lunes, 8 de febrero de 2016

Una Pasión Prohibida: Capítulo 59

Namche Bazaar

Una semana después, Pedro se giraba en la cama y abrazaba con fuerza a Paula, temeroso de dormirse y que se esfumara la noche que habían pasado juntos. Compartían una cama pero no lo habitación. Su habitación en el mismo hotel estaba en el piso inferior.

Paula murmuró algo junto a su cuello. Pedro notó un escalofrío cuando Paula le mordisqueó esa sensible parte de su cuerpo. Había conseguido poner su marca en él de todas formas. Algunas en lugares visibles y otras en lugares que sólo Paula podría ver.

Apenas si habían dormido y la luz del día ya se colaba entre las cortinas.

—Parece que pronto tendré que irme.

Paula dejó escapar un gemido estrangulado, amortiguado por el hombro de Pedro.

—¡No! No quiero que te vayas. La noche no ha terminado —dijo mientras sus brazos lo atrapaban con fuerza acercándolo tanto a ella que sus latidos se fundieron en uno solo. Paula cubrió el cuerpo de Pedro con una pierna y frotó la sensible piel de la cara interna de sus muslos contra él llevándolo a la locura con sus eróticos gimoteos hasta que éste penetró en su cálido cuerpo. Esta vez, estaba decidido a que fuera la última.

Una larga noche de amor serviría para mantener el recuerdo ardiente de Paula en su corazón cuando ésta regresara a Estados Unidos y él Nueva Zelanda, un gran continente y un océano de por medio.

Sin soltarla, se puso de espaldas arrastrándola a ella hasta que estuvo sobre él. Él tenía los hombros más altos por efecto de las mullidas almohadas de la cama y Paula se sentó erguida y orgullosa como una princesa. Sus pechos firmes eran los más hermosos que había visto nunca.

Nunca, ni en un millón de años, habría imaginado que sus manos sostendrían aquellas caderas mientras ella apresaba y soltaba su miembro con sus músculos internos.

—Teddy, te daría cualquier cosa porque no dejaras de hacer eso —gimió.

Ella se inclinó sobre él, sus pechos al nivel de su boca, tentándolo. Sólo tenía que sacar la lengua para saborearlos.

—Mientes, Pedro. Si tanto te gusta, ¿Por qué me dejas marchar?

Pedro ignoró la pregunta y se apoyó contra las almohadas para penetrar más profundamente mientras ella se inclinaba hacia atrás. Sus labios persiguieron uno de sus pezones.

—Estás deliciosa.

Paula tomó entre sus dedos los lóbulos de ambas orejas de Pedro. A él no le importaba y no podía dejar de chupar con deleite las deliciosas piedras que eran sus pezones mientras la penetraba. Llegaron al orgasmo pero no era suficiente. Quería más, quería toda una vida, pero era imposible. Ésa tenía que ser la última vez.

Pedro  jadeaba mientras deslizaba sus dedos por la espalda de Paula  hasta llegar al punto que la hizo congestionarse y apretar sus músculos alrededor de él. Lo apresaba con más y más fuerza. Pedro sentía la tensión aumentar con cada embestida. Nada podía romper su concentración y estaba decidido a que Paula sintiera lo mismo.

Empujó con más fuerza y miró su rostro plateado por la luz grisácea del Himalaya, un rostro rodeado de fantasía, sus fantasías. Entonces giró sobre sí mismo hasta dejarla debajo de él, llevando el sexo a otro nivel. Pedro se hundió en el cálido interior de ella con los movimientos rápidos que le gustaban a Paula. Notó que Paula se unía a él cuando empezó a embestir de nuevo. Sus suspiros y gemidos eran música para sus oídos. No le importaba lo que Paula dijera de que su vida sin él sería un infierno. Si muriera en ese momento, su vida habría valido la pena. Él había experimentado lo que era estar en el cielo y quería que Paula lo hiciera también.

Paula se mostraba muy obstinada. Era la última oportunidad que tenía de llegar a Pedro.

—Dices que mi sabor es delicioso, pero no pareces ser adicto al sabor. No puedes serlo cuando eres capaz de irte y dejarme atrás. Para mí eso es el infierno.

Pedro la abrazó a su lado. Estaba exhausta pero también tenía miedo de dormirse y perder el mágico momento que estaban compartiendo.

—Un infierno para los dos, osito —dijo Pedro pasando un dedo por la curva que formaban sus caderas como si no se atreviera a tocarla—. Me sentiré muy triste sin tí, pero tengo que proteger tu reputación.

La desesperación la invadió por completo pero se sentía lo suficientemente segura de su feminidad en el momento como para que su voz no lo dejara transmitir.

—Podrías casarte conmigo. Te he dicho que te quiero, ¿acaso no es suficiente?

—Yo también te quiero —gimió él—, pero casarte conmigo sería la peor decisión de tu vida.

—Pero no pueden decir que tuvimos algo que ver en las muertes ahora que tenemos la prueba que demuestra que fue Mario Serfontien. Cuando Lucas entregue sus pruebas a las autoridades americanas, no tendremos nada de qué preocuparnos.

—Nada es seguro —le recordó él—. La certeza significaría que tu hermana y Fernando están aún vivos.

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