miércoles, 28 de julio de 2021

Duro De Amar: Capítulo 40

 –Cuando tu madre los abandonó, ¿Te ayudaron los caballos?


–Esto no trata de mí.


–No. Trata de un pequeño que necesita tu ayuda. ¿Te da miedo que dependa de tí como lo hizo Candela?


¡Vaya! ¿Cómo había llegado hasta ahí? Se suponía que era veterinaria, no psiquiatra.


–Esto no tiene nada que ver contigo y tienes que tener más cuidado. Volverás a los Estados Unidos y si estableces una relación con él, ¿Qué tendrá él?


–A tí.


–Acabas de decir que su madre se lo va a llevar a la ciudad.


–No es su madre.


–Razón de más para no implicarse. Necesita construir una relación con ella. No estarás sugiriendo que adopte al chico y lo deje vivir aquí, ¿Verdad?


–No, pero...


–Entonces lo mejor es poner barreras ahora mismo.


Hubo un silencio. Estaban tranquilamente sentados en la parte trasera del establo esperando a que la yegua pariera a su potrillo. Tal vez Paula había pensado que era buen momento para hablar de Nicolás, pero a él no se lo parecía tanto. No iba a acceder a nada y menos a ocuparse de un chico necesitado que podía autodestruirse fácilmente. No había logrado cambiar nada para Candela, ¿Qué creía ella que podía hacer con ese chico?


La yegua tuvo una última y enorme contracción y el potrillo cayó al heno. A diferencia del de Daisy, ese fue un parto rápido y sin peligro. Paula se aseguró de que la cría respiraba bien y dió un pasoatrás. Cuanta menos intervención humana hubiera mientras ellos se reunían, mejor. Una vez hecho el trabajo, salieron de la cuadra y se quedaron mirando a la yegua y a su cría desde el otro lado de la puerta del establo. Un diminuto potrillo aprendía a sostenerse en pie mientras su madre lo ayudaba con ternura. Pedro pensó que algo así nunca dejaba de resultar asombroso. Le encantaba esa parte del trabajo y tener a Paula a su lado le evitaba tensiones por saber que tenía a un veterinario a mano. La tendría durante cinco meses más y después encontraría ayuda, hombres que respetaran sus límites y no una chica que trabajaba como si fueran dos hombres y que intentaba que se responsabilizara de un niño.


–¿Está bien? –preguntó una temblorosa voz tras ellos. 


Era Nicolás, que se disponía a sacar a Daisy de paseo. Estaba lanzándole la pregunta a Paula, porque a Pedro lo único que le había lanzado era una mirada de respeto, una mirada esperanzada. Una mirada asustada. Eso hizo que Pedro se sintiera mal, pero no podía hacer nada al respecto. Sabía que él solo empeoraría las cosas.


–Paula puede presentarte a nuestro nuevo potrillo –dijo con brusquedad–. Yo tengo que trabajar.


–Y muy lejos –apuntó Paula secamente.


Él no se molestó en responder y los dejó allí, a los dos, admirando al nuevo potrillo. Se marchó hacia la zona donde estaba reparando la valla que, casualmente, se encontraba en el extremo más alejado de toda la propiedad. Paula no tenía derecho a pedirle más favores, porque Nicolás estaba bien, pero Brenda no era su madre y él mismo había podido ver la expresión del niño tras el abandono de su padre, como si estuviera aterrorizado, necesitado. ¿Aterrorizado de estar solo? No estaba solo. Tenía a Brenda y tenía a Paula, que estaba volcando su corazón donde no le correspondía. Pero ella volvería a los Estados Unidos. «Mantente al margen», se dijo. «Cíñete a los caballos y no te preocupes por nada». No podía preocuparse porque eso solo lo conduciría a una pesadilla.

Duro De Amar: Capítulo 39

 –¿Tu abuela? –preguntó Paula siguiéndole la mirada y él asintió.


–Entonces, María me enseñará a mí y a tí te enseñará tu abuela.


¿Qué tenían esas palabras que lo hicieron sentirse como si la cocina hubiera recobrado vida? ¿Como si pudiera respirar? Sintió los ecos de la calidez que había sentido cuando su abuela aún vivía y al mirar a Paula... No estuvo seguro de lo que vió. No había nada de su abuela en Paula, ninguna sombra del pasado. Pero ¿y una promesa de futuro? Ridículo.


–¿Trato hecho? –preguntó Paula.


–Si quieres –respondió él bruscamente.


–Tú también quieres.


¿Quería? No. Estaba haciéndolo para complacerla porque Paula tenía razón: Salchichas, huevos escalfados y pasta siempre no era una comida equilibrada. Lo que había propuesto era más sensato.


–Veré si tiene recetas para bistec además de para salchichas – dijo y ella sonrió.


–Tendrás que hacerlo mejor, jefe. Esto es una competición. Cada noche calificaremos nuestra cena del uno al diez. Cuando hayan terminado los seis meses, el ganador tiene que pagar una cena degustación en el mejor restaurante de Sídney a modo de cena de despedida para mí.


–No puedo marcharme de la granja. No.


–No puedes dirigir la granja sin ayuda. Lo sabes. Tienes en marcha un gran programa de entrenamiento que requiere mucho tiempo y siempre surgirán desastres que reclamen tu atención. ¿Cómo vas a atender las ventas, meterte en el mercado y hacer lo que tienes que hacer? Yo solo soy una más en una larga fila de empleados, Pedro Alfonso–le sonrió–. Puede que sea la mejor, pero no seré la última. Así que quien me vaya a sustituir se ocupará de la granja mientras tú y yo tenemos nuestra primera y última cita. Cena de degustación en Sídney para la noche que me marche. ¿Trato hecho?


–Trato hecho –respondió él sin saber qué más decir.


Se habían besado, después habían seguido adelante como si nada y ahora ella estaba proponiéndole que cenaran juntos en Sídney antes de marcharse. Y ahí acabaría todo.


–Excelente –contestó Paula sonriendo–. Voy a mandarle un e-mail a María y tú tienes que empezar a leer. El ganador elige el restaurante. Yo ya voy a empezar a buscarlo.


Habían llegado a un trato con la cocina, pero no habían llegado a un trato con respecto a Nicolás. Paula lo había acogido como su proyecto personal y se mostraba muy testaruda con las exigencias que pedía para el niño, tanto que a él llegaban a resultarle molestas. El chico iba allí al salir del colegio y dos veces durante el fin de semana. Le daba una tranquila vuelta a Daisy por el cercado y la mantenía vigilada mientras su potrilla jugueteaba a su alrededor. A Pedro le parecía bien, era a lo que había accedido, e incluso le agradaba que el crío disfrutara con el trabajo, pero lo que no le gustaba era que Nicolás lo mirara como si fuera un superhéroe. Candela también lo había mirado así; por muy mal que les fuera en la vida, siempre había tenido la infalible creencia de que Pedro lo solucionaría. Pero él no volvería a pasar por una situación así por mucho que Paula lo presionara. Sabía demasiado bien que fomentar la dependencia de alguien no era positivo, con ello solo se lograba dolor en el futuro. Por eso, cuando Nicolás llegaba, él normalmente se buscaba cosas que hacer lo más lejos posible. Ella insistía siempre en que se quedara y entonces un día, metidos en una cuadra a la espera de que una yegua se pusiera de parto, se enfrentó a él directamente.


–¿Qué pasa contigo y Nicolás? Está deseando ayudar más. Le dejas que saque a pasear un caballo, pero a él lo que le gustaría de verdad es montar. Hay caballos muy tranquilos y le encanta Pegaso. ¿Por qué no dejas que lo monte?


–No quiero que se encariñe con este lugar.


–Ya lo está. Sabes que lo ha pasado muy mal. Brenda no es su madre, es su madrastra. Es amable con él, pero no es como si fuera su propia madre y él lo sabe. Su padre ha desaparecido y su madre está ocupada con sus dos hermanastras. Gracias a tí tiene suficiente para comer y está a salvo, pero necesita más.


–Si Brenda necesita más ayuda...


–Brenda no necesita más ayuda –respondió exasperada–. Pero está hablando de volver a la ciudad para estar con su hermana y eso le está partiendo el corazón a Nicolás.


–Los niños son duros y fuertes –dijo él pensando que tenían que serlo.

Duro De Amar: Capítulo 38

Lo miró asombrada, como si nunca se hubiera esperado una pregunta tan personal, y no era de extrañar. Pero Pedro pensaba que no pasaría nada por relajar un poco la situación ya que, al fin y al cabo, después de dos semanas esas barreras seguían intactas.


–En nuestra familia somos cuatro hijos. Delfina y Gonzalo son mellizos, los mayores. Después está Victoria y luego yo. Deberíamos ser una gran familia feliz, pero mi padre siempre ha tenido sus favoritos. No hay nada que no haría por Victoria o por mí, pero cuando se trata de Delfina y Gonzalo... Es como si fingiera quererlos y no lo lograra. Gonzalo y él se llevan peleando desde que tengo uso de razón, y Delfina... Papá le grita y ella deja de comer. Lleva toda la vida luchando contra la anorexia. Todo ello ha creado una vida familiar estresante, pero no tanto como la tuya. ¿Cómo eran tus padres?


Después de haberle preguntado por su familia, ¿Podía ahora decirle que se metiera en sus asuntos y negarse a responder?


–Mi madre era soltera y algo voluble –le dijo decidiendo ceñirse a los hechos–. Cuando la abuela vivía estaba bien, pero cuando murió todo se derrumbó. Mi madre se marchó cuando yo tenía ocho años y Candela seis. El abuelo se refugió en la bebida y desde entonces nos valimos por nosotros mismos.


–¿Te dejaron al cuidado de Candela?


–Sí –respondió, aunque deseó no haberlo hecho.


–¡Oh! Y después ella enfermó. Eso hace que las disputas familiares de mi casa no sean nada.


–Sobrevivimos –pero entonces pensó «No. No sobrevivimos».


Candela había caído. Y ahora veía que Paula estaba sintiendo su dolor, pero no quería que esa mujer sintiera lástima por él.


–Así que nadie te enseñó a hacer otra cosa que no fueran salchichas –le dijo y él se quedó aliviado al pensar que no estaba comprendiendo la situación. Aunque tal vez, sí que lo había entendido todo, pero simplemente estaba respetando que él no quisiera tratar ese tema.


–Y también un poco de comida para enfermos –fue todo lo que llegó a decir al respecto y ella pareció captarlo.


–A lo mejor podríamos aprender.


–¿Cómo dices?


–Si voy a pasar aquí seis meses... En casa tenemos una asistenta maravillosa que es una joya cocinando. ¿Y si le escribo y le pido que nos envíe sus recetas favoritas? Si hago una cada dos noches, y tú haces lo mismo, podríamos divertirnos.


Diversión. Él estaba muy alejado de la diversión. Paula estaba sugiriéndole que utilizaran esa vieja y enorme cocina para lo que estaba hecha: Para cocinar. Para cocinar de verdad. Pensó en cuando su abuela vivía y en una cocina llena de calidez, de olor a asados y de amabilidad. «No vayas por ahí». Pero Paula estaba mirándolo expectante, como un cachorrillo ansioso.


–Hazlo tú.


–No, si tú no lo haces. Ni cocino ni mecanografío. Es mi mantra, a menos que esté trabajando para un tipo que esté preparado para cocinar y mecanografiar también.


–¿Crees que estos dedos aún pueden moverse sobre un teclado? –levantó una mano grande y ajada por el trabajo y ella sonrió.


–A lo mejor no, así que los dos pasaremos de mecanografiar. Pero para hacer una tarta de melocotón no se necesitan dedos delgados y largos.


–¿Tarta de melocotón?


–Es la favorita de María –le respondió con gesto desafiante. 


Cocinar. En esa cocina. ¿Con esa mujer? No. No sería con esa mujer porque cuando a él le tocara cocinar, ella estaría ocupándose de los establos y viceversa. ¿Diversión? Su mirada desafiante decía que podría serlo comer la tarta de melocotón de Paula y, tal vez, cuando le tocara estar en el establo podría darse prisa en terminar el trabajo y volver para verla cocinar. Un poco. ¿Y qué haría él a cambio? Tarta de melocotón, no. Miró la estantería que había junto al horno y que estaba repleta de libros de cocina. Se fijó en uno en particular, un viejo libro de ejercicios del colegio con recetas recortadas y escritas a mano. Su abuela había muerto cuando él tenía siete años, pero antes de que eso sucediera, ese libro de recetas estaba todos los días sobre la mesa.

Duro De Amar: Capítulo 37

¿Cómo lo había hecho? Una parte de ella se sentía orgullosa porque había logrado actuar como si el beso no hubiera significado nada, como si besara a tipos todo el tiempo cuando, en realidad, aquello había sido más que un beso. Había hecho parecer que no importaba, pero lo miró a la cara y supo que sí que importaba mucho. Y en cuanto a ella... Sabía que importaba más que nada que hubiera sentido en su vida. «No te enamores del jefe». Oyó el consejo de su hermano retumbando en su cabeza y pensó «Demasiado tarde. Demasiado tarde». ¿Cómo podía haberse enamorado en cuestión de días? No, no se había enamorado, se dijo. Debía de ser por el jet lag, por la soledad, una cuestión de tontería emocional, pero seguiría adelante como si nada hubiera pasado y él también.


–Es verdad –dijo él con una voz que Paula no reconoció–. Los caballos son lo primero.


–Los caballos, eso es –contestó ella con tono alegre y obligándose a sonreír–. Vamos a ello.


–No debería haber...


–Y yo tampoco. Ha sido por cómo has tratado a Camila. No hay nada más sexy que un hombre con un bebé. Recuérdalo para el futuro. Es un milagro que no se te hayan tirado encima todas las mujeres de Wombat Siding. Así que ya basta de hablar del beso y pongámonos con lo que tenemos que hacer. Nos espera un trabajo de seis meses.




Desde ese momento en adelante, la nueva ayudante y veterinaria de Pedro se volcó en el trabajo como si fuera la única cosa del mundo que importara. Trabajó con la velocidad de un hombre y la destreza de dos y lo dejó asombrado. El beso quedó olvidado, o tal vez no del todo. Fue como si hubiera creado nuevas barreras. Sabían lo que pasaría si se las saltaban y los dos preferían mantenerse alejados. Sin embargo, Paula se había relajado. El beso parecía haber despejado el aire y permitirle ser quien era. Trabajaba tanto con alegría como con destreza. Silbaba mientras recorría los cercados como si estuviera en su casa; le encantaban los caballos y se deleitaba con la belleza de ese lugar. Bromeaba con él, se reía de él, le exigía que le enseñara a controlar a un caballo de ganado... Y cada vez que él se subía a uno, ella apoyaba las manos en las caderas y se disponía a observarlo.


–¿Quieres que vuelva a besarte?


¿Estaba tratando el beso como una broma? Pero era lo correcto, admitió él, cuando los días se convirtieron en semanas. El beso había sucedido. Si esquivaban el tema seguiría siendo una barrera entre los dos que impediría una relación normal. Riéndose de ello, podrían seguir adelante. Y eso estaban haciendo.


Cuando había contratado a Paula había esperado recibir una buena ayuda para la granja y esa era una función con la que ella estaba cumpliendo fabulosamente bien; él no tenía más remedio que reconocerlo. Estaba casi totalmente ocupado reconstruyendo las vallas deterioradas. Tal vez si ella hubiera sido un chico, tal vez si el beso no hubiera sucedido, le habría pedido que lo ayudara, pero no pensaba ir por ese camino. No tenía ninguna intención de pasar cada día de trabajo a su lado. Había decidido que si ella se ocupaba de loscaballos y se aseguraba de que las yeguas preñadas se encontraban bien, se ganaría su sueldo, pero eso nunca sería suficiente para esa mujer. Paula elaboró unas listas y pidió madera. Reconstruyó la baranda del porche y él no pudo creerse el trabajo que había hecho. Reparó también los marcos de las ventanas. Debería haber reparado el tejado también, pero ahí Pedro marcó los límites. La vieja pizarra estaba resbaladiza y quebradiza. Ni siquiera él quería subir a arreglarlo, pero ya que ella se negaba a tener una habitación con goteras, contrató a una empresa especializada.


–¡Guau! –exclamó Paula dos semanas después de su llegada. Estaba cocinando pasta, su especialidad, que parecía la única comida que sabía preparar–. Un baño que funciona, un tejado que no gotea y un porche en el que me puedo sentar, ¡qué lujo! Si no tienes cuidado, puede que no te libres de mí.


–Si aprendieras a cocinar, a lo mejor querría que te quedaras – bramó y ella sonrió y le pasó un plato lleno de comida.


–¿Es que los hombres de verdad no comen pasta?


–No todas las noches.


–Una noche sí, otra no –lo corrigió ella–. Por cierto, tus salchichas no están tan ricas.


–Pero hago unos huevos escalfados perfectos. ¿No se supone que a las chicas les gusta cocinar?


–Solo si no les gusta clavar clavos. Mi madre me dijo una vez que si quiero prosperar en la vida no debería aprender jamás ni a cocinar ni a mecanografiar.


–Tus padres parecen unos tipos geniales.


–Sí que lo son, la mayoría de las veces.


–¿Y otras veces no? –no había pretendido preguntarle nada porque tenía claro que no podían cruzar los límites personales, pero la pregunta había salido de su boca sin apenas darse cuenta.


–Otras veces no –respondió ella ya no tan animada.


–¿Quieres contármelo?

Duro De Amar: Capítulo 36

A Paulo Chaves ya la habían besado antes, claro que sí. Era guapa y rubia y su familia era conocidísima en Manhattan. Desde que podía recordar, la habían catalogado como una novia deseable y había disfrutado siéndolo. Había tenido novios muy monos, nada serio, porque no le iban las relaciones serias, pero sí que había besado mucho... O eso creía. Pero ese no era un beso como los que habían existido en el antiguo mundo de Paulo Chaves. Era algo distinto. ¿Qué pasaba con ese tipo? Tenía algo... Algo indescriptible. Desde el momento en que su boca tocó la suya, la calidez, la fuerza, la pura masculinidad de ese hombre se había grabado en su cuerpo y se sentía como si estuviera ardiendo. No había querido besarla, lo sabía, porque no había sido solo idea de él. Ella sabía cómo hacer que un hombre la besara y lo había mirado, le había agarrado la mano y lo había deseado. Si besaba espantosamente, ella sería la única culpable, pero nada más lejos de la realidad. Sintió sus labios fundiéndose en los de él, sintió un extraño zumbido en su cabeza, sintió sus propios brazos rodeando su fuerte cuerpo y sintió... o tal vez no debería haberlo sentido. Pero no parecía tener mucha elección. Él estaba saqueando su boca, exigiendo una respuesta. Le había tomado la cara entre las manos, con ternura y firmeza a la vez, y la sensación fue tan intensa que pudo haberla hecho llorar. Se sentía bella, deseada... ¿Amada? ¿Amada? Qué palabra tan estúpida. Tal vez había pedido ese beso. Si funcionaba, habría servido como un modo de hacer que ese hombre supiera que era humano. Besar era un juego que se le daba bien. No era nada más. Pero eso... eso era mucho más. Eso era... Pedro. ¡Oh, sentirlo! ¡Saborearlo! Esa fuerza pura y masculina del hombre al que abrazaba. Se aferró a él y lo besó y se dejó besar y, mientras, se sintió cambiar, transformar, pasar de una tonta niña que intentaba humanizar a ese hombre a una mujer que lo deseaba.


–No –Pedro pronunció esa palabra como si hacerlo le hubiera producido un dolor físico. Esas tiernas manos estaban apartándola con una fuerza que no creía posible y por todo ello podría haber llorado.


–¿N... no?


Y fue no. Estaba sujetándola por los brazos y mirándola como si fuera una extraterrestre, como si no la reconociera.


–No quiero esto.


–Yo creía que tampoco lo quería –le susurró tocándose la boca, que estaba inflamada, encendida. Muy encendida–. A lo mejor, a lo mejor me equivocaba.


–Tenemos que vivir juntos seis meses y eso no va a pasar si no podemos quitarnos las manos de encima.


–No lo sé –respondió ella intentando hablar con indiferencia, intentando encontrar la fuerza para sacar un chiste de una situación que no era nada graciosa–. Eso significaría que solo tendríamos que reformar un dormitorio.


Él resopló y la miró como si de pronto le hubieran crecido dos cabezas. Estaba claro que pensaba que era una alienígena.


–No quiero...


–Claro que no –dijo Paula orgullosa de haber hecho que su voz sonara casi educada. Casi indiferente–. Y yo tampoco. Pero soy una chica realista y práctica y, ¿Sabías que en mi cuarto hay goteras? Pero claro, un día en el tejado es menos complicado que compartir tu habitación. Bueno, ¿Nos ponemos con nuestras tareas nocturnas? Tú vas a comprobar cómo va todo en el cercado trasero y yo voy a ver a Daisy. Por cierto, tienes que decidir si quieres madera de eucalipto para los postes de tu porche o si quieres algo más barato como el pino tratado. Ah, y he comprado comida china, solo hay que calentarla. ¡Yupi, nada de salchichas! Bueno, ¿Alguna otra instrucción..., jefe?

martes, 27 de julio de 2021

Duro De Amar: Capítulo 35

 –Pedro, lo siento –le susurró–. Sí, me he pasado de la raya. Sí, tu relación con tu hermana no es asunto mío, pero es que estoy viendo a alguien que intenta ser un huraño, pero no lo consigue. No puedes ser un huraño y reaccionar ante esos niños como lo has hecho hoy. Te gusta la gente. Te importa la gente.


Él la miró desconcertado. Miró sus manos entrelazadas como si no supiera qué estaban haciendo, como si esa conversación se le escapara al entendimiento.


–No me importa –dijo bruscamente–. Si estás aquí, tienes que ceñirte a mis normas. Se suponía que eras el tipo que venía a ayudarme con el trabajo duro, a ayudarme a devolver a este lugar a un punto en el que yo pueda dirigirlo por mí mismo otra vez. Si no puedes aceptar las reglas, entonces márchate. Puedo hacerlo solo.


–Siempre necesitarás un veterinario.


–Puedo llamar a uno del pueblo siempre que lo necesite.


–Perderás caballos.


–Es el precio que tengo que pagar. Cuando este lugar vuelva a ser lo que era, puedo contratar a una plantilla en condiciones y dirigirlo como se debería haber dirigido. Puedo seguir viviendo aquí...


–¿En soledad?


–¿Qué tiene eso de malo?


–Nada –respondió ella testarudamente–, si fueras otro tipo de persona, pero hoy te he visto con esos niños y sé que no eres ermitaño por naturaleza.


–Y yo a tí no te pago para que hagas de psicoanalista.


Seguían dándose la mano y él no se había apartado.


–No soy una loquera, pero sí que soy veterinaria y puedo reconocer el dolor cuando lo veo.


–Pues entonces ve a ver a los caballos y haz eso por lo que te pago. Busca el dolor allí.


–Lo haré –respondió, aunque siguió sin soltarlo.


–¿Paula?


–Umm.


–No hagas esto.


–¿Qué? –preguntó, pero sabía muy bien de lo que estaba hablando. 


Estaba mirándolo aún con las manos entrelazadas y podía ver cómo estaba batallando consigo mismo. ¿La deseaba? ¿Estaba loca? Si la deseara, ella debería salir corriendo. Pero no corrió. Siguió dándole la mano. Esperó.


Eran las cuatro de la tarde. Había caballos que alimentar y a los que dar agua, y tenía que ir al cercado trasero y comprobar cómo se encontraban las yeguas. Por eso, no debería estar junto a su coche mirando a una rubia norteamericana con tendencia a meter las narices donde no la llamaban. No quería tener nada con esa mujer, era un error. Era una mujer cuando lo que él había querido era un hombre. Era todo sonrisas, risas y preocupación por los demás cuando él no quería ninguna de esas cosas. Debería alejarse ya. Debería darle la espalda y cuidar de sus caballos, que no le pedían nada. Pero el problema de alejarse era que, entonces, no podría llegar a besarla. ¡Guau! ¡Besarla! Eso sí que era una locura. Esa mujer era su empleada, era mitad de un lunes por la tarde y había trabajo que hacer. Necesitaba establecer una relación laboral con ella, una relación formal y distante, pero Paula estaba preocupándose por él mientras que nadie más lo hacía. Nadie tenía que hacerlo.


–Pedro...


Y el modo en que pronunciaba su nombre le removía algo por dentro que no debía ser removido. No había sido consciente de que era posible sentirse así. ¿Expuesto? ¿Asustado? No. Lo que estaba sintiendo no era miedo, era algo más profundo, y mucho, mucho más dulce. Era como si la vida lo hubiera acribillado con limones amargos y ahora llegara algo dulce y maravilloso, algo que no había sabido que existiera. Estaba mirándolo con preocupación y esa preocupación estaba confundiéndolo, volviéndolo loco. Era el hecho de que sonriera; hacía sonreír a Nicolás. Era el modo en que bebía cerveza como un hombre y después le sonreía. Eran sus habilidades con los caballos, el modo en que cargaba con los leños, su inesperada fortaleza. Era el modo en que estaba mirándolo, el modo en que el sol resplandecía sobre sus satinados rizos. Tenía los ojos grandes, observadores, y sus manos seguían sujetando las suyas.


–Pedro...


Esa sola palabra lo desarmó y disipó toda cautela. Fuera o no sensato, hizo lo que tenía que hacer. Agachó la cabeza y la besó.

Duro De Amar: Capítulo 34

 –¿Seguirás comprobando que están bien? –le preguntó al bajar del coche.


–Parece que no hace falta. Mi conciencia lo hará por mí. Pensé que había contratado a un mozo de granja con estudios de veterinaria, no a alguien que me exige que cargue con el peso del mundo...


–No creo que Brenda suponga el peso del mundo.


–No lo es, y tampoco lo son ni Nicolás ni las dos niñas pequeñas, pero por el momento son dependientes.


–¿Y qué?


No se quedaría allí seis meses si Pedro Alfonso era un zoquete grosero y poco compasivo. Pero el problema era que sabía que en el fondo no lo era. Ese día había estado maravilloso y ahora ella estaba forzándolo a seguir siéndolo. Podía verlo en su rostro, esa expresión no era la de una persona fría, no estaba carente de la pasión de alguien que se preocupa por los demás. Parecía estar al borde del abismo, de un precipicio que estaba derrumbándose.


–Mis hermanos te investigaron –dijo suavizando la voz porque, aunque furiosa, frente a la confusión de ese hombre esa rabia se había reducido a nada–. Gonzalo estaba especialmente preocupado por que viniera a mitad de ninguna parte a trabajar con un tipo que no conocíamos. Por eso te investigó. Dice que levantaste una empresa de éxito de la nada, dice que tus empleados te aprecian mucho, aunque tú siempre te mantienes al margen y no te involucras con la gente. A Gonzalo le gusta eso, dice que es importante no sobrepasar los límites jefe/empleado. Pero me pregunto si eso solo te pasa en las relaciones con tus empleados o si es con todo el mundo.


Él no respondió. Bueno, ¿Por qué iba a hacerlo? Parecía impasible, como si lo que estaba diciendo no tuviera nada que ver con él. Debería callarse ya, pero ¿Cuándo lo había hecho?


–También dijo que tu hermana murió de sobredosis hace unos meses –susurró–. Se rumorea que Candela tuvo problemas la mayor parte de su vida y que tú la cuidaste siempre. Supongo que esta es la granja de tu abuelo, no se menciona nada sobre tus padres y Gonza no ha podido encontrar nada, así que me imagino que no los ha habido. Lo que tengo ante mí es un hombre que se ha ocupado de su hermana y la ha perdido y que por eso ha decidido que ya no quiere preocuparse ni ocuparse de nadie más, ¿Tengo razón, Pedro?


Y esa expresión de su cara... Había ido demasiado lejos. Había sobrepasado los límites y Pedro estaba mirándola como si fuera un gusano. Pensó que debía disculparse, pero entonces decidió que con una disculpa no conseguiría nada. Lo había dicho, ¿Por qué no mantenerlo y afrontar las consecuencias? ¿Qué tenía que perder? ¿Su trabajo? Tal vez, pero pensó en Nicolás...


–Si te importara, podrías hacer que la vida de Nicolás volviera a ser buena.


–No.


–¿Por tu hermana?


–Paula, si no puedes mantenerte al margen de mis asuntos personales, tendrás que marcharte. Tú eliges.


–No se me da bien ceñirme solo a mis propios asuntos.


–Pues aprende a hacerlo.


Ella se quedó mirándolo como si no estuviera afectada por lo que le había dicho. ¿Y ahora qué? Había sido bueno con Brenda, se recordó. Le había pedido a Nicolás que trabajara allí, así que tal vez las cosas marcharían bien sin que ella tuviera que presionar nada. Pero ¿Por qué le daba la impresión de que tenía algo maravilloso delante, algo que estaba fuera de su alcance...? Estaba siendo una fantasiosa, estaba siendo una idiota. Estaba arriesgando su trabajo cuando Pedro ya había hecho lo que ella le había pedido. «Da un paso atrás». Pero también le había hecho daño al hablar de su hermana. Antes de poder detenerse, estaba alargando la mano y tomando la de él.

viernes, 23 de julio de 2021

Duro De Amar: Capítulo 33

Porque la había hecho sonreír a ella. Era una tontería pensar eso, la primera regla en un trabajo era no enamorarse del jefe. Pero no estaba enamorándose. ¿Cómo iba a enamorarse? Por otro lado, la transformación de un hombre oscuro y enigmático en un tipo que se preocupaba por los demás... Eso sí que era una transformación y estaba removiendo algo en su interior.


–No me gusta que se queden aquí solos –le dijo a Brenda cuando llegaron a su casa y ella se preguntó si iría a ofrecerse a dejarlos quedarse en la casa grande.


¿Cuántas salchichas tendría que cocinar entonces?


–¿Te gustaría que Paula se quedara a dormir con ustedes?


Ella no dijo nada. No podía, se quedó paralizada.


–Estamos bien –respondió Brenda–. Necesitas a Paula en la granja por si las yeguas se ponen de parto.


«Sí, genial», pensó Paula lanzándole a Pedro una mirada que podría haberlo dejado congelado.


–¿Tienes padres? –preguntó Pedro mirándola por encima como si ella no formara parte de la conversación.


–Solo una hermana –respondió Brenda.


–¿Te gustaría ir a verla? ¿Dónde está?


–Me gustaría, pero está en Brisbane. Costaría una fortuna trasladarse allí.


–Tal vez pueda ayudarte.


«Vamos allá», pensó Paula denodadamente. «Paga para quitarte el problema de encima».


–No –dijo Nicolás como muerto de miedo–. No podemos marcharnos de la granja.


–Tu padre era el único que quería la granja –le contestó Brenda– , pero tienes razón. No podemos marcharnos todavía. Nicolás tiene que devolverte nuestra deuda.


El chico se calmó, aunque aún parecía algo inquieto y Paula aprovechó para decir:


–No pueden mudarse. Nos encanta tenerlos aquí y nos encanta que Nicolás ayude con los caballos –estaba sonriendo al niño, intentando mejorar las cosas, pero de pronto las cosas habían cambiado.


La expresión de Pedro era adusta.


–¿No es verdad, Pedro? –interpuso sabiendo que estaba yendo demasiado lejos, aunque sin poder evitarlo.


–Claro –respondió él tenso, pero forzando una sonrisa.


Nicolás volvió a mostrarse contento, pero Paula supo que ella se había metido en un buen lío. Una vez Brenda y los niños se habían bajado del todoterreno al llegar a su casa, ellos volvieron a Werrara y en el coche Pedro seguía muy serio. Pensó en ignorarlo, pero ¿Cuándo había hecho eso en su vida? Se había pasado la infancia viviendo en una familia con problemas e intentando solucionar las cosas entre ellos, así que ¿Por qué iba a parar ahora?


–¿Qué pasa?


–Olvídalo, Paula. Ya te has salido con la tuya.


–¿Salirme con la mía es ayudar a Brenda?


–Sí.


–Entonces, ¿No habrías hecho nada? –respiró hondo, sentía cómo estaban invadiéndola la ira y la rabia. Era la misma rabia que sentía cuando su padre era injusto con sus dos hijos mayores, ignoraba a Gonzalo o le decía algo brusco a Delfina. Era la impotencia que había sentido en la niñez cuando su padre no había querido hacer lo que era justo. Pero en ese momento esa rabia, esa impotencia, iban dirigidas directamente a Pedro–. Bueno, lo cierto es que no habías hecho nada hasta que te he puesto en el compromiso de hacerlo. ¿Cuánto tiempo llevaba Brenda pasándolo tan mal? Es tu vecina. Puede que viva en Manhattan, pero incluso nosotros sabemos lo que le pasa a la gente que vive en el piso de al lado.


–De acuerdo, debería haberme asegurado de que estaban bien –dijo cerrando la puerta del todoterreno con una fuerza que podría haberla hecho salirse de las bisagras–. Estoy de acuerdo. ¿Satisfecha?

Duro De Amar: Capítulo 32

Paula y Brenda compraron en media hora más de lo que ella podía imaginarse. En Manhattan ir de compras era algo serio, pero Brenda quería hacerlo rápido. La mortificaba recibir ayuda y si iba a recibirla, quería que pasara lo más rápido posible. Cuatro pares de vaqueros, camisetas, un chubasquero, un abrigo. Paula rastreó la tienda, Brenda apenas toleró probarse ropa, pagó con el dinero que Pedro le había dado y con eso terminaron.


–Jamás debería haber aceptado esto –susurró Brenda al dirigirse al parque–. Odio aceptar caridad.


–Es mucho más difícil recibir que dar –le respondió Paula abrazándola–. Dar te hace sentir genial, así que eso es lo que estás haciendo con esto. Haciendo que Pedro se sienta genial.


–Él no...


Y entonces doblaron una esquina y lo vieron. Pero vieron a un Pedro diferente. Las dos se detuvieron de golpe, asombradas. Él estaba en mitad de un grupo de mamás, niños y abuelas, una de las cuales estaba sentada en el suelo acolchado con Anna en brazos. La niña prácticamente tenía la cara hundida en el helado y la abuela estaba haciéndole monerías y carantoñas que se oían por todas partes. Había dos columpios ocupados por Isabella y otra niña que parecía ser la nieta de la mujer que tenía a Camila. Pedro estaba detrás de los columpios empujando muy suavemente y delante se encontraba Nicolás sujetando dos helados. Tenía que empujar a la perfección porque si lo hacía demasiado flojo, las niñas no alcanzarían a relamer sus helados y si lo hacía demasiado fuerte, las lenguas de las pequeñas actuarían como un bate y le arrebatarían a Nicolás los helados de un plumazo. Éste sujetaba los helados como si le fuera la vida en ello y la concentración de las niñas era absoluta. La mitad de la población del centro comercial parecía haberse paralizado, en trance. Las animaba, se reía y aprovechaba para quitarle un poco de helado a su hermana. Volvía a ser un niño. Paula y Brenda se agarraron la una a la otra.


–¿Lo ves? Has hecho que Pedro se sienta genial.


-Tú sí que eres genial –le dijo Brenda con voz temblorosa–. Has hecho que esto sea posible.


–Tonterías –respondió Paula intentando no emocionarse–. No ha hecho falta que yo haga nada. Hay tipos que están un poco ciegos, pero una vez que ven... Pedro es genial.


–Sí que lo es –suspiró Brenda–. ¿Y vas a quedarte con él seis meses?


Su deducción era obvia y Paula se sonrojó.


–No es tan maravilloso –le contestó y sonrió–. A nosotras no nos ha comprado un helado y un verdadero héroe debería haber pensado en todo.


Héroe a regañadientes o no, había hecho feliz a Brenda y la pequeña familia, sentada en la parte trasera del todoterreno, no paró de sonreír durante el trayecto de vuelta a la granja. Sin embargo, Pedro parecía muy tenso y Paula pensó «¿Me despedirá en cuanto nos vayamos de casa de Brenda?». Pero entonces recordó que dos días atrás había querido irse y ahora la idea de marcharse resultaba espantosa. Los parámetros habían cambiado. Dos días atrás le había preocupado marcharse porque necesitaba ese trabajo para su carrera y no quería que su familia pensara que había fracasado. No quería volver a los Estados Unidos con el rabo entre las piernas. Ahora, sin embargo, no quería marcharse porque... ¿Por Brenda? ¿Por Nicolás? ¿O por Pedro? Porque lo había visto maravilloso empujando los columpios de las niñas y porque había hecho sonreír a un centro comercial entero. 

Duro De Amar: Capítulo 31

Ir de compras con Brenda fue divertido, o lo habría sido si Pedro no hubiera ido con ellos. Bueno, no era exactamente verdad, ya que desde que había recogido a Brenda y los niños en su todoterreno, parecía que se había predispuesto a ser amable. Paula y él iban sentados en los asientos delanteros y Brenda y los pequeños detrás.


–Parecemos una familia –había dicho Nicolás satisfecho a la vez que Pedro torcía la boca y eso marcaba el talante del día.


Llegaron al centro comercial de Wombat Siding, un pequeño centro que ofrecía todo tipo de servicios para la comunidad granjera de los alrededores. Pedro dijo que necesitaba herramientas y con esa excusa desapareció. Paula había insistido en que Brenda les probara ropa a los niños y la había apartado de los atuendos más baratos y feos diciéndole que ella siempre elegía la calidad. Pero entonces había aparecido Pedro y había acabado con el ambiente distendido. Y lo mismo pasó en el supermercado. Paula estaba divirtiéndose en el para ella desconocido ambiente australiano: «¿Qué es eso que se llama Vegemite? ¿Y de verdad coméis canguro?». No obstante, habría disfrutado más si Pedro se hubiera mostrado más relajado. Los habría ayudado mucho a todos.


–¿Le has obligado a hacer esto? –le susurró Brenda y eso fue la gota que colmó el vaso. 


Cuando Pedro apareció en la caja, Paula se giró bruscamente hacia él.


–Brenda cree que es caridad, pero no lo es. Es el sueldo de Nicolás. Sabes lo mucho que costaría tener un veterinario cuidando de tu yegua cada día y sabes el valor de lo que hace. Tienes que implicarte un poco más, Pedro Alfonso.


–No puedes hablarle así a tu jefe –le susurró Brenda atónita y Paula sonrió.


–¿Por qué no? Acabo de hacerlo. Él se está llevando muchas cosas buenas de mí. Soy barata para ser veterinaria y si me echa tendrá a Nicolás –estaba furiosa, pero intentó disimularlo un poco–. A ver, Brenda necesita ropa para ella, así que lo que viene a continuación es cosa de mujeres. Pedro, necesito que te ocupes de los niños. Hay un parque por aquí...


–Yo no cuido niños –dijo espantado.


–Oliver te dirá qué hacer –había estado llevando en brazos a la niña chiquitina de Brenda y ahora se la pasó antes de que la pequeña o él pudieran objetar nada–. Aquí tienes a Camila. Isabella, tú ve con Pedro, Nicolás y Camila. Pedro les comprará helados. Tu mamá y yo necesitamos un rato de chicas.


Y antes de que Pedro pudiera darse cuenta, lo dejó allí con los niños.


Estaba sentado en mitad de un parque rodeado de mamás y niños. Nicolás e Isabella estaban jugando en los columpios y Camila estaba echándole helado en la rodilla. Se sentía... se sentía...


–Papi –dijo la niña. ¡Lo que le faltaba!


Miró a Isabella, de cuatro años, y vió a Candela. Miró el demacrado rostro de Nicolás, y vió a Candela. No quería sentirse así. Una veterinaria que no sabía meterse en sus asuntos...


–Si me subo al columpio, ¿Me empujarás? –le preguntó Isabella.


–Tengo que estar con Camila.


–Lo haré yo –dijo Nicolás, que estaba divirtiéndose en el laberinto con algunos niños de su edad, y empezó a bajar para hacer lo que debería hacer Pedro.


–Me ocupo yo –se ofreció finalmente, pero al levantarse, a Camila se le cayó el helado al suelo y se echó a llorar.


–Tienes que saber hacer varias cosas a la vez –le dijo amablemente una robusta mujer que debía de ser abuela–. Dame dinero e iré a comprarle otro helado, pero tú tienes que echarle un ojo a mi nieta mientras tanto.


–Hecho –dijo Pedro.


–Hey, si te relajas, es divertido –dijo la abuela–. Anímate y disfruta.


miércoles, 21 de julio de 2021

Duro De Amar: Capítulo 30

 Estaba pidiéndole permiso para preocuparse por alguien por quien él se tenía que haber preocupado. «No necesitamos a Pedro». Lo estaban dejando al margen. Eso era lo que quería, ¿Verdad? Miró a Nicolás, que intentaba entender lo que estaba pasando. También miró a Paula, que estaba mirándolo con disimulo, y pudo sentir su rabia. Había protegido a Brenda de los cobradores de deudas, le daba un alquiler gratuito, pero estaba claro que ella esperaba más de él y que estaba furiosa porque no estaba dándoselo. ¿Qué derecho tenía ella a enfadarse? Ninguno. Todos estaban esperando su respuesta, que le dijera a Paula que podía tomarse un rato libre para darle a Brenda la ayuda que él debería haberle ofrecido.


–No –respondió y fue como si otra persona estuviera hablando, no el Pedro que conocía–. Brenda ya ha tenido suficientes deudas, no quiere más.


–En ningún momento le he pedido que me lo devuelva –contestó Paula acaloradamente, pero Pedro la silenció con la mirada.


–Voy a ofrecerle un trabajo a Nicolás –dijo mirando directamente a Brenda y obviando a Paula–. Una de mis yeguas acaba de tener una potrilla mediante cesárea. No puede correr, pero su potrilla necesita libertad, y eso significa que alguien tiene que sacarla a pasear una hora durante al menos las próximas seis semanas. Nicolás, si haces eso por mí, dos veces al día los fines de semana y una vez al día los días de colegio, te pagaré por adelantado llevándoos a todos de compras mañana. Les compraré ropa, comida que les cubra hasta el siguiente día de pensión y también les pagaré las facturas del combustible. ¿Necesitas alguna otra cosa, Brenda?


Brenda se quedó sin habla y lo mismo le pasó a Paula mientras Nicolás lo miraba con los ojos como platos.


–¿Voy a trabajar para pagar nuestra comida?


–Eso es –contestó Pedro.


–¿Sacando a pasear a Daisy?


–Si te parece bien, sí.


–¡Sí! –respondió Nicolás tan apresuradamente que todos se echaron a reír.


O, al menos, las dos mujeres fueron las que se rieron porque Pedro se limitó a mirarlas, pensativo. Paula llevaba allí dos días. Cuando llevara más tiempo... Cuando llevara más tiempo... no quería pensar en eso.



Volvieron a Werrara y Nicolás llegó media hora más tarde preparado para hacerse cargo de sus obligaciones. Paula fue con él para ejercitar a la yegua mientras Pedro se dirigía al cercado para reparar las vallas. El sonido se expandía por el valle y por eso pudo oírlos hablar como viejos amigos. «Son dos niños», pensó. Pero no lo eran porque Paula era una mujer hecha y derecha. Al menos, en años, porque en realidad seguía siendo una niña. No tenía ni idea de lo mucho que dolía involucrarse en algo emocionalmente. No lo sabía y él tampoco se lo diría. Trabajó hasta el anochecer y cuando volvió a la casa encontró una breve nota sobre la mesa de la cocina. Jet lag. "Mi cabeza aún está en algún punto de Hawái. Me he tomado un huevo con una tostada y me he ido a la cama".


Pensó que debería haber vuelto antes, pero después se corrigió; mejor así. Era como volver a la normalidad. De hecho, tal vez deberían comer y cenar por separado. Comió solo, él siempre comía solo, pero en esa ocasión la sensación fue distinta. Desoladora. Salió al aire de la noche para ir a ver cómo se encontraban las yeguas antes de meterse en la cama y, mientras se dirigía hacia allí, iba pensando que había regresado a la granja en busca de algo de paz, pero que además de encontrarla, había encontrado una alegre veterinaria estadounidense que metía las narices en los asuntos de los demás y que jugueteaba con su equilibrio mental. «Tú nunca has tenido ningún tipo de equilibrio», se dijo. Debía de estar por alguna parte. Solo tenía que encontrarlo.

Duro De Amar: Capítulo 29

 –No prometo nada, pero estaba allí la semana pasada.


–Entonces será mejor que nos pongamos en marcha –le dijo el hombre mientras se anotaba la dirección en el dorso de la mano y les indicaba a los demás que se marchaban.


Allí se quedaron Brenda, Nicolás y Paula mirando asombrados a Pedro.


–Espero que no quisieras proteger... –empezó a decir Pedro antes de mirar a Nicolás– a la otra parte de las negociaciones –se corrigió y Brenda dejó escapar un desgarrador sollozo.


Al instante, Paula se había bajado del caballo, le había dado las riendas a Pedro y estaba subiendo los escalones del porche para abrazar a la mujer. ¿Qué pasaba con las mujeres? ¿Cómo hacían eso? Ella nunca había visto a Brenda en su vida y, sin embargo, ahí estaba, abrazándola. Eso lo hizo sentirse... No estaba seguro de cómo lo hacía sentirse. Bueno, sí. Lo hacía sentirse como un intruso fisgoneando.


–¿Brenda está llorando porque has hecho que se vayan? – preguntó Nicolás atónito–. No les cae bien.


–¿Han venido mucho por aquí?


–Todos los días que llega la pensión, aunque la última vez el tendero del supermercado dijo que si no se lo dábamos todo a él no nos daría más comida y los hombres se enfadaron mucho. Dijeron que algún día volverían, pero tú has hecho que se fueran –estaba subido a lomos de Maestro, mirándolo como si fuera un héroe.


No, no. No quería eso. Un niño necesitado que era su vecino, que adoraba a los caballos... Ya era bastante malo tener a Paula allí durante seis meses; solo llevaba un día y ya podía sentir el mundo absorbiéndolo. En el porche, Brenda estaba recuperándose. Se giró para mirarlo rodeada por los reconfortantes brazos de Paula. Pero no era asunto suyo. ¿Es que nadie se lo había dicho?


–Has mentido –dijo Brenda–. Nunca me has pedido ni un centavo y no tienes a media docena de hombres en tu granja.


–Si me hubiera puesto en plan defensor tuyo, habrían vuelto. Me ha parecido lo mejor.


–Pero... ¿Y la dirección de Adrián?


–Eso sí que es verdad. Robó a la madre de su novia también y la mujer está que trina y esperaba que yo pudiera hacer algo con la dirección. Hoy, después de ver cómo los ha dejado, lo menos que podía hacer era darle su dirección a alguien a quien le importe.


–¿Sabes cuánto debe? Adrián ha estado viviendo como un rey.


–Supongo que incluso los reyes tienen que afrontar la realidad en algún momento –miró a Paula, que estaba mirándolo con una sonrisa.


–Tus niños necesitan ir de compras –dijo Paula alegremente–. ¿Qué tal si Pedro y yo los llevamos mañana?


¡Guau! Él se quedó paralizado y Brenda, al ver su expresión, respondió en consecuencia.


–No tengo dinero para ir de compras y, aunque lo tuviera, no les daría más molestias. Ya has hecho bastante por nosotros.


–¿Qué día cobras la pensión?


–El jueves, pero...


–Mi familia es rica –dijo Paula y vió la expresión de desdén de Pedro, pero aun así continuó–: Sería un placer llevarlos de compras y comprarles lo que necesiten para aguantar hasta el próximo día de cobro de la pensión.


–No aceptaré caridad –apuntó Brenda con la voz quebrada.


–No es caridad, lo hago con mucho gusto –respondió Paula mirándolo a él con decisión–. Y no necesitamos a Pedro, pero es mi jefe. Si me deja tiempo libre...


¡Lo que faltaba! Era el jefe. Estaba pidiéndole permiso para ayudar a alguien que él debería haber sabido que tenía problemas. 

Duro De Amar: Capítulo 28

El niño sonreía y sonreía.


–Me encanta Maestro.


¿Cómo conocía el niño al caballo de Pedro?


–¿La dejas montar a Rocky? –que fue como si le hubiera dicho: «¿La dejas montar un caballo de hombre?».


–Hemos puesto pegamento en su silla –le contestó Pedro–. ¿Hay que poner también en la tuya?


–No –respondió Nicolás ofendidísimo–. Sé montar, ¿Verdad, Brenda?


Pedro se giró y vió a Brenda saliendo de la casa con un bebé en brazos y una niña pequeña aferrada a su pierna. Llevaba unos vaqueros andrajosos y una camiseta manchada. Tenía una melena larga a la que le hacía falta un buen lavado y, además, se la veía demacrada y casi esquelética. ¿Qué...?


–Le he dicho a Nicolás que no se acerque a tu casa, pero gracias por la comida. Nico, baja.


Algo iba muy mal y pensó que debería haber ido antes a ver cómo se encontraban. Estaba claro que darle un alquiler gratuito no era suficiente. Estaba pasando algo más. Y, entonces, mientras pensaba en todo ello, vió un coche negro con las ventanillas tintadas llegando a la propiedad. Los caballos retrocedieron sobresaltados. Se movió para mirar a Maestro, pero Paula estaba sujetando con firmeza a los dos caballos. Nicolás y Brenda habían palidecido. Dos tipos bajaron del coche; eran los típicos matones de las películas, aunque en lugar de llevar trajes, corbata y gafas negras, llevaban vaqueros y camiseta. El conductor los miró a Paula y a él.


–Estamos aquí por negocios. ¿Quieres llevarte a la pequeña dama a dar un paseo mientras hablamos con Brenda? –sonrió a los caballos–. Bonitos caballos.


–Brenda, ¿Quieres que nos quedemos? –preguntó Pedro.


–Yo... –Brenda miró a Pedro y a los hombres con claro temor.


–Nos quedamos –dijo Paula–. Brenda nos quiere aquí.


–¿Vas a vender un caballo para ayudar a pagar las deudas?


–¿Qué deudas? –preguntó Pedro.


–El maridito de Brenda pidió prestado mucho dinero –respondió el tipo apoyándose en el coche y cruzándose de brazos–. Se lo pidió a mi jefe. Mi jefe ha sido paciente, pero lo que nos ha estado pagando Brenda no es suficiente. Mi jefe pierde pasta y se mosquea.


–Adrián también me robó dinero a mí –dijo Pedro.


–Pues ponte a la cola –le contestó el tipo–. Primero que nos pague a nosotros.


–De donde no hay, no se puede sacar –apuntó Pedro, impasible, contundente–. El banco la ha declarado en bancarrota esta semana. Compra comida para los niños en el supermercado y eso es todo. Todo lo demás pasa por el banco. Mirenla... Está destrozada. Nadie va a sacar dinero de aquí. Mientras tanto, Adrián está tan tranquilo en Gold Coast. Puedo darles su dirección, si quieren.


–¿Sí? No podemos encontrarlo.


–La madre de su novia vino a mí llorando la semana pasada –le dijo Pedro mirando a Brenda–. La mujer acababa de enterarse de que sus ahorros para la jubilación habían desaparecido y ya no le quedaba mucho amor maternal. Pensó que me vendría bien cierta dirección, así que si les interesa...


–Nos interesa.


–Excelente –contestó Pedro señalando a Brenda–. Estoy empezando a sentirme mal por ella. Tres hijos... Y ella se muere de hambre. Les doy la dirección si la dejan tranquila, ¿Trato hecho?


–No...


–Yo también sé amenazar –dijo y de pronto dejó de ser Pedro para convertirse en un tipo que podía ser tan duro como esos–. Tengo media docena de hombres empleados en mi granja que saben muy bien cómo apañárselas.


¡Guau! Adoptó una actitud de «No se metan conmigo» y los tipos respondieron.


–No hace falta ponerse nervioso, tío –le contestó uno de ellos de pronto más apaciguado–. Parece razonable. Aunque si la dirección es falsa...

Duro De Amar: Capítulo 27

Rocky era joven y tozudo y por eso se había esperado que a ella le costara un poco hacerse con él, pero lo había hecho desde el primer segundo. La vió hablando con el animal, inclinándose para que pudiera oírla y pensó «Susurra a los caballos». Esa habilidad para comunicarse, para calmar a caballos díscolos y hacer que aceptaran encantados que ella tenía el control, era una habilidad que también había poseído su abuelo y era la única cosa que Jack había admirado en ese hombre brutal. Durante un tiempo le había parecido que él también la tenía, pero tantos años alejado de la granja habían cegado sus aptitudes y su instinto. Lo recuperaría, pero mientras tanto... Mientras tanto tenía a esa mujer que podía hacer lo que fuera con esos animales. Había dejado que Rocky se moviera a medio galope y, antes de que Pedro se diera cuenta, le indicó al caballo que marchara al galope y entonces, al instante, chica y caballo parecían estar volando, a cada cual más bello. Se acercaban a la valla este. «Despacio», le dijo entre susurros, pero en lugar de detenerse, ella rozó con su pie el flanco de Rocky para guiarlo y hacer una curva. El problema era que Rocky no trazaba curvas, se giraba bruscamente, sin más. Y así, al instante, Paula estuvo tendida en la suave hierba y mirando al cielo. La había advertido. No debería haberla dejado montar. No debería... Si estaba herida... Pero en cuanto desmontó y fue hacia ella, Paula se echó a reír a carcajadas y su risa recorrió el valle derritiéndolo a él por dentro.


–Sí, ya, me habías advertido, pero ¿No es maravilloso? –cuando le tendió una mano para que la ayudara a levantarse, seguía riéndose.


Una vez de pie, frente a él y aún con las manos unidas, Paula lo miró y él sintió algo que nunca antes había sentido. La veía preciosa, pura y sencilla. Era... No, no era belleza, era... «Peligro. ¡Apártate!». Sin embargo, aún seguía dándole la mano.


–Supongo que una señal con las riendas es para los giros y los talones significan trabajo con el ganado.


–Lo tienes –le costó hablar.


–Enséñame.


–Rocky te enseñará.


–Sus métodos resultan dolorosos –se echó atrás un poco, pero él vió algo en su expresión, algo que parecía indicar que estaba sintiendo lo mismo que sentía él.


Le soltó la mano y fue como si hubiera perdido algo. Ella lo miró y se giró para ver a Rocky reuniéndose con el resto de los caballos. Aunque se hubiera hecho daño, era una amazona. El suelo estaba más blando después de la lluvia y sabía cómo caer.


–Tengo que releer el contrato. ¿Me sigue cubriendo el seguro si me caigo de culo un domingo?


La tensión se esfumó y él sonrió. «Es maravillosa». Pero ¿en qué estaba pensando? No podía ir por ese camino. Había sido un momento de debilidad, nada más.


–Ahora tengo que volver a por él.


–Gracias –le susurró, pero él ya no estaba escuchándola, estaba girándose para ir a recuperar a su caballo.



Nicolás estaba sentado en el escalón del porche cuando llegaron a casa de Brenda. Su pelo rojizo estaba un poco largo, un poco rizado. La ropa le quedaba demasiado pequeña y sus pies descalzos se veían mugrientos. Se le encendió la mirada al verlos y su sonrisa iluminó su pecoso rostro. Pedro se sintió culpable, y eso era exactamente lo que no quería sentir. Ya había tenido demasiados sentimientos de culpabilidad para toda una vida. Lo mejor sería solucionar ese problema y seguir adelante.


–¿Está Brenda en casa? –preguntó y Paula lo miró sorprendida.


Había sido una pregunta concisa. Demasiado concisa.


–¿Quieres subirte al caballo de Pedro mientras él habla con Brenda? –le preguntó Paula lanzándole una mirada desafiante–. Pero solo si me dejas sujetar las riendas.


Antes de que Pedro pudiera desmontar, Nicolás ya había bajado del porche. Al instante, y después de mirar el rostro de desesperación del niño, se estremeció y lo levantó para sentarlo en la silla de montar.

Duro De Amar: Capítulo 26

 –¿Piensas darme lecciones? –le preguntó ella.


¿Qué? ¿Cómo...? ¿Cómo sabía lo que estaba pensando? Estaba delante de él y mirando hacia otro lado, ¡si ni siquiera le veía la cara! Pero podía leerle el pensamiento y esa era una idea de lo más desconcertante.


–Has pedido un caballo de ganado, te daré un caballo de ganado –le respondió con los dientes apretados y ella hizo un ademán con la mano sin, ni siquiera, mirarlo.


–Gracias. Pegaso, viejo amigo, lo siento, pero es hora de galopar un poco. ¿Te parece?


Y Pegaso pareció mostrarse de acuerdo.


No tenía más que pedir, pensó Pedro al verla moviéndose por el cercado delante de él. Una princesa de Manhattan que no tenía más que pedir y el mundo le daba lo que quería. Eran caballos jóvenes e impetuosos que se movían libremente por el enorme cercado donde los límites estaban tan alejados los unos de los otros que se podía uno situar en el centro y no ver ninguna valla. El terreno era salvaje y ondulante. Era un lugar mágico para un caballo, pero atraparlos y llevarlos hasta allí debía de ser todo un desafío.


Paula seguía sentada a lomos de Pegaso mientras Pedro se acercaba a los demás caballos y dejaba que estos, a su vez, se acercaran a él. Parecía una extensión de su caballo. Eso era lo que parecía. Delfina y Gonzalo, sus protectores hermanos mayores, habían investigado al hombre antes de que ella fuera allí. Pedro había dejado la granja cuando tenía diecisiete años y se había mudado a la ciudad para trabajar en el mundo de la tecnología. Había creado una empresa que, según su hermano, era competitiva a escala mundial. Ella no se había esperado encontrarlo allí en la granja o, en todo caso, encontrárselo en el papel de propietario y administrador. No se había esperado... Eso. Fuera donde fuera que hubiera estado en los últimos años, no había perdido su habilidad con los caballos y lo estaba comprobando en ese momento mientras lo veía a lomos de su caballo y sujetando la brida de otro para llevarlo hasta Paula. Si eso hubiera tenido que hacerlo ella, aún estaría galopando detrás del joven caballo para intentar engancharlo. ¿Tenía aptitudes para ese trabajo? No tenía las habilidades de ese hombre. Pedro llevó al joven caballo hasta ella, se bajó del suyo y enarcó una ceja.


–¿Quieres cambiar de caballo sin bajarte del tuyo?


Paula se sintió como una idiota y desmontó.


–Te presento a Rocky, nieto de Pegaso. Es muy vital y juguetón, ¿Seguro que podrás con él?


–Seguro.


Él entrelazó las manos para ayudarla a subir, pero ella negó con la cabeza. Rocky era grande para la media, pero ella no tenía ningún problema en subirse a la silla. Y en cuanto lo hizo, al instante, se sintió... Diferente. Rocky era un caballo fabuloso, joven y enérgico. Estaba en un lugar maravilloso, en un día espléndido con un caballo precioso y... y Pedro estaba mirándola y sonriendo.


–¿Crees que le tienes tomada la medida?


–Ya lo veremos –respondió pensando que sí.


–Recuerda que no sabe hacer una curva, se para y gira. Y no llevas cinturón de seguridad. Dale un paseo por el cercado, despacio, y ten cuidado con las conejeras.


–No necesito lecciones –le contestó sonriendo antes de hacerse con las riendas y tocar los resplandecientes flancos de Rocky–. Vamos.


De acuerdo, no era exactamente una princesa de Manhattan. Lo había dejado atónito con sus habilidades como veterinaria y ahora la veía montar y le parecía que era una extensión de Rocky. Chica y caballo se movían a la vez como si llevaran años trabajando y entrenando juntos.

lunes, 19 de julio de 2021

Duro De Amar: Capítulo 25

Pedro quería ver qué tal montaba a caballo; en su carta de referencia decía que sabía, pero prefería verlo.


–He ensillado a Pegaso para tí –le dijo señalando a los dos caballos listos para partir.


–Eh, hola –Paula se acercó a los dos caballos muy tranquila y confiada, y al minuto ya eran grandes amigos–. No me lo digas, tú vas a montar al caballo de dos años lleno de energía y yo voy a montar a Pegaso, que es como un caballo de balancín.


Era buena. Solo un minuto y ya los había catalogado acertadamente a los dos. Maestro era su caballo favorito, un animal joven y enérgico. Pegaso se acercaba a los veinte años y había sido el caballo de su abuelo.


–No te ofendas, Pegaso –dijo Paula acariciándole la oreja, ahí donde al animal más le gustaba–, pero tu dueño quiere comprobar si sé montar, aunque no comprobará nada si te monto a tí –se subió a la silla con la habilidad de alguien que se había pasado años sentada a lomos de un caballo–. ¿Qué te parece si vamos al cercado trasero y te cambio por un caballo que pueda correr mucho, porque eso es lo que me apetece ahora mismo? O también podría montarte Pedro.


–No quiero arriesgarme a que te partas el cuello –bramó Pedro.


–Si querías una chica, deberías haber puesto un anuncio buscando a una. ¿Crees que habría solicitado este trabajo si no me encantaran los caballos?


–Estos caballos son distintos a los caballos que estás acostumbrada a montar.


–Y precisamente por eso quiero montarlos. No me trates con condescendencia, Pedro. Déjame montar.


Juntos cabalgaron hasta el cercado donde él tenía a sus mejores caballos, los que estaban listos para ser vendidos. Para muchos de sus caballos el entrenamiento inicial ya se había hecho, al menos eso era algo que Adrián había mantenido. No podían estar entrenados a la perfección, porque para eso hacían falta varios años, pero para cuando salían de su granja los caballos conocían lo básico del trabajo con ganado. Su abuelo se había enorgullecido de que nunca nadie le hubiera devuelto un caballo y, por suerte, las habilidades de Brian con los caballos no se habían visto comprometidas por sus dudosas prácticas como contable, de manera que la reputación de Werrara seguía intacta en ese sentido y Jack no tenía ninguna intención de que eso cambiara. Sin embargo, entrenar llevaba tiempo y energía y esa era la razón por la que la casa se encontraba en ese estado. Sus caballos eran lo primero. Y también lo eran para Paula. Iba a lomos de Pegaso un poco por delante de él y pudo ver la posición de sus manos, de su cuerpo, el modo en que recorría con la mirada el suelo en busca de desniveles como conejeras. Le lanzó algún que otro comentario por encima del hombro mientras cabalgaba y, al hacerlo, parecía relajada, aunque él sabía que para ella el caballo era su prioridad. Para cuando llegaron al cercado de arriba, él ya estaba casi deseando verla a lomos de un buen caballo. Un buen caballo de ganado podía restarle confianza en sí misma, aunque, por otro lado, tampoco estaría mal que eso sucediera. Era demasiado... alegre y optimista. Creía que el mundo era un lugar genial, que a la gente buena le pasaban cosas buenas y que la vida era justa. Él sabía quién era su padre, su familia tenía mucho dinero. Esa mujer debía de haber tenido lo que había querido desde que nació. A lo mejor no le iría mal que la desafiara con algún que otro caballo. Un caballo con un poco de energía y no un caballo de balancín. Sonrió.


Duro De Amar: Capítulo 24

 –Si no querías que me involucrara, no deberías haberme dejado sola con Nicolás. Es un gran chico. El mejor. Y está desesperado por recibir ayuda. Hagas lo que hagas, yo pienso dársela. ¿Iremos por la mañana? –lo miró y le sostuvo la mirada–. Es domingo. Día de descanso. Puedo trabajar si quieres, pero entonces te pediré algún día libre a cambio durante el resto de la semana. Además, si trabajo después de haberme lesionado en el trabajo...


–Has estado leyendo...


–Mi contrato laboral. Era un viaje de avión muy largo –le sonrió–, jefe.


«Jefe».


Le había enviado el contrato laboral estándar que utilizaba en su empresa de Tecnología. Ella estaba contratada para cuarenta horas semanales, lo cual significaba que durante cuarenta horas a la semana él estaba al mando. El resto del tiempo, Paula estaría viviendo con él, pero era libre de hacer lo que le apeteciera. Como entrometerse en su vida. Otra vez se estaba poniendo melodramático. Ella quería ir a ver cómo estaba un niño que había conocido. Pues bien, podía acompañarlo. Al fin y al cabo, solo querría lo mejor para el chico. Como él, siempre que no tuviera que implicarse mucho. «Nicolás te idolatra». Lo sabía. Podía verlo, pero no quería que fuera así. Ya se había preocupado demasiado por los demás y no le había servido de nada.


–Me voy a la cama –dijo Paula sin dejar de mirarlo–. ¿A qué hora nos vamos mañana?


–A las diez –le respondió porque no había elección.


–Genial –acarició a la potrilla–. De acuerdo, entonces todo solucionado. Despiértame si me necesitas.


–No te necesitaré.


–Creía que para eso me habías contratado, pero tú mismo –se levantó y le sonrió–. No seas tan gruñón. No te pega. Buenas noches.


Y con eso se marchó cerrando tras ella la puerta del establo.




Se levantó al alba y él ya estaba en el establo cuando la vió salir de la casa. Llevaba unos vaqueros, una camiseta y unas botas de montar y su melena ondulada recogida en una coleta tirante. Iba silbando según se dirigía al riachuelo y Jack sintió unas ganas irresistibles de seguirla, de pasear con ella y mostrarle la propiedad; de llevarla a conocer los caballos de los cercados de arriba. Pero no lo hizo. Estaba limpiando y preparando las cuadras, ya que Daisy había sido la primera de las varias yeguas que parirían en las siguientes semanas y tenía que tener la enfermería preparada. Tendría a Paula a su lado en los partos y la idea le resultaba tanto buena como mala. Tener un veterinario a su disposición era genial, tener una alegre y rubia conciencia no lo era tanto. Esperaba que diera un largo paseo, esperaba que le diera algo de espacio esa mañana, pero, por otro lado, le fastidiaba que eso llegara a pasar. Paula volvió media hora antes de la hora prevista para ir a visitar a Brenda y subió por el riachuelo, algo sonrojada y con hierba en el pelo. Él salió del establo y al verla algo se removió en su interior. Estaba allí en su casa y parecía como si ese fuera su sitio. Ella lo vió.


–¡Es magia! –le gritó–. Es total y maravillosamente mágico. Me habría quedado aquí incluso aunque no hubieras arreglado el cuarto de baño.


–Mentirosa.


Ella sonrió.


–Sí, bueno, a lo mejor no me habría quedado. Oh, pero, Pedro, ¡Es fabuloso! Y los caballos... Necesito que me los enseñes. Les he dado los buenos días a todos, pero es un poco difícil cuando no te sabes los nombres.


–Te los aprenderás enseguida –refunfuñó mientras pensaba «seis meses, seis meses viéndola así...».


–¿Te has levantado con el pie izquierdo otra vez? –le preguntó y él se asombró. ¿Tan obvio era?


–Siempre estoy de mal humor –¿Por qué no decir las cosas tal como eran?


–Bueno, lo ignoraré. Mi padre dice que le vuelvo loco cuando silbo por las mañanas, pero nunca me ha dicho que pare. ¿Podemos ir ya a casa de Nicolás?

Duro De Amar: Capítulo 23

La noche era cálida y tranquila. Los caballos estaban en su cuadra totalmente calmados. Daisy alzó la mirada cuando lo vió acercarse y relinchó con suavidad, aunque no se movió. A su lado tenía a su potrilla. Parecía que en su mundo todo estaba correcto. Y Pedro se sintió reconfortado al pensar que al menos tenía a sus caballos. Recordó lo impactado que se había quedado al volver allí, cuando se había dado cuenta de lo mucho que le había robado Adrián. Su abuelo había odiado a Pedro y cuando se había llevado a Candela de allí le había dicho que no quería saber nada de él nunca más. Aun así, en todo el tiempo que había pasado en la ciudad, Pedro no había dejado de pensar en los caballos y, en los peores momentos que había pasado con Candela, siempre había sabido que los caballos seguían ahí y eso le había reconfortado. Mientras, Adrián había estado robándoles sus fondos de todas las formas imaginables. Después de que muriera su abuelo, cuando no había dejado un testamento mediante el cual Pedro heredara por derecho, Adrián le había dicho que estaba pagando a mozos para mantener la granja, pero no era así. Le había dicho que estaba manteniendo la propiedad, pero no era así. Lo único que había mantenido era el cuidado de los caballos; había seguido criando y vendiendo los grandes caballos Werrara. Lo había hecho porque sabía que si les hubiera hecho daño a los caballos, Pedro habría ido tras él con una pistola. ¿Melodramático? Tal vez no. Pensó en Adrián y volvió a invadirlo la misma rabia que había sentido al cruzar las puertas de la granja y ver lo que quedaba de ella. Pensó en su esposa el día en que se había ido. Con otra mujer. Ese hombre era un absoluto fraude. Brenda se había quedado hecha polvo, él había hecho lo que había podido por ayudarla, pero... Pero esa expresión juiciosa de la mirada de Paula decía que no había sido suficiente. La esposa y la familia de Adrián no eran asunto suyo. Estaba dejándola vivir en su propiedad sin pagar al alquiler. ¿Qué más podía hacer? Sin embargo, aquel día se había quedado impactado al ver a Nicolás. ¿Por qué estaba tan hambriento? Y la mirada juiciosa de Paula... Sí, tendría que ir a ver cómo estaban y darles algo de dinero, hacer que desapareciera ese problema.


–Nicolás te idolatra –le dijo Paula y él se quedó paralizado. No se había esperado que lo siguiera. ¿Qué estaba haciendo esa mujer, actuando como si fuera su conciencia? Él no necesitaba una alegre veterinaria de Manhattan que le dijera qué hacer–. Ha estado observándote con los caballos y cree que eres genial.


–Nicolás no tiene nada que ver conmigo.


–He oído que Australia tiene un gran sistema de asistencia social, me pregunto qué problema habrá.


–Lo solucionaré –respondió con más furia de la que pretendía–. No pueden quedarse aquí si ella no es capaz de mantenerlos. Lo organizaré todo para que vuelvan a la ciudad.


–Eso ayudará. Así te quitarás el problema de en medio.


–No les cobro el alquiler. ¿Qué más tengo que hacer?


–No lo sé. Para empezar, podrías hablar con ellos y averiguar qué está pasando.


–Lo haré por la mañana.


–Con tu buen humor habitual, acabarás ofreciéndoles camiones de mudanza.


–Esto no es asunto tuyo.


–El chico se muere de hambre. Claro que es asunto mío.


Pedro se pasó la mano por el pelo. Tenía razón. ¿Se pasaría seis meses teniendo razón? ¿Siendo una jovial conciencia que le decía que se implicara? Y estaba funcionando. Debería haberse implicado. Sabía que Brenda estaba sola, sabía que era una madre sin recursos con un marido que le había robado todo. Sabía que necesitaba ayuda. Apretó los puños. Eso era lo último que necesitaba. No necesitaba que nadie dependiera de él.


–Solo iremos a echar un vistazo –dijo Paula alegremente–. Nunca se sabe, puede que sea algo sencillo, como que se le hubiera estropeado el coche y no pudiera ir a comprar. Yo le arreglo el coche mientras tú la llevas a comprar.


–Paula...

Duro De Amar: Capítulo 22

Él intentó centrarse en cocinar, aunque las salchichas no eran un plato que requiriera mucha atención. Tras él, Paula lo observaba. Podía sentir cómo aumentaba la tensión. ¿Estaría allí seis meses? Pues entonces tendría que aprender cuáles eran las normas. Por mucho que la hubiera contratado como empleada, no permitiría que se entrometiera en su vida. Él era un solitario y pretendía seguir siéndolo. Pero ella estaba colándose en su cabeza. Y también Nicolás. Pensó en el niño, en cómo se había comido los sándwiches como si no lo hubieran alimentado en una semana y se sintió mal. No le importaba, pero...


–Iré a hablar con ella por la mañana –dijo, y Paula sonrió.


–¿Puedo ir yo también?


–Hay que vigilar a Daisy y a las demás yeguas embarazadas.


–Ninguna de las yeguas del cercado parece estar a punto de dar a luz y, además, ¿Cuánto nos llevará visitar a Nicolás?


«Nos». Esa palabra quedó pendiendo en el aire.


–Tengo trabajo para tí –le dijo él bruscamente.


–Mañana estaré de baja y con el sueldo intacto –alzó la mano donde le habían salido las llagas–. Baja laboral. El jefe es el responsable. Leí la legislación laboral australiana antes de venir.


–¿Ya estás pensando en denunciarme?


–No –respondió mientras empezaba a partir sus salchichas–. Solo quiero acompañarte a ir a ver a Nicolás. Es un gran chico y he estado pensando... Podrías pagarle por ejercitar a Sancha el mes que viene. Solo un poco, pero lo suficiente para ayudarlos con la comida. Podría llevarla a dar algún paseo por aquí mientras la potrilla juguetea. A tí te ahorrará mucho tiempo y a él le encantará el trabajo.


–Para eso es para lo que te he contratado a tí.


–A mí puedes darme trabajos más complicados con los caballos, o incluso puedo trabajar en la casa. La barandilla de tu porche está a punto de derrumbarse y tienes los marcos de las ventanas podridos. Si me das madera en condiciones, puedo arreglarlo.


–¿Tú?


Ella enarcó una ceja.


–Sí –respondió–. Tal vez me paso de la raya si hago alguna observación sobre mi jefe, pero creo que tienes algún problema con los sexos. Parece que no te importa lo de cocinar, pero en cuanto al resto... Si hubieras contratado a un chico y se hubiera ofrecido a arreglar la barandilla, ¿Qué le hubieras dicho?


–Tienes veinticinco años y vienes de Manhattan. ¿Esperas que me crea que sabes de bricolaje?


–Y también sé desmontar motores. Y bebo cerveza. Mi padre me enseñó muy bien. Por cierto... –levantó su vaso de agua como con desdén.


Él la miró con incredulidad y ella le devolvió la mirada. Sacó una botella de cerveza de la nevera y se la pasó. Paula enarcó una ceja, le quitó la chapa con la esquina de la destartalada mesa y se bebió un cuarto del contenido de un trago. Pedro no pudo evitar sonreír. Y ella tampoco.


–¿Estás segura de que tu padre no tenía razón y de que no eres un chico? –le preguntó y ella se rio produciendo un sonido que a Pedro le encantó. 


Un sonido increíble que llenó la vieja cocina de una calidez que hacía años que no tenía. O, mejor dicho, que no había tenido nunca. No podía dejarse llevar por la risa de una mujer. Ella estaba bebiendo cerveza. Estaba sonriendo. Comieron y cuando él terminó, empezó a recoger.


–Vete a la cama –farfulló–. Aún estarás afectada por el jet lag. Yo fregaré los platos después de ir a ver cómo están los caballos.


–No –le contestó mientras recogía sus cosas–. Los dos fregaremos los platos y los dos iremos a ver cómo están los caballos.


–No hace falta.


–Soy veterinaria y Daisy es mi paciente.


–Tú misma –respondió con más brusquedad de la que pretendía, pero ella sonrió como si él le hubiera dicho que quería que lo acompañara.


¿Por qué debería sonreír si le había dicho eso? La situación se le hacía demasiado dura, no se sentía cómodo ni seguro a su lado. Agarró el sombrero y salió a la noche dejando atrás a Paula para que lo siguiera si quería. Le daba igual si lo hacía o no. Mentiroso.

Duro De Amar: Capítulo 21

 -¿Puedo tomarme otro sándwich antes de volver a casa? –le preguntó el pequeño.


–Sí –respondió ella pensando que podía buscarse algún problema.


Era un niño necesitado, pero Pedro era su jefe y tenía que mostrarle deferencia. Sin embargo, ser deferente no iba con ella. Eso del jet lag era algo traicionero. De pronto se encontraba totalmente despierta y al momento se sentía como si fuera a quedarse dormida de pie. Cuando Nicolás se marchó, ella se metió en la cama y se despertó cuando el sol estaba ocultándose tras las montañas. Una extraña ave estaba graznando en los eucaliptos que tenía al otro lado de la ventana de su dormitorio. La brisa hacía que las descoloridas cortinas se sacudieran y se quedó tumbada en la cama pensando en el invierno que había dejado atrás en Manhattan y decidiendo que todo podía salir bien. Después pensó en Pedro Alfonso y supuso que tal vez no era así. Y no porque fuera un tipo arrogante, sino porque había algo en él... La verdad era que en él había muchas cosas. Había estado en la facultad con chicos invadidos por la testosterona y en las prácticas que había organizado su universidad en varios ranchos había conocido a hombres guapísimos, pero ninguno de ellos había despertado en ella tantas sensaciones como Pedro. Tenía que ser por el jet lag, se dijo. La falta de sueño y el cambio horario harían que cualquier mujer se sintiera susceptible ante la presencia de un tipo guapo como él. Era un arrogante. Era un machista. Y, además, no dejaba que Nicolás echara una mano con los caballos. Con esa idea en la cabeza, apartó las mantas. «Arrogante, machista y antipático». Si podía ceñirse a ese pensamiento durante seis meses, entonces podría hacer ese trabajo. Por favor... Se dirigió a la cocina. Él estaba cocinando. Salchichas. Otra vez. Genial. «Da las gracias de que esté cocinando algo», se dijo. Tratándose de ese tipo era un milagro que no le hubiera puesto un delantal en cuanto había entrado por la puerta. Pero salchichas...


–Tenía pollo para hacer un guiso –le dijo Pedro antes de que ella pudiera abrir la boca–, pero parece haber desaparecido, al igual que una pieza entera de rosbif, la tarta de manzana que compré ayer y la mitad de nuestras piezas de fruta semanales. Menudo tentempié te has tomado antes de meterte en la cama.


–Se lo he dado a Nicolás –dijo y vió que se quedaba paralizado.


–¿Qué te da derecho a...?


–Descuéntamelo del sueldo –alzó la barbilla y lo miró fijamente.


–No me animes.


–Parece que está muerto de hambre.


–No está muerto de hambre. Su madre recibe una pensión y yo no les cobro el alquiler, así que tienen suficiente para comida.


–Aun así, se muere de hambre.


–No es asunto mío –contestó como un estallido y ella se quedó quieta.


Lo miró fijamente y su corazón se endureció. Se trataba de un niño hambriento.


–Iré a comprobarlo –dijo como irritado–. Iré a hablar con Brenda.


–¿Cuándo?


–¿Por qué te importa esto?


–Porque el chico habría vendido su alma por un sándwich de mermelada. Pero aun así, ¿Sabes lo que me ha dicho cuando le he empaquetado la comida? «No puedo llevármelo si Pedro va a tener hambre». Ha estado observándote y cree que eres genial.


Paula pudo ver cómo el gesto de Pedro se paralizaba, vió que algo se removía detrás de esa adusta fachada.


–No les cobro el alquiler, ¿Qué más tengo que hacer?


–¿Preocuparte?


–Yo no me preocupo por nadie. Si quieres quedarte en esta granja, tienes que acostumbrarte a eso. Me ocupo de mis asuntos y espero que tú hagas lo mismo.


–¿Durante seis meses?


–Sí.


–No permitiré que un niño pase hambre.


Él se pasó una mano por el pelo.


–Yo tampoco. Gracias por darle el pollo.


–No hay necesidad de ser sarcástico.


–Lo creas o no, no estaba siéndolo –contestó y siguió con sus salchichas–. Estaba pensando que es mejor que le hayas ayudado tú y no yo. Si alguien tiene que hacerlo.


–Cualquiera de los dos tiene que hacerlo.


–De acuerdo. ¿Dos salchichas?


Ella miró las salchichas y pensó en la frugal cena que había tomado la noche anterior. Le rugía el estómago. Había sido un día largo y el siguiente lo sería aún más porque tendría que realizar un gran esfuerzo físico ocupándose de los caballos y, además, solucionar lo que iba a pasar con Nicolás... Y buscar el modo de que Pedro Alfonso empezara a preocuparse por los demás.


–Tres –respondió y se sentó a mirar cómo su machista y arrogante jefe le hacía la cena.

viernes, 16 de julio de 2021

Duro De Amar: Capítulo 20

 –Sabe que no me gusta que estés por aquí.


–Pero puedo ayudar –contestó Nicolás agarrando otro sándwich–. Con los caballos. Quiero hacerlo.


Y de nuevo, Paula se le adelantó con la respuesta.


–A lo mejor puedes –dijo viendo cómo atacaba el sándwich como si llevara días sin comer–. Anoche tuvimos una potrilla. ¿Quieres verla? Voy a ir a llevar a su madre a dar un paseo tranquilo por el cercado. ¿Te gustaría ayudarme antes de irte a casa?


–Sí –respondió Nicolás, aunque mirando a Pedro con nerviosismo.


–Pues vamos –le contestó Paula mirando también a Pedor–. Supongo que no te importa que la saque un rato. Es lo que recomiendan los veterinarios.


–Nicolás debería estar en el colegio.


–Es sábado –apuntó Nicolás como si Pedro fuera tonto.


Lo cual resumía bastante cómo se estaba sintiendo. Como un tonto, como si hubiera perdido el control.


–Se irá en un par de horas –dijo Paula como si pudiera leerle el pensamiento–. Aunque de mí no te libras. Vamos, Nicolás, vamos a trabajar un poco.


–Tus manos...


–Iré a lavármelas primero. Nicolás puede ayudarme.


–Preferiría ayudar a Pedro –dijo Nicolás y Pedro pensó que ese era justamente el problema. 


Brenda era un desastre, aunque no podía hacer más teniendo que ocuparse también de sus hijas de cuatro y dos años. Nicolás necesitaba más atención. Sin embargo, Pedro no podía pasar por ahí también. Había ayudado a Brenda económicamente, le dejaba quedarse en su casa, pero ahí terminaba todo.


–Ayuda a Paula si quieres, haz lo que quieras con tal de que me dejes tranquilo.


Mujeres... niños... No quería nada de ellos.




Sacó a Daisy del establo. La potrilla se tambaleaba detrás de su madre con un sonriente Nicolás a su lado, como un tío orgulloso. Avanzaban a paso de tortuga. Si hubiera sido por Paula, habría dejado a Daisy inmovilizada durante cuatro semanas porque la presión de sus puntos era enorme, pero la potrilla tenía que saber lo que era pastar y correr. Su trabajo era mantener a Daisy a salvo mientras la potrilla aprendía a ser una potrilla. En el cercado, la yegua alzó su bonito y aterciopelado morro hacia el sol, como si quisiera empaparse de cada rayo de luz.


–¿Vas a soltarla? –le preguntó Nicolás.


–No. Tiene puntos por todo el vientre y no puede tensar esa zona –vaciló al ver la expresión de añoranza del niño y pensó en aquella vez en la que su padre la había llevado al rancho de un amigo.


Tenía aproximadamente la misma edad que Nicolás y solo poder acariciar a los caballos, estar cerca de ellos... Conocía ese sentimiento de anhelo y ahora lo estaba viendo reflejado en el niño.


–¿Te gustaría sujetarla? Tienes que mantenerla muy quieta.


–Sí –contestó Nicolás emocionado y agarró la brida como si estuviera guardando unos diamantes–. Pero él no me deja.


–¿Él?


–Pedro. Mi padre solía dejarme ayudarlo, pero ahora se ha ido y Pedro dice que no debería venir más por aquí –lo dijo con un tono que parecía que estuviera anunciando el fin del mundo–. Brenda dice que no me extrañe, que papá nos robó a nosotros y también robó a él. Dice que es increíble que nos deje vivir aquí y que le deje tranquilo. Pero yo solía montar a Pegaso. Es viejo y es genial, pero lo ha metido en el cercado de atrás y lo echo muchísimo de menos.


Paula sintió lástima por lo apenado que parecía el chico y se preguntó qué habría hecho para que Pedro le prohibiera estar junto al caballo al que, claramente, tanto quería.

Duro De Amar: Capítulo 19

Estaba demasiado cerca. Tenía la mirada ensombrecida, tal vez por el efecto del jet lag y del agotamiento de la noche anterior. Estaba demasiado pálida, se la veía demasiado pequeña. Tenía su mano en la suya. Estaba mirándolo como si estuviera atrapada. Y así era como él se sentía. Atrapado. Pero no quería...  Unos sonidos entre los arbustos llamaron su atención y lo agradeció. Le soltó la mano y se giró. Nicolás. Conocía a ese chico, el hijo del anterior gerente. Era el hijo mayor de Adrián, tenía once años, aunque se le veía pequeño para su edad. Era un niño pecoso con el pelo rojizo y de punta, despeinado, descuidado y muy tímido; además, estaba demasiado flaco y desaliñado. Había sido la sombra de su padre cuando Pedro volvió a la granja, pero después su padre se esfumó y también lo hizo Nicolás, aunque durante las últimas semanas lo había visto volver allí, aparecer y desaparecer. Era como una sombra entre la maleza que lo observaba en silencio. La última vez que lo había visto había logrado acorralarlo y mandarlo a casa, con amabilidad, pero con firmeza. No quería a un niño moviéndose entre caballos que eran tres veces más grandes que él. No podía estar en todas partes, y tener a un niño rondando por la granja era peligroso. Se lo había llevado a Brenda, la mujer abandonada por Adrián, y le había dicho que le echara un ojo a su hijo, que no lo dejara aproximarse a la granja ni acercarse a los caballos. Ella le había dicho que el niño no era suyo, que era fruto de una relación anterior de Adrián, y que lo cuidaba lo mejor que podía, pero que teniendo a sus dos hijas propias no podía estar vigilándolo todo el tiempo. Él se había quedado consternado, pero no podía hacer nada al respecto.


–Simplemente mantenlo alejado de mi propiedad –le había dicho, pero a pesar de ello, ahí estaba el chico, entre los arbustos, observándolos. 


Sabía que no debía estar ahí y en cuanto Pedro lo vió, retrocedió y se preparó para salir corriendo.


–¡Hey! –dijo Paula antes de que él pudiera decir nada–. Tú eres el niño que me dijo cómo llegar hasta aquí ayer. Gracias. ¿Te apetece un sándwich?


Eso era más bien lo contrario de lo que Pedro había pretendido decirle. Abrió la boca para decirle que se fuera, pero Paula se le había adelantado.


–Ternera o mermelada, no es nada especial, aunque la mermelada está rica.


El niño salió de entre los arbustos como si estuvieran tirando de él y antes de que Pedro pudiera decir nada, ya tenía un sándwich en la boca. Paula sonrió.


–Me gustan los niños que disfrutan de la comida casera. ¿Cómo te llamas?


–Nicolás –respondió masticando.


–Encantada de conocerte, Nicolás –miró a Pedro–. ¿Es amigo tuyo?


¿Cómo explicarle la conexión? ¿Debía decirle que era el hijo del antiguo administrador que se había largado con otra mujer y con mucho dinero que le pertenecía a la granja? No, no era posible.


–La madre de Nicolás es dueña de la propiedad contigua –dijo con tirantez.


Eso tampoco era, exactamente, verdad. Él era el dueño de la propiedad contigua, Brenda se alojaba allí gratis. Si pudiera echarla, podría ocupar la casa con un granjero decente y trabajador, pero Adrián también le había robado todo a Brenda y no tenía el valor de echarla de allí. Sin embargo, tampoco quería que el chico estuviera allí, un chico necesitado que le recordaba a una niña: Podía ver a Candela mirándolo a través de los ojos de Nicolás.


–Tu madre se va a preocupar –le dijo al chico con aspereza.


–Brenda sabe dónde estoy.

Duro De Amar: Capítulo 18

 –Los caballos Werrara son de los mejores caballos para ganado del mundo, tal vez los mejores. Desde que murió mi abuela, mi abuelo no se preocupó más que de los caballos, solo de ellos.


–Mi hermano me buscó este sitio por Internet. Dice que tu abuelo murió el año pasado, pero que el lugar lo llevaba un gestor. Tú eres el propietario, pero no has estado aquí, has estado dirigiendo una empresa de Tecnología.


–También he estado cuidando de mi hermana.


¿Por qué había dicho eso? Había sonado como un estallido. Era un estallido. Y ella lo había oído porque al instante su gesto de guasa se desvaneció.


–Está muerta –le dijo ella y no fue una pregunta.


–Murió –respondió Pedro con brusquedad–. Por depresión y sus consecuencias. No pude ocuparme de ella más de lo que lo hice.


–Seguro que sí. Me imagino lo mucho que la cuidaste y lo siento mucho.


Ella alzó la mirada hacia la casa. Había tres yeguas sobre la colina mirando en su dirección. Su pelaje resplandecía bajo el sol de mediodía. Se las veía perfectamente limpias y cuidadas.


–¿Aprendiste a cuidar de los caballos de pequeño? –le preguntó con un tono suave que él interpretó como un modo de ofrecerle su compasión. Una compasión que no quería. ¿Por qué le habría contado lo de su hermana?–. ¿Aquí?


–Aquí –contestó él con brusquedad. Ya le había contado demasiado.


–¿Te enseñó tu abuelo?


–Lo observé –respondió y, por la expresión de Paula, supo que ella había captado la diferencia.


–Y cuando murió dejaste que el gerente llevara todo esto hasta que tu hermana murió.


–Sí –respondió prácticamente apretando los dientes. ¿Cómo lo sabía?


–Así que ahora has tenido tiempo de cuidar a los caballos, pero no la casa.


–La casa no importa.


–Importa si hay raíces de árboles por los desagües. Importa, si voy a quedarme. Necesito cortinas nuevas para mi habitación. Esta mañana los fontaneros casi han tenido butacas de primera fila.


Él sonrió. Atrás había quedado la emoción y ella volvía a mostrarse díscola y firme. Deliciosa.


–Te compraré unas cortinas –le prometió.


–Vale. ¿Quieres que terminemos con la leña?


A modo de respuesta, él se acercó y le quitó uno de los guantes. Ella apartó la mano, pero no lo suficientemente deprisa porque él se la agarró, le separó los dedos y le dio la vuelta dejando a la vista su palma. Tenía tres ampollas abiertas. Lo sabía. Era una niña de Manhattan que acababa de salir de la facultad. Iba de dura, pero mentía.


–Es suficiente, Paula. Suficiente.


–Quiero este trabajo –fue un susurro y de pronto la emoción volvió a estar ahí–. No te imaginas cuánto lo deseo.


–Pues entonces, endurécete –le contestó mirando la piel abierta y expuesta–. Y no lo hagas matándote a trabajar, hazlo gradualmente, poco a poco. Cuando pasen seis meses estarás cargando leños como el mejor. Por ahora, ve a casa, lávate las manos y descansa.


–Yo...


–Hazlo.


Ella lo miró. Fue un error.

Duro De Amar: Capítulo 17

 –Aunque fueras un chico, te diría que te pusieras unos guantes – gruñó–. Hay un montón en el establo. Busca alguno de tu talla y no vuelvas hasta que los tengas puestos.


–No necesito...


–Soy tu jefe –contestó con brusquedad–. Pago tu seguro y o te pones guantes o no trabajas.


Ella se puso recta y lo miró. Esa mirada tal vez funcionaba con alguien, pensó, pero no con él.


–Tú eliges –dijo y volvió a arrancar la sierra eléctrica.


Ella lo miró con furia y, airadamente, fue hacia el establo para ponerse unos guantes. Después volvió y siguió trabajando. Trabajaron sin interrupción durante dos horas y Pedro estaba totalmente desconcertado. Empezó a cortar los leños un poco más pequeños para que a ella le resultara más fácil apilarlos, aunque se había esperado que al cabo de media hora se hubiera cansado y lo hubiera dejado. Sin embargo, no había sido así. Él había seguido cortando y ella apilando, tanto que Pedro había tenido que llevar el remolque a la casa para vaciarlo. Mientras, Paula había seguido a la camioneta hasta la casa y le había ayudado a descargar los leños. Después, cuando él fue a ver cómo se encontraban Daisy y la potrilla, ella, sin que nadie se lo pidiera, volvió hasta el río con el remolque y siguió cargando leña. O era más fuerte de lo que parecía o era una cabezota. Pedro no lo sabría hasta que no le viera las manos, pero no podía vérselas porque no se había quitado los guantes todavía. Estuvo trabajando a ritmo constante, un ritmo que a él le resultó desconcertante. Era de Nueva York, no debería poder cargar leña con tanta facilidad como él. Pero así era. Cuando, finalmente, el segundo remolque estuvo lleno, llegó la hora del almuerzo. Él se había preparado unos sándwiches de ternera y había echado unas cervezas, pero no había suficiente para los dos y ya era hora de que ella parara de trabajar.


–Hay mucha comida en la cocina. Hoy has trabajado mucho. Vuelve a casa y descansa un poco.


Ella negó con la cabeza. Al llegar, llevaba puesta una sudadera que se había quitado un momento después y ahora se había acercado hasta donde la había dejado y había sacado un paquete de debajo. Dentro había una botella de agua y unos sándwiches, mejor preparados que los que él había llevado.


–¿Cómo has...?


–Has dejado el pan de molde y la tabla de cortar junto a la pila. No hace falta ser Einstein para imaginarse que habías preparado sándwiches, así que he pensado que si tú ibas a evitar a los fontaneros, yo también.


–No estoy evitando a los fontaneros.


–Entonces, ¿Estás evitándome a mí? ¿Podrías decirme qué tienes en contra de las mujeres? –le dió un mordisco a su sándwich con gesto de indiferencia, como si no le importara realmente la pregunta que le había formulado.


–No tengo nada en contra de las mujeres, simplemente creía que no podrías hacer este trabajo.


–Pues ahora ya has visto que sí que puedo –dijo mirándolo y sonriéndole, como si él acabara de lanzarle el mayor de los cumplidos.


¿Estaba tomándole el pelo?


Pedro le devolvió la sonrisa, no tuvo elección.


–Estás más que preparada para el trabajo. Anoche ya te ganaste el sueldo de tus seis meses entero. Puedes irte feliz a casa.


–Si es que quiero irme a casa.


–¿Quieres quedarte?


–Sí –respondió y le dio otro mordisco al sándwich–. Tengo una reputación que crearme. Trabajar seis meses y tener unas referencias de Werrara al final del periodo me permitiría encontrar un buen trabajo cuando vuelva a casa. Eso sí, por favor, no actualices tu Web mientras esté buscando trabajo. Este lugar es conocido internacionalmente como un gran criadero de caballos, pero ver el retrete exterior te daría muy mala reputación.


–A los clientes no les interesa el retrete, les interesan los caballos.


–¿Y por eso no te preocupas de nada más?


Era una pregunta y estaba esperando una respuesta. No era asunto suyo, se dijo Pedro. No tenía por qué responderle, pero ahí estaba Paula, masticando tan contenta esos sándwiches que ella misma se había preparado después de haber trabajado tanto durante la noche y la mañana. Había recorrido medio mundo para aceptar un trabajo espantoso.

Duro De Amar: Capítulo 16

Él no estaba en la cocina, pero le había dejado una nota:


"Lo siento, pero tendrás que seguir utilizando el baño exterior esta mañana. El arreglo de fontanería estará listo esta noche. Sírvete el desayuno y vuelve a dormir. Te lo mereces. Estoy trabajando en el cercado trasero, pero voy a ver a Daisy y a su potrilla cada un par de horas. Parecen estar genial. Gracias".


En esa nota no tenía nada por lo que emocionarse, nada por lo que esa alegría que la invadía le produjera... cosquilleos. Pero lo hacía. ¿Debería volver a la cama? Había creído que quería dormir hasta el lunes, pero se equivocaba. Dos tostadas y dos tazas de café cargado después (por cierto, ese era un plus; Pedro sabía lo que era un café decente), salió en dirección a los establos. Conforme a lo prometido, Daisy y su potrilla estaban fabulosas. La yegua era de un intenso color rojizo con las crines y las patas blancas y su potrilla era su viva imagen. Parecían muy alegres y Daisy no se quejó mientras ella le hizo un reconocimiento.


–Las llevaré a dar un pequeño paseo esta tarde por el cercado – le prometió–. Por ahora no puedes hacer ejercicio, pero tu bebé lo necesita.


¿Dónde estaba Pedro? Además del ruido que estaban haciendo los fontaneros, Paula también pudo oír el sonido de una sierra eléctrica. ¿Estaba trabajando? Bueno, lo dejaría tranquilo... ¡Sí, ya, ni ella se lo creía! Se dirigió hacia el sonido siguiendo el arroyo que se extendía por debajo de la casa. Era una propiedad de lo más asombrosa. El terreno había sido desmontado convenientemente y eucaliptos rojos salpicaban el paisaje donde unas cuantas reses pastaban tranquilamente bajo los árboles. Estarían acostumbradas a mantener la hierba corta, una necesidad con esos prados tan exuberantes. El terreno se ondulaba suavemente frente al magnífico telón de fondo formado por las cumbres de las Nevadas. La lluvia de la noche anterior lo había limpiado todo y las aves del lugar parecían estar graznando encantadas. Las Tierras Altas australianas. En Internet había visto que era un lugar precioso y, en esa ocasión, la Web no había mentido. Bordeó un recodo del riachuelo y vió algo más bonito todavía. Pedro. Con el torso desnudo y a punto de cortar unos leños. Se detuvo, impactada y casi sin aliento. Nunca había visto un cuerpo tan... esbelto y fibroso. Si fuera otra clase de chica se habría permitido un desvanecimiento de lo más virginal, pensó mientras luchaba porrecobrar el sentido. Él alzó la cabeza y, al verla, se quedó quieto.


–Deberías estar durmiendo.


–He venido aquí a trabajar.


–Ahora mismo no hay más yeguas dando a luz.


–Gracias a Dios –respondió con una tímida sonrisa.


Paula miró a su alrededor y vió una pila de leños cortados en un remolque y otro montón no apilado de leña a su lado. Levantó un leño y lo echó al remolque.


–No puedes hacer eso.


Colocó otros dos más.


–¿Por qué no?


–No es tu...


–¿Trabajo? Sí que lo es. El acuerdo era que trabajaría como veterinaria y como mozo para trabajos en general.


–Mozo –repitió él con algo parecido a la aversión.


–¿Tenemos que volver al tema?


–No, pero...


–Pues entonces ya está –dijo ella, y sonrió mientras seguía cargando leños.


¿Cómo iba a trabajar un hombre con una mujer así a su lado? Había usado el remolque para sacar un árbol seco del riachuelo que, una vez cortado, le había proporcionado un año de leña, pero ya apenas quedaba y era necesario cortar más. Pero no con Paula. Ella no conocía las reglas, estaba cargando leños como si fuera su colega, en lugar de... ¿En lugar de qué? Estaba siendo un machista. ¿Es que no había aprendido la lección la noche anterior? Pero los leños pesaban demasiado para una mujer, sus manos... Por otro lado, ella no quería que la trataran como a una mujer, se recordó.