miércoles, 8 de marzo de 2023

Una Esperanza: Capítulo 11

 –¿Quiere decir que no va a trabajar para nosotros? –preguntó Pedro con seriedad.


–¡Sí! No… Bueno, lo que pasa es que necesito algún tiempo para pensar.


Silencio. Bajó las manos de la cara. Él la miraba. No parecía enfadado. Estaba más que nada decepcionado y triste.


–Bueno, lo entiendo. No todo el mundo aceptaría trabajar con una familia con nuestro pasado. Ya me lo dijo la mujer de la agencia –explicó él–. Supongo que Valentina tendrá que irse a vivir con sus abuelos mientras pienso en algo para arreglar la situación.


Se sintió mal. Sabía que era la culpable de la tristeza que había en el rostro de Pedro.


–¿Estás segura de que no puedes quedarte, Paula? –le preguntó tuteándola–. Sé que a lo mejor no lo parece, pero creo que le gustas mucho a Valentina. Ni siquiera se dignó a hablar con las otras candidatas. Sólo gruñía mientras intentaba aniquilarlas con su visión de láser.


Paula no pudo evitar reír. Pedro parecía sorprendido, como si se le hubiera olvidado que podía ser gracioso. Se cubrió la boca con la mano para intentar ocultar su sonrisa, pero no funcionó. La sonrisa se convirtió en carcajada.


–¡Me lo estoy imaginando! –repuso entre risas–. Me imagino a Valentina planeando meter cangrejos en la cama de esas pobres mujeres…


Pedro también rió entonces. Y eso fue todo lo que Paula necesitó para comenzar a reír de nuevo. Se preguntó si estarían viviendo el mismo tipo de risa histérica que sufrían algunas personas en los funerales. Porque sabía que no había motivos para reírse, todo lo contrario. Las risas se disiparon por fin y los dos quedaron mirándose a los ojos en una habitación que estaba ya en penumbra. Pedro se puso serio.


–Es una pena. Creo que podrías ser muy buena para nosotros… Bueno, para Valentina, claro.


A Paula comenzó a golpearle el corazón con fuerza en el pecho y supo que estaba a punto de decir algo de lo que podía arrepentirse.


–Lo haré. Acepto el trabajo.




Pedro miró el reloj del horno. Eran las seis menos cuarto. Demasiado temprano para preparar el desayuno, despertar a Valentina o cualquier otra cosa. Pero necesitaba llenar su tiempo. Sin hacer ruido, abrió la puerta de la cocina y salió afuera. Aún era de noche. No conseguía acostumbrarse a la oscuridad. En la cárcel todo estaba iluminado, incluso de noche. Y siempre había algún ruido en alguna parte. Pero allí, al lado del río, todo era oscuridad y silencio. El agua brillaba como un cristal negro, reflejando miles de estrellas en el firmamento. Soñaba con poder dormir mejor. Eso lo ayudaría a relajarse, a dejar de pensar. Su cabeza no descansaba ni un momento, pensando en todas las posibilidades que le ofrecía la vida, casi infinitas. Tenía que concentrarse en ser una persona sólida y firme, alguien en quien Valentina pudiera confiar plenamente.

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