lunes, 20 de marzo de 2023

Una Esperanza: Capítulo 39

Se había prometido que iba a mantener las distancias, pero no había podido ser. Odiaba a Pedro por ser tan valiente, vulnerable y necesitado de amor. Ella no podía resistirse a esas historias. Mantenía un exterior duro y gruñón, pero era todo lo contrario. Era fácil darse cuenta. Odiaba a Pedro por pedir su plato favorito de comida china, por escucharla mientras hablaba de lo que tanto quería, por todos esos momentos. Creía que debía haberse dado cuenta de que su conducta iba a hacer que se enamorara de él. Se detuvo un segundo. No, no creía estar enamorada, pero estaba acercándose mucho. Iba a echarlos mucho de menos, pero sabía que les haría más daño quedándose. Estaba guardando sus zapatillas cuando alguien llamó a la puerta.


–Paula, ¿Puedo pasar?


Ya estaba de vuelta e iba a tener que enfrentarse a él, pero no estaba lista.


–Eh… Sí, claro.


Agarró la zapatilla con fuerza mientras él abría la puerta.


–Escucha, Paula, no sé muy bien qué decir sobre…


En ese instante vió la maleta, luego la miró a ella y otra vez a la maleta.


–¡Oh!


«¿Eso es todo lo que tienes que decir?», pensó ella. Pedro miró a su alrededor, fijándose en los cajones abiertos y la ropa por el suelo.


–Paula, veo que estás… ¡Por favor, no te vayas!


Ella levantó las cejas. Nunca lo había visto así. Le hablaba directamente desde el corazón. Sin filtros ni barreras. «Dime por qué quieres que me quede», lo urgió ella en silencio.


–Sé que ha sido una estupidez, pero… Pero creo que podemos solucionarlo. Perdona mi conducta. No sé en qué estaba pensando. Si te vas ahora, no creo que Valentina y yo podamos superar nuestra situación, aún no estamos listos. ¡Por favor, Paula! Te prometo que no volverá a ocurrir. Dimeque lo pensarás. Dime que te quedarás un tiempo más.


Le decepcionaron sus palabras. Sabía que era lo correcto, que nunca debería volver a pasar, que una buena niñera no desearía besar a su jefe. Pero sí una mujer enamorada… Tenía que ser fuerte y cortar los lazos antes de que se complicaran más las cosas. Pero levantó la vista, lo miró a los ojos y se deshizo. Sus ojos color de avellana le rogaban que se quedara.


–Me quedaré –dijo despacio–. Me quedaré algún tiempo más. Lo cierto, es que no fue sólo culpa tuya, Pedro. Yo también… Bueno, ya sabes…


No sabía cómo terminar la frase. Él se acercó a ella y rescató la zapatilla que Paula estrujaba con fiereza entre las manos. Después, fue hacia la puerta.


–Te lo decía de verdad, Paula. No tienes que preocuparte, no volverá a pasar –le dijo con una sonrisa–. Eres la primera mujer con la que paso algo de tiempo desde hace más de cinco años, supongo que es una reacción lógica, no sé.


Ella asintió y lo miró mientras salía de su cuarto. Se sentía fatal. Aún le temblaban las rodillas después de lo que había pasado y él creía que sólo era una consecuencia de su obligado celibato. O sea que podía haber sucedido con cualquiera. A lo mejor tenía que sentirse halagada. A pesar de su pasado, como a su madre le gustaba recordarle, no era completamente invisible para el sexo masculino. Se sentó en la cama. Tendría que recordar que, para Pedro, lo que había ocurrido no era más que una reacción hormonal. Sentía ganas de llorar. Sabía que aceptando el quedarse allí se estaba condenando a acabar enamorada de él, lo quisiera o no.

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