sábado, 16 de mayo de 2015

Cuestiones Privadas:Capítulo 2

«Paula», pensó Pedro con agradecimiento. ¿Qué haría sin ella? Era inteligente, eficiente y siempre tenía los pies en el suelo. Pedro no solo conseguía que su despacho funcionara a la perfección, sino que le protegía de la voracidad de las mujeres como Malena. No solía ocurrirle a menudo, gracias a Dios, pero cuando hacía falta, Paula se encargaba de desviar las llamadas no deseadas y mantenía alejadas a las visitas inoportunas.
Pero Pedro tampoco quería ser cruel. Por eso le había dicho a Paula que hiciera entrar a Malena a su despacho privado el día anterior, aun sabiendo que no era una buena idea. Y estaba en lo cierto. Había sido una idea patética. Lo único que Malena había querido hacer era decirle que ella lo amaba a él, pero él no la amaba a ella.
-No me amas -le había gritado- ¡Tú no me amas, Pedro!
-No -había admitido él-, no te amo -había añadido mientras le ofrecía su pañuelo-. Pero me gustas, me gustas mucho.
Pedro dio un suspiro. Estaba sentado delante de su mesa y apoyó los codos en ella para masajearse las sienes doloridas.
Eso le pasaba por ser sincero. Malena no había parado de llorar mientras estuvo allí y él se había sentido como un id*iota por no haberlo previsto. Pero siempre le ocurría lo mismo.
-¡Maldita sea! -había murmurado, poniéndose en pie.
Claro que le gustaba mucho aquella mujer. ¿Por qué si no se había pasado los últimos dos meses saliendo con ella? Y además solo con ella, claro. No tenía por costumbre salir con varias mujeres a la vez. Siempre les era fiel mientras duraba la relación. Pero no estaba preparado para pasar el resto de su vida con una mujer. En ese momento no, desde luego, y tampoco en un futuro próximo.
Había empezado a disfrutar de la vida hacía pocos años. Pedro había nacido en una familia pobre y había perdido a su padre a los diez años en un accidente en la mina donde este trabajaba. Dos años después, su madre se había vuelto a casar con un hombre muy egoísta. A los diecisiete años, había dejado la escuela y se había puesto a trabajar en la misma mina que había matado a su padre. Un año más tarde, después de haber estado a punto de morir bajo toneladas de carbón, Pedro dejó su martillo y se quitó el polvo del cuerpo, aunque sabía que jamás podría eliminarlo de su sangre. Entonces, se había dirigido al este. Había tenido que trabajar mucho, pero con una combinación de suerte, agallas y una carrera, había convertido su vida en un sueño.
Así que en esos momentos llevaba la vida que le gustaba y no quería cambiarla.
Tenía un despacho en el Rockefeller Center, un apartamento en Park Avenue, una casa de campo en Connecticut y un viñedo en Corvette y tenía a Paula.
Sí, la vida era estupenda... excepto ese horrible problema con Malena.
Pedro  gimió, echó la silla hacia atrás y puso los pies sobre la mesa. ¿Cómo no se habría dado cuenta antes? Ella le había dicho que solo le importaba su profesión, pero no era cierto. Primero, le había dado una llave de su apartamento, sin que él le diera llave del suyo. Luego, le había comprado una corbata en una de las mejores boutiques. Las corbatas se las compraba él y nadie más que él, pero ella le había asegurado que un actor de moda la llevaba cuando había posado con ella, y que por eso se la regalaba. ¿Quién no habría aceptado un regalo tan inofensivo? y entonces, la semana anterior, lo último. Él la había llevado a casa y, cuando iba a darle buenas noches, porque no le apetecía quedarse a pasar la noche con ella, algo que Paula tendría que haber interpretado como el principio del final, ella se había metido la mano en el bolsillo y había sacado dos billetes de avión.

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