sábado, 9 de mayo de 2015

Atrapada en este Amor: Capítulo 64

Le molestaba pensar también que ella decidiera marcharse a Chicago. Evidentemente, no podía dirigir sus negocios desde Billings. No obstante,Pedro prefería no pensar en ello. No podía pedirle que dejara su herencia y su trabajo. Comprendió que, si ella decidía marcharse, tendría que dejarla ir. No pudo evitar pensar que sin la intervención de su madre, nada de aquello hubiera ocurrido jamás. Paula y él se habrían casado y Franco llevaría su apellido. Resultaba sorprendente que él, que jamás había deseado el matrimonio, pensara tan positivamente en él pensando que así Paula y Franco estarían a su lado para siempre. Sin embargo, podría ser que fuera demasiado tarde. Tenía ya muy poco que ofrecerle a Paula en comparación con lo que ella ya tenía.
Además, estaba el señor Gimenez. Sentía celos de la intimidad que compartía con Paula y Franco.¿Se habría acostado Paula con él? ¿Estaría enamorada de él? Franco lo quería mucho. Lo nombraba constantemente.
De repente, recordó que, originalmente, había estado ya a las órdenes de Juan Gonzalez. No sabía si eso presentaría un problema si Pedro se atrevía alguna vez a pedirle a Paula que se casara con él. ¿Qué harían con el señor Gimenez?
No merecía la pena pensar en ello. Tal vez jamás estuviera en situación de pedirle a Paula que se casara con él. Además, en aquellos momentos tenía otras preocupaciones, entre las que se encontraba evitar que Paula se quedara con su empresa.
Los días que Paula pasó en la mansión de los Alfonso transcurrieron tan rápidamente que, casi sin que se diera cuenta, habían pasado ya dos semanas desde su llegada.
Por primera vez desde la muerte de Juan, había tenido tiempo de jugar con Franco, de dar largos paseos y de tomarse el tiempo necesario para examinar su vida.
Como estaba pasando mucho tiempo en Billings, había apuntado a Franco en la guardería presbiteriana, a la que el señor Gimenez lo llevaba todos los días. El niño parecía haberse adaptado muy bien y llegaba muy contento a la casa todos los días. Este hecho agradaba mucho a Paula, para la que Billings se estaba convirtiendo de nuevo en un hogar. Por el momento, los negocios parecían muy lejanos.
No se había dado cuenta del tiempo que se había pasado trabajando. Franco crecía muy rápido y, al tener la oportunidad de pasar más tiempo con su hijo, empezó a darse cuenta de que sus gustos e intereses habían cambiado sin que ella se diera cuenta.
Si Paula estaba disfrutando con el tiempo que tenía para relajarse, Pedro lo llevaba cada vez peor. Empezó a gritarle a todo el mundo, en especial al señor Gimenez, que seguía ocupándose de la fisioterapia.
Paula no estaba segura de cómo enfrentarse a aquella situación. El doctor Bryner le había dicho que el estado de Pedro mejoraría rápidamente si seguía las instrucciones, pero Pedro se negaba a hacerlo. Se esforzaba demasiado y se mostraba demasiado impaciente por ver resultados. Ni Paula ni su madre podían conseguir que se lo tomara con más calma.
El que se llevaba la mejor parte era Franco. Después de venir de la guardería, se pasaba la mayor parte de la tarde con su padre, jugando, coloreando o leyéndole a Pedro. A Paula le divertía que aquello era lo único que Pedro parecía disfrutar.
—Es muy listo, ¿verdad? —le preguntó a Paula una noche, después de que Franco hubiera terminado de leerle un cuento y se hubiera marchado con el señor Gimenez a prepararse para la cama.
-Sí.
—Le gusta mucho el colegio.
—Sí. Se está integrando muy bien.
—¿Vas a dejar que se quede o vas a volver a desarraigarlo de nuevo? —le preguntó—. ¿Estás echando ya de menos tu trabajo?
—Me gusta estar ocupada. Por otro lado, me había distanciado un poco de Franco y eso no me gusta. Había estado cambiando bajo mis narices sin que yo me diera cuenta. Me avergüenza darme cuenta de que había estado demasiado preocupada con mis negocios para verlo.
—Los negocios te pueden dejar completamente ciego. Yo lo sé. Yo también he estado completamente ciego para la mayoría de las cosas más importantes — dijo. Se miró las piernas. Estaba sentado y completamente vestido—. Odio verme así. No hago más que preguntar cuándo podré conducir y cuándo podré irme a trabajar, y no hacen más que decirme que pronto. ¡Han pasado ya tres semanas!
—El doctor Bryner lo sabe. Has hecho muchos progresos, pero no puedes esforzarte demasiado, Pedro.
—Si no lo hago, tal vez no vuelva a salir de la casa. Odio la inactividad. Además, ya sabes que la paciencia jamás ha sido mi fuerte. ¡Lo peor de todo es que me siento tan débil!
-Pedro...
— ¿Por qué no te marchas a tu casa? —Le preguntó él, de repente, lleno de frustración y furia—. No te necesito.
—Si yo me marcho, Franco se viene conmigo. ¿Quién te leerá si él se va?
William no quiso pensar en esa posibilidad. Suspiró profundamente y apartó la mirada.
—Me he acostumbrado a tenerlo cerca.
—Eres su ídolo. Antes, nombraba al señor Gimenez a cada palabra. Ahora eres tú. Tal vez deberías tomarte las cosas con un poco más de calma. Estás progresando. Ahora, ya puedes andar bastante bien.
—Sí —admitió él—, pero Gimenez se ríe de mí.
—No se ríe de ti. Resultó muy malherido en una de las últimas acciones de la guerrilla en las que participó. Tuvieron que hacerle la cirugía estética. La mejilla no le quedó del todo bien.
— ¿Guerrilla?
—Era mercenario profesional y también trabajó para la CÍA —le recordó ella.
—Es cierto. Supongo que él también habrá recibido fisioterapia en alguna ocasión... Seguramente tienes razón. No creo que me hiciera daño tomarme las cosas con más calma. Sólo un poco.
—Estoy segura de ello —afirmó Paula.
A la mañana siguiente cuando el señor Gimenez se presentó para la sesión de fisioterapia, Pedro no le dedicó miradas malhumoradas ni ácidos comentarios. Cooperó plenamente. Por primera vez.
Ana no se lo podía creer.
—Jamás pensé que accedería —dijo, aliviada.
— Aún no hemos pasado lo malo —le recordó ella—. Si Pedro no ve resultados a corto plazo, se desilusionará y volverá a apretar el ritmo.
— ¿Se te ocurre algo para ese caso?
—Tengo una última carta en la manga. Ha estado tan deprimido últimamente que ni siquiera parece él mismo.
—Lo sé. Conmigo sólo habla con monosílabos. Creo a veces que me odia por lo que hice.
—Lo superará, Ana. Dale tiempo. Se ha llevado demasiados sobresaltos en las últimas semanas y la mayor parte de ellos son culpa mía. Vine aquí a vengarme. A los directivos de mi empresa no les va a gustar cuando se enteren. Y se enterarán. Mi cuñado se encargará de ello porque me quiere fuera de la empresa. Sin embargo, no voy a consentírselo. Él aún no lo sabe, pero estoy pisándole los talones. No va a poder quitarme las riendas de las manos hasta que yo las suelte. No estoy segura de querer hacerlo. La posible absorción de Alfonso Properties por parte de mi empresa es lo que mantiene a Pedro alerta. Cada vez que menciono la absorción, se anima.
—Sí, pero si no empieza a mejorar, me temo que no le servirá ni eso.
Paula sabía que Ana tenía razón, pero ella aún tenía más temores que no se atrevió a comentar delante de la madre de Pedro. Él no era la clase de hombre que pudiera aceptar que una mujer le arrebatara su empresa. Sin embargo, ella no podía zafarse de sus responsabilidades. ¿Cómo iba a afectar su relación con Pedro si tenía que utilizar Alfonso Properties para controlar a Joaquín? McGee y ella habían estado hablando constantemente por teléfono sobre los poderes sin que Joaquín lo supiera. Paula tenía la mayor parte de las acciones. Sin embargo, utilizar ese control iba a ser complicado.

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