miércoles, 10 de febrero de 2016

Una pasión Prohibida: Capítulo 63

Aoraki, Nueva Zelanda

Febrero del año siguiente

Pedro  miraba a toda la gente sentada en el gran salón de su flamante albergue. Parecía que habían pasado años desde que toda la familia se reuniera por última vez. Y había crecido, además. Sólo Martín y él seguían solteros.

Mónica, su asistenta, servía vino y cerveza para brindar por el éxito de la nueva aventura de Pedro. El marido de ésta, Hugo, estaba en la cocina preparando la cena. Cuando Mónica salió del salón desde cuyas ventanas se podía disfrutar de la vista del monte Aoraki, Pedro hizo el primer brindis.

—Por el Albergue Namche Bazaar.

Todo el mundo brindó, alegre, y bebió.

—¿Qué les  parece el albergue ahora que lo han visto terminado? —preguntó a continuación.

Martín fue el primero en contestar.

—Creo que has hecho la elección correcta. Tal vez ya pueda dejar de preocuparme de que te despeñes por una montaña.

—No me he retirado por completo. Seguiré haciendo de guía, pero tengo otro guía con experiencia en esta zona que empezará a trabajar en el albergue pronto.

—Es un lugar muy confortable, y no hay duda de que todo es de primera clase —su hermano pequeño, Franco, frotaba su mano contra el respaldo del sofá que compartía con su mujer, María.

—Me encanta —dijo María.

Pedro había oído la historia de María y no podía creer lo relajada que parecía a pesar de haber pasado por un angustioso secuestro. Menos mal que su hermano la había rescatado.

Pedro sintió remordimiento. Él no había sabido manejar su vida amorosa tan bien como su hermano pequeño. No había dejado de pensar en Paula ni un solo día. Era lo primero en que pensaba cuando se despertaba y su nombre era lo último que pronunciaba cuando se iba a la cama. Aunque tuviera treinta y cuatro años seguía deseando irse a dormir con su osito.

Sonrió a la familia, con la esperanza de que ninguno reconociera el dolor que había en su corazón.

—No todo el mérito es mío. Conté con la ayuda de una decoradora de interiores. Seguí su consejo porque yo no tenía ni idea de cómo poner cada cosa y dónde.

—Escalar montañas debe de dar mucho dinero. Estoy seguro de que levantar este sitio te ha costado una fortuna.

La pregunta de Franco le dio la oportunidad de hablar de Paula, aunque fuera veladamente, que había estado esperando.

—Tengo un socio anónimo.

—Esos son los mejores —dijo su hermano Federico, que abrazó a su mujer, Vanesa, y le dió un beso en los labios—. Así se hace —añadió esquivando un manotazo de su querida esposa. Vanesa era una experta en haikido que podría tumbarlo con un quiebro de muñeca.

Mientras Federico  y su mujer jugaban, Pedro miró a Ramiro. Sabía lo que estaría pensando, que había pedido ayuda a Ramiro McQuaid Stanhope, el multimillonario marido de su hermana Jo. Sacudió la cabeza. No le había dicho a nadie quién era su socia, aunque deseaba poder hacerlo. Era su propia manera de seguir intentando proteger a Paula hasta que llegara el momento.

—Está bien, escuchen, todos —anunció Luciana. Era difícil creer que su hermanita fuera detective de la policía—. Ramiro y yo tenemos noticias sobre la muerte de papá.

Todos guardaron silencio. Pocos meses atrás, Federico habría abandonado la habitación con sólo oír el nombre de un padre, pero el matrimonio lo había dulcificado.

—Hemos encontrado a la mujer con la que papá tenía una aventura. Debería haberse dado cuenta. El exmarido de esa mujer era un capo de la droga que papá había metido en la cárcel. Cuando salió de la cárcel, el tipo creó el mayor sindicato del crimen que ha existido en Nueva Zelanda. Odio admitirlo, pero no hemos sido capaces de meterle mano. Tiene un escondite en una isla de la Gran Barrera de Coral, protegido por todas partes. Y al igual que ocurrió con el asesinato de papá, paga a otros para hacer el trabajo sucio.

Luciana se sujetó un mechón de cabello oscuro detrás de la oreja y tomó la mano de su marido. La mirada que le dedicó lo decía todo. El suyo era un amor para siempre.

—Su exmujer jura que preparó la muerte de Horacio Alfonso cuando estaba en la cárcel y que sabe de buena tinta por medio de otra mujer que a Rocky Skelton le pagaron para poner la droga en el coche de papá y empezar así los rumores que arruinaron su reputación.

A Pedro le dolía ver que su padre había tenido más valor que él. Al menos, había ido tras la mujer a la que quería aunque le hubiera costado la vida. Pues él no iba a quedarse sentado a la espera de la bendición de los demás para estar con Paula.

La sutileza no había funcionado. Tendría que portarse como un hombre de las cavernas. Sentía la necesidad urgente de salir a llamarla inmediatamente. Mejor aún, podría averiguar los vuelos que salían de Christchurch hacia Los Ángeles y conectaban con Filadelfia. Tenía la dirección de Paula.

La excitación era tal que apenas podía contenerla. Si todo salía según lo que estaba planeando mientras los demás hablaban de Horacio, en su futuro se veía haciendo algo más que dirigir un albergue y hacer de guía en los Alpes del Sur. Tendría a alguien con quien compartirlo.

Pedro dejó de construir castillos en el aire. Su hermana esperaba su respuesta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario