lunes, 19 de julio de 2021

Duro De Amar: Capítulo 25

Pedro quería ver qué tal montaba a caballo; en su carta de referencia decía que sabía, pero prefería verlo.


–He ensillado a Pegaso para tí –le dijo señalando a los dos caballos listos para partir.


–Eh, hola –Paula se acercó a los dos caballos muy tranquila y confiada, y al minuto ya eran grandes amigos–. No me lo digas, tú vas a montar al caballo de dos años lleno de energía y yo voy a montar a Pegaso, que es como un caballo de balancín.


Era buena. Solo un minuto y ya los había catalogado acertadamente a los dos. Maestro era su caballo favorito, un animal joven y enérgico. Pegaso se acercaba a los veinte años y había sido el caballo de su abuelo.


–No te ofendas, Pegaso –dijo Paula acariciándole la oreja, ahí donde al animal más le gustaba–, pero tu dueño quiere comprobar si sé montar, aunque no comprobará nada si te monto a tí –se subió a la silla con la habilidad de alguien que se había pasado años sentada a lomos de un caballo–. ¿Qué te parece si vamos al cercado trasero y te cambio por un caballo que pueda correr mucho, porque eso es lo que me apetece ahora mismo? O también podría montarte Pedro.


–No quiero arriesgarme a que te partas el cuello –bramó Pedro.


–Si querías una chica, deberías haber puesto un anuncio buscando a una. ¿Crees que habría solicitado este trabajo si no me encantaran los caballos?


–Estos caballos son distintos a los caballos que estás acostumbrada a montar.


–Y precisamente por eso quiero montarlos. No me trates con condescendencia, Pedro. Déjame montar.


Juntos cabalgaron hasta el cercado donde él tenía a sus mejores caballos, los que estaban listos para ser vendidos. Para muchos de sus caballos el entrenamiento inicial ya se había hecho, al menos eso era algo que Adrián había mantenido. No podían estar entrenados a la perfección, porque para eso hacían falta varios años, pero para cuando salían de su granja los caballos conocían lo básico del trabajo con ganado. Su abuelo se había enorgullecido de que nunca nadie le hubiera devuelto un caballo y, por suerte, las habilidades de Brian con los caballos no se habían visto comprometidas por sus dudosas prácticas como contable, de manera que la reputación de Werrara seguía intacta en ese sentido y Jack no tenía ninguna intención de que eso cambiara. Sin embargo, entrenar llevaba tiempo y energía y esa era la razón por la que la casa se encontraba en ese estado. Sus caballos eran lo primero. Y también lo eran para Paula. Iba a lomos de Pegaso un poco por delante de él y pudo ver la posición de sus manos, de su cuerpo, el modo en que recorría con la mirada el suelo en busca de desniveles como conejeras. Le lanzó algún que otro comentario por encima del hombro mientras cabalgaba y, al hacerlo, parecía relajada, aunque él sabía que para ella el caballo era su prioridad. Para cuando llegaron al cercado de arriba, él ya estaba casi deseando verla a lomos de un buen caballo. Un buen caballo de ganado podía restarle confianza en sí misma, aunque, por otro lado, tampoco estaría mal que eso sucediera. Era demasiado... alegre y optimista. Creía que el mundo era un lugar genial, que a la gente buena le pasaban cosas buenas y que la vida era justa. Él sabía quién era su padre, su familia tenía mucho dinero. Esa mujer debía de haber tenido lo que había querido desde que nació. A lo mejor no le iría mal que la desafiara con algún que otro caballo. Un caballo con un poco de energía y no un caballo de balancín. Sonrió.


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