viernes, 31 de marzo de 2023

Una Esperanza: Capítulo 60

 –¡Venga, prueben! –les dijo.


Sonrió con satisfacción al ver cómo Paula y Pedro se sentaban en los extremos opuestos de la roca más larga.


–¡Sientense bien! –ordenó.


Hicieron lo que les decía y quedaron el uno al lado del otro. Heather sonrió de nuevo al verlos. Era su día y estaba encantada con su papel de jefa. Y lo hacía bastante bien. Mandó a Paula y a Pedro a buscar ramas y helecho para construir una especie de cobertizo. Estaba entusiasmada con la idea de hacer un campamento. Insistió en que comieran los bocadillos dentro, pero consiguieron convencerla de lo contrario. No pudieron persuadirla para volver a casa hasta la tarde. El cielo estaba encapotándose ya y el viento comenzaba a formar pequeñas olas en el río. Esperaban poder volver antes de que empezara a llover. Se metieron en la barca tan deprisa como pudieron.


–¡Papá! ¡Ha sido el mejor día de mi vida!


No pudo evitar sonreír. Miró primero a Paula y después a su hija.


–¡El mío también!


Las observó mientras se sentaban en el banco central. Eran las dos mujeres de su vida. No dejaron de charlar ni un momento. Parecían tan felices y cómodas juntas que su corazón se enterneció al verlas.


–Paula…


–¿Sí, cariño?


–Tengo frío, ¿puedo acurrucarme contra tí?


–Claro –repuso Paula con cariño mientras abrazaba a la niña.


Fue en ese instante cuando se dió cuenta de que todo iba a salir bien. Ya no podía esperar más. Le iba a pedir a Paula que se casara con él. Esa misma noche, si conseguía atreverse. 


Sabía que tenía que haber alguna cinta virgen en alguna parte. Siguió buscando en el armario. Había cientos de cintas, pero ninguna con etiqueta. Ya había probado unas cuantas, pero tenían películas grabadas de la televisión. Tomó otras dos y las probó. Una era un documental de naturaleza. La otra comenzó con ruido estático y parecía un poco borrosa. Era un video casero. Intentó adivinar dónde había sido grabado. No parecía esa casa. En una habitación había un montón de gente que no conocía. Estaba a punto de sacarla cuando se detuvo. Vió a una adorable niña de unos tres años. Debía de ser Valentina. Una mujer la perseguía para intentar llevarla a la cama. Cuando consiguió agarrarla, la tomó en brazos y las dos miraron a la cámara. Paula palideció. Supo que era Ivana Alfonso. Valentina tenía sus mismos ojos y el mismo pelo. Las dos se parecían mucho. El pelo de Ivana era negro y brillante. Paula se tocó su pelo. Estaba áspero por la sal y era de un color marrón indefinido. Además, nunca conseguía dominarlo. Ivana parecía muy elegante y llena de vida. El cámara sólo se concentraba en ella y no le extrañó. Era el tipo de mujer que todos miraban. Le recordaba a alguien. De pronto se dió cuenta de a quién. Le recordaba a Carla. No se parecían físicamente, pero había algo igual en ellas, su seguridad y elegancia.

Una Esperanza: Capítulo 59

 -¡Salta y ya está!


Pedro vió cómo Paula contemplaba la playa, el borde de la barca y la distancia entre ambos.


–¡No puedo!


Valentina se rió. A Pedro le parecía increíble que tuviera miedo, con lo valiente que era para otras cosas. Sólo era un salto de un metro. Le podía decir que se sentara y esperara a que acercara la barca más a la orilla, pero tenía otro plan alternativo que iba a ser más divertido.


–¡Valen, ata la barca!


Se descalzó, subió los pantalones y se metió en el agua.


–¿Crees que te atreverás a saltar a mis brazos, tonta?


Paula se mostró algo ofendida, pero él sabía que estaba encantada. Lo agarró del cuello y se echó a sus brazos.


–No ha sido tan difícil, ¿Verdad? –susurró él.


Le hablaba directamente en el oído, para que su aliento le hiciera cosquillas.


–¡Déjalo ya!


Él se detuvo y sonrió.


–¿Quieres que te deje? ¿Que te suelte aquí?


–¡No! –repuso ella agarrándolo con más fuerza aún.


–Muy bien –concedió Pedro yendo hacia la playa.


Pero no la soltó, siguió andando con ella en brazos.


–¡Pedro! ¡Valentina nos está mirando! ¡Bájame!


–No, creo que no.


Su hija estaba concentrada explorando la orilla y un sitio para acampar.


–¡Pedro!


–Déjalo ya. No está mirando. Te bajo en un…


–¡Pedro! –insistió ella–. La barca…


Esa vez sí que la soltó. Tuvo que meterse de nuevo en el río para agarrar la barca y evitar que se fuera corriente abajo.


–¡Valentina! –gritó él mientras acercaba la barca–. ¿No te dije que la ataras?


Pero la niña no lo oía desde donde estaba.


–¡Vaya! Por poco… –le dijo Paula.


–Pues sí.


–Hay una toalla en una de esas bolsas. Hay que secarte los pies. Seguro que el agua está helada.


Le encantaba que Paula se preocupara por él. Se había pasado tanto tiempo solo, que le gustaba que su vida perteneciese ahora a otra persona. Le agradaba que pensara en él y lo cuidara. Había llegado el momento de ceder un poco del control que tanto lo había obsesionado y pensar en tener a otra persona como compañera. Compañeros. Nunca se había sentido así con Ivana. Nunca quería tomar decisiones ni compartir responsabilidades con él. A ella le gustaba vivir la vida a su manera, a veces causando desastres que él tenía después que arreglar. Miró a Paula. Su aspecto era limpio, fresco y lleno de vida.


–Deja de mirar a las musarañas y ven para aquí –le dijo ella.


–Sí, señora –repuso él comenzando a secarse los pies.


–¡Papá, Paula! ¡Lo he encontrado! –gritó Valentina desde algún lugar de la ribera.


Se calzó y subieron hasta donde estaba la niña. Había encontrado un claro en el bosque.


–¡Miren! ¡Es perfecto! Podemos hacer un fuego ahí en medio y esas rocas son como asientos.


Era cierto. Había dos rocas, una más ancha y otra más estrecha alrededor de un hueco en el suelo. Valentina se sentó en la más estrecha.

Una Esperanza: Capítulo 58

Paula respiró con alivio cuando llegaron a Devon. Ya faltaba poco para llegar a casa. Pero entonces Pedro hizo que diera un respingo cuando al cambiar de marcha le rozó el muslo. Notó cómo su piel se calentaba donde él acababa de tocarla. Lo miró, parecía concentrado en la carretera, pero volvió a hacerlo. Lo miró de nuevo y con intención, dejándole saber que no la había engañado, que sabía que lo había hecho a propósito. Él le contestó con una amplia sonrisa. Se volvió para mirar a Valentina, que tenía la cabeza baja mientras hacía algo con su MP3. Eso hizo que se relajara de nuevo. Lo que no sabía era que hacía tiempo que se habían gastado las pilas del aparato. Cuando dejó de mirar, Valentina levantó la cabeza y sonrió con picardía.


–¡Valentina!


Al ver pasar a Pedro corriendo por la cocina, Paula tiró el paño de cocina y salió tras él. Lo siguió hasta el pequeño muelle de la casa. Heather estaba dentro de la barca que había allí atada y estaba intentando desatarla.


–¡Valen! ¿Qué se supone que estás haciendo?


–Quería ir a explorar por el río. Hace un día genial –repuso la niña con descaro.


–¿Es que no te acuerdas de nada de lo que te digo? No sé cuántas veces te he dicho que no puedes meterte en la barca y mucho menos salir tú sola en ella.


Valentina gruñó, pero hizo lo que le decían. Pedro y Paula entraron de nuevo en la casa.


–Es muy independiente –le dijo él.


–Ya lo he notado. Pero no es tan mala idea, ¿No?


–¿Que no? No aprendas de ella, por favor. No creo que pueda con dos mujeres así en mi vida.


–No –repuso ella acariciándole el brazo–. Me refería a lo del paseo en barca. Podría preparar una merienda y pasar el día en el río.


–No sé –repuso él mirando el cielo.


–Venga, nos vendrá bien salir de la casa y pasar tiempo los tres juntos.


–Muy bien.


Paula se dirigió a la cocina y empezó a prepararlo todo. Habían tenido algunas citas desde que volvieran de Londres. Y no habían mentido a la niña. La primera vez fue cuando una compañera de clase la invitó a ir a jugar a los bolos. Su padre le dijo que él y ella aprovecharían para ir a algún sitio a cenar. Querían que la niña se acostumbrase a la idea de que los dos pasaran tiempo juntos y no como niñera y jefe. Tenían que ser pacientes y establecer los cimientos para que, cuando por fin le dijeran a Valentina que querían estar juntos, no fuera una conmoción. Si querían que lo suyo funcionase a largo plazo, la niña iba a tener que aceptar la idea de que ella viviera allí y no como niñera, sino como… ¿La esposa de Pedro? Ninguno de los dos había hablado de matrimonio, pero se imaginaba que hacia allí se dirigían. Él aún no le había dicho con palabras que la quería o que deseaba casarse con ella, pero creía que estaba implicado en todas sus conversaciones. Lo suyo no era sólo una aventura. Pensó en lo que sería casarse con él. Se sentía entusiasmada con la idea, pero también asustada. Llevaba un mes viviendo una situación ideal, pero no sabía si las cosas seguirían así. No soportaba la idea de que su historia fracasara.

Una Esperanza: Capítulo 57

La noche anterior, se pasaron horas pensando y planeando en el vacío bar del hotel. Entonces, todo había parecido real, incluso posible. Pero, en ese instante, ya de día, empezaba a pensar si no lo habría soñado todo. Parte de ella pensaba que Pedro llegaría y se comportaría como si nada hubiera pasado. Vió el coche acercarse y el corazón le dió un vuelco. Había llegado el momento crucial. Valentina la saludaba con entusiasmo, pero Pedro estaba concentrado en estacionar.


–Venga, Valen –le estaba diciendo a su hija.


–¡Papá! Ya no tengo tres años.


–Lo sé, pero es un viaje muy largo y acabas de beberte un refresco.


–¡Qué pesado! –repuso ella saliendo del coche–. ¡Hola, Paula!


–Hola, Valen. ¿Quieres que te enseñe dónde está?


–No empieces tú también. Casi soy una adolescente, puedo encontrar el lavabo solita.


–Muy bien –repuso Paula sonriendo.


Oyó la puerta del coche abrirse y Pedro salió. Sus ojos se encontraron por encima del coche. De repente, se sintió muy tímida. No podía interpretar su expresión. Murmuró algo, fue hacia ella y, tomando sus maletas, las metió en el maletero. Después volvió a su lado, le tomó la mano y se la acarició con el pulgar. Era un simple gesto, pero lo suficiente para que todo su ser se estremeciera. La miró a los ojos y a Paula se le derritió el corazón. Él estaba despeinado y no se había afeitado. Alargó la mano para tocarle la barbilla, áspera y dura. Se inclinó sobre ella y la besó. Paula tuvo que apoyar la mano en su torso para no caerse.


–Buenos días, preciosa.


Era muy amable, pero ella sabía que su aspecto no era muy atractivo. Llevaba vaqueros y una camiseta. Se imaginó que Pedro seguía pensando en ella como la había visto la noche anterior.


–Bueno días –susurró ella.


Él estaba a punto de besarla de nuevo cuando ella lo detuvo.


–Valentina –le recordó.


Acababa de ver a la niña en el vestíbulo del hotel, a punto de salir a la calle. Tuvieron el tiempo justo para separarse un poco más. A Paula le latía el corazón con fuerza, se sentía como si acabaran de pillarla haciendo algo malo. Miró a Pedro, estaba esforzándose tanto por parecer que todo estaba normal que a ella casi le dió un ataque de risa.


–Iba a abrirle la puerta a Paula –dijo él para explicar por qué estaba allí.


Abrió la puerta muy rápidamente y Paula se metió dentro a la misma velocidad. La niña levantó un milímetro las cejas y después se metió también en el coche, concentrándose en su MP3 y su música. Pedro fue a su lado y comenzaron el viaje. Se pasó los primeros veinte minutos mirando sólo a la carretera, hasta que se atrevió a mirarla de reojo. Ella le guiñó un ojo y él se relajó. Cuando llegaron a la autopista y Valentina se durmió, Pedro se volvió un poco más audaz y estuvieron hablando en voz baja. Sólo de cosas intrascendentes, por si la niña se despertaba. Cuando por fin lo hizo, volvieron a viajar en silencio, los dos con una sonrisa en la boca.

Una Esperanza: Capítulo 56

 –No voy a rendirme, Paula. Conseguiremos que funcione. Iremos despacio, haciendo lo necesario para que Valentina se adapte a la situación. Sabes que te quiere mucho, ¿Verdad?


–Bueno, sí, pero me quiere como niñera. No sé si le gustará la idea de que sea la… La amiga de su padre. Amiga o lo que sea, hasta definirme es complicado…


–Lo solucionaremos todo.


Ella se separó y dió un paso atrás. Aún estaban muy cerca, pero parecía que un abismo se abría entre ellos.


–Pedro, sabes cuánto quiero a Valen. No podría hacer nada que le hiciera daño, ya ha pasado por tanto… Si existe la más mínima posibilidad de que sufra con esto…


–¡No lo digas, Paula! ¡No vamos a renunciar a esto! Tiene que haber una manera…


Ella se apoyó en el balcón y cerró los ojos.


–Bueno, no podemos aparecer mañana de la mano y anunciar lo que ha pasado, ¿Verdad?


–No, claro, no podemos hacerlo. Supongo que tendremos que…


–¡No voy a mentirle, Pedro!


Él sacudió la cabeza y se acercó a ella.


–¿Quieres dejarme terminar de hablar? Nadie ha hablado de mentir. ¿Qué tipo de padre crees que soy?


Para sorpresa de Pedro, ella comenzó a reírse.


–¡Estás irresistible cuando te pones gruñón! –le dijo plantándole un beso en la boca.


–Me alegro –repuso con una sonrisa.


Él la tomó de la mano y comenzaron a andar por la terraza.


–Lo que sugiero es que vayamos muy despacio. Por el bien de Valen, el tuyo y el mío. Ninguno estamos preparados para hacer nada de forma precipitada.


Ella no dijo nada, pero le apretó la mano.


–Además, nos hemos perdido muchas cosas.


–¿Como qué? –preguntó ella.


–Ya sabes, las primeras citas, cenas a la luz de las velas, paseos por la playa… Ese tipo de cosas.


Ella se detuvo y lo miró con una gran sonrisa.


–Señor Alfonso, veo que tenía un lado romántico muy bien escondido.


Él agachó la cabeza y miró el suelo.


–No pasa nada, Pedro, no se lo diré a nadie. Puedes ser tan gruñón como quieras en la superficie, yo sé que por dentro eres suave como el algodón.


Pedro gruñó y ella no pudo evitar reír.


–¡Ése es el Pedro que todos conocemos y queremos!



A la tarde siguiente, mientras esperaba a que Pedro llegara a recogerla, Paula estaba tan nerviosa que tenía taquicardia. Habían estado hablando hasta muy tarde la noche anterior, intentando pensar en la mejor manera de hacer las cosas sin asustar a Valentina. Habían acordado algunas normas. Iba a ser complicado porque vivían en la misma casa, pero decidieron comenzar la relación poco a poco. Así que no iban a hacer nada a espaldas de la niña ni le iban a mentir. Nada de visitas al otro dormitorio en mitad de la noche ni nada parecido. Era una pena, porque le hubiera encantado dormir a su lado. Pero era demasiado peligroso. Valentina podría descubrirlos y hacerles preguntas que no estaban listos para contestar.

miércoles, 29 de marzo de 2023

Una Esperanza: Capítulo 55

Y sabía que, aunque pudiera, tampoco quería. Paula lo besó entonces, primero con timidez, pero no tardó mucho en ser él el que se estremecía, aunque no precisamente de frío. Había soñado con ese momento, con tenerla entre sus brazos y dedicar tiempo a explorar cada centímetro de su cara y sus labios. Con las manos, le recorrió la espalda hasta llegar a la hendidura de su cintura y su trasero redondo. La realidad era mejor de lo que se había imaginado. Con Ivana había tenido química, pero todo se había ido esfumando con los años. Todo era distinto con ella, no era sólo atracción física. Quería tocarla, sentir su piel, respirar su aroma. Pero no por el deseo que crecía en su interior, sino porque con cada caricia y beso le decía cómo se sentía. «Te quiero», le dijo en silencio. Y no sólo estaba fascinado con su cuerpo, sino también con su mente, su fuerza y su corazón. Las caricias eran la mejor manera de expresar su amor sin hablar, porque lo que sentía por ella iba más allá de las palabras. Era tal la intensidad que le costaba entenderlo. Paula suspiró y apoyó la frente contra la de Pedro.


–No podemos quedarnos aquí toda la noche besuqueándonos como dos adolescentes.


–¿Qué es lo que sugieres, entonces? ¿Que subamos a tu habitación como le dijiste a tu madre? Creía que lo habías dicho sólo para asustarla –repuso él riendo.


Ella dejó de respirar. Pedro se preguntó si ella había pensado que hablaba en serio. Sabía que no sería buena idea dejarse llevar, antes quería estar seguro de que ella estaba preparada. Se quedaron en silencio y supo que ella estaba pensando también en ello. Entonces sintió que se encerraba en sí misma. Seguían abrazados, pero estaba en tensión.


–No hagas eso, Paula.


–¿El qué?


–No lo sé. Eso que haces, como si te estuvieras distanciando…


–Estoy aquí mismo, no me he movido.


–Ya sabes a qué me refiero. Estaba bromeando, ¿Sabes? No tenemos por qué hacer nada. La idea de acostarme contigo es más que tentadora, pero puede que no sea la mejor forma de comenzar una relación que puede ser complicada.


–¿Complicada? ¿Por qué? –preguntó ella a la defensiva.


–Para empezar, tenemos que pensar en Valentina.


Ella lo miró a los ojos. Parecía asustada.


–¿Crees que no le gustará la idea? ¿Crees que es mejor detenerlo antes de empezar?


–¡No! ¡Claro que no!


Pedro tomó su cara entre las manos para obligarla a mirarlo a los ojos, para que viera que hablaba en serio y que estaba loco por ella.

Una Esperanza: Capítulo 54

Paula se separó levemente de él, no podía estarse quieta. Pero él no la soltó y siguió agarrando su cintura.


–¿Cómo quieres que me sienta, mamá? Vienes aquí y, antes de preguntarme nada, me acusas de tener una aventura. Creo que no me conoces si piensas que soy capaz de hacer algo así.


–Bueno, claro que no creía que…


–¡Sí que lo creíste! Si no, no habrías salido de aquí como lo hiciste. Creo que debes disculparte con Pedro.


Su madre tragó saliva y respiró profundamente.


–Siento haberle dado la impresión de que pensaba que no estaba haciendo lo apropiado, señor Alfonso.


Pedro asintió levemente.


–Pero lo cierto, Paula, es que estar involucrada con tu jefe me parece una conducta muy inapropiada –repuso mirando de nuevo a su hija.


No podía más. Llevaba treinta y un años callándose y estaba a punto de explotar, ya no le importaba lo que nadie pensara de ella. Se había pasado toda la vida intentando agradar a la gente y eso no le había dado la felicidad. Decidió que nunca volvería a hacerlo.


–Siento que no te guste, mamá. Pero lo que haga con mi vida no es asunto tuyo y puedes guardarte tus opiniones. Si quiero, me quedaré aquí afuera besando a Pedro toda la noche. Y si quiero, lo subiré a mi habitación del hotel para hacer lo que tenga que hacer.


La cara de su madre no tenía precio. Ya se arrepentiría al día siguiente de lo que estaba haciendo, pero no en ese instante. De repente, se sintió genial, triunfante y libre.


–¡Nadie va a impedir que esté con el hombre que…!


Su madre levantó las cejas y Pedro la agarró con más fuerza aún.


–Con el hombre que… –repitió él con voz ronca.


Ella se giró hacia él y lo miró a los ojos. Había decidido no mentir, ya era demasiado tarde para echarse atrás. Se le quebró la voz al hablar de nuevo.


–Con el hombre que amo.



Su madre estaba sin habla. Pero Paula estaba demasiado concentrada en Pedro y su sonrisa tonta para notarlo. Volvió a besarla sin dejar de sonreír. Se imaginó que era una buena señal, que se sentía como ella. Creía que, si él se hubiera asustado al oírla, ya habría salido corriendo del hotel. Él se separó para mirarla y fue entonces cuando Paula vió que su madre se había ido ya. Lo miró a la cara, intentando descifrar si estaba deseando irse. Pero no lo parecía. Pedro la besó con delicadeza en la nariz.


–Sabes que yo también, ¿Verdad? –le dijo.


Ella asintió muy despacio. No podía creerse que un hombre como él pudiera quererla, pero lo que sí sabía era que Pedro Alfonso no era un mentiroso. Él la abrazó y Paula apoyó su cara en el torso. Estuvieron así mucho tiempo, en silencio, como si los dos tuvieran miedo de separarse. De pronto, Pedro se dió cuenta de que Paula había empezado a temblar. No sabía si era por la temperatura, la conmoción o la adrenalina abandonando su cuerpo tras el enfrentamiento con su madre.


–Tienes frío.


–No me sueltes –respondió ella en un susurro mientras lo agarraba con más fuerza aún.


–No creo que pueda –repuso Pedro riendo.

Una Esperanza: Capítulo 53

Eso era lo que había estado esperando. Llevaba deseando que la besara desde la primera vez y no iba a resistirse. Liberó los brazos y lo rodeó por la cintura. Paula le devolvió el beso con todo el amor y el deseo que llevaba semanas guardando y creciendo en su interior. Se trataba de Pedro, su Pedro. Y no iba a perder ni un segundo dudando o asustándose. Por una vez en la vida, quería hacer lo que le apetecía. No le importaban las consecuencias. Pedro movió las manos sobre su cara. Cada caricia parecía estar llena de la misma adoración y deseo que estaba torturando a Paula. Por fin, él se separó, con la cara aún entre sus manos.


–Llevo toda la noche deseando hacer eso.


–¿En serio? –preguntó ella–. ¿Toda la noche?


–Así es –repuso él con una gran sonrisa.


–Pensé que todo era una farsa.


–Nunca dije eso. ¿Por qué pensabas que estaba jugando contigo, Paula?


–Se suponía que era un juego, ¿No?


–Allí dentro, estábamos dándole a esa gente lo que quería ver. Pero aquí afuera estamos los dos solos. No más farsas. No lo soporto más.


Ella sentía lo mismo, pero no podía siquiera hablar.


–Éste desde luego no es de mentira –le dijo besándola con ternura en los labios–. Ni éste –añadió plantando un beso en la mandíbula y otro en el cuello–. Ni este tampoco.


Desde luego, sus besos eran muy reales.


–¡Dios mío! –gritó alguien a sus espaldas.


Se quedaron congelados. Su madre se acercaba a ellos.


–Esta mujer debe de tener un radar –le susurró él al oído sin dejar de abrazarla.


–¿Es verdad? –preguntó su madre fuera de sí.


–¿El qué, mamá?


–Que… Que… Que este hombre es tu jefe.


Paula tragó saliva.


–Creo que eso no es asunto tuyo…


–¿Mi hija está divirtiéndose con un hombre casado y crees que no es asunto mío?


Apretó con fuerza las mandíbulas antes de hablar.


–Mamá, ¿Cómo te atreves? No sé quién te…


Se detuvo al darse cuenta de que David debía de haber hablado con ella.


–Alejandra…


Su madre le lanzó tal mirada que Pedro se percató de que acababa de destituirlo, ya no podía tutearla.


–Mi esposa ha fallecido –anunció–. Hace ya más de cinco años que ocurrió.


La señora se quedó con la boca abierta.


–Bueno, ¿Cómo iba a saberlo? Yo pensaba que Paula trabajaba para una familia normal…


–¡Mamá! ¿Cómo puedes ser tan maleducada? Sólo porque es viudo, no significa que no tenga una familia… –repuso enfadada–. De hecho, ¿Sabes qué, mamá? Creo que su familia es mucho más normal que la mía.


–Bueno, siento que pienses eso, Paula.

Una Esperanza: Capítulo 52

 –Sí.


–¿Y cómo se conocieron?


–Ya te he dicho que no es asunto tuyo, David –le dijo ella levantando la barbilla–. ¿Te irás si te contesto? Lo conocí en el trabajo.


–¿En el trabajo? ¿En tu trabajo de niñera? –preguntó él riendo–. Es un poco triste, Paula. Trabajas para él, ¿Verdad?


–Yo…


–No te molestes en negarlo. Eres un libro abierto. Empieza a ser un modelo de comportamiento.


–¿El qué?


–Enamorarte de hombres que están fuera de tu alcance. No estás a su altura, Paula.


–Ya te he dicho que te vayas… –repuso ella.


–Lo que tú digas, Paula.


Estaba furiosa, quería gritar. Volvió a entrar en el hotel con una sonrisa en la cara. Lo odiaba. Esperaba que se quedara pronto calvo y que a Carla le saliesen estrías. Sacudió la cabeza. No entendía qué le pasaba. Ella no era así, no era una persona vengativa. Creía que todo era culpa de Pedro. La atraía tanto que empezaba a sufrir estando a su lado. Esa noche era una cruel broma del destino. Sabía que había llegado el momento de seguir con su vida y cambiar de trabajo. Oyó pasos detrás de ella en el pavimento.


–¿No te dije que te largaras? –dijo sin girarse.


–Perdón, no sabía que…


–¡Pedro! No quería decir… –repuso girándose.


–¿Qué ocurre, Paula?


–Nada, sólo estoy algo cansada. Pero estoy bien, de verdad.


–¡Tonterías! Parecías contenta al principio, pero durante la última hora has estado un poco… No sé. ¿He hecho o dicho algo que te molestara?


–No, Pedro. Has estado estupendo.


–¿Tiene que ver entonces con tu ex? Me lo he encontrado al venir para aquí. ¿Te ha dicho algo?


–No, no.


–¿Estás segura? Porque no me importaría ir a hablar seriamente con él.


–Es tentador, pero no, gracias –repuso ella estremeciéndose.


–Debes de estar helada –le dijo él acercándose y frotándole los brazos. 


Ya estaba bastante tensa y el contacto era más de lo que podía soportar.


–No hagas eso, Pedro. Por favor.


No podía más. Era demasiado. Además de ser cariñoso y amable con ella, estaba tocándola. No podía resistirlo. Pedro bajó las manos y se quedó mirándola. Tenía la cabeza algo inclinada y sus ojos le quemaban la piel. Era casi peor ver su expresión que sentir sus manos en la piel. No pudo resistirlo y cerró los ojos. Oyó el susurro de telas, estaba quitándose la chaqueta. Sintió el forro satinado sobre sus hombros y cómo la cerraba sobre su pecho para abrigarla. Era como estar rodeada por él, su calor, su aroma y su piel. Sabía que era mejor no abrir los ojos. Él estaba muy cerca, a pocos centímetros, y le acariciaba las solapas de la chaqueta. Esperaba el momento en que se apartara y pudiera respirar de nuevo. Pero él no se apartó y Paula no sabía qué hacer. Abrió los ojos. Ya no le importó si podía respirar o no. Pedro la miraba con deseo. Nadie la había mirado así. Era más que atracción física. Era como si pudiera ver en su interior, a la mujer real, detrás de toda la fachada. Y, para sorpresa de ella, a él parecía gustarle lo que veía. Cuando él tiró de las solapas para acercarla más, Paula comenzó a respirar de nuevo. Entonces Pedro se agachó sobre ella y le rozó los labios con los suyos.

Una Esperanza: Capítulo 51

Se esforzó en parecer contenta.


–Estoy muerta de sed. ¿Qué tiene que hacer una chica para tomarse una copa en este sitio?


Pedro la condujo hacia el bar.


–¿Qué tomas?


–Champán, por supuesto –repuso ella.


Si iban a hacer teatro, creía que debían hacerlo con estilo.


–Por supuesto –repitió él.


Intentó recordar que sólo era un juego, que Pedro sólo intentaba ayudarla. A pesar de que minutos atrás parecían haber estado a punto de… Tenía que olvidarse de todo eso. No era momento para fantasear. Debía sonreír, brillar y hacer como que estaba pasándoselo como nunca. La velada fue pasando y se dio cuenta de que lo estaban haciendo muy bien. No pararon de reír, charlar y bailar. Todos la miraban con admiración. Y eso era lo que quería, evitar que sintieran pena por ella. Había funcionado, pero tenía un dolor en el pecho y le dolía la cara de tanto sonreír sin sentido. Sufría porque quería que todo aquello fuera real, no una farsa. De repente, sintió la necesidad de salir de allí, de alejarse de él.


–Voy… Voy a empolvarme la nariz –le dijo con una sonrisa.


–Muy bien, hasta ahora –repuso él sin sonreír.


Salió de allí y se sintió un poco mejor. Pasó por el lavabo de señoras sin entrar y siguió hasta la puerta que daba al porche sobre los jardines. Se asomó al balcón para contemplar las estrellas y respirar aire puro.


–¿Qué estás haciendo aquí tan sola?


Hubiera reconocido esa voz en cualquier parte. Ni siquiera se giró.


–Vete, David.


–Pareces un poco triste –le dijo acercándose a ella.


–Estoy bien. Además, no es asunto tuyo. Perdiste el derecho a meterte en mi vida cuando comenzaste a acostarte con Carla.


–Sólo porque estamos divorciados, no quiere decir que no me importes.


–Estoy bien, David, sólo un poco cansada. El viaje desde Devon ha sido largo y estos zapatos me están matando.


–¿De ahí es él? ¿De Devon?

lunes, 27 de marzo de 2023

Una Esperanza: Capítulo 50

Levantó la vista y lo miró con detenimiento. Llegaba un traje muy elegante. Se había peinado y afeitado. Le sonrió y dejó de respirar. Esa versión de Pedro era muy apetitosa. Siempre le había parecido atractivo, pero se había desprendido de la corteza de tipo duro que solía llevar a su alrededor. Se imaginó que así era antes de que ocurriera todo. Sin ser consciente de sus actos, le llevó la mano a la mejilla y comenzó a acariciarlo. Pedro dejó de sonreír y la miró con intensidad. Ella le sostenía la mirada y todo se paró a su alrededor. Todo menos sus dedos, que seguían acariciando su cara. Él suspiró, cerró los ojos y apoyó la cara en la mano de Paula. Ella también cerró los ojos. Sus caras estaban a pocos milímetros, los dos sabían lo que iba a ocurrir.


–¡Paula!


Paula abrió los ojos de golpe y se separó de él.


–¡Mamá! Me alegra… No te había visto.


Su madre miró a Pedro de arriba abajo.


–Ya me he dado cuenta.


Pedro dió una paso hacia ella y extendió la mano.


–Buenas noches, señora Chaves. Soy Pedro Alfonso. Nos conocimos esta tarde.


Su madre parecía recelosa, pero aceptó su mano. Para asombro de ambas mujeres, Pedro, en vez de darle la mano, se la llevó a la boca con reverencia. Paula creyó ver a su madre ruborizándose.


–Bueno, me alegra verle de nuevo, señor Alfonso.


–Por favor, llámeme Pedro.


Su madre se olvidó de quién era por un segundo y le sonrió de verdad. Paula no podía creerlo.


–Tú puedes llamarme Alejandra.


Pedro le soltó la mano y volvió a rodear la cintura de Paula, algo que no se le pasó por alto a su madre.


–¿A qué te dedicas, Pedro?


Parecía una pregunta ingenua, pero Paula sabía que era parte de unminucioso interrogatorio.


–Soy médico.


–¡Médico! Vaya, eso es maravilloso –dijo mirando a su hija.


Parecía sorprendida de que hubiera aparecido con un hombre más que adecuado.


–¿Y cómo se han conocido?


–Bueno, Alejandra, creo que la orquesta empieza de nuevo a tocar. Estoy seguro de que nos perdonarás. Podemos hablar más tarde.


–Por supuesto. Me encantaría charlar contigo después.


Paula no lo dudaba. Pedro la tomó de nuevo entre sus brazos y comenzaron a bailar.


–¿Es eso lo que te enseñan en la Facultad de Medicina? ¿A controlar las mentes?


Él rió con ganas.


–Sólo es un juego, Paula. Yo sabía cómo era y la pillé de improviso. Teníamos ventaja.


–¿Teníamos?


–Sí. Formamos un buen equipo, ¿No? Supongo que una de tus aspiraciones para esta noche era quitarte a tu madre de encima.


–Sí, pero…


–Bueno, pues misión cumplida.


Siguieron bailando en silencio.


–Pedro, no tienes por qué hacerlo, ¿Lo sabes?


–¿No tengo por qué hacer el qué? –preguntó él frunciendo el ceño.


–No tienes por qué quedarte y salvarme. Son mi familia y debería ser capaz de soportarlos yo sola.


–¿Te molesta que haya venido?


Ella negó con la cabeza.


–No, pero no quiero que creas que tienes que…


–Paula, estoy aquí porque quiero. Quería hacer algo por tí. Tú nos has ayudado tanto a Valentina y a mí…


Sus palabras la desilusionaron. Sólo estaba devolviéndole un favor.


–Pedro, tú me pagas para que te ayude con Valentina.


–Lo sé. Mira, no quería decir que… No sólo has ayudado a Valen, también has hecho que yo cambie. Somos más que un jefe y una empleada, ¿No? Pensé que también éramos amigos.


Ella asintió y apoyó la cabeza en su hombro. Así que de eso se trataba. Sólo eran dos amigos engañando al resto del mundo. Era irónico que el hombre que le había roto el corazón intentara recomponérselo. 


Una Esperanza: Capítulo 49

 –Creía que era mejor que te lo dijera yo.


Pedro se dió cuenta de hasta qué punto era un gusano. No estaba protegiendo a Paula, simplemente se regocijaba al hacerla sufrir.


–Pero… Pero siempre decías que no querías niños…


–¿Qué quieres que te diga? La gente cambia. A lo mejor sólo se trata de encontrar la persona adecuada –repuso él encogiéndose de hombros y frotándole el brazo–. Seguro que algún día encuentras a alguien, ya verás.


La expresión de desamparo de Paula le rompió el corazón. David miró a su alrededor con una sonrisa en la cara, como si ya conociera la respuesta.


–¿Has venido con alguien?


Paula comenzó a sacudir la cabeza y Pedro supo que era su oportunidad.


–Así es –dijo acercándose y rodeando con el brazo la cintura de Paula.


La cara de David era tan cómica que tuvo que contenerse para no reír.


–Soy Pedro Alfonso. ¿Y tú? –saludó extendiendo la mano.


–Yo… Soy David Harvey. Soy el…


–Bueno, David –interrumpió Pedro–. Seguro que entiendes que no puedo dejar que esta preciosa mujer se quede arrinconada en una esquina por más tiempo. Vamos, Paula. Es hora de que cumplas con lo pactado, ¿Recuerdas que me prometiste un baile?


Y con esas palabras, la apartó de David, dejándolo con la boca abierta. El brazo de Pedro la dirigía por la habitación con tal rapidez que tuvo que acelerar el paso para no tropezar.


–Pedro, ¿Qué demonios estás haciendo aquí?


Él se detuvo y la giró con delicadeza. Sin apenas darse cuenta de lo que pasaba, Paula acabó bailando entre sus brazos. La orquesta contratada estaba tocando una pieza muy lenta y Pedro la atrajo más cerca, tanto que ella tuvo que apoyar la cabeza en su torso.


–Pensé que te vendría bien tener un amigo aquí esta noche –susurró él directamente en su pelo.


–¿Y Valentina?


Pedro la hizo girar y se sintió volar entre sus brazos. No entendía cómo un hombre con pisadas de plomo podía bailar tan bien.


–Sus abuelos la están mimando todo lo que pueden.


Hacía que pareciese razonable su presencia allí. Pedro no sabía que sólo había aceptado ir a la fiesta para poder separarse de él, aunque sólo fueran unas horas. No sabía si iba a resistirlo. La mano de Luke la quemaba en la espalda. El aroma de su loción de afeitado estaba haciendo que le resultara muy complicado pensar. Parecía que él podía leerle la mente.


–No te preocupes y sigue bailando –le dijo sujetándola con más fuerza.


Ella suspiró y se relajó entre sus brazos. No le importaba por qué estaba allí, en ese instante todo parecía perfecto. La banda terminó de tocar y sus pies se pararon. Era demasiado pronto, Paula quería alargar el momento y que durara un poco más. Pedro empezó asepararse y ella supo que la magia había muerto.


–Creo que ya estás segura –le dijo mirando a su alrededor.


Sus palabras le recordaron que todo era una pantomima para engañar a David y Carla.

Una Esperanza: Capítulo 48

No podía hablar. No sabía qué hacía allí. Paula no lo necesitaba. Parecía tranquila y muy segura. Pensaba que estaba allí para rescatarla, pero ella estaba bien sin él. Se dió cuenta entonces de que si había ido no era sólo para ayudarla. Lo cierto era que no podía soportar la idea de estar todo un día separado de ella. Ayudarla esa noche era sólo una excusa. Creía que, lejos de casa, ya no eran jefe y empleada, sino sólo Pedro y Paula. Un hombre y una mujer. La tentación de aprovechar esa situación era demasiado grande para resistirse. Ella comenzó a andar entre los invitados. Esa vez no la siguió, estuvo simplemente observándola. Saludaba a todo el mundo y Pedro vió adónde se dirigía sin saberlo, pudo ver a su ex marido en el otro extremo de la habitación. Estaba siendo muy valiente. No creía que mucha gente fuera capaz de enfrentarse con su ex marido en un sitio público. Le hubiera gustado estar un poco más cerca para compartir su victoria. Se adentró más en el salón. Paula se paró a charlar con un grupo de hombres que rodeaban a su hermano. Eran altos y ella no podía ver más allá del grupo. Entonces uno de ellos se agachó y vió a su ex marido y novia al otro lado. Se detuvo un instante y después fue hacia ellos. Estaba a punto de llegar a su lado cuando giró y fue hacia el bar. Eso le dió a Pedro el empujón que estaba esperando, veía que lo necesitaba más de lo que parecía. Se acercó hacia ella. Estaba a sólo tres metros cuando vió que tenía compañía. Su ex también se acercaba, debía de haberla visto. Pero, en vez de mirarla con engreimiento, a él le pareció que estaba un poco desconcertado.


–¿Paula? –la llamó.


Ella estaba de espaldas, intentando atraer la atención de un camarero. Pedro vió cómo se quedaba quieta y respiraba profundamente. Después sonrió antes de girarse.


–David.


–Estás…


Paula levantó una ceja esperando que terminara la frase.


–Bueno, estás fantástica.


–Gracias –repuso ella sin dejar de sonreír.


Pedro sabía que era una sonrisa falsa, un gesto que pretendía sólo desconcertar aún más a David y esconder lo incómoda que se sentía. Se inclinó sobre ella y la besó en la mejilla. Pedro se contuvo para no saltar sobre él al ver que alargaba el beso más de lo necesario y le acariciaba un brazo. Creía que a él no lo atraía Paula, pero pensaba que ella aún debía de estar enamorada de él. Parecía que no quería perder ninguna oportunidad.


–¿Qué tal Carla? –preguntó Paula.


La pregunta hizo que David se apartara un poco. Pedro estaba orgulloso de ella, recordándole a ese cretino lo que había ocurrido entre ellos. Su ex tenía que darse cuenta de que no iba a conseguir que cayera rendida a sus pies.


–Tan bien como siempre, ya sabes cómo es.


–La verdad es que no, David. Si no lo recuerdas, no supe de su existencia hasta que hiciste las maletas para irte. No tuvimos mucho tiempo para establecer una relación de amigas, ¿Sabes?


Pedro sonrió. Estaba convencido de que la Paula de unos meses atrás no se habría atrevido a contestarle así. Ahora ya no dejaba que la pisaran tan fácilmente. Él había sido un buen entrenamiento durante esos meses.


–Quería hablar contigo antes de que lo supieras por otra persona, Paula. Deberías saber que… Que Carla y yo estamos esperando un niño.


Paula dejó de sonreír.

Una Esperanza: Capítulo 47

Pedro se pasó la mano por su recién afeitada barbilla. No sabía si estaba haciendo lo correcto al aparecer así. Le había parecido un buen plan mientras estuvo sentado con sus ex suegros bebiendo té en un incómodo silencio. Ahora no estaba tan seguro. Paula podía pensar que estaba entrometiéndose. Su amigo Hernán se quedó atónito al verlo aparecer en su casa para pedirle una americana y una pajarita, pero se lo dejó sin preguntar. Era un tipo estupendo. Se recolocó el cuello de la camisa. No le gustaba arreglarse tanto, pero esa noche no estaba haciendo lo que quería sino lo que Paula necesitaba. Desde que viera a su ex marido reírse con su nueva novia se había dado cuenta de que ella iba a necesitar alguien con quien estar esa noche. Un amigo. Y, aunque quería ser más que su amigo, iba a dejar eso de lado. Ella lo había ayudado muchísimo y era hora de que le hiciera un favor. Eran los ocho en punto. No tenía más que subir las escaleras del vestíbulo y encontrarla. Esperaba que no se riera de él o que le molestara su presencia. La entrada estaba llena de gente. Eran invitados buscando el guardarropa o saludándose entre sí. Miró a su alrededor, pero no la vio por ninguna parte. Distinguió a su hermano, seguido por una mujer embarazada y nerviosa que debía de ser su esposa. Miró en las escaleras y en el rellano. Vió a una mujer, de espaldas a él, con el pelo del mismo tono castaño caramelo, pero no era ella. Paula siempre parecía relajada. Esa mujer, en cambio, se movía con distinción y un aire casi regio. Fue hasta el bar del hotel para buscarla allí, pero tampoco estaba.


Suspiró agobiado. Estaba tenso y no sabía qué hacer. A lo mejor alguien se daba cuenta de que no era uno de los invitados y acabarían echándolo de allí. Sus ojos fueron de nuevo hacia las escaleras. La mujer que había visto minutos antes bajaba ahora hacia el vestíbulo. Con una mano sujetaba la balaustrada y con otra se levantaba la falda de su vestido granate con exquisita elegancia. Primero se fijó en sus suaves brazos. Después levantó los ojos y el corazón le dió un vuelco. Era Paula. Pestañeó, miró de nuevo y se quedó con la boca abierta. Literalmente. Era su niñera, pero nunca la había visto así. Llevaba maquillaje. La sombra de ojos o lo que fuera hacía que su mirada pareciese más profunda y llevaba un color de labios que imitaba el tono de su vestido. Su aspecto relajado y algo desaliñado había desaparecido. Todo estaba en su lugar. Quería llamarla, pero no sabía qué decir. Era como si la estuviera mirando por primera vez y se sintió de repente muy tímido, como si no la conociera. La vió sonreír a su hermano. Se acercó a Gonzalo y besó a él y a su mujer en la mejilla. No podía creérselo, parecía tan elegante y segura que no podía dejar de mirarla. Estaba hipnotizado. La vio moverse entre la gente, saludando a todo el mundo con una serena sonrisa. Nadie podría adivinar que había estado temiendo esa fiesta.


Había casi llegado a la entrada del salón cuando Pedro recordó que tenía que seguirla. Fue hacia donde estaba, pero estaba siempre demasiado lejos por delante de él para llamarla sin atraer demasiada atención. Por fin, Paula se paró en el umbral para mirar a su alrededor y él tuvo su oportunidad.

Una Esperanza: Capítulo 46

 –¿Dónde está tu hermana pequeña? ¿Está aquí?


–No sé si ha llegado ya, pero sí que asistirá.


–¿Viene con alguien?


Gonzalo se encogió de hombros.


–No estoy seguro.


David miró a su acompañante y se rieron. Ese gesto hizo que se le revolviera el estómago. Tenía que ser el ex marido de Paula. Era tan despreciable como se lo había imaginado. Le daba pena que Paula tuviera que aguantar ese tipo de actitud durante toda la noche. Seguro que David se lo pondría difícil. Parecía el tipo de hombre al que le gustaba presumir. Le agradó ver que Gonzalo parecía incómodo.


–Escucha, David. Tengo que dejarlos. Luego te veo.


Gonzalo subió las escaleras y David se inclinó para susurrar algo en el oído de su novia. Los dos rieron y Pedro se dió cuenta de que ya no estaba apoyado en la pared, sino tieso como un palo y con las manos cerradas en un puño. Se moría de ganas de usarlas. Pero entonces apareció Valentina. Él seguía concentrando mirando al gusano que había estado casado con Paula.


–Vamos, Valentina. Tenemos cosas que hacer.



Paula respiró profundamente y se colocó los brillantes en las orejas. Ya había terminado. Estaba tan decorada como un árbol de navidad. Hacía mucho que no se arreglaba tanto y, como había perdido unos quince kilos desde el divorcio, no le valían ninguno de sus viejos vestidos. Así que se había comprado un vestido nuevo. Era granate y muy elegante. Nada clásico y modesto como lo que solía llevar, sino algo más llamativo. El escote era generoso sin resultar escandaloso. El vestido resaltaba sus curvas, enfatizaba su estrecha cintura y caía con elegancia hasta el suelo. Era el tipo de vestido que siempre había querido llevar cuando salía a cenas de negocios con David, pero nunca se había atrevido. Se miró en el espejo. Se había recogido el pelo en un moño alto, con unos cuantos mechones cayendo a ambos lados de su cara. Lo hacía por David. No quería impresionarlo, pero sí que viera que podía valerse muy bien por sí misma. Ese día se encontraba diez veces más guapa de lo que había estado durante su matrimonio. Así todos podrían ver que estaba mejor sin él y dejarían de hablar de ella y de mirarla con pena. Pero no le hacía gracia tener que ver a David acompañado, eso le recordaría lo patética que era su vida sentimental. A David le encantaría saber que se había enamorado del hombre equivocado. Era tan competitivo que quería ser el primero en parecer recuperado después del divorcio. Iba a tener que convencerlo de lo bien que estaba. Iba a ser encantadora, divertida y elegante. En otras palabras, ser otra persona. Se puso los zapatos de tacón y miró su reloj. Eran las siete y cincuenta y nueve. El espectáculo estaba a punto de comenzar.

miércoles, 22 de marzo de 2023

Una Esperanza: Capítulo 45

Ahora se daba cuenta de por qué siempre ocultaba sus sentimientos. Seguro que había aprendido a hacerlo desde pequeña, era una táctica de supervivencia. La señora lo miró en ese instante e hizo que se sintiera arrugado y desaliñado de inmediato.


–Mamá, éste es Pedro.


La mujer lo miró de arriba abajo y después volvió a concentrarse en su hija.


–Bueno, no te distraigas, Paula. No hay tiempo para quedarse parado y charlar.


Y sin más, salió de allí disparada.


–No digas nada –le advirtió Paula a Pedro.


Pero no podía evitarlo. Una gran sonrisa se dibujó en su rostro.


–¡Lo digo en serio! –insistió ella.


Eso fue aún peor. La sonrisa se amplió y le temblaron los labios, como si estuviera conteniendo la risa.


–¡Eres un canalla! –repuso ella riendo–. Venga, acompáñame. Ya lo has oído, no hay tiempo que perder.


La siguió a su habitación y dejó allí la maleta, sin entrar dentro.


–¿A qué hora es la fiesta?


–A las ocho. ¡Deséame suerte!


–Buena suerte.


Le hubiera parecido lo más natural inclinarse sobre ella y darle un beso en la mejilla, pero se resistió con todas sus fuerzas.


–Bueno, adiós entonces. Te recogemos mañana a las dos.


Fue hacia las escaleras y se volvió a mirarla antes de bajar. Ella seguía en el pasillo y también lo estaba mirando. Le sonrió y bajó al vestíbulo. Allí se encontró con Valentina.


–¡Valentina! ¿No te dije que no te movieras?


–Tengo que usar el baño –murmuró la niña.


–Muy bien –repuso él mirando a su alrededor–. Ahí está, por ese pasillo. Te espero aquí.


Se apoyó en una pared del vestíbulo. En ese instante entró un hombre atractivo y alto, que debía de ser Gonzalo, el famoso hermano de Paula. Su pelo era más claro, pero se parecían mucho. Estaba a punto de acercarse a saludarlo cuando entró otra pareja.


–¡Gonzalo! ¿Cómo estás, viejo amigo?


–Bien, bien, David. ¿Cómo estás? No te había visto desde…


–¿Desde el divorcio?


–Sí, supongo que sí –repuso Gonzalo algo avergonzado.


–Constanza nos ha invitado –explicó mirando a la rubia que lo acompañaba–. Espero no haber arruinado la sorpresa.


–No, no. La verdad es que estoy sorprendido.


David le dió una palmada en el hombro.


–Me alegro. Hemos sido tan amigos en el pasado que sería una pena dejar que un pequeño incidente familiar se interponga entre nosotros.


A Pedro le alegró ver que el hermano de Paula no parecía estar de acuerdo. David sonrió y miró a su alrededor.

Una Esperanza: Capítulo 44

Paula empezaba a cansarse de que él criticara su fallido matrimonio. Y no importaba que estuviera dando en el clavo. O quizá por eso le estaba fastidiando tanto.


–¿Qué pasa? –repuso enfadada–. ¿Tú le decías cada día a tu mujer lo preciosa que era?


–No cada día, pero lo suficiente.


–¿Y lo era? ¿Era preciosa?


Pedro tardó en contestar.


–Supongo que sí.


–¿Preciosa de verdad o sólo se lo decías porque creías que era lo correcto?  Eso es mentir, desde mi punto de vista.


–No, era muy bella. El tipo de mujer que los hombres se quedan mirando. El tipo de mujer que ilumina una habitación cuando entra en ella. Así era – repuso también enfadado.


–¡Ah! –contestó ella sin saber qué decir.


–¿Es eso lo que querías saber? ¿Estás contenta ahora?


–Sí, gracias.


Pedro suspiró y agarró con más fuerza el volante. Lamentaba haberle dicho a Paula que Ivana era espectacular. Lo era, pero también egoísta y voluble. No como ella. La belleza de Paula residía en su interior y desde allí salía hacia fuera. Creía que su marido había sido un idiota por haberla hecho sentir tan mal. Pensó que no le importaría darle un puñetazo si lo veía alguna vez. Cuando estacionaron frente al hotel Hurst Manor eran más de las seis.


–No salgas disparada, Paula. Deja que te ayude con la maleta. Valen, vuelvo en un segundo –añadió Pedro mirando a su hija.


–¿Qué? –preguntó la joven quitándose los auriculares.


–Voy a ayudar a Paula con la maleta. No te muevas de aquí, ¿Vale?


–Vale –repuso ella poniéndose de nuevo los auriculares.


–Gracias, Luke –le dijo Gaby yendo con él al maletero–. Pesa bastante la maleta. No sabes la cantidad de cosas que necesito para conseguir estar, según mi madre, «presentable».


Él sacudió la cabeza mientras sacaba la maleta. Sabía que de nada iba a servirle discutir con ella. Entraron juntos en el hotel, que era una especie de antigua mansión con jardines perfectos. Estaba claro que la fiesta era de postín. Paula recogió su llave en recepción y juntos comenzaron a subir las escaleras.


–¡Paula! ¡Ahí estás! ¡Ya era hora!


Paula se quedó helada y se giró lentamente.


–Mamá, ¡Qué alegría verte! Nos encontramos con bastante tráfico en la autopista.


–Bueno, no pasa nada. Ahora estás aquí. Espero que pienses hacer algo con tu pelo.


Pedro pudo ver cómo Paula se mordía la lengua para no responder. Bajó las escaleras para saludar a su madre.


–Claro, mamá.

Una Esperanza: Capítulo 43

Ella no pudo evitar sonreír.


–Bueno, sería más agradable que arrastrar mi maleta por estaciones de tren.


Paula no sabía por qué Pedro parecía tan satisfecho.


–Muy bien. Entonces está decidido.


–Muy bien –repitió ella temiendo las seis horas que iba a pasar en un coche con él.



La autopista estaba llena de conos naranjas. Paula suspiró y miró hacia atrás. Valentina estaba concentrada en la música de su MP3 y no parecía molestarle el retraso.


–A lo mejor nos salvan las obras de la carretera –le dijo Pedro.


–¡Ojalá!


Pedro frunció el ceño y la miró.


–¿No echas de menos a tu familia?


–Claro que sí. Pero es que… No sé. Siempre consiguen hacerme sentir estúpida…


–No eres estúpida, Paula –repuso él rápidamente–. No sé cómo alguien podría pensarlo. Yo suelo sentirme estúpido a tu lado muchas veces.


Ella resopló con incredulidad.


–¡Sí, claro! El médico cree que es tonto comparado conmigo. ¡Difícil de creer!


Pedro la miró con seriedad. Echaba de menos el temperamento gruñón del viejo Pedro. Se sentía más segura a su lado.


–No te subestimes así.


–No me subestimo. Es la verdad. Gonzalo es el listo y yo soy…


–¿La guapa?


Eso era lo que su padre solía decirle cuando tenía nueve años. Lo hacía para consolarla.


–No te rías de mí, Pedro.


–No lo hago.


Ella miró al frente.


–Será mejor que aceleres para acercarte al coche de delante o nunca llegaremos a Londres –comentó ella cambiando de tema.


Pedro volvió sus ojos a la carretera y le habló sin mirarla.


–¿Es que tu marido nunca te dijo que eras preciosa?


Paula se quedó con la boca abierta. David solía decirle que estaba bien, perfecta o elegante. Pero temía que se refería más a su apariencia del momento que a ella misma. Siempre estaba preocupado por su aspecto, quería que estuviera lo bastante bien como para poder presentarla como su esposa. Nadie la había mirado nunca a los ojos y le había dicho que era preciosa. Pero no estaba dispuesto a confesarlo. Pedro parecía estar concentrado en la carretera, así que se quedó callada y dejó que la pregunta se perdiera en el vacío. El tráfico había mejorado un poco y ya estaban a las afueras de Londres. Pensaba que ya habían olvidado el tema, cuando él habló de nuevo.


–A toda mujer deberían decirle que es preciosa.

Una Esperanza: Capítulo 42

 –Así es. Pero tengo que hacerlo. Se lo debo a Valentina. Ella los quiere mucho y ya es hora de que vaya a verlos.


–Iría con ustedes si pudiera, ¿Sabes? Preferiría pasar el fin de semana con la niña que ir a esa fiesta.


–¿Rivalidad entre hermanos?


–No, eso no tendría sentido. Gonzalo me gana en todo. Lo que me fastidia es tener que arreglarme y ponerme zapatos de tacón –dijo con una mueca de desagrado–. Y encima tendré que ver a mi ex con su nueva prometida.


–¡Vaya!


–Y lo de la prometida me da igual. Por mí puede quedárselo. Pero voy a estar sola y sé que todos me mirarán con compasión.


–¡Vaya!


–Pero si no voy, mi madre se pasara todo el año dándome la lata y criticándome como acostumbra.


Pedro abrió la boca para hablar de nuevo, pero ella se la tapó con la mano.


-¡No lo digas! -repuso riendo-. Ya vale.


Se arrepintió al instante de su reacción. Los labios de Pedro eran cálidos y suaves bajo sus dedos. Se metió la mano en el bolsillo y siguieron caminando en silencio.



-¡Maldito coche!


Paula golpeó con fuerza el volante.


–¿Se ha roto por fin este cacharro? –preguntó Valentina.


–No es un cacharro, es un coche clásico.


–¿Quieres decir que es una antigüedad? –repuso la niña mientras miraba a sus compañeros de clase pasar a su lado.


–¡Ya vale, Valentina!


Salió del coche y abrió la capota para echar un vistazo al motor, aunque en realidad no sabía qué buscar. Llamó desde su móvil al teléfono de asistencia en carretera. Después entró de nuevo.


–Lo siento, Valen. Tendremos que esperar unos cuarenta y cinco minutos a que vengan los mecánicos.


–¡Voy a perderme mi programa favorito!


Paula cerró los ojos e intentó relajarse.


Al día siguiente, le dijeron en el taller que tardarían una semana o más en conseguir la pieza que necesitaban. Demasiado tarde para la fiesta y demasiado tarde para escapar de Pedro y de sus ojos color avellana.


–Parece que no voy a poder ir al cumpleaños –le dijo a Pedro–. Así que supongo que ustedes también pueden cancelar el viaje.


–Ojalá fuera tan fácil. Pero Valentina me mataría si lo hiciera.


–Bueno, entonces tendré toda la casa para mí sola.


–¿Dónde era la fiesta? No me acuerdo.


–En Chislehurst.


–Eso está relativamente cerca de la casa de los abuelos. ¿Por qué no te vienes con nosotros?


–No sé. No estoy segura.


–¿No estás segura de qué? Vamos a Londres y necesitas a alguien que te lleve. No quieres que tu madre te estrangule, ¿Verdad? Soy médico y sé que no es bueno para la salud.

Una Esperanza: Capítulo 41

Llamaría un par de semanas más tarde a la agencia para que comenzaran a buscar a alguien que la sustituyera. Se lo pensó mejor y decidió llamar en ese mismo instante, para demostrarse que no era tan cobarde como creía. Sacó el móvil para hacerlo, pero vió que tenía un mensaje y lo escuchó.


–Paula –dijo su madre–. Sólo quería recordarte que la fiesta empieza a las ocho y que me gustaría que fueses puntual. Y ponte algo bonito, ¿De acuerdo? Adiós.


Recordó que el sábado siguiente era el dieciséis de abril, el cumpleaños de Gonzalo. No pensaba ir, pero a lo mejor era justo lo que necesitaba, pasar algo de tiempo lejos de esa casa y de Pedro. Le tentaba la idea de pasar un fin de semana relajado, sin la tensión de pensar a cada momento que él iba a darse cuenta de sus sentimientos.


–¿Algo importante? –le preguntó Pedro mientras devolvía los cangrejos al agua.


–Bueno, la verdad es que quería preguntarte si podría tomarme libre el próximo fin de semana. Es el cumpleaños de mi hermano.


–No hay problema. Apenas has tenido días libres y a mí me vendrá bien estar a solas con Valentina y pasar mucho tiempo con ella.


Paula estaba de acuerdo. Les convenía estar solos y ver qué pasaba. Sería una especie de entrenamiento para cuando ella se fuera de verdad. Valentina se acercó a ellos.


–Entonces, ¿Podremos ir a visitar a mis abuelos como me prometiste?


–Eh… Ya veremos –repuso él sin poder ocultar su desencanto.


–¡Papá! ¡Me lo prometiste!


–He dicho «Ya veremos».


–Eso siempre significa «No».


La niña tenía razón. Y se le daba bien conseguir lo que quería.


–Muy bien, iremos a verlos.


–¡Genial! ¿Puedo tomarme un helado?


Pedro le dió unas monedas y la niña corrió delante de ellos hasta la heladería.


–¿No te llevas bien con tus padres? –le preguntó Paula.


–No, me llevo bien con ellos. Pero viven en España. Tengo pensado ir allí este verano con Valentina –dijo él dudando un segundo–. Tú también puedes venir, si quieres.


Paula no dijo nada. Pensaba que entonces ya no estaría con ellos.


–Son los padres de Ivana a los que vamos a visitar.


–¿Y no te llevas bien con ellos?


–No es eso. Todo iba bien antes de que… Antes de que Ivana muriera – repuso mirando al río con el ceño fruncido.


–Pedro, no tienes que contarme nada si no quieres. De verdad, no tienes por qué hacerlo.


La verdad era que no quería saber nada de la maravillosa Ivana. La mujer que le había roto el corazón.


–No, no pasa nada –dijo él mientras andaban hacia el pueblo–. Después de que me detuvieran, pude ver en sus caras que no estaban convencidos de que no tuviera nada que ver con la muerte de su hija. Supongo que estaban enfadados y yo era la mejor diana para su ira. Ahora pienso que les resultaba difícil pensar que su hija no era perfecta, que había traicionado a su marido y a su hija. Era más fácil para ellos echarme a mí la culpa de todo.


–¿Crees que ellos aún piensan que…? –preguntó ella.


–No. De hecho, aceptaron la verdad bastante pronto, pero todo ha cambiado. Supongo que saben cómo me sentí y ahora no pueden ni mirarme a los ojos.


–Entiendo ahora por qué no quieres ir a verlos. Será bastante incómodo para todos…

lunes, 20 de marzo de 2023

Una Esperanza: Capítulo 40

 –¡Bien! Tenemos otros dos. ¡Mira, papá! Te estamos ganando.


Pedro sonrió y miró a su hija, que estaba pescando cangrejos al lado de Paula. Nunca la había visto tan animada. Había sido idea de ella hacer un concurso. Eran chicos contra chicas. Ahora ya no le molestaba que quisiera hacer equipo con Paula en vez de con él. Había pasado un mes desde la fiesta de Nicolás y las cosas habían cambiado bastante. Ahora sabía que su hija lo quería y ya no sentía que tenía que sujetarla para no perderla. Como siempre, Paula había estado en lo cierto. Todo lo que la niña necesitaba era espacio y algo de libertad. Miró a Paula. Intentaba aparentar que se lo pasaba bien cuando él sabía que hubiera preferido estar a diez metros de los cangrejos. Lo hacía todo por Valentina. Era una mujer muy generosa. Pedro sacó su caña del agua y la sacudió a propósito para que el cangrejo que la sujetaba no llegara al cubo.


–¡Qué mala suerte! –le dijo Paula.


Él la miró. Le brillaban los ojos y llevaba el pelo recogido en un moño. Era preciosa. Darse cuenta de ello fue como un puñetazo en el estómago. Y entonces ella le sonrió. Sabía que estaba dejándose ganar y quería que supiera que le gustaba lo que estaba haciendo. El estómago le dió un vuelco. Todo iba volviendo a la normalidad de una forma natural, sin que tuviera que intentarlo con tanto ahínco como antes. Intentó clavar un trozo de panceta en el anzuelo, pero le temblaban tanto las manos que se le cayó. Había pasado casi un mes desde el beso. Creía que ya se habría olvidado, pero era todo lo contrario. No pensaba en otra cosa que no fuera besarla de nuevo. Pero, tal y como Paula le había dicho, lo importante era Valentina y tenían que concentrarse en ella. El beso había sido un desliz. Cuando entró aquel día en el dormitorio de Paula, había pensado en decirle que intentaran ver adónde los llevaba todo aquello, ahora se daba cuenta de que habría sido un error.


–Treinta y siete, treinta y ocho, treinta y nueve… Me han ganado y por mucho, chicas.


«¿Chicas?», repitió ella para sí misma. Lo cierto era que se sentía como una jovencita de dieciséis años. Desde luego, no actuaba como un adulto. Si lo fuera, no estaría colgada de su jefe como lo estaba. Todo estaba siendo demasiado complicado. Tenía que fingir que su presencia no le importaba y que su corazón no se derretía cuando lo veía con su hija. Estaba en un callejón sin salida. Lo quería y no sabía qué iba a hacer. Le parecía patético quedarse allí, pero sabía que irse sería mucho más duro. Padre e hija se llevaban cada vez mejor, pero sólo era el principio. Decidió que se iría unos meses después, cuando estuvieran más asentados.

Una Esperanza: Capítulo 39

Se había prometido que iba a mantener las distancias, pero no había podido ser. Odiaba a Pedro por ser tan valiente, vulnerable y necesitado de amor. Ella no podía resistirse a esas historias. Mantenía un exterior duro y gruñón, pero era todo lo contrario. Era fácil darse cuenta. Odiaba a Pedro por pedir su plato favorito de comida china, por escucharla mientras hablaba de lo que tanto quería, por todos esos momentos. Creía que debía haberse dado cuenta de que su conducta iba a hacer que se enamorara de él. Se detuvo un segundo. No, no creía estar enamorada, pero estaba acercándose mucho. Iba a echarlos mucho de menos, pero sabía que les haría más daño quedándose. Estaba guardando sus zapatillas cuando alguien llamó a la puerta.


–Paula, ¿Puedo pasar?


Ya estaba de vuelta e iba a tener que enfrentarse a él, pero no estaba lista.


–Eh… Sí, claro.


Agarró la zapatilla con fuerza mientras él abría la puerta.


–Escucha, Paula, no sé muy bien qué decir sobre…


En ese instante vió la maleta, luego la miró a ella y otra vez a la maleta.


–¡Oh!


«¿Eso es todo lo que tienes que decir?», pensó ella. Pedro miró a su alrededor, fijándose en los cajones abiertos y la ropa por el suelo.


–Paula, veo que estás… ¡Por favor, no te vayas!


Ella levantó las cejas. Nunca lo había visto así. Le hablaba directamente desde el corazón. Sin filtros ni barreras. «Dime por qué quieres que me quede», lo urgió ella en silencio.


–Sé que ha sido una estupidez, pero… Pero creo que podemos solucionarlo. Perdona mi conducta. No sé en qué estaba pensando. Si te vas ahora, no creo que Valentina y yo podamos superar nuestra situación, aún no estamos listos. ¡Por favor, Paula! Te prometo que no volverá a ocurrir. Dimeque lo pensarás. Dime que te quedarás un tiempo más.


Le decepcionaron sus palabras. Sabía que era lo correcto, que nunca debería volver a pasar, que una buena niñera no desearía besar a su jefe. Pero sí una mujer enamorada… Tenía que ser fuerte y cortar los lazos antes de que se complicaran más las cosas. Pero levantó la vista, lo miró a los ojos y se deshizo. Sus ojos color de avellana le rogaban que se quedara.


–Me quedaré –dijo despacio–. Me quedaré algún tiempo más. Lo cierto, es que no fue sólo culpa tuya, Pedro. Yo también… Bueno, ya sabes…


No sabía cómo terminar la frase. Él se acercó a ella y rescató la zapatilla que Paula estrujaba con fiereza entre las manos. Después, fue hacia la puerta.


–Te lo decía de verdad, Paula. No tienes que preocuparte, no volverá a pasar –le dijo con una sonrisa–. Eres la primera mujer con la que paso algo de tiempo desde hace más de cinco años, supongo que es una reacción lógica, no sé.


Ella asintió y lo miró mientras salía de su cuarto. Se sentía fatal. Aún le temblaban las rodillas después de lo que había pasado y él creía que sólo era una consecuencia de su obligado celibato. O sea que podía haber sucedido con cualquiera. A lo mejor tenía que sentirse halagada. A pesar de su pasado, como a su madre le gustaba recordarle, no era completamente invisible para el sexo masculino. Se sentó en la cama. Tendría que recordar que, para Pedro, lo que había ocurrido no era más que una reacción hormonal. Sentía ganas de llorar. Sabía que aceptando el quedarse allí se estaba condenando a acabar enamorada de él, lo quisiera o no.

Una Esperanza: Capítulo 38

 –Ojalá pudiera empezar de cero y ser un padre distinto. La cárcel ha hecho que esté siempre enfadado. Con todo y con todos. No eres sólo tú. Y ojalá no fuera así –añadió con emoción en su voz–. Te quiero muchísimo. Y lo siento de verdad.


Valentina alargó la mano y detuvo el recorrido de una lágrima en la mejilla de su padre. No podía creerse que su padre estuviera así. Ella también rompió a llorar. Pedro la abrazó con fuerza y ella se colgó de su cuello. Se quedaron así mucho tiempo, balanceándose de forma casi imperceptible. Después, él se apartó para mirarla a los ojos. Estaba aún confusa, pero ya no lo miraba con ira.


–Lo digo de verdad, mi amor. Quiero intentar cambiar y hacerlo mejor a partir de ahora. No puedo prometerte que lo vaya a hacer todo bien, pero voy a poner todo mi empeño. Eres todo lo que tengo y no quiero perderte.


Ella asintió y sonrió. Pedro supo que lo había perdonado.


–Ponte de pie y enséñame de nuevo lo que llevas. Siento haberte gritado antes. Creo que me sorprendió verte tan mayor. Me daba miedo perder a mi pequeña –le confesó–. Es muy bonito. Estás preciosa con esa ropa. Me recuerdas a tu madre.


–¿De verdad?


–Claro. Vas a ser la más guapa del baile.


–Sólo es una estúpida fiesta, papá –repuso la niña sonrojándose.


–Bueno, entonces serás la más guapa de la estúpida fiesta.


La niña rió y lo miró. 


Aún tenía los ojos rojos. No entendía por qué le había costado tanto ser honesto con ella en el pasado. Sospechaba que la presencia e influencia de Paula tenía mucho que ver con todo aquello. Ese pensamiento le recordó lo que acababa de pasar abajo. No tenía ni idea de qué hacer con esa situación. Había sido el beso más increíble de su vida y lo peor de todo era que se moría de ganas de bajar y repetirlo. Se pasó las manos por el pelo y miró el reloj. Tenía que llevar a su hija a la fiesta en media hora. Pensó que podría hablar con Paula cuando volviera. Pero no sabía qué iba a decirle, todas las opciones sonaban patéticas en su cabeza.



Paula cerró la puerta de su dormitorio y se apoyó en ella. Pedro acababa de ir a llevar a Valentina a la fiesta y ella había corrido arriba a esconderse. Se llevó de nuevo los dedos a la boca. Antes de perderse de nuevo recordando el beso, fue hasta el armario y bajó su maleta más grande. La puso sobre la cama y la abrió. Después fue a los cajones y empezó a vaciar su ropa en ella. No seguía ningún orden, sólo quería llenar la maleta. Ya no podía quedarse allí. No sólo porque Pedro la hubiera besado, sino porque ella también se había dejado llevar por el momento con entusiasmo. Y lo peor de todo era saber que no se trataba sólo de algo físico. El beso no había hecho sino cristalizar unos sentimientos que ya había reconocido, empezaba a importarle demasiado.

Una Esperanza: Capítulo 37

Sus labios eran suaves y tiernos. Estaban consiguiendo remover algo mágico dentro de ella. Pedro movió las manos desde su cara al cuello y desde allí se enredaron en su melena. Estaba a punto de derretirse. No tenía otra opción, tenía que devolverle el beso. Y así lo hizo. Todo estaba ocurriendo a cámara lenta. Ella se dejó llevar por el beso y se relajó. Era increíble. El cosquilleo le comenzó en la punta de los pies y ya le subía por las piernas hasta las rodillas. Sabía que no era posible perder el conocimiento por culpa de un beso, pero se sentía perdida. Pedro deslizó su boca desde sus labios al cuello de Paula y ésta cambió de opinión, le pareció completamente posible desmayarse allí mismo. Estaban en perfecta sintonía. Por primera vez en su vida, era como si encajara con alguien. Los brazos de Luke a su alrededor no le eran extraños. Todo era natural, estaba bien. Se olvidó de todas las razones por las que aquello era una locura y se dejó llevar por el puro placer del momento. Un portazo en el piso superior hizo que se separaran como dos adolescentes a los que acababan de pillar besándose. Los dos se miraron con los ojos como platos. Lo único que consoló a Paula fue ver que él parecía aún más sorprendido que ella.


–Valentina –pudo decir ella con dificultad.


Él dejó de mirarla y se concentró en la puerta.


–Sí. Valentina. Es verdad. Será mejor que vaya y…


–Sí, tienes que subir.


Pedro salió deprisa y Paula se dejó caer en la silla más cercana, llevándose una temblorosa mano a los labios, que aún parecían sentir su beso. Se detuvo un instante en el rellano de la escalera. Debía de haberse vuelto loco. Se miró en el espejo de la pared. Tenía un aspecto desencajado. Había besado a Paula. ¡A la niñera! Pero ella no era sólo la niñera. Aunque no sabía qué más era. Lo único que tenía claro era que no podía dejar de pensar en ella. Ahora no tenía tiempo para pensar en eso, tenía que hablar con su hija. La oía llorar a través de la puerta de su dormitorio. Llamó con los nudillos.


–¿Valentina?


La niña no respondió, sino que siguió llorando. Abrió despacio y entró. Estaba tendida sobre la cama, dándole la espalda y abrazando su conejo de trapo.


–Valentina, cariño. Lo siento muchísimo.


Ella levantó la cabeza para mirarlo, parecía sorprendida. No era para menos. Lo normal era que, cuando él le gritaba, desapareciera un tiempo y no volvieran a hablar del tema. Nunca se había disculpado con ella. Le pareció que era una especie de muestra de debilidad o de fracaso y creía que ella no necesitaba ver eso. Ahora se daba cuenta de que había estado muy equivocado.


–Lo siento de verdad, cariño. ¿Me podrás perdonar?


Valentina se sentó y lo miró.


–¿Yo? ¿Quieres que te perdone?


–Sí. Los padres cometen errores a veces, ¿Sabes? Y creo que yo he metido demasiado la pata desde que hemos vuelto a vivir juntos.


Valentina se frotó la nariz y su padre le ofreció un pañuelo.

Una Esperanza: Capítulo 36

 –¿Que no tengo valor?


–Así es. Tienes miedo de decirle a la gente lo que de verdad piensas, temes que entonces ya no les gustes. ¡Ya es hora de que lo superes!


Sabía que estaba presionándola demasiado, pero no podía parar.


–¿Quieres saber lo que de verdad pienso?


–Sí, así es.


–Muy bien, muy bien. Un segundo –repuso ella sin poder parar quieta–. Creo… ¡Creo que eres demasiado duro con Valentina!


–¿Demasiado duro?


–Sí.


–¿En qué?


Ella se metió las manos en los bolsillos y se quedó en silencio.


–Vamos, Paula, ¡No te distraigas! No suavices las palabras para que no sean tan duras. Dime lo que de verdad sientes.


Vió el fuego en los ojos de Paula y el estómago le dió un vuelco. Esperaba estar preparado para oír lo que tenía que decirle.


–¡Eres un maniático del control, Pedro Alfonso! Si no te sales con la tuya, te da una pataleta. ¿Por qué crees que Valentina también lo hace? Creo que la estás presionando demasiado para que sea como la idea de una hija perfecta que tienes en la cabeza. Pero ¡eso la está agobiando, Pedro! La estás ahogando. Un día abrirás los ojos y te darás cuenta de que has extinguido la maravillosa chispa que tenía y nunca te lo perdonará. Y tú tampoco podrás vivir con ello. Así que, si eso es lo que quieres, sigue haciendo lo que estás haciendo, pero ¡no esperes que yo me quede aquí para mirarlo!


No había dejado de mirarlo a los ojos mientras le hablaba. Él no podía apartar la mirada, estaba hipnotizado. Fue Paula, finalmente la que dejó de mirarlo para concentrarse en el techo.


–Tienes que darle espacio para que sea ella misma, Pedro. Si la quieres, tienes que darle libertad.


Volvió a mirarlo mientras pronunciaba las últimas palabras. Ya no parecía tan furiosa, pero le costaba respirar. En algún momento, habían dejado de hablar de Valentina. Tras la discusión, la adrenalina aún le recorría el cuerpo. Podía oírla en su interior, golpeándola en los oídos. Y no podía dejar de mirar sus ojos castaños, que esperaban una respuesta. Brillaban con una luz desafiante. Toda ella resplandecía y estaba increíble. Parecía tan viva que la única respuesta que pudo darle fue acercarse a ella para reducir la distancia entre los dos, tomar su cara entre las manos y besarla. Sus labios se juntaron y ella se quedó conmocionada. Había estado a punto de pegarle un puñetazo y, sólo un segundo después, sus manos le acariciaban los hombros. Sabía que no debería estar abrazándolo como lo hacía, que lo correcto era que se separara y le diera una bofetada. Y lo más seguro era que lo hubiera hecho si el beso hubiera sido distinto. Se había acercado a ella con tanto ímpetu que había creído que el beso iba a ser igual, pero se había equivocado.

viernes, 17 de marzo de 2023

Una Esperanza: Capítulo 35

Pedro no estaba preparado para ver lo que vió. No reconoció a la niña que lo miraba desde el umbral, con una expresión esperanzada en los ojos. Su niña pequeña se había esfumado, dejando paso a una extraña con el pelo cortado a capas y sobre los hombros. No llevaba el vestido que esperaba ver, sino unos pantalones vaqueros de color rosa y una camiseta plateada y brillante. Tenía mangas y no mostraba más piel de la cuenta, pero le pareció demasiado para su pequeña. Se puso de pie al instante.


–¡Dios mío! ¿Qué llevas puesto?


–¿No te gusta? Paula me ayudó a elegirlo –repuso la niña decepcionada.


Pedro miró con enfado a Paula, que también parecía molesta.


–Está preciosa, ¿Verdad, Pedro? –comentó ella con énfasis en cada palabra.


Iba a contestarle cuando vió algo brillar en las orejas de su hija.


–¿Se ha agujereado las orejas? ¿A su edad? ¡Quítatelos ahora mismo!


Valentina se llevó las manos a los pendientes. Ahora ya reconocía la expresión. Su cara le decía que lo odiaba con toda su alma.


–¡Siempre lo arruinas todo! –gritó la niña saliendo de allí y subiendo a su dormitorio.


Pedro se volvió hacia Paula.


–¿Cómo te atreves? ¿Cómo te has atrevido a hacerle eso a mi pequeña?


Paula apretó la mandíbula y se quedó callada.


–Estoy esperando. ¿En qué demonios estabas pensando?


Ella miró al suelo. A Pedro le parecía que estaba a punto de explotar y decirle todo lo que se había estado guardando dentro. Pero no lo hizo.


–Tienes derecho a estar enfadado. Me equivoqué al dejar que lo hiciera sin tu permiso. Lo siento de verdad. Pero nos dejamos llevar y…


No entendía que no protestara y le dijera que se calmara, que no era como si le hubiera comprado a su hija una minifalda y un minúsculo top. Sabía que casi todas las chicas de la clase de su hija llevaban pendientes. No podía creerse que se guardara su ira y no le dijera nada. Se dió cuenta entonces de que quería que discutiera con él. Estaba harto de ver cómo enterraba todas sus emociones. Sintió la urgencia casi infantil de empujarla hasta el precipicio, de conseguir que perdiera el control. Quizá ella también lo quisiera.


–¡Eres una cobarde, Paula!


–¿Que soy qué? –repuso ella controlando su enfado.


–Ya me has oído. Crees que no estoy siendo razonable y no tienes el valor de decírmelo.


Quería verla enrojecer y que sus ojos brillaran con furia, como lo estaban haciendo en ese instante.

Una Esperanza: Capítulo 34

 –Sí, pero el sábado la han invitado a una fiesta y no quiere ir porque no tiene nada que ponerse que esté de moda.


–¿De moda?


–Así es. Quieres que se integre, ¿no? Pensaba llevarla a Torquay y comprarle un conjunto. A lo mejor incluso la llevo a que le corten el pelo.


–¿Es importante para una niña de once años ir a la moda?


–Bueno, el hecho de que le molesta lo de la fiesta quiere decir que está intentando encajar, ser parte de un grupo. Es una buena señal, ¿No?


–Me parece bien, siempre y cuando no vuelva pareciendo una de las Spice Girls.


–Las Spice Girls se separaron hace años.


–Ya, ya lo sé. El viernes te daré algo de dinero para cubrir esos gastos.


–Genial –repuso ella mientras comenzaba a meter en el cajón los cubiertos limpios.


–Paula…


–¿Sí?


–¿Está todo bien? Siento como si algo pasara y no me lo estás contando, me da la impresión de que me has estado evitando estos últimos días.


–No, qué va –contestó ella concentrándose en cucharas y tenedores.


–¿Estás segura?


–Sí, no pasa nada.


Pedro pudo oír las risas desde su despacho. Las chicas habían vuelto de su día de compras. No entendía cómo podían haber tardado tanto en encontrar un vestido bonito y en cortarle el pelo. Fuera como fuera, parecían habérselo pasado bien. Aunque hubiera sido sin él. Habría dado cualquier cosa por oír a Heather reírse así cuando estaba con él. Se quitó las gafas y dejó la revista de medicina que había estado leyendo. Sabía que era importante que fuera a apreciar sus compras. Lo había aprendido de Ivana. Ella gastaba más deprisa de lo que le costaba a él ganar ese dinero. Y lo que le gustaba no eran las cosas, sino la idea de ir de compras. Había sido vivaz y siempre llena de energía. Aventurera, su personalidad y belleza le atrajeron desde un primer momento. Le extrañó que se fijara en él. Cuando la relación se formalizó, Pedro pensó que sus personalidades, tan distintas, se complementarían. La noche que la vió entrar en el hotel con su jefe se quedó devastado. Se levantó y salió del despacho. Tras los años en la cárcel, había olvidado cómo ser una persona normal y expresar sus sentimientos, pero aún le dolía la traición de ella, eso no había quedado arrinconado en su pasado. Se acercó al vestíbulo y se encontró con Paula, que le bloqueaba el paso.


–¿Puedes esperar un minuto?


–¿Cómo?


–¿Puedes esperar aquí un momento? Valentina quiere que la veas lista para la fiesta.


–¡Puede entrar, estoy arriba!


Paula se movió para dejarlo pasar, pero el espacio era estrecho y se acercó a ella lo suficiente como para oler el perfume que sin duda se había probado en los grandes almacenes. No le gustó, le recordó a Ivana. Y le molestaba aún más hacer comparaciones entre Ivana y Paula. Sabía que no venían a cuento. Lo único que tenía claro era que quería que Paula fuese diferente a su mujer. No hubiera soportado saber que esa mujer, cariñosa y tranquila, fuera en realidad de otra manera. Pocos minutos después, ella entró en el salón.


–Con ustedes, la señorita Valentina Alfonso–anunció ella con un ostentoso ademán.

Una Esperanza: Capítulo 33

 –Vamos a mirar tu armario –repuso tomando a Valentina de la mano.


Cuando llegó a su cuarto, abrió el ropero. Sacó un vestido y le echó un vistazo. Valentina parecía a punto de echarse a llorar.


–Mi abuela me compró ese vestido. Bueno, ése y todos los demás.


No le extrañaba que estuviera tan abatida. Era un vestido precioso, pero para una niña de siete años. Tenía volantes, bordados y una gran lazada detrás. Todos se reirían de ella si aparecía en la fiesta con algo así.


–¿Y tu padre? ¿No te ha comprado ropa desde que vives con él?


Valentina fue a la cómoda y sacó unos cuantos forros polares extra grandes, vaqueros y botas. Paula asintió.


–Bueno, veo que no hay otra solución.


–¿No puedo ir a la fiesta?


–No, mejor que eso. Es absolutamente necesario que las chicas nos vayamos de compras.


Valentina sonrió con tal intensidad que se iluminó la habitación.


–Le preguntaré a tu padre a ver si podemos ir el sábado. Entonces estarás completamente equipada para la fiesta por la tarde.


–¿En serio?


–Claro. Hablaré con él cuando vuelva del trabajo. Pero ahora tienes que hacer los deberes.


Valentina corrió a su escritorio sin que tuviera que decírselo dos veces. Paula suspiró y bajó a la cocina para ver cómo iba el pollo que estaba preparando. Le gustaba ayudar a la niña, pero sabía que no sería fácil convencer al padre. Además, tendría que sentarse a hablar con él, cuando llevaba una semana evitándolo y limitando su contacto al mínimo. Esa noche no volvía hasta las diez. Así que tendría que hablar con él a solas. Y por la noche. Cuando Pedro llegó del trabajo, tenía un plato de pollo asado, patatas y ensalada en la mesa.


–¿Tienes hambre?


–Bastante. Gracias, Paula.


Lo miró mientras comía. Llevaban un mes con comidas caseras y seguía con el mismo apetito del primer día. Esperaba que fuera siempre así. Pero, tarde o temprano, tendría que irse. Le rompía el corazón pensar que pudieran entonces volver a su dieta de pizzas y comida rápida. No podía estar ahí parada mucho tiempo, así que se levantó y se dispuso a meter la ropa sucia de una cesta en la lavadora.


–Paula, no eres una criada, no tienes por qué hacer eso. No espero que hagas la colada y recojas mis calcetines sucios.


–No me importa, de verdad –repuso sonriendo–. Además, te puedo prometer que nunca me acercaría a menos de un metro de tus calcetines.


–¿Me estás haciendo la pelota? –contestó él con una sonrisa–. ¿Has hecho algo horrible?


–Me gustaría llevar a Valentina de compras el sábado. Necesita algo de ropa nueva.


–Tiene mucha ropa –repuso atónito.

Una Esperanza: Capítulo 32

Paula estaba mezclando colores de sus acuarelas para intentar capturar el tono del cielo cuando sintió que Valentina se le acercaba. Ya sabía quién era sin tener que mirar. Las fuertes pisadas de Pedro siempre anunciaban su entrada.


Valentina era muy distinta. A veces sentía como si la estuviera espiando. Entraba silenciosamente, casi como si temiera que su presencia no iba a ser bien recibida.


–¿Qué tal, Valentina?


La niña se acercó y miró por encima del hombro de Paula.


–¡Eh! ¡Está muy bien! Parece casi una pintura de verdad.


Paula no pudo evitar sonreír. Los niños eran los más sinceros, no había nadie como ellos para hacerle mantener los pies en el suelo.


–¿Cómo es que se te da tan bien? ¿Has estudiado pintura?


–Asistí a algunas clases hace un par de años, pero siempre me ha gustado pintar. De hecho, cuando tenía tu edad quería ser artista.


–Entonces, ¿Por qué no lo eres?


–Bueno, lo cierto es que mis padres tenían otros objetivos para mí.


Valentina puso los ojos en blanco.


–¡Los padres son increíbles!


–Créeme si te digo, Heather, que, comparado con mis padres, tu padre es una joyita. Te quiere de verdad. Lo único que pasa es que está un poco desentrenado en su tarea de padre y necesita un poco de tiempo para adaptarse de nuevo a esa situación.


Valentina no parecía creérselo.


–Ha estado mejorando estas últimas semanas, ¿No?


La niña se quedó callada unos instantes y después asintió con la cabeza.


–A mí me habría gustado estudiar Bellas Artes, pero mis padres no me dejaron, así que terminé siendo…


–¿Una niñera?


–Me gusta mi trabajo. De verdad que me gusta.


Era la verdad. Le gustaba mucho estar allí con ellos. Por primera vez en mucho tiempo se sentía bien consigo misma, con gente que la apreciaba por quién ella era.


–Pero bueno, seguro que no has salido aquí afuera para hablar de mi dibujo, ¿Verdad? ¿En qué estás pensando?


–Me han invitado el sábado a una fiesta, pero no quiero ir. Aunque seguro que Pedro insiste en que vaya.


–¿Por qué no quieres ir?


Valentina se encogió de hombros.


–¿Quién da la fiesta?


–Nicolás.


–¿Nicolás? ¿Al que miras con ojos de cordero cuando crees que nadie te ve?


Valentina parecía a punto de explotar.


–No pasa nada, cariño. Casi tienes doce años, es normal que empieces a fijarte en los chicos.


–¿En serio? –preguntó la niña.


Parecía tan aliviada que Paula tuvo que controlarse para no reír. Valentina necesitaba una madre, alguien en quien confiar. Sabía que Pedro se volvería loco si su hija mencionara chicos, sexo o cualquiera de los temas por los que una adolescente sentía curiosidad.


–Sí, es normal, pero que te interesen desde la distancia. Bueno, ¿Y qué te puedes poner para la fiesta?


Valentina hizo una mueca. Se dió cuenta de que había dado con el principal problema.

Una Esperanza: Capítulo 31

Pero no era ningún ángel, sólo era una mujer. Y cada vez era más consciente de que él, además de su jefe, era un hombre. Y no podía dejar de pensar en él de esa forma.


–¿Puedes meter un par de rebanadas para mí, por favor?


Paula se giró para mirarlo con el cuchillo de mantequilla en la mano y la boca abierta.


–¿Qué?


–Tostadas. ¿Podrías meter un par de tostadas para mí?


–¡Ah! ¡Claro! –repuso ella sonriendo.


–¿Qué es lo que te ha hecho gracia?


–Nada. No, nada. Es que las has llamado «Tostadas».


Él la miró con suspicacia.


–¿Y «tostada» es muy gracioso porque…?


–Es una tontería –repuso ella metiendo pan en la tostadora–. Yo siempre digo que meto tostadas en la tostadora, cuando en realidad es pan lo que se mete en el aparato. No son tostadas hasta que salen de la tostadora. Solía ponerme enferma que… Bueno, alguien que conocía me corregía siempre por ello. Ya te había dicho que era una tontería…


Estaba parloteando sin sentido. Pedro le sonreía y eso no hizo sino conseguir ponerla más nerviosa.


–Lo siento. Estoy diciendo estupideces, ¿verdad? Creo que no dormí muy bien anoche y este estado es una consecuencia de ello.


Sin pensar, había acabado comentando el único tema que quería evitar esa mañana.


–¿En serio? Yo creo que dormí muy bien anoche. Al menos mejor de lo que acostumbro.


Ella levantó las cejas y él debió de darse cuenta porque continuó hablándole.


–A veces tengo pesadillas y… Y otros desórdenes del sueño. Me han dicho que es común en gente que ha estado en la cárcel. Espero no haberte despertado.


Las tostadas saltaron en ese instante y eso evitó que tuviera que contestar.


–¿Mermelada o miel? –le preguntó.


–Nada, sólo mantequilla. Gracias.


Él la miró con intensidad unos segundos. Sus ojos se entrecerraron. A Paula casi se le salió el corazón del pecho.


–¿Qué?


–Estaba pensando… Creo recordar… –comenzó mientras miraba a un punto en el espacio y se esforzaba en acordarse de algo–. No, nada. Se pasó el momento.


Paula se giró para preparar las tostadas. Tenía miedo de que Pedro recordara algo. A ella le había parecido que había estado siempre dormido, pero no era experta en ese tipo de cosas. Dejó las tostadas en el plato y se giró para sacar la mantequilla del frigorífico. Pedro seguía observándola.

miércoles, 15 de marzo de 2023

Una Esperanza: Capítulo 30

Algo estaba haciéndole cosquillas en la cara. Segundos después, una brisa le levantó un mechón de pelo que cayó sobre su mejilla. El estúpido de David estaba haciéndolo de nuevo, la había conseguido despertar al respirar encima de su cara. Pero entonces cayó en la cuenta. Llevaba casi un año divorciada de David. No podía ser David el que respiraba cerca de ella. Abrió lo ojos rápidamente. ¡Pedro! Estaba en la cama de Pedro. Intentó controlar el impulso de saltar de la cama. Tenía que estar quieta, no podía despertarlo. Si lo hacía y la veía allí, no podría volver a mirarlo a la cara. Respiró profundamente para calmarse y contempló la situación. Ella estaba tumbada boca arriba y él de lado, hacia ella y con un brazo sobre el estómago de Paula. Una luz grisácea comenzaba a filtrarse por las cortinas. Estaba amaneciendo, creyó que podría escapar sin que él se diera cuenta, pero tenía que tener cuidado. Poco a poco se movió para deshacerse del brazo de Luke. Lo sujetó en alto y colocó después sobre el edredón. Unos segundos después, sus pies tocaron la moqueta. Las cosas iban bien. Pero entonces Pedro se movió y ella se quedó helada. Su mano buscó el espacio vacío que había quedado a su lado y acabó posándose sobre la otra almohada. Paula contuvo el aliento unos segundos más y, cuando comprobó que estaba profundamente dormido, salió de puntillas del dormitorio. La tostada acababa de salir de la tostadora cuando oyó a Pedro entrando en la cocina. Se sonrojó al instante. Por fortuna, ella estaba de espaldas a él y no podía verle la cara.


–Buenos días, Paula.


–Buenos días –repuso ella inclinando aún más la cabeza.


Por mucho que intentara convencerse de lo contrario, su cerebro no acaba de creerse que lo que había pasado la noche anterior hubiera sido simplemente un amigo ayudando a otro. Cuando ocurrió, todo le había parecido simple y lógico. Pero esa mañana todo parecía distinto y estaba hecha un lío. No estaba segura de sus sentimientos. Lo único que sabía eraque se sentía avergonzada y que era más consciente de su presencia que en el pasado. Le parecía que compartir la cama con alguien, aunque sólo fuera para consolarlo, era algo muy íntimo. Las barreras que había edificado a su alrededor para no implicarse habían sido derribadas por una pesadilla. Lo peor era que no podía dejar de pensar en el tacto de su piel o en el calor que sus cuerpos juntos habían generado en esa cama. Había sido muy agradable abrazarlo. Llevaba un año echando de menos ese tipo de contacto humano. Pensó que eso era lo que había pasado. Tenía carencias afectivas y estaba simplemente reaccionando como cualquier persona normal lo habría hecho en sus circunstancias. Por otro lado, le parecía inverosímil que una persona normal se metiera en la cama con su jefe. Fuera como fuera, ya no podía pensar en él sólo como su jefe, ni como un hombre destrozado al que tenía que ayudar. Había pensado que podía ser algo así como su ángel de la guardia. Que podía ayudarlo a superar sus problemas y después desaparecer.

Una Esperanza: Capítulo 29

Una vez dentro, Pedro parecía estar de nuevo disgustado. Fue hacia la puerta e intentó abrirla, sacudiéndola con fuerza. Parecía desesperado por escapar, a lo mejor pensaba que estaba aún en la cárcel. Sacudía la puerta con tal fuerza que Paula temió que acabara rompiéndola. No sabía qué hacer.


–Venga, Pedro. A la cama.


Le puso las manos en los brazos e intentó hacer que girara, pero él siguió golpeando la puerta y gruñendo con frustración. Se le ocurrió meterse entre él y la puerta. Pero entonces su cara se llevó el siguiente golpe que le dió a la puerta. Eso hizo que Pedro se detuviera y ella aprovechó para sujetarle la mano y hacer que retrocediera un par de pasos.


–Por favor, Pedro. Vuelve de una vez a la cama, ¿Vale?


Pero no había forma. Intentó ir hacia la puerta. Ella seguía hablándole e intentaba permanecer calmada, pero la mejilla le escocía, le dolía la espalda y estaba empezando a hartarse de él, estuviera dormido o no.


–¿Quieres hacer de una vez lo que te estoy diciendo?


Decidió que tendría que ser más dura con él. Lo empujó con fuerza y eso lo detuvo. Lo agarró de la mano y llevó hasta el borde de la cama.


–Pedro, no vas a ir a ninguna parte. Cede de una vez por todas.


A pesar de la oscuridad reinante, vio cómo caían sus hombros. Bajó la barbilla y suspiró con fuerza. Con más delicadeza, consiguió que se acostara y le subió las piernas a la cama. Estaba satisfecha, lo había conseguido. Pero entonces escuchó un sonido que le rompió el corazón. Ese hombre grande y fuerte, que había pasado por tanto, estaba llorando delante de ella. No podía soportarlo. Le dolía en las extrañas verlo así. Se metió a su lado en la cama y lo abrazó. Ella también había comenzado a llorar.


–Por favor, Pedro, no llores. Lo siento mucho, lo siento mucho.


Sabía que no era culpa suya, que no había hecho nada, pero le pareció que alguien tenía que decírselo, que a alguien tenía que importarle lo que estaba sufriendo. Le acarició el pelo y la espalda y, poco a poco, fue dejando de llorar. Se quedó allí, escuchando su respiración mientras se iba tranquilizando y haciendo más acompasada. Había estado equivocada. Durante las últimas semanas había pensado que las cosas estaban empezando a cambiar, que lo estaba ayudando a recuperar su vida. Pero todo había sido una farsa, lo que había pasado esa noche le dejaba claro que sus heridas eran mucho más profundas de lo que creía. Parecía estar ya dormido. Ella empezó a moverse para levantarse, pero en cuanto lo hizo, Pedro comenzó de nuevo a agitarse. Las palabras solas no funcionaban, así que apoyó una mejilla en su espalda y le rodeó la cintura con el brazo. El contacto físico parecía conseguir calmarlo. Creía que su subconsciente se daría cuenta de que no estaba solo. Inhaló su aroma, sintió contra su mejilla la suave piel de su espalda y en los dedos los músculos de su abdomen. Pensó que ese hombre se merecía mucho más de lo que tenía. Se merecía tener amor, felicidad y una hija que lo idolatrase. Su vida era un desastre. Sintió cómo sus músculos se relajaban y volvía a suspirar. Decidió quedarse unos minutos más para asegurarse de que estaba tranquilo. Creía que había sido muy arrogante al pensar que podía ayudar a esa familia. No sabía ni por dónde empezar. Se imaginaba que hacía mucho que no dormía bien. Acurrucada contra él, lloró por todos los años perdidos y los horrores que había tenido que sufrir ese hombre. Después, lo besó en la espalda con cariño y cerró los ojos.