domingo, 31 de mayo de 2015

Cuestiones Privadas: Capítulo 70

-No podemos hacer que el tiempo retroceda.
Pedro apretó los labios. No comprendía cómo podía estar ella tan tranquila y con esa sonrisa educada en los labios. Al parecer, para ella solo había sido sexo. Eso sí, un sexo increíble.
«Bueno, pues mejor», pensó. Porque él no era un hombre que se comprometiera.
-Bueno, yo no pretendía hacer retroceder el tiempo. Solo pensaba que podíamos divertimos otro poco antes de que terminara el fin de semana.
Divertirse... Paula trató de contener las ganas de echarse a llorar.
-Sí, eso estaría muy bien, pero es que tengo mucho trabajo atrasado en el despacho y tú mañana tienes que irte a San Diego.
Pedro frunció el ceño. De pronto, pensó que quizá Paula pensaba que era a ella a quien le correspondía poner punto final al trato que habían hecho.
- Paula, ya sé que se supone que lo nuestro es un acuerdo temporal, pero no hay por qué ponerle fin tan pronto -dijo él con una sonrisa seductora-. Podemos pasar la noche juntos y mañana me acompañarás a California. Al fin y al cabo, eres mi asistente personal.
Al parecer, el muy canalla quería alargar las cosas antes de terminar con ella.
- Mira, te agradezco mucho que me hayas enseñado cómo debe comportarse una mujer, pero creo que ya no tiene sentido seguir con esto. En cualquier caso, te aseguro que el fin de semana ha estado muy bien.
- ¿Quieres decir que hemos terminado? - preguntó él con voz crispada.
-Sí, pero de verdad que te agradezco lo que has hecho por mí.
- ¡Maldita sea, Paula, deja de hablar como si me hubiera acostado contigo por caridad!
-¡Maldita sea,Pedro! ¿No era eso lo que querías oír? ¿Que lo que hemos hecho este fin de semana no tiene nada que ver con el amor?
Él se quedó mirándola, pensando en que ella tenía razón. Aunque no hubiera por qué expresarlo de un modo tan frío.
-Y no me mires así. Ya sé que piensas que todas las mujeres buscan casarse contigo, pero te aseguro que yo no soy una de ellas.
El se puso en pie al tiempo que sacaba su cartera y dejaba un fajo de billetes sobre la mesa. Ella ya se había levantado y se había puesto el abrigo.
-Está bien, te llevaré de vuelta a Nueva York, si eso es lo que quieres.
-Sí, eso es lo que quiero -respondió ella.
Salieron a la calle y se montaron en el coche. Pedro arrancó y poco después, Paula se fijó en la carretera que habían tomado y se volvió hacia él.
-No quiero ir a tu casa, ya te he dicho que quiero que me lleves a Nueva York.
-Pero no quiero que te dejes las cosas que te he comprado.
-Puedes quedártelas para regalárselas a tu próxima novia.
-¡NO me lo puedo creer! Estás celosa de una mujer que todavía no existe.
- Pero existirá. Y te aseguro que a mí no me importa.
Después de aquello, apenas hablaron en todo el camino hasta la casa de él ni tampoco en el de vuelta hasta Nueva York...

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