viernes, 22 de enero de 2021

Perdóname: Capítulo 46

Tras ponerse cómoda, el timbre del teléfono en la mano la sobresaltó. La pantalla mostraba que se trataba de una conferencia a través de una empresa telefónica que Pedro utilizaba habitualmente. Paula creyó que se trataría de una llamada sin importancia, de modo que contestó mientras trataba de hacer callar a Baltazar con sus besos.


—Residencia del profesor Alfonso.


Se hizo el silencio. Paula pudo escuchar a alguien respirar al otro lado de la línea. La sensación de estar haciendo algo prohibido la alertó.


—¿Qué quiere decir eso de residencia del profesor Alfonso? ¿Quién está al teléfono?


Era la madre de Pedro. 



Paula podría haber reconocido aquel tono perentorio de voz en cualquier parte. Sintió que algo la atenazaba los pulmones, que no podía respirar. El malestar de la noche anterior no era nada comparado con el modo en que el corazón le taladraba el pecho en ese momento. Su primera reacción fue colgar, pero enseguida se dio cuenta de que era el mejor modo de alertarla. Sintió que le sudaban las palmas de las manos mientras buscaba inspiración. ¿Por qué no lo habría dejado sonar y sonar? Baltazar siempre notaba si le ocurría algo. Sabía adivinar su estado de ánimo. Su llanto comenzó a hacerse más fuerte. Ella lo meció, rogando por que se callara.


—Soy… soy la señora Hammond. El profesor Alfonso acaba de marcharse, pero enseguida volverá —contestó tratando de que su voz sonara «oficial». 


—¿Y qué estás haciendo tú en su remolque?


Paula estaba tan tensa que, sin querer, apretó a Baltazar más de la cuenta. El niño rompió de nuevo a llorar.


—Soy su… su secretaria.


—¡Pero si no tiene ninguna! —exclamó la madre de Pedro tras una violenta pausa.


—Me… me contrató la semana pasada —alegó Paula colgando casi el teléfono.


—¡No te creo! ¿Y qué hace ahí ese bebé? No irás a decirme que te deja llevarlo contigo a trabajar, ¿Verdad? —continuó furiosa, escandalizada.


No servía de nada abrazar a Baltazar, era imposible hacerlo callar. El niño se daba cuenta de que algo no andaba bien, y reaccionaba del único modo en que sabe reaccionar un niño. Aquella conversación tenía que terminar.


—¿Quiere que le de algún mensaje? Le devolverá la llamada en cuanto vuelva.


Al otro lado de la línea se hizo el silencio, un silencio que no presagiaba nada bueno.


—¿Cómo dijiste que te llamabas?


¿Sería posible que hubiera reconocido su voz? Paula sintió que la boca se le quedaba seca. Baltazar estaba llorando a pleno pulmón, pero el miedo la tenía paralizada. Justo en ese instante apareció Pedro. Un simple vistazo a su rostro pálido fue suficiente para que todos sus rasgos se ensombrecieran.


—Ah… aquí está, un momento.


Paula le tendió el teléfono, pero antes de que él pudiera agarrarlo se le cayó de las manos. Pedro lo recogió con un rápido gesto, mirándola con ojos verdes inquisitivos.


—Es tu madre —dijo Paula—. Por favor, no me descubras —rogó agarrando el biberón de Baltazar y corriendo al dormitorio.


Paula cerró la puerta y cruzó el estrecho espacio libre. Tras unos minutos, Baltazar se calmó y terminó el biberón, pero sus ojos siguieron fijos sobre el rostro de su madre como si no confiara en que ella no volviera a ponerse nerviosa. 

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