viernes, 3 de marzo de 2023

Una Esperanza: Capítulo 9

 –Bueno, será mejor que vaya a ver a mi hija –explicó él.


Parecía tan perdido e inseguro que Paula puso una mano en su hombro.


–Deje que vaya yo.


Pensó que lo mejor que podía hacer antes de irse era al menos intentar distender el ambiente en el que vivían en ese momento. Él empezó a sacudir la cabeza, pero luego se detuvo.


–Muy bien. La habitación de Valentina es la de la izquierda, al lado del rellano de las escaleras.


Subió a la habitación. Se quedó frente a la puerta, respiró profundamente y llamó con los nudillos.


–¡Vete! ¡No quiero hablar contigo!


–¿Valentina? Soy yo, Paula.


–¡Ah!


–¿Puedo pasar?


La puerta se entreabrió y Valentina asomó la cabeza.


–Está un poco desordenada.


Paula sonrió.


–No te preocupes por eso. Tenías que haber visto mi dormitorio cuando yo tenía tu edad. Mi madre se desesperaba conmigo. Cuando me hacía ordenarlo, acababa metiendo todo en el armario y rezando para que nadie lo abriera. De haberlo hecho, habrían acabado enterrados en una avalancha de juguetes y ropa.


Valentina la miró con los ojos muy abiertos.


–Créeme, no me va a asustar lo que vea.


Se abrió la puerta y Paula entró. Se apoyó en la cama, estaba cubierta con delicadas sábanas rosas y una colcha llena de volantes. Valentina miró la cama e hizo una mueca.


–Cree que soy aún un bebé –se disculpó.


–Seguro que no piensa que eres un bebé. Yo creo que sólo ha intentado que tuvieras algo bonito y te sintieras bien aquí.


Valentina puso los ojos en blanco, pero sus rasgos se habían suavizado. Ya no parecía enfadada.


–¿Vas a ser mi niñera?


–Bueno…


–No necesito que me cuiden, ¿Sabes? Estoy bien sola.


Paula empezaba a preguntarse si interrumpir era algo común en esa casa.


–Ya lo sé, pero tu padre tiene que tener a alguien en casa mientras está fuera trabajando. Se supone que no debe dejarte sola.


–Ya…


–¿Por qué no bajamos y hablamos con tu padre de todo esto?


–Habla tú con él, si quieres.


Daba a entender que no quería hacer las paces con su padre, pero a Paula no se le pasó por alto el dolor que había en sus ojos. Estaba claro que deseaba poder abrirse con él, pero no sabía cómo hacerlo. Se preguntó cómo lo habría pasado mientras su padre estuvo en la cárcel. No sabía si había ido a verlo allí ni cómo había sido su relación. No le extrañaba que tuvieran problemas de comunicación. Lo más seguro era que los dos hubieran mantenido las distancias y su mejor sonrisa durante esos años, para que ninguno de los dos supiera lo que estaba sufriendo el otro.


Pedro se sorprendió mucho al verlas entrar en la cocina. Pero se recuperó rápidamente, antes de que lo viera su hija. Y era una pena, porque su cara había reflejado el mismo dolor que la de Valentina unos minutos antes. La joven abrió el frigorífico y metió dentro la cabeza para echar un vistazo.


–Tengo hambre.


Pedro miró a su hija y después a Paula.


–¿Le gustaría quedarse a cenar con nosotros? Así podrá conocernos mejor y empezar de cero.


Iba a decirle que no, que tenía que volver al coche, pero se detuvo. La niña la miraba con atención, como si estuviera esperando algo importante. Cuando Paula asintió, a Valentina  le brillaron los ojos. Estaba contenta de que se quedara.

No hay comentarios:

Publicar un comentario