viernes, 29 de enero de 2021

Perdóname: Capítulo 65

 —Naturalmente —contestó Pedro con una nota de satisfacción en su profunda, ronca voz—. Cuando hables con Fernando esta noche, dale recuerdos de mi parte.


A galope, de vuelta al establo, Paula pudo echar la culpa de sus lágrimas al viento helado, que parecía haber brotado no se sabía de dónde. En esa ocasión estaba preparada para Pedro. Cuando llegaron al establo, él se bajó del caballo, y ella se bajó por el otro lado y salió corriendo. No se dió cuenta de que llevaba puesta la chaqueta de Leticia hasta que no entró en el remolque y esperó a que se le borraran las lágrimas. Dominic y Leticia, en el sofá, levantaron la vista al mismo tiempo con miradas inquisitivas. Dominic fue el primero en hablar.


—¿Te encuentras bien?


—S… sí, claro.


—¿Qué tal el paseo? —quiso saber Leticia.


—Muy… muy bien. ¿Y qué tal Baltazar? ¿Ha montado mucho follón?


—En absoluto. Está dormido, en la cama.


Paula sentía que las mejillas le ardían. Probablemente estuviera colorada. Se sentía como una tonta. Se quitó la chaqueta y la dejó sobre el brazo del sofá.


—Muchas gracias por prestármela, Leticia.


—De nada. Cariño… —contestó Leticia volviéndose hacia su marido—, creo que es hora de marcharnos a descansar. Si te llevas a Camila, yo recogeré las cosas y las guardaré en la bolsa.


Pedro cerraba la puerta del establo y se encaminaba hacia ellos cuando Paula les dió las gracias y las buegas noches. Incapaz de enfrentarse a él, se apresuró a entrar en el dormitorio y se preparó para marcharse a la cama. Con Baltazar dormido, Pedro no tenía razón alguna para entrar. Los Giraud debían de estar entreteniéndolo. Ella cerró la puerta, apagó la luz y se metió debajo de las sábanas. Su corazón parecía retumbar en la habitación. Hacía tanto ruido que se temía que él entrara a averiguar de qué se trataba. Veinte minutos después, comenzó a serenarse. Estaba empezando a sentir cierta calma cuando la puerta se abrió. La alta silueta masculina de Pedro se dibujó contra la luz que entraba procedente del salón. 


—Te has olvidado de esto —dijo él dejando el teléfono móvil sobre la cama—. Que no se diga que me he interpuesto en medio de un amor verdadero.





Ezequiel bajó de la avioneta bimotor con una bolsa de fin de semana, y caminó a grandes zancadas hacia Pedro y Dominic, que lo esperaban en el aeropuerto. Tras dejar la bolsa en el maletero, subió al asiento de atrás y estrechó las manos de sus amigos. Sin embargo, Pedro notó enseguida que no sonreía. Dom también se había dado cuenta.


—¿Qué ocurre, mon ami?


—Tengo noticias… —contestó Ezequiel mirando directamente a Pedro— … en relación con Paula. ¿Por qué no salimos de aquí, y se los cuento?


Pedro tragó, arrancó y condujo desde una carretera alquitranada hasta un camino aislado. Tras detenerse, se volvió hacia Ezequiel.


—Adelante, cuéntame de qué se trata.


—Ayer tuve que volar a San Diego para entrevistarme con unos ingenieros que iban a mandarme un material especial que, al final, no me mandaron y, mientras estaba allí, se me ocurrió llamar por teléfono a los padres de Paula y preguntar por Fernando Hammond fingiendo que era un amigo de él.


—¿Y qué te dijeron? —preguntó Pedro rígido.


—Que jamás habían oído hablar de él. No tenían ni idea de quién era.


Pedro dejó escapar un gemido.


—Recordé que me habías dicho que había ido a un instituto de allí, así que llamé a todos los institutos y universidades de la zona. Jamás había habido ningún Fernando Hammond inscrito allí.


La adrenalina comenzó a acumularse y a desbordar en el sistema nervioso de Pedro poniendo en marcha todas las alarmas. 


Perdóname: Capítulo 64

 —Gracias, Leticia.


Tras inclinarse para besar a Baltazar, Paula salió del remolque detrás de Pedro. El establo estaba a poca distancia. Hacía frío, pero los colores que el sol arrancaba al cielo con su puesta eran muy bellos. Pedro abrió la puerta del establo. Cuando Paula lo alcanzó, él había salido y le tendía la chaqueta de Leticia. Ella evitó su mirada y se la puso. Las manos de Pedro sobre sus antebrazos parecían reacias a dejarla marchar. Paula se apartó con el pulso acelerado y caminó hacia el establo apenas sin aliento.


—¡Pero si solo hay un caballo! —gritó alarmada.


—Exacto —contestó él—. El semental de Dominic está en el veterinario. Esta es la yegua de Leticia, Coral —Pedro alcanzó las riendas, colgadas de la pared, y se las colocó al caballo entre los dientes—. Vamos, ven. Ponte de pie, aquí, yo te ayudaré. Apoya el pie aquí, en mis manos.


Aquello la obligaría a estar muy cerca de él, que era justamente lo que, hasta ese momento, había evitado.


—¿Por qué no... Por qué no montas tú y yo te miro?


—No te asustes, Coral está acostumbrada a que la monte. ¡Arriba!


Antes de que pudiera detenerlo, las manos de Pedro se posaron sobre su cintura elevándola por encima del caballo. Luego saltó como el rayo tras ella y agarró las riendas.


—¿Cómo aprendiste a hacer eso? —preguntó ella maravillándose de su habilidad, a pesar del miedo que le producía estar tan cerca.


—Leticia solía montar en el rodeo. Es una profesora excelente. Tú simplemente inclínate sobre mí y no te caerás. Vamos, ¿Quieres?


Pedro chasqueó la lengua. Coral comenzó a caminar y salió del establo. Cuando estuvieron en campo abierto, la yegua echó a galopar. Sin nada a qué agarrarse, Paula no tuvo más remedio que dejar que él la abrazase. Volaron por la tierra cada vez más deprisa. Ella experimentó una repentina ola de felicidad como jamás la había vivido. Pedro no tiró de las riendas hasta que no llegaron a la cima de la colina desde la que se divisaba el río. Coral hizo cabriolas, y mientras Paula sintió los dedos de Pedro retirarle el pelo de los hombros.


—Ahora que esta seda no me oculta la visión —susurró él contra su oído—, puedo enseñarte la ruta que tomará el tren.


Aquel contacto la derritió. Quizá Pedro no fuera consciente, pero había deslizado la mano izquierda por su cadera hasta llegar al centro del estómago, y había rozado su mejilla con la mano derecha al señalarle una línea imaginaria que corría paralela al río. Era imposible concentrarse sintiendo los furiosos latidos del corazón de él contra su espalda. Su respiración se había hecho lenta y pesada, igual que la de ella. La mano de Pedro comenzó a acariciarle el estómago, a presionarla contra él.


—Dios mío, Paula —dijo él con voz ronca, llena de emoción—, Hueles maravillosamente.


Su boca hizo pequeñas incursiones en su nuca, besando y lamiendo su piel cálida, volviéndola loca de deseo.


—¡No… no debemos hacerlo! —jadeó Paula frenética, sintiendo que Pedro la agarraba de la barbilla para obligarla a volverse hacia él—. No sería justo para Fernando.


—Yo llegué antes que él, la existencia de Balta lo demuestra. Sé que aún me deseas, seamos sinceros en eso, al menos —musitó Pedro salvaje, antes de inclinarse para besarla en la boca.


Durante unos segundos Paula sintió que perdía el sentido mientras Pedro comenzaba a besarla hasta beberse su aliento. Llegó a olvidar que estaba sobre un caballo, en mitad de ninguna parte. Lo único real era el hombre al que amaba con cada célula de su cuerpo. Sin embargo, cuando se escuchó a sí misma gemir de éxtasis, aquello la devolvió a la realidad y a la conciencia de lo que estaba haciendo. Reunió todo su coraje y se apartó, interrumpiendo aquel beso y el hechizo que él tenía sobre ella. No habría sido capaz de decidir quién de los dos estaba más tembloroso.


—No recuerdo que esto formara parte de nuestro trato —dijo desdeñosa—. Bien, ahora que has conseguido quitártelo de la cabeza, volvamos al remolque. 

Perdóname: Capítulo 63

 —¡Qué ilusión! —exclamó Paula desde la cocina mientras salteaba cebollas y pimientos—. ¿Dónde la van a construir?


—Justo aquí, en esta propiedad, con los caballos. Pedro y Ezequiel son tan nómadas que les hemos dicho que se vengan aquí a construir su casa también. Cuando estén preparados, claro. Hay terreno suficiente para todos, manteniendo la intimidad.


—¿Y… y Pedro les ha dicho que sí? —preguntó Paula incapaz de contenerse.


—Se lo está pensando —no quería que Leticia le contara nada más. Oír aquello la estaba matando, porque jamás formaría parte de ello—. ¿Te ha contado Pedro que el tren de alta velocidad pasará por mi propiedad?


—No, no tenía ni idea.


—Es emocionante descubrir que estas tierras formaron parte del Pony Express y que ahora se usarán para un nuevo tren revolucionario. 


—Pero ¿No va a costar eso billones de dólares?


—Sí, desde luego. Los hombres están arriesgando hasta el último penique en este proyecto, sus fortunas enteras dependen del éxito. Durante este último mes he estado viajando con Dominic, tratando de ayudarlo, de hacer mi parte, que no es mucho.


Para Paula, viajar por todo el país con Pedro le había hecho darse cuenta de lo que podría significar trabajar con él, unirse a él en ese sueño que aquellos notables hombres se empeñaban en hacer realidad. Al enterarse de lo caro que saldría aquel proyecto se dio cuenta, más que nunca, de que había hecho lo correcto al romper con Alik. Sin embargo, jamás envidiaría a nadie tanto como envidiaba a Leticia Giraud.


—Si me disculpas un segundo, enseguida vuelvo.


Paula entró en el baño justo a tiempo para aferrarse a la toalla y romper a llorar. Así amortiguaría el sonido.



—Paula, vas a tener que darle la receta a mi mujer. Son los mejores tacos que he comido en mi vida —comentó Dominic ayudándola a quitar la mesa.


—Gracias —murmuró Paula mientras llenaba el lavaplatos.


Una vez que todo estuvo recogido, Dominic se sentó en el sofá a jugar con Baltazar y Pedro ayudó a Leticia a dar de comer a Camila. Cuando Paula entró en el salón, Dominic levantó la vista.


—¿Por qué no van Pedro y tú a dar un paseo a caballo, antes de que se haga de noche? Puede enseñarte por dónde van a pasar las vías.


No, no se atrevía.


—Quizá sea mejor que no, yo… yo solo he montado a caballo un par de veces en mi vida, y además Pedro estará cansado del viaje…


—Jamás me había sentido más despierto —intervino Pedro poniéndose en pie—. Tranquila, Paula, te divertirás.


—No te preocupes por Baltazar —añadió Dominic—. Leticia y yo guardaremos el fuerte. Quiero ir acostumbrándome a este pequeñito. Me va a ayudar a ejercitarme para el gran acontecimiento.


Paula observó el íntimo intercambio de miradas entre Dominic y Leticia. El amor que se tenían el uno al otro era palpable.


—Usa mi chaqueta si tienes frío, Paula. Está colgada en el establo. 

Perdóname: Capítulo 62

 —¡Qué maravilloso es eso para Camila! —comentó Paula con lágrimas en los ojos—. Para todos. ¡Qué suerte! Supongo que ustedes estarán muy nerviosos de tener su propio hijo.


—Lo estamos —contestó Leticia con voz trémula—. Espero que sea niño. Dominic le tiene mucha envidia a Pedro. Tu Baltazar es tan dulce, tan guapo como Pedro. He pillado a mi marido contemplándolo un montón de veces. Lo mira con anhelo…


—Sí, cuando le mostré a Pedro a su propio hijo, aquella fue la imagen más sorprendente que había visto jamás. Sea niño o niña, Dominic se enamorará irremediablemente de él.


—Pedro ha cambiado mucho desde que vino aquí la última vez — comentó Leticia mirando a Paula pensativa—. Le sienta bien ser padre. Escucha, Paula, no tengo ni idea de qué ocurrió entre ustedes, y desde luego no es asunto mío. Por favor, perdóname si me meto en algo demasiado personal, pero tengo que decirte que quiero mucho a Pedro, y te admiro por haberle dicho que tenía un hijo.


Aquellas palabras le llegaron a Paula hasta lo más hondo del corazón. Ella bajó la cabeza, y Leticia continuó:


—Pedro siempre estuvo con nosotros cuando Dominic y yo lo necesitamos, aun cuando estaba destrozado por la ruptura de su compromiso… Aun, incluso, cuando las cosas iban tan mal entre nosotros que pensé que nos separaríamos. El hecho de que hayas venido y le hayas ayudado a hacerse a la idea de que es padre… bueno, eso le ha dado energías nuevas en la vida. Comprendo que para tí tiene que ser muy difícil vivir con él ahora, cuando estás planeando casarte el mes que viene. Lo único que puedo decirte es que te admiro por enfrentarte a una situación para la que la mayor parte de las mujeres no tendrían coraje.


—Gracias —susurró Paula—, pero eres tú quien merece esos halagos. Yo te admiro por cuidar de Camila, por amarla cuando tu hermana no podía hacerlo. Es una historia tan tierna —terminó aclarándose la garganta.


—Los bebés son irresistibles, ¿No crees? —contestó Leticia, tan emocionada como Paula.


—Sí.


—Dominic era como la plastilina la primera vez que puse a Camila en sus manos. ¡Te juro que se enamoró de ella antes que de mí!


—Tienes un marido maravilloso. 


—Lo sé —contestó Leticia sorbiéndose la nariz—. ¿Cómo es tu novio? ¿Tienes alguna foto de él?


Aquella pregunta hizo renacer el dolor en Paula.


—No, me… me las dejé. Cuando fui a Nueva York, solo planeaba estar allí tres días. F… Fernando es completamente distinto de Pedro. Escucha, ¿Por qué no te tumbas en el sofá mientras hago la cena? Te traeré una cola.


—Deja que te ayude.


—No, por favor, quiero hacer esto por ustedes. No es fácil cuidar de un bebé de diez meses estando embarazada. Si sales de la cocina, quizá el olor a gambas no te moleste tanto —añadió tendiéndole una lata de cola—. ¿Quieres ver el álbum de fotos de Baltazar?


—¡Me encantaría!


—Está en el dormitorio, iré a por él.


Al volver Paula con el álbum, Leticia añadió:


—Dominic y yo estábamos tan nerviosos por ver una foto de Baltazar con Pedro por el correo electrónico que cuando la recibimos, la pegamos en la nevera.


—¿Tienes sitio en la casa para el bebé que están esperando?


—¡No! —rió Leticia—, es casi tan pequeña como este remolque. Por suerte la casa nueva estará terminada hacia mayo, para cuando llegue el bebé. 

Perdóname: Capítulo 61

 —Creo que se han llevado a los niños consigo —comentó Leticia al entrar en el remolque con las bolsas del supermercado—. Vamos a darnos prisa ahora que están fuera. Deja que te ayude a traer el resto de cosas del coche. Lo guardaremos todo antes de que lleguen los niños muertos de hambre. ¡Otra vez!


Ambas rieron. A Paula le encantaba Leticia.


—Si insistes, pero entonces te repito que Dominic y tú tendrán que quedarse a cenar. A Pedro le encantan los tacos de gamba. ¿Te gustan a tí?


—Bueno, en otro momento te habría dicho que son divinos.


—Ah, pues si prefieres, hago otra cosa.


—No, a ellos les encanta el pescado, soy yo la que tiene un problema. Acabo de descubrir que estoy embarazada.


Paula dió un grito de satisfacción.


—Pues no creo que Pedro lo sepa, sino me lo habría dicho.


—Bueno, supongo que a estas horas Dominic ya le habrá dado la noticia —contestó Leticia—. He tenido náuseas. Me ocurre por las tardes, suele pasárseme hacia las nueve.


—Sé de qué me hablas, Leticia. Para mí el refresco de cola fue un salvavidas durante los nueve meses. Me alegro de haber comprado seis litros esta tarde.


—Bueno —asintió Leticia—, mi ginecólogo me ha prescrito una medicina. Dice que en un par de días estaré mucho mejor.


—Espero que sí.


—No sabes cuánto me alegro de que hayas venido. Este es mi primer embarazo, y como tú acabas de pasar por la experiencia tengo un montón de preguntas que hacerte.


—Pero yo pensaba que Camila…


—¿Es que no te lo ha contado Pedro?


—Me dijo que Dominic había adoptado a Camila —contestó Paula apartando los ojos—, pero pensé que era tuya.


Tras unos instantes en silencio, Leticia contestó:


—Comprendo. Bueno, mi hermana era una adolescente cuando se quedó embarazada de Camila. El padre huyó. Resumiendo, Dominic y yo la adoptamos, con la bendición de mi hermana, como si fuera nuestra. Ahora mi hermana está felizmente casada, y cuando sean más mayores y estén preparados para asumir esa responsabilidad, esperan poder tener familia.

miércoles, 27 de enero de 2021

Perdóname: Capítulo 60

 —Solo estaba pensando en lo buen padre que te has convertido — contestó Pedro sonriendo.


—Esperemos —contestó su amigo encogiéndose de hombros—. Hace dos días Leticia me informó de que vamos a tener un niño. Sinceramente, estoy aterrado.


Aquello era lo último que esperaba oír. Pedro le dió unas palmaditas en la espalda a Dom.


—Eres un hombre de suerte, ¿Lo sabías? Tienes una mujer preciosa que te quiere, una hija pequeña que te adora, y ahora van a tener un hijo juntos. Deja que te diga algo, Dom. Hacerle el amor a Paula, concebir a Baltazar, ha sido la experiencia más increíble de mi vida hasta el momento, pero no puedes imaginarte lo aterrado que estoy ante la idea de que la mujer a la que amo se case con otro hombre.


Bajo sus cejas negras, los inteligentes ojos de Dominic buscaron los de su amigo por un momento.


—¿Quieres decir que no has logrado descubrir nada desde que está viviendo contigo? ¿Nada que pueda darte una pista de por qué huyó?


—Pensaba que la causa era mi padre, pero mi madre descubrió el sábado pasado que Paula estaba conmigo y vino a ver a Baltazar. Hasta convenció a Paula de que viniera a Nueva York, al cumpleaños de mi padre, el próximo sábado. Y, si está deseando ver a mi padre, entonces mi teoría se viene abajo.


—Pedro… —contestó Dominic, sin dejar de maquinar con su brillante cerebro—… ¿Se te ha ocurrido pensar cómo es posible que una mujer que el año pasado huyó de tí a toda prisa vuelva a ponerse este año en la misma situación cuando aún no se ha casado?


Pedro cerró los ojos apretando con fuerza los párpados.


—Me he hecho tantas preguntas a mí mismo que son casi como un martillo en mi cerebro, pero aún no he conseguido hallar una solución que tenga sentido. Quizá Paula tenga tanto miedo de que reniegue de nuestro trato que esté dispuesta a hacer cualquier cosa para agradarme.


—¡No hasta ese punto! Esa es justamente la razón por la que no encaja. Tú y yo hemos sufrido problemas muy similares en nuestra familia. El día en que los dos admitimos que no podíamos superar la situación con respecto a nuestros padres fue un día triste. ¿No crees que quizá haya llegado la hora de admitir que ocurre lo mismo con tu madre? —la pregunta de Dominic quedó en suspense, en el aire—. Excepto por el hecho de que Paula está deseosa por volver a la escena del crimen — insistió Dom.


—Es más que eso, Dom, me rogó que fuéramos. Su excusa era que teníamos que hacer todo cuanto estuviera en nuestra mano para allanarle el camino a Balta. Si mi madre se trae algo entre manos con Paula, no imagino qué pueda ser.


—Ni yo, pero cuando vayas a Nueva York mantendrás los ojos y los oídos bien abiertos, ¿N'est-ce pas? Como decís en inglés, huelo a rata. Y Ezequiel también.


—Lo sé, hablamos el otro día.


—Llegará aquí mañana. Quizá tres cabezas reciban por fin la inspiración divina.


—Eso suena bien —contestó Pedro pasándose una mano por el pelo—. No me vendría mal una intervención de Dios, sino, no sé cómo voy a resolverlo, Dom.


—Por desgracia yo he pasado por lo mismo que tú, y sé exactamente a qué te refieres. Vamos, demos una vuelta con los niños por el jardín.



Paula vió dos figuras altas y masculinas paseando entre el establo y la cabaña de madera, en la distancia. La dureza del paisaje del Oeste, tras la vegetación del lugar de la excavación, formaba un contraste sorprendente. En el Oeste, el aire helado y seco resultaba mucho más fino. Ella, que había vivido toda su vida junto al mar, sentía que sus pulmones aún se estaban ajustando a aquella altitud de setecientos metros sobre el nivel del mar. La esposa de Dominic, Leticia, era una bella rubia, una persona encantadora que irradiaba felicidad y energía. Comprendía que Pedro valorara tanto su amistad. Desde su llegada, a mediodía, los Giraud se habían mostrado deseosos de ayudar. Más aún, la habían tratado a ella con cordialidad y respeto. Fueran cuales fueran sus sentimientos, Baltazar y ella habían recibido el mismo trato que Pedro. Aquella generosidad pesaba sobre Paula, que veía aumentar su pena al darse cuenta de lo que perdería cuando se marchara a San Diego.


Perdóname: Capítulo 59

Leticia Giraud insistió en llevar a Paula al supermercado de Laramie a hacer la compra. Pedro las observó marcharse con una sensación de pérdida tal que comprendió que tenía un problema, un grave problema. Durante el viaje, siguiendo un acuerdo tácito, ninguno de ellos habían hablado de temas espinosos. Paula había mostrado un interés genuino en el proyecto del tren de alta velocidad, y le había hecho innumerables preguntas que él había contestado de buena gana. Un tema había ido dando paso a otro, y al final habían acabado hablando del tren intercontinental y de su importancia en la apertura del Oeste. 


Después, la conversación giró hacia el asunto del Pony Express y, por último, Pedro le había contado cómo se habían conocido Leticia y Dominic y su historia de amor. Como resultado de todo ello habían pasado tres gloriosos días juntos, disfrutando de un otoño muy moderado. Con su hijo bien sujeto a la silla justo detrás de ellos, había experimentado tal sensación de ser una familia, se había sentido tan bien, que no le parecía posible que Paula fuera a quedarse solo dos semanas más para volver después a San Diego con su hijo y casarse con Fernando Hammond. Cuando lo pensaba, sentía como si una negrura invadiera su alma, se sentía ciego de dolor. El consejo de Ezequiel cobraba sentido más que nunca. Cuanto antes hablara con el prometido de Paula y le hiciera saber que tenía pensado mantenerse cerca de su hijo de por vida, antes descubriría de qué pasta estaba hecho aquel hombre. Tal y como Ezequiel había dicho, algunos hombres jamás serían capaces de soportar una situación como esa de por vida.


Pedro estaba decidido a descubrir hasta qué punto estaba Fernando Hammond enamorado de Paula en cuanto volvieran de Nueva York. Nicky era la única razón por la que consideraba la idea de asistir a la fiesta de sus padres. Desde luego no lo hacía por su padre. Paula tenía mucha razón al decir que debían olvidar toda enemistad en la familia por el bien de su hijo, que tendría que crecer en el seno de una enorme familia con muchos abuelos. Si las relaciones continuaban siendo tensas, su hijo se mostraría curioso y haría preguntas cuando creciera. Se vería pillado en medio y acabaría enfermo, igual que él. Y si la historia se repetía a sí misma entonces no había aprendido nada sobre la vida. Tenía que hacer un esfuerzo por comportarse de una manera civilizada con los de su propia carne y sangre, por el bien de su hijo. Paula había hecho un trabajo excelente en ese sentido, pero no había conseguido engañarlo ni por un segundo. Él sabía lo cruel que podía llegar a ser su madre. Aún recordaba atormentado el dolor que le había causado a su hermano Federico.


Pedro sabía, ya desde la adolescencia, que, a juicio de Ana Alfonso, ninguna mujer sería lo suficientemente buena para él. Así se lo había explicado a Paula antes de llevarla a Nueva York a conocer a su familia, quería asegurarse de que ella lo comprendía. Ella jamás hubiera debido de sorprenderse de que su madre no la aceptara como nuera. Le había asegurado entonces que nada de lo que pudiera decir su familia conseguiría cambiar su amor y, por otro lado, el sorprendente y cordial recibimiento de sus padres en aquel momento, nada más conocerla, lo había dejado tranquilo. Por eso la  había dejado con su familia unos días para atender a una situación de emergencia y cubrir la ausencia de un amigo en un seminario. Si su familia había sido de algún modo responsable de la ruptura del compromiso, ella jamás había dicho una palabra. ¿Por qué, si era así, iba a insistir ella en ir a Nueva York el fin de semana, al cumpleaños de su padre? Por Baltazar. El niño había conseguido hacer madurar a Paula de tal modo que Pedro estaba admirado. Observó a Dominic, que contemplaba admirado a su hija de diez meses en el columpio, y comprendió la enorme transformación que se había producido en él. Dom siempre había sido una bella persona, pero la pequeña Camila había transformado a aquel mundano y cínico soltero en un padre y un marido ejemplares, añadiendo una faceta nueva a su carácter. Y así quería ser él. Quería ser un hombre al que Baltazar pudiera amar y respetar. Y si, a pesar de todo, crecía y deseaba algo distinto, entonces había llegado el momento de demostrarle otra vez su amor, su tolerancia y su comprensión. Sería todo lo que jamás tendría de su propia sangre. Al mirarlo embelesado con Camila, Pedro se prometió hacer todo cuanto estuviera en su mano para salvaguardar ese amor.


—Un franco por tus pensamientos, mon ami. 

Perdóname: Capítulo 58

Pedro la miró a los ojos buscando su punto débil. Aquello le costó un esfuerzo sobrehumano, pero sostuvo su mirada penetrante sin ceder.


—No te creo.


El corazón de Paula comenzó a latir descontrolado. Ya estaba. Aquel era un instante crucial. Si decía lo que no debía acabaría por destruir a Pedro. Tanto como si le arrojara una granada a la cara. Se quitó la toalla. Su pelo mojado cayó por los hombros.


—Eso es porque no te das cuenta de cuánto te quiere tu madre. Ahora que he tenido a Balta, comprendo ese tipo de amor. Yo haría cualquier cosa por estar segura de que mi hijo me quiere hasta la tumba, y aún después. Tu madre sabía lo enamorado que estabas de mí. ¿Crees sinceramente que iba a hacer o a decir algo malo logrando así que te revolvieras contra ella, sabiendo lo mal que lo estabas pasando? ¿De verdad puedes imaginártela haciendo algo malo para su nieto, cuando acaba de descubrir que tenemos un hijo juntos? —continuó Paula por la tremenda—. ¡Jamás, Pedro! ¡Ni en un millón de años! Eres su hijo favorito, jamás se atrevería a hacer algo que arruinara tu relación con ella.


Pedro no se movió. Ni siquiera parpadeó.


—Y si eso es cierto, ¿Por qué pones esa cara de terror cada vez que la nombro?


—Si te parezco aterrorizada es porque su nombre me recuerda a lo que te hice cuando rompí nuestro compromiso y desaparecí del mapa para que no pudieras encontrarme.


—¿A dónde fuiste?


—A un rancho de un amigo de mi padre en Arizona.


Ante aquella noticia, Pedro la miró con crudeza, penetrando en su corazón. Paula luchó por contener las lágrimas, pero estas escaparon por entre sus pestañas sin poder evitarlo.


—No… no puedo creer que te tratara de ese modo cuando siempre habías sido maravilloso conmigo. Tuve que experimentar el hecho de tener un hijo para darme cuenta de lo inhumana que había sido contigo. Me creas o no, lloré mucho cuando volví a casa del hospital con Balta. Traté de no hacerlo delante de él, y en cuanto me hice a la idea de buscarte para decirte que tenías un hijo fui dejando de llorar poco a poco. Luego, cuando te ví de pie con Balta en brazos, comprendí que había hecho lo correcto. No puedo remediar el daño que te hice en el pasado, pero espero que un día seas capaz de perdonarme. Tu madre, evidentemente, me ha perdonado, está dispuesta a darme la bienvenida a su casa. Y, si lo piensas, lo mejor para Balta es que crezca sin que haya ninguna rivalidad entre tu familia, la mía y la de Fernando. Nuestro hijo  merece ser feliz en el seno de su familia, y si comenzamos ahora todos de nuevo con buen pie será un buen precedente para el futuro. ¿Sabes? Jamás confiaste en mí en relación a ciertos problemas que habías tenido con tus padres. Yo lo acepté, pero fueran los que fueran esos problemas… Sean los que sean, la llegada de Balta al mundo debe servir para que se solucionen. Él es adorable, y se lo merece.


Un melancólico silencio invadió la habitación. Quizá Pedro no creyera una palabra de lo que ella había dicho, pero tampoco quiso discutir. Al menos de momento. Paula, demasiado tensa emocionalmente como para seguir, encendió el secador y comenzó a secarse el pelo. Él la miró una última vez de un modo indescifrable y luego se llevó a Baltazar al salón. 

Perdóname: Capítulo 57

 —Por favor, Pedro —rogó Paula—. Por favor. Mi familia ha tenido la oportunidad de estar con Balta desde el día en que nació. Piensa en la alegría que supondrá para tu familia conocerlo antes de que deje de ser un recién nacido. Después, cuando me marche de Laramie para casarme, ya no tendré tiempo. Ahora, en cambio, mientras estoy contigo ayudándote con Balta, puedo ir. El fin de semana que viene es perfecto.


—Ya veremos.


Algo muy profundo estaba ocurriéndole a Pedro. Paula observó su pecho subir y bajar. Había cedido solo en parte. Su madre sonrió.


—Sé que vendrán, pero no voy a decirle nada a la familia. Cuando lleguen con mi nieto será la mejor sorpresa de cumpleaños que jamás haya recibido tu padre. Y ahora tengo que irme, Pedro, cariño. ¿Quieres acompañarme a la limusina? El chófer me está esperando para llevarme de vuelta al aeropuerto.


Pedro asintió sin decir nada.


—Paula —la llamó la señora Alfonso—, no esperaba volver a verte, pero tengo que decirte que me alegro de haber hablado contigo. La maternidad te sienta bien.


Atónita ante aquella maravillosa representación, Blaire no tuvo más remedio que seguir fingiendo.


—Gracias. ¿Estás segura de que no quieres que despierte a Balta para que puedas abrazarlo?


—¡Oh, no, querida! He tenido tres hijos. Cuando tienes que levantarte por las noches para atenderlos es un milagro conseguir que duerman de un tirón. Ya tendré tiempo de conocerlo este fin de semana.


La señora Alfonso dió un paso adelante para besar a Paula en la mejilla y luego salió del remolque. Pedro la siguió, pero primero le lanzó a Paula una mirada oblicua que ella no supo interpretar.


Una vez que la señora Alfonso se hubo ido, Paula se sintió tremendamente aliviada. Se había enfrentado a su peor pesadilla y seguía viva. Jamás, ni en sueños, habría creído que sería ella quien, un día, le rogaría a Pedro que fueran a casa de sus padres. Aquella visita tendría un precio, y él tendría que pagarlo. Paula lo sabía. Sin embargo, no había más remedio si quería mantener su secreto. Al menos Pedro tendría a su hijo consigo durante ese fin de semana. El inconmensurable amor y consuelo que se derivaba de tener a su pequeño bastaría para sostenerlo. Antes de que Balta se despertara y él volviera al remolque, ella recogió ropa limpia y se metió en la ducha. Necesitaba relajarse después de la visita de la señora Alfonso y de Mariana, ambas en pie de guerra. 


—¿Cuánto tiempo llevaba mi madre aquí antes de que llegara yo? — exigió saber Pedro minutos más tarde, cuando Paula salió de la ducha con una toalla en el pelo.


Pedro estaba de pie, delante de la puerta del baño, dándole de comer a Baltazar, que debía haberse despertado y comenzado a llorar al oír el ruido del agua. Paula pasó por delante de él y se dirigió a la cocina con el secador en la mano. Pedro estaba alerta, como un cazador. Cuando exigía respuestas se mostraba incansable.


—Diez minutos, quizá —contestó Paula de espaldas a él, enchufando el secador.


—Después de aquella odiosa llamada telefónica corrí de vuelta a Nueva York para descubrir qué te había hecho romper nuestro compromiso y huir Dios sabe adonde. Mi madre siempre mantuvo que nadie se enteró de que te habías ido hasta el día siguiente por la tarde, y ni una sola vez, desde el año pasado, ha dicho una sola palabra negativa acerca de tí.


Pedro respiró hondo y contuvo el aliento. Luego continuó.


—Conozco a mi madre, Paula. Nada de eso es propio de ella. Ni lo era entonces, ni lo es ahora. ¿Qué ocurrió realmente entre ustedes aquella noche?


Paula se dió la vuelta despacio con el secador en la mano.


—Nada, absolutamente. 

Perdóname: Capítulo 56

La mujer ladeó la cabeza y continuó:


—Me sorprende la profundidad de tus sentimientos —comentó la señora Alfonso.


Paula hubiera podido decir lo mismo de la señora Alfonso, pero no quería que pensara que pretendía halagarla. ¿Cómo una madre como esa podía haber tenido un hijo tan maravilloso como Pedro? 


Sin previo aviso, como conjurado por el hecho de haber pensado en él, Pedro apareció en el remolque sin llamar. Sus ojos se dirigieron directamente a Paula. Parecía estar sin aliento. Por una décima de segundo ella creyó ver ansiedad en la expresión de sus profundos ojos verdes, pero luego él miró a su madre inquisitivo.


—¿Mamá? Mariana me ha dicho que me estabas buscando. ¿Qué estás haciendo aquí?


La señora Alfonso sonrió a su hijo y lo miró con expresión de enfado.


—¿Qué clase de bienvenida es esa? Paula va a decir que no tienes modales.


Paula observó a Pedro darle un pellizco a su madre para después colocar los brazos en jarras.


—Cuando hablamos ayer no dijiste nada de que ibas a venir a Warwick.


—¡Ni tú dijiste nada de que tuvieras un hijo! —contestó ella en tono de reprimenda, pero en broma. Una vez más Paula se maravilló de lo inteligente y manipuladora que era aquella mujer—. Después de colgar me dí cuenta de que la voz de tu secretaria me sonaba. ¡Era Paula! Entonces comprendí por qué dejabas que viviera en tu remolque con su hijo, y cuando caí en la cuenta de que era mi nieto decidí venir inmediatamente a conocerlo —explicó la señora Alfonso fingiendo entusiasmo—. ¡Es igual que tú cuando eras un bebé, Pedro! ¡Apenas puedo esperar a que se despierte para abrazarlo!


—Sí, es un milagro —contestó Pedro con una mirada tierna que hizo llorar a Paula.


—Lo es —confirmó la señora Alfonso—. Le estaba diciendo a Paula, antes de que llegaras, que admiro mucho su honestidad al venir a decírtelo. ¡Cielos, hay tantas chicas hoy en día que jamás habrían pensado en contárselo al padre! Lamento mucho que las cosas no funcionaran entre ustedes, está claro que no podía ser, pero debes estar contento, Pedro, de que tu hijo sea educado por una mujer tan honesta como Paula. 


Una vez más la mirada escrutadora de Pedro se dirigió hacia Paula, pero esta vez buscando confirmación. El año anterior ella no había tenido más remedio que seguirle el juego a la señora Alfonso.


—Sí, ya le he dicho a tu madre que yo opino que padre e hijo deben conocerse y estar juntos —afirmó Paula.


—Esta es una ocasión muy especial, cariño —continuó la señora Alfonso poniendo una mano sobre el brazo de su hijo, con el tono exacto de entusiasmo requerido—. ¡No podemos mantener oculta por más tiempo una noticia como la de Baltazar! Paula está de acuerdo en venir el fin de semana que viene a casa, al cumpleaños de tu padre. ¡Será una noche memorable!


Paula apartó la vista. No solo había notado la expresión remota de Pedro, sino que estaba horrorizada ante la idea de poner el pie en la mansión de los Alfonso. Sin embargo, había prometido firmar aquel documento. Tendría que someterse.


—Me temo que no nos va a ser posible, madre, estaremos en Laramie.


—Pero pueden volar a Nueva York el sábado y volver a Wyoming al día siguiente. 

lunes, 25 de enero de 2021

Perdóname: Capítulo 55

Paula ya había sido objeto de la crueldad verbal de la madre de Pedro, aquello no era ninguna novedad. Al contrario, le habría sorprendido que la señora Alfonso mostrara alguna señal de haberse dejado ablandar con el tiempo. Por alguna razón que no podía explicar, sintió que la invadía la calma. Quizá fuera porque era madre, porque tenía un hijo por el que hubiera estado dispuesta a entrar en un edificio en llamas. Respiró hondo y contestó:


—¿Sabes que bastardo significa hijo de dudosos o inferiores orígenes? Te guste o no, y yo sé muy bien que no, él es un Alfonso. Es hijo de tu hijo predilecto. Si Pedro oyera llamarlo bastardo, no volverías a saber nada de él en esta vida, eso te lo aseguro. Y probablemente, tampoco en la otra.


Los ojos de la señora Alfonso se entrecerraron. La miraba como si estuviera a punto de tirarse sobre ella a matar… Sin previo aviso, la señora Alfonso se dió la vuelta y se dirigió directa al fondo del remolque. Paula no trató de detenerla. Llevada por la necesidad de ver las cosas con sus propios ojos, la madre de Pedro había recorrido un largo camino desde sus propiedades palaciegas en Long Island hasta aquel lugar para inspeccionar, de primera mano, al niño al que había oído llorar por teléfono. No tardó en salir del dormitorio, pero su caminar no era ya tan estable, y su rostro estaba algo más pálido bajo el maquillaje. La señora Alfonso se quedó mirando a Paula durante tanto rato que esta se preguntó si habría sufrido un shock.


—Creo que te he subestimado. ¿Cuánto dinero quieres?


Había bastado con un simple vistazo.


—¿Dinero?, ¿Por qué?


—Por dejar al niño aquí y desaparecer para siempre.


—¿Cuánto has traído? —preguntó Paula en voz baja.


—Lo suficiente como para que no tengas que volver a prostituirte como lo has hecho con mi hijo, al que has atrapado con tus largas garras.


—Puede que mis orígenes sean humildes, puede que no sea la mujer adecuada para ser vista en público con tu hijo, pero, a pesar de ser plebeya y de clase baja, tengo necesidades que ni tú con todo tu dinero podrías satisfacer.


—Aún no te he dicho la cifra. 


—No me hace falta oírla, señora Alfonso. Ninguna cantidad podría separarme jamás de mi hijo.


Los atractivos rasgos griegos de la señora Alfonso se endurecieron en una fea mueca.


—Pedro no sabía con quién estaba tratando cuando te trajo a casa. Te crees muy inteligente presentándote así ante él, con su hijo, pero no importa. No vas a conseguir ni un solo céntimo de él, y tú sabes muy bien porqué…


Sí, sabía el porqué. Esa era la razón por la que Paula había roto su compromiso y había huido de Pedro a donde él no pudiera encontrarla.


—Te cuesta creerlo, pero ni quiero, ni necesito su dinero. Dentro de menos de dos meses voy a casarme con otro hombre.


Paula extendió la mano para que la madre de Pedro pudiera ver el modesto anillo de su dedo. Aquel anillo no podía compararse con el que Pedro le había regalado una vez, con el anillo que había dejado sobre la cómoda cuando escapó de la casa de sus padres.


—Fernando Hammond, mi novio, cuidará de mí y de mi hijo Balta — continuó Paula—. No nos faltará de nada. He venido a Warwick con un solo propósito, averiguar si Pedro quiere compartir la custodia de Balta conmigo. Padre e hijo tienen derecho a conocerse y a amarse. Si los vieras juntos comprenderías que Pedro adora a Balta, y éste venera a su padre.


—En tu caso, la custodia conjunta no significa más que extorsión — alegó la madre de Pedro de malos humos.


—Quizá a tí te lo parezca —murmuró Paula—. Sea lo que sea lo que Pedro decida hacer con su hijo, si decide o no gastarse el dinero con él, eso no tiene nada que ver conmigo.


Aquellas palabras de Paula parecieron captar la atención de la señora Alfonso, que preguntó:


—¿Estarías dispuesta a prometer eso por escrito, ante un abogado como testigo?


—Sí.


Era evidente que aquella declaración había sorprendido a la señora Alfonso, que no esperaba que Paula llegara tan lejos.


—¿Cuándo?


—Cuando quieras. 


—¿Te das cuenta de lo que significaría eso, si alguna vez quisieras echarte atrás habiendo firmado un documento legal? —inquirió la señora Alfonso mirándola especulativamente.


—Rompí mi compromiso, ¿No? —contestó Paula con voz teñida de dolor.


—Sí, pero te has tomado la revancha al volver con algo que quiere mi hijo —respondió la señora Alfonso sin vacilar.


—¿Te refieres a la carne de su carne? —preguntó a su vez Paula a voz en grito—. ¡Era lo correcto, lo único que podía hacer!


—Bien, cuando tengas que firmar el documento veremos si eres sincera.


—Ojalá pudiera firmarlo ahora mismo, así terminaríamos de una vez.


Le costaba reprimir su dolor y su enfado. La madre de Pedro no tenía nada que envidiar a la Inquisición española. Paula rogó al cielo para que se marchara de una vez. 


Perdóname: Capítulo 54

Cuando la maleta estuvo llena, Paula la llevó al maletero y la dejó junto al cochecito y el columpio musical. De vuelta en el remolque, miró a su alrededor y se preguntó qué más podía embalar. De pronto, unos inesperados golpes en la puerta la sobresaltaron. Como era el último día de estancia de Pedro en la excavación, supuso que se trataría de algún estudiante que quería despedirse y, dejando a un lado su costumbre de preguntar antes, abrió la puerta sin más. Hubiera debido de imaginarse que se trataba de Mariana. Sin embargo, cuando vió quién la acompañaba, estuvo a punto de desmayarse. Era la persona a la que menos esperaba volver a ver en su vida.  La madre de Pedro estaba de pie, vestida con un increíble vestido de seda azul que resultaba tanto más espectacular debido a su estatura. Llevaba el vistoso cabello negro suelto, adornado con artísticos mechones plateados. Su maquillaje perfecto, sin mácula, resaltaba los ojos verdes que brillaban mirando a Paula con una expresión que podría calificarse de pura malicia.


—Señora Hammond —la llamó Mariana con una sonrisa de genuina satisfacción—. La madre del profesor Alfonso lo está buscando. Yo le he dicho que seguramente su secretaria sabría dónde está, ya que cuida de su hijo día y noche. Todo el mundo sabe que el profesor Alfonso no va a ningún sitio estos días si no es con Baltazar en brazos.


Paula no se había dado cuenta de hasta qué punto Mariana estaba celosa. Los celos debían estar carcomiéndola por dentro como si se tratara de un veneno. Y, en cuanto a la madre de Pedro… Se sentía como si estuvieran representando una obra de teatro en la que por fin la audiencia cayera en la cuenta de que ellas tres personificaban los papeles de la buena, la mala y la fea. Aquel era el momento más esperado por el público. Todas las mentiras, artimañas y secretos estaban a punto de desvelarse para dar paso a la verdad. Desde el día anterior, cuando la madre de Pedro llamó por teléfono, había presentido que el enfrentamiento sería inevitable, pero no había imaginado que fuera a producirse tan rápidamente.


—Gracias por tu ayuda, Mariana. Entre, señora Alfonso. Pedro ha salido a comer con el profesor Fawson, pero espero que vuelva pronto.


La madre de Pedro pasó por delante de Mariana sin darle las gracias y entró en el remolque. Paula, haciendo caso omiso de la expresión satisfecha de Mariana, siguió a la señora Alfonso y cerró la puerta.


—Por favor, siéntese —dijo señalando el sofá.


La madre de Pedro se quedó de pie observándolo todo a su alrededor. Jamás había sido tan evidente su actitud condescendiente. Pedro había embalado casi todas sus cosas, solo quedaban los juguetes y el corralito de Baltazar. Una colcha aquí, un biberón allá, un chupete sobre la encimera de la cocina, un álbum de fotos del niño sobre la mesa.


—¿Dónde está? —exigió saber la madre.


—¿Te refieres a Pedro o a Baltazar?


—A tu bastardo. 

Perdóname: Capítulo 53

 —Deberías tratar de ver a Fernando antes de seguir haciendo más suposiciones.


—¿Por qué? No creo que sirva de nada. Ese tipo tendría que utilizar todos sus contactos para mudarse. Marcharse a vivir a un lugar en el que no se conoce a nadie es un desastre económicamente hablando.


—Eh, Pedro, no me has entendido.


—¿Qué quieres decir? —preguntó Pedro parpadeando.


—Quiero decir que hables con él cara a cara, que trates de averiguar hasta qué punto está dispuesto a casarse con Paula sabiendo que tú vas a merodear a su alrededor toda la vida. Eso lo asustará, le hará huir si no es una persona lo suficientemente madura. Y, si es así, le ahorrarás a ella la desgracia de un matrimonio roto. Es lo mejor para Baltazar.


Pedro comprendió al fin y se puso en marcha. Se levantó del asiento y dejó dinero sobre la mesa.


—¿Sabes una cosa, Eze? A pesar de no ser la persona más indicada, acabas de darme un buen consejo. El mejor que me han dado desde que Paula apareció en el remolque. En cuanto esté instalado en Laramie llamaré a ese tipo y volaré a San Diego para hablar con él.


—Estupendo, eso no va a hacerle daño a nadie —continuó Ezequiel.


—Tienes razón, y gracias por contestar al teléfono.


—Encantado, Pedro. Nos vemos la semana que viene.


Pedro colgó, hizo un gesto hacia el camarero y abandonó el bar para dirigirse a la habitación. Se había acostumbrado a ir a ver al niño todas las noches antes de acostarse. Baltazar dormía tan plácidamente que se angustió pensando que quizá estuviera inconsciente, pero al poner la mano sobre su rostro sintió el calor de su aliento y comprendió que estaba vivo. Era increíble pensar que una semana antes no sabía nada de su existencia. Había establecido un lazo tan fuerte con él como, en otro sentido, lo había establecido con su madre. Le hubiera gustado acercarse a Paula y comprobar que ella también estaba viva, pero sabía que si lo hacía acabaría por acariciara. Y entonces habría tenido que unirse a ella. Sabía en su fuero interno que ella le habría dado la bienvenida. Pero Paula no estaba enamorada de él. Y, más que nunca en ese momento, con un hijo, él se rebelaba contra la idea de estar con ella, de seguir con ella paso a paso el viejo ritualde los hombres a menos que significara para ella lo mismo que para él. Pero, como no era ese el caso, estaba decidido a evitar la tentación. De otro modo corría el peligro de perder su alma. Aterrado ante la idea, se preparó para irse a la cama sin mirar siquiera el bulto femenino que dormía a escasos metros. Cuando, por fin, se deslizó entre las sábanas, se volvió hacia la pared y se durmió tratando de ahogar el dolor.


El domingo por la mañana, de camino a la excavación, Pedro habló con Paula sobre su viaje a Wyoming, previsto para el día siguiente. Aquel viaje les llevaría tres o cuatro días, por eso lo mejor era quedarse en moteles y comer en restaurantes por el camino. Paula estuvo de acuerdo. Tendrían que parar para estirar las piernas. Por la noche podrían estar con Baltazar, que se vería relegado a su sillita durante todo el trayecto. Nada más llegar al remolque, Paula le cambió el pañal a Baltazar y se puso a fregar la nevera. Había decidido tirar toda la comida. Iría al supermercado al llegar a Laramie, y entonces lo llenaría. Pedro encontró una nota del profesor Fawson pegada a la puerta. Le pedía que se reuniera con él por última vez, a la hora de la comida, en su remolque. Se duchó y le dijo a Paula que se marchaba, que no sabía cuándo volvería. 


La hostilidad de Pedro hacia ella parecía más aguda desde que habían vuelto de la ciudad, así que Paula, temerosa de estropearlo todo aún más, sacudió la cabeza y continuó con la tarea. Después de media hora de ausencia, comenzó a pensar que quizá la reunión de él se prolongara durante buena parte del día. En tal caso lo mejor era comenzar a empaquetar las cosas de Baltazar que no fueran a necesitar hasta llegar a su destino. 

Perdóname: Capítulo 52

Pedro hizo caso omiso de las indirectas de la atractiva rubia de la barra y se sentó en una mesa de un rincón del bar. Había evitado los bares durante toda su vida, los encontraba deprimentes. Eran como un refugio, el último medio de escapar. Y no había entrado en el bar del hotel para beber. Cuando el camarero se le acercó, le pidió un ginger ale y el teléfono. En Utah eran las once y media. Con un poco de suerte Ezequiel no se habría ido aún a dormir. Y, aunque se hubiera ido, necesitaba hablar. Al sonar el timbre del teléfono por décima vez, su amigo contestó.


—¡Pedro! Nunca llamas a estas horas a menos que se trate de algo personal. ¿Qué te ronda por la cabeza?


—La semana que viene me voy a Laramie con el remolque.


—Eso ya me lo has dicho. ¿Qué tal tu retoño?


—Baltazar es lo único que tiene sentido de todo este endiablado embrollo. No tenía ni idea de qué significaba amar a un hijo hasta que no lo tuve en mis brazos —contestó Pedro con voz trémula.


—Eres un tipo con suerte, estoy deseando conocerlo. Llámame en cuanto llegues a Wyoming, iré para allá. Y ahora hablemos de Paula. ¿Qué ocurre, compañero?


—Demonios, Eze, eso quisiera yo saber. Justo cuando creo que empiezo a conocerla, hace algo que me destroza por completo otra vez.


—¿Sabes una cosa? Probablemente no sea yo la persona más indicada para hablar de esto. No he llegado a casarme en ninguna de las dos ocasiones en que he estado comprometido, y al final siempre me he sentido aliviado de verme libre.


—Bueno, pero está claro que ninguna de las dos era la mujer que necesitabas, al menos tuviste las agallas de abandonar antes de arruinar sus vidas. Ojalá pudiera hacer yo lo mismo que tú —le confió Pedro—. Me gustaría mandarla al infierno y marcharme sin mirar atrás.


—¿Sigue respondiendo apasionadamente a tus acercamientos?


—Sí —contestó Pedro recordando la escena del dormitorio, en el remolque. 


—¿Y sigue planeando casarse con ese tipo el mes que viene? —volvió a preguntar Ezequiel.


—Eso es lo malo, pero no creo que sepa qué es el amor. Cuanto más la observo, más me convenzo de que no es una persona madura emocionalmente hablando, no puede entablar una relación permanente. Ya sé que eso es precisamente lo que ella me decía, pero yo no quería creerlo.


—¿Es buena madre con su hijo?


—Sí, es increíble, por eso es por lo que no entiendo esa otra faceta de ella.


—¿Y estás seguro de que va a casarse?


—Lleva un anillo, y acabo de oírla hablando por teléfono. Le dijo a ese tipo que lo amaba.


Pedro siempre había creído que jamás soportaría un dolor más fuerte, pero se equivocaba.


—¿Y has visto muchos indicios de preparativos de boda? ¿Hace listas y todas esas miles de cosas que hacen las novias cuando se preparan para el gran día?


—No —contestó Pedor parpadeando—. Al menos no delante de mí.


—Pues te aseguro que es imposible no notar ese tipo de cosas.


—Bueno, pero ella tiene a un hijo. Probablemente hayan decidido casarse sin toda esa parafernalia.


—¿Crees que vas a poder seguir soportándolo?


—No lo sé, ya te he contado el trato que hemos hecho. Por el momento ella ha cumplido su palabra al pie de la letra. Le dije que si su novio ponía un pie en el remolque, el trato quedaría anulado, pero él no se ha acercado, y eso significa que tendré que hacer honor a mi palabra. De todos modos, si vamos a compartir la custodia de Nicky, uno de los dos tendrá que mudarse para poder hacer las visitas con regularidad.


Hubo una larga pausa. Luego Pedro continuó:


—Dudo que el novio de Paula quiera hacer ese sacrificio, así que no voy a tener más alternativa que mudarme a California.


—Pedro…


—¿Sí? 

Perdóname: Capítulo 51

Más tarde, mientras tomaban vino y Chateaubriand para dos en lugar del habitual pescado, Paula se sintió como si volviera a ser la adorada novia que una vez fue. De hecho, cuando Pedro alzó la copa para brindar por Baltazar, ella sonrió, observando sus ojos verdes y chocó la copa contra la de él.


—Por nuestro precioso hijo, para que crezca y sea una persona tan notable y maravillosa como su padre.


De pronto, viendo el anillo de su tía en su mano, desapareció toda su euforia. Estaba, supuestamente, comprometida con otro hombre. Demasiado tarde, había metido la pata. Paula bajó los ojos. Los de Pedro la miraban enigmáticos, brillantes, así que dijo:


—¿Sabes? Creo que estoy un poco mareada. No bebo nada de alcohol desde antes de concebir a Balta, y me temo que se me está subiendo a la cabeza. Puede que sea mejor salir a tomar un poco el aire.


Se había inventado aquella excusa para justificar su comportamiento, tan poco adecuado a las circunstancias. Sin embargo, nada más levantarse de la mesa, Paula se tambaleó. Pedro la agarró al instante del antebrazo. Su contacto le hacía sentirse bien. Deseaba permanecer abrazada a él más que nada en el mundo. Pedro dejó un billete de cien dólares sobre la mesa y la escoltó hasta la calle, en donde ella pudo respirar aire fresco. Cualquier cosa con tal de despejarse y no volver a perder el control.


—El cine está a solo una manzana de aquí, caminemos —sugirió Pedro.


Incapaz de hablar, Paula caminó junto a él tratando por todos los medios de no rozarlo. Sin embargo, de vez en cuando, su cadera rozaba la de él soltando chispas hasta el punto de que temió arder envuelta en llamas. El modernísimo thriller pareció absorber toda la atención de Pedro. A ella, sin embargo, no logró captarla, pero al menos consiguió sacarla de ese estado de aturdimiento en el que decía y hacía cosas que podía lamentar después. Para cuando terminó la película había recobrado el equilibrio y pudo caminar de vuelta al coche sin la ayuda de él. Ella había estado utilizando a Baltazar como escudo para defenderse del carisma de Pedro durante tanto tiempo que, sin él, se sentía como perdida. Nada más entrar en la habitación, Paula se dirigió derecha hacia la cuna en la que dormía Baltazar. Hubiera deseado tomarlo en sus brazos, pero no quería hacerlo mientras la otra mujer siguiera allí. 


—Muchas gracias por cuidar de Balta, señora Wood.


—Es un encanto, espero que vuelvan a llamarme.


Paula se reprimió y no contestó. ¿Qué hubiera podido decir?, ¿Que las cosas no eran lo que parecían?, ¿Que ese hombre no era su marido? Unos cuantos días más y jamás volverían a estar tan cerca el uno del otro.


—Cuente con ello la próxima vez que vengamos a Warwick — aseguró Pedro—. Paula, voy a acompañarla a su coche, enseguida vuelvo.


—Muy bien. Buenas noches, señora Wood.


—Buenas noches.


En cuanto abandonaron la habitación Paula se aseguró de que el bebé estuviera cómodo y corrió al baño a prepararse para acostarse. Se echó la bata por los hombros, por encima del camisón, y subió a la cama tapándose con las sábanas con el teléfono en la mano, esperando a que contestaran. Era necesario que Pedro creyera que aprovechaba cada instante a solas para hablar con su novio. Cuando, minutos más tarde, él volvió, estaba tumbada de lado, de espaldas a la puerta, con el teléfono en la oreja. Pedro se acercó a su cama y se quedó de pie. Ella podía sentir sus ojos observándola. Tragó fuerte y lo miró, haciéndole saber que había notado su presencia. Su aspecto serio la obligó a colgar de inmediato. 


—Ahora tengo que marcharme, Fer. Te llamaré mañana. Yo también te quiero —Paula colgó y dejó el teléfono sobre la mesa. Luego levantó la vista e hizo una mueca al ver el rostro inexpresivo de él, que parecía una máscara—. Llevas una semana sin dormir en una verdadera cama, Pedro. Yo me levantaré a darle el biberón a Balta, tú duerme. Ah, y gracias por una velada tan encantadora. Era justo lo que necesitaba.


—Me alegro de oírlo y, ya que te has ofrecido para cuidar de nuestro hijo, supongo que no te importará que tarde aún un rato en irme a la cama.


El corazón de Paula dió un vuelco al verlo salir por la puerta. ¿A dónde iba? Pedro llevaba mucho tiempo viviendo en Warwick, seguramente habría conocido a mujeres deseosas de estar con él. Quizá incluso mantuviera una relación con alguna de ellas. Cuanto más lo pensaba más se daba cuenta de que él se había mostrado muy interesado en pasar la noche fuera. Ir a un hotel era la fórmula perfecta. No podía soportarlo. 

viernes, 22 de enero de 2021

Perdóname: Capítulo 50

Tras pasarse la mano por el pelo, Pedro volvió al salón y terminó la tarea comenzada. Paula puso a Baltazar en la cuna. Le temblaba tanto el cuerpo que tuvo que sujetarse a los barrotes para recobrar la energía y respirar tranquila. La experiencia del teléfono había sido tan fuerte que no creía poder soportar otra igual. Él quizá creyera que el problema estaba solucionado, pero ella sospechaba que su voz le había resultado demasiado familiar a la señora Alfonso como para olvidar toda suspicacia, y si eso era cierto…


Pedro estaba en el salón embalando las revistas.


—¿Quieres que te ayude?


—¿Por qué? —preguntó él echando atrás la cabeza morena.


Nada de lo que Paula hiciera o dijera escapaba a su escrutinio.


—Bueno, cuatro manos acaban la tarea en la mitad de tiempo.


—¿Y? —volvió a preguntar él.


Resultaba aterrador el modo en que Alik le leía el pensamiento.


—Pensé… pensé que así, quizá, podríamos irnos a Laramie mañana, en lugar del lunes.


—Teniendo en cuenta que casi te da un ataque cuando te dije que nos íbamos a Laramie, esa sugerencia de que nos vayamos cuanto antes no encaja —contestó Pedro torciendo los labios.


¿Qué podía decirle para no dar la sensación de que huía de su madre?


—Bueno, quizá sea porque allí podré dar grandes paseos por la playa. Aquí, cuando he ido de paseo, no ha salido bien. No es que me guste viajar, pero la idea de ver el campo me resulta muy atractiva.


—Pues me temo que el remolque no estará listo hasta el lunes. Sin embargo, como los dos estamos cansados, si quieres nos tomamos la noche libre y vamos al cine a Warwick.


Aquello sonaba maravilloso, excepto por una cosa:


—No podemos dejar solo a Balta.


—Cierto, pero eso se puede arreglar.


Paula se quedó de pie, perpleja, mientras Pedro buscaba un teléfono en la guía y lo marcaba. En cuestión de minutos había reservado una habitación de hotel y contratado una niñera. Al colgar, se volvió hacia ella. 


—Resuelto. Tenemos una habitación con dos camas y una cuna. La señora Wood, la mujer que te atendió el otro día, estará encantada de cuidar de Balta. Vendrá a nuestra habitación hacia las siete.


Aquello sonaba demasiado a una cita. Paula se puso muy nerviosa.


—Me… me encantará —murmuró sin mirarlo—. ¿Quieres que cenemos aquí antes de marcharnos?


—No, nos tomaremos toda la noche libre. ¿Por qué no vas a ducharte? Así habrá suficiente agua para mí cuando termine de empaquetarlo todo. Ponte algo de vestir, me apetece ir a un restaurante francés.


Al hacer la maleta para ir a Warwick, Paula no había esperado ni remotamente continuar viaje en otra dirección; así que no había metido la ropa en la que Pedro parecía estar pensando.


—Me temo que solo tengo este jersey de algodón y la falda con la que me viste el primer día.


—Con eso irás bien. Nos hará bien el cambio.


Cuatro horas más tarde Pedro y Paula metían todo lo que iban a necesitar en el coche. Él ató a Baltazar en su sillita, y Paula lo observó sin apartar la vista. Estaba maravilloso se vistiera como se vistiera, pero aquella noche, con aquel traje de lana de color verde oliva, Paula sintió que se quedaba sin aliento. Recién salido de la ducha, la fragancia de su jabón emanaba de él desde el asiento del conductor. 


De camino a Warwick,  Paula sintió que el agudo dolor que llevaba un año experimentando se hacía más intenso. En el hotel, las mujeres se quedaban mirando a Pedro abiertamente. Él, sin embargo, enseñaba orgulloso a su hijo, inconsciente de la atención femenina que suscitaba. Hubiera podido sacarles los ojos a todas esas mujeres. Le dolía pensar que, en una ocasión, había llevado el anillo de compromiso que él le había regalado esperando convertirse en su mujer. La señora Alfonso había transformado a aquella chica de ojos brillantes en un fantasma que había tenido que escabullirse entre las sombras y desaparecer. Una vez en la habitación del hotel, la señora Wood se mostró encantada de cuidar de Baltazar. Les dijo que no se apresuraran, que se tomaran todo el tiempo que necesitaran, y Pedor le contestó que le tomaba la palabra. 

Perdóname: Capítulo 49

 —¡No hables así de tu madre, Pedro! —exclamó Paula sonrojándose— . ¡Ella te adora!


—¿Qué clase de padre le dice a su hijo una cosa como esa delante de sus otros hijos?


Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas al instante.


—¿Tu madre ha hecho eso?


Pedro luchó por contener sus emociones.


—Ana Alfonso jamás se ha distinguido por su discreción. Hasta un elefante tiene más instinto. Ni que decir tiene que desde entonces mi hermano no ha vuelto a ser el mismo. 


—Así que es por eso por lo que no quiso salir con nosotros cuando estuvimos allí… —murmuró Paula.


La tristeza de la expresión de Paula acabó con todas sus defensas. Cuando lo miraba de ese modo, Pedro se sentía traicionado de nuevo. En aquel entonces su comportamiento le había parecido impropio de ella, de su carácter. Y seguía pareciéndoselo.


—¿Qué más te ha dicho para asustarte de ese modo?


—No sé a qué te refieres.


—¡Al diablo que no!


Aquella airada respuesta acabó por despertar al niño, que abrió los ojos y miró a su alrededor para volver a dormirse. Paula miró a Pedro con ojos suplicantes.


—¿Podemos hablar de esto en otro momento?


—Dejaré el tema cuando contestes a mi pregunta —musitó Pedro en voz baja, refrenando su enfado.


Paula no dejaba de acariciar la espalda de Baltazar. Aquel gesto que delataba su nerviosismo, suscitaba la curiosidad de Pedro más que nunca.


—Me imagino cómo debió sentirse cuando rompí contigo. Una madre siempre tiende a creer que su hijo es un campeón, sobre todo una madre como ella, que te quiere tanto. El hecho de que una mujer conteste al teléfono ha debido de ser ya bastante duro para ella, no… no creo que hubiera podido soportar su mal humor de haber averiguado tu madre quién es la señora Hammond. No se lo has dicho, ¿Verdad?


—No —respondió Pedro conteniendo el aliento.


—Gracias a Dios, habría sido un desastre. Si llega a enterarse de que era nuestro hijo el que lloraba a pleno pulmón se habría sentido terriblemente herida. Escucha, Pedro, ya sé que tus padres acabarán por enterarse de la existencia de Balta antes o después, pero no creo que hoy fuera el momento más indicado. Comprendes lo que te digo, ¿Verdad?


Sí, lo comprendía, pero también veía algo más en la reacción de Paula de la noche anterior, algo que no tenía nada que ver con la inesperada llamada telefónica de aquel día. Pedro sabía por instinto que había algo más que ella no le había contado, pero prefirió dejarlo. Por el momento.


—Tengo trabajo que hacer.


—Y yo —contestó ella claramente aliviada. 

Perdóname: Capítulo 48

 —Te he educado para ser más circunspecto que eso, Pedro. Eres un hombre soltero, y tienes que mirar por tu apellido. Eres un Alfonso. ¿Cómo permites que esa criatura y su bebé trabajen en tu remolque? Si sigues así, la gente va a pensar lo peor.


Pedro dejó escapar un suspiro resignado. Su madre jamás cambiaría.


—Esa criatura… —contestó con sarcasmo—… es la única persona que puede hacer el trabajo que necesito.


Como madre, tenía que admitir que Paula era inigualable. Quizá tuviera muchos defectos, pero jamás había visto a una mujer más enamorada de su hijo. Teniendo en cuenta la incapacidad de ella para mantenerse fiel a ningún hombre, su devoción por el bebé era toda una revelación. Sonia hubiera debido aprender de ella. Su hermana jamás habría podido vivir sin una niñera. Lo cierto era que él y sus hermanos se habían criado con una larga lista de niñeras, así que, ¿Qué se podía esperar?


—Eso es ridículo, tú jamás has necesitado una secretaria. Y si es tan necesaria, entonces que se instale en otro remolque que no sea el tuyo. ¡Yo no lo aguantaría, Pedro!


—Ni tienes necesidad de aguantarlo —contestó Pedro con calma—. La semana que viene me voy a Laramie, y ya no vivirá aquí. Fin del problema. ¿Algo más, antes de que cuelgue?


—¿Te vas a llevar a esa mujer contigo? —volvió a insistir su madre.


—Adiós, mamá —contestó Pedro endureciendo su actitud—. Me alegro de haber hablado contigo.


Pedro colgó el teléfono y se dirigió directamente al dormitorio. Su entrada, sin anunciar, sobresaltó a Paula, que caminaba de un lado a otro con Baltazar en brazos. Al oír que la puerta se abría, ladeó la cabeza hacia él. Gracias a Dios el bebé estaba dormido sobre el hombro de Paula. Podría hablar con ella sin la distracción del niño.


—¿Qué te ha dicho mi madre por teléfono?


—Na… nada —contestó Paula asustada, dando un paso atrás.


—No me mientas, Paula.


—¡No estoy mintiendo!


Cada vez que Paula levantaba aquel redondeado mentón desafiante significaba que le ocultaba algo. 


—Antes, cuando me dijiste que estaba al teléfono, parecías tan enferma como ayer, cuando te la mencioné en relación con las fotografías. Quiero una explicación, si es que vamos a seguir adelante con nuestro compromiso.


Pedro la observó morderse el labio inferior. Por un instante habría sido capaz de vender su alma al diablo por ese privilegio… Es decir, si de verdad la hubiera amado.


—Es… está bien —tartamudeó Paula—. Tu madre estaba un poco enfadada conmigo, se ha molestado porque quería hablar contigo inmediatamente.


—¿Cómo de enfadada? —insistió él.


—Pedro… es natural que la haya sorprendido, tú jamás has tenido secretaria. Tu madre es una mujer muy correcta, probablemente estará pensando lo mismo que piensa el resto de la gente de aquí. Se… se ha sorprendido.


—Tengo treinta y seis años, llevo años viviendo solo. No debería sorprenderla.


—Pero tú no eres una persona cualquiera —añadió Paula azorada, apartando los ojos—, eres su hijo. Igual que Baltazar es hijo mío. Ella cree que eres perfecto, y yo sé que eres su hijo favorito.


Pedro se puso colorado.


—¿Te lo dijo cuando te llevé a Nueva York el invierno pasado? — Pedro tuvo que esperar la respuesta a esa pregunta durante un buen rato. Por fin Paula asintió de un modo casi imperceptible—. ¡Maldita sea! 

Perdóname: Capítulo 47

 —¡Oh, Balta Balta,! —susurró Paula besándolo en lo alto de la cabeza—. Tengo tanto miedo… tengo que arreglar esta situación antes de que la cosa vaya a peor. ¡Ayúdame, cariño!


Aquella era la segunda vez, en el plazo de doce horas, en que la mera mención del nombre de su madre hacía palidecer a Paula. Pedro, en absoluto inmune a sus ruegos, tomó el auricular y contestó con el ceño fruncido.


—Al fin, cariño. ¡Hace falta todo un Congreso para seguirte la pista! —exclamó su madre.


La señora Alfonso estaba exaltada, pero era su estado habitual. ¿Qué podría haberle dicho a Paula para alterarla de ese modo? Minutos antes de aquella llamada, el estado de guerra latente que ambos mantenían continuaba su curso normal sin cambio alguno. La noche anterior se había mostrado tan endiabladamente bella y atractiva, sentada en la cama con el niño en brazos, que la urgente necesidad de saber hasta qué punto estaba enamorada de Fernando lo había obligado a besarla. No hubiera debido hacerlo. Era un estúpido, debía saber que lo peor que podía hacer era acercarse a ella. Sin embargo, tratándose de Paula, jamás podría mantener el control. Claro estaba, aquel experimento había demostrado que ella era incapaz de amar a ningún hombre. Y sin embargo, una vez más, le había salido el tiro por la culata. Aquellas ascuas guardadas en lo más hondo de su ser habían cobrado vida y habían estallado de tal modo que ninguna ducha iba a poder apagarlas.


—¿Mamá?, ¿Qué tal estás? —preguntó Pedro impaciente.


—Si te hubieras molestado en llamarme no habría malgastado todo el día tratando de localizarte en ese tugurio que llamas tu casa.


—No hay ningún otro lugar que pueda satisfacerme más que este — contestó Pedro, harto de discutir con su madre sobre ese tema—. ¿Cómo es que llamas?


—¿Es que necesito alguna razón especial para llamar por teléfono a mi hijo favorito?


Le había pedido que no lo llamara así desde pequeño. En una ocasión se le había escapado y lo había llamado de ese modo delante de su hermano mayor, Federico. Aquel desliz imperdonable había creado todo un mundo nuevo de sufrimiento para todos. En una familia sin problemas jamás habría surgido una pregunta como la que le había hecho su madre, pero, por desgracia para Pedro, su familia era cualquier cosa menos normal. Sonia, su consentida hermana mayor, era una copia exacta de su madre pero, con un ejemplo semejante, era inevitable. Pedro se frotó la nuca y contestó ausente:


—Siempre lo haces.


La señora Alfonso, sin embargo, hizo caso omiso del comentario.


—Tu tío Juan está en Nueva York, en viaje de negocios. Él y tu padre están ahora mismo en clase de golf. Y, hablando de tu padre, por si no te acuerdas, la semana que viene es su cumpleaños.


—Me acuerdo —soltó Pedro—. ¿Algo más?


—No hace falta que me contestes así, Pedro. Por supuesto que tengo algo más que decirte. Estoy pensando en dar una gran fiesta para la ocasión, y espero que asistas.


—Me temo que no voy a poder.


—¡Pero tienes que venir! ¿Qué va a pensar la gente?


—No tengo que hacer nada, mamá. Creía que ya te habías dado cuenta de que no respondo a las amenazas.


—Tu padre te echa de menos.


—Lo dudo. De todos modos, es un poco tarde.


—Si lo quisieras, aunque solo fuera un poco, te dejarías de tonterías y volverías a casa, a donde perteneces.


Los intentos de manipulación de su madre eran inútiles. El único capaz de enderezar aquella situación era el padre de Pedro, pero hacía ya mucho tiempo que había dejado de mostrar sensibilidad o, en todo caso, parecía incapaz de darle a su hijo lo único que necesitaba. Se dió la vuelta y miró la puerta del dormitorio. Su hijo jamás carecería de su amor, aunque fuera lo único que recibiera de él.


—Si es eso todo, tengo que colgar.


—¡No, no es todo! —exclamó su madre con voz estridente—. Quiero saber quien es la mujer que me ha contestado al teléfono.


—Forma parte del personal. ¿Por qué lo preguntas? 

Perdóname: Capítulo 46

Tras ponerse cómoda, el timbre del teléfono en la mano la sobresaltó. La pantalla mostraba que se trataba de una conferencia a través de una empresa telefónica que Pedro utilizaba habitualmente. Paula creyó que se trataría de una llamada sin importancia, de modo que contestó mientras trataba de hacer callar a Baltazar con sus besos.


—Residencia del profesor Alfonso.


Se hizo el silencio. Paula pudo escuchar a alguien respirar al otro lado de la línea. La sensación de estar haciendo algo prohibido la alertó.


—¿Qué quiere decir eso de residencia del profesor Alfonso? ¿Quién está al teléfono?


Era la madre de Pedro. 



Paula podría haber reconocido aquel tono perentorio de voz en cualquier parte. Sintió que algo la atenazaba los pulmones, que no podía respirar. El malestar de la noche anterior no era nada comparado con el modo en que el corazón le taladraba el pecho en ese momento. Su primera reacción fue colgar, pero enseguida se dio cuenta de que era el mejor modo de alertarla. Sintió que le sudaban las palmas de las manos mientras buscaba inspiración. ¿Por qué no lo habría dejado sonar y sonar? Baltazar siempre notaba si le ocurría algo. Sabía adivinar su estado de ánimo. Su llanto comenzó a hacerse más fuerte. Ella lo meció, rogando por que se callara.


—Soy… soy la señora Hammond. El profesor Alfonso acaba de marcharse, pero enseguida volverá —contestó tratando de que su voz sonara «oficial». 


—¿Y qué estás haciendo tú en su remolque?


Paula estaba tan tensa que, sin querer, apretó a Baltazar más de la cuenta. El niño rompió de nuevo a llorar.


—Soy su… su secretaria.


—¡Pero si no tiene ninguna! —exclamó la madre de Pedro tras una violenta pausa.


—Me… me contrató la semana pasada —alegó Paula colgando casi el teléfono.


—¡No te creo! ¿Y qué hace ahí ese bebé? No irás a decirme que te deja llevarlo contigo a trabajar, ¿Verdad? —continuó furiosa, escandalizada.


No servía de nada abrazar a Baltazar, era imposible hacerlo callar. El niño se daba cuenta de que algo no andaba bien, y reaccionaba del único modo en que sabe reaccionar un niño. Aquella conversación tenía que terminar.


—¿Quiere que le de algún mensaje? Le devolverá la llamada en cuanto vuelva.


Al otro lado de la línea se hizo el silencio, un silencio que no presagiaba nada bueno.


—¿Cómo dijiste que te llamabas?


¿Sería posible que hubiera reconocido su voz? Paula sintió que la boca se le quedaba seca. Baltazar estaba llorando a pleno pulmón, pero el miedo la tenía paralizada. Justo en ese instante apareció Pedro. Un simple vistazo a su rostro pálido fue suficiente para que todos sus rasgos se ensombrecieran.


—Ah… aquí está, un momento.


Paula le tendió el teléfono, pero antes de que él pudiera agarrarlo se le cayó de las manos. Pedro lo recogió con un rápido gesto, mirándola con ojos verdes inquisitivos.


—Es tu madre —dijo Paula—. Por favor, no me descubras —rogó agarrando el biberón de Baltazar y corriendo al dormitorio.


Paula cerró la puerta y cruzó el estrecho espacio libre. Tras unos minutos, Baltazar se calmó y terminó el biberón, pero sus ojos siguieron fijos sobre el rostro de su madre como si no confiara en que ella no volviera a ponerse nerviosa. 

miércoles, 20 de enero de 2021

Perdóname: Capítulo 45

La noche anterior Pedro le había dicho que quería aprovechar el sábado para hacer limpieza y separar lo que servía de lo que no, pero estaba tan entusiasmado con Baltazar que se paraba cada dos por tres para jugar con él o para darle el biberón. Paula dirigió unas cuantas miraditas hacia ellos mientras fregaba los platos de la comida. Cada vez que veía a Baltazar responder con una sonrisa su corazón se derretía. Si alguien que no los conociera hubiera estado observándolos habría pensado que eran una familia feliz. La noticia de que iban a mudarse a Laramie la había mantenido despierta toda la noche. Estaba segura de que Pedro podía esperar a que pasaran los treinta días que iban a estar juntos para atravesar medio país y mudarse a Wyoming. Sospechaba que el repentino deseo de trasladarse no provenía sino de otro deseo, más profundo aún, de humillarla ante sus amigos. Era cruel colocarla en semejante situación. Hasta para los Giraud resultaría violento. ¿Es que no se daba cuenta de que su actitud los obligaría a mostrarse amables con ella cuando, en el fondo, tenían que despreciarla por haberle hecho daño a él? La sola idea le resultaba insoportable, pero era Pedro quien mandaba. Tendría que reunir todo su coraje y soportarlo. Pero no iba a ser fácil. Tener a gente alrededor significaba verse interrogada, contar más mentiras para contestar a sus preguntas. Una vez más Fernando sería el tema principal de conversación. Cuando se le ocurrió la idea de inventarse un novio, jamás pensó que aquello pudiera terminar por volverse contra ella. Tras el nacimiento de Baltazar, lo único en lo que pensaba era en contarle a Pedro que tenía un hijo. Poco podía imaginar que él le daría la vuelta a la tortilla para obligarla a hacer exactamente lo que quería. Comenzó a preparar un pastel para la cena y vió a Pedro dejar al niño en el corralito y cerrar una de las cajas que había llenado.


—Voy a darle esto al profesor Fawson —anunció sin mirarla—. Me llevaría a Balta, pero hace demasiado frío, y está lloviendo. Enseguida vuelvo. Cierra la puerta cuando me vaya. 


Pedro levantó la caja y salió del remolque, y su desaparición repentina causó el inmediato llanto de Baltazar. Aquella era la primera vez que Paula lo vería hacer eso. Él se mostraría encantado cuando supiera que su hijo había llorado porque se marchaba.


—Tranquilo, cariño, papá volverá enseguida —se apresuró Paula a consolarlo tomándolo en brazos.


Aliviada de verse sola unos instantes, Paula se acercó a la puerta a cerrar con el niño en brazos. Luego se sentó en el sofá y alargó la mano para alcanzar el teléfono. Necesitaba oír una voz amiga. Era sábado, así que sus padres estarían en casa. Tenía que informarles de que iba a abandonar el estado de Nueva York.


Perdóname: Capítulo 44

 —Debió parecerte una eternidad. ¿Te dolió mucho?


—En realidad no, es decir, cuando llegué al hospital y me medicaron.


—¿Y estuvo Fernando contigo?


—No, estaba fuera de la ciudad, trabajando en una obra.


—Entonces, ¿Quién estuvo contigo para ayudarte en aquella dura prueba?


—Mis padres y… la tía Diana.


—De haberlo sabido, yo habría estado contigo, y tú lo sabes —añadió Pedro dejando que su mano llegara hasta la mejilla de Paula para acariciarla.


Paula sintió que todo su cuerpo se encendía al sentir aquel dedo hacer círculos cada vez más grandes hasta rozar el contorno de sus labios.


—Sí, lo sé —contestó temblorosa, volviendo la cabeza para evitar que él siguiera acariciándola.


Con cada caricia, sin embargo, Paula se iba hundiendo en un mundo de sensaciones, incapaz de gritar o de protestar. Aquellas caricias la habían reducido a un conjunto de pequeños gemidos. Pedro se puso en pie y le quitó a Baltazar de los brazos. Dejó al bebé sobre la colcha y volvió a su lado. Lo escuchó murmurar algo ininteligible, después posó los labios sobre los de ella y acalló aquellos gemidos mientras la hacía tumbarse con la espalda contra el cabecero. Asaltada por la repentina euforia, por el éxtasis, Paula respondió a aquel exigente ataque sin poder evitarlo. El sabor y la textura de su boca alimentaban su deseo hasta hacerla retorcerse de placer. Con la habilidad inigualable de un experto, Pedro la hizo penetrar en el torbellino del deseo. Cada vez más profundamente. Perdió toda noción de lo que la rodeaba. No fue capaz de apartar los labios de Pedro hasta que Baltazar no comenzó a hacer aspavientos y a llorar. Entonces, horrorizada, descubrió lo que hubiera podido ocurrir de haber dejado que las cosas continuaran por ese cauce.


—Balta… tiene que terminar el biberón.


—De acuerdo —murmuró él—. Pero después nosotros terminaremos lo que hemos comenzado. 


—¡No, Pedro! Sea lo que sea, no debe volver a suceder. Quizá fuera inevitable, ya que jamás nos despedimos. Será mejor que consideremos eso como nuestra despedida.


—¿Llamas a eso una despedida? —bromeó él seco—. Me pregunto qué diría tu novio si supiera que he sido yo el que ha recibido todo ese caudal de energía sexual ahora mismo.


—Has sido tú quien me ha besado —alegó ella con voz trémula.


—¿Y por qué no me has pedido que saliera de la habitación? Estaba esperando a que lo hicieras.


—No quería asustar a Balta.


—No te creo.


—¿Crees acaso que he disfrutado? —preguntó ella a voz en grito, con el rostro colorado.


—Sé que has disfrutado —musitó él con voz profunda.


—Te equivocas. Te he devuelto el beso porque me daba pena después del daño que te había hecho dejándote así, sin dar la cara. Solo un niño actúa así. Merecías algo más.


—Me gusta tu forma de recompensarme —susurró él—. Espero con ansiedad un poco más de ese consuelo en cuanto nuestro hijo esté en la cuna.


—Pues tendrás que usar la fuerza, y jamás te he creído capaz de ello. Ya te dije, cuando rompí contigo, que era demasiado joven e inexperta para manejar a un hombre como tú. 


El misil que acababa de disparar había dado en el blanco. Paula sintió que Pedro se alejaba física y emocionalmente de ella. No deseaba herirlo, eso era lo último, pero si él volvía a tocarla, acabaría por comprender que todo era mentira, y entonces todo su mundo se vendría abajo. Paula habría hecho cualquier cosa con tal de evitarlo. Pedro se levantó de la cama.


—Por eso has elegido a un hombre al que poder despreciar. ¡No estás enamorada de Fernando! —exclamó él—. Lo que me preocupa ahora es que, cuando Balta crezca, se dará cuenta de que su madre es incapaz de amar como un adulto, y le echará la culpa. Puede que sea mejor que me quede yo con la entera custodia. Estaría solo, pero al menos no habría sido por mi elección. Balta podría perdonármelo fácilmente. Piénsalo… 

Perdóname: Capítulo 43

Paula decidió no encender ninguna luz, y atravesó el remolque hasta el corralito.


—¡Oh! —gritó al sentir que chocaba contra el cuerpo de Pedro, duro y musculoso.


Él la abrazó para evitar que ninguno de los dos cayera al suelo.


—¿Qué estás haciendo levantada? —preguntó con voz ronca, adormilada, con una voz que sonó curiosamente íntima.


Pedro seguía sin soltarla. Sus manos la acariciaban la espalda tal y como solía hacer en el pasado. El corazón le latía tan fuerte que él tuvo que sentirlo retumbar contra su pecho.


—Pensé que… que ya era hora de que durmieras una noche entera, para variar.


—¿Ya no te encuentras mal?


Paula podía sentir su cálido aliento en la mejilla. Su boca estaba peligrosamente cerca de la de ella. Si volvía la cabeza un centímetro…


—No, se me pasó.


Probablemente Pedro no llevara nada debajo de la bata. De pronto Paula sintió pánico nada más pensarlo y se apartó para abrazar a Baltazar. Gracias a Dios ella iba vestida.


—Como los dos estamos despiertos yo calentaré el biberón y te lo llevaré a la cama. ¿Qué te parece?


No, sería mejor que no.


—Bi… bien —contestó Paula besando la cabeza de Baltazar—. Vamos, cariño, papá tendrá listo el biberón para cuando te haya cambiado.


Aquellas palabras fueron proféticas. Pedro apareció en el dormitorio justo cuando Paula se sentaba en la cama con Baltazar en brazos. Él se acercó y se sentó a su lado. Aquella proximidad le hizo respirar más rápidamente. 


—Te he traído un té helado con limón —dijo él tendiéndole el vaso.


—Gracias.


—De nada. Y ahora tu biberón, jovencito.


Para sorpresa de Paula, Pedro permaneció en el dormitorio. Sostuvo el biberón mientras Baltazar comía en brazos de ella. Ella podía sentir la mirada de Pedro sobre sí en medio de la oscuridad.


—¿Qué tal está?


—Divino —contestó ella refiriéndose al té.


—Bien, bébetelo todo. No quiero que te deshidrates.


Aterrorizada al sentirse tan cerca de él, Paula bebió el té lo más deprisa que pudo. Las manos de ambos se rozaron al tenderle el vaso vacío. Se suponía que Pedro debía de ponerse en pie y marcharse, pero no hizo ninguna de las dos cosas. En lugar de ello, adivinó por sus movimientos que dejaba el vaso en el suelo. La intención de Pedro, evidentemente, era quedarse donde estaba y terminar de darle el biberón a Baltazar. El corazón de Paula ya no retumbaba, galopaba.


—Pedro…


—¿Sí?


—Me… me encuentro mucho mejor. ¿Por qué no vuelves a la cama? Yo acostaré a Balta.


—Ya que estoy aquí, me da igual. Creo que a Balta le gusta tenernos a los dos, le hace sentirse seguro y amado.


—¿Quieres apartar el biberón un momento? Le toca echar los aires — le recordó Paula con las mejillas encendidas.


Fuera cierto o no que Baltazar se había tomado el biberón, Paula necesitaba hacer algo, romper el hechizo que Pedro tenía sobre ella. Sostendría al niño contra su hombro hasta que cayera dormido. Él continuó sin moverse. Paula lo sintió elevar una mano para acariciar la cabeza del bebé.


—Es una criatura milagrosa, Paula.


—Sí, lo sé —respondió ella con el pecho oprimido, tratando de respirar.


—¿Cuánto tiempo estuviste de parto?


—Unas cuarenta y ocho horas.

Perdóname: Capítulo 42

Paula parpadeó tratando de evitar que las lágrimas resbalaran por sus mejillas.


—Jamás podría ceder, y tú lo sabes.


—Entonces fin del problema —contestó él satisfecho—. Ahora voy a quedarme aquí con Balta y a acostarlo esta noche. Si quieres, puedes utilizar el ordenador para mandarle un mensaje a Fernando. El otro día se me olvidó decírtelo.


—No le funciona el módem.


—Vaya, pero al menos puedes llamar por teléfono y escuchar su voz.


Paula necesitaba desesperadamente cambiar de tema, sentía náuseas.


—Voy al salón a completar el álbum de fotos de Balta.


—¿Te he dicho ya que en algunas de esas fotos Balta se parece a mi madre cuando era bebé? Si no fuera por la calidad de la película ni tú sabrías distinguirlos.


El hecho de que Pedro mencionara a su madre asustó tanto a Paula que enseguida supo que vomitaría. Era una suerte que el baño estuviera tan cerca. Cerró la puerta y vomitó.


—¿Paula? —la llamó Pedro alarmado.


—Estoy… estoy bien.


Paula se enjuagó la boca y se lavó los dientes. Minutos más tarde, al salir del baño, vió a Pedro de pie, junto a la cuna, donde Baltazar estaba acostado. Sus rasgos esbozaban una mueca.


—¿Por qué no me has dicho que te encontrabas mal?


—No lo sé, ha sido de repente.


—Vete a la cama, yo me ocuparé de todo. ¿Necesitas que te ayude a desvestirte?


Podía soportar la ira de Pedro, pero no su ternura.


—No, gracias. Creo que voy a tumbarme aquí un minuto hasta que se me pasen las náuseas.


—¿Quieres que me lleve a Balta?


—Sí, por favor.


Se hizo un largo silencio. Luego él añadió:


—Buenas noches. Si necesitas algo, llámame.


Lo necesitaba a él. Pedro tomó en brazos al niño y abandonó la habitación. Luego, apagó la luz y dejó la puerta entornada. Se sentía débil debido al repentino vómito, así que cerró los ojos durante un segundo esperando levantarse enseguida para ponerse el camisón. Sin embargo, de improviso, eran las tres de la madrugada. Baltazar hacía aspavientos y ruidos exigiendo el biberón, pero le llevó un rato ponerse a llorar a pleno pulmón. Paula se sentía mucho mejor, así que salió de la cama. Seguía vestida. Desde su llegada, Pedro se había levantado todas las noches para cuidar del bebé. Ella sabía que jamás lo confesaría, pero tenía que estar exhausto. Era su turno de descanso. 

Perdóname: Capítulo 41

 —Fernando y yo nos conocimos cuando estaba embarazada, eso cambia las cosas por completo —contestó dejando a Baltazar en brazos de Pedro, sin vacilar—. Si le cambias de pañal yo prepararé el biberón.


Sin embargo, Pedro no abandonó la habitación como ella esperaba. En lugar de ello preguntó:


—¿Y cuánto tiempo había transcurrido desde que huiste de la prisión en la que esperabas tu sentencia de muerte conmigo hasta que lo conociste?


«No, Pedro, cariño».


—Él… él vino a casa de mis padres a pedirme que le pasara a máquina un curriculum por si decidía trabajar para otra empresa de construcción.


—¿Pasar a máquina?


—Sí, así es como he estado ganándome la vida —contestó Paula apartando la mirada—. Me anuncié en los periódicos y en el diario del campus.


—¿Y cuánto tiempo había pasado cuando apareció él en casa de tus padres? —insistió Pedro.


—Cinco meses —contestó Paula, que hubiera deseado gritar que no lo sabía.


—Entonces no has estado mucho tiempo con él, debe estar ya poniéndose nervioso —comentó Pedro clavando la daga un poco más hondo.


Los aspavientos de Baltazar impidieron que Paula contestara. Pedro, evidentemente, se veía desgarrado ante la necesidad de atender a su hijo y sus ganas de atormentarla. Por fortuna, las necesidades del niño prevalecieron. Pedro giró en redondo y se dirigió a grandes pasos hacia el dormitorio del remolque llevándose a Baltazar. Paula no sabía cuánto tiempo más podría seguir viviendo con aquella mentira que crecía y crecía desproporcionadamente y que acabaría por separarlos de una manera definitiva. Se acercó al dormitorio y le tendió el biberón.


—Toma, aquí tienes.


—Quédate conmigo mientras le doy el biberón, tengo que hablar contigo. 


Paula obedeció. Se quedó de pie junto a la cuna, apoyándose en ella. Resultaba tremendamente peligroso sentarse en la cama junto a Pedro, no podía entrar en aquella arena de lidia deseándolo como lo deseaba.


—Escucha, Pedro… —comenzó a decir extendiendo las manos en el aire—, Damián desde luego, ha sobrepasado los límites, pero no le ha hecho daño a nadie.


Pedro ladeó la cabeza y dirigió su fría mirada hacia ella.


—Ya he hablado con él, pero tranquila, no tendrás que preocuparte más por eso, porque la semana que viene ya no viviremos aquí.


—¿Qué quieres decir? —preguntó ella.


—Que mi trabajo aquí ya ha terminado, que ya se pueden construir las vías de aquí a Wyoming. Ahora tengo que estudiar el terreno en la mitad oeste de los Estados Unidos, y eso significa que tendré que mudarme. Leticia nos deja instalar el remolque en su propiedad a las afueras de Laramie. Tendremos agua. Remolcaremos el coche, y así podrás disponer de transporte cuando estemos allí. Me gustaría que nos marcháramos el lunes por la mañana a primera hora, así podríamos deshacernos de las cosas que nos sobran durante el fin de semana.


Paula se giró dándole la espalda. Aquello le hacía sentirse realmente mal. Pedro continuó:


—Siento que la idea te resulte tan repugnante, pero siempre has sabido que mi trabajo me obligaría a mudarme de un lado a otro.


—No entiendes nada, Pedro —murmuró ella—. Una cosa es montar esta farsa en la excavación, entre extraños, y otra muy distinta tener que vivir con tus mejores amigos cuando deben tener una opinión horrorosa de mí… No… no creo que pueda soportarlo.


—¿Quieres decir que no vas a poder continuar otras dos semanas más? Bien —comentó él con voz de seda, terminando con la paciencia de Paula—. Nadie te está apuntando con una pistola, Paula. Cuando quieras vas al aeropuerto y vuelves a casa con tu novio, si eso es lo que quieres. Baltazar y yo nos sentiremos muy felices de llevarte al aeropuerto. 

lunes, 18 de enero de 2021

Perdóname: Capítulo 40

 —¿La visión de qué? —preguntó Paula que, tras preguntarse continuamente por Pedro durante todos aquellos meses, recibía aquella información como agua de mayo.


—Supongo que, teniendo en cuenta que quizá compartamos la custodia de Balta, tienes derecho a saber que esos chicos y yo estamos construyendo un tren de alta velocidad que unirá Warwick con San Francisco.


—Un tren de alta velocidad… que levitará por la fuerza del magnetismo —murmuró Paula—. Recuerdo haber oído hablar de ello en las clases de física. ¡Es fantástico!


—Lo será, cuando esté terminado.


—¡Nuestro país necesita ese transporte! ¡Con urgencia! —gritó ella con entusiasmo—. Así la gente podrá ver el paisaje mientras viaja, pero no tendrá que preocuparse de conducir ni de accidentes —Paula tuvo la sensación de que Pedro estaba a punto de decir algo, pero luego debió pensarlo mejor—. ¿Y qué velocidad alcanzará?


—El prototipo en el que está trabajando Ezequiel va a alcanzar los seiscientos cincuenta kilómetros por hora.


—¡Es increíble! —sacudió la cabeza Paula—. Es el proyecto más importante en el que has trabajado jamás.


—Exacto.


Aquella escueta respuesta no logró engañar a Paula ni por un momento. Para él un proyecto como aquel lo era todo. Dios le había respondido, al menos, en una de sus plegarias. Había rezado muchas veces pidiéndole a Dios que Pedro pudiera continuar con su vida. Y, en cuanto a Baltazar, sabía a ciencia cierta que le había causado a su padre la mayor alegría de su vida. Ella trató de controlar sus emociones y se levantó para echarle un vistazo al niño. Era un ángel, estaba tumbado escuchando. Se le había caído el chupete, pero no parecía importarle. Se arrodilló a su lado y se lo metió en la boca.


—¿Y… y cómo va el tema de los derechos sobre las tierras? — preguntó tartamudeando.


—Dom está trabajando en los territorios de Utah y Nevada.


—¿Y qué significan los colores del mapa, junto a la línea? 


—Representan los distintos tipos de tierra sobre los que tendremos que construir las vías.


—Comprendo —contestó Paula, para quien todo comenzaba a cobrar sentido—. ¿Y qué hay del foso de ahí fuera?


—Comenzamos a cavar hace un mes, pero de pronto tuvimos que dejarlo porque la aplanadora descubrió huesos.


Paula se puso en pie y continuó observando a Baltazar.


—¿Cuantos años estimas que tienen los huesos de ese foso?


—Quizá sean del año 400 A.C., están esparcidos por todo el estado de Nueva York.


Paula gritó sorprendida, y aquello asustó a Baltazar.


—Lo siento, cariño —se lamentó Paula inclinándose para tomar al bebé en brazos y acunarlo—. Damián me dijo que el profesor Fawson no había desenterrado más que una pequeña parte.


De pronto Pedro se puso en pie.


—¿Quieres decir que Atwood te habló de algo interesante aparte de tratar de llevarte a la cama? 


Hubiera podido creer que aquel encuentro con el estudiante había suscitado los celos de Pedro, pero no podía ser. Era imposible, teniendo en cuenta cuánto la odiaba por lo que le había hecho. Ni siquiera sabía si algún día la perdonaría. Él enrolló el mapa, y eso señaló el fin de la discusión. Tendría que conformarse con aquella escueta información, hasta que se trasladara a San Diego con Baltazar, en el plazo de tres semanas. Paula esperaba con ansiedad ese momento, porque no había roto su parte del trato ni tenía intención de hacerlo.


—Damián está enamorado de sí mismo, no es tan distinto de otros chicos de su edad.


El nervio de la mandíbula de Pedro, que Paula había observado temblar en otras ocasiones, cuando estaba tenso, era perfectamente visible en ese momento. Sus ojos verdes la miraron penetrantes, brillantes y llenos de reproches.


—Tiene la misma edad que Fernando.


Paula sintió que se le secaba la boca. Tenía que pensar en algo, y deprisa.