domingo, 31 de mayo de 2015

Cuestiones Privadas: Capítulo 74

Ellas se quedaron asombradas. Luego se echaron a reír y salieron después de darle un beso a Paula.
- Tú... -dijo Paula, mirando fijamente a Pedro- las has echado.
-Sí.
-Pero... ellas son muy guapas.
-Ah, ¿sí? -dijo él, encogiéndose de hombros y avanzando hacia ella-. Pues no me he dado cuenta.
-¿Qué no te has dado cuenta? Es imposible. Sofía y Camila son... ellas son... Pedro, ¿se puede saber qué estás haciendo?
- Voy a besarte -respondió Pedro, hundiendo sus dedos en su cabello.
Luego la acercó y la besó apasionadamente. Paula trató de contenerse. Pensó que no había razón para contestar al beso. Aquello era solo sexo.
No, no era cierto. Era sexo, pero también amor. Al menos, ella amaba a aquel hombre y lo único que deseaba era estar entre sus brazos.
Después de un largo rato, él se separó de ella.
-Maldita sea -dijo con voz ronca-, estoy muy enfadado contigo, Gorrión -volvió a besarla-. Debería echarte sobre mis rodillas y darte unos cuantos azotes.
-Prefiero que me sigas besando -susurró Paula. Entonces, él lo hizo. Luego ella le apartó delicadamente-. Pedro, has venido a buscarme.
- Por supuesto que he venido a buscarte. ¿Es que creías que podías escaparte tan fácilmente de mí? ¿Creías que te dejaría marchar sin luchar por tí? Pues ya ves que no voy a dejar que me abandones.
Paula se puso de puntillas y volvió a besarlo. Ella amaba a Pedro y lo aceptaría tal como era. Además, quizá ocurriera un milagro y él cambiara. Quizá se enamorara de ella.
Era un riesgo, pero la vida no merecía la pena si uno no estaba dispuesto a correr riesgos. Era algo de lo que ella acaba de darse cuenta.
-No voy a abandonarte -dijo Paula, sonriendo-. Pensé que era lo mejor, pero me equivoqué.
Pedro  volvió a besarla.
-Sí, gorrión, te equivocaste. Porque yo soy un hombre que sí está dispuesto a comprometerse. Lo que sucedía era que no había encontrado todavía a la mujer adecuada.
Pedro  tomó aliento.
-Te amo, Paula, te amo con toda mi alma y será mejor que tú también me digas que me quieres. Porque si no... -se detuvo y la miró a los ojos-. Porque si no, yo me sentiré perdido y solo durante toda mi vida. Paula, dime que tú también me amas.
Paula  sintió ganas de reír y llorar a un mismo tiempo. Finalmente, lo que hizo fue besar a Pedro.
-Por supuesto que te amo, Pedro.
Entonces, él sonrió.
- En ese caso, nos casaremos cuanto antes.
Ambos se besaron.
Sofía y Camila, que estaban en el salón, se sonrieron la una a la otra. Luego se pusieron los abrigos y salieron a la calle, tratando de no hacer ruido...


FIN

Cuestiones Privadas: Capítulo 73

-Paula, quienquiera que sea ese hombre, no merece la pena que llores por él.
-¡Por el amor del cielo! Les repito que no estoy llorando por ese hombre.
- Has estado llorando todo el tiempo desde que has llegado -le dijo Camila-. Mira, tienes lo ojos y la nariz roja. Y esas ratas de hombres no merecen que se llore por ellos. Son todos unos mentirosos.
-Es cierto - asintió Sofía.
-Sí -dijo a su vez Paula-, pero el problema es que él no me mintió. Me advirtió que no quería comprometerse, que solo quería acostarse conmigo.
-Nunca dije tal cosa, gorrión -se oyó decir a una voz de hombre.
Las tres hermanas se dieron la vuelta hacia él.
-¿Pedro? -susurró Paula, asombrada.
-Sí, soy Pedro -aseguró él en un tono frío-. Han dejado la puerta abierta.
-He sido yo -dijo Sofía , sonrojándose-. Me llevé las botas por si nevaba y me las quité fuera...
-Pedro, ¿qué estás haciendo aquí? -preguntó Paula mientras notaba cómo el corazón le latía como si fuera a salírsele del pecho.
Esa era una buena pregunta, pensó Pedro, acordándose de que se había pasado todo el lunes llamándola. Como no dio con ella en el despacho y tampoco en su casa, se sintió tan alarmado que decidió cancelar la reunión en San Diego y volver a Nueva York.
Ya en el avión, comenzó a temerse que Paula pudiera haberse marchado. ¿Cómo podría dar con ella? ¿Contratando un detective privado, llamando a la policía? Entonces, se acordó de la señora Mayra. Ella quizá podría informarle.
-Pedro, te he hecho una pregunta. ¿Cómo me has encontrado?
-La señora Mayra me dio esta dirección.
Paula se sintió débil al ver lo enfadado que estaba. Y lo guapo... Estaba despeinado y había tirado el abrigo sobre una silla, de manera que estaba con la chaqueta abierta y el nudo de la corbata flojo. Al ver que no parecía haberse afeitado, recordó el tacto de su barba incipiente y cómo le había pasado la barbilla sin afeitar por su piel desnuda, por sus pechos...
De pronto, se sonrojó y Camila se dio cuenta.
- ¡oh, Dios! Mira, Sofía.
-Paula, ¿es este hombre, verdad? -dijo entonces Sofía-. ¡Oh, qué callado te lo tenías! Es muy guapo, ¿verdad, Camila?
-¿Quiénes son? -preguntó Pedro, arrugando los ojos.
-Mis hermanas -respondió ella-. Esta es Sofía y esta, Camila.
-Hola -dijo Camila, sonriéndole.
-Hola -le saludó Sofía, también sonriente.
-Hola -contestó Pedro, mirándolas atentamente. Luego frunció el ceño-. Y ahora, ¿Pueden dejarnos solos de una vez para que podamos hablar tranquilamente?

Cuestiones Privadas: Capítulo 72

No quería que su madre mirara a su padre arqueando las cejas, como había hecho Sofía con Camila  cuando ella se había presentado el lunes por la mañana en la puerta con una jaula de pájaro y tres maletas.
Paula abrió el horno para comprobar cómo iba el asado que estaba preparando.
Ella no había hecho jamás planes de regresar a su ciudad natal, pero había decidido que era lo mejor para olvidarse de Pedro. Algo que estaba empezando a hacer.
Paula comenzó a cortar una cebolla en cuadritos y una lágrima comenzó a rodar por su mejilla.
-Malditas cebollas -murmuró, secándose las lágrimas.
Pero lo cierto era que había estado llorando continuamente desde el domingo por la noche. Y desde que había llegado a casa de sus hermanas, estas no habían parado de repetirle que no merecía la pena llorar por ningún hombre.
Pero no podía estar llorando por él. No lo amaba. Pensó entonces en que le gustaría ver la cara de Pedro cuando llegara el miércoles al despacho y no la encontrara. Aunque, por otra parte, quizá ni lo notara. Seguramente, él ya estaría pensando con qué nueva mujer iba a empezar a salir.
Sí, él era un egoísta y ella no quería pasar el resto de su vida con un hombre así. Porque estaba segura de que no lo amaba. Lo suyo había sido solo sexo, pensó, comenzando a llorar de nuevo. Se secó las lágrimas con el papel de cocina y luego se sonó la nariz.
-¿Paula? Ya he vuelto...
Paula  volvió a sonarse y luego se arregló el pelo rápidamente.
Era Camila, que acababa de llegar. Y eso significaba que Sofía estaría a punto de hacerlo. Tenía que ser fuerte delante de ellas para no alimentar su compasión, como sucedía cuando eran adolescentes.
-Ah, estás aquí, Paula- Camila entró en la cocina.
Su hermana iba tan elegante como siempre, con su pelo rubio reluciente y sus ojos azules llenos de vida.
-¡Mmm, qué bien huele!
-Os he hecho un asado -dijo Paula, dándose cuenta de que dos nuevas lágrimas comenzaban a rodar por sus mejillas.
-Oh, Paula -su hermana Camila soltó un suspiro-. Quienquiera que sea ese hombre, no merece que llores por él.
-Eso es completamente cierto -asintió Paula, secándose los ojos-. Pero no estaba llorando por él. Es por la cebolla.
-¡Oh, qué bien huele! -se oyó decir a Sofía, que acababa de llegar.
- Es un asado -le explicó Paula.
-Me encanta el asado -dijo Sofía-. Pero, Paula, querida, estás llorando.
-Es solo porque he estado picando una cebolla.
Sofía  la miró con sus transparentes ojos azules y la abrazó. Paula notó cómo varios mechones del pelo rubio de su hermana le acariciaban las mejillas...

Cuestiones Privadas: Capítulo 71

Pedro estacionó el coche en el garaje y subió en el ascensor a su apartamento. Se quitó la chaqueta y sacó una cerveza de la nevera, recordando cómo Paula había simulado que lo que había pasado entre ellos no significaba nada para ella.
Sin embargo, él no se lo creía. Todas las mujeres querían relaciones estables mientras que los hombres estaban hechos para volar libres.
Pedro dio un trago de cerveza mientras reconocía que aquella vez no había sido él quien había puesto fin a la relación, sino ella.
Pero seguramente había sido un truco. Seguramente Paula estaría en esos momentos esperando a que él la llamara. Y entonces, le confesaría que todo lo que le había dicho era mentira.
Aunque, por otra parte, ella había parecido sincera, pensó, bebiendo otro trago de cerveza.
«No, no puede ser», se dijo, recordando los suspiros de Paula mientras hacían el amor. Y también recordó su risa mientras conversaban y el modo en que le había acariciado la mano... y todo eso se había acabado. ¿Por qué? Bueno, era cierto que todo aquello había comenzado como un trato para que él le enseñara a comportarse con los hombres.
De pronto, Pedro se la imaginó con otro hombre y sintió que se le rompía el corazón. Apretando los dientes, apagó la luz de la cocina, fue a su dormitorio y comenzó a desnudarse.
Al día siguiente tenía que irse a California, pero no se marcharía hasta que hubiera arreglado todo aquel asunto con Paula.
Quería decirle que había exagerado las cosas, pero que tenían que tratar de olvidar lo que había pasado.
Pero, ¿y si se reía en su cara?, se preguntó, metiéndose en la cama y cruzando las manos detrás de la nuca.
Pues entonces la despediría. Sí, eso sería lo que haría.
Apagó la luz y se dispuso a dormir.
Media hora más tarde volvió a encender la luz y se quedó mirando el techo.
No la despediría. No podía hacerlo porque seguramente era lo que ella estaba esperando para poder así llamarle canalla, además de otras cosas.
Además, seguramente estaba exagerando y ella se echaría en sus brazos cuando le dijera que tenían que olvidar lo que había ocurrido esa noche de domingo. Lo más probable, sería que ella cambiara de opinión y quisiera continuar su relación con él.
Pedro  sonrió, decidiendo que ya sabía lo que iba a hacer. Iría al día siguiente a San Diego, volvería el martes y no hablaría con ella hasta que la viera en el despacho el miércoles. Así, le daría tiempo suficiente para que se diera cuenta del error que había cometido.
Pedro apagó la luz y se durmió inmediatamente.
Así como en Connecticut había nevado bastante, en Rochester no lo había hecho en absoluto. Cosa que resultó bastante extraña a Paula, que creía que en su ciudad natal era el lugar donde más nevaba de todo el universo.
Estaba pensado en ello en casa de sus hermanas, mientras les preparaba la cena. También en que era una verdadera suerte. Ya le había resultado suficientemente difícil el tener que pedirles a sus hermanas que la dejaran quedarse con ella durante un tiempo, como para encima verse atrapada por una tormenta de nieve.
Sus padres todavía no sabían que había vuelto.
Quería primero encontrar trabajo, alquilar una casa y, lo más importante, buscar una excusa para explicarles por qué había vuelto.

Cuestiones Privadas: Capítulo 70

-No podemos hacer que el tiempo retroceda.
Pedro apretó los labios. No comprendía cómo podía estar ella tan tranquila y con esa sonrisa educada en los labios. Al parecer, para ella solo había sido sexo. Eso sí, un sexo increíble.
«Bueno, pues mejor», pensó. Porque él no era un hombre que se comprometiera.
-Bueno, yo no pretendía hacer retroceder el tiempo. Solo pensaba que podíamos divertimos otro poco antes de que terminara el fin de semana.
Divertirse... Paula trató de contener las ganas de echarse a llorar.
-Sí, eso estaría muy bien, pero es que tengo mucho trabajo atrasado en el despacho y tú mañana tienes que irte a San Diego.
Pedro frunció el ceño. De pronto, pensó que quizá Paula pensaba que era a ella a quien le correspondía poner punto final al trato que habían hecho.
- Paula, ya sé que se supone que lo nuestro es un acuerdo temporal, pero no hay por qué ponerle fin tan pronto -dijo él con una sonrisa seductora-. Podemos pasar la noche juntos y mañana me acompañarás a California. Al fin y al cabo, eres mi asistente personal.
Al parecer, el muy canalla quería alargar las cosas antes de terminar con ella.
- Mira, te agradezco mucho que me hayas enseñado cómo debe comportarse una mujer, pero creo que ya no tiene sentido seguir con esto. En cualquier caso, te aseguro que el fin de semana ha estado muy bien.
- ¿Quieres decir que hemos terminado? - preguntó él con voz crispada.
-Sí, pero de verdad que te agradezco lo que has hecho por mí.
- ¡Maldita sea, Paula, deja de hablar como si me hubiera acostado contigo por caridad!
-¡Maldita sea,Pedro! ¿No era eso lo que querías oír? ¿Que lo que hemos hecho este fin de semana no tiene nada que ver con el amor?
Él se quedó mirándola, pensando en que ella tenía razón. Aunque no hubiera por qué expresarlo de un modo tan frío.
-Y no me mires así. Ya sé que piensas que todas las mujeres buscan casarse contigo, pero te aseguro que yo no soy una de ellas.
El se puso en pie al tiempo que sacaba su cartera y dejaba un fajo de billetes sobre la mesa. Ella ya se había levantado y se había puesto el abrigo.
-Está bien, te llevaré de vuelta a Nueva York, si eso es lo que quieres.
-Sí, eso es lo que quiero -respondió ella.
Salieron a la calle y se montaron en el coche. Pedro arrancó y poco después, Paula se fijó en la carretera que habían tomado y se volvió hacia él.
-No quiero ir a tu casa, ya te he dicho que quiero que me lleves a Nueva York.
-Pero no quiero que te dejes las cosas que te he comprado.
-Puedes quedártelas para regalárselas a tu próxima novia.
-¡NO me lo puedo creer! Estás celosa de una mujer que todavía no existe.
- Pero existirá. Y te aseguro que a mí no me importa.
Después de aquello, apenas hablaron en todo el camino hasta la casa de él ni tampoco en el de vuelta hasta Nueva York...

sábado, 30 de mayo de 2015

Cuestiones Privadas: Capítulo 69

Paula acarició el pelo de Pedro y tocó su fuerte mandíbula.
- No es cierto -dijo ella, riéndose.
- Bueno, en realidad lo de que eres sexy y guapa ya lo había averiguado yo antes por mí mismo -aseguró él, acariciando sus muslos.
-Oh, Pedro, por favor...
-¿Qué quieres? --susurró él.
-Que me hagas el amor -dijo ella, echándose en sus brazos.
El día siguiente transcurrió entre paseos, charlas agradables y, por supuesto, también volvieron a hacer el amor.
En esos momentos, estaban tomando café en una pequeña posada cerca de Litchfield, donde acababan de cenar. Paula le había estado hablando de sus primeros trabajos, de sus guapísimas hermanas, de Antonio... A Pedro le encantaba escucharla.
-Cuéntame cómo eras de pequeña -le preguntó.
-Bueno, era una muchacha bastante normal. Era pequeña y tranquila.
- Más bien, diría que eras delicada y tímida.
- Y siempre estaba leyendo. Ahora, quiero que me hables tú de ti. Seguro que tu padre era banquero o algo por el estilo.
- Pues no. Mi padre siempre tenía que administrar el dinero para llegar a final de mes.
-Lo siento.
-No te preocupes. Era un buen hombre. Yo... -Pedro se encogió de hombros- no suelo hablar mucho de él. Era minero y murió enterrado bajo varias toneladas de carbón.
- ¡Oh, Pedro, cuánto lo siento!
- Bueno, eso fue hace ya mucho tiempo.
- Pero debió ser terrible para ti.
-Sí.
Ella le agarró la mano.
- Yo era un crío -dijo él, saltándose cuidadosamente de ella para agarrar su taza de café-. Al poco, mi madre se casó con el primer tipo que mostró algo de interés por ella. Mi padrastro y yo... bueno, él nunca me quiso como a un hijo.
-Entiendo.
- Así que en cuanto crecí lo suficiente, me fui de casa.
-¿A Nueva York?
- No, primero al ejército, luego estuve haciendo diferentes trabajos, lo que me salía.
-¿Por qué no me lo cuentas más despacio? Me gustaría saber más cosas de ti.
-¿Por qué?
-¿Qué quieres decir? Porque... porque... -Paula se mordió el labio.
No podía decide que era porque lo quería. Entonces, volvió a la realidad y se recordó que él solo era su profesor. ¿Y desde cuándo a un profesor le gustaría contarle su vida a una alumna suya?
- Tienes razón. No hay ningún motivo por el que tengamos que contamos nuestras vidas.
-No he dicho eso -replicó Pedro, arqueando las cejas.
- En cualquier caso, ya es tarde, y yo quiero volver esta misma noche a casa.
-¿Esta noche? Pero yo pensaba...
-Ya sé lo que pensabas. Creías que iba a pasar esta noche contigo y que haríamos de nuevo el... que volveríamos a acostamos.
-Pero parece ser que tú tienes otros planes, ¿no es así? -preguntó él en un tono frío.
Ella deseó que él la abrazara y le dijera que no solo quería acostarse con ella, sino que también la quería.
- Eso quiere decir que el fin de semana se ha terminado -añadió él.
-De hecho es que es así. Mañana es lunes, Pedro.

Cuestiones Privadas: Capítulo 68

¿Qué había hecho? Enamorarse de Pedro  no solo era una estupidez, sino que también era un desastre. Él no la amaba. Ni siquiera quería tener una aventura con ella. Y se lo había dejado totalmente claro. Él solo tenía pensado enseñarle lo que era el sexo y... Ya lo había hecho.
Pero aquel fin de semana terminaría como todo lo demás. El lunes por la mañana, ella iría al despacho y...
Y nada sería lo mismo. Pedro la miraría, pero no como siempre lo había hecho. La miraría del mismo modo que miraba a Malena, con tristeza o puede que con vergüenza...
Y el rechazo de Pedro la mataría. Ella se había burlado del modo en que Malena lo había perseguido, pero ya no le resultaba tan fácil burlarse después de haber hecho el amor con él.
«De acuerdo», se dijo decidida. Lo mejor era terminar cuanto antes.
Había dejado de nevar, así que se vestiría, llamaría a un taxi, le daría las gracias a Pedro por... su esfuerzo...
- Veo que ya te has levantado.
Paula  vio a Pedro de pie en la puerta con una sonrisa en los labios. Iba descalzo y la barba de un día le daba un aspecto muy atractivo.
Le daban mareos solo de verlo.
- Me imaginaba que ibas a dormir todo el día.
Ella se tumbó y se tapó con la sábana. Luego miró la hora en el reloj que había sobre la mesilla. .
-Me acabo de despertar. No me di cuenta de que era tan tarde.
- Sí, pero es que estabas muy cansada.
Sus ojos se encontraron. Pedro se acercó a la cama y ella no pudo evitar sonrojarse.
-Pedro, me voy a levantar.
-Sí -replicó él, sentándose a su lado-. Te tienes que levantar, porque me he pasado horas haciendo crepes, beicon, salchichas y tostadas.
-¿Salchichas y tostadas? -dijo ella, sonriendo sin querer.
-No sabía tus gustos.
- Pues... creo que me saltaré el desayuno.
-Imposible -Pedro extendió una mano y le apartó un mechón de la frente-. ¿No hacías caso de lo que te decían tus profesores cuando eras pequeña? El desayuno es la comida más importante del día.
-Sí, pero...
- Además, eso no sería nada amable después de todo lo que he trabajado.
-Pedro, de verdad...
- Paula, creo que estás tratando de no comer lo que yo he preparado.
- Te agradezco que hayas preparado el desayuno, pero las carreteras estarán ya despejadas - respondió Paula, haciendo un esfuerzo por no reírse.
-Es cierto, así que podemos salir a cenar. Ya he reservado mesa en el The Hilltop bm. Te va a encantar.
- No me puedo quedar, de verdad, Pedro, tengo cosas que hacer.
- Yo también.
-Antonio necesita... que le dé de comer.
- Llama a la señora Maira - susurró Pedro, acariciándole la cadera-. Tiene un juego de llaves de tu apartamento... Me lo dijo cuando me estaba muriendo de frío porque tú no me abrías el portal -añadió al ver la cara de sorpresa de Paula -. Me contó muchas cosas. Que tú eras muy buena y generosa. Que eras muy sexy y muy guapa...

Cuestiones Privadas: Capítulo 67

Continuó nevando durante toda la noche. Pedro y Paula se quedaron dormidos frente al fuego. A mitad de la noche, se despertaron y volvieron a hacer el amor. .
Al terminar, Pedro la llevó a su cama.
Paula se acurrucó contra él bajo el edredón.
Pedro la besó y se quedaron dormidos de nuevo.
Cuando Pedro se despertó una vez más, ya era de día y el cielo, recortado en la ventana, estaba de color azul claro. La tormenta había terminado y eso quería decir que las carreteras principales estarían despejadas.
Pedro miró a Paula, que seguía dormida en sus brazos, y pensó que, de todos modos, no había oído el ruido de la máquina quita nieve.
Eso quería decir que la entrada de su casa no habría sido despejada todavía. Por lo tanto, Paula  y él estaban allí atrapados.
«Una pena», pensó con una sonrisa en los labios mientras apretaba contra sí a Paula.
Esta dio un suspiro, pero no se despertó. Pedro se alegró, porque no quería molestada. Era su primera vez y tenía que estar dolorida por algunas partes.
Pedro se acordó de lo que había sucedido durante la noche. Solo había tenido que besarla para que ella, incluso dormida, separara los labios y respondiera a su beso. «Mmm, Pedro», había dicho. Y él había dicho: «sí, Paula, amor mío». Entonces, los brazos de ella lo habían rodeado mientras había empezado a moverse dulcemente contra él.
Pedro reprimió un gemido, soltó a Paula y trató de apartarse sin molestarla, pero ella no se lo permitió. Emitió un gemido de tristeza y se acurrucó contra él, poniéndole una pierna por encima.
-Paula... ¿Amor mío?
- Mmmm.
No, Pedro no podía. No debía... Ella levantó la pierna un poco más y Pedro contuvo el aliento.
-Gorrión, sepárate un poquito para que...
Paula abrió los ojos. Pedro observó cómo el sueño se borraba de su rostro y un delicado rubor teñía sus mejillas.
-Pedro.
-Sí. No quería despertarte -aseguró, besándola.
-¿Es ya por la mañana?
- Sí. La tormenta ha cesado.
-Entonces, podemos volver a... -no pudo continuar al notar la boca de Pedro sobre sus pechos-... Nueva York.
- Todavía no. Seguimos atrapados por la nieve -¬dijo, levantando el rostro para mirarla.
El deseo había hecho que los ojos de Paula se oscurecieran. Despacio, Pedro se acercó a ella y empezó a besarle suavemente los hombros.
-Pedro-susurró-, Pedro...
-Solo quiero besarte. Aquí y ahora...
Ella gritó y lo agarró del pelo, arqueándose contra él. Pedro gimió y la sujetó muy fuerte mientras la besaba en la boca de nuevo. Paula tembló y se sumergió en una sensación de remolino...
Era ya media mañana cuando Paula se estiró perezosamente.
Sabía que era tarde. El sol llenaba la habitación y se oía cómo caían al suelo las gotas de la nieve que se derretía en el alero de la casa.
Estaba sola en la cama y la puerta de la habitación estaba abierta, de manera que oía la voz de un hombre cantar en la planta de abajo.
Paula  esbozó una sonrisa y se abrazó a la almohada.
Pero, de repente, su sonrisa desapareció y se incorporó, abrazándose las rodillas. La realidad de la mañana hacía que la magia de la noche anterior se perdiera en las sombras.
No había planeado dormir con Pedro ni tampoco enamorarse de él. Pero ambas cosas habían ocurrido y entonces...
-¡Oh, Dios!

Cuestiones Privadas: Capítulo 66

-Sí -susurró, enterrando el rostro en la delicada curva que formaban el cuello y el hombro femeninos.
Ella cayó de nuevo sobre él y le acarició los labios con los dedos. Pedro se los metió en la boca mientras le desabrochaba la cremallera del vestido. Luego le apartó el pelo y le besó el cuello.
La piel de Paula parecía de seda. Pedro le habría rasgado el vestido para disfrutar cuanto antes de su cuerpo, pero en lugar de ello, se lo bajó hasta la cintura y comenzó a acariciarle los senos. Cuando los pezones se le pusieron rígidos, Pedro notó su propia excitación.
-¿Te gusta? -Oh, sí, sí... Yo...
Paula le hizo darse la vuelta y la besó. Le mordisqueó el labio y luego deslizó su lengua en la boca de ella. Ella tembló y se apretó contra él, que se estremeció casi violentamente.
Paula  era suya. Suya y de ningún otro hombre.
Nunca había pertenecido a nadie y jamás pertene...
Pedro, al borde del abismo, no pudo seguir pensando. Paula estaba abrazándolo, lo besaba y susurraba su nombre. Y él no podía pensar, no podía hacer nada más que sentir.
La besó de nuevo apasionadamente y notó que el vestido se le caía al suelo. Entonces, fue cuando vio a Paula, a su Paula, por primera vez.
Esa mujer era el sueño de todo hombre. Su cuerpo era delgado y femenino a la vez. Su piel ardía por el deseo. Llevaba ropa interior de encaje blanco y también eran blancas las medias que acababan en los muslos. Todo era blanco y suave como la nieve.
Pero las botas, que le subían hasta media pierna, eran negras como la media noche y como el pecado.
Pedro se estremeció de nuevo y se juró a sí mismo hacerlo más despacio esa vez.
Se inclinó sobre ella y la besó antes de arrodillarse para quitarle las botas. Lo hizo despacio, deteniéndose para besarle los tobillos y la zona de detrás de las rodillas. Oyó que ella daba un suspiro y notó su mano en el pelo mientras se levantaba y le acariciaba los muslos, repitiéndose una vez más que tenía que ir despacio para no asustarla...
- Paula-susurró mientras agarraba sus muslos y apretaba el rostro contra sus braguitas blancas.
El grito de placer de Paula estuvo a punto de hacerle perder el control. Podía sentir el calor y la humedad de su sexo a través de la tela fina. El olor de la excitación de ella era perfume para su alma. Su gorrión temblaba de deseo y era por él.
- Eres preciosa - susurró él, levantándose y abrazándola -. Tanto, que creo que se me va a parar el corazón.
Ella lo miró con los ojos muy abiertos.
- Tú también. Nunca vi a un hombre tan guapo, Pedro.
-¿Quieres que me desnude, gorrión?
-Sí, por favor.
Bajo la atenta mirada de ella, Pedro se desabrochó la camisa y la abrió. Paula gimió de placer al ver su cuerpo fuerte y caliente. Sin pensarlo, se acercó y apretó los labios contra la columna de su cuello.
Pedro tembló.
-Oh, Dios, Paula -murmuró y por primera vez, ella supo lo que significaba gustar a un hombre. No. No a un hombre. A Pedro. A Pedro, a quien...
Paula se echó hacia atrás y pensaba darse la vuelta, pero él la agarró y la besó. No fue un beso dulce. La boca de él fue exigente y su lengua, posesiva. Entonces, Paula sintió que lo amaba.
Amaba a Pedro Alfonso. Le gustaba todo en él. Su rostro, su poderoso cuerpo, su inteligencia, su humor, su mal genio y lo apasionado que era.
¡No! No quería amar a Pedro. No quería amar a ningún hombre y menos a uno que tenía todo lo que ella había jurado evitar, todo lo que a sus hermanas les resultaba fascinante. Pedro era demasiado guapo, demasiado viril, demasiado peligroso, demasiado inquieto... Paula contuvo el aliento.
Ya era tarde para pensar o lamentarse. Pedro la estaba acariciando, desabrochándole el sujetador, acariciando sus senos, lamiendo sus pezones y mordiéndoselos suavemente mientras le quitaba las braguitas.
Paula  gritó y se agarró a los hombros de Pedro, buscando apoyo. Él gritó su nombre y se quitó la ropa. Luego, la tomó en sus brazos y la llevó al lado de la chimenea.
-Pedro-dijo ella, temblando de emoción.
- No tengas miedo, Paula.
No tenía miedo. Al menos, no de Pedro. Tenía miedo de lo que sentía, de lo que deseaba y nunca podría tener.
-Por favor, Pedro, por favor.
Paula abrió los brazos y Pedro, gimiendo, separó sus muslos para enterrarse en aquella profunda suavidad. La profunda suavidad que le pertenecía.
La profunda suavidad de Paula...

Cuestiones Privadas: Capítulo 65

-Caliente no es un adjetivo que nos guste mucho a las mujeres, Pedro.
-Una mujer no tiene que comportarse como una dama cuando hace el amor, Paula.
-¿No?
- No. ¿Por eso estás así, porque no te comportaste como una dama?
Hubo un silencio prolongado.
-Quizá.
-Cariño, escucha. Una dama es justo lo que un hombre no quiere en la cama.
Pedro esperó, pero Paula no contestó nada.
- ¿Paula? Cariño, por favor, abre la puerta. Te prometo que la próxima vez será mejor.
-No habrá una próxima vez. Y sí... si la... hubiera, ¿cómo podría ser mejor? ¿Cómo? -añadió ella en voz baja.
Pedro se levantó despacio.
- Abre la puerta y te lo demostraré.
Pedro  esperó y, tras unos segundos, la puerta se abrió y Paula  asomó la cabeza.
-Creo que lo mejor sería que me fuera a casa. -Pedro esbozó una sonrisa
- ¿y cómo vas a volver tú sola a tu casa, gorrión?
Paula  abrió más la puerta y salió al pasillo. Pedro la miró y no pudo evitar estremecerse. El cabello de Paula  estaba revuelto, el color de la barra de labios había desaparecido por los besos y se le había corrido el rímel.
Estaba preciosa.
-Mírate -ordenó él con voz ronca, acercándose y secando sus lágrimas suavemente-. Has arruinado el trabajo de aquella mujer que te maquilló.
- No estaba tan bien y no tardó más de dos minutos en maquillarme.
- Ven a sentarte conmigo al lado de la chimenea.
-De verdad que quiero irme a casa.
-Pues no vas a poder hacerlo.
Pedro  la condujo al salón, pensando en que lo único que quería era volver a hacerle el amor, pero sabía que antes tendría que seducirla. Despacio y con ternura, hasta que ella se muriera de ganas, como ya él se estaba muriendo.
Pedro se sentó en el sofá y trató de sentarla sobre su regazo, pero ella se negó.
- Prefiero sentarme en la silla.
-¿Cómo voy a poder besarte desde aquí si tú estás sentada en esa silla?
-Pedro, dijiste que ibas a enseñarme... cosas. Ya lo has hecho. Ya has...
Entonces tiró con más fuerza de ella, haciéndola caer en su regazo, y la silenció con un beso. Ella gimió y se abrazó a él. Luego se apartó.
-No, con una vez ya ha sido suficiente, Pedro, de verdad...
-De verdad, gorrión - susurró él, agarrándola por la cintura-, una vez nunca es suficiente.
-Pues esta vez sí. Y además, tenemos que cenar. La salsa y los espaguetis...
-Al diablo con la cena -replicó Pedro en un susurro que provocó un escalofrío en Paula-. Bésame, Paula.
Como no lo hizo, fue él quien la besó. El calor de su boca, su sabor, la hizo casi marearse.
-Pedro, para. Haces que me sienta...
-¿Qué? Dime cómo te sientes. Quiero saberlo -agarró su rostro entre las manos-. Quiero saber lo que te gusta y las cosas que quieres que te haga.
«Todo», pensó ella. Quería que Pedro le hiciera de todo.
-¿Esto? -preguntó, besándola de nuevo-. ¿Y esto? -susurró, acariciando sus senos-. ¿Y esto también? -murmuró, pasando los pulgares suavemente por los pezones-. Ah, gorrión, gorrión, te deseo tanto...
Paula gimió y lo abrazó para después besarlo. Ella también lo deseaba. Deseaba su boca, sus manos, su cuerpo... pero también su alma y su corazón...
De repente, apartó la boca de la suya.
-No -dijo sin aliento, levantándose.
Pero Pedro se levantó también y la agarró.

viernes, 29 de mayo de 2015

Cuestiones Privadas: Capítulo 64

-¿Paula?
Ella se dió la vuelta y se quedó mirando a la puerta. El pomo giró.
-¿Estás bien, cariño?
-Sí, estoy bien.
- No lo parece. ¿Estás llorando?
-No seas estúpido -contestó, limpiándose una lágrima con el dorso de la mano-. ¿Por qué iba a llorar, Pedro?
- No lo sé, pero me gustaría descubrirlo. Abre, Paula.
-No.
-Paula, ¡abre la puerta!
- No tengo por qué hacerlo. Esto es un cuarto de baño y aquí tengo derecho a estar sola.
Pedro apoyó la frente en la puerta. Por supuesto que Paula estaba llorando, lo sabía por experiencia. En otras circunstancias, él habría salido corriendo. Pero estaba en su casa y el viento y la nieve amenazaban en el exterior... Además, no le importaba oír a su gorrión llorando.
Solo que no sabía por qué lloraba.
De acuerdo, no había salido perfecto. No había durado todo lo que a él le habría gustado para poder tener tiempo de buscar sus lugares más sensibles, para tomarla en sus brazos y observar su linda cara mientras la llenaba como él, y solo él, podía llenar...
¿Él y solo él?
Pedro frunció el ceño. ¿Qué demonios significaba eso?
Ella había aceptado que él fuera su maestro. Y eso era todo lo que él le había prometido.
«Tranquilo», se dijo. Necesitaba unos minutos para pensar con claridad en lo que había sucedido. Él sabía que Paula no tenía mucha experiencia, pero le había sorprendido que fuera virgen. Eso había sido una verdadera sorpresa...
Además, él había perdido el control y eso era algo que jamás le había sucedido antes. Pero era normal, ¿a qué hombre no le resultaría emocionante aquella experiencia? Y de hecho, ya estaba empezando a desearla otra vez. De hecho, no había dejado de desearla incluso después de que ambos hubieran llegan al clímax. ¿Sabría ella lo difícil que era que los dos miembros de la pareja llegaran al mismo tiempo? Era tan inocente, tan...
Pedro se frotó la cara con las manos. Estaba de nuevo excitado y deseaba hacer el amor. Pero, ¿qué querría Paula?
Al parecer, quería seguir allí encerrada y llorar.
¿Lo habría hecho tan mal?
-Paula, quiero que salgas de ahí ahora mismo -dijo, tratando de parecer duro. No hubo respuesta. Pedro frunció el ceño y lanzó una mirada irritada a la puerta.
- ¿Paula? Sal. No me hagas tirar la puerta.
Pedro esperó unos segundos.
- Maldita sea, Paula. No convirtamos esto en una batalla. Abre ahora mismo, ¿de acuerdo?
-No.
- Tendrás que hacerlo antes o después.
-No.
- Claro que sí. Te entrará hambre y sed, te cansarás...
-No tengo hambre y aquí hay agua suficiente. Además, si me canso puedo tumbarme en el suelo.
Pedro miró a la puerta, sopesando si tirarla abajo o no.
- ¿Paula?
-¿Sí?
-¿Estás segura de que no te hice daño?
-Estoy totalmente segura -dijo ella en voz baja, tan baja, que él apenas pudo oída-. No me hiciste nada de daño.
- Bueno, pero te has enfadado conmigo.
- No me he enfadado.
-Claro que sí. Lo hice... demasiado rápidamente. No quería que fuera así, pero cuando me dijiste...
-¡No vuelvas a repetido! Ya sé lo que dije y ojalá no lo hubiera hecho...
-¿Por qué?
- Por favor, no sigas hablando de ello. Me da mucha vergüenza...
-¿Vergüenza? ¿Decirme que me deseabas? Paula, ¿sabes lo que eso provocó en mí? ¿Sabes lo que fue oírte decir esas cosas?
Paula se sentó en el suelo y apoyó la cabeza contra la puerta.
- No hace falta que seas educado, Pedro.
Pedro  soltó una carcajada y se sentó también en el suelo.
- Caramba, gorrión, la educación no tiene nada que ver con esto. Solo te estoy diciendo que siento que fuera todo tan rápido. Me hubiera gustado que saliera todo perfecto.
-Fue perfecto. Solo que yo… ¿Qué me has llamado?
-Gorrión. Mi dulce y caliente gorrioncito...

Cuestiones Privadas: Capítulo 63

Pedro  se dejó caer sobre Paula, cuya piel estaba húmeda. Luego se giró hacia un lado y la abrazó.
-Paula, ¿estás bien? Lo siento, amor mío...
-¿Por qué? Yo fui quien quiso... que me hicieras el amor, Pedro.
-Sí, lo sé, Paula-Pedro enredó una mano en el pelo de ella y esbozó una sonrisa.
- Además, ha estado... muy bien.
-¿Muy bien? -Pedro soltó una suave carcajada- Pues todavía podemos hacerlo mejor.
El tono de Pedro fue suave. Estaba de broma y ella lo sabía, igual que sabía que ella debería responder algo también en broma. Pero no pudo hacerlo. El corazón le palpitaba a toda velocidad y la mente se le había quedado en blanco. Tenía que haber un cierto protocolo en aquella situación, pero ella no tenía ni idea de en qué consistía. ¿Tenía que darle las gracias al hombre que la había conducido al éxtasis o era mejor no decir nada?
Nada de lo que había leído, nada de lo que había imaginado le había preparado para lo que le acababa de suceder. El sentir a Pedro tan dentro de ella. Su piel caliente, su boca, sus manos suaves y hábiles. No quería arruinarlo todo diciendo una estupidez o algo equivocado. Y había estado a punto de hacerlo, había estado a punto de decirle... que lo amaba.
-Paula, di algo -Pedro  la tumbó boca arriba y se inclinó sobre ella-. ¿Te he hecho daño? Sé que fui demasiado deprisa, lo siento. No pude... Deberías habérmelo dicho.
-Lo siento, me imagino que sí, pero... -replicó ella, cerrando los ojos.
- Si lo hubiera sabido, habría ido más despacio. O por lo menos, lo habría intentado -agarró el rostro de ella entre las manos y la besó suavemente-. Si te digo la verdad, no sé si hubiera podido. Te deseaba mucho Paula y cuando me dijiste que tú sentías lo mismo...
-¿Lo hice?
- Me dijiste que te tomara, que entrara dentro de ti... ¿Qué hombre puede pensar con claridad después de oír eso?
Paula se quedó en silencio y no pudo evitar una sensación de angustia. Sí, era increíble, pero lo había dicho. Se lo había suplicado y en ese momento quería morirse de vergüenza.
Lo había hecho todo mal.
Pero Pedro comenzó a besarla en el cuello y ella notó que comenzaba a excitarse de nuevo.
-Deja que me levante, Paula -dijo con suavidad, apartándolo.
-Espera un minuto -la besó en el comienzo de los senos -. Tienes demasiada ropa puesta. ¿Tiene cremallera el vestido?
-Pedro, quiero levantarme -insistió ella con un matiz de pánico en la voz.
- Te he hecho daño. Lo siento, Paula, cariño. Yo...
- ¡Maldita sea! ¿Puedes dejar de decir eso? No quiero hablar de ello. Solo quiero que... me dejes en paz. ¿Dónde está el cuarto de baño?
- Al fondo del pasillo. Pero podría haberlo hecho mejor si me hubieras...
No le dejó terminar. Se arregló el vestido y, notando la mirada de Pedro sobre sí, fue hacia el pasillo, pensando en lo que acababa de suceder y en que no volvería a ser capaz de mirar a Pedro a los ojos...
Se metió en el cuarto de baño y cerró la puerta con pestillo.
-¡Oh, Dios mío! -exclamó en voz baja.
Después de unos segundos, encendió la luz, dio un suspiro profundo y se miró en el espejo. Su aspecto era horrible. Parecía una mujer que había estado haciendo justo lo que había estado haciendo... El problema era que ella no lo había hecho bien.
«¿y ahora qué?», se dijo después de echarse agua fría en la cara. Si estuviese en Nueva York, podría despedirse educadamente de Pedro y marcharse a su casa. Pero no estaba en la ciudad y allí no había autobuses, ni taxis, ni metros.

Cuestiones Privadas: Capítulo 62

- Paula, deja de pensar y bésame.
Entonces, ella lo obedeció. Lo besó y descubrió que estar allí con Pedro, en sus brazos, era algo que había estado esperando toda su vida.
Pedro gimió y Paula separó los labios para él.  Pedro agarró el rostro de ella con las manos y aceptó su invitación, sumergiéndose en el calor y la dulzura de su boca. Paula gimió, se puso de puntillas y se apretó contra él.
-Paula -murmuró él, tomándola en brazos y llevándola al salón, al lado de la chimenea.
Ella se había anudado el delantal y, como a Pedro le temblaban las manos, tardó mucho en quitárselo. Cuando lo consiguió, vio que tenía razón. Ella era preciosa. El color rosa de su vestido hacía juego con el color de su cara. Sus ojos eran dos piscinas profundas y oscuras, muy abiertas por la esperanza y la sorpresa. Sus senos eran altos, sus pezones duros y visibles a través de la suave tela de punto.
-Paula -susurró.
Llevó las manos hacia sus pechos y se los acarició con suavidad. Ella gritó y echó la cabeza hacia atrás. Él la agarró y le apartó el vestido para besarle en los hombros y en el escote. Paula olía a rosas y a crema suave. Pedro se dijo que tenía que ir despacio, despacio...
Pero, ¿cómo iba a conseguir ir despacio?
La sangre le hervía en las venas y Paula... Paula susurraba su nombre mientras él acariciaba sus senos.
-Por favor, Pedro, por favor.
«Despacio», se dijo una vez más.
-¿Pedro? -dijo ella.
Entonces, ella le tocó su miembro rígido, apretado contra el pantalón vaquero y ya no pudo hacer nada. La deseaba y necesitaba poseerla.
- Tómame. Por favor, Pedro, entra dentro de mí.
Pedro  gimió. La puso sobre la alfombra y metió las manos bajo la falda. Sintió el sonido de la seda de sus medias y la humedad que había entre sus muslos. Estaba húmeda y excitada. Y era por él. Entonces, desapareció todo para Pedro.
- Ya voy -dijo, rasgándole la seda húmeda.
Y entró en ella de un solo movimiento, fuerte y certero, notando una barrera. Una barrera que jamás había encontrado y, sorprendido, se quedó inmóvil. Trató de pensar y echarse hacia atrás. Pero Paula no se lo permitió. Hundió las manos en sus hombros y le hizo que volviera a hundirse en ella.
- Paula, espera.
Demasiado tarde. Ella echó hacia delante las caderas y el miembro de él entró en el sexo de ella.
Paula sintió un breve dolor y, de repente, Pedro estaba dentro. Entonces, descubrió por qué había querido hacer el amor con él.
-Pedro -susurró Paula-, oh, Pedro. Yo...
Pedro gimió, entró una última vez y el mundo estalló en una explosión de luz...

Cuestiones Privadas: Capítulo 61

- ¿Falta mucho? Porque cuando yo era pequeño había una vecina, la señora Rossini, que hacia una salsa muy rica. El olor llegaba hasta la calle, pero recuerdo que tardaba horas en hacerla.
Paula  movió la salsa con una cuchara de madera.
- No, esto no tardará tanto.
- Es que tengo más hambre que un oso.
- ¿y dónde vivías cuando tenías de vecina a la señora Rossini? ¿En Pensilvania?
-¿Cómo lo sabes?
-Lo dijiste cuando veníamos de camino.
- Ah. Pues sí, me crié allí.
- Yo no lo conozco.
-No hay mucho que ver. Solo hay árboles, más árboles y minas de carbón.
- ¿Minas de carbón? Eso suena interesante.
-No lo es -replicó él, apartándose de la cocina-. Creo que vamos a tener tiempo de sobra para sentamos delante del fuego y saborear el vino.
- De acuerdo. Será muy agradable.
Pedro se imaginó en frente del fuego, sentado al lado de Paula con un brazo alrededor de sus hombros y ella con la cabeza apoyada sobre su pecho...
- El problema es que no creo en las cosas eternas -dijo sin pensar.
-Lo sé, Pedro -replicó ella sin demostrar la más mínima sorpresa.
-¿Sí? Te deseo, Paula. ¡Maldita sea! Te deseo tanto que me duele -dio un paso hacia ella-, pero no quiero hacerte daño. No estoy seguro de lo que esperas de esta noche.
Paula  había estado pensando en ello mientras preparaba la comida, así que no tardó mucho en contestar.
-Esta noche... -comenzó, mirándolo fijamente a los ojos- lo único que espero esta noche, Pedro... es lo que me has prometido. Lo que dijiste que me enseñarías. .
Pedro  agarró la copa de ella y la dejó sobre la mesa.
- Ven aquí -le ordenó con suavidad. Paula  continuó mientras le acariciaba la espalda -, eres una mujer muy guapa.
-No tienes por qué mentirme. Sé que no soy...
-Pero es que es cierto -susurró él, apartándole el pelo y acariciándole el cuello con la boca-. Eres guapa y muy dulce.
-Pedro-suplicó ella, cerrando los ojos-. Yo no... no sé lo que quieres de mí.
Pedro agarró las manos de ella y se las pasó por detrás de la cabeza.
-Solo tienes que hacer lo que tú quieras.
-Sí, pero yo...
Pedro  la besó con suavidad, rozando sus labios con la ligereza de una pluma. Paula contuvo el aliento.
-¿Pedro? Pienso que no...
- No pienses, Paula. Es lo que tienes que hacer, no pensar. Solo siente.
Los ojos de él eran profundos y oscuros. Ella pensó que podría ahogarse en ellos y perderse allí para siempre.
-¿Pedro? Quizá tenías razón y venir aquí ha sido un er...
El corazón de Paula  comenzó a palpitar a toda velocidad.
-Pedro. Pedro, escucha. He dicho que a lo mejor hemos cometido un error viniendo...
Pedro cubrió la boca de ella con la suya y acarició sus labios con la punta de la lengua.

jueves, 28 de mayo de 2015

Cuestiones Privadas: Capítulo 60

¿Tinto o blanco? No sabía qué estaría cocinando Paula y tampoco le apetecía ir a preguntarle.
De manera que decidió que tomarían tinto. Parecía más adecuado para una noche fría y nevada como aquella.
Abrió la botella de Merlot, olió el tapón de corcho y se dijo que había elegido bien. Sacó dos copas del armario y pensó en Paula.¿Qué estaría haciendo? No había comido nada desde el desayuno y tenía hambre. ¿Cómo no se habría acordado del almuerzo?
Pero, ¿cómo iba a pensar en el almuerzo cuando había visto cómo su gorrión se había convertido en un ruiseñor ante sus ojos? En realidad, ella siempre había sido un ruiseñor, solo que lo había ocultado al mundo. Solo podía uno ver a la verdadera Paula  si la miraba despacio. Solo entonces caía uno en la cuenta de que era preciosa.
Pedro bebió un sorbo de vino.
Sí, Paula era más guapa que ninguna de las mujeres que conocía y quizá le añadía encanto el que ella no lo supiera.
Pero lo era. Esa boca sensual, esos ojos oscuros y profundos, esa elegante naricilla, ese pelo increíble y su cuerpo maravilloso... Su sonrisa, su risa tan franca, su sinceridad, su inteligencia, su falta de vanidad... y lo increíble era que Hernán Paz había visto a la verdadera Paula enseguida, a pesar de lo poco sensible que era. También Martín Gonzalez lo había visto. Y ahora Pablo se había añadido a su lista de admiradores. Pablo, que en un día tocaba el cabello a más mujeres guapas que cualquier hombre normal en un año...
¿Había sido él el único que no se había dado cuenta?
Pedro  sirvió las dos copas de vino y se dirigió a la cocina. Paula estaba al lado de la cocina. Se había puesto el delantal que él se había comprado y que nunca había tenido el coraje de usar.
-¿Salchichas? -preguntó Pedro.
Paula se dio la vuelta. El calor del fuego le había encendido las mejillas y el vapor de la cazuela había hecho que su pelo se rizara.
Pedro sintió que el pecho se le encogía. «Preciosa», pensó. «Paula, eres preciosa». Esbozó una sonrisa y se acercó a ella.
- Vino para la cocinera. Pero solo si me dices que lo que huelo son salchichas.
El, vaciló, pero finalmente esbozó una sonrisa tímida y aceptó la copa. Se había declarado una tregua. Por lo menos, de momento.
-Sí que lo son -dijo-. Me dijiste que mirara por la cocina... Así que lo hice y encontré un paquete en el congelador.
- Podrías haber encontrado un mastodonte y no me habría sorprendido. Compré el congelador al mismo tiempo que la casa, lo llené... y no lo he vuelto a abrir -alzó su copa-. ¡Salud!
Chocaron las copas y Paula dio un sorbo a la suya.
-Está muy bueno -aseguró.
- Me alegro de que te guste. No sé tus preferencias.
-Excepto en lo referente a los moluscos.
Pedro esbozó una sonrisa.
-Son peligrosos esos moluscos.
-La verdad es que no sé mucho sobre vinos. Solo sé si me gusta o no.
- Yo también.
-Como te decía, encontré el paquete de salchichas, alguna lata de tomate y espaguetis. También había queso en la nevera, así que decidí hacer una salsa. No estará tan rico como en La Góndola, pero...

Cuestiones Privadas: Capítulo 59

Paula abrió su puerta.
-Gracias por avisármelo -replicó ella con frialdad. .
Pedro  dio un suspiro y pensó que era una suerte que hubiera un sofá en el salón.
Pedro salió antes que ella y abrió la puerta que comunicaba el garaje con la cocina. La casa estaba oscura y fría. Pedro encendió el termostato Y las luces de toda la casa antes de volver a la cocina.
Paula estaba donde la acababa de dejar y, al verla allí de espaldas, se emocionó ligeramente. Parecía perdida, pequeña y sola...
Pero no era cierto. Paula se dio la vuelta y lo miró con frialdad.
- Té traeré las cosas -afirmó él.
-¿Qué cosas? ¿Te refieres a lo que compraste hoy?
-Sí.
- No te molestes, no son mías. Las elegiste tú, las pagaste tú, así que puedes devolverlas.
Pedro se quitó los guantes y se los metió en el bolsillo de la chaqueta.
- Ya hemos hablado de esto, ¿lo recuerdas? En Saks.
-¿Cómo me iba a olvidar con la escena que montaste?
-Yo simplemente te dije que tenías que considerarlo como un regalo.
- Y yo te dije que no iba a hacerlo.
- Maldita sea, no quiero hablar otra vez de esto. Yo quise comprarte...
Paula se quitó el abrigo y Pedro no fue capaz de terminar la frase. Casi se había olvidado de cómo le quedaba aquel vestido rosa y las botas de tacón alto.
-Fue idea mía -continuó-, así que es ridículo volver a discutir sobre ello. Tú nunca habrías comprado toda esa ropa si yo no hubiera...
Él no pudo evitar preguntarse de repente qué llevaría ella puesto bajo aquel vestido. ¿Cómo no lo había pensado antes?
- Te repito que no voy a quedarme con esa ropa -aseguró ella. .
-Sí que vas a quedarte con ella.
-No.
- Vas a hacerlo y no hay más que hablar -Pedro se quitó la chaqueta y la arrojó sobre una silla-. Voy a encender la chimenea. ¿Por qué no miras a ver si puedes preparar algo de comer?
-Ya entiendo. Como tú eres el hombre, tienes que encender el fuego, mientras que como yo soy la mujer, tengo que abrir la lata de sopa.
-¿Quieres encender tú la chimenea? Estupendo. Estoy dispuesto a que cambiemos las tareas.
Paula levantó la barbilla.
-No, gracias, yo me encargaré de la comida. ¿Para qué arriesgarse? –Paula se volvió y Pedro  se quedó mirándola.
-Mujeres -murmuró en voz baja.
Media hora después, Pedro  estaba sentado en la alfombra con las piernas cruzadas y ante un fuego crepitante.
Se sentía un poco mejor. Le relajaba el fuego. Además, un aroma exquisito comenzó a llegar desde la cocina.
Suspiró y pensó en las horas interminables que les quedaban por delante. Sería mejor intentar sacarles el mejor partido. Por eso añadió otro leño al fuego, se puso de pie y se dirigió hacia la pequeña bodega que había en una de las paredes de la estancia.

Cuestiones Privadas: Capítulo 58

Podía haberse acostado con la correcta y prudente señorita Chaves  a sesenta millas de allí, en su casa o en cualquier maldito hotel. Incluso en una suite que diera a Central Park, si a ella le hubiera apetecido. La podía haber llevado a cualquier lugar menos a una casa que era para él como un refugio.
Porque lo cierto era que Pedro no quería llevar allí a Paula. Nunca había querido llevar allí a ninguna mujer, así que no comprendía cómo se había metido en aquella situación. Y por si eso fuera poco, había posibilidades de que se quedaran atrapados allí por la tormenta.
¿De qué hablarían? ¿Qué harían cuando hubieran terminado de hacer el amor? No era la primera vez que pasaba un fin de semana con una mujer, pero había sido siempre en lugares donde había cosas que hacer y con mujeres que sabían cómo comportarse.
Sin embargo, estaba seguro de que con Paula todo iba a ser mucho más difícil. Ella esperaría... ¿El qué? ¿Una conversación interesante? ¿Que se contaran el uno al otro sus respectivas vidas?
Pedro reprimió un gemido y cuando llegara el lunes, ¿qué pasaría? ¿Podría entrar en su despacho y saludarla como si fueran dos personas que trabajaban juntas?
No, maldita sea, no. Las mujeres no eran así. Decían que eran iguales a los hombres, que el sexo no era nada más que eso y que no había que confundirlo con el amor. Y algunas quizá hasta lo creyeran de verdad.
Pero Paula no, desde luego.
Era terriblemente ingenua y posiblemente no habría conocido más que a un par de hombres en toda su vida. Así que estaba seguro de que le daría a aquella noche mucha más importancia de la que tendría y de la que él querría darle.
Además, a Pedro no le gustaba la sensación qué tenía cuando estaba cerca de ella, como si no fuera dueño de su destino, cuando sí que lo era.
Por supuesto que lo era...
Si las carreteras estuvieran despejadas, si la nieve no cayera de ese modo, si él hubiera pensado en todo aquello antes de pedirle que lo acompañara, antes de empezar a soñar con ella... Porque sí, lo admitía, soñaba con ella y, ¿no era absurdo? ¿Qué hombre tendría ese tipo de sueños cuando sabía que había una docena de preciosas mujeres que estaban esperando para hacer realidad lo que con Paula solo era un sueño?
Pedro miró hacia delante y vio que estaban llegando a la casa. Normalmente le alegraba verla, pero esa noche no. Era una casa suficientemente grande para él, pero no para estar con Paula. Sin embargo, ya era demasiado tarde para lamentarse, así que abrió la puerta automática del garaje y metió el Corvette dentro. Ya estaba. Tendría que tratar de tomarse la situación del mejor modo posible.
-Bueno -dijo-, ya hemos llegado.

Cuestiones Privadas: Capítulo 57

-Lo siento, Pedro. Fui una estúpida al gritar de ese modo. Es que... estaba pensando en lo que hacíamos y, de repente, decidí que era un error.
-¿Cómo?
-He dicho...
- Ya sé lo que has dicho, pero me cuesta creerlo. ¿Me estás diciendo que hemos estado a punto de matamos porque querías volverte a casa?
- No fue de repente - aseguró ella -. Lo llevaba pensando un rato. ¿Cómo iba yo a suponer que reaccionarías así?
-Oh, perdona. La próxima vez que vaya conduciendo en medio de una tormenta y la persona que esté a mi lado grite que pare, yo no haré caso y rezaré para que no pase nada.
Paula  levantó la barbilla.
- Te he dicho que lo sentía, ¿no?
- Lo sentirías más si nos hubiéramos matado.
- Escucha, lo que hice fue una estupidez, pero lo decía en serio. Quiero volver a Nueva York.
Pedro soltó una carcajada breve y penetrante.
-¿Sí? Pues no va a poder ser. .
- Para ahora mismo. - ordenó ella, irritada.
- Te aseguro que con esta ventisca no podemos viajar.
-Esto no es una ventisca -dijo ella con voz ligeramente temblorosa-. Apuesto a que no has visto nunca una ventisca. En Rochester, donde yo vivía...
-Confía en mí. En Pensilvania también teníamos ventiscas.
A Paula le entraron ganas de saber más de su pasado, pero decidió que no podía hacerle ninguna pregunta al respecto después de que Pedro le dijera que lamentaba haberle pedido que se acostara con él.
- El viento tiene que tener una velocidad de por lo menos treinta y cinco millas por hora para que una tormenta de nieve se convierta en una ventisca -le explicó Paula, tratando de concentrarse en el presente-. Y la visibilidad...
Pedro apretó los dientes, pensado en que ella había vuelto a ser la Paula de siempre. La que sabía de todo... excepto cómo ser una mujer. Así que dejó de escucharla y se concentró en la carretera. A pesar de que no había nadie, conectó el intermitente para indicar que iba a girar. ¿Quién sería tan estúpido como para salir en una noche como aquella?
Solo un hombre cuyas hormonas llevaban una semana alteradas podía hacer algo así.
Había tenido bastante tiempo para pensar durante el viaje y se había dado cuenta de que estaba cometiendo una estupidez al llevar a Paula  allí con él. Estaba seguro de que para ella el sexo debía ser una palabra equivalente al amor. Incluso debía pensar que se trataba de algo tan romántico, como mandar una tarjeta con lazo rosa para el día de San Valentín. Se estaba metiendo en un lío del que le iba a costar salir y todo, ¿por qué? ¿Por dos horas de cama?
Estuvo a punto de soltar una carcajada.

miércoles, 27 de mayo de 2015

Cuestiones Privadas: Capítulo 56

La carretera serpenteaba entre los árboles como una cinta negra brillante. Seguía nevando, pero la carretera estaba despejada y ellos iban callados.
Paula no podía culpar a Pedro de su silencio. Desde que se habían besado, ella se había quedado muy recta en su asiento con las manos entrelazadas en el regazo. Pedro  tenía que estar pensando lo mismo que ella. Que habían cometido un terrible error.
Vieron unas luces a lo lejos.
-Eso es Litchfield -le informó Pedro.
-Es precioso -dijo ella.
-Sí.
- Sé que es una tontería porque nunca he estado en esta parte de Connecticut, pero me resulta familiar.
- Es posible que lo hayas visto en postales - respondió Pedro.
Fue una respuesta tan breve, que Paula pensó que no se equivocaba. Pedro estaba arrepentido de haberle dicho que fuera con él. Lo sabía por su silencio, por su perfil duro y por el modo en que agarraba el volante y a ella le sucedía lo mismo.
¿Por qué demonios había aceptado la proposición de él? ¿Por qué le había dicho que quería que le enseñara todas aquellas cosas que no sabía y que se hacían en la cama?
Porque le había dejado bien claro que quería acostarse con él para aprender.
Sí, quería aprender lo que era el sexo. Había algo patético en llegar a su edad y saber solo al respecto lo que le habían dicho en la escuela o lo que había oído a otras mujeres a lo largo de los años. Sus hermanas, por ejemplo, habían hecho bastantes alusiones a ello y habían sugerido que no era tan maravilloso como debía ser.
Pero Paula quería averiguarlo por sí misma. O eso había pensado poco antes, porque en ese momento, ya no estaba tan segura.
¿Se acostaría con Pedro esa noche y el lunes iría al despacho como si nada hubiera pasado? Porque no se engañaba, con él no habría ninguna implicación sentimental. Él se lo había dejado bien claro.
La semana siguiente, incluso antes, ella tendría que encargar las flores para la última conquista de Pedro, tendría que hacer la reserva para el restaurante en el que cenarían y tendría que ser educada cuando la nueva candidata a novia del mes telefoneara o apareciera en el despacho.
«¡Oh, Dios!», exclamó en silencio.
- ¡Para el coche! -gritó, volviéndose hacia Pedro. Él frenó inmediatamente y el coche dio una pequeña sacudida, se deslizó unos metros y giró violentamente.
Cuando finalmente se detuvo, lo hizo perpendicularmente a la carretera y señalando hacia el bosque. El motor hizo un ruido y se apagó. En medio del súbito silencio, Paula oyó el viento, el sonido de la respiración de Pedro y su propio corazón.
-¡Maldita sea, Paula! ¿Estás bien? -preguntó él, agarrándola de la mano.
-Sí, ¿y tú? -respondió aterrorizada.
-Sí, estoy bien. Voy a comprobar que no le pasa nada al coche. Es peligroso que estemos aquí parados tan cerca de la curva -Pedro giró la llave y contuvo el aliento hasta que el motor se encendió.
Entonces arrancó Y puso el coche en la dirección adecuada.

Cuestiones Privadas: Capítulo 55

Pues ya lo habían hecho de manera que, si ella se quería ir a casa, él debía dejarla marchar. Luego consultaría su agenda y pensaría en alguna mujer a la que llamar para salir aquella noche. El problema era que no le apetecía ver a nadie. Excepto a Paula.
- Escucha, si no quieres hacerlo... si prefieres que te deje en casa, no pasa nada.
Se quedó en silencio unos segundos, esperando la respuesta de Paula.
- No, no me lleves a casa. Te acompañaré a Connecticut.

De repente, Pedro  sintió como si el coche estuviera lleno de electricidad. Luego miró a Paula, que estaba sentada muy quieta con las manos sobre el regazo.
- De acuerdo.

Dejaron la ciudad poco después y se dirigieron hacia el sur. Las carreteras estaban bastante vacías y nevaba cada vez más. Pedro pensó entonces que donde tenía que estar era en su casa, que aquello no tenía sentido. Él no necesitaba la opinión de Paula. Ya había decidido comprar aquel terreno. Y no como inversión, sino porque le gustaba mucho aquella casa y el bosque que la rodeaba.
Pisó el freno y se detuvo en el arcén.
- Esto es absurdo. Voy a llevarte de vuelta a casa.
-¿Pedro?
-¿Sí?
- Mírame.
Al hacerlo, le dio un vuelco el corazón. Ella estaba muy guapa. Tanto... .
- ¿De verdad me quieres llevar para que vea un terreno?
-No -susurró él.

Rápidamente, se quitó el cinturón de seguridad y luego se lo quitó a ella. La tomó en sus brazos y buscó su boca para besarla apasionadamente.
-Paula, ven conmigo y déjame que te enseñe lo que de verdad quiero enseñarte.
Ella agarró el rostro de él y lo besó.
-Sí, Pedro, claro que sí...

Cuestiones Privadas: Capítulo 54

- No deberías haber hecho eso. Ahora va a pensar que tú y yo...
-¿Te ha pedido el número de teléfono?
-¡No! -gritó Paula, soltándose y mirándolo enfadada-. ¿Y qué pasaría si lo hubiera hecho?
Pedro se metió las manos en los bolsillos de la chaqueta.
-No te preocupes, se lo aclararé la próxima vez que lo vea. Cuando sepa que tú y yo no somos novios, seguro que te invita a salir.
- ¡No quiero salir con él! No tienes por qué pensar eso.
-Claro que sí. ¿Por qué estoy haciendo esto si no es para que los hombres se interesen por ti?
-¡No me gusta tu actitud!
-No tiene por qué gustarte. Tú tienes que hacer solo lo que yo te diga.
- ¿Sabes qué? He cambiado de opinión. No quiero seguir con esto. Me voy a casa.
Se dio la vuelta y Pedro la agarró del brazo.
- Te irás a casa cuando yo te diga que te vayas.
- Sé que esto puede sorprenderte, pero no tengo por qué obedecer tus órdenes.
-Claro que tienes que obedecerlas. Eres mi asistente personal, ¿recuerdas?
- Solo durante la semana.
-¿Me estás diciendo que no vas a hacer horas extras?
-¿Qué tipo de pregunta es esa?
-¿Qué te creías, que esto no eran horas extras? -Pedro se puso a pensar una buena excusa rápidamente- Tengo que ir a Connecticut para... revisar una propiedad y necesito que vengas conmigo -Paula lo miró con los ojos muy abiertos-. Quiero ver si tienes talento para ese tipo de cosas.
-¿Qué tipo de cosas? No te entiendo.
Pedro  la agarró del brazo y la llevó hacia donde tenía aparcado el Corvette. Abrió la puerta para que ella entrara y luego fue hacia el maletero para meter lo que habían comprado.
-A veces invierto en terrenos, ya lo sabes -respondió-, y quiero saber tu opinión como asistente personal. Tengo los datos, los precios de la zona, los impuestos y el precio de reventa. Por supuesto que si te parece demasiado...
- Soy perfectamente capaz de entender los datos. Lo que no entiendo es por qué no me lo habías dicho antes.
-No lo había pensado.
Y era cierto. De repente, se dió cuenta de que era normal que a ella le pareciera de lo más absurdo. ¿Para qué iba a querer llevar a Paula a Connecticut? Le había dicho que pasarían el día comprando ropa y que luego le llevaría a la peluquería.

Cuestiones Privadas: Capítulo 53

Estaba sentado en un sillón de cuero y metal en un lugar llamado The Beauty Spot. Se encontraba rodeado de espejos y la música le atacaba los oídos.
Al comenzar el día, había disfrutado bastante.
Tenía una idea bastante clara de cómo tenía que vestirse Paula. Intuía que le favorecerían los colores claros y los tonos tierra. También sabía que debería enseñar esas piernas tan bonitas que tenía y que a su cuerpo le sentarían bien el cashimir y la seda.
- Su mujer es encantadora -le había dicho varias veces la dependienta de la boutique.
Después de la sexta vez, Pedro había dejado de contestar con una afirmación mientras sonreía como un tonto. Porque se había dado cuenta de que Paula  no era su mujer. Ella era su asistente personal. Y en esos momentos estaba enseñándola a vestirse para que otro hombre lo disfrutara.
Desde el momento en que había recordado aquello, su humor había ido empeorando cada vez más.
Así que allí estaba, sentado en la peluquería The Beauty Spot, rodeado de espejos que le devolvían su reflejo, mostrándole un hombre que estaba luchando contra su frustración. Lo cual era totalmente absurdo. Porque aquello había sido idea suya. Y además, todo estaba saliendo muy bien. Paula estaba muy guapa y él, hasta poco tiempo antes, lo había estado disfrutando.
El lugar estaba casi vacío y él lo agradecía. En esos momentos, no podría soportar que un idio*ta se sentara a su lado y tratara de comenzar una conversación.
Él estaba pasándolo mal y nadie tenía por qué saberlo.
Paula, por otro lado, parecía seguir disfrutando enormemente.
Pedro entornó los ojos.
Pablo, el peluquero que le estaba cortando el pelo, también estaba disfrutando. Pedro  lo veía desde allí, de pie al lado de Paula, sonriendo y riendo con un peine y unas tijeras en la mano. Ella también se reía.
Pedro hizo una mueca. .
¿Qué demonios sería tan gracioso?
Había llevado allí a Paula porque era una de las peluquerías de moda y conocía a Pablo. Los dos iban al mismo gimnasio. Pablo  era un hombre sencillo y con un aspecto de vikingo que seguramente gustaría a muchas mujeres. ¿Cómo no se había dado cuenta de ello antes? ¿Cómo no se le había ocurrido que Pablo no solo cortaría el pelo a Paula, sino que también vería lo guapa que era? Se daría cuenta de que ella no era como las demás mujeres que iban allí, ella era...
-Hola.
Pedro levantó la vista y vió a Paula de pie delante de él. También Pablo estaba allí, pero al principio solo se fijó en ella. Paula llevaba el pelo suelto y sus rizos le enmarcaban perfectamente el rostro.
-¿Qué opinas?
- No está mal -contestó él.
La sonrisa de Paula se apagó.
-Es su respuesta típica -terció Pablo-. La última vez que le gané al squash dijo lo mismo.
Pedro miró a Pablo.
-Te equivocas -replicó Pedro-, fui yo quien ganó. ¿Y desde cuándo los peluqueros son tan simpáticos con sus clientes?
Paula  se sonrojó y Pablo arqueó las cejas. Pedro se sintió como un verdadero estúpido.
-Oh, lo siento. He dicho una tontería.
Pablo soltó a Paula.
-No te preocupes -dijo Pablo-. Yo me sentiría igual que tú si Paula fuera mi novia.
-Pero no lo soy. No soy su...
-Hasta pronto -se despidió Pedro, agarrando a Paula del brazo y llevándosela.

Cuestiones Privadas: Capítulo 52

-Pedro inclinó la cabeza y rozó suavemente los labios de Paula con los suyos. Ella sintió un escalofrío por todo el cuerpo.
-Pedro-repitió-, por favor.
-Por favor, ¿qué?
Pedro la abrazó y metió una mano por debajo de la parte de arriba del pijama para apretarla contra sí.
- Para.
Pero Pedro comenzó a acariciarle la espalda.
-Solo estoy enseñándote -le susurró él al oído-. Piensa que la lección uno es: Cómo dar los buenos días.
- Dijiste... dijiste que la lección uno iba a ser...
De repente, Pedro pensó que tenía que soltarla. O quizá fuera ella quien tenía que soltarlo a él porque le había puesto las manos sobre el pecho y estaba jugando con su vello mientras inclinaba la cabeza buscando su boca.
-Haré el café mientras tú te vistes -dijo él, apartándose.
-Sí, muy bien. Tú haces el café mientras yo...
Paula se volvió y corrió hacia el dormitorio. Pedro  la vio marchar y se dijo que tenía que dejar de comportarse como un estúpido.
Cuando la puerta del dormitorio se cerró, él se sentó en una silla y tragó saliva.
Se había pasado toda la noche diciéndose que había hecho lo correcto al no intentar nada cuando la había acompañado a casa la noche anterior. Pero en cuanto la había visto en la puerta con un pijama que no le sentaría bien ni a Marilyn Monroe, había tenido que hacer un gran esfuerzo para no tomarla en sus brazos y llevarla a la cama.
Necesitaba cafeína o quizá sería mejor darse una ducha de agua fría, pensó nervioso. Comenzó a caminar por la cocina mientras llegaba hasta él el sonido de la ducha. Se sentó de nuevo y trató de leer el periódico. Pero no consiguió concentrarse y, cuando Paula entró de nuevo a la cocina, él estaba junto a la ventana.
Se había quitado la chaqueta de cuero y llevaba la camisa arremangada, dejando ver sus musculosos antebrazos. Sus hombros eran anchos; su cintura y caderas, estrechas. Paula  pensó, conteniendo el aliento, que su postura era la de un hombre con mucha seguridad y un poco peligroso.
Debió hacer algún ruido, porque Pedro se volvió hacia ella.
-¿Lista?
-Sí -contestó, yendo hacia el armario del vestíbulo y sacando su chaqueta-. Sí, estoy lista. ¿Cuál va a ser el tema de hoy? ¿La ropa? ¿El peinado? He tomado una decisión y soy toda tuya.
Pedro  sintió un nudo en la garganta, pero no dijo nada. En lugar de ello, se puso también la chaqueta y siguió a Paula hasta la puerta.
Siempre que nevaba en Manhattan, sucedían cosas raras.
Durante la semana, el tráfico se ralentizaba y, con él, todo el transporte público. Los fines de semana sucedía exactamente igual... pero nadie parecía notarlo. La ciudad se cubría de un manto mágico que hacía que los viandantes se sonrieran unos a otros mientras caminaban presurosos.
Menos Pedro.
A él no le apetecía nada sonreír.

Cuestiones Privadas: Capítulo 51

-¿Es este el pájaro del que me hablaste?
-Sí, es Antonio, y no le gustan los desconocidos.
-Antonio, ¿eh? ¿Se llama así por  Antonio Machado el poeta español?
-¿Como lo has adivinado?
-Hola, Antonio-Pedro levantó una ceja-. ¿Te trata tan mal esta señorita como a mí?
Antonio entonó un breve canto.
-Bueno, que te aproveche el desayuno -dijo ella con frialdad, encaminándose hacia la puerta.
-Lo he traído para los dos -protesto él, agarrándola por la muñeca.
- Ya te he dicho que no me apetece.
- Lo sé, pero por lo menos tómate el café antes de que se enfríe. Oh, vamos. No es la primera vez que te veo por la mañana.
- Sí, pero siempre me has visto en el despacho -replico ella secamente.
Pedro esbozó una sonrisa como si tuviera todo el tiempo del mundo y la miro de arriba abajo.
- Tienes razón, pero he de decirte que esto es mucho mejor.
Paula se sonrojo vivamente.
- No te creo.
- Bueno, pues ahí diferimos. Me resultan mucho más sexys la franela y el pelo revuelto, que un traje de tweed recto.
- No me visto para resultar sexy.
-No -admitio Pedro, esbozando una sonrisa-, desde luego que no. Pero deberías empezar a hacerlo. Eso va a ser lo primero de nuestra lista.
Lección número uno: Cómo vestirse para gustar a un hombre.
No hay listas. Ni hoy ni nunca. Ni tampoco lecciones. Te llamé, pero ya habías salido de... ¿Qué estás haciendo?Era una pregunta estúpida, Lo que estaba haciendo era acariciarle el pelo y acercarse a ella. Tanto, que ella podía oler en su piel el frío de la calle.
-Pedro-Paula se aclaró la garganta-. ¿No me has oído? He decidido que no vamos a continuar con... tu proposición. Si conozco algún hombre, será por mí misma y a mi manera. No quiero que tú...

martes, 26 de mayo de 2015

Cuestiones Privadas: Capítulo 50

Paula cerró los ojos y apretó los labios.
- Te odio, Pedro Alfonso susurró con resignación mientras apretaba el botón.
Había pensado en la posibilidad de peinarse, ponerse las zapatillas y lavarse la cara rápidamente.
Pero en lugar de ello, abrió la puerta, se cruzó de brazos y esperó. .
Pedro apareció segundos después y a Paula le dio un vuelco el corazón. No le había visto jamás sin traje, pero aquel día llevaba botas de cuero, pantalones vaqueros y una chaqueta de cuero negra. Pero en realidad eso no le importara en absoluto. No tenía ninguna gana de encontrarse con él...
Aun así, el corazón de Paula  comenzó a latirle a toda velocidad cuando él le sonrió.
- Buenos días, Paula.
- A mí no me parece que tengan nada de bueno.
-Eso es lo que más me gusta, que me reciban por la mañana con alegría.
Lo que no se había esperado era que Paula lo recibiera descalza y en pijama. Él estaba acostumbrado a los camisones, las batas de seda y las zapatillas de tacón ¿Por qué le excitaría de ese modo el ver unos pies descalzos y un pijama ancho? Bueno, no tan ancho, porque los pechos suaves de Paula se adivinaban bajo la tela gastada, casi podía intuir los pezones...
Pedro frunció el ceño.
- Teníamos una cita y parece que acabas de salir de la cama.
- Nuestra cita era a las diez. Además, he cambiado de opinión.
- Sí, me lo imaginaba.
Paula lo miro alarmada cuando vio que él pasaba de largo.
-¿Donde vas?
-Busco la cocina. Hay una, ¿no?
-Sí, pero...
Pedro dejó el periódico sobre la mesa, junto con un paquete blanco.
- Traigo dos cafés, dos bollos de nata y dos donuts de mermelada. Mi penitencia por haber llegado antes de tiempo -le explico, cruzándose de brazos-. Pensé que era una buena idea para que no te echaras atrás.
- No me he, como dices tú, rajado. Pero por otra parte, no me apetece comenzar el día con una sobredosis de hidratos de carbono.
-No hay problema. Yo me comeré los donuts.
Pedro miro a su alrededor. Trataba de fijar la vista en cualquier cosa para evitar mirar a Paula, que era una masa de rizos sedosos y una boca rosa. ¿Como sabría aquella boca sin el carmín con el que se pintaba ella siempre los labios?

Cuestiones Privadas: Capítulo 49

A la mañana siguiente, a las nueve, la radio despertador de Paula rompió el silencio con una canción de rock.
Ella estiró la mano, tropezó con un libro, una taza vacía de cacao con leche y un paquete de kleenex. Finalmente, consiguió apagar el despertador.
La música cesó y el corazón comenzó a latirle a toda velocidad. Esperó a ver si se calmaba un poco, Luego se levantó y examinó extrañada la radio.
Ella siempre tenía sintonizado una emisora de música clásica que la despertaba a las seis de la mañana de lunes a viernes. Nunca se despertaba con rock. Le resultaba demasiado ruidoso. Entonces, ¿por qué estaba sintonizada aquella emisora? Y no solo eso, ¿por qué había puesto el despertador, siendo sábado? y había sonado a las nueve...
-¡Las nueve! -exclamó, saltando de la cama. Recordó que había estado caminando por la casa hasta altas horas de la noche. Luego había dado muchas vueltas en la cama antes de quedarse finalmente dormida. También recordó que había decidido llamar a Pedro y decirle que no podría vedo a las diez ni a ninguna hora del sábado.
Marcó su número de teléfono, pero saltó el contestador automático.
Paula  colgó bruscamente, se pasó las manos por el rostro y luego por el pelo. ¿Qué podía hacer?
«Tranquilízate», le dijo una voz interior.
Pero, ¿cómo iba a calmarse cuando eran las nueve y cuarto y Pedro iba a ir a recogerla a las diez? «De acuerdo, de acuerdo, olvídate de tranquilizarte y concéntrate en prepararte. En ducharte, vestirte y hacer algo con tu pelo». Después prepararía café, ordenaría la casa...
Bueno, dejaría a un lado lo de ordenar la casa y lo del café. Lo primero era ducharse y vestirse, si no quería que Pedro llamara a la puerta y la viera en pijama.
No. No podía llegar a la puerta, porque primero tendría que llamar al telefonillo del portal. Entonces ella le diría que había cambiado de opinión y que lo sentía. Que ya lo vería el lunes por la mañana en el despacho...
Justo en ese momento, se oyó el timbre del portal. No podía ser Pedro, iba a ir a las diez y todavía no eran ni las nueve y media...
Volvió a sonar el timbre de abajo.
-¿Sí?
-Soy Pedro.-Paula cerró los ojos y apoyó la frente en la pared.
-¿Paula?
-Sí, Pedro, ya te he oído. ¿Qué haces aquí? Todavía no son las diez.
- Ya, es que me he adelantado.
-No estoy... -se miró el pijama y los pies descalzos-. No estoy preparada.
- No importa. He comprado el periódico y te esperaré leyéndolo.
- Bien. Quiero decir, no, no está bien. He cambiado de opinión y... Bueno, siéntate en el vestíbulo del portal y ponte a leer el periódico. Bajaré en unos veinte minutos.
-¿Estás loca? En el portal hará mucho frío, Paula.
-Cinco minutos entonces. No tardaré más en vestirme.
- Sí, pero es que aquí a mi lado está una encantadora señorita que se llama... ¿cómo se llama usted? Ah, señora Adela. Dice que se ha olvidado las llaves y que se está muriendo de frío aquí en la calle porque tú le niegas a abrirle la puerta.

Cuestiones Privadas: Capítulo 48

Paula  se estremeció. El viento había cambiado y soplaba sobre el East River, frío y furioso. Seguramente era por eso por lo que ella sentía escalofríos. No podía ser por Pedro ni por el repentino deseo de arrojarse en sus brazos.
-¿Por eso me besaste?
-Sí. No. ¡Caramba, Paula...! -Pedro soltó un suspiro-. Escucha, puedo ayudarte. Puedo enseñarte cómo son los hombres y qué es lo que quieren exactamente de las mujeres.
Paula  miró a Pedro. Este tenía razón. Podía enseñarle muchas cosas y, de hecho, ya le estaba enseñando algunas.
-¿Es eso lo que quieres? ¿Enseñarme cosas sobre cómo ven los hombres a las mujeres?
-Sí, eso es -contestó Pedro tras una pausa-. Te prometo, Paula, que te enseñaré todo lo que tienes que saber.
El mundo se detuvo en ese instante. Los susurros de la noche, el gemido del viento, incluso el latido del corazón de Paula cuando levantó los ojos y miró a Pedro.
-Pedro-susurró-, pienso que no...
- Es demasiado tarde para pensar - dijo él-. Ha sido un día muy largo para los dos. Seguiremos hablando mañana a las diez en punto.
-Diez... ¿A las diez?
-Exacto.
Pedro retrocedió despacio hacia las escaleras sin poder dejar de mirarla. Entonces pensó que le gustaría dejarse llevar y que ocurriera lo que ambos llevaban días evitando.
Pero eso no iba a suceder. Su relación se limitaría a que él iba a enseñarle todo lo que ella necesitaba saber sobre los hombres. Cómo hablar con ellos y cómo diferenciar los buenos de los malos. Pero no ocurriría nada más entre ellos. Paula no era su tipo de mujer y seguramente él tampoco era el hombre ideal para ella. Paula era demasiado inocente y no conocía las reglas del juego.
Él la deseaba, sí, pero si hacía el amor con ella, ¿qué ocurriría? Para él se acabaría todo ahí, pero para ella no sería así. Y no era su ego quien hablaba, sabía que aquello era cierto. Paula era una mujer de un solo hombre y ese hombre no era él.
Así que lo mejor era irse. Pedro  soltó un suspiro.
No se iba a morir por eso. Después se sentiría puro y bueno al recordar que se había ido para evitar la tentación. Bueno, haría mucho más que eso, porque se esforzaría para que Paula encontrara un hombre que la quisiera, un hombre con el que pudiera ser feliz.
-A las diez en punto - repitió con voz ronca.
Entonces hizo la cosa que más le había costado en la vida, dar la espalda a Paula y encaminarse hacia el taxi que lo esperaba para perderse en la noche...

Cuestiones Privadas: Capítulo 47

- Puede. Pero a lo mejor necesitas un guardián.
-No tenías derecho a aparecer en el restaurante.
- Fue una coincidencia.
-¿Coincidencia? ¡No me lo creo!
Pedro  apretó los labios. Ella tenía razón. Él no había aparecido allí por casualidad, pero, ¿qué otra cosa podía haber hecho? En primer lugar, porque Gonzalez tenía muy mala fama. En segundo lugar, porque Paula era muy ingenua. Y por último, porque él había sido quien le había presentado a aquel tipo.
Él se había ofrecido a presentarle hombres, pero no hombres como Gonzalez. Existían otros hombres que él se alegraría de presentarle. Y si en ese momento no se le ocurría ninguno, era porque no tenía tiempo de pensar en ello. Además, Paula tenía que aprender ciertas cosas
Saber qué ropa ponerse, cómo comportarse y relacionarse. Y él necesitaba tiempo para enseñarle todo aquello.
El taxi se detuvo y, cuando Pedro volvió a la realidad, se dio cuenta de que ya habían llegado. Paula se bajó del taxi y se encaminó hacia el edificio en el que vivía.
Pedro ordenó al taxista que lo esperara y salió corriendo detrás de Paula.
-No quiero que esperes a que entre -dijo ella con frialdad, subiendo los escalones que conducían al portal.
-No me importa lo que tú quieras. Yo siempre espero a que mis...
Pedro frunció el ceño.
-Yo no soy nada tuyo, Pedro, excepto tu asistente personal.
Ella estaba en lo cierto y él tampoco quería que fuera de otro modo. Pero habían hecho un trato y él siempre cumplía sus tratos.
- Tienes razón –dijo
Paula  arqueó las cejas.
-Bien, bien, bien. ¿Dos disculpas en un solo día?
- Probablemente no debería haber ido a La Góndola.
- Probablemente no, no deberías haber ido con toda seguridad.
-Es solo que me sentía responsable.
-No necesito que nadie se sienta responsable de mí. Soy una mujer adulta.
-Sí, pero yo te dije que te presentaría hombres y...
-¿Otra vez vamos a hablar de lo mismo? -preguntó Paula, sacando las llaves del bolso-. Te aseguro que quedas eximido de cualquier responsabilidad hacia mí, ¿de acuerdo?
-No -Pedro la agarró de los hombros y la obligó a que se volviera-. Porque estoy seguro de que no estás preparada para ello. Esta noche habrías cometido un gran error.
-Gracias por tu confianza.
- Menos mal que llegué, porque cuando entré, Gonzalez  tenía ya una mano en tu pierna.
-No la tenía en mi pierna, la tenía en mi rodilla y solo fue un segundo. Además, solo se trataba de un gesto amistoso. Se dio cuenta de que no me había gustado el aspecto de aquel plato que me habían servido...
-¿y por qué pediste eso?
-Porque no entendía el menú -contestó Paula con frialdad-, y fui demasiado orgullosa como para admitido. ¿Alguna otra pregunta?
-¿No se te ha ocurrido pensar que Jennett tendría que haberte explicado lo que era, cuando tú lo pediste?
-Pero él pensó que...
-Él pensó que eras tan inocente como Caperucita Roja y eso le excitó. Maldita sea, Paula, no tienes que aprender a leer menús, sino a tratar con los hombres -Pedro se acercó a ella-. Cuando te vi esta noche... cuando te ví, sentí que... -Pedro se quedó pensativo un momento-. Te ví como si hubiera tirado un gorrión a una habitación llena de halcones -la voz de Pedro se hizo más grave-. Hay cosas que tienes que aprender, Paula.

lunes, 25 de mayo de 2015

Cuestiones Privadas: Capítulo 46

- Ha sido una velada encantadora, pero creo que el señor Alfonso tiene razón. Tengo que irme a casa.
Pedro se puso también en pie y sacó unos cuantos billetes de su cartera.
-La cena corre de mi cuenta -dijo, tirando el dinero a la mesa.
Luego la agarró por la nuca en un gesto claramente posesivo, que Martín no dejó de observar.
-¿Paula?
Ella, aunque no le gustó la actitud de él, no quiso montar ninguna escena y dejó que Pedro le pusiera el abrigo.
Una vez fuera, Pedro le dijo al portero que les pidiera un taxi.
-No quiero que me lleves -dijo ella, apartándose de él-. Pero, ¿quién te has creído que eres? ¿Cómo se te ha ocurrido entrometerte de ese modo en mis asuntos?
-¡Oh, no me vengas con esas! Me he dado cuenta perfectamente de lo mucho que te has alegrado de verme.
- Solo porque me has salvado de comerme esa bazofia que me habían servido.
-No te engañes. No solo te alegraste de verme por eso.
-¡Oh, Dios, contigo no hay quien pueda! Eres un ególatra insoportable.
Entonces, Pedro la tomó en sus brazos y la besó.
Ella, al principio, protestó, pero enseguida se rindió a él y respondió a su beso.
-Señor, su taxi...
Pedro se echó hacia atrás y, sin soltar a Paula, se metió la mano en el bolsillo y sacó un billete, para después encaminarse hacia el vehículo.
-¡No me voy a meter en ningún taxi contigo! -protestó Paula.
Pedro dijo algo entre dientes, abrió la puerta y la obligó a meterse en el taxi. Luego se montó él y le dio al conductor la dirección de Paula. El taxista arrancó.
-¡Maldito seas, Pedro!
- Deberías darme las gracias, en lugar de maldecirme.
-¿Darte las gracias? ¿Por qué? ¡Dime! ¿Por hacerle creer a Martín que tú y yo...?
- A ti te tendría que dar igual lo que piense ese tipo. A menos que hayas perdido el sentido común.
- ¿No lo entiendes? Le has hecho pensar que tenías derecho a... derecho a...
- y lo tengo -contestó Pedro, mirándola de reojo-. Eso fue lo que acordamos, ¿o es que no te acuerdas? Quedamos en que te presentaría hombres para que salieras con ellos siempre que yo pensara que eran adecuados para ti.
-No acordamos nada. Y aunque lo hubiéramos hecho, no quiero que te entrometas en mi vida privada. Ni tú ni nadie.
-Te olvidas del pulpo que tenías en el plato. Si yo no hubiera aparecido, habrías tenido que vértelas con otro pulpo humano al cabo de media hora.
Paula  se cruzó de brazos y lo miró con los ojos muy abiertos.
-Eres imposible, ¿lo sabías? Si Martín hubiera querido abusar de mí, ya lo habría hecho la otra noche.
-Ese hombre te miraba como si fueras ya de su propiedad.
-¿Y cómo crees que me miras tú? Cuando dijiste que me fuera contigo, cuando... me tocas así. Cuando... cuando me besas como acabas de hacerlo... -Paula apartó la vista hacia la ventanilla-. Te estás equivocando. Eres mi jefe, no mi guardián...

Cuestiones Privadas: Capítulo 45

Martín apartó la mano de la pierna de Paula y ella se giró para encontrarse con Pedro.
-¿Sorprendida de verme?
No solo sorprendida, sino también encantada.
¡Dios, qué guapo era! Y no solo guapo, también era muy inteligente. Acababa de salvada de comerse aquello.
- Un poco -contestó ella.
- ¿No te había advertido Paula que era alérgica a los cefalópodos? -le preguntó Pedro a Martín  mientras se sentaba al lado de Paula.
-No -contestó Martín.
-Bueno-dijo Pedro, agarrándole a ella la mano bajo la mesa- será mejor que pidamos algo que puedas comer. Por ejemplo, lasaña.
Luego le pidió dos platos al camarero que se había acercado para preguntarle lo que quería comer.
- ¿Se puede saber qué estás haciendo aquí, Alfonso? -le preguntó entonces Martín en un tono gélido..
-¿Y tú, Gonzalez?
-Cenando., pero...
- Pues menuda coincidencia, porque es justo lo mismo que he venido a hacer yo. Pero al entrar, los he visto y me he acercado. ¿No les importa que cene con ustedes, verdad?
-No -respondió Paula rápidamente. Luego se sonrojó-. Quiero decir, si a ti tampoco te importa, Martín.
-Por supuesto que no. -dijo Martín, forzando una sonrisa.
-Estupendo. -respondió Pedro, haciendo una seña al camarero para pedir otra botella de vino.
El vino era exquisito y la pasta también. Paula se lo comió todo con mucho gusto
Durante la cena, Pedro contó también lo que había pasado en casa de los Bishikoff, pero dio una versión totalmente distinta de la de Martín. Al parecer, Pedro  había estado cenando allí cuando apareció el ratón y lo había atrapado con la ensaladera.
-El gato no se puso muy contento, claro -dijo, soltando una carcajada-. Ni tampoco la señora que tenía al lado, porque la ensalada se cayó entera en su regazo.
Ella se echó a reír, pero al ver que Martín la estaba mirando con gesto serio, se calló bruscamente.
-Lo siento, Martín, no sabía que Pedro iba a...
-No me gusta meterme en medio de una pareja, Paula -dijo Martín, muy serio.
-Pero Pedro y yo no salimos juntos –explicó ella.
-Bueno, cariño -dijo Pedro, agarrando la mano que ella tenía apoyada sobre la mesa-, creo que no tiene sentido que lo sigamos ocultando.
- Pero Pedro...
- Paula, creo que será mejor que te lleve a casa ahora mismo -dijo Pedro-. A menos  que Gonzalez opine otra cosa, claro.
Martín, que de pronto había palidecido, no respondió nada.
Paula se puso en pie.

Cuestiones Privadas: Capítulo 44

Ella se arrepintió inmediatamente de haber ido. No le gustaba en absoluto que la llamaran «querida» y tampoco le gustaban las personas que daban besos al aire. Por otra parte, Martín  debía haberse echado medio bote de colonia.
Pedro nunca se ponía colonia. Olía a una mezcla de jabón y hombre. Por otra parte, ella preferiría comerse un perrito con chile en cualquier puesto ambulante antes que cenar en aquel sitio tan elegante.
-Sí, ya estoy aquí.
-¿Has tenido un día duro, querida? -le preguntó él, ayudándola a sentarse-. Apuesto a que sí con el jefe que tienes. Seguro que te tiene todo el día encadenada a tu escritorio. .
- No es exactamente así. Bueno, quiero decir que ese no es el motivo por el que he llegado tarde. Es que el autobús... -ella se detuvo-. Perdona, estabas bromeando, ¿verdad?
- Me encanta lo inocente que eres -dijo Martín, sonriéndole-. ¿Qué te parece si pedimos algo de beber?
- Yo tomaré chianti -dijo Paula.
-¿Chianti? - Martín soltó una carcajada-. No digas tonterías, querida, La Góndola es famoso por sus vinos.
Entonces, un camarero se acercó con lo que parecía un listín de teléfonos. Martín  echó un vistazo y eligió un vino de nombre impronunciable. Al poco, el camarero les llevó una botella y la descorchó. Martín olió el corcho, dio un pequeño sorbo a su copa y asintió.
-Excelente -dijo.
Después de que el camarero les sirviera una copa a cada uno, Paula bebió un trago.
-¿No te parece un vino delicioso, querida?
-Oh, sí, delicioso -contestó ella, tratando de no escupirlo.
-Bueno, ¿y te has enterado ya de lo que pasó en casa de los Bishikoff?
Paula  ni siquiera sabía quiénes eran los Bishikoff, así que él le contó algo acerca de una cena, un ratón y un gato persa. Al parecer, el gato se había comido al ratón.
-¿De veras? -dijo ella cuando él terminó de hablar.
-¿No te parece que es una historia fantástica?
-Oh, sí, fantástica.
Ella pensó que no sabía qué estaba haciendo allí con ese hombre. ¿Dónde estaría Pedro en esos momentos? ¿Habría salido con alguna otra mujer? ¿Se pasaría la noche en sus brazos?
-¿Paula? -llamó su atención Martín-. ¿Qué quieres cenar?
Ella se fijó en el enorme menú que había enfrente de ella.
- Lo siento - se excusó ella mientras abría el menú, pero, al parecer no había lasaña-. Tomaré algo de pasta -dijo con determinación mientras cerraba el menú.
-Muy buena elección, querida. Te sugiero el plato especial de la casa. Te encantará.
-Seguro que sí -dijo ella, pensando en que no podían poner nada raro en un plato de pasta.
Pero no tardó en comprobar que su suposición no era cierta, cuando le sirvieron un plato de espaguetis con una salsa negra por encima.
-Pasta a La Gondola -dijo Martín Luego se dirigió al camarero-. Nunca me acuerdo, Juan ¿la salsa es de pulpo o de calamar?
-Me parece que es de pulpo. -dijo Paula, fijando se en los animalillos con ocho tentáculos que había entre los espaguetis.
El estómago le dió una sacudida y se le cayó el tenedor al suelo.
-No puedo sencillamente, no puedo....
Martín apoyó su mano en la rodilla de ella.
-¿Que no puedes qué, querida?
-No puede comer marisco. -dijo en ese momento una voz familiar-. Te da alergia, ¿verdad, Paula?...

Cuestiones Privadas: Capítulo 43

Ella había estado pensando todo el día en el incidente de la mañana y había llegado a la conclusión de que tenían que volver a la relación que tenían antes.
La próxima vez que viera a Pedro... al señor Alfonso le diría que lo mejor era que le volviera a tratar de usted y que él tenía que dejar de meterse en su vida y claro, nunca más debería besarla ni ponerle la mano encima.
Paula fue al servicio y se lavó la cara. Luego se miró al espejo y pensó una vez más que su rostro era de lo más normal. Finalmente, se retocó la coleta. No quería que se le escapara ningún rizo. Odiaba el pelo rizado. Le parecía demasiado desordenado y ella no era así.
Habría estado bien poder ponerse un poco de rímel, pero no había pensado que Martín hablara en serio cuando dijo que la llamaría al día siguiente. También habría estado bien haberse puesto un traje más elegante, a pesar de que no tenía mucho donde elegir. En su armario solo tenía un par de vestidos un poco menos formales. El que le había dicho a Pedro con encajes de seda y un vestido de dama de honor. El de seda se lo había comprado para la boda de Sofía y el otro para la de Camila.
El vestido de dama de honor estaba descartado, porque le estaba demasiado grande y no era muy bonito. Y el otro vestido era demasiado ligero para ese tiempo. Se helaría con él. Sin embargo, las mujeres que había en la fiesta el día anterior no parecían demasiado preocupadas por el frío. Como esa Clara.
Pero, claro, ella contaría con que algún hombre la haría entrar en calor al final de la noche y no cualquier hombre, ya que estaba claro que su objetivo era Pedro. ¿Se habrían ido juntos de la fiesta? ¿La habría hecho entrar en calor él con sus caricias y con su lengua?
-Basta -le dijo a su imagen reflejada en el espejo.
A ella no le importaba lo que Pedro hiciera con las demás mujeres. Además, ella iba a encontrarse en breve con Martín, que era un hombre por el que suspiraban muchas mujeres. Y era mucho más educado que Pedro. Martín no la había encerrado en ningún ascensor ni la había besado hasta dejarla sin aliento. No, con él las cosas habían sido mucho más tranquilas y ella lo prefería así.
Sí, estaba deseando volver a ver a Martín, se dijo, mirándose de nuevo al espejo mientras se lamentaba una vez más no haberse podido poner otra ropa. Finalmente, se soltó el pelo, se desabrochó un par de botones de la blusa y se recogió la falda.
Aquello le había funcionado la noche anterior. De ese modo, había conseguido atraer la atención de los hombres. Pero lo cierto era que ella no buscaba atraer la atención de los otros hombres, solo la de Pedro...
Paula parpadeó y luego volvió a recogerse el pelo, se abrochó la camisa y se bajó la falda.
-Esta es la verdadera Paula -se dijo-, así que o lo tomas, o lo dejas, Martín Gonzalez.
La Góndola era como el Chez Louis, pero en su versión italiana.
Era un sitio pequeño y débilmente iluminado, donde al parecer tampoco iba a entender el menú.
Pero qué importaba. Ella conocía lo que era el chianti y también la lasaña, así que no tenía por qué preocuparse y tampoco debía sentirse inferior por el hecho de que la mayoría de las mujeres que estaban cenando allí fueran muy bien vestidas. Ni que se hubieran pasado la tarde en la peluquería y maquillándose. Ella era una mujer educada y con una conversación inteligente.
Sin embargo, seguramente eso no le serviría de nada. Lo más inteligente sería salir corriendo de allí cuanto antes. Pero ya era tarde. Martín la había visto y se había levantado de su mesa para recibirla.
-Paula, querida, al fin has llegado -dijo, juntando su mejilla con la de ella.

domingo, 24 de mayo de 2015

Cuestiones Privadas: Capítulo 42

Pedro se hundió en la silla que estaba frente a su escritorio  con Paula  en su regazo. La horquilla con la que ella se sujetaba el pelo se abrió y él pasó los dedos por su rizado cabello. Luego metió una mano por debajo de la falda y la subió hasta tocar sus muslos. Ella soltó un gemido y él se dio cuenta de que estaba perdido, completamente perdido...
En ese momento, sonó el teléfono.
-Pedro -dijo Paula, pero él sacudió la cabeza y siguió besándola.
Sin embargo, el teléfono no dejó de sonar y él tuvo que contestar finalmente.
-¿Diga?
De pronto, le cambió la cara y se sentó muy recto en la silla, con lo que estuvo a punto de tirarla al suelo.
-Me alegro mucho -dijo él con voz fría. Luego le acercó el teléfono a ella-. Es para tí.
- ¿Para mí?
-Sí, es tu amigo Martín. Se te había olvidado decirme que no podías venir conmigo al cóctel de esta noche porque te habías citado con él.
- No se me olvidó. Pero tú tampoco me preguntaste.
- No, claro que no te pregunté. Lo que hagas con tu vida no es asunto mío, Paula. Además, me siento halagado.
-¿Halagado?
- Sí, es la primera vez que una chica practica conmigo antes de citarse con otro hombre.
-No creerás que era esa mi intención -dijo ella, palideciendo.
-¿No? -Pedro agarró su chaqueta-. En cualquier caso, espero que te diviertas esta noche.
Ella se volvió para contestar.
-Hola -dijo con voz alegre-. No, no importa. Sí, me encantaría. Yo también me lo pasé muy bien. ¿En La Góndola a las seis? Muy bien, Martín. Allí nos veremos.
Después de colgar, se giró dispuesta a seguir discutiendo con Pedro, pero entonces descubrió que este se había marchado...
Paula levantó la vista del ordenador para comprobar la hora. Eran casi las cinco, así que podía dejar ya el trabajo y prepararse para su cita con Martín.
Terminó el informe que estaba tecleando y apagó el ordenador.
Pedro  todavía no había vuelto. La había llamado a media tarde para darle unas cuantas órdenes en un tono que delataba su mal humor.

Cuestiones Privadas: Capítulo 41

-¿No?
- No, cada hombre tiene una técnica diferente. Por ejemplo, enséñame cómo besaste a Martín.
-¿Que cómo lo besé? -algo en su interior le dijo que debía tener cuidado, pero luego se fijó en cómo él la estaba mirando mientras la acariciaba delicadamente con los pulgares-. Bueno... ya te lo he dicho. Él se inclinó hacia mí como para besarme en la mejilla.
-¿Así? -preguntó Pedro, acercándose como para besarla.
- Exactamente, pero yo giré la cabeza en el último segundo y...
-Gírala -le ordenó-. Igual que hiciste anoche. Bien y ahora sigue demostrándome lo que hiciste.
-¿Quieres que te bese?
-Sí.
Ella lo hizo. Acercó sus labios a lo de él y le dio un beso de lo más inocente.
-¿Y Martín no le dio más intensidad al beso? -preguntó o, al menos, eso creyó que preguntó ya que lo único que podía oír era el latido de su propio corazón.
-Él trató de hacerlo -susurró Paula.
-¿Cómo? ¿Te rodeó con sus brazos tal como así? -Pedro  la abrazó y ella no pudo evitar soltar un gemido.
-No, no le dí oportunidad de que lo hiciera.
- Bueno, pues en ese caso, la próxima vez deberás tratar de mejorar esto. Así. Ahora, inclina una poco la cabeza...
¡Dios! ¿Qué estaba haciendo?, pensó Pedro. Debería librarse de aquella mujer inmediatamente. Debería darle un cheque por el valor de seis meses de su sueldo, firmarle una carta de recomendación y despedirla.
-Ahora -continuó diciéndole sin hacer caso de sus pensamientos- abre los labios. Eso es. Quédate así. Muy bien.
Él se inclinó entonces hacia ella y posó suavemente sus labios sobre los de ella. Fue un ligero contacto.
-¿Así está bien? -preguntó ella.
«Sí, así está muy bien».
- No, tienes que separar los labios un poco más. Bien, ahora, relájate y acércate.
Él no pudo contener un gruñido al saborear la boca de ella.
- ¿ Qué tal así? - consiguió preguntar él, a pesar de su excitación-. ¿Mejor?
-Sí, mucho mejor -aseguró Paula, dejando escapar un suspiro.
Pedro  volvió a besarla, todavía más ardientemente, y entonces se dio cuenta de que tenía que parar. Si no, le quitaría esa absurda ropa que llevaba, la llevaría al sofá y le haría el amor...
-¿Pedro? -susurró ella mientras lo seguía besando. En un momento, le mordió delicadamente el labio inferior y eso hizo que él perdiera el control por completo.

Cuestiones Privadas: Capítulo 40

Pedro  apretó los puños hasta sentir cómo las uñas se le clavaban en la palma de las manos. Bueno, ¿y qué? Un beso no era nada y ella tenía derecho a besar al hombre que le apeteciera. Tenía derecho a suspirar en sus brazos, a abrir sus labios, a aceptar la lengua de él en su boca....
Pedro soltó una maldición, agarró su chaqueta del respaldo de la silla y fue hacia la puerta.
-¿A dónde vas, Pedro? -preguntó alarmada Paula.
-A matar a Gonzalez. No sé por qué tratas de protegerlo.
- Él no hizo nada fui yo quien lo besó a él.
-¿Que tú lo besaste? Pero si has dicho que...
- Ya sé lo que he dicho -admitió Paula, sonrojándose-. ¡Pero es que me da tanta vergüenza!
-Cuéntame lo que pasó, maldita sea -Pedro arrojó la chaqueta sobre la mesa y puso las manos sobre los hombros de ella-. ¿Besaste a Martín?
- Él me besó primero frente a la puerta de mi casa. Me besó en la mejilla. Y yo... pensé que solo quería darme un beso en la mejilla por lo estúpida que había sido en el restaurante.
- Y deseaste que te besara en la boca -dijo Pedro despacio-. ¿De verdad querías que... que ese hombre te besara en la boca?
- Tienes que entenderlo - suplicó Paula. Pero, ¿cómo iba a entenderlo, si ella misma no lo entendía? Se había dicho a sí misma que había querido besar a Martín porque era guapo y sexy. Además, era el segundo hombre que la había invitado a salir en años.
Pero la verdad era mucho más complicada. Tenía que ver con el deseo y la esperanza de que los besos de Pedro no la habían vuelto loca porque eran de Pedro. Quería demostrarse a sí misma que su reacción a los besos de él no había sido diferente a la que habría sufrido con cualquier otro hombre. Que no habían sido sus besos los que le habían hecho sentir que el tiempo se detenía.
Paula alzó la vista. Pedro estaba esperando una respuesta, pero ella no podía confesarle la verdad.
- Después de lo que había pasado en el restaurante, me sentía... como una idiota. Quería comportarme como una mujer elegante y sofisticada, así que cuando me di cuenta de que me iba a besar en la mejilla, giré la cabeza y él terminó besándome en la boca - tragó saliva-. Y... y...
-¿Y? .
- Y... nada.
-¿Nada? -repitió Pedro-. ¿Qué quiere decir nada?
- Nada, que no oí campanas, ni vi luces, ni nada de eso - admitió con la cara encendida -. Fue como besar a un amigo. No sentí nada especial.
Pedro se habría puesto a gritar de alegría.
-¿De verdad?
- De verdad. Y Martín se dio cuenta. Tuvo que darse cuenta, porque al final lo aparté con la mano, le di las gracias por la cena y... -dio un suspiro profundo-. Y ya está. Yo allí, besando a un hombre con el que sueñan la mayoría de las mujeres, y voy y lo estropeo.
- No lo estropeaste cuando yo te besé -le recordó Pedro con voz dulce.
-Lo sé. Y no lo entiendo -sus ojos buscaron los de él-. Un beso es un beso, después de todo.
Pedro  esbozó una sonrisa.
- Eso es lo que dice una vieja canción, sí –agarró el rostro de Paula entre las manos y acercó su cabeza a la de ella-. Pero no es cierto.