viernes, 15 de mayo de 2015

Atrapada en este Amor: Capítulo 86

Estaba cubierta en sudor. Abrió los ojos al sentir el cabello de Pedro contra los senos.
—Te amo —susurró él. Paula lo vio también en sus ojos, en su rostro...
Pedro le había confesado que no había pronunciado jamás esas palabras. Los ojos se le llenaron de lágrimas.
—Ya lo sabía, pero esas dos palabras me han sonado a gloria.
—Dímelo tú.
—Te amo —dijo ella. Levantó el rostro y le mordió suavemente los labios, sonriendo al notar la respuesta inmediata de su cuerpo—. Vuelve a hacerlo...
—Eres muy optimista.
Paula  sabía que no era así. Sonrió y empezó a mover las caderas. La respuesta de Pedro fue instantánea e intensa.
—Un hombre de cada veinte... —comentó ella, riendo.
—... es capaz de tener orgasmos múltiples —dijo Pedro, terminado la frase por ella—. Yo puedo. ¿Y tú?
—Claro que sí. Toda la noche...
—Cuando hayas tenido bastante, dímelo.
Era casi el alba cuando Paula se lo dijo. Para entonces, él también estaba agotado. Durmieron abrazados. No se despertaron hasta mucho después del atardecer.
Paula casi no se podía mover cuando se despertó. En lo primero que pensó fue en la espalda de Pedro.
Se sentó en la cama completamente horrorizada.
—¿Acaso creías que me habías matado? —preguntó él, al ver el gesto que ella tenía en el rostro.
— ¡Tu espalda!
—Está bien. ¿Cómo está nuestro hijo? —Susurró, acariciándole suavemente el vientre—. No le hemos hecho daño, ¿verdad?
—Él o ella está bien. Te amo...
—Lo mismo digo —afirmó él, estrechándola entre sus brazos—. Trata de escaparte ahora.
—No me atrevería a hacerlo. Podrías dejarme marchar.
—Jamás, a menos que yo me vaya contigo.
—Lo que hicimos anoche fue como morir un poco —murmuró ella, trazándole suavemente el vello del torso con un dedo.
—Cada vez que nos amemos será así de ahora en adelante porque, por primera vez, no hay secretos entre nosotros. Nos amamos plenamente.
—Así es. Me alegro mucho de haber regresado a Billings, Pedro, aunque, en principio, fuera por motivos equivocados.
—Yo también. Había estado buscándote y, de repente, apareciste tú sola.
—Buscando venganza.
—Y la conseguiste, pero te salió el tiro por la culata.
—Yo no diría eso, Pedro.
—No. ¿Qué dirías entonces?
—Que el bebé que estamos esperando es el producto de una fusión muy satisfactoria entre dos gigantes industriales.
Pedro se echó a reír.
—Bueno, pues te aseguro que nos está dando muchos beneficios —dijo, antes de enmarcarle el rostro entre las manos y besarla apasionadamente.

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