miércoles, 13 de mayo de 2015

Atrapada en este Amor: Capítulo 80

—¿Y Pedro accedió?
—No lo sé. Esta noche, cuando se marchó de aquí, estaba furioso. La empresa significa mucho para él, pero no sé si tanto como para ayudar a tu cuñado en contra tuya. Espero que no, Paula.
Sin embargo, Paula no estaba tan segura. Pedro había cambiado en su ausencia. Con una gran preocupación, se tomó el café.
Las dos mujeres llevaban poco tiempo en el salón cuando la puerta principal se abrió y cerró de un portazo. Se oyeron unos pasos y, a los pocos segundos, Pedro apareció en el umbral del salón, ataviado con un traje azul marino, con su sombrero en la mano y una mirada fría y acusadora en el rostro.
—Tienes los poderes, ¿verdad? —le espetó.
—Así es —respondió Paula, sospechando que él tenía espías en Gonzalez que le habrían contado ya todo lo ocurrido.
—Incluso el de mi tío.
—No deberías haber confiado tanto en Joaquín. Uno de tus directivos y él llevan semanas
—¿Qué directivo?
—Tu amigo Bill. ¿Es que no lo sabías? —le preguntó ella, furiosa por el modo en el que se había enfrentado a ella. Ni siquiera se había molestado en saludarla.
—No, no lo sabía. Y tú no me lo podías decir, ¿verdad? No se puede ayudar al enemigo, ¿no? —le espetó, sentándose al lado de su madre en el sofá.
—Al menos le podrías haber dado la bienvenida a Paula —le dijo Ana.
—¿Por qué? No va a estar aquí mucho tiempo. ¿No es así, Paula? Ahora que tienes lo que querías, vas a volver a Chicago para ocuparte de la empresa de tu esposo. Sin embargo, tal vez no sea tan sencillo. ¡No voy a quedarme quieto mientras tú diriges mi empresa!
Aparentemente, no sabía que Paula había dimitido. Recordó al directivo que había salido a hablar por teléfono y sumó dos y dos. Aquel hombre no habría sabido sobre su dimisión hasta después de que hubiera hablado con Pedroy, evidentemente, éste no le había llamado desde entonces.
— Sí, efectivamente tengo el control de Alfonso Properties.
—Ya veremos por cuánto tiempo. ¿De verdad crees que voy a quedarme quieto viendo cómo desmiembras mi empresa? Te aseguro que no será así. Mientras estés en Chicago, haré todo lo posible por recuperar el control. ¿Cuándo vas a marcharte? ¿O acaso has decidido quedarte aquí para tratar de dirigir mi empresa? Si ése es el caso, es mejor que regreses a la casa de tu tía, porque no tolero subversivos debajo de mi techo.
-Pedro...
—Por supuesto, mi hijo se queda aquí. No te lo vas a llevar.
Paula no podía creer lo que había escuchado.
Lentamente se puso de pie. Se sentía furiosa. También estaba cansada y sorprendida.
—Eso ni lo sueñes. ¡Es mi hijo! ¡Hasta hace unas pocas semanas, ni siquiera sabías que existía!
—Ahora sí lo sé. Tenerlo en Chicago no me resulta conveniente. Quiero que se quede aquí para poder verlo. No pienso tener una relación a larga distancia con mi único hijo.
Aquello era una ironía, porque Franco no iba a ser su único hijo durante mucho tiempo. Sin embargo, Paula no pensaba darle esa información.
—Tú no me vas a dar órdenes. Y, si no tienes cuidado, te echaré por la puerta de Alfonso Properties.
—Inténtalo.
—No —dijo Ana, poniéndose de pie para colocarse entre ambos—. No pienso tolerar esto. Paren ahora mismo.Paula acaba de llegar a casa después de estar varias semanas en Chicago y, antes de que pueda descansar del viaje, tú te le tiras a la yugular por negocios.
—Se lo merece. Dios mío, ¿es que no te das cuenta de lo que ha hecho? También se trata de tu pan.
—¿De verdad es tu empresa más importante que Paula y tu hijo?
—Por supuesto que sí —respondió Pedro. Se sentía traicionado—. No se puede comparar el trabajo de toda una vida con unas pocas horas de placer en la cama.
Paula  palideció. Bajó los ojos y guardó silencio. Se sentía agotada. En aquellos momentos, cuando estaba embarazada e indefensa, él le clavaba un puñal en el corazón. La ironía de todo aquello era que lo que había hecho había sido para salvar su empresa del control de Joaquín. Sin embargo, Pedro no lo sabía. Como siempre, había pensado lo peor de ella.
—Pedro, ¿cómo has podido decir eso?
Él se levantó y miró a Paula con frialdad. La había amado tan desesperadamente y ella lo había vendido. Le había derrotado en su propio terreno. No podía soportar lo que ella le había hecho.
—No te voy a echar esta noche, pero mañana quiero que tú y tu guardaespaldas se marchen de aquí.
—Mi guardaespaldas y yo estaremos encantados de marcharnos con mi hijo —replicó ella.
Pedro  la miró lleno de furia e, inmediatamente, salió de la sala. Aparentemente, estaba ya en el piso superior porque Paula lo oyó subiendo las escaleras.
—Voy a llevarme a Franco—le dijo Paula a Ana—. Siento mucho que a Pedro no le guste.
—No sé qué se ha apoderado de él. Lo siento mucho, Paula...
—No es culpa tuya. Es lo de siempre. Si ocurre algo malo, la culpable soy yo. ¿Por qué siempre espero que sea de otra manera? Sin embargo, es mejor que le digas que no pierda de vista a su amigo Bill. Joaquín y él estaban mano a mano en el tema de la absorción. Yo evité que Joaquín  asumiera el control, pero Pedro solo está a salvo mientras yo tenga esos poderes. Cuando yo los deje, está solo. Joaquín  no se echará atrás y es perfectamente capaz de reemplazar toda la junta de directivos de Alfonso sólo para tener mano libre con esos minerales. Joaquín no dudará, créeme. Y yo ya no estoy en posición de enfrentarme a él.
—¿Vas a dejar los poderes? ¿Por qué?
—No tengo elección.
Paula no explicó que, cuando se votara su dimisión al mes siguiente y ella dejara de tener obligaciones en Gonzalez, ya no tendría el control sobre los poderes. De hecho, le quedaría muy poco aparte de su riqueza, su orgullo y Franco. Había apostado y había perdido. Se preguntaba por qué se habría molestado.
—Ve a tumbarte un poco —le suplicó Ana—. Tienes muy mal aspecto, Paula. Tal vez deberías ver a un médico.
—Ya iré. Ahora, sólo quiero dormir. Buenas noches.

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