miércoles, 13 de mayo de 2015

Atrapada en este Amor: Capítulo 79

Cuando el señor Gimenez estacionó la limusina junto al avión, Paula se dio cuenta de que Franco no lo acompañaba.
— ¿Ocurre algo en la casa? —le preguntó, justo antes de meterse en el coche.
—Lo de siempre. Pareces cansada.
—Lo estoy. Completamente agotada. Han sido unas cinco semanas muy largas. ¿Cómo está Franco? ¿Y Pedro?
—Franco les está leyendo un cuento a todos los adultos de la casa.
-¿Y Pedro?
— Se me ocurren varios adjetivos. ¿Quieres que te diga unos cuantos?
—¿Tan mal ha ido todo?
—Cuanto más mejora, peor carácter se le pone. Creo que el hecho de que tú estés en casa se lo suavizará un poco.
—Me reservo decir nada hasta que él descubra lo que yo he hecho. Les pedí a Joaquín y a la junta que guardarán el secreto hasta que yo hubiera tenido tiempo de decírselo personalmente a Pedro.
—Por lo que dices, has desbaratado los planes de Joaquín.
—Así es —afirmó, sin explicar que había entregado su dimisión al mismo tiempo. Eso tendría que esperar hasta que viera cómo Pedro reaccionaba—, pero, para conseguirlo, he tenido que hacerme con Alfonso Properties.
—Conozco a alguien a quien no le va a gustar eso. —Ya lo sé. El agujero que me estoy cavando se va haciendo cada vez más hondo. Creo que, para empezar, debería haberme quedado en Chicago y no haber venido aquí para jugar a Dios.
—Vivir para aprender. Alfonso le ha comprado a Franco un perro. Un perro muy grande.
—Genial. Tal vez cuando regresemos a Chicago lo podamos poner en el jardín y hacerle una caseta —comentó con un cierto cinismo. Podría ser que tuviera que hacer precisamente eso. Pedro se podría poner tan furioso que los mandara a Chicago con perro y todo.
—No lo comprendes. Las iguanas odian a los perros.
—Oh... En es caso, tal vez sea a Tiny a la que le tengamos que hacer la caseta propia —comentó con una sonrisa—. ¿Qué te parece un terrario con una fuente y árboles para que se pueda subir?
—¿De verdad? —comentó Gimenez muy contento. —De verdad. No te preocupes. Nos las arreglaremos.
—¿Dónde? ¿Aquí o en Chicago? Paula no lo sabía. Eso iba a depender de Pedro.A ella le preocupaba mucho, sobre todo por su posible embarazo. Se limitó a cerrar los ojos y a escuchar la radio mientras se dirigían a la casa de los Alfonso.
Al llegar, vio que todas las luces estaban encendidas. Temía lo que iba a tener que hacer, pero no le quedaba elección. El hecho de que estuviera casi con toda seguridad embarazada iba a complicarlo todo. Si Pedro volvía a echarla, tras haber perdido su empresa a manos de Paula, la historia volvería a repetirse. ¿Y Franco? ¿Se produciría una terrible batalla por su custodia?
— ¡Mami!
Y eso que se había estado preguntando si su hijo seguía enfadado con ella. Paula empezó a reír al ver a su hijo. Extendió los brazos y lo abrazó cálidamente. Sin embargo, no trató de levantarlo. Si estaba embarazada, no le iría bien realizar esfuerzos.
—Oh, Franco, me alegro tanto de estar en casa —susurró con los ojos llenos de lágrimas—. Te he echado tanto de menos, hijo... No te puedes imaginar cuánto.
—Yo también te he echado de menos —dijo el niño—. Al señor Gimenez no le gusta mi perro. Mi papi me lo compró. Es blanco y negro y se llama Harry.
—El señor Gimenez va a conseguir un terrario para Tiny y, entonces, le gustará también Harry.
Entró al interior de la casa, dejando al señor Gimenez que se ocupara del equipaje y del niño. Se detuvo en la entrada de la cocina, en la que estaba Ana.
— ¿Cómo estás?
—Muy bien. ¿Y tú? Pareces tan cansada, Paula. Ven. Haré que la señora Dougherty nos prepare un poco de café. ¿Has cenado?
—Tomé un bocadillo antes de marcharme de Chicago. Estoy agotada.
—Demasiado trabajo y poco descanso. Pedro hace lo mismo.
— ¿Cómo está? —le preguntó ella. Sus conversaciones telefónicas con Pedro habían sido cada vez más breves, como si la distancia estuviera afectando a su actitud hacia ella.
—Bueno, ha vuelto a trabajar toda la jornada — dijo Ana.
—Pero la espalda...
—Está curando bien. No puede levantar pesos, por supuesto, pero la mayor parte de su trabajo es mental o de escritorio. Lo único que ha tenido que dejar por el momento han sido sus caballos. ¿Es que no te lo ha dicho?
Aquello no auguraba un buen futuro. Volvía a haber secretos entre ellos.
— ¿Está en casa? —dijo, ignorando la pregunta de Ana..
—Estuvo, pero tenía una reunión tarde.
— ¿También conduce? —preguntó Paula, muy triste. El tiempo parecía haberlo borrado todo entre ellos.
-Sí.
Ana se puso a preparar café mientras Paula y el señor Gimenez  llevaban a Franco a la cama. En el dormitorio del niño, el cachorro estaba durmiendo tranquilamente en una pequeña caseta. Aquello era tan sólo una solución temporal, porque el animal aún no podía salir al exterior.
Después de arropar al niño, Paula se dirigió al salón.
—¿Cómo te ha ido? —le preguntó Ana.
—Le he dado una buena lección a mi cuñado — respondió Paula—. Se lo pensará dos veces antes de tratar de volver a jugármela otra vez.
—¿Y tu trabajo?
—Yo... aún no he decidido lo que voy a hacer — mintió.
No quería que Pedro supiera que había dimitido. Tras haberlo hecho, se estaba preguntando con fría aprensión si habría cometido un terrible error. Pedro había estado muy mal herido y tal vez todo lo que le había dicho había sido producto de su propia vulnerabilidad. Tras haberse recuperado, podría haber descubierto que sus sentimientos no eran tan puros como había pensado.
—He tenido muchas cosas en la cabeza últimamente, tratando de evitar que Pedro se excediera. Se entregó al trabajo de todo corazón cuando descubrió que Joaquín Gonzalez estaba tratando de hacerse con los poderes que aún quedaban. Sabía que Don estaba en contra tuya. Joaquín le ofreció los poderes si Pedro  se aliaba con él para ayudarle a echarte de la empresa.

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