miércoles, 27 de mayo de 2015

Cuestiones Privadas: Capítulo 52

-Pedro inclinó la cabeza y rozó suavemente los labios de Paula con los suyos. Ella sintió un escalofrío por todo el cuerpo.
-Pedro-repitió-, por favor.
-Por favor, ¿qué?
Pedro la abrazó y metió una mano por debajo de la parte de arriba del pijama para apretarla contra sí.
- Para.
Pero Pedro comenzó a acariciarle la espalda.
-Solo estoy enseñándote -le susurró él al oído-. Piensa que la lección uno es: Cómo dar los buenos días.
- Dijiste... dijiste que la lección uno iba a ser...
De repente, Pedro pensó que tenía que soltarla. O quizá fuera ella quien tenía que soltarlo a él porque le había puesto las manos sobre el pecho y estaba jugando con su vello mientras inclinaba la cabeza buscando su boca.
-Haré el café mientras tú te vistes -dijo él, apartándose.
-Sí, muy bien. Tú haces el café mientras yo...
Paula se volvió y corrió hacia el dormitorio. Pedro  la vio marchar y se dijo que tenía que dejar de comportarse como un estúpido.
Cuando la puerta del dormitorio se cerró, él se sentó en una silla y tragó saliva.
Se había pasado toda la noche diciéndose que había hecho lo correcto al no intentar nada cuando la había acompañado a casa la noche anterior. Pero en cuanto la había visto en la puerta con un pijama que no le sentaría bien ni a Marilyn Monroe, había tenido que hacer un gran esfuerzo para no tomarla en sus brazos y llevarla a la cama.
Necesitaba cafeína o quizá sería mejor darse una ducha de agua fría, pensó nervioso. Comenzó a caminar por la cocina mientras llegaba hasta él el sonido de la ducha. Se sentó de nuevo y trató de leer el periódico. Pero no consiguió concentrarse y, cuando Paula entró de nuevo a la cocina, él estaba junto a la ventana.
Se había quitado la chaqueta de cuero y llevaba la camisa arremangada, dejando ver sus musculosos antebrazos. Sus hombros eran anchos; su cintura y caderas, estrechas. Paula  pensó, conteniendo el aliento, que su postura era la de un hombre con mucha seguridad y un poco peligroso.
Debió hacer algún ruido, porque Pedro se volvió hacia ella.
-¿Lista?
-Sí -contestó, yendo hacia el armario del vestíbulo y sacando su chaqueta-. Sí, estoy lista. ¿Cuál va a ser el tema de hoy? ¿La ropa? ¿El peinado? He tomado una decisión y soy toda tuya.
Pedro  sintió un nudo en la garganta, pero no dijo nada. En lugar de ello, se puso también la chaqueta y siguió a Paula hasta la puerta.
Siempre que nevaba en Manhattan, sucedían cosas raras.
Durante la semana, el tráfico se ralentizaba y, con él, todo el transporte público. Los fines de semana sucedía exactamente igual... pero nadie parecía notarlo. La ciudad se cubría de un manto mágico que hacía que los viandantes se sonrieran unos a otros mientras caminaban presurosos.
Menos Pedro.
A él no le apetecía nada sonreír.

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