viernes, 3 de marzo de 2023

Una Esperanza: Capítulo 10

 –Valentina, ¿Por qué no le enseñas la casa mientras preparo la cena?


La niña cerró el frigorífico y tomó a Paula de la mano.


–Ven, te enseñaré la terraza, está muy bien.


Era cierto. El tejado plano que había encima de la cocina había sido transformado en una gran terraza con balcón y cómodos muebles. Tenía unas vistas fantásticas del río Dart. Empezaba a atardecer y el sol brillaba entre las nubes grises. Se podía salir a la terraza desde dos de los dormitorios de la planta alta. Uno era el principal y otro el de invitados. Desde unas escaleras se bajaba directamente a la cocina, lo que hacía que fuese un estupendo comedor deverano. El resto de la casa era tan impresionante como lo que ya había visto. La distribución era poco común, lo que le confería un encanto especial. Lo que más le gustó fue el porche que había en la parte de atrás. Era una especie de plataforma con anillas para atar los barcos. Ahora la marea estaba baja y se veían escalones que llegaban directamente hasta la playa, pero se imaginó que con la marea alta, se podría ir remando hasta allí mismo y entrar en la casa. Le recordaba a Venecia. Pedro no tuvo que avisarlas para decirles que la cena estaba lista. Los aromas de la cocina llenaban la casa y Paula se dió cuenta de repente de que tenía apetito. No había parado para comer en todo el viaje. Lo que más le había preocupado era llegar a Lower Hadwell antes de que anocheciera y no había querido perder tiempo. Volvieron a la cocina justo en el momento en el que Pedro servía trozos de pizza en tres platos. Su apetito cayó en picado. Parecía el peor tipo de comida rápida. Pero ni a Pedro ni a Valentina pareció molestarles. Se sentaron y comenzaron a comer con ganas. Paula se llevó su trozo a la boca. El queso era graso e insípido y la masa estaba acartonada. Tomó un bocado y se lo tragó sin apenarlas masticarlo. Era horrible.


–¿Hay ensalada? –preguntó.


Valentina y Pedro la miraron como si estuviera loca. Parecía que en esa casa no comían verduras.


–Bueno, no pasa nada. La pizza está… Está muy bien –aseguró ella.


Se distrajo mirando por la ventana, quería dejar de pensar en lo que estaba comiendo. El cielo estaba azul oscuro. Pronto se haría de noche. De repente, dejó de masticar y miró a su alrededor buscando un reloj. Tragó de golpe lo que tenía en la boca.


–¿Qué hora es?


Pedro miró su reloj.


–Las seis.


Era horrible. Creía que el día no podía complicarse más, pero acababa de ocurrir.


–¿Pasa algo? –le preguntó él.


–Creo que acabo de perder el último ferry.


Pedro dejó su trozo de pizza en el plato.


-¿Vino en ferry?


–Sí, dejé mi coche al otro lado del río –explicó poniéndose en pie–. Es una larga historia. No soy muy buena con… Si corro, ¿Cree que puedo alcanzar al tipo del ferry?


Salió de allí para buscar sus zapatos. Pedro la siguió hasta el vestíbulo de atrás.


–Es demasiado tarde. Bruno estará ya en el bar y no hay nadie que pueda sacarlo de allí.


Paula se cubrió la cara con las manos.


–¡Se supone que hoy iba a ser distinto! –exclamó.


Se había propuesto volver a su profesión de niñera con calma y profesionalidad. No había contado con perderse, tener que ir en ferry, llenarse de barro y encontrar a una niña que la miraba con sus grandes ojos. De repente, todo se había complicado y no sabía qué hacer.

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