viernes, 29 de enero de 2021

Perdóname: Capítulo 65

 —Naturalmente —contestó Pedro con una nota de satisfacción en su profunda, ronca voz—. Cuando hables con Fernando esta noche, dale recuerdos de mi parte.


A galope, de vuelta al establo, Paula pudo echar la culpa de sus lágrimas al viento helado, que parecía haber brotado no se sabía de dónde. En esa ocasión estaba preparada para Pedro. Cuando llegaron al establo, él se bajó del caballo, y ella se bajó por el otro lado y salió corriendo. No se dió cuenta de que llevaba puesta la chaqueta de Leticia hasta que no entró en el remolque y esperó a que se le borraran las lágrimas. Dominic y Leticia, en el sofá, levantaron la vista al mismo tiempo con miradas inquisitivas. Dominic fue el primero en hablar.


—¿Te encuentras bien?


—S… sí, claro.


—¿Qué tal el paseo? —quiso saber Leticia.


—Muy… muy bien. ¿Y qué tal Baltazar? ¿Ha montado mucho follón?


—En absoluto. Está dormido, en la cama.


Paula sentía que las mejillas le ardían. Probablemente estuviera colorada. Se sentía como una tonta. Se quitó la chaqueta y la dejó sobre el brazo del sofá.


—Muchas gracias por prestármela, Leticia.


—De nada. Cariño… —contestó Leticia volviéndose hacia su marido—, creo que es hora de marcharnos a descansar. Si te llevas a Camila, yo recogeré las cosas y las guardaré en la bolsa.


Pedro cerraba la puerta del establo y se encaminaba hacia ellos cuando Paula les dió las gracias y las buegas noches. Incapaz de enfrentarse a él, se apresuró a entrar en el dormitorio y se preparó para marcharse a la cama. Con Baltazar dormido, Pedro no tenía razón alguna para entrar. Los Giraud debían de estar entreteniéndolo. Ella cerró la puerta, apagó la luz y se metió debajo de las sábanas. Su corazón parecía retumbar en la habitación. Hacía tanto ruido que se temía que él entrara a averiguar de qué se trataba. Veinte minutos después, comenzó a serenarse. Estaba empezando a sentir cierta calma cuando la puerta se abrió. La alta silueta masculina de Pedro se dibujó contra la luz que entraba procedente del salón. 


—Te has olvidado de esto —dijo él dejando el teléfono móvil sobre la cama—. Que no se diga que me he interpuesto en medio de un amor verdadero.





Ezequiel bajó de la avioneta bimotor con una bolsa de fin de semana, y caminó a grandes zancadas hacia Pedro y Dominic, que lo esperaban en el aeropuerto. Tras dejar la bolsa en el maletero, subió al asiento de atrás y estrechó las manos de sus amigos. Sin embargo, Pedro notó enseguida que no sonreía. Dom también se había dado cuenta.


—¿Qué ocurre, mon ami?


—Tengo noticias… —contestó Ezequiel mirando directamente a Pedro— … en relación con Paula. ¿Por qué no salimos de aquí, y se los cuento?


Pedro tragó, arrancó y condujo desde una carretera alquitranada hasta un camino aislado. Tras detenerse, se volvió hacia Ezequiel.


—Adelante, cuéntame de qué se trata.


—Ayer tuve que volar a San Diego para entrevistarme con unos ingenieros que iban a mandarme un material especial que, al final, no me mandaron y, mientras estaba allí, se me ocurrió llamar por teléfono a los padres de Paula y preguntar por Fernando Hammond fingiendo que era un amigo de él.


—¿Y qué te dijeron? —preguntó Pedro rígido.


—Que jamás habían oído hablar de él. No tenían ni idea de quién era.


Pedro dejó escapar un gemido.


—Recordé que me habías dicho que había ido a un instituto de allí, así que llamé a todos los institutos y universidades de la zona. Jamás había habido ningún Fernando Hammond inscrito allí.


La adrenalina comenzó a acumularse y a desbordar en el sistema nervioso de Pedro poniendo en marcha todas las alarmas. 


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