo puedes decir eso cuando tu cuerpo está ansioso de placer?

Necesito Tu Amor: Capítulo 53

—No.

—¿Por qué?

—Acabo de empezar —él podía imaginarse a qué se refería-— Me someteré al procedimiento en menos de tres semanas si mi cuerpo sigue el ciclo normal.

Ella no esperó su reacción. Ya sabía lo que quería, un niño, y ella era necesaria para eso.

Nada más. A veces, por la noche, cuando la acariciaba con una ternura que hacía que se le saltaran las lágrimas, ella se auto convencía de que realmente significaba algo para él. Pero no era así, y cuanto antes lo aceptara, antes dejaría de dolerle su indiferencia.

Pedro vió a Paula marchar y quiso llamarla de nuevo, pero ¿qué decir? No le gustaba que ella tuviera que someterse a un tratamiento médico para tener a su hijo, le hacía sentirse menos hombre. Además, tenerla como testigo mientras luchaba por volver a la normalidad cada vez se le hacía más difícil. Ella lo trataba como a un inválido. Había pasado de reprocharle que no trabajaba lo suficiente para mejorar a regañarlo por esforzarse demasiado.

El único momento en que se sentía como su marido era cuando le hacía el amor por la noche. Entonces no importaba que no tuviera control sobre sus piernas. Ella respondía a las caricias con tal pasión que pronto se volvió adicto a los sonidos de placer que ella emitía, y al tacto de su cuerpo cuando se convulsionaba. Era tan gratificante, que era como si encontrara su propia satisfacción.

Según Tomás, esa podría ser la única gratificación que Pedro tuviera. Al final había decidido hablar con su fisioterapeuta y le había confiado sus dudas acerca de recuperarse en esa área. Él le había dicho que, en la mayoría de los casos, la recuperación era total, pero que unos pocos hombres, aún después de haber recuperado la movilidad, eran incapaces de mantener una erección.

El miedo a estar en ese grupo le hizo ser brusco con Paula. Ella era su esposa, su mujer, la amaba. No sabía cuándo se había dado cuenta de ello, pero sabía que la había necesitado desde el momento en que la vió en la habitación del hospital en Nueva York.

Quería estar completo para ella, y eso significaba entregarse al máximo a la rehabilitación, esforzarse e intentar andar aunque resultase humillante caer una y otra vez. Si no abandonaba en su empeño de estar completo para Paula, no sería derrotado.

Paula apenas vió a Pedro en las semanas siguientes. No lo acompañó durante las sesiones de fisioterapia y él no la buscó después. Tuvo tres cenas de negocios esa semana y, los días que cenaron juntos, ella mantuvo la conversación centrada en los planes de su madre de celebrar su boda.

Paula evitó las conversaciones íntimas para no ponerse en situación de ser rechazada.

Pedro parecía también evitarlo y se acostaba mucho más tarde que ella cada noche. Una noche la despertó cuando él se acostó y ella le dijo que estaba muy cansada. Ella no quería pasar por la mezcla de dolor y pasión que significaba hacer el amor con él, y él no había insistido.

Necesito Tu Amor: Capítulo 52

—Tomás me dijo que ayer diste unos pasos.

Se había ido de compras con Ana y no se había enterado de los progresos de Pedro hasta que Tomás y su mujer fueron a cenar. Paula había hablado con Tomás a solas y, cuando lo mencionó, ignoró delicadamente su sorpresa.

El que Pedro no hubiera compartido sus progresos con ella la dolía y le extrañaba. Ella pensaba que habían avanzado en su relación.

—Sí. ¿Se lo dirás a todo el mundo esta noche en la cena?

Ella pilló el sarcasmo.

—Tus padres y tu hermano están interesados en tus progresos.

Él hizo una mueca.

—Tienes razón, cara. Diles lo que quieras.

Ella no podía evitar pensar si le dolería el procedimiento al que se había sometido el día anterior. Se mordió el labio al ver cómo él se esforzaba cada vez más.

—¿Estás seguro de que debes esforzarte tanto después de lo de ayer?

Su mandíbula se tensó y tardó un momento en responder.

—No necesito una enfermera, Paula.

Rara vez la llamaba por su nombre, y aquella vez no pudo evitar pensar que no era un gesto de intimidad.

—No intento serlo.

—Entonces, ¿por qué estás aquí?

Buena pregunta. Al principio lo había acompañado para animarlo a prestar más atención a su rehabilitación, pero desde que estaban en Italia, se había concentrado en su deseo de andar. Ella seguía asistiendo a las sesiones para pasar tiempo con él, porque el resto del día estaba ocupado con sus negocios. Ella lo veía a la hora de cenar, pero poco más.

La mayoría de las noches ella ya estaba dormida cuando él subía a acostarse, y cuando no, no quería hablar. Le hacía el amor, pero seguía negándose a que ella lo tocara. A ella le gustaba dormir entre sus brazos, pero se sentía rechazada cuando él no la dejaba tocarlo.

Aún no había logrado reunir el valor suficiente para hablar con Tomás, sentía que era una traición a la intimidad de Pedro.

—Creía que te gustaba tenerme aquí —replicó ella en voz baja—Pero te dejaré para que sigas entrenando.

Ella se volvió para marcharse.

—Paula.

—¿Necesitas algo? -preguntó sin mirarlo.

Se hizo silencio.

—Me gusta que me acompañes.

Pedro era demasiado educado como para decirle que le dejara tranquilo. Probablemente llevara días deseándolo, así que no le creyó. Ella intentó parecer despreocupada y dijo:

—Buscaré a Ana y le preguntaré si hay algo que quiere que haga —al menos a su madre le encantaba introducir a Paula en la vida social y el trabajo voluntario siempre que podía.

—Cara.

—¿Qué? —tal vez se había equivocado y quería que se quedase.

—¿Te has tomado la temperatura esta mañana?

La pregunta le cayó encima como un jarro de agua fría. Lo único que parecía interesarle a Pedro de ella era su vientre.

Necesito Tu Amor: Capítulo 51

Aún estaba intentando comprender el deseo de Pedro de intentar una fecundación artificial cuando entraron en el despacho del doctor. Lo único en lo que podía pensar era que no se creía capaz de concebir a sus hijos de ningún otro modo.

Ella odiaba pensar que él se atormentaba por eso, pero sabía demasiado poco de ese asunto como para poder ayudarlo a superar sus miedos.

Tal vez debiera hablar con Tomás.

—No será necesario realizar el procedimiento más agresivo, la fertilización in vitro —dijo el doctor, atrayendo así la atención de Paula—. Le realizaremos una extracción de esperma, señor Alfonso. Es un procedimiento que no requiere hospitalización y es casi indoloro.

Pedro  asintió con la cabeza.

El médico se giró hacia ella.

—Usted tendrá que someterse a una inseminación intrauterina, señora Alfonso.

Paula encontraba aquella conversación muy violenta. Él habló de las opciones, y le hizo preguntas acerca de su ciclo de fertilidad para las que ella no tenía respuestas muy claras. Nunca había llevado un calendario como hacen muchas mujeres.

Después de la tercera pregunta sin respuesta, Pedro suspiró.

—¿Prefieres que me vaya para que hables de estos detalles con el médico?

Ella se sintió enrojecer aún más.

—Sí -dijo, pidiéndole comprensión con la mirada.

Su media sonrisa le indicó que sí la comprendía. Salió del despacho y cerró la puerta.

—Me sorprende que se haya marchado, señora Alfonso. Su marido es un hombre al que le gusta mantener el control y sus deseos de protección hacia usted son evidentes.

Él había pensado en sus sentimientos y al menos en aquello su relación había avanzado.

Ella sonrió complacida por que hubiera pensado que a ella le resultase embarazoso hablar de ciertas cosas delante de él.

—¿Qué me estaba diciendo de la inseminación intrauterina?—deseaba acabar con aquello cuanto antes para volver con Pedro.

—Es el procedimiento menos complicado para este tipo de tratamientos y no hay razón para estar nerviosos.

Ella asintió, animándolo a continuar. El doctor le explicó lo que necesitaba hacer para prepararse para el procedimiento y cómo llevar el control de su temperatura corporal y otros indicadores fisiológicos que determinasen el momento óptimo para realizar la inseminación.

—Aunque es un procedimiento sencillo, puede ser algo doloroso. ¿Lo entiende, verdad? -—dijo el doctor para acabar.

Ella asintió con la cabeza a pesar de que no entendía por qué tenía que doler. Hablar de aquellas cosas con hombres, aunque fueran un médico y su marido, no hacían que se sintiera cómoda.

—Notará algo entre una incomodidad y dolores fuertes durante el procedimiento. Sólo un tres por ciento de las mujeres que se someten al tratamiento declaran haber sufrido más que dolores leves.

Aquello era más reconfortante, pero no se lo diría a Pedro. Tal vez no la dejase someterse al procedimiento, y ella quería tener un niño. Lo deseaba.

—No me preocupa —declaró Paula.

—A veces se necesitan hasta seis intentos hasta conseguir la concepción —avisó el médico.

Ella esperó que Pedro se hubiera recuperado para entonces, pero asintió.

Volvieron a llamar a Pedro y el doctor les dio toda la documentación necesaria para que estuvieran informados. Ella miró los papeles y luego al doctor.

—¿Se supone que tengo que tomarme la temperatura todos los días?

—Sí. Y...

—No se preocupe. Leeré las instrucciones —interrumpió ella. No quería que él médico le explicase nada más delante de Pedro. Ya lo había pasado bastante mal hablando sólo con el médico.

Salieron de la clínica después de concertar una cita para Pedro para el martes siguiente.

El día después de la cita, Paula lo siguió hasta la sala de fisioterapia. Tomás no había llegado, pero Pedro ya se había colocado en la máquina de remo y estaba entrenando con la misma concentración con que hacía todo en la vida. Paula rellenó una botella de agua y la colocó a su lado.

Necesito Tu amor: Capítulo 50

Hizo un gesto de desagrado al recordar su enfado unas pocas horas atrás. Acababa de descubrir que los celos, que nunca había sentido con Giuliana, podían ser un infierno.

Nunca le había importado lo que llevara, Fede tenía razón, pero el pensar en cincuenta hombres mirando a Paula de ese modo lo enfurecía. Le diría a su madre que le buscara un bañador de una pieza, pero lograr que su independiente esposa se lo pusiera sería otro asunto. Ella tenía un fondo tradicional italiano, pero también era muy liberal en su modo de pensar y en sus actos.

Su mano estaba colocada contra el pecho de él, y una de sus piernas se insinuaba por encima de su muslo. Él podía sentir la sensación del peso, pero tenía que tocarla con la mano para sentir la suavidad de su piel. Era algo enloquecedor.

¿Cuándo volvería a estar completo?

Colocó una mano posesivamente sobre su trasero, manteniéndola contra él de un modo que hubiera debido causar alguna reacción en su anatomía masculina, pero no lo hizo.

¿Volvería a sentirlo cuando recuperara la movilidad?

El sabor metálico del miedo invadió su boca. Ningún hombre quería ser medio hombre.

No dejaría que Paula lo tocase para que no descubriese su falta de virilidad, aunque anhelaba dejar que esas manos recorrieran su cuerpo de un modo que no había deseado con Giuliana ni con ninguna otra mujer.

Una cosa era cierta: no la dejaría marchar.


Paula se despertó por la mañana abrazada a una almohada impregnada de la esencia de Pedro. Tenía la vaga impresión de que la habían abrazado durante la noche. ¿Habría sido un sueño?

Pedro  era la única persona sentada a la mesa del desayuno cuando ella bajo y se sentó frente a él.

—¿Dónde está todo el mundo?

—Mis padres están durmiendo y Fede está en una reunión en representación del banco.

—Está bien tener a tus padres en casa —dijo ella sonriendo.

Su expresión de aprobación le hizo sentir un calor agradable por dentro.

—Están encantados de tener una nueva hija.

—A Ana no le gusta cómo celebramos nuestra boda —sonrió Paula, traviesa— Tu madre quiere que nos casemos por la iglesia. Creo que Fede tenía razón en lo de utilizarlo como excusa para tener una boda por todo lo alto.

—A ella le gustaría mucho. ¿Te importa, cara? —su sonrisa la hacía derretirse como un bombón al sol.

—No. Cuando empezó a hacer planes ayer, me hizo pensar en qué haría mi madre si estuviera viva. Me sentí bien.

—Le dejaremos que haga las cosas a su manera.

Ella asintió y empezó a comer la fruta que acababa de servirse.  Pedro  miró el reloj.

—Date prisa con el desayuno, tenemos una cita dentro de una hora.

—¿Una cita?

—Sí, con un especialista en fecundación artificial —dijo él sin darle importancia.

—¿Por qué? —le faltaban sólo semanas si no días para andar... ¿por qué pasar por un proceso de fecundación asistida entonces?

—Para que podamos empezar el proceso y puedas quedarte embarazada —dijo, como si le hablara a un niño pequeño.

—Pero...

—¿Acaso esperabas que olvidara esa parte del trato?

A veces se ponía paranoico.

—No. Quiero tener un hijo tuyo.

—Entonces acábate el desayuno para que podamos ponernos en camino.

—Pero estás a punto de andar —dijo ella.

Una sombra cruzó sus ojos miel, pero desapareció enseguida.

—No hay garantías de eso, y quiero iniciar mi familia enseguida.

El bebé sería otro lazo entre ellos, algo sobre lo que construir su relación emocional.

—De acuerdo.

viernes, 26 de febrero de 2016

Necesito Tu Amor: Capítulo 49

—Mi hermano ha dejado claras sus preferencias.

—¿Estás diciendo que te mentiría?

—¿Por tí? Tal vez.

—Eso es ridículo.

—¿Sí? Mi hermano no oculta su admiración por tí.

Ella lo miró a los ojos y allí vió ira y algo más.

—Estás celoso —dijo, sorprendida.

El señaló la silla y la miró:

—¿Es eso tan sorprendente?

Pues sí, lo era.

—No me casé con Fede —nunca lo había deseado. Sólo a Pedro.

—Y a pesar de todo, encuentras agradables sus cumplidos sobre tu cuerpo en traje de baño.

—¿Acaso tenía que haberme ofendido?

La respuesta era obvia.

—No debes desear la admiración de otro hombre que no sea yo.

—No deseo su admiración, pero eso no significa que si alguien me dice algo bonito le mande callar. Él es mi hermano ahora.

—Y yo soy tu marido.

¿Cómo había empezado aquella tonta discusión?

—¿De verdad crees que aparté a Giuliana de tí para tenerte sólo para mí?

Sus sensuales labios hicieron una mueca.

—No. Lo dije porque estaba enfadado.

Ella recordó otro ataque de celos y sonrió.

—Estabas celoso.

Él suspiró y admitió entre dientes:

—Sí.

Ella sonrió e hizo algo que nunca había hecho. Se sentó de golpe en su regazo y lo abrazó para besarlo en la barbilla y recostar su cabeza sobre su pecho.

—No lo estés. No tienes ningún motivo.

Sus brazos la rodearon en un abrazo tan fuerte, que casi resultaba doloroso. Luego aflojó un poco la presión, pero siguió abrazándola y frotando su mejilla contra su pelo.

—Cara.

Así permanecieron durante varios minutos antes de bajar a cenar.

Pedro entró en la habitación después de responder a unas llamadas internacionales y encontró a su esposa durmiendo con las manos bajo la mejilla como una niña pequeña.

Aún no se había recuperado del gesto tan espontáneo de sentarse en su regazo porque había significado mucho para él. Se había sentido como si tuviese el mundo entero entre sus brazos, pero el sentimiento no había sido del todo placentero por la falta de independencia emocional que implicaba. Eso nunca le había pasado antes, y desde luego, no con Giuliana.

Se metió en la cama. Su movilidad había mejorado mucho en la última semana, pero aún no podía andar y las cosas que había considerado evidentes ahora se revelaban como acciones imposibles. En ese momento habría deseado atraer a Paula a sus brazos. Por fin lo consiguió, después de muchos esfuerzos.

Pero merecía la pena con tal de sentir su cuerpecito acurrucado contra él, tan confiada.

Inmediatamente se abrazó a él, como si hubieran dormido juntos durante años, y no sólo una noche. Tal vez ella lo hubiera soñado, como había hecho él...

Necesito Tu Amor: Capítulo 48

—La mujer que la hizo me dijo que había tardado meses en acabarla. Y esto hubiera sido un precioso velo de novia —dijo, sacando una mantilla blanca comprada en la costa española.

Paula se sintió enrojecer ante la indirecta.

—En el registro... Los Alfonso no se casan en sitios así, sin amigos ni sacerdote que bendiga la unión, ni regalos... —Ana le colocó la mantilla sobre el pelo castaño y admiró el resultado— Sí, así es como tenías que haber estado el día de tu boda.

—Pedro no quiso exponerse a las miradas curiosas de los invitados estando  obligado a utilizar la silla de ruedas.

—Entonces tendría que haber esperado... casarse sin sus padres...—sacudió la cabeza en gesto de reprobación. Paula no dijo nada—Tenemos que planear una boda de verdad para cuando recupere la movilidad.

Paula  dejó escapar un sonido que podía ser interpretado como un asentimiento y Ana pronto se perdió en un mar de planes de boda a la italiana con todas las tradiciones y una bendición religiosa formal.

Dejó a Paula diciéndole que tenía que hacer listas y pensar muchas cosas, y ella no tuvo tiempo de replicar que, como novia, tenía que tener algo que decir en todo aquello.

Si su madre hubiera estado viva, habría hecho lo mismo que ella, sólo que hubiera llamado a Ana para pedirle consejo.

Paula fue a la biblioteca e intentó olvidarse de todo leyendo un rato, pero lo que había pasado por la tarde no la dejaba tranquila. Aunque estaba muy aliviada de que los padres de Pedro aprobaran su boda, le preocupaba que su claro desprecio hacia Giuliana causara problemas a Pedro.

Sus temores se justificaron más tarde, cuando Pedro y ella se cambiaron para bajar a cenar. Ella se cambió en el baño y se puso un vestido de seda marrón oscuro con un colgante y pendientes a juego en forma de rosa que había heredado de su madre. Se había dejado el pelo suelto, recogiéndose sólo una parte con un clip dorado.

Los ojos de Pedro llamearon al verla y después se tornaron heladores.

—¿Quieres avivar la imagen que mis padres tienen de ti de una mujer inocente, cara? —dijo con un sarcasmo letal en la voz, y el apelativo cariñoso sonó a insulto esa vez.

Ella echó una mirada a su vestido. No era muy distinto de los otros trajes que se había puesto para cenar los días anteriores.

—No sé a qué te refieres.

Sus cejas oscuras se arquearon sorprendidas.

—¿Ah, no?

—No —respondió ella apretando los puños.

—Giuliana se quejó de cómo Fede y tú la hacían sentir mal cara vez que iba al hospital, y yo no le hice caso, pero después de lo que mis padres y Fede dijeron ayer, me pregunto si ella vió las cosas con más claridad que yo.

Paula recordó las acusaciones. Se había sentido aliviada cuando Pedro no se tomó en serio aquellas mentiras, pero le molestó terriblemente que volvieran a resurgir ahora, cuando ya había suficientes asuntos dolorosos en su matrimonio. Por la expresión de su cara, Pedro no iba a creerla fácilmente, pero tenía que intentarlo.

—Tal vez tu hermano no la aprecie, pero eso no significa que no la tratara con amabilidad mientras era tu prometida. Te respeta demasiado para hacer lo contrario.

—¿Eso crees? —Pedro había avanzado hasta ponerse sólo a un paso de ella.

—Lo sé. Yo estaba allí, ¿no te acuerdas? —respondió ella, nerviosa por su cercanía.

—Sí, estabas allí, pero si ayudaste a mi hermano a quitarle a mi prometida su sitio a mi lado, no me lo dirás, ¿no?

La furia la inundó. ¿Cómo podía cuestionar su integridad? Giuliana era peor que un dolor y Paula se negó a entrar en su juego.

—Yo no le quité nada a nadie, porque ella no estaba allí en primer lugar. Cuando yo llegué al hospital, tu prometida — y recalcó bien esta palabra— no estaba disponible. Se había marchado mientras tú estabas en coma a pesar de que los médicos le habían dicho que tener a las personas queridas cerca podía hacer que recuperaras la consciencia. Si no me crees, pregúntale a Fede.

Necesito Tu Amor: Capítulo 47

Paula se sobresaltó y la expresión de desagrado de Pedro se hizo más evidente, pero Ana sacudió la cabeza con los ojos llenos de cariño y sabiduría.

—Las cosas pasan siempre por un motivo. Pedro se curará, pero este accidente... ha impedido que cometiera un error con ese matrimonio —su expresión se tornó en desagrado— Esa chica sólo se preocupaba por su ropa.

Paula miró a Pedro, preocupada por su fría expresión.

—Giuliana es modelo, mamá, no bailarina de strip-tease.

Paula  se mordió un labio. Pedro estaba defendiéndola con demasiado fervor como para no seguir enamorado de ella. Intentó convencerse a sí misma de que era sólo el orgullo y que le costaba admitir sus errores, pero aun así aquello le dolía.

Ana arrugó los labios.

—En mi época, las chicas italianas decentes no se desvestían delante de extraños ni se exhibían ante los demás casi desnudas. ¿Te imaginas a Paula haciendo algo así?

Pedro la miró y ella apartó la mirada. Odiaba ser comparada con Giuliana.

—Soy demasiado bajita como para que me ofrezcan un contrato como modelo —le dijo ella a Ana.

—No sé yo... Más bien creo que la lencería te sentaría mejor que a Giuliana y a todas esas modelos tan delgadas —dijo Fede con un tono realmente malvado— Ya he visto lo bien que te sienta el bikini.

Entonces fue el turno de Ana de protestar.

—¡Federico! ¡No es apropiado que hagas esos comentarios acerca de tu cuñada!

Fede se encogió de hombros.

—Si la he ofendido, lo siento —se giró hacia ella, mirándola travieso— ¿Te he ofendido, píccola mía?

Ella sacudió la cabeza, no sabiendo qué decir. Su comentario la había avergonzado, pero no se había enfadado. Sabía que le hablaba como a una hermana y así se lo tomó. Eran las bromas de un hermano mayor.

—Me has ofendido a mí —declaró Pedro fríamente.

—No puedes decirlo en serio— respondió Fede—. Si te hubieras casado con Giuliana, habrías tenido que acostumbrarte a que ese tipo de comentarios aparecieran en los periódicos, no sólo en palabras de tu hermano.

¿Qué intentaba Fede? ¿Quería que Pedro perdiera los nervios?

—Pero no me he casado con Giuliana, ¿O sí? —preguntó Pedro, con voz peligrosamente suave.

—No, y damos gracias por ello —añadió Horacio, sin que ello ayudara a suavizar la ira de su hijo mayor.

Aunque cambiaron de tema después de aquello, la hora siguiente que pasaron poniendo al día a los padres de Pedro acerca de todo lo que había pasado resultó muy tensa para Paula. No podía olvidar cómo había defendido Pedro a Giuliana.

Cuando la conversación se desvió al tema de los negocios, las dos mujeres se excusaron y Ana  pudo enseñarle a Paula todas las compras que había hecho en el viaje.

Paula  pasó las manos sobre una colcha bordada.

—¡Es preciosa! Debieron tardar un año en hacerlo —la seda violeta estaba cubierta de lirios púrpura y hojas verdes entrelazadas como una hiedra.

Ana sonrió, contenta con su compra.

Necesito Tu Amor: Capítulo 46

Cuando los padres de Pedro llegaron aquella tarde de su viaje se encontraron con la doble noticia del accidente de su hijo y de que por fin había logrado sostenerse en las barras paralelas.

Ana abrazó y besó a Pedro con toda la exuberancia italiana.

—Hijo mío, ¡tú consigues todo lo que te propones!

—No es que haya sido el logro del siglo— respondió él mirando a Paula de lado por haberlo dicho.

Sus padres estaban confundidos. Ambos habían alabado a Pedro por ayudar a la mujer en apuros, pero, como era de esperar, la madre de Pedro se emocionó al ver a su hijo en la silla de ruedas. Paula había mencionado el logro de Pedro para centrar la atención en los progresos que estaba haciendo y no en los resultados visibles del accidente.

—Está claro que dentro de muy poco tiempo volverás a andar —dijo Paula.

—Por supuesto que sí —dijo Ana.

Comprensivo con el orgullo masculino de su hijo, Horacio no dijo nada ante las buenas noticias de Paula.

—Mira como se impone ante él —comentó en su lugar— Nuestra Paula no es ninguna debilucha.

Los ojos marrones del padre de Pedro le lanzaron un guiño aprobador.

—Ay, ay, ay... Aún no me puedo creer que mi hijo haya tenido el sentido común de casarse con nuestra chica —respondió Ana, sentándose en el sofá al lado de su marido, frente a Pedro.

Horacio, un hombre imponente, sólo un poco más bajo que Pedro, abrazó a la que era su mujer. Desde hacía más de treinta años.

—Tiene buen gusto como su padre.

Ana enrojeció y dió un golpecito a su marido en la mano.

—¡Oh!.

La risa masculina de Federico hizo que Paula se girara hacia él justo cuando le hacía un guiño a su padre.

—Yo diría que el gusto de Pedro ha mejorado mucho en los últimos seis meses.

Horacio afirmó.

—Sí... su corazón está más vacío que mi cuenta corriente después de que tu madre se fuera de compras en Corfú.

Todos rieron menos Pedro.

—Quieres decir que no sé elegir a mis prometidas.

Fede se encogió de hombros.

—Has mostrado mejor gusto eligiendo mujer, en mi opinión.

—Podemos agradecerle a Dios que se diera cuenta a tiempo —dijo Horacio con la falta de tacto que sólo se permite a un padre.

—¿O tal vez al conductor del coche? —preguntó Ana con expresión pensativa.

Necesito Tu Amor: Capítulo 45

Él la besó, y la reacción carnal no se hizo esperar; pronto sus manos estaban recorriendo su espalda y su trasero con seguridad. Ella se dejó llevar sin protestas, necesitada de la intimidad física después de la negación de los lazos emocionales.

Llegaron tarde a la sesión de fisioterapia, pero Tom se rió bromeando acerca de los recién casados. Dijo que entendía cómo una mujer como ella podía hacer que Pedro se retrasara por las mañanas y ella se preguntó si Tomás entendería también que Pedro no se dejara tocar por su mujer...

Pedro  había vuelto a hacerlo; la había seducido, pero no había dejado que ella lo tocara mientras la exploraba. Ella se preguntaba el motivo y si Pedro vería como una traición que consultara a Tomás si había alguna razón fisiológica que explicase ese comportamiento.

Pedro  tiraba y tiraba en la máquina de remo con una fuerza procedente de la frustración. Quería andar, maldición. Quería hacerle el amor a su mujer. Con todo su cuerpo.

La noche anterior pensó que habría una posibilidad cuando su miembro tuvo una erección a medias al empezar a tocarla, pero aquello no duró y aquello le dejó una sensación odiosa de incapacidad sexual.  Esa mañana ella había querido hablar de sus emociones y él no había sabido qué sentía.

La necesitaba en su vida como no había necesitado a Giuliana, pero su incapacidad sexual restaba puntos a esa verdad e ignoraba si su esposa lo sabría. Ella se había enfadado cuando no había sido capaz de decirle que la amaba, pero ¿no se daba cuenta de que lo que ellos tenían era más duradero que el ideal de amor romántico?

Él se había entregado a ella, y ella a él. En su momento, vendrían los niños. Había esperado poder concebirlos de forma natural, pero la repetición aquella mañana de la erección a medias de la noche anterior había puesto fin a sus esperanzas.

Quería que Paula se quedase embarazada. Había pensado que la consumación del matrimonio la situaría definitivamente en su papel de esposa, pero aún notaba la inquietud que había en ella. Una vez que estuviera embarazada, no volvería a pensar en marcharse nunca más.

miércoles, 24 de febrero de 2016

Necesito Tu Amor: Capítulo 44

—Lamento haberte hecho daño.

Ella vió que era sincero, pero no quería que se sintiera culpable por algo tan natural.

—No ha sido nada —dijo, intentando sonar todo lo sofisticada que no se sentía—. Se supone que siempre es un poco doloroso la primera vez.

—Menos doloroso que si hubiera sido una primera vez convencional, ¿no? Eres muy apasionada, pequeña.

—¡Pedro! No creo que sea necesario hablar de esas cosas.

—No tienes que sentirte tímida conmigo, tesoro. Soy tu marido.

Aquella frase le recordó a lo que él le dijo cuando admitió su virginidad ante él.

—Pedro, tu idea de lo que debe avergonzarme y lo que no, no se parece en nada a la mía.

—Eres muy inocente.

—Ya no.

Él la miró arrobado.

—No, tesoro. Ya no. Ahora me perteneces.

—Para bien o para mal— dijo, con una amargura inesperada.

—¿No estás contenta de estar casada conmigo? No lo creo después de lo de anoche —dijo él, frunciendo el ceño.

—Asúmelo, Pedro. Esta boda no es lo que ninguno de los dos hubiéramos deseado para nuestro futuro —y cuando pronunció esas palabras, se dió cuenta de lo reales que eran.

Pedro había planeado casarse con una supermodelo y ella quería casarse por amor.  Él le acarició la mejilla en un extraño gesto de cariño.

—Eso es verdad, pero rara vez las cosas salen como las habíamos planeado.

—Supongo que tienes razón —dijo ella, poniéndole la mano sobre el corazón— pero yo había pensado casarme por amor.

El la rodeó con el brazo y la miró de un modo que ella no supo interpretar.

—Tú me quieres.

Ella abrió la boca para replicar, pero él siguió hablando.

—No me niegues el regalo de tu amor —le colocó un dedo sobre los labios, cerrándoselos— lo atesoraré siempre.

Antes de confirmar o refutar sus palabras, ella expresó su preocupación en voz alta.

—Tú no me quieres.

—Tú me importas, tesoro. Te seré fiel —de nuevo le acarició la mejilla— Tendremos una buena vida juntos.

Ella no respondió. No podía hacerlo. Saber algo y oírlo eran dos cosas distintas, como acababa de descubrir. Ya sabía que Pedro no la amaba, pero había deseado secretamente que aquella insistencia en casarse con ella significara algo más. Oírle decir que sólo se preocupaba por ella y que vivirían bien era como recibir un impacto mortal.

Pedro no era su enemigo, pero en aquel momento le hizo más daño que todas las pequeñas crueldades de su madrastra a lo largo de muchos años. Paula auguró años de soledad en su matrimonio, deseosa de amor, pero la perspectiva más devastadora era que Pedro no estuviera allí.

Ella tomó aliento intentando no dejar ver sus emociones.

—Seguimos teniendo que levantarnos.

Él parecía querer seguir con la discusión, pero ella no podía aguantar más.

—Por favor —suplicó ella, sin importarle parecer patética porque no podía soportar aquella conversación un minuto más.

Él sacudió la cabeza.

—No te puedo dejar marchar así. Debes confiar en mí y creer que nuestro matrimonio será todo lo que un matrimonio debe ser.

—¿Querías a Giuliana? —pregunto en un ataque de masoquismo.

—Con Giuliana tuve sexo. En un momento dado, creí que era algo más, pero ahora todo lo que recuerdo es eso.

A ella no le gustaba que él recordase el sexo con Giuliana. Sexo real. Algo que ellos no habían podido experimentar aún.

—¿Y conmigo?— preguntó ella.

— Es infinitamente más.

—Pero no es amor —dijo ella, preguntándose por qué se forzaba a pasar por todo aquello.

Su gesto se endureció y pareció buscar las palabras, que, cuando llegaron, no resultaron ser las más apropiadas.

—Nosotros tenemos una historia.

—Giuliana y tú también tienen una historia.

—Giuliana es el pasado y tú eres el presente.

—La mujer a la que no amas pero que no dejas marchar.

—¿Quieres marcharte?

Ella tragó saliva, incapaz de pronunciar una mentira tan grande.

Él tiró de ella para colocarla sobre su pecho, excitándola cuando aún luchaba por contener sus emociones. Cuando sus rostros estuvieron a pocos centímetros de distancia, le dijo.

—Sé que no quieres.

—No —dejarlo sería como si le amputaran una pierna sin anestesia, pero vivir sin amor sería tan doloroso como tener una herida siempre abierta.

Mirándolo a los ojos, ella descubrió una chispa de esperanza. Él no quería dejarla marchar. Aquello tenía que significar algo. Tal vez no la quisiera, pero tenían por delante una vida juntos. En algún momento, se daría cuenta de que ella era la mujer perfecta para él. Pedro era inteligente.

Necesito Tu Amor: Capítulo 43

¿Qué había hecho?

Había dejado a Pedro amarla. Eso era lo que había pasado, y el dolor tan íntimo que experimentaba entre las piernas era la prueba de ello. Pensando en cómo la había tocado sintió una oleada de calor y su mirada se dirigió irresistiblemente hacia él.

Su cara estaba relajada por el sueño, parecía más joven y menos intimidante, pero ni siquiera dormido se le quitaba el gesto arrogante de la boca. Su pelo estaba revuelto y una sombra cubría su mandíbula. Verlo así le pareció muy especial, tan privado como lo que habían compartido la noche anterior.

Pero realmente no lo habían compartido. Él no había querido que ella lo tocara. ¿Por qué? Incapaz de contenerse, alargó la mano para apartar un mechón rebelde que le caía sobre la frente. Ante su insistencia, no lo había acariciado la noche anterior, pero ahora, al ver que no se despertaba, dejó que sus dedos recorrieran su pecho, como había deseado hacerlo la noche anterior.

Su pelo era suave y brillante y jugueteó con él. A modo de tentativa presionó un poco con el dedo sobre su piel para comprobar la fuerza de sus músculos. Era demasiado bello. Sabía que, si él oía que le describían así, quedaría tremendamente ofendido, pero para ella él era el epítome de la belleza masculina: fuerza, virilidad, dureza y altura.

Era mucho más alto que ella y tumbados como estaban, eso quedaba aún más claro. Él se estiró y ella retiró la mano a toda prisa, temerosa de que la encontrase mirando y tocándolo como si fuera un juguete nuevo.

Él volvió a quedarse inmóvil y ella suspiró aliviada, ¿le molestaría que le despertara con sus caricias? Ella habría deseado saber más acerca de los hombres y lo que les hacía reaccionar. Pedro era el único hombre que la había interesado nunca, pero era incomprensible para ella como un libro en chino.

Pero le había dejado saber algo de él: le había dicho que se había enfadado porque se creía ignorado y le había dicho que tocarla no era un deber. Estaba bien para ser el principio.

Y había dejado bien claro que quería que siguieran casados. Entonces comprendió el significado de sus últimas palabras la noche anterior. Pedro había consumado su matrimonio, ella ya no era virgen y eso impedía obtener la nulidad. Lo había hecho a propósito... pero ella no podía enfadarse por eso, porque sus actos le habían demostrado que deseaba que siguieran juntos.

Ella sonrió pensando eso y el brazo de Pedro  se movió. Estaba despertando. Él abrió los ojos y su luz miel la atrapó como un imán cuando la miró.

—Buon giorno —su voz sonaba aún adormilada.

Ella era ahora más consciente de que su mano seguía sobre su pecho.

—Buenos días —respondió ella, casi con frialdad.

—¿Estás bien? —él necesitaba asegurarse de que todo iba bien.

—Sí —respondió ella que, algo violenta por aquella intimidad, intentó moverse hacia un lado sin éxito—. Tenemos que levantarnos. La sesión de fisioterapia empieza dentro de menos de una hora.

Ahora que estaba despierto, ella pensaba que, aunque quisiera seguir casado con ella, al no quererla, la imagen no podía ser perfecta.

—¿Qué pasa, cara? ¿Estás dolorida?— preguntó él, en lo que ella consideró una falta de tacto.

Ella se preguntó qué harían otras mujeres en la primera mañana después de hacerlo.

—Un poco.

Él le levantó la barbilla y la obligó a mirarlo.

Necesito Tu Amor: Capítulo 42

Él sonrió, como el macho primitivo reclamando a su mujer.

—Será aún mejor —prometió, y su dedo se hundió aún más.

Increíblemente, su cuerpo respondió con un nuevo ardor y ella pudo sentir cómo su cuerpo se preparaba para una nueva explosión. Él intentó llegar más lejos, pero ella sintió dolor e intentó apartarse instintivamente, pero él no la dejó.

—Confía en mí.

Sus miradas se encontraron y ella asintió, con lágrimas casi en los ojos por lo incómoda que se sentía.

Su pulgar acarició su lugar más suave mientras que empujaba inexorablemente hacia delante hasta que el calor se hizo casi insoportable. Su boca acudió a su pezón izquierdo mientras empujaba la barrera y presionaba de una forma íntima que ella no hubiera podido imaginar en las actuales circunstancias.

El dolor se transformó en un increíble placer mientras le hacía el amor como un hombre experto en la materia.

El placer creció y creció hasta que todo su cuerpo empezó a agitarse en borde del climax. Entonces le mordió el pezón suavemente y todo en su interior se convulsionó de la forma más increíble posible.

Compararlo con fuegos artificiales hubiera sido demasiado poco, y con una supernova, demasiado distante para la intimidad que habían compartido.

«Amor» era la única palabra que podía describir la reacción de su cuerpo ante lo que le había hecho su marido.

Ella se agitaba cada vez que movía la mano, hasta que se quedó adormilada.

Lo sintió moverse a su lado y ponerse en su silla, pero fue incapaz de abrir los ojos para ver qué ocurría.

Después de un rato, ella no sabría decir cuánto, él volvió a la cama y sintió el roce suave de una toalla entre sus piernas. Ella se encogió, consciente de lo que él estaba haciendo, pero él la apaciguó con una caricia.

—Sssh, tesoro. Déjame hacerlo. Es un honor para un marido.

Aún recuperándose del otro «honor de marido» que acababa de disfrutar, se relajó y le dejó hacer, sintiéndose bien aunque un poquito violenta. Después, él la atrajo hacia sí y la rodeó con sus brazos sólidos y musculosos.

—Esto, lo que acabo de hacer, no es un deber para mí.

Recordando sus bellas palabras y sus besos llenos de pasión, ella lo creyó. Ambos se habían equivocado y habían dicho cosas que no sentían, pero a él le gustaba tocarla y lo había dejado muy claro. Ella sonrió, adormilada y contenta. Se acurrucó contra él y le dijo palabras de amor.

En el borde de la inconsciencia, ella lo oyó decir:

—Ahora no puede haber anulación.

Quiso preguntarle qué quería decir aquello, pero estaba demasiado cansada.

Paula despertó desorientada. ¿Por qué hacía tanto calor? No podía mover la cabeza.

Pero el pánico sólo duró un segundo, hasta que se dió cuenta de que lo que la impedía moverse era el peso del brazo de Pedro sobre su caja torácica. También tenía una mano colocada en actitud posesiva sobre uno de sus pechos. Pedro.

Sus ojos se abrieron de golpe y vió, a la cálida luz del sol italiano, la forma acostada del hombre que estaba a su lado. Ninguno de los dos llevaba nada de ropa, aunque la sábana lo cubría hasta la cintura. De repente, ella se sintió alarmada.

Necesito Tu Amor: Capítulo 41

—¿Por qué has hecho eso?

—He soñado contigo así.

¿Sería verdad?

—¿Has soñado conmigo? —no podía aceptar que el hombre que consideraba que tocarla era una obligación, soñara con ello.

Él no respondió y tomó un mechón de su cabello para utilizarlo como un pincel y «pintar» su cuerpo, prestando especial atención a los pechos y a los pezones. Él no pareció apreciar que su cuerpo era un poco más redondeado de lo que marcaban los cánones de belleza actuales. A juzgar por su expresión, no parecía importarle que fuera casi quince centímetros más bajita que Giuliana y que tuviera una talla más que ella de sujetador y de vestido.

Lo largo de su pelo le permitía hacerle cosquillas en el ombligo y lo hizo de un modo tan erótico, que pronto estuvo agitándose y moviéndose impúdicamente en una búsqueda inconsciente de aliviar la tormenta que batía entre sus piernas.

Ella quiso tocarlo, pero él la detuvo.

—No.

—¿Por qué?

—Esto es para tí, tesoro.

—Yo también quiero que sea para tí— replicó ella.

Él ignoró sus palabras, besándola en sumisión total a él. En italiano le dijo lo sexy que era, lo bello que encontraba su cuerpo y cada parte de él por separado. Algunas de sus palabras eran tan directas que la avergonzaron un poco, pero también le parecieron provocativas.

¿Por qué no la tocaba donde ella lo necesitaba?

Ella se dió cuenta de que había realizado la pregunta en voz alta cuando él se rió y contestó:

—Todo a su momento, tesoro. Para hacerle el amor a una virgen no hay que apresurarse.

—A esta virgen no le importará, ¿eh? —le aseguró ella.

Él volvió a reír y continuó con sus caricias enloquecedoras. Ella gritó de alivio cuando su boca se cerró sobre uno de sus pezones, pero el alivio pronto se convirtió en una necesidad aún mayor. Él succionó hasta que ella lloró de deseo y le suplicó que parara.

Entonces pasó al otro pecho y un momento después ella era puro deseo.

Sus manos se deslizaron hasta los suaves rizos entre sus piernas y jugueteó acariciándola con suavidad.

—Me perteneces.

—Sí —¿cómo podía dudarlo?

Sus dedos se hundieron entre sus piernas para encontrar la evidencia de su excitación.

Ella abrió las piernas, sin preocuparse ya de si sus acciones delataban su fuerte necesidad de él.

Él la acarició como lo había hecho la última vez, rodeando dulcemente la flor de su feminidad y frotándola en movimientos repetidos hasta que ella acabó en un grito de éxtasis que siguió resonando en sus oídos mucho después de que acabara.

Su mano se detuvo, pero no la retiró. Ella se quedó inerte, preguntándose qué haría entonces.

Él la beso. Suavemente. Posesivamente.

Sus manos se movieron y ella sintió algo dentro de su cuerpo por primera vez. La sensación fue increíble.

—¡Qué bien!— gimió ella.

Necesito Tu Amor: Capítulo 40

Una vez tomada la decisión, empezó a quitarse el camisón por encima de la cabeza.

Unas manos cálidas y seguras le tomaron los pechos cuando su cabeza aún estaba atrapada en la tela. La sensación fue tan increíble que todo su cuerpo se detuvo arrobado por la sensación. Y se quedó, literalmente, en la oscuridad.

Pedro le acarició los pezones con los pulgares, dibujando círculos  a su alrededor hasta que ella pensó que se volvería loca de deseo. Ella gimió y arqueó el cuerpo ante su tacto, con todo su ser concentrado en dos pequeños puntos y el placer que le estaban dando.

Él soltó una carcajada y una de sus manos abandonó su pecho. Ella hizo un ruidito de protesta y después sintió que le quitaba el camisón del todo. De repente pudo verlo y sentirlo, y lo que vio fueron unos ojos ardientes de deseo. Él se movió para atraerla a sus brazos y ella aterrizó contra los suaves rizos negros de su pecho, temblando por la reacción de sentir por primera vez su cuerpo sin más barreras que los boxers de seda.

—¿Estás bien, verdad?

Ella lo besó entre el cuello y el hombro, deseosa de probar la sal de su piel y oler su inconfundible aroma ligeramente picante.

—Sí.

El brazo que le rodeaba la cintura la apretó más hasta que le resultó difícil respirar. Él la soltó de inmediato, pero ella estaba tan orgullosa de la reacción que había provocado que repitió el beso, esta vez lamiendo delicadamente su piel hasta la clavícula. Él le acarició los pechos, pellizcando los pezones y enviando oleadas de sensaciones a sus lugares más femeninos.

La otra mano se movió hasta que llegó a la vulnerable suavidad entre sus muslos. Ella se encogió ante la caricia, buscando el placer que recordaba con ciega pasión. Él la acostó de espaldas y se puso sobre ella, acostado sobre un hombro.

—Quiero hacerte el amor.

—Sí.

El asentimiento apenas tuvo tiempo de salir de su boca, porque sus labios vinieron a su encuentro. Él inmediatamente se perdió en la profundidad del beso y tomó el mando dejándola sin aliento y deseosa de más. Mientras la besaba con fervor, ella se encontró totalmente a su merced, y sus manos la recorrieron de arriba abajo en repetidas caricias eróticas que la hacían desearlo aún más.

—Eres tan apasionada, píccola mía.

Desde luego, ella no se sentía pequeña, sino toda una mujer, pero tal vez su desinhibida respuesta no fuera buena idea. Quizá a él le gustase una pareja más comedida. Pensando en Giuliana, Paula pensó en que él debía estar acostumbrado a una pareja más sofisticada.

—No puedo evitarlo —respondió, avergonzada.

Si mirada era masculina y primitiva:

—No quiero que lo evites.

—¡Oh!

Ella se mordió un labio, preguntándose por qué había dejado de besarla y por qué su mano estaba quieta sobre su cintura.

Entonces él hizo algo muy extraño. Le colocó el pelo sobre la almohada, con tanta calma que ella estaba ansiosa cuando acabó.

lunes, 22 de febrero de 2016

Necesito Tu Amor: Capítulo 39

Paula no se movió, incapaz de creer lo que Pedro acababa de decir. ¿Que se lo demostrase? ¿Cómo?

Él cruzó la distancia que los separaba y la agarró de la muñeca.

—Ven aquí.

Su orden le produjo un pinchazo instantáneo en el centro de su pasión, y su tacto en la muñeca le produjo un deseo incontrolable de más. Ella lo miró, sintiéndose como un animal acorralado por un depredador a punto de saltar sobre él.

¿Acaso pensaba él lo que ella creía que pensaba?

—¿Por qué? -logró decir por fin.

La presión de su muñeca se incrementó.

—Ven aquí y lo sabrás.

¿Cómo podía hacer que perdiera el control sólo con una frase? Lo amaba. Lo deseaba y se moría porque la tocase desde que salieron de Nueva York. Se sentía más viva ahora con sus dedos rodeando su muñeca de lo que se había sentido en el momento de la boda.

Se dejó llevar dócilmente hasta su lado. Una vez allí, se quedó acostada en silencio total, esperando lo siguiente.

—Siéntate.

Cautivada por la intensa sensualidad que emanaba de él, ella lo obedeció sin un murmullo. Se arrodilló frente a él y pudo ver que aún llevaba puestos los boxers de seda. ¿Lo había hecho por ella?

—Suéltate el pelo, tesoro.

No sabía el motivo, pero era incapaz de negarse a la sensual voz de su marido. Se deshizo la trenza con cuidado, peinándose con los dedos los largos mechones castaños que caían como una cortina por su espalda y sobre un hombro. Él la miró con tal concentración, que ella empezó a temblar.

Cuando acabó, él alargó la mano y pasó los dedos por los mechones que caían sobre su hombro y su pecho.

—Es tan suave.

Ella tembló cuando le rozó el pezón con las yemas de los dedos. Él sonrió y volvió a repetir el gesto, iniciando la caricia en su nuca y bajando. Pero esa vez, al llegar al pecho, se detuvo en el pezón y lo acarició hasta que se endureció. La tela del camisón era muy fina y ella sintió que su excitación crecía.

—Quítate el camisón -dijo él con voz gutural

Ella se quedó sin aliento y sacudió la cabeza. No creía que fuera capaz de hacerlo. No era una amante experimentada acostumbrada a desvestirse para un hombre. Nunca había estado desnuda con un hombre antes de Pedro.

—¿Quieres que deje de tocarte?

¿Cómo podía preguntarle algo tan estúpido? Apenas había empezado y ya sentía que todo su cuerpo estaba en alerta roja.

—No.

—Entonces, quítatelo— el tono sensual de su voz la puso aún más nerviosa, pero él dejo caer la mano y esperó.

—Estás siendo mandón otra vez —susurró ella.

Él se encogió de hombros.

Eso era todo. Sin palabras ni gesto alguno. ¿Y si no se quitaba el camisón...? ¿se darían la vuelta y se dormirían? Aquello le pareció tan imposible que la hizo sonreír. Su mente le pedía una tregua, pero su cuerpo temblaba porque sabía lo que Pedro podía darle.... placer más allá de la fantasía.

¿Acaso importaba si para él era un deber, cuando lo hacía tan bien?

Cuando él la tocaba, se sentía amada. Ya sabía que no era así, pero ya se enfrentaría a la realidad más adelante. Por ahora, el suponía la pasión que la llamaba como un canto de sirena. Si acababa chocando contra las rocas del amor no correspondido, al menos el viaje habría sido más satisfactorio que la soledad del océano que había conocido hasta aquel momento.

Necesito Tu Amor: Capítulo 38

Abrió la puerta y encontró todos sus camisones. Eligió uno bordado y sin mangas, pues hacía bastante calor para ser finales de septiembre en Milán.

Ella entró al baño y se tomó su tiempo, esperando que Pedro ya estuviera bajo las mantas cuando ella volviera. Su deseo se cumplió, él estaba sentado apoyado en unos cojines, con el torso desnudo.

Ella se detuvo ante su imagen unos segundos.

—¿Vienes a la cama, cara?

Ella tragó saliva y asintió, incapaz de hablar.

Necesitó de toda su energía y determinación para atravesar la habitación y meterse en la cama por el lado contrario al de él. ¿Qué haría si se acercaba mucho a él durante la noche? ¿Qué pasaría si tenía uno de los sueños sensuales que no la habían abandonado desde la noche de Nueva York? En aquellos sueños, él era el centro de la atención. ¿Qué haría si su cuerpo reaccionaba a las fantasías con él tan cerca? Se había despertado abrazada a una almohada y con su parte más íntima palpitante en más de una ocasión.

Ella se acostó bajo las mantas, rígida por los nervios.

—Pareces una novia del siglo XV esperando ser violada por su despótico marido.

Su cabeza se movió a un lado y le vio sonreír burlón y con los ojos brillantes.

—No estoy acostumbrada a dormir con nadie.

—Ya dejamos claro ese punto en Nueva York.

Ella asintió con la cabeza.

—Creo que también quedó claro que te gustaban mis caricias, ¿no?

Pensó en negarlo, su orgullo se lo suplicaba, pero la sinceridad innata en ella venció.

—Sí.

—Y a pesar de todo te has negado a compartir mi cama desde nuestra noche de bodas.

—Tú dijiste que era un deber. Que no te gustaba —las lágrimas afloraron a sus ojos recordando un momento tan doloroso.

Su mirada se clavó en ella.

—Un hombre puede decir muchas cosas después de verse rechazado por su mujer, ¿no?

—Yo no te rechacé.

¿Cómo podía creer eso? Ella lo deseaba. Desesperadamente. Era obvio.

—Sí lo hiciste.

Recordando cómo se había apartado de él, ella se mordió un labio.

—Tal vez un poco, pero no significaba lo que tú pensaste.

—¿Y cómo debía interpretarlo?

—No como un rechazo definitivo —respondió ella con sinceridad.— Estaba celosa y enfadada.

—¿De qué estabas celosa?

—Me ignoraste durante todo el vuelo y, cuando llegamos, me regañaste por esperarte fuera de la limusina.

Él suspiró con expresión dolida.

—Pensé que no te habías dado cuenta y que no te había importado. Me sentí muy estúpido y por eso te hablé con dureza cuando llegamos.

¿Estaba diciendo la verdad?

—No fue un rechazo definitivo —repitió ella con mayor convicción esta vez.

—Para un hombre, cualquier rechazo sexual es importante, cara mía. ¿No lo sabías?

—No —suspiró ella. Era difícil creer que no se hubiera dado cuenta de lo mucho que lo deseaba, pero por imposible que pareciera, le había hecho daño-. Lo siento.

—¿De verdad, tesoro?

Su corazón se derretía cada vez que la llamaba así. Era mucho más íntimo que cara, y era un trato reservado sólo para ella, o eso creía. Nunca le había oído llamar así a Giuliana ni a nadie más.

—Sí —repitió ella sin aliento.

¿Cómo no iba a quedarse sin respiración, acostada al lado de un hombre tan sexy como Pedro?

—Demuéstramelo.

Necesito Tu Amor: Capítulo 37

—Yo no quiero poner fin a nuestro matrimonio— dijo ella susurrando a través del nudo que tenía en la garganta.

—Entonces, dormirás en mi cama.

Ella asintió con la cabeza, dolida por una opción que no había sido opción en absoluto.

Compartir cama con un hombre que consideraba que tocarla era un deber o desaparecer para siempre de la vida del hombre al que amaba.

Llegó el momento de acostarse. Cuando ella entró en la habitación de Pedro, lo encontró preparándose para meterse en la cama.

Apenas apreció el decorado de la habitación, los fríos tonos azules y los muebles de estilo mediterráneo.

Él estaba sentado en el borde de una cama gigantesca, medio vestido. Se había quitado el traje que había llevado durante la cena. No llevaba corbata y su camisa estaba abierta, dejando ver el pelo corto y negro de su torso y los boxers de seda azul marino.

Era tan guapo que parecía un pecado. No debería permitirse que un hombre fuera tan atractivo.

¿Cómo iba a dormir aquella noche al lado de aquel hombre perfecto a centímetros de su cuerpo?

Bueno, la cama era muy grande, pero tampoco parecía suficiente distancia. ¿Y si dormía desnudo? Ella no pensaba que lo pudiera soportar. Sus sentidos ya estaban en alerta máxima y él aún tenía los boxers y la camisa puestos.

Ella tragó saliva y lo miró, con la respiración ya descompensada.

Él la observaba con expresión decidida. Seguramente se daba cuenta de su nerviosismo.

—Yo... ¿Dónde está mi camisón? —preguntó ella, sin saber qué decir.

—¿Lo necesitas? —preguntó él, con una mirada traviesa en los ojos.

—¿Que si lo necesito? —repitió ella, incapaz de asimilar la idea de irse a la cama desnuda.

—Muchos maridos y mujeres se acuestan sin llevar nada de ropa, ¿no?

¿Ese tono en su voz era de broma? Apenas podía creerlo, sobre todo por su reacción esa mañana.

—¿Vas a dormir así?

—¿Así, cómo?

Estaba atormentándola y eso le encantaba.

Ella tomó aliento y lo dijo.

—Sin pantalones.

Estaba orgullosa de cómo había logrado decirlo cuando su pensamiento estaba perdido en un mundo de erotismo.

—No me gusta tener limitaciones cuando duermo.

—Oh... bueno, yo preferiría ponerme un camisón.

Él se encogió de hombros como si no le importara, y ella estaba segura de que así era.

No era él el que tenía que lograr calmarse ante el solo pensamiento de dormir en la misma cama con ella.

—¿Dónde está?

—Ahí dentro— dijo él, indicando el armario ropero del otro extremo de la habitación.

Necesito Tu Amor: Capítulo 36

Por su lado, ella cada vez era más consciente de su presencia física. Su olor la provocaba, le hacía pensar en cosas que había intentado olvidar desde que salieron de Nueva York. Su piel cubierta de sudor atraía su mirada, y mirarlo era desearlo. Desearlo significaba recordar y recordar era la locura. Pero no podía apartar esas imágenes de su imaginación.

—¿Te doy pena? —dijo él, sorprendiéndola.

—¿Qué?

—Te doy pena. No querías casarte conmigo, pero te daba lástima rechazarme. Esperabas que yo me arrepintiera, pero no ha sido así.

Ella lo miró anonadada.

—¿Pena? —¿quién podría sentir pena por Pedro? Estaba lleno de vitalidad, era muy hombre—. Estás completamente equivocado.

Él la miró fijamente y ella se sintió culpable, aunque sabía que no lo era de lo que él la había acusado.

—¿Estaré también equivocado si pienso que mis padres también sentirán pena por mí si cuando vuelven se dan cuenta de que mi mujer no comparte mi cama?

—Yo no me negué a dormir contigo —casi gritó ella.

—Entonces no te molestará saber que le he dado instrucciones a la sirvienta para que traslade todas tus cosas a mi habitación.

¿Había hecho eso de verdad?

—Pero... Pedro...

—Si te casaste conmigo por pena, espero que te vuelvas a compadecer de mí y duermas en mi cama. No seré un riesgo para tu virtud.

—¡No me compadezco de tí!

—Pero tampoco quieres estar casada conmigo.

—¡Yo no he dicho eso!

—¿Y entonces por qué has hablado de nulidad?

—Yo pensaba que tú la querías.

—Yo no he dicho eso. No quiero eso —dijo él, enfatizando las palabras —El matrimonio es para toda la vida.

Ella gimió.

—Ya sabía que pensabas eso.

—No es que lo piense, es que lo sé.

—Pero no estás obligado a estar casado conmigo.

—Ya está bien —él le soltó la mano en un violento rechazo.— No quieres seguir casada conmigo. Lo acabas de decir. No te escondas bajo un falso interés por mí. Eres mi mujer porque yo lo elegí así. No puedo creer que sea el fin de nuestro matrimonio antes de haber empezado —su mirada iracunda desató las emociones de ella —No quieres ser la madre de mis hijos. De acuerdo. No es problema. Vete —le hizo un gesto señalando la puerta—Pero márchate antes de que mis padres lleguen mañana. Será más fácil si no tengo que explicarles que tengo una mujer que realmente no es mi esposa.

El dolor la oprimía tanto, que casi no la dejaba respirar. Por segunda vez era expulsada de la vida de Pedro, pero esa vez lo había hecho él mismo. Si se marchaba entonces, ¿la dejaría volver alguna vez?

Aparentemente parecía que él sí quería seguir casado. Sabiendo eso ¿cómo podría abandonarlo? ¿Quería abandonarlo? La respuesta era, simplemente, no.

Necesito Tu Amor: Capítulo 35

Ella se notó enrojecer. Nunca habían hablado de su noche de bodas. Ella había asumido que él estaba contento con que ella durmiera en otra habitación dada su actitud acerca de hacerle el amor.

—Si tus negocios se gobiernan solos, entonces ¿por qué pasas tanto tiempo delante del ordenador y al teléfono? Por no hablar de las reuniones de trabajo... —había asistido a una el día anterior para demostrar a los accionistas que todo iba bien.

Según Fede, Pedro había estado muy convincente y a ella no le había sorprendido.

—Me doy cuenta de que ignoras la parte de las camas separadas.

Ella enrojeció aún más y se volvió intentando ocultarle su vulnerabilidad.

—Los dos sabemos por qué no duermo contigo, Pedro. Nuestro matrimonio no es real.

Unos dedos fuertes le agarraron la muñeca hasta que consiguió que ella lo mirara.

—¿Y por qué no es real nuestro matrimonio? —el brillo de sus ojos casi la quemaba.— Accediste a tener un hijo mío y a ser mi mujer. Te jure fidelidad y un montón de cosas más. ¿Qué hay de irreal en todo eso?

—Tú no pensabas con claridad. Ahora que has tenido tiempo de pensarlo, estoy segura de que te arrepentirás —ella intentó sonreír mientras las palabras que pronunciaban herían sin piedad su corazón —Podemos conseguir la nulidad y nadie sabrá nunca nada de esta locura de matrimonio.

Él la acercó aún más hacia él.

—Fede lo sabe y yo lo sé. Me juraste ser mi esposa.

—Pero no querías casarte conmigo realmente. Sabes que no querías. Yo sabía que te arrepentirías y lo has hecho.

—¿Y de dónde sacas esa conclusión?

¿Qué podía decir? «Para tí, besarme es una obligación». Aquello sonaría como si realmente le importase, lo cual era verdad, pero ella no quería que él lo supiera. Aún le quedaba un poco de orgullo en lo relativo a él. Al no responder ella de inmediato, él la miró con los ojos entrecerrados.

—Tal vez no se trate de que creas que yo he cambiado de opinión, sino que tú has cambiado de opinión.

Ella sacudió la cabeza.

—No. Para mí nada ha cambiado —respondió ella con sinceridad.

Él la miró fijamente. ¿Qué estaba buscando?

domingo, 21 de febrero de 2016

Necesito Tu Amor: Capítulo 34

El terapeuta se volvió hacia ella.

—Hola, usted debe de ser la señora Alfonso. Soy Tomás Silva. Pedro me ha contado que son recién casados. Enhorabuena.

—Gracias, doctor Silva. No sabía que fuera usted inglés.

—Soy canadiense y, por favor, llámeme Tom. Un colega mío de Nueva York me recomendó a su marido.

Ella se sintió algo idiota por no haber reconocido el acento. Su única excusa era que le había sorprendido que el terapeuta no fuera italiano.

—Espero que el cambiar de ciudad por una temporada no le suponga demasiados problemas.

Tomás rió de un modo que le recordó a la risa de su padre cuando su madre aún estaba viva.

—Mi mujer me habría matado si hubiera rechazado esta oportunidad de trabajar en Milán con todos los gastos pagados. Ahora mismo está comprando zapatos.

Paula sonrió ante la amabilidad de aquel hombre.

—Tiene que traerla a cenar cuando vuelvan los padres de Pedro. Les encantará conocerla.

—Gracias, lo haré.

Mientras hablaban, Tomás no cesó de ejercitar la pierna de Pedro. Entonces la apoyó sobre la camilla para comprobar su sensibilidad. Pedro no sólo confirmó la sensación en los dedos y en los pies, sino que pudo mover su pie derecho y hacer un movimiento de rotación.

Paula corrió a su lado y lo tomó del brazo.

—No me habías dicho que hubieras avanzado tanto.

—Es muy poquito, cara, no hay que ponerse tan nervioso.

Ella lo miró, incapaz de creer su frialdad.

—¿Estás de broma? Me he quedado extasiada viéndote mover el pie... ¡eso es motivo suficiente para hacer una fiesta!

—¿Tú crees, tesoro?

Entonces ella recordó lo que había ocurrido cuando ella le felicitó por su primer logro.

Ella había saltado sobre él y se habían besado. Lo miró a los labios y vió que estos se curvaban en una sonrisa burlona, pero ella sólo quería besarlo.

—Me parece que las fiestas de auto complacencia tendrán que esperar, ¿no?

Su tono burlón la hizo volver al presente bruscamente. Él no la quería, pensaba en besarla como en un deber, no como en la forma ideal de celebrar algo.

Ella se apartó de los dos hombres con la cara encendida e hizo como que estaba interesada en las barras paralelas y los otros aparatos. El comentario la había avergonzado y le había recordado lo poca mujer que era para él.

—¿Cuándo cree que Pedro podrá empezar a utilizar las barras? —preguntó a Tomás.

—Es difícil de decir. Cada paciente tiene unos tiempos de evolución distintos, pero su marido tiene una determinación muy firme y una mujer, y ese es un buen incentivo para recuperarse lo antes posible. Tal vez podríamos verle usándolas en unos siete días.

Ella se giró al oír tan buenas noticias, pero la fría voz de Pedro la detuvo.

—¿Soy un hombre, no? No soy un niño que necesite que hablen por él.

Su ego masculino estaba realmente dañado.

Paula no estaba segura de cómo calmar el enfado de Pedro, pero Tomás sonrió.

—Hablar de los pacientes como si ellos no estuvieran delante es un mal hábito que a veces tenemos los médicos. Gracias por recordárnoslo. ¿Qué te parece el plazo de siete días para empezar a usar las barras paralelas?

—Puede hacerse —replicó Pedro con una confianza que complació a Paula.

La confianza pareció ser certera y, poco a poco, él fue recuperando la sensibilidad en las piernas. Pedro se obligaba a sí mismo a trabajar sin descanso, haciendo más sesiones de fisioterapia que en el hospital. Paula asistía a las sesiones con él, pero parecía que él cada vez necesitara menos su apoyo.

Era como si algo dentro de él hubiera cambiado, e incluso dejó a un lado el Banco y las Empresas Alfonso para centrarse en volver a andar.

—Sigo sin sentir nada más arriba de las rodillas —dijo a Tomás unos pocos días después.— ¿Cómo voy a usar las barras si sólo la mitad de mis piernas funciona?

Tomás sonrió mientras ayudaba a Pedro a moverse desde el aparato de levantamiento de pesas hasta su asiento.

—Lo estás haciendo muy bien. Estarás usando las barras muy pronto.

—Han pasado seis días y mañana será el séptimo.

—Casi lo has conseguido —dijo Tomás con una despreocupación que Paula envidiaba.

Ella habría deseado poder responder con tanta tranquilidad a Pedro, pero no podía.

Tomás prometió llegar pronto a la mañana siguiente.

—Es fácil para él quitarle importancia. No es él quien está sentado como un inútil en una silla de ruedas —la frustración en la voz de Pedro no la sorprendió, pero sí que no la ocultara. Se había mostrado muy estoico desde la vuelta a Italia, y también muy distante.

Ella le pasó una toalla para que se secara el sudor de la frente. Había estado trabajando la musculatura de la parte superior del cuerpo y sus músculos estaban hinchados por el ejercicio.

—Sólo un tonto te llamaría inútil, Pedro.

—¿Y qué soy entonces? Mi mujer duerme en otra cama y mis negocios deben gobernarse solos puesto que yo no consigo que mi cuerpo funcione como es debido.

Necesito Tu Amor: Capítulo 33

Ella no lo chantajeaba emocionalmente como Giuliana. Ésta había utilizado el sexo para manipularlo incluso antes del accidente y Pedro se había cansado poco a poco de sus tácticas para obtener lo que deseaba. Él había pensado que casarse con Paula le reportaría todos los beneficios del matrimonio sin que fuera vulnerable ante ninguna mujer. Paula era demasiado inocente y demasiado buena como para manipularlo como lo había hecho su anterior prometida.  Aun así, se había equivocado.

Se había sentido muy vulnerable cuando ella lo rechazó sexualmente la noche anterior.

Él estaba convencido de que, al menos en eso, podían haber parecido un matrimonio convencional. Ella se había derretido entre sus brazos en el hotel, le había dejado amarla con una dulce confianza que él encontró adictiva.

Sospechaba de los sentimientos de ella hacia él desde hacía tiempo. Había llegado al hospital después del accidente incluso antes que su hermano y, según una burlona Giuliana y un sorprendido Fede, Paula no se había separado de él hasta que salió del coma. El ser consciente de su devoción le había hecho esforzarse más cuando todo a su alrededor parecía derrumbarse.

Después de hacerle el amor, se había asegurado de que sus sentimientos hacia él eran más fuertes que la amistad. Ninguna mujer respondía de con tanta rapidez y abandono si no sentía algo muy poderoso por el hombre que le hacía el amor.

Entonces, ¿por qué lo había rechazado la noche anterior? No habían pasado mucho tiempo juntos en el avión. Él tenía que trabajar; al menos para hacer dinero no necesitaba utilizar las piernas. No había funcionado y ahora se sentía furioso y estúpido.

En la limusina no le había hablado mucho y se sentía culpable por ello, pero ella también lo había ignorado.

Pero lo que no había esperado era que ella se dirigiera a la habitación de invitados en lugar de ir a la suya. Había ido a buscarla furioso hasta que se encontró con la visión de su maravilloso pelo suelto. Era como seda viva, y había deseado tocarlo con un ansia que no deseaba analizar.

Lo había hecho y eso le había hecho desear más. Más de su suave piel, más de ella. Pero cuando quiso atraerla hacia sí, ella se había escapado y no había perdido un segundo en dejar claro que no estaba interesada en compartir su cama.

El rechazo aún le dolía, y ver a su hermano jugar con ella de un modo que él no podía no ayudaba en absoluto a suavizar su malhumor.

Paula  se acercó a la habitación que se había habilitado para la fisioterapia de Pedro con el pulso acelerado. Llevaba toda la mañana evitándolo, intercambiando algunas frases sueltas con él y con Fede durante la comida y se había acercado hasta allí sólo para conocer al fisioterapeuta. Era estúpido, pero necesitaba saber que Pedro estaba en buenas manos. Además, ella había estado presente en su tratamiento desde el principio.

Entró en la habitación, que se parecía mucho a la sala de fisioterapia del hospital, y se quedó asombrada de lo rápidamente que habían cambiado todo aquello.

El suelo de madera estaba cubierto de colchonetas de ejercicio, había unas barras paralelas, una camilla de masajes y un equipo completo de pesas. Las amplias ventanas dejaban entrar la luz del sol a raudales a través del cristal, lo que suponía una clara mejora sobre la luz fluorescente del hospital.

Pedro estaba tumbado en la camilla y un hombre de pelo gris y cuerpo atlético vestido con camiseta y pantalones de algodón blancos obligaba a las piernas de Pedro a hacer los ejercicios ya habituales.

La ropa de Pedro parecía ser la misma que había utilizado en Nueva York y tenía el mismo efecto desestabilizador sobre su sistema nervioso. Tuvo que concentrarse en recuperar el aliento antes de saludar a los dos hombres.

—Buenas tardes.

La cara de Pedro se giró hacia ella con una expresión indescifrable.

—Buon giorno.

Necesito Tu Amor: Capítulo 32

—¿Dónde está la diferencia? —ella se refería a que, si no la quería o la deseaba especialmente, tampoco debía importarle dónde dormía.

Él se echó hacia atrás como si ella lo hubiera golpeado.

—De hecho, no hay diferencia,  cara, ya que no puedo realizar el ritual tradicional de la noche de bodas y está claro que la idea de compartir mi cama no te atrae lo más mínimo.

—No es eso lo que...

—No importa —dijo él interrumpiéndola—. Me parece bien que no esperes de mí que cumpla con mis deberes como marido. La verdad es que no son muy atrayentes cuando no puedo participar completamente y no son necesarios para la concepción de nuestro hijo.

Aquellas palabras fueron como un jarro de agua fría para Paula, que se quedó inmóvil mientras él giraba su silla y salía de la habitación.

Fue hacia la cama sintiéndose muy mayor, sin fuerzas para trenzarse el pelo por el rechazo de Pedro. Él consideraba la experiencia más bonita de su vida como un deber, y además innecesario. Y poco atractivo para él. Cómo tenía que haberle molestado su ansia de experimentar placer al no ser ella capaz de devolvérselo...

Incluso si Pedro no hubiera estado paralítico, ella no habría sabido devolverle las caricias. Giuliana tenía razón y ella no era lo suficiente mujer para Pedro, independientemente de su estado. ¿Por qué había querido casarse con ella entonces?

La respuesta llegó con otra oleada de dolor: porque no la quería ni la deseaba. Ella podría darle hijos, pero no sería un recordatorio permanente de lo que no podía tener.

No sabía lo que pasaría cuando Pedro recuperase la sensibilidad en sus extremidades inferiores, pero estaba segura de que lamentaría haberse casado.

Pedro  se sentó en el balcón que daba a la piscina y observó a Fede y a Paula jugar en el agua. Era una escena que había presenciado muchas veces, porque ellos, al ser casi de la misma edad, siempre habían jugado juntos. Pero ella era ahora su mujer y Pedro consideraba a su hermano como a un rival más que como su compañero de juegos.

Él no había esperado que fuera a sentir celos por aquel matrimonio, pero tampoco había esperado dormir solo. Además, no quería sentir celos de su hermano y de su mujer, pero simplemente no había esperado tener esa reacción con Paula. Nunca había sentido celos con Giuliana. Sí había sido posesivo, pero no celoso.

No tenía ningún sentido. No amaba a su mujer, aunque por supuesto que la quería y se preocupaba por ella. Había formado parte de su vida desde su nacimiento.

Sus madres habían sido amigas íntimas desde niñas y de adultas se comportaban como hermanas. La madre de Paula, Alejandra, se había casado con un profesor estadounidense y se había ido a Estados Unidos con él, mientras que su madre se trasladó a Milán después de casarse con su padre. Pero las dos mujeres y sus familias habían compartido vacaciones y visitas hasta que la madre de Paula murió. Ésta había seguido visitándolos y con más frecuencia desde que su padre se volvió a casar.

Necesito Tu Amor: Capítulo 31

Aun así, a pesar de que hubiera gente presente, ella tampoco había esperado que él se olvidara de su presencia.

Paula  había esperado a que Pedro entrase en la limusina para entrar después y sentarse frente a él, molesta por el trato que le había dado, y Fede, después de dudar un momento se había sentado al lado de su hermano.

Centrando su atención en el paisaje que se veía desde la ventanilla, intentó imaginar que viajaba sola. Sería menos doloroso.

—Mis padres volverán la semana que viene— la voz de Pedro rompió el silencio.

Paula no dijo nada, asumiendo que se dirigía a Fede. Al fin y al cabo, llevaba ocho horas sin dirigirle la palabra.

—Paula.

—¿Qué? —dijo ella sin mover la vista de la ventanilla.

—Estás contenta de volver a ver a mi madre, ¿verdad?

—Por supuesto —pero no sabía si eso era verdad del todo. Aún tenía miedo de que los padres de Pedro pudieran pensar que lo había manipulado en un momento de debilidad.

—No pareces muy emocionada.

—Estoy cansada.

—No me gusta hablarte sin que me mires, cara.

Ella se giró hasta que sus ojos se encontraron. Era difícil leer la expresión de su rostro en la tenue luz de la limusina.

—Tenía la impresión de que no te apetecía hablar conmigo. Eso es todo.

—¿Cómo? ¿Cuándo he dicho yo algo así?

—A veces las acciones hablan con más claridad que las palabras —las palabras salieron de su boca con más veneno del que hubiera deseado.

Él tomó aliento.

—¿Qué problema tienes?

La mirada de Paula pasó de Pedro a Fede y vió que en su cara se dibujaba una expresión de satisfacción. ¿Acaso le gustaba ver a su hermano y a su esposa discutir?

—Te acabo de hacer una pregunta, cara.

—Y yo prefiero no contestarte — y dicho esto los ignoró a Fede y a él.

En un claro intento de pacificar el ambiente, Fede le hizo a Pedro algunas preguntas y pronto los dos empezaron a hacer planes sobre la vuelta de sus padres. Paula se giró.

Estaba luchando con el terrible miedo de haber cometido el error más grave de su vida.

Era obvio que Pedro se arrepentía de su decisión de casarse con ella. Ojalá hubiera vuelto al mundo real antes de que se celebrara la ceremonia.

Cuando llegaron a la casa de los Alfonso, Paula esperó en el exterior de la limusina a que descargaran la silla de ruedas. Pedro se dio cuenta de que estaba esperando y la llamó.

—Ve dentro, no hay motivos para que te quedes aquí.

Ella se sintió dolida e hizo justo lo que le había dicho. Una vez dentro de la casa, fue directamente a la habitación en la que había dormido siempre que iba allí. No iba a dejar que la expulsaran de la habitación principal.

Encontró el camisón que había dejado allí el verano anterior y entró en el baño. Se envolvió el pelo en una toalla, como si fuera un turbante y se duchó. Poco después, estaba sentada frente al espejo del tocador deshaciéndose el recogido que se había hecho para la boda cuando Pedro entró.

—¿Qué demonios estás haciendo aquí? —preguntó él.

—Cepillarme el pelo -dijo ella, colocándoselo sobre un hombro y peinándose la larga cabellera. Pedro, al lado de la puerta, permanecía en silencio.

Cuando hubo acabado de peinarse, dividió el pelo en tres y empezó hacerse una trenza para ir a dormir.

—No lo hagas.

Ella se quedó sorprendida y sus dedos se detuvieron. Pudo oír la silla de ruedas cruzando la habitación, pero no se pudo dar la vuelta para mirarlo.

—Per l´amore di cielo, es precioso —dijo él, pasándole los dedos por el pelo y deshaciendo el principio de la trenza que había empezado a hacerse.— Siempre había querido verlo así, pero es mejor de lo que me imaginaba.

Ella se giró para mirarlo y lo vio absorto en la contemplación de su pelo.

—¿Te gusta mi pelo?

Aquello no parecía tener mucho sentido. Ella llevaba el pelo largo porque a su madre le gustaba así y de ese modo se sentía más cerca de ella. Nunca se le había ocurrido que a Pedro su ordinaria cabello pudiera parecerle tan fascinante, pero así era.

—Ven aquí — él se acercó para colocarla sobre su regazo, pero animada por un instinto de conservación, ella se levantó de un salto y se apartó de él.

—Estoy cansada y quiero irme a la cama.

Los ojos de Pedro brillaban de un modo que ella no quería entender.

—Yo también quiero ir a la cama.

—Pues será mejor que lo hagas, ¿no?

Él se puso muy rígido. Incluso en la silla de ruedas era casi tan alto como ella y mucho más imponente.

—¿Quieres decir que vuelva a mi cama mientras tú duermes aquí?

Ella se encogió de hombros intentando hacer como si no le importase, cosa que no era cierta.