viernes, 1 de enero de 2021

Perdóname: Capítulo 2

Al salir del coche, Paula sintió que se le secaba la boca. Tenía que reunir coraje, caminar hasta el remolque y leer el cartel clavado en la puerta. No era de extrañar que Pedro hubiera tenido que colgarlo para delimitar así sus horas de trabajo de las de descanso: las estudiantes de San Diego lo habían perseguido constantemente. ¿Tendría Pedro relaciones con alguna de las estudiantes de Warwick? No, se dijo. No se atrevía a pensar en lo que habría estado haciendo durante los últimos diez meses y medio, y menos aún a pensar en las mujeres con las que habría salido. Si lo hacía, la pena la consumía viva.  Según el cartel, Pedro estaba disponible para cualquier consulta de cuatro a cinco de la tarde, de lunes a viernes, a menos que estuviera de viaje fuera de la ciudad. Ella se apresuró a llamar a la puerta antes de perder todo su coraje. Esperó un minuto y volvió a llamar. No hubo respuesta, de modo que, tras instantes de vacilación, intentó por fin abrir el picaporte. Para su sorpresa, la puerta se abrió. Asomó la cabeza y lo llamó. Él no estaba. Tras atravesar todo el país desde la costa oeste para verlo, aquello no la iba a detener por mucho que tuviera que esperar. Paula se preguntó cuánto aguantarían sus nervios y consideró la posibilidad de esperarlo en el coche. Sin embargo, desde donde lo había estacionado, no lo vería si aparecía. Vaciló por un momento y, por fin, decidió esperarlo dentro del remolque. Antes o después Pedro tendría que volver. Y, si seguía lloviendo, no tardaría mucho.


Mientras salían juntos, Pedro le había dicho que no le importaba en qué remolque tuviera que vivir cuando hacía trabajos de campo y, viendo aquel remolque amueblado con módulos estándar en marrón y beis, Paula comprendió que era cierto. Nada en su interior desvelaba quién era la persona que vivía en un lugar tan claustrofóbico. Apartó una pila de cuadernos de una silla y se sentó. Le habría encantado poder explorar el dormitorio, pero sabía que no tenía derecho a hacerlo. En realidad, Pedro podía acusarla de faltarle al respeto en su intimidad solo por haber entrado en el remolque sin ser invitada. Ella no tenía ni idea de cómo reaccionaría ante aquel atrevimiento, pero suponía que lo entendería ya que estaba lloviendo a cántaros. A los pocos minutos se puso en pie para estirar las piernas y descubrió un enorme mapa de los Estados Unidos desplegado sobre una mesita junto a la diminuta cocina. Curiosa, se acercó sorteando obstáculos para examinarlo. Pedro había dibujado una línea desde la ciudad de Nueva York hasta la de San Francisco y, sobre esa línea, había pintado con rotuladores fosforescentes de distintos colores las diferentes zonas que quedaban en medio formando una especie de patchwork continuo entre varias ciudades que había rodeado en rotulador negro: Warwick, en Nueva York; Laramie, en Wyoming; Tooele, en Utah; San Francisco, en California. Más allá de Tooele, sin embargo, no había nada coloreado, solo la línea negra. Sobre cada color había anotaciones técnicas que no comprendía. 

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