domingo, 24 de mayo de 2015

Cuestiones Privadas: Capítulo 40

Pedro  apretó los puños hasta sentir cómo las uñas se le clavaban en la palma de las manos. Bueno, ¿y qué? Un beso no era nada y ella tenía derecho a besar al hombre que le apeteciera. Tenía derecho a suspirar en sus brazos, a abrir sus labios, a aceptar la lengua de él en su boca....
Pedro soltó una maldición, agarró su chaqueta del respaldo de la silla y fue hacia la puerta.
-¿A dónde vas, Pedro? -preguntó alarmada Paula.
-A matar a Gonzalez. No sé por qué tratas de protegerlo.
- Él no hizo nada fui yo quien lo besó a él.
-¿Que tú lo besaste? Pero si has dicho que...
- Ya sé lo que he dicho -admitió Paula, sonrojándose-. ¡Pero es que me da tanta vergüenza!
-Cuéntame lo que pasó, maldita sea -Pedro arrojó la chaqueta sobre la mesa y puso las manos sobre los hombros de ella-. ¿Besaste a Martín?
- Él me besó primero frente a la puerta de mi casa. Me besó en la mejilla. Y yo... pensé que solo quería darme un beso en la mejilla por lo estúpida que había sido en el restaurante.
- Y deseaste que te besara en la boca -dijo Pedro despacio-. ¿De verdad querías que... que ese hombre te besara en la boca?
- Tienes que entenderlo - suplicó Paula. Pero, ¿cómo iba a entenderlo, si ella misma no lo entendía? Se había dicho a sí misma que había querido besar a Martín porque era guapo y sexy. Además, era el segundo hombre que la había invitado a salir en años.
Pero la verdad era mucho más complicada. Tenía que ver con el deseo y la esperanza de que los besos de Pedro no la habían vuelto loca porque eran de Pedro. Quería demostrarse a sí misma que su reacción a los besos de él no había sido diferente a la que habría sufrido con cualquier otro hombre. Que no habían sido sus besos los que le habían hecho sentir que el tiempo se detenía.
Paula alzó la vista. Pedro estaba esperando una respuesta, pero ella no podía confesarle la verdad.
- Después de lo que había pasado en el restaurante, me sentía... como una idiota. Quería comportarme como una mujer elegante y sofisticada, así que cuando me di cuenta de que me iba a besar en la mejilla, giré la cabeza y él terminó besándome en la boca - tragó saliva-. Y... y...
-¿Y? .
- Y... nada.
-¿Nada? -repitió Pedro-. ¿Qué quiere decir nada?
- Nada, que no oí campanas, ni vi luces, ni nada de eso - admitió con la cara encendida -. Fue como besar a un amigo. No sentí nada especial.
Pedro se habría puesto a gritar de alegría.
-¿De verdad?
- De verdad. Y Martín se dio cuenta. Tuvo que darse cuenta, porque al final lo aparté con la mano, le di las gracias por la cena y... -dio un suspiro profundo-. Y ya está. Yo allí, besando a un hombre con el que sueñan la mayoría de las mujeres, y voy y lo estropeo.
- No lo estropeaste cuando yo te besé -le recordó Pedro con voz dulce.
-Lo sé. Y no lo entiendo -sus ojos buscaron los de él-. Un beso es un beso, después de todo.
Pedro  esbozó una sonrisa.
- Eso es lo que dice una vieja canción, sí –agarró el rostro de Paula entre las manos y acercó su cabeza a la de ella-. Pero no es cierto.

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