lunes, 11 de enero de 2021

Perdóname: Capítulo 23

Se negaba a pensar en el día en que tuviera que abandonar a Pedro para volver a California. Sería entonces cuando comenzaría su infierno particular, porque solo podría verlo durante los turnos de visita. Tenía que aprovechar el tiempo, porque pronto todo terminaría. El teléfono móvil sonó mientras él estaba fuera. Paula se sintió tentada de contestar, pero no se atrevía. Quizá fueran los padres de Pedro o alguno de sus hermanos. Ellos no debían saber que ella había vuelto a Nueva York bajo ningún concepto, y menos aún descubrir que tenía un hijo de Pedro y que vivía con él. Paula se colocó al niño sobre el hombro para que echara los gases y esperó a que Pedro entrara con las últimas cajas. El cuarto de estar del remolque parecía un diminuto almacén repleto.


—Pedro, acaban de llamar por teléfono, pero no he contestado porque no quiero que nadie sepa que estoy aquí.


—Pues Fernando ya lo sabe —contestó Pedro frunciendo el ceño—, así que no veo la razón.


—Me… me refería a tu familia. Sé que tienen una opinión nefasta sobre mí después de lo que te hice, y como esto solo va a ser algo temporal, prefiero mantenerlo en secreto —añadió levantando la cabeza con ojos suplicantes—. ¿Te parece mucho pedir?.


Una vena diminuta tembló en la dura mandíbula de Pedro. Sus ojos entrecerrados examinaron el rostro y los cabellos de Paula. Ella no supo adivinar en qué pensaba.


—Tengo un buzón de voz, así que no te preocupes.


—Gracias —susurró ella.


—Lo primero que hay que hacer es instalar la cuna —continuó él sintiendo que el pecho le pesaba—. La voy a poner en el dormitorio, donde dormirás tú.


—No, Pedor, no voy a quitarte la cama. Yo dormiré en el sofá. Así, cuando tenga que levantarme a preparar un biberón, estaré solo a un paso.


—Quiero que tú duermas atrás —afirmó él con calma—. Yo entro y salgo hasta altas horas de la noche debido a mi trabajo, y no quiero molestar a Balta sin necesidad.


—Pero ese sofá es pequeño para tí, no aguantará tu peso. 


—Sobreviviré. En Sudamérica tuve que dormir en una hamaca. En comparación, este sofá es maravilloso. Además, tengo un colchón inflable, que siempre puede venir bien.


Y diciendo esto, Pedro encontró la caja en la que venía embalada la cuna y la empujó por el suelo hasta el dormitorio, al fondo del remolque. Paula escuchó unos cuantos epítetos ininteligibles al chocar con puertas y muebles. Cuando el teléfono móvil volvió a sonar, Pedro le pidió que mirara en la pantalla de dónde procedía la llamada. Ella pensó que Baltazar no se dormiría después del biberón con todo aquel ruido, pero la tarde de compras debía haberlo cansado terriblemente. Alcanzó el teléfono, junto a la bolsa del bebé, y contestó:


—No pone ningún nombre, solo dice que se trata de alguien que llama desde el área 307.


—¿Quieres, por favor, contestar y tomar nota del recado?


Paula no tenía ganas de hablar con nadie, pero tampoco podía hacer caso omiso del encargo. Apretó el botón para contestar y dijo:


—Aquí la residencia del profesor Alfonso.


Una voz masculina y profunda la saludó y, tras vacilar, preguntó por Pedro. 

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