viernes, 9 de julio de 2021

Duro De Amar: Capítulo 4

Se había propuesto mostrarse fría, mostrarse muy digna, pero sus primeras intenciones se habían quedado en nada. Sus últimas palabras habían sonado casi histéricas, un grito en el silencio. ¡Daba igual! ¿A quién le importaba lo que él pensara? Tiró de la palanca del maletero, lo abrió, y fue a sacar su equipaje. Pero pisó un socavón, se tropezó y ese arrogante mequetrefe la sujetó hasta asegurarse de que tenía estabilidad sobre el suelo. Ella alzó la mirada directamente hacia su rostro. Vió poder, vió fuerza, vio furia. Pero también vió más. Vió una belleza pura, en bruto. Tuvo que controlarse para no suspirar. Esbelto, duro, aguileño. Heathcliff, pensó, y Mr. Darcy, y todos los ardientes ganaderos por los que había suspirado en las películas y novelas; era todos ellos en uno. Un atractivo puro, auténtico. 


La soltó y Paula pensó que tal vez debería recostarse un instante sobre el coche para recomponerse. Daba igual que ese lugar fuera un absoluto desastre, que ese trabajo fuera un absoluto desastre. Estar cerca de ese tipo pondría su cabeza patas arriba. Aunque ya la tenía; estaba a punto de marearse. «Céntrate en tu rabia», se dijo. «Y en los detalles prácticos. Saca tus cosas del coche. Se va a pensar que eres una princesa de Nueva York si esperas que lo haga por tí». Él ya estaba haciéndolo, agarrando su monísima maleta rosa (regalo de su madre), que miró con aversión, cerrando el maletero de un portazo y girándose hacia la casa.


–Estacione el coche cuando deje de llover –dijo por encima del hombro–. Donde está, estará bien durante la noche.


¿Se suponía que tenía que seguirlo? ¿Seguirlo hasta esa pesadilla de la Familia Adams? Un relámpago iluminó el cielo. Justo lo que faltaba. Y, a continuación, el trueno retumbó. Pedro había llegado al último escalón y estaba recorriendo el porche. Llevaba su maleta. Ella gimoteó. Ya no había solución. Gimoteó otra vez. Su familia la consideraba una bebé indefensa y si pudieran verla ahora... Les demostraría que tenían razón, porque así era exactamente como se sentía. Lo que más quería era estar de vuelta en Manhattan, tirada en su preciosa habitación de color melocotón y esperando a que María le llevara su chocolate caliente. ¿Dónde estaba su doncella cuando más la necesitaba? A medio mundo de distancia. Más relámpagos. Oh, Dios mío... Pedro desapareció al otro lado del porche y su maleta desapareció con él. No tenía elección. Respiró hondo y lo siguió. Él le mostró su habitación y la dejó sola. Después, fue hacia su improvisado despacho, abrió el ordenador y agarró la carta original. ¿Podía despedir a un trabajador solo porque fuera mujer? Seguro que podría si ella había mentido en la solicitud de empleo.


"Mi hijo, Paulo, está buscando experiencia laboral en una granja de caballos australiana. Pau está titulado por la Facultad de Veterinaria y también puede desempeñar labores de granja en general. El salario no será un problema; lo que Alex quiere por encima de todo es experiencia".


«Mi hijo».


Buscó los e-mails y los imprimió. Después de la primera carta de Miguel, había escrito directamente a Pau, aunque en ninguno de sus correos, todos ellos educados y formales, había mención alguna sobre su sexo. 

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