viernes, 29 de mayo de 2015

Cuestiones Privadas: Capítulo 63

Pedro  se dejó caer sobre Paula, cuya piel estaba húmeda. Luego se giró hacia un lado y la abrazó.
-Paula, ¿estás bien? Lo siento, amor mío...
-¿Por qué? Yo fui quien quiso... que me hicieras el amor, Pedro.
-Sí, lo sé, Paula-Pedro enredó una mano en el pelo de ella y esbozó una sonrisa.
- Además, ha estado... muy bien.
-¿Muy bien? -Pedro soltó una suave carcajada- Pues todavía podemos hacerlo mejor.
El tono de Pedro fue suave. Estaba de broma y ella lo sabía, igual que sabía que ella debería responder algo también en broma. Pero no pudo hacerlo. El corazón le palpitaba a toda velocidad y la mente se le había quedado en blanco. Tenía que haber un cierto protocolo en aquella situación, pero ella no tenía ni idea de en qué consistía. ¿Tenía que darle las gracias al hombre que la había conducido al éxtasis o era mejor no decir nada?
Nada de lo que había leído, nada de lo que había imaginado le había preparado para lo que le acababa de suceder. El sentir a Pedro tan dentro de ella. Su piel caliente, su boca, sus manos suaves y hábiles. No quería arruinarlo todo diciendo una estupidez o algo equivocado. Y había estado a punto de hacerlo, había estado a punto de decirle... que lo amaba.
-Paula, di algo -Pedro  la tumbó boca arriba y se inclinó sobre ella-. ¿Te he hecho daño? Sé que fui demasiado deprisa, lo siento. No pude... Deberías habérmelo dicho.
-Lo siento, me imagino que sí, pero... -replicó ella, cerrando los ojos.
- Si lo hubiera sabido, habría ido más despacio. O por lo menos, lo habría intentado -agarró el rostro de ella entre las manos y la besó suavemente-. Si te digo la verdad, no sé si hubiera podido. Te deseaba mucho Paula y cuando me dijiste que tú sentías lo mismo...
-¿Lo hice?
- Me dijiste que te tomara, que entrara dentro de ti... ¿Qué hombre puede pensar con claridad después de oír eso?
Paula se quedó en silencio y no pudo evitar una sensación de angustia. Sí, era increíble, pero lo había dicho. Se lo había suplicado y en ese momento quería morirse de vergüenza.
Lo había hecho todo mal.
Pero Pedro comenzó a besarla en el cuello y ella notó que comenzaba a excitarse de nuevo.
-Deja que me levante, Paula -dijo con suavidad, apartándolo.
-Espera un minuto -la besó en el comienzo de los senos -. Tienes demasiada ropa puesta. ¿Tiene cremallera el vestido?
-Pedro, quiero levantarme -insistió ella con un matiz de pánico en la voz.
- Te he hecho daño. Lo siento, Paula, cariño. Yo...
- ¡Maldita sea! ¿Puedes dejar de decir eso? No quiero hablar de ello. Solo quiero que... me dejes en paz. ¿Dónde está el cuarto de baño?
- Al fondo del pasillo. Pero podría haberlo hecho mejor si me hubieras...
No le dejó terminar. Se arregló el vestido y, notando la mirada de Pedro sobre sí, fue hacia el pasillo, pensando en lo que acababa de suceder y en que no volvería a ser capaz de mirar a Pedro a los ojos...
Se metió en el cuarto de baño y cerró la puerta con pestillo.
-¡Oh, Dios mío! -exclamó en voz baja.
Después de unos segundos, encendió la luz, dio un suspiro profundo y se miró en el espejo. Su aspecto era horrible. Parecía una mujer que había estado haciendo justo lo que había estado haciendo... El problema era que ella no lo había hecho bien.
«¿y ahora qué?», se dijo después de echarse agua fría en la cara. Si estuviese en Nueva York, podría despedirse educadamente de Pedro y marcharse a su casa. Pero no estaba en la ciudad y allí no había autobuses, ni taxis, ni metros.

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